7
El boggart del armario ropero
Malfoy no volvió a las aulas hasta última hora de la mañana del jueves, cuando los deSlytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos
horas. Entró con aire arrogante en la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y
cubierto de vendajes, comportándose, según le pareció a Harry, como si fuera el heroico
superviviente de una horrible batalla.
—¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy Parkinson, sonriendo como una tonta—. ¿Te
duele mucho?
—Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero Harry vio que guiñaba un
ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista.
—Siéntate —le dijo el profesor Snape amablemente.
Harry y Ron se miraron frunciendo el entrecejo. Si hubieran sido ellos los que
hubieran llegado tarde, Snape no los habría mandado sentarse, los habría castigado a
quedarse después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las
clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los
suyos, en detrimento de los demás.
Aquel día elaboraban una nueva pócima: una solución para encoger. Malfoy colocó
su caldero al lado de Harry y Ron, para prepararlos ingredientes en la misma mesa.
—Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita,
porque con el brazo así no puedo.
—Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista.
Ron se puso rojo como un tomate.
—No le pasa nada a tu brazo —le dijo a Malfoy entre dientes.
Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa.
—Ya has oído al profesor Snape, Weasley. Córtame las raíces.
Ron cogió el cuchillo, acercó las raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal,
dejándolas todas de distintos tamaños.
—Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las silabas—, Weasley está estropeando mis
raíces, señor.
Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron
una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro.
—Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Weasley.
—Pero señor...
Ron había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente
iguales.
—Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz más peligrosa.
Ron cedió a Malfoy sus propias raíces y volvió a empuñar el cuchillo.
—Profesor; necesitaré que me pelen este higo seco —dijo Malfoy, con voz
impregnada de risa maliciosa.
—Potter, pela el higo seco de Malfoy —dijo Snape, echándole a Harry la mirada de
odio que reservaba sólo para él.
Harry cogió el higo seco de Malfoy mientras Ron trataba de arreglar las raíces que
ahora tenía que utilizar él. Harry peló el higo seco tan rápido como pudo, y se lo lanzó a
Malfoy sin dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca.
—¿Habéis visto últimamente a vuestro amigo Hagrid? —les preguntó Malfoy en
voz baja.
—A ti no te importa —dijo Ron entrecortadamente, sin levantar la vista.
—Me temo que no durará mucho como profesor —comentó Malfoy, haciendo
como que le daba pena—. A mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida...
—Continúa hablando, Malfoy, y te haré una herida de verdad —le gruñó Ron.
—... Se ha quejado al Consejo Escolar y al ministro de Magia. Mi padre tiene
mucha influencia, no sé si lo sabéis. Y una herida duradera como ésta... —Exhaló un
suspiro prolongado pero fingido—. ¿Quién sabe si mi brazo volverá algún día a estar
como antes?
—¿Así que por eso haces teatro? —dijo Harry, cortándole sin querer la cabeza a un
ciempiés muerto, ya que la mano le temblaba de furia—. ¿Para ver si consigues que
echen a Hagrid?
—Bueno —dijo Malfoy, bajando la voz hasta convertirla en un suspiro—, en parte
sí, Potter. Pero hay otras ventajas. Weasley, córtame los ciempiés.
Unos calderos más allá, Neville afrontaba varios problemas. Solía perder el control
en las clases de Pociones. Era la asignatura que peor se le daba y el miedo que le tenía al
profesor Snape empeoraba las cosas. Su poción, que tenía que ser de un verde amarillo
brillante, se había convertido en...
—¡Naranja, Longbottom! —exclamó Snape, levantando un poco con el cazo y
vertiéndolo en el caldero, para que lo viera todo el mundo—. ¡Naranja! Dime,
muchacho, ¿hay algo que pueda penetrar esa gruesa calavera que tienes ahí? ¿No me
has oído decir muy claro que se necesitaba sólo un bazo de rata? ¿No he dejado muy
claro que no había que echar más que unas gotas de jugo de sanguijuela? ¿Qué tengo
que hacer para que comprendas, Longbottom?
Neville estaba colorado y temblaba. Parecía que se iba a echar a llorar.
—Por favor; profesor —dijo Hermione—, puedo ayudar a Neville a arreglarlo...
—No recuerdo haberle pedido que presuma, señorita Granger —dijo Snape
fríamente, y Hermione se puso tan colorada como Neville—. Longbottom, al final de
esta clase le daremos unas gotas de esta poción a tu sapo y veremos lo que ocurre. Quizá
eso te anime a hacer las cosas correctamente.
Snape se alejó, dejando a Neville sin respiración, a causa del miedo.
—¡Ayúdame! —rogó a Hermione.
—¡Eh, Harry! —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para cogerle prestada a Harry
la balanza de bronce—. ¿Has oído? El Profeta de esta mañana asegura que han visto a
Sirius Black.
—¿Dónde? —preguntaron con rapidez Harry y Ron. Al otro lado de la mesa,
Malfoy levantó la vista para escuchar con atención.
—No muy lejos de aquí —dijo Seamus, que parecía emocionado—. Lo ha visto
una muggle. Por supuesto, ella no entendía realmente. Los muggles piensan que es sólo
un criminal común y corriente, ¿verdad? El caso es que telefoneó a la líneadirecta. Pero
cuando llegaron los del Ministerio de Magia, ya se había ido.
—No muy lejos de aquí... —repitió Ron, mirando a Harry de forma elocuente. Dio
media vuelta y sorprendió a Malfoy mirando.
—¿Qué, Malfoy? ¿Necesitas que te pele algo más?
Pero a Malfoy le brillaban los ojos de forma malvada y estaban fijos en Harry. Se
inclinó sobre la mesa.
—¿Pensando en atrapar a Black tú solo, Potter?
—Exactamente —dijo Harry.
Los finos labios de Malfoy se curvaron en una sonrisa mezquina.
—Desde luego, yo ya habría hecho algo. No estaría en el cole como un chico
bueno. Saldría a buscarlo.
—¿De qué hablas, Malfoy? —dijo Ron con brusquedad.
—¿No sabes, Potter...? —musitó Malfoy, casi cerrando sus ojos claros.
—¿Qué he de saber?
Malfoy soltó una risa despectiva, apenas audible.
—Tal vez prefieres no arriesgar el cuello —dijo—. Se lo quieres dejar a los
dementores, ¿verdad? Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.
—¿De qué hablas? —le preguntó Harry de mal humor.
En aquel momento, Snape dijo en voz alta:
—Deberíais haber terminado de añadir los ingredientes. Esta poción tiene que
cocerse antes de que pueda ser ingerida. No os acerquéis mientras está hirviendo. Y
luego probaremos la de Longbottom...
Crabbe y Goyle rieron abiertamente al ver a Neville azorado y agitando su poción
sin parar. Hermione le murmuraba instrucciones por la comisura de la boca, para que
Snape no lo viera. Harry y Ron recogieron los ingredientes no usados, y fueron a lavarse
las manos y a lavar los cazos en la pila de piedra que había en el rincón.
—¿Qué ha querido decir Malfoy? —susurró Harry a Ron, colocando las manos
bajo el chorro de agua helada que salía de una gárgola—. ¿Por qué tendría que
vengarme de Black? Todavía no me ha hecho nada.
—Cosas que inventa —dijo Ron—.Le gustaría que hicieras una locura...
Cuando faltaba poco para que terminara la clase, Snape se dirigió con paso firme a
Neville, que se encogió de miedo al lado de su caldero.
—Venid todos y poneos en corro —dijo Snape. Los ojos negros le brillaban—. Y
ved lo que le sucede al sapo de Longbottom. Si ha conseguido fabricar una solución
para encoger, el sapo se quedará como un renacuajo. Si lo ha hecho mal (de lo que no
tengo ninguna duda), el sapo probablemente morirá envenenado.
Los de Gryffindor observaban con aprensión y los de Slytherin con entusiasmo.
Snape se puso el sapo Trevor en la palma de la mano izquierda e introdujo una
cucharilla en la poción de Neville, que había recuperado el color verde. Echó unas gotas
en la garganta de Trevor.
Se hizo un silencio total, mientras Trevor tragaba. Luego se oyó un ligero «¡plop!»
y el renacuajo Trevor serpenteó en la palma de la mano de Snape. Los de Gryffindor
prorrumpieron en aplausos. Snape, irritado, sacó una pequeña botella del bolsillo de su
toga, echó unas gotas sobre Trevor y éste recobró su tamaño normal.
—Cinco puntos menos para Gryffindor —dijo Snape, borrando la sonrisa de todas
las caras—. Le dije que no lo ayu dara, señorita Granger. Podéis retiraraos.
Harry, Ron y Hermione subieron las escaleras hasta el vestíbulo. Harry todavía
meditaba lo que le había dicho Malfoy, en tanto que Ron estaba furioso por lo de Snape.
—¡Cinco puntos menos para Gryffindor porque la poción estaba bien hecha! ¿Por
qué no mentiste, Hermione? ¡Deberías haber dichoque lo hizo Neville solo!
Ella no contestó. Ron miró a su alrededor.
—¿Dónde está Hermione?
Harry también se volvió. Estaban en la parte superior de las escaleras, viendo pasar
al resto de la clase que se dirigía al Gran Comedor para almorzar.
—Venía detrás de nosotros —dijo Ron, frunciendo el entrecejo.
Malfoy los adelantó, flanqueado por Crabbe y Goyle. Dirigió a Harry una sonrisa
de suficiencia y desapareció.
—Ahí está —dijo Harry
Hermione jadeaba un poco al subir las escaleras a toda velocidad. Con una mano
sujetaba la mochila; con la otra sujetaba algo que llevaba metido en la túnica.
—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Ron.
—¿El qué? —preguntó a su vez Hermione, reuniéndose con ellos.
—Hace un minuto venías detrás de nosotros y un instante después estabas al pie de
las escaleras.
—¿Qué? —Hermione parecía un poco confusa—. ¡Ah, tuve que regresar para
coger una cosa! ¡Oh, no...!
En la mochila de Hermione se había abierto una costura. A Harry no le sorprendía;
contenía al menos una docena de libros grandes y pesados.
—¿Por qué llevas encima todos esos libros? —le preguntó Ron.
—Ya sabes cuántas asignaturas estudio —dijo Hermione casi sin aliento—. ¿No
me podrías sujetar éstos?
—Pero... —Ron daba vueltas a los libros que Hermione le había pasado y miraba
las tapas—. Hoy no tienes estas asignaturas. Esta tarde sólo hay Defensa Contra las
Artes Oscuras.
—Ya —dijo Hermione, pero volvió a meter todos los libros en la mochila, como si
no la hubieran comprendido—. Espero que haya algo bueno para comer. Me muero de
hambre —añadió, y continuó hacia el Gran Comedor.
—¿No tienes la sensación de que Hermione nos oculta algo? —preguntó Ron a
Harry.
