miércoles, 9 de julio de 2014

Harry Potter y la Orden del Fénix Cap. 13-15

13
Castigo con Dolores

Aquella noche, la cena en el Gran Comedor no fue una experiencia agradable para Harry. La noticia de
su enfrentamiento a gritos con la profesora Umbridge se había extendido a una velocidad increíble,
incluso para Hogwarts. Mientras comía, sentado entre Ron y Hermione, Harry oía cuchicheos a su
alrededor. Lo más curioso era que a ninguno de los que susurraban parecía importarle que Harry se
enterara de lo que estaban diciendo de él. Más bien al contrario: era como si estuvieran deseando que se
enfadara y se pusiera a gritar otra vez, para poder escuchar su historia directamente.
—Dice que vio cómo asesinaban a Cedric Diggory…
—Asegura que se batió en duelo con Quien-tú-sabes…
—Anda ya…
—¿Nos toma por idiotas?
—Yo no me creo nada…
—Lo que no entiendo —comentó Harry con voz trémula, dejando el cuchillo y el tenedor, pues le
temblaban demasiado las manos para sujetarlos con firmeza— es por qué todos creyeron la historia
hace dos meses, cuando se la contó Dumbledore…
—Verás, Harry, no estoy tan segura de que la creyeran —replicó Hermione con desánimo—. ¡Vamos,
larguémonos de aquí!
Ella dejó también sus cubiertos sobre la mesa; Ron, apenado, echó un último vistazo a la tarta de
manzana que no se había terminado y los siguió. Los demás alumnos no les quitaron el ojo de encima
hasta que salieron del comedor.
—¿Qué quieres decir con eso de que no estás segura de que creyeran a Dumbledore? —le preguntó
Harry a Hermione cuando llegaron al rellano del primer piso.
—Mira, tú no entiendes cómo se vivió eso aquí —intentó explicar Hermione—. Apareciste en medio
del jardín con el cadáver de Cedric en brazos… Ninguno de nosotros había visto lo que había ocurrido
en el laberinto… No teníamos más pruebas que la palabra de Dumbledore de que Quien-tú-sabes había
regresado, había matado a Cedric y había peleado contigo.
—¡Es la verdad!
—Ya lo sé, Harry, así que, por favor, deja de echarme la bronca —dijo Hermione cansinamente—. Lo
que pasa es que la gente se marchó a casa de vacaciones antes de que pudiera asimilar la verdad, y ha
estado dos meses leyendo que tú estás chiflado y que Dumbledore chochea.
La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas mientras ellos avanzaban por los desiertos pasillos hacia
la torre de Gryffindor. Harry tenía la impresión de que su primer día había durado una semana, pero
todavía debía hacer una montaña de deberes antes de acostarse. Empezaba a notar un dolor débil y
pulsante sobre el ojo derecho. Cuando entraron en el pasillo de la Señora Gorda, miró por una de las
mojadas ventanas y contempló los oscuros jardines. Seguía sin haber luz en la cabaña de Hagrid.
—¡Mimbulus mimbletonia!—dijo Hermione antes de que la Señora Gorda tuviera ocasión de pedirles
la contraseña. El retrato se abrió, dejó ver la abertura que había detrás, y los tres se metieron por ella.
La sala común estaba casi vacía; la mayoría seguía abajo, cenando. Crookshanks, que descansaba
enroscado en una butaca, se levantó y fue a recibirlos ronroneando, y cuando Harry, Ron y Hermione se
sentaron en sus tres butacas favoritas junto al fuego, saltó con agilidad al regazo de su dueña y se
acurrucó  allí  como si fuera  un  peludo cojín de  color rojo  anaranjado.  Harry,  agotado,  se  quedó
contemplando las llamas.