El profesor Lupin no estaba en el aula cuando llegaron a su primera clase de Defensa
Contra las Artes Oscuras. Todosse sentaron, sacaron los libros, las plumas y los
pergaminos, y estaban hablando cuando por fin llegó el profesor. Lupin sonrió
vagamente y puso su desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como
siempre, pero parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas
comidas abundantes.
—Buenas tardes —dijo—. ¿Podríais, por favor; meter los libros en la mochila? La
lección de hoy será práctica. Sólo necesitaréis las varitas mágicas.
La clase cambió miradas de curiosidad mientras recogía los libros. Nunca habían
tenido una clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras, a menos que se contara
la memorable clase del año anterior, en que el antiguo profesor había llevado una jaula
con duendecillos y los había soltado en clase.
—Bien —dijo el profesor Lupin cuando todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la
amabilidad de seguirme...
Desconcertados pero con interés, los alumnos se pusieron en pie y salieron del aula
con el profesor Lupin. Este los condujo a lo largo del desierto corredor. Doblaron una
esquina. Al primero que vieron fue a Peeves el poltergeist, que flotaba boca abajo en
medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una cerradura. Peeves no levantó la mirada
hasta que el profesor Lupin estuvo a medio metro. Entonces sacudió los pies de dedos
retorcidos y se puso a cantar una monótona canción:
—Locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin...
Aunque casi siempre era desobediente y maleducado, Peeves solía tener algún
respeto por los profesores. Todos miraron de inmediato al profesor Lupin para ver cómo
se lo tomaría. Ante su sorpresa, el mencionado seguía sonriendo.
—Yo en tu lugar quitaría ese chicle de la cerradura, Peeves —dijo amablemente—.
El señor Filch no podrá entrar a por sus escobas.
Filch era el conserje de Hogwarts, un brujo fracasado y de mal genio que estaba en
guerra permanente con los alumnos y por supuesto con Peeves. Pero Peeves no prestó
atención al profesor Lupin, salvo para soltarle una sonora pedorreta.
El profesor Lupin suspiró y sacó la varita mágica.
—Es un hechizo útil y sencillo —dijo a la clase, volviendo la cabeza—. Por favor;
estad atentos.
Alzó la varita a la altura del hombro, dijo ¡Waddiwasi! y apuntó a Peeves.
Con la fuerza de una bala, el chicle salió disparado del agujero de la cerradura y fue
a taponar la fosa nasal izquierda de Peeves; éste ascendió dando vueltas como en un
remolino y se alejó como un bólido, zumbando y echando maldiciones.
—¡Chachi, profesor! —dijo Dean Thomas, asombrado.
—Gracias, Dean —respondió el profesor Lupin, guardando la varita—.
¿Continuamos?
Se pusieron otra vez en marcha, mirando al desaliñado profesor Lupin con
creciente respeto. Los condujo por otro corredor y se detuvo en la puerta de la sala de
profesores.
—Entrad, por favor —dijo el profesor Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso.
En la sala de profesores, una estancia larga, con paneles de madera en las paredes y
llena de sillas viejas y dispares, no había nadie salvo un profesor. Snape estaba sentado
en un sillón bajo y observó a la clase mientras ésta penetraba en la sala. Los ojos le
brillaban y en la boca tenía una sonrisa desagradable. Cuando el profesor Lupin entró y
cerró la puerta tras él, dijo Snape:
—Déjela abierta, Lupin. Prefiero no ser testigo de esto. —Se puso de pie y pasó
entre los alumnos. Su toga negra ondeaba a su espalda. Ya en la puerta, giró sobre sus
talones y dijo—: Posiblemente no le haya avisado nadie, Lupin, pero Neville
Longbottom está aquí. Yo le aconsejaría no confiarle nada difícil. A menos que la
señorita Granger le esté susurrando las instrucciones al oído.
Neville se puso colorado. Harry echó a Snape una mirada fulminante; ya era
desagradable que se metiera con Neville en clase, y no digamos delante de otros
profesores.
El profesorLupin había alzado las cejas.
—Tenía la intención de que Neville me ayudara en la primera fase de la operación,
y estoy seguro de que lo hará muy bien.
El rostro de Neville se puso aún más colorado. Snape torció el gesto, pero salió de
la sala dando un portazo.
—Ahora —dijo el profesor Lupin llamando la atención del fondo de la clase, donde
no había más que un viejo armario en el que los profesores guardaban las togas y
túnicas de repuesto. Cuando el profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente,
golpeando la pared.
»No hay por qué preocuparse —dijo con tranquilidad el profesor Lupin cuando
algunos de los alumnos se echaron hacia atrás, alarmados—. Hay un boggart ahí dentro.
Casi todos pensaban que un boggart era algo preocupante. Neville dirigió al
profesor Lupin una mirada de terror y Seamus Finnigan vio con aprensión moverse el
pomo de la puerta.
—A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerrados —prosiguió el profesor
Lupin—: los roperos, los huecos debajo de las camas, el armario de debajo del
fregadero... En una ocasión vi a uno que se había metido en un reloj de pared. Se vino
aquí ayer por la tarde, y le pregunté al director si se le podía dejar donde estaba, para
utilizarlo hoy en una clase de prácticas. La primera pregunta que debemos contestar es:
¿qué es un boggart?
Hermione levantó la mano.
—Es un ser que cambia de forma —dijo—. Puede tomar la forma de aquello que
más miedo nos da.
—Yo no lo podría haber explicado mejor —admitió el profesor Lupin, y Hermione
se puso radiante de felicidad—. El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad,
aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la
persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero
cuando lo dejemos salir; se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto
significa —prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de
terror de Neville—que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el
boggart. ¿Sabes por qué, Harry?
Era difícil responder a una pregunta con Hermione al lado, que no dejaba de
ponerse de puntillas, con la mano levantada. Pero Harry hizo un intento:
—¿Porque somos muchos y no sabe por qué forma decidirse?
—Exacto —dijo el profesor Lupin. Y Hermione bajó la mano algo
decepcionada—. Siempre es mejor estar acompañado cuando uno se enfrenta a un
boggart, porque se despista. ¿En qué se debería convertir; en un cadáver decapitado o en
una babosa carnívora? En cierta ocasión vi que un boggart cometía el error de querer
asustar a dos personas a la vez y el muy imbécil se convirtió en media babosa. No daba
ni gota de miedo. El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza
mental. Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo quetenéis que hacer es
obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica. Practicaremos el
hechizo primero sin la varita. Repetid conmigo: ¡Riddíkulo!
—¡Riddíkulo! —dijeron todos a la vez.
—Bien —dijo el profesor Lupin—. Muy bien. Pero me temoque esto es lo más
fácil. Como veis, la palabra sola no basta. Y aquí es donde entras tú, Neville.
El armario volvió a temblar. Aunque no tanto como Neville, que avanzaba como si
se dirigiera a la horca.
—Bien, Neville —prosiguió el profesor Lupin—. Empecemos por el principio:
¿qué es lo que más te asusta en el mundo? —Neville movió los labios, pero no dijo
nada—. Perdona, Neville, pero no he entendido lo que has dicho —dijo el profesor
Lupin, sin enfadarse.
Neville miró a su alrededor; con ojos despavoridos, como implorando ayuda.
Luego dijo en un susurro:
—El profesor Snape.
Casi todos se rieron. Incluso Neville se sonrió a modo de disculpa. El profesor
Lupin, sin embargo, parecía pensativo.
—El profesor Snape... mm... Neville, creo que vives con tu abuela, ¿es verdad?
—Sí —respondió Neville, nervioso—. Pero no quisiera tampoco que el boggart se
convirtiera en ella.
—No, no. No me has comprendido —dijo el profesor Lupin, sonriendo—. Lo que
quiero saber es si podrías explicarnos cómo va vestida tu abuela normalmente.
Neville estaba asustado, pero dijo:
—Bueno, lleva siempre el mismo sombrero: alto, con un buitre disecado encima; y
un vestido largo... normalmente verde; y a veces, una bufanda de piel de zorro.
—¿Y bolso? —le ayudó el profesor Lupin.
—Sí, un bolso grande y rojo —confirmó Neville.
—Bueno, entonces —dijo el profesor Lupin—, ¿puedes recordar claramente ese
atuendo, Neville? ¿Eres capaz de verlo mentalmente?
—Sí —dijo Neville, con inseguridad, preguntándose qué pasaría a continuación.
—Cuandoel boggart salga de repente de este armario y te vea, Neville, adoptará la
forma del profesor Snape —dijo Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz
alta: ¡Riddíkulo!, concentrándote en el atuendo de tu abuela. Si todo va bien, el boggartprofesor Snape tendrá que ponerse el sombrero, el vestido verde y el bolso grande y
rojo.
Hubo una carcajada general. El armario tembló más violentamente.
—Si a Neville le sale bien —añadió el profesor Lupin—, es probable que el
boggart vuelva su atención hacia cada uno de nosotros, por turno. Quiero que ahora
todos dediquéis un momento a pensar en lo que más miedo os da y en cómo podríais
convertirlo en algo cómico...
La sala se quedó en silencio. Harry meditó... ¿qué era lo que más le aterrorizaba en
el mundo?
Lo primero que le vino a la mente fue lord Voldemort, un Voldemort que hubiera
recuperado su antigua fuerza. Pero antes de haber empezado a planear un posible
contraataque contra un boggart-Voldemort, se le apareció una imagen horrible: una
mano viscosa, corrompida, que se escondía bajo una capa negra..., una respiración
prolongada y ruidosa que salía de una boca oculta... luego un frío tan penetrante que le
ahogaba...
Harry se estremeció. Miró a su alrededor, deseando que nadie lo hubiera notado. La
mayoría de sus compañeros tenía los ojos fuertemente cerrados. Ron murmuraba para
sí:
—Arrancarle las patas.
Harry adivinó de qué se trataba. Lo que más miedo le daba a Ron eran las arañas.
—¿Todos preparados? —preguntó el profesor Lupin.
Harry se horrorizó. Él no estaba preparado. Pero no quiso pedir más tiempo. Todos
los demás asentían con la cabeza y se arremangaban.
—Nos vamos a echar todos hacia atrás, Neville —dijo el profesor Lupin—, para
dejarte el campo despejado. ¿De acuerdo? Después de ti llamaré al siguiente, para que
pase hacia delante... Ahora todos hacia atrás, así Neville podrá tener sitio para
enfrentarse a él.
Todos se retiraron, arrimándose a las paredes, y dejaron a Neville solo, frente al
armario. Estaba pálido y asustado, pero se habíaarremangado la túnica y tenía la varita
preparada.
—A la de tres, Neville —dijo el profesor Lupin, que apuntaba con la varita al pomo
de la puerta del armario—. A la una... a las dos... a las tres... ¡ya!
Un haz de chispas salió de la varita del profesorLupin y dio en el pomo de la
puerta. El armario se abrió de golpe y el profesor Snape salió de él, con su nariz
ganchuda y gesto amenazador. Fulminó a Neville con la mirada.
Neville se echó hacia atrás, con la varita en alto, moviendo la boca sin pronunciar
palabra. Snape se le acercaba, ya estaba a punto de cogerlo por la túnica...