—¿Cómo es posible que Dumbledore haya permitido que pase esto? —gritó de pronto Hermione,
sobresaltando a sus amigos;Crookshankspegó un brinco y bajó al suelo con aire ofendido. Hermione
golpeó, furiosa, los reposabrazos de su butaca, y por los agujeros salieron trozos de relleno—. ¿Cómo
puede permitir que esa mujer infame nos dé clase? ¡Y en el año de losTIMOS, por si fuera poco!
—Bueno, la verdad es que nunca hemos tenido muy buenos profesores de Defensa Contra las Artes
Oscuras, ¿no? —observó Harry—. Ya sabes lo que pasa, nos lo contó Hagrid: nadie quiere ese empleo
porque dicen que está gafado.
—¡Ya, pero contratar a alguien que se niega explícitamente a dejarnos hacer magia!… ¿A qué juega
Dumbledore?
—Y pretende que hagamos de espías para ella —terció Ron, deprimido—. ¿Os acordáis de que ha
dicho que fuéramos a verla si oíamos a alguien decir que Quien-vosotros-sabéis ha regresado?
—Pues claro que está aquí para espiarnos, eso es obvio. ¿Con qué otro motivo la habría enviado Fudge
a Hogwarts? —saltó Hermione.
—No empecéis a discutir otra vez —intervino Harry, harto, al ver que Ron abría la boca para responder
a Hermione—. ¿Por qué no podemos…? Hagamos los deberes, a ver si nos los quitamos de encima…
Recogieron sus mochilas, que estaban en un rincón, y volvieron a las butacas, junto al fuego. En ese
momento comenzaban a llegar alumnos que regresaban después de cenar. Harry evitaba dirigir la vista
hacia la abertura del retrato, pero aun así era consciente de que atraía las miradas de sus compañeros.
—¿Qué os parece si empezamos por los de Snape? —propuso Ron mojando su pluma en el tintero—.
«Las propiedades… del ópalo… y sus usos… en la fabricación de pociones…» —murmuró mientras
escribía las palabras en la parte superior del pergamino. Subrayó el título, miró expectante a Hermione
y añadió—: A ver, ¿cuáles son las propiedades del ópalo y sus usos en la fabricación de pociones?
Pero Hermione no lo escuchaba, pues miraba entornando los ojos hacia un rincón alejado de la sala,
donde Fred, George y Lee Jordan estaban sentados en el centro de un corro de alumnos de primero, de
aspecto inocente, que mascaban algo que, al parecer, había salido de una gran bolsa de papel que Fred
tenía en las manos.
—Mira, lo siento, pero se han pasado de la raya —explotó, poniéndose en pie. Era evidente que estaba
rabiosa—. ¡Vamos, Ron!
—Yo…, ¿qué? —dijo Ron para ganar tiempo—. ¡Vaya, Hermione, no podemos regañarlos por repartir
golosinas!
—Sabes perfectamente que eso es turrón sangranarices, o pastillas vomitivas, o…
—¿Bombones desmayo? —apuntó Harry en voz baja.
Uno a uno, como si los hubieran golpeado en la cabeza con un mazo invisible, los alumnos de primero
fueron cayendo inconscientes en sus asientos; algunos resbalaron hasta el suelo y otros quedaron
colgando sobre los reposabrazos de las butacas con la lengua fuera. Los que estaban viéndolo reían;
Hermione, en cambio, se puso muy tiesa y fue directamente hacia Fred y George, que estaban de pie
con una libreta en la mano, observando atentamente a los desmayados alumnos de primer año. Ron
hizo ademán de levantarse de la butaca, se quedó a medio camino unos segundos, vacilante, y luego
murmuró a Harry:
—Ya se encarga ella.
Después se hundió cuanto pudo en la butaca, aunque no resultaba fácil debido a su larguirucha figura.
—¡Basta! —les dijo Hermione con ímpetu a Fred y George, que levantaron la cabeza y la miraron un
tanto sorprendidos.
—Sí, tienes razón —dijo George, asintiendo—. Creo que ya hay suficiente con esa dosis.
—¡Ya os lo he advertido esta mañana, no podéis probar vuestras porquerías con los alumnos!
—Pero ¡si les hemos pagado! —replicó Fred, indignado.
—¡No me importa! ¡Podría ser peligroso!
—No digas bobadas —repuso Fred.
—¡Cálmate, Hermione, no les pasa nada! —intentó tranquilizarla Lee mientras iba de un alumno a otro
y les metía unos caramelos de color morado en la boca, que mantenían abierta.
—Sí, mira, ya vuelven en sí —confirmó George.
Era verdad: unos cuantos alumnos de primero empezaban a moverse. Algunos se sorprendieron tanto
de estar tumbados en el suelo o colgando de las butacas que Harry comprendió que Fred y George no
les habían advertido del efecto que iban a producirles aquellos caramelos.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó George con amabilidad a una chica menuda de pelo castaño
oscuro, que estaba tendida a sus pies.
—Creo que sí —contestó ella con voz temblorosa.
—Excelente —dijo Fred, muy contento, pero inmediatamente Hermione le arrancó de las manos la
libreta y la bolsa de papel llena de bombones desmayo.
—¡De excelente nada!
—Claro que sí, están vivos, ¿no? —comentó Fred con enojo.
—No podéis hacer eso. ¿Y si alguno se pusiera enfermo de verdad?
—No se van a poner enfermos porque los hemos probado nosotros mismos; esto sólo lo hacemos para
ver si todo el mundo reacciona igual…
—Si no paráis, voy a…
—¿Castigarnos? —insinuó Fred como diciendo: «Inténtalo y verás.»
—¿Ordenar que copiemos algo? —intervino George con una sonrisa burlona.
En la sala había curiosos riendo. Hermione se enderezó al máximo; tenía los ojos entrecerrados y su
poblada melena parecía estar a punto de chisporrotear.
—No —dijo con la voz temblorosa de rabia—, pero voy a escribir a vuestra madre.
—No serás capaz —replicó George, horrorizado, y retrocedió.
—Ya lo creo —lo desafió Hermione sin acobardarse—. No puedo impedir que vosotros os comáis esas
tonterías, pero no pienso permitir que se las deis a los de primero.
Fred y George se quedaron estupefactos. Era evidente que consideraban que la amenaza de Hermione
era un golpe bajo. Ella les lanzó una última mirada amenazadora, se sujetó con fuerza la libreta y la
bolsa contra el pecho y regresó muy ofendida a su butaca junto al fuego.
Ron se había ido agachando en su asiento y en ese instante tenía la nariz casi al nivel de las rodillas.
—Gracias por tu apoyo, Ron —dijo Hermione mordazmente.
—Ya lo has resuelto muy bien tú sola —masculló él.
Hermione contempló su trozo de pergamino en blanco durante unos segundos y luego dijo con voz
tensa:
—Es inútil, ahora no puedo concentrarme. Me voy a la cama —dijo, y abrió su mochila.
Harry creyó que iba a guardar en ella sus libros, pero en lugar de eso Hermione sacó dos objetos
deformes de lana, los colocó con cuidado sobre una mesa junto al fuego, los cubrió con una pluma rota
y unos cuantos trozos de pergamino inservibles y se retiró un poco para evaluar el efecto.
—Por las barbas de Merlín, ¿se puede saber qué haces? —preguntó Ron, observándola como si temiera
por la salud mental de su amiga.
—Son gorros para elfos domésticos —contestó ella con aspereza, y a continuación empezó a guardar
sus libros en la mochila—. Los he hecho este verano. Sin magia soy muy lenta tejiendo, pero ahora que
he vuelto al colegio creo que podré hacer muchos más.
—¿Dejas estos gorros aquí para los elfos domésticos? —inquirió Ron lentamente—. ¿Y primero los
tapas con piltrafas?
—Sí —contestó Hermione desafiante, y se colgó la mochila.