—¡Ri... Riddíkulo! —dijo Neville.
Se oyó un chasquido como de látigo. Snape tropezó: llevaba un vestido largo
ribeteado de encaje y un sombrero alto rematado por un buitre apolillado. De su mano
pendía un enorme bolso rojo.
Hubo una carcajada general. El boggart se detuvo, confuso, y el profesor Lupin
gritó:
—¡Parvati! ¡Adelante!
Parvati avanzó, con el rostro tenso. Snape se volvió hacia ella. Se oyó otro
chasquido y en el lugar en que había estado Snape apareció una momia cubierta de
vendas y con manchas de sangre; había vuelto hacia Parvati su rostro sin ojos, y
comenzó a caminar hacia ella, muy despacio, arrastrando los pies y alzando sus brazos
rígidos...
—¡Riddíkulo! —gritó Parvati.
Se soltó una de las vendas y la momia se enredó en ella, cayó de bruces y la cabeza
salió rodando.
—¡Seamus! —gritó el profesor Lupin.
Seamus pasó junto a Parvati como una flecha.
¡Crac! Donde había estado la momia se encontraba ahora una mujer de pelo negro
tan largo que le llegaba al suelo, con un rostro huesudo de color verde: una banshee.
Abrió la boca completamente y un sonido sobrenatural llenó la sala: un prolongado
aullido que le puso a Harry los pelos de punta.
—¡Riddíkulo! —gritó Seamus.
La banshee emitió un sonido ronco y se llevó la mano al cuello. Se había quedado
afónica.
¡Crac! La banshee se convirtió en una rata que intentaba morderse la cola, dando
vueltas en círculo; a continuación... ¡crac!, se convirtió en una serpiente de cascabel que
se deslizaba retorciéndose, y luego... ¡crac!, en un ojo inyectado en sangre.
—¡Está despistado! —gritó Lupin—. ¡Lo estamos logrando! ¡Dean!
Dean se adelantó.
¡Crac! El ojo se convirtió en una mano amputada que se dio la vuelta y comenzó a
arrastrarse por el suelo como un cangrejo.
—¡Riddíkulo! —gritó Dean.
Se oyó un chasquido y la mano quedó atrapada en una ratonera.
—¡Excelente! ¡Ron, te toca!
Ron se dirigió hacia delante.
¡Crac!
Algunos gritaron. Una araña gigante, de dos metros de altura y cubierta de pelo, se
dirigía hacia Ron chascando las pinzas amenazadoramente. Por un momento, Harry
pensó que Ron se había quedado petrificado. Pero entonces...
—¡Riddíkulo! —gritó Ron.
Las patas de la araña desaparecieron y el cuerpo empezó a rodar. Lavender Brown
dio un grito y se apartó de su camino a toda prisa. El cuerpo de la araña fue a detenerse
a los pies de Harry. Alzó la varita, pero...
—¡Aquí! —gritó el profesor Lupin de pronto, avanzando rápido hacia la araña.
¡Crac!
La araña sin patas había desaparecido. Durante un segundo todos miraron a su
alrededor con los ojos bien abiertos, buscándola. Entonces vieron una esfera de un
blanco plateado que flotaba en el aire, delante de Lupin, que dijo ¡Riddíkulo! casi con
desgana.
¡Crac!
—¡Adelante,Neville, y termina con él! —dijo Lupin cuando el boggart cayó al
suelo en forma de cucaracha. ¡Crac! Allí estaba de nuevo Snape. Esta vez, Neville
avanzó con decisión.
—¡Riddíkulo! —gritó, y durante una fracción de segundo vislumbraron a Snape
vestido de abuela, antes de que Neville emitiera una sonora carcajada y el boggart
estallara en mil volutas de humo y desapareciera.
—¡Muy bien! —gritó el profesor Lupin mientras la clase prorrumpía en aplausos—
. Muy bien, Neville. Todos lo habéis hecho muy bien. Veamos... cinco puntos para
Gryffindor por cada uno de los que se han enfrentado al boggart... Diez por Neville,
porque lo hizo dos veces. Y cinco por Hermione y otros cinco por Harry.
—Pero yo no he intervenido —dijo Harry.
—Tú y Hermione contestasteis correctamente a mis preguntas al comienzo de la
clase —dijo Lupin sin darle importancia—. Muy bien todo el mundo. Ha sido una clase
estupenda. Como deberes, vais a tener que leer la lección sobre los boggart y hacerme
un resumen. Me lo entregaréis el lunes. Eso es todo.
Los alumnos abandonaron entusiasmados la sala de profesores. Harry, sin embargo,
no estaba contento. El profesor Lupin le había impedido deliberadamente que se
enfrentara al boggart. ¿Por qué? ¿Era porque había visto a Harry desmayarse enel tren y
pensó que no sería capaz? ¿Había pensado que Harry se volvería a desmayar?
Pero nadie más se había dado cuenta.
—¿Habéis visto cómo he podido con la banshee? —decía Seamus.
—¿Y la mano? —dijo Dean, imitándola con la suya.
—¿Y Snape con el sombrero?
—¿Y mi momia?
—Me pregunto por qué al profesor Lupin le dan miedo las bolas de cristal
—preguntó Lavender.
—Ha sido la mejor clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido.
¿No es verdad? —dijo Ron, emocionado, mientras regresaban al aula para coger las
mochilas.
—Parece un profesor muy bueno —dijo Hermione—. Pero me habría gustado
haberme enfrentado al boggart yo también.
—¿En qué se habría convertido el boggart? —le preguntó Ron, burlándose—, ¿en
un trabajo de clase en el que sólo te pusieran un nueve?
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La huida de la señora gorda
En muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en lafavorita de la mayoría. Sólo Draco Malfoy y su banda de Slytherin criticaban al profesor
Lupin:
—Mira cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba
el profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.
Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera
remendada y raída. Sus siguientes clases fueron tan interesantes como la primera.
Después de los boggarts estudiaron a los gorros rojos, unas criaturas pequeñas y
desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que
hubiera habido derramamiento de sangre, en las mazmorras de los castillos, en los
agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se
extraviaban. De los gorros rojos pasaron a los kappas, unos repugnantes moradores del
agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban
estrangulando a los que ignorantes que cruzaban sus estanques.
Harry habría querido que sus otras clases fueran igual de entretenidas. La peor de
todas era Pociones. Snape estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y
todos sabían por qué. La historia del boggart que había adoptado la forma de Snape y el
modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido
por todo el colegio. Snape no lo encontraba divertido. A la primera mención del
profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora. A Neville lo acosaba
más que nunca.
Harry también aborrecía las horas que pasaba en la agobiante sala de la torre norte
de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando olvidar
que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que lo miraba.
No le podía gustar la profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la clase la
trataran con un respeto que rayaba en la reverencia. Parvati Patil y Lavender Brown
habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a
la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba
enojoso, como si supieran cosas que los demás ignoraban. Habían comenzado a hablarle
a Harry en susurros, como si se encontrara en su lecho de muerte.
A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas,
que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente
aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban lección tras lección
aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas
criaturas del universo.
—¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra
hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.
A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que mantuvo ocupado a
Harry, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases. Se
aproximaba la temporada de quidditch y Oliver Wood, capitán del equipo de
Gryffindor; convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la
nueva temporada.
En un equipo de quidditch había siete personas: tres cazadores, cuya función era
marcar goles metiendo el quaffle (un balón como el de fútbol, rojo) por uno de los aros
que había en cada lado del campo, a una altura de quince metros; dos golpeadores
equipados con fuertes bates para repeler las bludgers (dos pesadas pelotas negras que
circulaban muy aprisa, zumbando de un lado para otro, intentando derribar a los
jugadores); un guardián que defendía los postes sobre los que estaban los aros; y el
buscador; que tenía el trabajo más difícil de todos, atrapar la dorada snitch, una pelota
pequeña con alas, del tamaño de una nuez, cuya captura daba por finalizado el juego y
otorgaba ciento cincuenta puntos al equipo del buscador que la hubiera atrapado.
Oliver Wood era un fornido muchacho de diecisiete años que cursaba su séptimo y
último curso. Había cierto tono de desesperación en su voz mientras se dirigía a sus
compañeros de equipo en los fríos vestuarios del campo de quidditch que se iba
quedando a oscuras.
—Es nuestra última oportunidad..., mi última oportunidad... de ganar la copa de
quidditch —les dijo, paseándose con paso firme delante de ellos—. Me marcharé al
final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha ganado ni una
vez en los últimos siete años. De acuerdo, hemos tenido una suerte horrible: heridos...,
cancelacióndel torneo el curso pasado... —Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún
le pusiera un nudo en la garganta—. Pero también sabemos que contamos con el
mejor... equipo... de este... colegio —añadió, golpeándose la palma de una mano con el
puño de la otra y con el conocido brillo frenético en los ojos—. Contamos con tres
cazadoras estupendas. —Wood señaló a Alicia Spinnet, Angelina Johnson y Katie
Bell—. Tenemos dos golpeadores invencibles.
—Déjalo ya, Oliver; nos estás sacando los colores —dijeron Fred y George a la
vez, haciendo como que se sonrojaban.
—¡Y tenemos un buscador que nos ha hecho ganar todos los partidos! —dijo
Wood, con voz retumbante y mirando a Harry con orgullo incontenible—. Y estoy yo
—añadió.
—Nosotros creemos que tú también eres muy bueno —dijo George.
—Un guardián muy chachi —confirmó Fred.
—La cuestión es —continuó Wood, reanudando los paseos—que la copa de
quidditch debiera de haber llevado nuestro nombre estos dos últimos años. Desde que
Harry se unió al equipo, he pensado que lacosa estaba chupada. Pero no lo hemos
conseguido y este curso es la última oportunidad que tendremos para ver nuestro
nombre grabado en ella...
Wood hablaba con tal desaliento que incluso a Fred y a George les dio pena.
—Oliver, éste será nuestro año —aseguró Fred.
—Lo conseguiremos, Oliver —dijo Angelina.
—Por supuesto —corroboró Harry.
Con la moral alta, el equipo comenzó las sesiones de entrenamiento, tres tardes a la
semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras, pero no
había barro, viento ni lluvia que pudieran empañar la ilusión de ganar por fin la enorme
copa de plata.
Una tarde, después del entrenamiento, Harry regresó a la sala común de Gryffindor
con frío y entumecido, pero contento por la manera en que se había desarrollado el
entrenamiento, y encontró la sala muy animada.
—¿Qué ha pasado? —preguntó a Ron y Hermione, que estaban sentados al lado del
fuego, en dos de las mejores sillas, terminando unos mapas del cielo para la clase de
Astronomía.
—Primer fin desemana en Hogsmeade —le dijo Ron, señalando una nota que
había aparecido en el viejo tablón de anuncios—. Finales de octubre. Halloween.
—Estupendo —dijo Fred, que había seguido a Harry por el agujero del retrato—.