—Eso no está bien —dijo Ron, enfadado—. Quieres engañarlos para que cojan los gorros. Quieres
darles la libertad cuando quizá ellos no quieran ser libres.
—¡Claro que quieren ser libres! —saltó Hermione, que estaba poniéndose colorada—. ¡No te atrevas a
tocar esos gorros, Ron!
Y tras pronunciar esas palabras se marchó muy airada. Ron esperó hasta que hubo desaparecido por la
puerta de los dormitorios de las chicas, y entonces quitó los trozos de pergamino de encima de los
gorros.
—Al menos que vean lo que están cogiendo —dijo con firmeza—. En fin… —enrolló el pergamino en
el que había escrito el título de la redacción para Snape—, no tiene sentido intentar terminar esto ahora;
sin Hermione no puedo hacerlo, no tengo ni la más remota idea de para qué sirve el ópalo. ¿Y tú?
Harry  negó  con  la  cabeza,  y  al  hacerlo  notó  que  el  dolor  que  tenía  en  la  sien  derecha  estaba
empeorando. Se acordó de la larga redacción sobre las guerras de los gigantes y sintió una intensa
punzada de dolor. Aun siendo consciente de que a la mañana siguiente lamentaría no haber terminado
sus deberes por la noche, guardó sus libros en la mochila.
—Yo también voy a acostarme.
Cuando iba hacia la puerta que conducía a los dormitorios pasó por delante de Seamus, pero no lo miró.
Harry tuvo la fugaz impresión de que su compañero había despegado los labios para decir algo, pero
aceleró el paso y llegó a la tranquilizadora paz de la escalera de caracol de piedra sin tener que aguantar
más provocaciones.
El día siguiente amaneció tan plomizo y lluvioso como el anterior. Hagrid tampoco estaba sentado a la
mesa de los profesores a la hora del desayuno.
—La única ventaja es que hoy no tenemos a Snape —comentó Ron con optimismo.
Hermione dio un gran bostezo y se sirvió una taza de café. Parecía contenta, y cuando Ron le preguntó
de qué se alegraba tanto, ella se limitó a decir:
—Los gorros ya no están. A lo mejor resulta que los elfos domésticos quieren ser libres.
—Yo no estaría tan seguro —replicó él, cortante—. Quizá no podamos considerarlos prendas de vestir.
Yo jamás habría dicho que eran gorros, más bien parecían vejigas lanudas.
Hermione no le dirigió la palabra en toda la mañana.
Después de una clase doble de Encantamientos tuvieron también dos horas de Transformaciones. El
profesor Flitwick y la profesora McGonagall dedicaron el primer cuarto de hora de sus clases a
sermonear a los alumnos sobre la importancia de losTIMOS.
—Lo que debéis recordar —dijo el profesor Flitwick, un mago bajito con voz de pito, encaramado,
como siempre, en un montón de libros para poder ver a sus alumnos por encima de la superficie de su
mesa— es que estos exámenes pueden influir en vuestras vidas en los años venideros. Si todavía no os
habéis planteado seriamente qué carrera queréis hacer, éste es el momento. Mientras tanto, ¡me temo
que tendremos que trabajar más que nunca para asegurarnos de que todos vosotros rendís a la altura de
vuestra capacidad en el examen!
Luego estuvieron más de una hora repasando encantamientos convocadores que, según el profesor
Flitwick, era probable que aparecieran en el TIMO; remató la clase poniéndoles como deberes un
montón de encantamientos.
Lo mismo ocurrió, o peor, en la clase de Transformaciones.
—Pensad que no aprobaréis los TIMOS —les advirtió la profesora McGonagall con gravedad— sin
unas buenas dosis de aplicación, práctica y estudio. No veo ningún motivo por el que algún alumno de
esta clase no apruebe elTIMOde Transformaciones, siempre que os apliquéis en vuestros estudios. —
Neville hizo un ruidito de incredulidad—. Sí, tú también, Longbottom —agregó la profesora—. No
tengo queja de tu trabajo; lo único que tienes que corregir es esa falta de confianza en ti mismo. Por lo
tanto… hoy vamos a empezar con los hechizos desvanecedores. Aunque son más fáciles que los
hechizos comparecedores, que no suelen abordarse hasta el año de los ÉXTASIS, se consideran uno de
los aspectos más difíciles de la magia, cuyo dominio tendréis que demostrar en vuestrosTIMOS.
La profesora McGonagall tenía razón, pues Harry encontró dificilísimos los hechizos desvanecedores.
Tras una clase de dos horas, ni él ni Ron habían conseguido hacer desaparecer los caracoles con los que
estaban practicando, aunque Ron, optimista, comentó que el suyo parecía haber palidecido un poco.
Hermione,  por  su  parte,  consiguió  hacer  desaparecer  su  caracol  al  tercer  intento,  y  la  profesora
McGonagall le dio diez puntos extra a Gryffindor. Fue la única a la que la profesora McGonagall no
puso deberes; a los demás les ordenó que practicaran el hechizo para el día siguiente, ya que por la
tarde tendrían que volver a probarlo con sus caracoles.
Harry y Ron, presas del pánico por la cantidad de trabajo que empezaba a acumulárseles, pasaron la
hora de la comida en la biblioteca documentándose sobre los usos del ópalo en la fabricación de
pociones. Hermione, que todavía estaba enfadada con Ron por su ofensivo comentario sobre los gorros
de lana, no los acompañó. Por la tarde, cuando llegaron a Cuidado de Criaturas Mágicas, a Harry volvía
a dolerle la cabeza.
El día se había puesto frío y ventoso, y mientras descendían por el empinado jardín hacia la cabaña de
Hagrid, situada al borde del Bosque Prohibido, notaron que algunas gotas de lluvia les caían en la cara.
La profesora Grubbly-Plank esperaba de pie a los alumnos a unos diez metros de la puerta de la cabaña
de Hagrid, detrás de una larga mesa de caballete cubierta de ramitas. Cuando Harry y Ron llegaron a
donde estaba la profesora, oyeron una fuerte risotada a sus espaldas; se dieron la vuelta y vieron a
Draco Malfoy, que iba con aire resuelto hacia ellos, rodeado como siempre de su cuadrilla de amigotes
de Slytherin. Por lo visto, acababa de decir algo divertidísimo porque Crabbe, Goyle, Pansy Parkinson
y los demás seguían riéndose con ganas cuando rodearon la mesa de caballete; y a juzgar por cómo
miraban a Harry, éste pudo imaginar sin grandes dificultades el motivo del chiste.
—¿Ya estáis todos? —gritó la profesora Grubbly-Plank cuando hubieron llegado los de Slytherin y los
de Gryffindor—. Entonces manos a la obra. ¿Quién puede decirme cómo se llaman estas cosas?
Señaló el montón de ramitas que tenía delante y Hermione levantó una mano. Malfoy, que estaba
detrás, sacó los dientes e hizo una imitación de Hermione dando saltitos, ansiosa por contestar a la
pregunta. Pansy Parkinson soltó una carcajada que casi de inmediato se convirtió en un grito, pues las
ramitas que había encima de la mesa brincaron y resultaron ser algo así como diminutos duendecillos
hechos de madera, con huesudos brazos y piernas de color marrón, dos delgados dedos en los extremos 
de cada mano y una curiosa cara plana, que parecía de corteza de árbol, en la que relucían un par de
ojos de color marrón oscuro.
—¡Oooooh! —exclamaron Parvati y Lavender, lo cual molestó mucho a Harry.
¡Como si Hagrid nunca les hubiera enseñado criaturas impresionantes! Había que admitir que los
gusarajos no eran nada del otro mundo, pero las salamandras y los  hipogrifos habían sido muy
interesantes, y losescregutosde cola explosiva, quizá hasta demasiado interesantes.