Tengo que ir a la tienda de Zonko: casino me quedan bombas fétidas.
Harry se dejó caer en una silla, al lado de Ron, y la alegría lo abandonó. Hermione
comprendió lo que le pasaba.
—Harry, estoy segura de que podrás ir la próxima vez —le consoló—. Van a
atrapar a Black enseguida. Ya lo han visto una vez.
—Black no está tan loco como para intentar nada en Hogsmeade. Pregúntale a
McGonagall si puedes ir ahora, Harry. Pueden pasar años hasta la próxima ocasión.
—¡Ron! —dijo Hermione—. Harry tiene que permanecer en el colegio...
—No puede ser el único de tercero que no vaya. Vamos, Harry, pregúntale a
McGonagall...
—Sí, lo haré —dijo Harry, decidiéndose.
Hermione abrió la boca para sostener la opinión contraria, pero en ese momento
Crookshanks saltó con presteza a su regazo.
Una araña muerta y grande le colgaba de la boca.
—¿Tiene que comerse eso aquí delante? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.
—Bravo, Crookshanks, ¿la has atrapado tú solito? —dijo Hermione.
Crookshanks masticó y tragó despacio la araña, con los ojos insolentemente fijos
en Ron.
—No lo sueltes —pidió Ron irritado, volviendo a su mapa del cielo—. Scabbers
está durmiendo en mi mochila.
Harry bostezó. Le apetecía acostarse, pero antes tenía que terminar su mapa. Cogió
la mochila, sacó pergamino, pluma y tinta, y empezó a trabajar.
—Si quieres, puedes copiar el mío —le dijo Ron, poniendo nombre a su última
estrella con un ringorrango y acercándole el mapa a Harry.
Hermione, que no veía con buenos ojos que se copiara, apretó los labios, pero no
dijo nada. Crookshanks seguía mirando a Ron sin pestañear; sacudiendo el extremo de
su peluda cola. Luego, sin previo aviso, dio un salto.
—¡EH! —gritó Ron, apoderándose de la mochila, al mismo tiempo que
Crookshanks clavaba profundamente en ella sus garras y comenzaba a rasgarla con
fiereza—. ¡SUELTA, ESTÚPIDO ANIMAIAL!
Ron intentó arrebatar la mochila a Crookshanks, pero el gato siguió aferrándola con
sus garras, bufando y rasgándola.
—¡No le hagas daño, Ron! —gritó Hermione. Todos los miraban. Ron dio vueltas
a la mochila, con Crookshanks agarrado todavía a ella, y Scabbers salió dando un
salto...
—¡SUJETAD A ESE GATO! —gritó Ron en el momento en que Crookshanks
soltaba los restos de la mochila, saltaba sobre la mesa y perseguía a la aterrorizada
Scabbers.
George Weasley se lanzó sobre Crookshanks, pero no lo atrapó; Scabbers pasó
como un rayo entre veinte pares de piernas y se fue a ocultar bajo una vieja cómoda.
Crookshanks patinó y frenó, se agachó y se puso a dar zarpazos con una pata delantera.
Ron y Hermione se apresuraron a echarse sobre él. Hermione cogió a Crookshanks
por el lomo y lo levantó. Ron se tendió en el suelo y sacó a Scabbers con alguna
dificultad, tirando de la cola.
—¡Mírala! —le dijo a Hermione hecho una furia, poniéndole a Scabbers delante de
los ojos—. ¡Está enlos huesos! Mantén a ese gato lejos de ella.
—¡Crookshanks no sabe lo que hace! —dijo la joven con voz temblorosa—.
¡Todos los gatos persiguen a las ratas, Ron!
—¡Hay algo extraño en ese animal! —dijo Ron, que intentaba persuadir a la
frenética Scabbers de que volviera a meterse en su bolsillo—. Me oyó decir que
Scabbers estaba en la mochila.
—Vaya, qué tontería —dijo Hermione, hartándose—. Lo que pasa es que
Crookshanks la olió. ¿Cómo si no crees que...?
—¡Ese gato la ha tomado con Scabbers! —dijo Ron, sin reparar en cuantos había a
su alrededor; que empezaban a reírse—. Y Scabbers estaba aquí primero. Y está
enferma.
Ron se marchó enfadado, subiendo por las escaleras hacia los dormitorios de los
chicos.
Al día siguiente, Ron seguía enfadado con Hermione. Apenas habló con ella durante la
clase de Herbología, aunque Harry, Hermione y él trabajaban juntos con la misma
Vainilla de viento.
—¿Cómo está Scabbers? —le preguntó Hermione acobardada, mientras arrancaban
a la planta unas vainas gruesas y rosáceas, y vaciaban las brillantes habas en un balde de
madera.
—Está escondida debajo de mi cama, sin dejar de temblar —dijo Ron
malhumorado, errando la puntería y derramando las habas por el suelo del invernadero.
—¡Cuidado, Weasley, cuidado! —gritó la profesora Sprout, al ver que las habas
retoñaban ante sus ojos.
Luego tuvieron Transformaciones. Harry, que estaba resuelto a pedirle después de
clase a la profesora McGonagall que le dejara ir a Hogsmeade con los demás, se puso en
la cola que había en la puerta, pensando en cómo convencerla. Lo distrajo un alboroto
producido al principio de la hilera. Lavender Brown estaba llorando. Parvati la rodeaba
con el brazo y explicaba algo a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, que escuchaban
muy serios.
—¿Qué ocurre, Lavender? —preguntó preocupada Hermione, cuando ella, Harry y
Ron se acercaron al grupo.
—Esta mañana ha recibido una carta de casa —susurró Parvati—. Se trata de su
conejo Binky. Un zorro lo ha matado.
—¡Vaya! —dijo Hermione—. Lo siento, Lavender.
—¡Tendría que habérmelo imaginado! —dijo Lavender en tono trágico—. ¿Sabéis
qué día es hoy?
—Eh...
—¡16 de octubre! ¡«Eso que temes ocurrirá el viernes 16 de octubre»! ¿Os
acordáis? ¡Tenía razón!
Toda la clase se acababa de reunir alrededor de Lavender. Seamus cabeceó con
pesadumbre. Hermione titubeó. Luego dijo:
—Tú, tú... ¿temías que un zorro matara a Binky?
—Bueno, no necesariamente un zorro —dijo Lavender; alzando la mirada hacia
Hermione y con los ojos llenos de lágrimas—. Pero tenía miedo de que muriera.
—Vaya —dijo Hermione. Volvió a guardar silencio. Luego preguntó—: ¿Era
viejo?
—No... —dijo Lavender sollozando—. ¡So... sólo era una cría!
Parvati le estrechó los hombros con más fuerza.
—Pero entonces, ¿por qué temías que muriera? —preguntó Hermione. Parvati la
fulminó con la mirada—. Bueno, miradlo lógicamente —añadió Hermione hacia el resto
del grupo—. Lo que quiero decir es que..., bueno, Binky ni siquiera ha muerto hoy. Hoy
es cuando Lavender ha recibido la noticia... —Lavender gimió—. Y no puede haberlo
temido, porque la ha pillado completamente por sorpresa.
—No le hagas caso, Lavender —dijo Ron—. Las mascotas de los demás no le
importan en absoluto.
La profesora McGonagall abrió en ese momento la puerta del aula, lo que tal vez
fue una suerte. Hermione y Ron se lanzaban ya miradas asesinas, y al entrar en el aula
se sentaron uno a cada lado de Harry y no se dirigieron la palabra en toda la hora.
Harry no había pensado aún qué le iba a decir a la profesora McGonagall cuando
sonara el timbre al final de la clase, pero fue ella la primera en sacar el tema de
Hogsmeade.
—¡Un momento, por favor! —dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a
salir—. Dado que sois todos de Gryf findor; como yo, deberíais entregarme vuestras
autorizaciones antes de Halloween. Sin autorización no hay visita al pueblo, así que no
se os olvide.
Neville levantó la mano.
—Perdone, profesora. Yo... creo que he perdido...
—Tu abuela me la envió directamente, Longbottom —dijo la profesora
McGonagall—. Pensó que era más seguro. Bueno, eso es todo, podéis salir.
—Pregúntaselo ahora —susurró Ron a Harry
—Ah, pero... —fue a decir Hermione.
—Adelante, Harry —le incitó Ron con testarudez.
Harry aguardó a que saliera el resto de la clase y se acercó nervioso a la mesa de la
profesora McGonagall.
—¿Sí, Potter?
Harry tomó aire.
—Profesora, mis tíos... olvidaron... firmarme la autorización —dijo.
La profesora McGonagall lo miró por encima de sus gafas cuadradas, pero no dijo
nada.
—Y por eso... eh... ¿piensa que podría... esto... ir a Hogsmeade?
La profesora McGonagall bajó la vista y comenzó a revolver los papeles de su
escritorio.
—Me temo que no, Potter. Ya has oído lo que dije. Sin autorización no hay visita al
pueblo. Es la norma.
—Pero... mis tíos... ¿sabe?, son muggles. No entienden nada de... de las cosas de
Hogwarts —explicó Harry, mientras Ron le hacía señas de ánimo—. Si usted me diera
permiso...
—Pero no te lo doy —dijo la profesora McGonagall poniéndose en pie y
guardando ordenadamente sus papeles en un cajón—. El impreso de autorización dice
claramente que el padre o tutor debe dar permiso. —Se volvió para mirarlo, con una
extraña expresión en el rostro. ¿Era de pena?—. Lo siento, Potter; pero es mi última
palabra. Lo mejor será que te des prisa o llegarás tarde a lapróxima clase.
No había nada que hacer. Ron llamó de todo a la profesora McGonagall y eso le pareció
muy mal a Hermione. Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a
Ron aún más, y Harry tuvo que aguantar que todos sus compañeros de clase comentaran
en voz alta y muy contentos lo que harían al llegar a Hogsmeade.
—Por lo menos te queda el banquete. Ya sabes, el banquete de la noche de
Halloween.
—Sí —aceptó Harry con tristeza—. Genial.
El banquete de Halloween era siempre bueno, pero sabría mucho mejor si acudía a
él después de haber pasado el día en Hogsmeade con todos los demás. Nada de lo que le
dijeran le hacía resignarse. Dean Thomas, que era bueno con la pluma, se había ofrecido
a falsificar la firma de tío Vernon, pero como Harry ya le había dicho a la profesora
McGonagall que no se la habían firmado, no era posible probar aquello. Ron sugirió no
muy convencido la capa invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad
recordándole a Ron lo que les había dicho Dumbledore sobre que los dementores podían
ver a través de ellas.
Percy pronunció las palabras que probablemente le ayudaron menos a resignarse:
—Arman mucho revuelo con Hogsmeade, pero te puedo asegurar que no es para
tanto —le dijo muy serio—. Bueno, es verdad que la tienda de golosinas es bastante
buena, pero la tienda de artículos de broma de Zonko es francamente peligrosa. Y la
Casa de los Gritos merece la visita, pero aparte de eso no te pierdes nada.
La mañana del día de Halloween, Harry se despertó al mismo tiempo que los demás y
bajó a desayunar muy triste, pero tratando de disimularlo.
—Te traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —le dijo Hermione,
compadeciéndose de él.
—Sí, montones —dijo Ron. Por fin habían hecho las paces él y Hermione.
—Noos preocupéis por mí —dijo Harry con una voz que procuró que le saliera
despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Divertios.
Los acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado interior
de la puerta, señalaba los nombres enuna lista, examinando detenida y recelosamente
cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso.
—¿Te quedas aquí, Potter? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe y
a Goyle—. ¿No te atreves a cruzarte con los dementores?
Harry no le hizo caso y volvió solo por las escaleras de mármol y los pasillos
vacíos, y llegó a la torre de Gryffindor.
—¿Contraseña? —dijo la señora gorda despertándose sobresaltada.
—«Fortuna maior» —contestó Harry con desgana.
El retrato le dejó paso y entró en lasala común. Estaba repleta de chavales de
primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que
obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba.
—¡Harry! ¡Harry! ¡Hola, Harry! —Era Colin Creevey, un estudiante de segundo
que sentía veneración por Harry y nunca perdía la oportunidad de hablar con él—. ¿No
vas a Hogsmeade, Harry? ¿Por qué no? ¡Eh! —Colin miró a sus amigos con interés—,
¡si quieres puedes venir a sentarte con nosotros!
—No, gracias, Colin —dijo Harry, que no estaba de humor para ponerse delante de
gente deseosa de contemplarle la cicatriz de la frente—.Yo... he de ir a la biblioteca.
Tengo trabajo.
Después de aquello no tenía más remedio que dar media vuelta y salir por el
agujero del retrato.
—¿Con qué motivo me has despertado? —refunfuñó la señora gorda cuando pasó
por allí.
Harry anduvo sin entusiasmo hacia la biblioteca, pero a mitad de camino cambió de
idea; no le apetecía trabajar. Dio media vuelta y se topó de cara con Filch, que acababa
de despedir al último de los visitantes de Hogsmeade.
—¿Qué haces? —le gruñó Filch, suspicaz.
—Nada —respondió Harry con franqueza.
—¿Nada? —le soltó Filch, con las mandíbulas temblando—. ¡No me digas!
Husmeando por ahí tú solo. ¿Por qué no estás en Hogsmeade, comprando bombas
fétidas, polvos para eructar y gusanos silbantes, como el resto de tus desagradables
amiguitos?
Harry se encogió de hombros.
—Bueno, regresa a la sala común de tu colegio —dijo Filch, que siguió mirándolo
fijamente hasta que Harry se perdió de vista.
Pero Harry no regresó a la sala común; subió una escalera, pensando en que tal vez
podía ir a la pajarera de las lechuzas, e iba por otro pasillo cuando dijo una voz que salía
del interior de un aula:
—¿Harry? —Harry retrocedió para ver quién lo llamaba y se encontró al profesor
Lupin, que lo miraba desde la puerta de su despacho—. ¿Qué haces? —le preguntó
Lupin en un tono muy diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione?
—En Hogsmeade —respondió Harry; con voz que fingía no dar importancia a lo
que decía.
—Ah —dijo Lupin. Observó a Harry un momento—. ¿Por qué no pasas? Acabo de
recibir un grindylow para nuestra próxima clase.
—¿Un qué? —preguntó Harry.
Entró en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de
agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba
la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.
—Es un demonio de agua —dijo Lupin, observando el grindylow ensimismado—.
No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los kappas. El truco es
deshacerse de su tenaza. ¿Te das cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos?
Fuertes, pero muy quebradizos.
El grindylow enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que
había en un rincón.
—¿Una taza de té? —le preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.
—Bueno —dijo Harry, algo embarazado.
Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de
vapor.
—Siéntate —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo
tengo té en bolsitas. Aunque me imagino que estarás harto del té suelto.
Harry lo miró. A Lupin le brillaban los ojos.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry
—Me lo ha dicho la profesora McGonagall —explicó Lupin, pasándole a Harry
una taza descascarillada—. No te preocupa, ¿verdad?
—No —respondió Harry
Pensó por un momento en contarle a Lupin lo del perro que había visto en la calle
Magnolia, pero se contuvo. No quería que Lupin creyera que era un cobarde y menos
desde que el profesor parecía suponer que no podía enfrentarse a un boggart.
Algo de los pensamientos de Harry debió de reflejarse en su cara, porque Lupin
dijo:
—¿Estás preocupado por algo, Harry?
—No —mintió Harry. Sorbió un poco de té y vio que el grindylow lo amenazaba
con el puño—. Sí —dijo de repente, dejando el té en el escritorio de Lupin—.
¿Recuerda el día que nos enfrentamos al boggart?
—Sí —respondió Lupin.
—¿Por qué no me dejó enfrentarme a él? —le preguntó.
Lupin alzó las cejas.
—Creí que estaba claro —dijo sorprendido.
Harry, que había imaginado que Lupin lo negaría, se quedó atónito.
—¿Por qué? —volvió a preguntar.
—Bueno —respondió Lupin frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el
boggart se enfrentaba contigo adoptaría la forma de lord Voldemort.
Harry se le quedó mirando, impresionado. No sólo era aquélla la respuesta que
menos esperaba, sino que además Lupin había pronunciado el nombre de Voldemort. La
única persona a la que había oído pronunciar ese nombre (aparte de él mismo) era el
profesor Dumbledore.
—Es evidente que estaba en un error —añadió Lupin, frunciendo el entrecejo—.
Pero no creí que fuera buena idea que Voldemort se materializase en la sala de
profesores. Pensé que se aterrorizarían.
—El primero enquien pensé fue Voldemort —dijo Harry con sinceridad—. Pero
luego recordé a los dementores.
—Ya veo —dijo Lupin pensativamente—. Bien, bien..., estoy impresionado.
—Sonrió ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harry—. Eso sugiere que lo
que más miedo te da es... el miedo. Muy sensato, Harry.
Harry no supo qué contestar; de forma que dio otro sorbo al té.
—¿Así que pensabas que no te creía capaz de enfrentarte a un boggart? —dijo
Lupin astutamente.
—Bueno..., sí —dijo Harry. Estaba mucho más contento—. Profesor Lupin, usted
conoce a los dementores...
Le interrumpieron unos golpes en la puerta.
—Adelante —dijo Lupin.
Se abrió la puerta y entró Snape. Llevaba una copa de la que salía un poco de humo
y se detuvo al ver a Harry. Entornó sus ojos negros.
—¡Ah, Severus! —dijo Lupin sonriendo—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí,
en el escritorio? —Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban de Harry a Lupin—.
Estaba enseñando a Harry mi grindylow —dijo Lupin con cordialidad, señalando el
depósito.
—Fascinante —comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya,
Lupin.
—Sí, sí, enseguida —dijo Lupin.
—He hecho un caldero entero. Si necesitas más...
—Seguramente mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus.
—De nada —respondió Snape. Pero había en sus ojos una expresión que a Harry
no le gustó. Salió del despacho retrocediendo, sin sonreír y receloso.
Harry miró la copa con curiosidad. Lupin sonrió.
—El profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción —dijo—.
Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente difícil.
—Cogió la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió, tomando un
sorbito y torciendo la boca.
—¿Por qué...? —comenzó Harry.
Lupin lo miró y respondió a la pregunta que Harry no había acabado de formular:
—No me he encontrado muy bien —dijo—. Esta poción es lo único que me sana.
Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos capaces de
prepararla.
El profesor Lupin bebió otro sorbo y Harry tuvo el impulso de quitarle la copa de
las manos.
—El profesor Snape está muy interesado por las Artes Oscuras —barbotó.
—¿De verdad? —preguntó Lupin, sin mucho interés, bebiendo otro trago de la
poción.
—Hay quien piensa... —Harry dudó, pero se atrevió a seguir hablando—, hay
quien piensa que sería capaz de cualquier cosa para conseguir el puesto de profesor de
Defensa Contra las Artes Oscuras.
Lupin vació la copa e hizo un gesto de desagrado.
—Asqueroso —dijo—. Bien, Harry. Tengo que seguir trabajando. Nos veremos en
el banquete.
—De acuerdo —dijo Harry, dejando su taza de té. La copa, ya vacía, seguía
echando humo.
—Aquí tienes —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.
Un chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Harry.
Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala
común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo pasado mejor
que en toda su vida.
—Gracias —dijo Harry, cogiendo un paquete de pequeñosy negros diablillos de
pimienta—. ¿Cómo es Hogsmeade? ¿Dónde habéis ido?
A juzgar por las apariencias, a todos los sitios. A Dervish y Banges, la tienda de
artículos de brujería, a la tienda de artículos de broma de Zonko, a Las Tres Escobas,
para tomarse unas cervezas de mantequilla caliente con espuma, y a otros muchos
sitios...
—¡La oficina de correos, Harry! ¡Unas doscientas lechuzas, todas descansando en
anaqueles, todas con claves de colores que indican la velocidad de cada una!
Honeydukes tiene un nuevo caramelo: daban muestras gratis. Aquí tienes un poco,
mira.
—Nos ha parecido ver un ogro. En Las Tres Escobas hay todo tipo de gente...
—Ojalá te hubiéramos traído cerveza de mantequilla. Realmente te reconforta.
—¿Y tú que has hecho? —le preguntóHermione—. ¿Has trabajado?
—No —respondió Harry—. Lupin me invitó a un té en su despacho. Y entró
Snape...
Les contó lo de la copa. Ron se quedó con la boca abierta.
—¿Y Lupin se la bebió? —exclamó—. ¿Está loco?
Hermione miró la hora.
—Será mejor que vayamos bajando El banquete empezará dentro de cinco minutos
Pasaron por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape.
—Pero si él..., ya sabéis... —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededor con
cautela—. Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Harry.
—Sí, quizá tengas razón —dijo Harry mientras llegaban al vestíbulo y lo cruzaban
para entrar en el Gran Comedor. Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas
dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchasserpentinas de
color naranja brillante que caían del techo como culebras de río.
La comida fue deliciosa. Incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de
los dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron. Harry no paraba de mirar a la
mesa de los profesores. El profesor Lupin parecía alegre y más sano que nunca. Hablaba
animadamente con el pequeñísimo profesor Flitwick, que impartía Encantamientos.
Harry recorrió la mesa con la mirada hasta el lugar en que se sentaba Snape. ¿Se lo
estaba imaginando o Snape miraba a Lupin y parpadeaba más de lo normal?
El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de
los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi
Decapitado, el fantasma de Gryffindor; cosechó un gran éxito con una representación de
su propia desastrosa decapitación.
Fue una noche tan estupenda que Malfoy no pudo enturbiar el buen humor de
Harry al gritarle por entre la multitud, cuando salían del Gran Comedor:
—¡Los dementores te envían recuerdos, Potter!
Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los de su casa por el camino de la
torre de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el retrato de
la señora gorda, lo encontraron atestado de alumnos.
—¿Por qué no entran? —preguntó Ron intrigado.
Harry miró delante de él, por encima de las cabezas. El retrato estaba cerrado.
—Dejadme pasar; por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a
través de la multitud, dándose importancia—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que
nadie se acuerde de la contraseña. Dejadme pasar, soy el Premio Anual.
La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si
un aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percydecía con una voz
repentinamente aguda:
—Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.
Las cabezas se volvieron. Los de atrás se ponían de puntillas.
—¿Qué sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar. Al cabo de un instante
hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los
alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Harry; Ron y Hermione se
acercaron un poco para ver qué sucedía.
—¡Anda, mi madr...! —exclamó Hermione, cogiéndose al brazo de Harry.
La señora gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan
ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos
grandes.
Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos
entristecidos vio a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban a toda
prisa.
—Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor; profesora McGonagall,
dígale enseguida al señor Filch que busque a la señora gorda por todos los cuadros del
castillo.
—¡Apañados vais! —dijo una voz socarrona.
Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como
cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema.
—¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La
sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz
empalagosa que no era mejor que su risa.
—Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer.
La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor; esquivando los árboles y gritando
algo terrible —dijo con alegría—. Pobrecita —añadió sin convicción.
—¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.
—Sí, señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus
brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? —Peeves dio una
vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas—.
Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.
9
La derrota
El profesor Dumbledore mandó que los estudiantes de Gryffindor volvieran al GranComedor; donde se les unieron, diez minutos después, los de Ravenclaw, Hufflepuff y
Slytherin. Todos parecían confusos.
—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el
castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban
todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por vuestra propia seguridad,
tendréis que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia enlas puertas
del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales. Comunicadme
cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente
orgulloso—. Avisadme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se
detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitareis...
Con un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes
del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de
mullidos sacos de dormir rojos.
—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.
El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al
resto del colegio lo que acababa de suceder.
—¡Todos a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla!
¡Apagaré las luces dentro de diez minutos!
—Vamos —dijo Ron a Hermione y a Harry. Cogieron tres sacos de dormir y se los
llevaron a un rincón.
—¿Creéis que Black sigue en el castillo? —susurró Hermione con preocupación.
—Evidentemente, Dumbledore piensa que es posible —dijo Ron.
—Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿os dais cuenta? —dijo Hermione,
mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para
hablar—. La única noche que no estábamos en la torre...
—Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —dijo Ron—. No se ha dado
cuenta de que es Halloween. De lo contrario, habría entrado aquí a saco.
Hermione se estremeció.
A su alrededor todos se hacían la misma pregunta:
—¿Cómo ha podido entrar?
—A lo mejor sabe cómoaparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba
cerca de ellos—. Cómo salir de la nada.
—A lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff, de quinto curso.
—Podría haber entrado volando—sugirió Dean Thomas.
—Hay que ver; ¿es que soy la única personaque ha leído Historia de Hogwarts?
—preguntó Hermione a Harry y a Ron, perdiendo la paciencia.
—Casi seguro —dijo Ron—. ¿Por qué lo dices?
—Porque el castillo no está protegido sólo por muros —indicó Hermione—, sino
también por todo tipo de encantamientos para evitar que nadie entre furtivamente. No es
tan fácil aparecerse aquí. Y quisiera ver el disfraz capaz de engañar a los dementores.
Vigilan cada una de las entradas a los terrenos del colegio. Si hubiera entrado volando,
también lo habrían visto. Filch conoce todos los pasadizos secretos y estarán vigilados.
—¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté
metido en el saco y callado.
Todas las velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color
de plata,que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos, y del
techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior. Entre aquello y
el cuchicheo ininterrumpido de sus compañeros, Harry se sintió como durmiendo a la
intemperie, arrullado por la brisa.
Cada hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en
orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos muchos
alumnos, entró el profesor Dumbledore. Harry vio que iba buscando a Percy, que
rondaba por entre los sacos de dormir amonestando a los que hablaban. Percy estaba a
corta distancia de Harry, Ron y Hermione, que fingieron estar dormidos cuando se
acercaron los pasos de Dumbledore.
—¿Han encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro.
—No. ¿Por aquí todo bien?
—Todo bajo control, señor.
—Bien. No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda
provisional para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos.
—¿Y la señora gorda, señor?
—Se había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se
negó a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó. Sigue muy consternada,
pero en cuanto se tranquilice le diré al señor Filch que restaure el lienzo.
Harry oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos.
—¿Señor director? —Era Snape. Harry se quedó completamente inmóvil,
aguzando el oído—. Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha
examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.
—¿Y la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera
de las lechuzas?
—Lo hemos registrado todo...
—Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongarasu estancia
aquí.
—¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar; profesor? —preguntó Snape.
Harry alzó la cabeza ligeramente, para desobstruirse el otro oído.
—Muchas, Severus, pero todas igual de improbables.
Harry abrió un poco los ojos y miró hacia donde se encontraban ellos. Dumbledore
estaba de espaldas a él, pero pudo ver el rostro de Percy, muy atento, y el perfil de
Snape, que parecía enfadado.
—¿Se acuerda, señor director; de la conversación que tuvimos poco antes de...
comenzar el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que Percy
no se enterara.
—Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de
reconvención.
—Parece... casi imposible... que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda
del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló...
—No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore
en un tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó—.
Tengo que bajar a ver a los dementores. Les dijeque les informaría cuando hubiéramos
terminado el registro.
—¿No quisieron ayudarnos, señor? —preguntó Percy.
—Sí, desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que
mientras yo sea director; ningún dementor cruzará el umbral de este castillo.
Percy se quedó un poco avergonzado. Dumbledore salió del salón con rapidez y
silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una expresión
de profundo resentimiento. Luego también él se marchó.
Harry miró a ambos lados, a Ron y a Hermione. Tanto uno como otro tenían los
ojos abiertos, reflejando el techo estrellado.
—¿De qué hablaban? —preguntó Ron.
Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius
Black. Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron
cada vez más fantásticas; Hannah Abbott, de Hufflepuff, se pasó la mayor parte de la
clase de Herbología contando que Black podía transformarse en un arbusto florido.
Habían quitado de la pared el lienzo rasgado dela señora gorda y lo habían
reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris. Esto no
le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a
duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente
complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.
—Está loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay
otro disponible?
—Ninguno de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban
asustados por lo que le ha ocurrido a la señora gorda. Sir Cadogan fue el único lo
bastante valiente para ofrecerse voluntario.
Lo que menos preocupaba a Harry era sir Cadogan. Lo vigilaban muy de cerca. Los
profesores buscaban disculpas para acompañarlo por los corredores,y Percy Weasley
(obrando, según sospechaba Harry, por instigación de su madre) le seguía los pasos por
todas partes, como un perro guardián extremadamente pomposo. Para colmo, la
profesora McGonagall lo llamó a su despacho y lo recibió con una expresión tan
sombría que Harry pensó que se había muerto alguien.
—No hay razón para que te lo ocultemos por más tiempo, Potter —dijo muy
seriamente—. Sé que esto te va a afectar; pero Sirius Black...
—Ya sé que va detrás de mí —dijo Harry, un poco cansado—. Oí al padre de Ron
cuando se lo contaba a su mujer. El señor Weasley trabaja para el Ministerio de Magia.
La profesora McGonagall se sorprendió mucho. Miró a Harry durante un instante y
dijo:
—Ya veo. Bien, en ese caso comprenderás por qué creo que no debes ir por las
tardes a los entrenamientos de quidditch. Es muy arriesgado estar ahí fuera, en el
campo, sin más compañía que los miembros del equipo...
—¡El sábado tenemos nuestro primer partido —dijo Harry, indignado—. ¡Tengo
que entrenar; profesora!
La profesora McGonagall meditó un instante. Harry sabía que ella deseaba que
ganara el equipo de Gryffindor; al fin y al cabo, había sido ella la primera que había
propuesto a Harry como buscador. Harry aguardó conteniendo el aliento.
—Mm... —la profesora McGonagall se puso en pie y observó desde la ventana el
campo de quidditch, muy poco visible entre la lluvia—. Bien, te aseguro que me
gustaría que por fin ganáramos la copa... De todas formas, Potter; estaría más tranquila
si un profesor estuviera presente. Pediré a la señora Hooch que supervise tus sesiones de
entrenamiento.
· · ·
El tiempo empeoró conforme se acercaba el primer partido de quidditch. Impertérrito, el
equipo de Gryffindor entrenaba cada vez más, bajo la mirada de la señora Hooch.
Luego,en la sesión final de entrenamiento que precedió al partido del sábado, Oliver
Wood comunicó a su equipo una noticia no muy buena:
—¡No vamos a jugar contra Slytherin! —les dijo muy enfadado—. Flint acaba de
venir a verme. Vamos a jugar contra Hufflepuff.
—¿Por qué? —preguntaron todos.
—La excusa de Flint es que su buscador aún tiene el brazo lesionado —dijo Wood,
rechinando con furia los dientes—. Pero está claro el verdadero motivo: no quieren
jugar con este tiempo, porque piensan que tendrán menos posibilidades...
Durante todo el día había soplado un ventarrón y caído un aguacero, y mientras
hablaba Wood se oía retumbar a los truenos.
—¡No le pasa nada al brazo de Malfoy! —dijo Harry furioso—. Está fingiendo.
—Lo sé, pero no lo podemos demostrar —dijoWood con acritud—. Y hemos
practicado todos estos movimientos suponiendo que íbamos a jugar contra Slytherin, y
en su lugar tenemos a Hufflepuff, y su estilo de juego es muy diferente. Tienen un
nuevo capitán buscador; Cedric Diggory...
De repente, Angelina, Alicia y Katie soltaron una carcajada.
—¿Qué? —preguntó Wood, frunciendo la frente anta aquella actitud.
—Es ese chico alto y guapo, ¿verdad? —preguntó Angelina.
—¡Y tan fuerte y callado! —añadió Katie, y volvieron a reírse.
—Es callado porque no eslo bastante inteligente para juntar dos palabras —dijo
Fred—. No sé qué te preocupa, Oliver. Los de Hufflepuff son pan comido. La última
vez que jugamos con ellos, Harry cogió la snitch al cabo de unos cinco minutos, ¿no os
acordáis?
—¡Jugábamos en condiciones muy distintas! —gritó Wood, con los ojos muy
abiertos—. Diggory ha mejorado mucho el equipo. ¡Es un buscador excelente! ¡Ya
sospechaba que os lo tomaríais así! ¡No debemos confiarnos! ¡Hay que tener bien claro
el objetivo! ¡Slytherin intenta pillarnos desprevenidos! ¡Hay que ganar!
—Tranquilízate, Oliver —dijo Fred alarmado—. Nos tomamos muy en serio a
Hufflepuff. Muy en serio.
El día anterior al partido, el viento se convirtió en un huracán y la lluvia cayó con más
fuerza que nunca. Estaba tan oscuro dentro de los corredores y las aulas que se
encendieron más antorchas y faroles. El equipo de Slytherin se daba aires,
especialmente Malfoy
—¡Ah, si mi brazo estuviera mejor! —suspiraba mientras el viento golpeaba las
ventanas.
Harry no tenía sitio en la cabeza para preocuparse por otra cosa que el partido del
día siguiente. Entre clase y clase, Oliver Wood se le acercaba a toda prisa para darle
consejos. La tercera vez que sucedió, Wood habló tanto que Harry se dio cuenta de
pronto de que llegaba diez minutos tarde a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras,
y echó a correr mientras Wood le gritaba:
—¡Diggory tiene un regate muy rápido, Harry! Tendrás que hacerle una vaselina...
Harry frenó al llegar a la puerta del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la
abrió y entró apresuradamente.
—Lamento llegar tarde, profesor Lupin. Yo...
Pero no era Lupin quien lo miraba desde la mesa del profesor; era Snape.
—La clase ha comenzado hace diez minutos, Potter. Así que creo que
descontaremos a Gryffindor diez puntos. Siéntate.
Pero Harry no se movió.
—¿Dónde está el profesor Lupin? —preguntó.
—No se encuentra bien para dar clase hoy —dijo Snape con una sonrisa
contrahecha—. Creo que te he dicho que te sientes.
Pero Harry permaneció donde estaba.
—¿Quéle ocurre?
A Snape le brillaron sus ojos negros.
—Nada que ponga en peligro su vida —dijo como si deseara lo contrario—. Cinco
puntos menos para Gryffindor y si te tengo que volver a decir que te sientes serán
cincuenta.
Harry se fue despacio hacia su sitio y se sentó. Snape miró a la clase.
—Como decía antes de que nos interrumpiera Potter, el profesor Lupin no ha
dejado ninguna información acerca de los temas que habéis estudiado hasta ahora...
—Hemos estudiado los boggarts, los gorros rojos, los kappas y los grindylows
—informó Hermione rápidamente—, y estábamos a punto de comenzar...
—Cállate —dijo Snape fríamente—. No te he preguntado. Sólo comentaba la falta
de organización del profesor Lupin.
—Es el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido
—dijo Dean Thomas con atrevimiento, y la clase expresó su conformidad con
murmullos. Snape puso el gesto más amenazador que le habían visto.
—Sois fáciles de complacer. Lupin apenas os exige esfuerzo... Yo daría por hecho
quelos de primer curso son ya capaces de manejarse con los gorros rojos y los
grindylows. Hoy veremos...
Harry lo vio hojear el libro de texto hasta llegar al último capítulo, que debía de
imaginarse que no habían visto.
—... los hombres lobo —concluyó Snape.
—Pero profesor —dijo Hermione, que parecía incapaz de contenerse—, todavía no
podemos llegar a los hombres lobo. Está previsto comenzar con los hinkypunks...
—Señorita Granger —dijo Snape con voz calmada—, creía que era yo y no tú
quien daba la clase. Ahora, abrid todos el libro por la página 394.—Miró a la clase—:
Todos. Ya.
Con miradas de soslayo y un murmullo de descontento, abrieron los libros.
—¿Quién de vosotros puede decirme cómo podemos distinguir entre el hombre
lobo y el lobo auténtico?
Todosse quedaron en completo silencio. Todos excepto Hermione, cuya mano,
como de costumbre, estaba levantada.
—¿Nadie? —preguntó Snape, sin prestar atención a Hermione. La sonrisa
contrahecha había vuelto a su rostro—. ¿Es que el profesor Lupin no os ha enseñado ni
siquiera la distinción básica entre...?
—Ya se lo hemos dicho —dijo de repente Parvati—. No hemos llegado a los
hombres lobo. Estamos todavía por...
—¡Silencio! —gruñó Snape—. Bueno, bueno, bueno... Nunca creí que encontraría
una clase de tercero que ni siquiera fuera capaz de reconocer a un hombre lobo. Me
encargaré de informar al profesor Dumbledore de lo atrasados que estáis todos...
—Por favor, profesor —dijo Hermione, que seguía con la mano levantada—. El
hombre lobo difiere del verdadero lobo en varios detalles: el hocico del hombre lobo...
—Es la segunda vez que hablas sin que te corresponda, señorita Granger —dijo
Snape con frialdad—. Cinco puntos menos para Gryffindor por ser una sabelotodo
insufrible.
Hermione se puso muy colorada, bajó la mano y miró al suelo, con los ojos llenos
de lágrimas. Un indicio de hasta qué punto odiaban todos a Snape era que lo estaban
fulminando con la mirada. Todos, en alguna ocasión, habían llamado sabelotodo a
Hermione, y Ron, que lo hacia por lo menos dos veces a la semana, dijo en voz alta:
—Usted nos ha hecho una pregunta y ella le ha respondido. ¿Por qué pregunta si no
quiere que se le responda?
Sus compañeros comprendieron al instante que había ido demasiado lejos.
—Te quedarás castigado, Weasley —dijoSnape con voz suave y acercando el
rostro al de Ron—. Y si vuelvo a oírte criticar mi manera de dar clase, te arrepentirás.
Nadie se movió durante el resto de la clase. Siguió cada uno en su sitio, tomando
notas sobre los hombres lobo del libro de texto,mientras Snape rondaba entré las filas
de pupitres examinando el trabajo que habían estado haciendo con el profesor Lupin.
—Muy pobremente explicado... Esto es incorrecto... El kappa se encuentra sobre
todo en Mongolia... ¿El profesor Lupin te puso un ocho? Yo no te habría puesto más de
un tres.
Cuando el timbre sonó por fin, Snape los retuvo:
—Escribiréis una redacción de dos pergaminos sobre las maneras de reconocer y
matar a un hombre lobo. Para el lunes por la mañana. Ya es hora de que alguien meta en
cintura a esta clase. Weasley, quédate, tenemos que hablar sobre tu castigo.
Harry y Hermione abandonaron el aula con los demás alumnos, que esperaron a
encontrarse fuera del alcance de los oídos de Snape para estallar en críticas contra él.
—Snape nunca ha actuado así con ninguno de los otros profesores de Defensa
Contra las Artes Oscuras, aunque quisiera el puesto —comentó Harry a Hermione—.
¿Por qué la tiene tomada con Lupin? ¿Será por lo del boggart?
—No sé—dijo Hermione pensativamente—. Pero esperoque el profesor Lupin se
recupere pronto.
Ron los alcanzó cinco minutos más tarde, muy enfadado.
—¿Sabéis lo que ese... (llamó a Snape algo que escandalizó a Hermione) me ha
mandado? Tengo que lavar los orinales de la enfermería. ¡Sin magia! —dijo con la
respiración alterada. Tenía los puños fuertemente cerrados—. ¿Por qué no podía haberse
ocultado Black en el despacho de Snape, eh? ¡Podía haber acabado con él!
Al día siguiente, Harry se despertó muy temprano. Tan temprano que todavía estaba
oscuro. Por un instante creyó que lo había despertado el ruido del viento. Luego sintió
una brisa fría en la nuca y se incorporó en la cama. Peeves flotaba a su lado, soplándole
en la oreja.
—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó Harry enfadado.
Peeves hinchó los carrillos, sopló muy fuerte y salió del dormitorio hacia atrás, a
toda prisa, riéndose.
Harry tanteó en busca de su despertador y lo miró: eran las cuatro y media.
Echando pestes de Peeves, se dio la vuelta y procuró volver a dormirse. Pero una vez
despiertofue difícil olvidar el ruido de los truenos que retumbaban por encima de su
cabeza, los embates del viento contra los muros del castillo y el lejano crujir de los
árboles en el bosque prohibido. Unas horas después se hallaría allí fuera, en el campo de
quidditch, batallando en medio del temporal. Finalmente, renunció a su propósito de
volver a dormirse, se levantó, se vistió, cogió su Nimbus 2.000 y salió silenciosamente
del dormitorio.
Cuando Harry abrió la puerta, algo le rozó la pierna. Se agachó con eltiempo justo
de coger a Crookshanks por el extremo de la cola peluda y sacarlo a rastras.
—¿Sabes? Creo que Ron tiene razón sobre ti —le dijo Harry receloso—. Hay
muchos ratones por aquí. Ve a cazarlos. Vamos —añadió, echando a Crookshanks con
el pie, para que bajara por la escalera de caracol—. Deja en paz a Scabbers.
El ruido de la tormenta era más fuerte en la sala común. Harry tenía demasiada
experiencia para creer que se cancelaría el partido. Los partidos de quidditch no se
cancelaban por nimiedades como una tormenta. Sin embargo, empezaba a preocuparse.
Wood le había indicado quién era Cedric Diggory en el corredor; Diggory estaba en
quinto y era mucho mayor que Harry. Los buscadores solían ser ligeros y veloces, pero
el peso de Diggory sería una ventaja con aquel tiempo, porque tendría muchas menos
posibilidades de que el viento le desviara el rumbo.
Harry pasó ante la chimenea las horas que quedaban hasta el amanecer. De vez en
cuando se levantaba para evitar que Crookshanks volviera a escabullirse por la escalera
que llevaba al dormitorio de los chicos. Al cabo de un tiempo le pareció a Harry que ya
era la hora del desayuno y se dirigió él solo hacia el retrato.
—¡En guardia, malandrín! —lo retó sir Cadogan.
—«Cállate ya» contestó Harry, bostezando.
Se reanimó algo tomando un plato grande de gachas de avena y cuando ya había
empezado con las tostadas, apareció el resto del equipo.
—Va a ser difícil —dijo Wood, sin probar bocado.
—Deja de preocuparte, Oliver —lo tranquilizó Alicia—. No nos asustamos por un
poquito de lluvia.
Pero era bastante más que un poquito de lluvia. El quidditch era tan popular que
todo el colegio salió a ver el partido, como de costumbre. Corrían por el césped hasta el
campo de quidditch, con la cabeza agachada contra elferoz viento que arrancaba los
paraguas de las manos. Poco antes de entrar en el vestuario, Harry vio a Malfoy, a
Crabbe y a Goyle camino del campo de quidditch; cubiertos por un enorme paraguas, lo
señalaban y se reían.
Los miembros del equipo se pusieron la túnica escarlata y aguardaron la habitual
arenga de Wood, pero ésta no se produjo. Wood intentó varias veces hablarles, tragó
saliva con un ruido extraño, cabeceó desesperanzado y les indicó por señas que lo
siguieran.
El viento era tan fuerte que se tambalearon al entrar en el campo. A causa del
retumbar de los truenos, no podían saber si la multitud los aclamaba. La lluvia rociaba
los cristales de las gafas de Harry ¿Cómo demonios iba a ver la snitch en aquellas
condiciones?
Los de Hufflepuff se aproximaron desde el otro extremo del campo, con la túnica
amarillo canario. Los capitanes de ambos equipos se acercaron y se estrecharon la
mano. Diggory sonrió a Wood, pero Wood parecía tener ahora la mandíbula encajada y
se limitó a hacer un gesto conla cabeza. Harry vio que la boca de la señora Hooch
articulaba:
—Montad en las escobas.
Harry sacó del barro el pie derecho y pasó la pierna por encima de la Nimbus
2.000. La señora Hooch se llevó el silbato a los labios y dio un pitido que sonó distante
y estridente... Dio comienzo el partido.
Harry se elevó rápidamente, pero la Nimbus 2.000 oscilaba a causa del viento. La
sostuvo tan firmemente como pudo y dio media vuelta de cara a la lluvia, con los ojos
entornados.
Al cabo de cinco minutos, Harry estaba calado hasta los huesos y helado de frío.
Apenas podía ver a sus compañeros de equipo y menos aún la pequeña snitch. Atravesó
el campo de un lado a otro, adelantando bultos rojos y amarillos, sin idea de lo que
sucedía. El viento no le permitía oír los comentarios. La multitud estaba oculta bajo un
mar de capas y de paraguas maltrechos. En dos ocasiones estuvo a punto de ser
derribado por una bludger. Su visión estaba tan limitada por el agua de las gafas que no
las vio acercarse.
Perdió la noción del tiempo. Era cada vez más difícil sujetar la escoba con firmeza.
El cielo se oscureció, como si hubiera llegado la noche en plena mañana. Dos veces
estuvo a punto de chocar contra otro jugador; que no sabía si era de su equipo o del
oponente. Todos estaban ahora tan calados, y la lluvia era tan densa, que apenas podía
distinguirlos...
Con el primer relámpago llegó el pitido del silbato de la señora Hooch. Harry sólo
pudo ver a través de la densa lluvia la silueta de Wood, que le indicaba por señas que
descendiera. Todo el equipo aterrizó en el barro, salpicando.
—¡He pedido tiempo muerto! —gritó a sus jugadores—. Venid aquí debajo.
Se apiñaron en el borde del campo, debajo de un enorme paraguas. Harry se quitó
las gafas y se las limpió con la túnica.
—¿Cuál es la puntuación?
—Cincuenta puntos a nuestro favor. Pero si no atrapamos la snitch, seguiremos
jugando hasta la noche.
—Con esto me resulta imposible —respondió Harry, blandiendo las gafas.
En ese instante apareció Hermione a su lado. Se tapaba la cabeza con la capa e,
inexplicablemente, estaba sonriendo.
—¡Tengo una idea, Harry! ¡Dame tus gafas, rápido!
Se las entregó, y ante la mirada de sorpresa del equipo, golpeó las gafas con su
varita y dijo:
—Impervius. —Y se las devolvió a Harry diciendo—:Ahí las tienes: ¡repelerán el
agua!
Wood la hubiera besado:
—¡Magnífico! —exclamó emocionado, mientras ella se alejaba—. ¡De acuerdo,
vamos a ello!
El hechizo de Hermione funcionó. Harry seguía entumecido por el frío y más
empapado que nunca en su vida, pero podía ver. Lleno de una renovada energía, aceleró
la escoba a través del aire turbulento buscando en todas direcciones la snitch,
esquivando una bludger; pasando por debajo de Diggory, que volaba en dirección
contraria...
Brilló otro rayo, seguido por el retumbar de un trueno. La cosa se ponía cada vez
más peligrosa. Harry tenía que atrapar la snitch cuanto antes...
Se volvió, intentando regresar hacia la mitad del campo, pero en ese momento otro
relámpago iluminó las gradas y Harry vio algo que lo distrajo completamente: la silueta
de un enorme y lanudo perro negro, claramente perfilada contra el cielo, inmóvil en la
parte superior y más vacía de las gradas.
Las manos entumecidas le resbalaron por el palo de la escoba y la Nimbus
descendió varios metros. Retirándose de los ojos el flequillo empapado, volvió a mirar
hacia las gradas: el perro había desaparecido.
—¡Harry! —gritó Wood angustiado, desde los postes de Gryffindor—. ¡Harry,
detrás de ti!
Harry miró hacia atrás con los ojos abiertos de par en par. Cedric Diggory
atravesaba el campo a toda velocidad, y entre ellos, en el aire cuajado de lluvia, brillaba
una diminuta bola dorada...
Con un sobresalto, Harry pegó el cuerpo al palo de la escoba y se lanzó hacia la
snitch como una bala.
—¡Vamos! —gritó a la Nimbus, al mismo tiempo que la lluvia le azotaba la cara—
. ¡Más rápido!
Pero algo extraño pasaba. Un inquietante silencio caía sobre el estadio. Ya no se
oía el viento, aunque soplaba tan fuerte como antes. Era como si alguien hubiera quitado
el sonido, o como si Harry se hubiera vuelto sordo de repente. ¿Qué sucedía?
Y entonces le penetró en el cuerpo una ola de frío horrible y ya conocida,
exactamente en el momento en que veía algo que se movía por el campo, debajo de él.
Antes de que pudierapensar, Harry había apartado la vista de la snitch y había mirado
hacia abajo. Abajo había al menos cien dementores, con el rostro tapado, y todos
señalándole. Fue como si le subiera agua helada por el pecho y le cortara por dentro. Y
entonces volvió a oírlo... Alguien gritaba dentro de su cabeza..., una mujer...
—A Harry no. A Harry no. A Harry no, por favor.
—Apártate, estúpida... apártate...
—A Harry no. Te lo ruego, no. Cógeme a mí. Mátame a mí en su lugar...
A Harry se le había enturbiado el cerebrocon una especie de niebla blanca. ¿Qué
hacía? ¿Por qué montaba una escoba voladora? Tenía que ayudarla. La mujer iba a
morir; la iban a matar...
Harry caía, caía entre la niebla helada.
—A Harry no, por favor. Ten piedad, te lo ruego, ten piedad...
Alguien de voz estridente estalló en carcajadas. La mujer gritaba y Harry no se
enteró de nada más.
—Ha tenido suerte de que el terreno estuviera blando.
—Creí que se había matado.
—¡Pero si ni siquiera se ha roto las gafas!
Harry oía las voces, pero no encontraba sentido a lo que decían. No tenía ni idea de
dónde se hallaba, ni de por qué se encontraba en aquel lugar; ni de qué hacia antes de
aquel momento. Lo único que sabía era que le dolía cada centímetro del cuerpo como si
le hubieran dado una paliza.
—Es lo más pavoroso que he visto en mi vida.
Horrible... Lo más pavoroso... Figuras negras con capucha... Frío... Gritos...
Harry abrió los ojos de repente. Estaba en la enfermería. El equipo de quidditch de
Gryffindor, lleno de barro, rodeaba la cama. Ron y Hermione estaban allí también y
parecían haber salido de la ducha.
—¡Harry! —exclamó Fred, que parecía exageradamente pálido bajo el barro—.
¿Cómo te encuentras?
La memoria de Harry fue recuperando los acontecimientos por orden: el
relámpago..., el Grim..., la snitch..., y los dementores.
—¿Qué sucedió? —dijo incorporándose en la cama, tan de repente que los demás
ahogaron un grito.
—Te caíste —explicó Fred—. Debieron de ser... ¿cuántos? ¿Veinte metros?
—Creímos que te habías matado —dijo Alicia, temblando.
Hermione dio un gritito. Tenía los ojos rojos.
—Pero el partido —preguntó Harry—, ¿cómo acabó? ¿Se repetirá?
Nadie respondió. La horrible verdad cayó sobre Harry como una losa.
—¿No habremos... perdido?
—Diggory atrapó la snitch —respondió George— poco después de que te cayeras.
No se dio cuenta de lo que pasaba. Cuando miró hacia atrás y te vio en el suelo, quiso
que se anulara. Quería que se repitiera el partido. Pero ganaron limpiamente. Incluso
Wood lo ha admitido.
—¿Dónde está Wood? —preguntó Harry de repente, notando que no estaba allí.
—Sigue en las duchas —dijo Fred—. Parece que quiere ahogarse.
Harry acercó la cara a las rodillas y se cogió el pelo con las manos. Fred le puso la
mano en el hombro y lo zarandeó bruscamente.
—Vamos, Harry, esla primera vez que no atrapas la snitch.
—Tenía que ocurrir alguna vez —dijo George.
—Todavía no ha terminado —dijo Fred—. Hemos perdido por cien puntos, ¿no? Si
Hufflepuff pierde ante Ravenclaw y nosotros ganamos a Ravenclaw, y Slytherin...
—Hufflepufftendrá que perder al menos por doscientos puntos —dijo George.
—Pero si ganan a Ravenclaw...
—Eso no puede ser. Los de Ravenclaw son muy buenos.
—Pero si Slytherin pierde frente a Hufflepuff..
—Todo depende de los puntos... Un margen de cien, en cualquiercaso...
Harry guardaba silencio. Habían perdido. Por primera vez en su vida, había perdido
un partido de quidditch.
Después de unos diez minutos, la señora Pomfrey llegó para mandarles que lo
dejaran descansar.
—Luego vendremos a verte —le dijo Fred—. No te tortures, Harry. Sigues siendo
el mejor buscador que hemos tenido.
El equipo salió en tropel, dejando el suelo manchado de barro. La señora Pomfrey
cerró la puerta detrás del último, con cara de mal humor. Ron y Hermione se acercaron
un poco más a la cama de Harry.
—Dumbledore estaba muy enfadado —dijo Hermione con voz temblorosa—.
Nunca lo había visto así. Corrió al campo mientras tú caías, agitó la varita mágica y
entonces se redujo la velocidad de tu caída. Luego apuntó a los dementores con la varita
y les arrojó algo plateado. Abandonaron inmediatamente el estadio... Le puso furioso
que hubieran entrado en el campo... lo oímos...
—Entonces te puso en una camilla por arte de magia —explicó Ron—. Y te llevó
al colegio flotando en la camilla. Todos pensaron que estabas...
Su voz se apagó, pero Harry apenas se dio cuenta. Pensaba en lo que le habían
hecho los dementores, en la voz que suplicaba. Alzó los ojos y vio a Hermione y a Ron
tan preocupados que rápidamente buscó algo que decir.
—¿Recogió alguien la Nimbus?
Ron y Hermione se miraron.
—Eh...
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—Bueno, cuando te caíste... se la llevó el viento —dijo Hermione con voz
vacilante.
—¿Y?
—Y chocó... chocó... contra el sauce boxeador.
Harry sintió un pinchazo en el estómago. El sauce boxeador era un sauce muy
violento que estaba solo en mitad del terreno del colegio.
—¿Y? —preguntó, temiendo la respuesta.
—Bueno, ya sabes que al sauce boxeador —dijo Ron—no le gusta que lo golpeen.
—El profesor Flitwick la trajo poco antes de que recuperaras el conocimiento
—explicó Hermione en voz muy baja.
Se agachó muy despacio para coger una bolsa que había a sus pies, le dio la vuelta
y puso sobre la cama una docena de astillas de madera y ramitas, lo que quedaba de la
fiel y finalmente abatida escoba de Harry.
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