—¡Haced el favor de bajar la voz, señoritas! —ordenó la profesora Grubbly-Plank con severidad, y
luego esparció un puñado de algo que parecía arroz integral entre aquellos seres hechos de palitos, los
cuales inmediatamente se abalanzaron sobre la comida—. A ver, ¿alguien sabe cómo se llaman estas
criaturas? ¿Señorita Granger?
—Bowtruckles—dijo Hermione—. Son guardianes de árboles; generalmente viven en los que sirven
para hacer varitas.
—Cinco  puntos  para  Gryffindor  —replicó  la  profesora  Grubbly-Plank—.  Efectivamente,  son
bowtruckles, y como muy bien dice la señorita Granger, generalmente viven en árboles cuya madera se
emplea para la fabricación de varitas. ¿Alguien sabría decirme de qué se alimentan?
—De cochinillas —contestó Hermione de inmediato, y entonces Harry entendió por qué aquello que él
había tomado por granos de arroz integral se movía—. Pero también de huevos de hada, si los
encuentran.
—Muy bien, anótate cinco puntos más. Bien, siempre que necesitéis hojas o madera de un árbol
habitado por unbowtruckle, es recomendable tener a mano un puñado de cochinillas para distraerlo o
apaciguarlo. Quizá no parezcan peligrosos, pero si los molestáis intentarán sacaros los ojos con los
dedos, que, como podéis ver, son muy afilados; por lo tanto, no conviene que se acerquen a nuestros
globos oculares. De modo que si queréis aproximaros un poco… Coged un puñado de cochinillas y un
bowtruckle, hay uno para cada tres, y así podréis examinarlos mejor. Antes de que termine la clase
quiero que cada uno de vosotros me entregue un dibujo con todas las partes del cuerpo señaladas.
Los alumnos se acercaron a la mesa de caballete. Harry la rodeó deliberadamente por detrás para
colocarse al lado de la profesora Grubbly-Plank.
—¿Dónde está Hagrid? —le preguntó mientras los demás empezaban a elegir susbowtruckles.
—Eso no es asunto tuyo —contestó la profesora, tajante, y Harry recordó que cuando en otra ocasión
Hagrid no se había presentado para dar su clase, ella había adoptado la misma actitud.
Draco Malfoy, con una amplia sonrisa de suficiencia en el anguloso rostro, se acercó a Harry y cogió el
bowtrucklemás grande que encontró.
—A lo mejor ese bruto zopenco ha tenido un accidente —sugirió en voz baja para que sólo pudiera
oírlo Harry.
—El que va a tener un accidente eres tú como no te calles —replicó Harry sin levantar la voz.
—Quizá se haya metido en un lío con alguien más grande que él; no sé si me entiendes…
Malfoy se alejó, mirando hacia atrás y sonriendo, y de pronto Harry se sintió muy angustiado. ¿Sabía
algo Malfoy? Al fin y al cabo, su padre era un  mortífago; ¿y si tenía alguna información sobre el
paradero de Hagrid que todavía no había llegado a oídos de la Orden? Volvió a rodear la mesa y se
dirigió hacia Ron y Hermione, que estaban de cuclillas en la hierba, un poco alejados, intentando
convencer a un bowtruckle de que se estuviera quieto el tiempo necesario para que ellos pudieran
dibujarlo. Harry sacó pergamino y pluma, se agachó junto a sus amigos y, con disimulo, les contó lo
que acababa de decir Malfoy.
—Si le hubiera ocurrido algo a Hagrid, Dumbledore lo sabría —opinó Hermione—. Si nos mostramos
preocupados sólo estaremos poniéndoselo en bandeja a Malfoy; entonces comprenderá que nosotros no
sabemos exactamente lo que está pasando. No tenemos que hacerle caso, Harry. Toma, sujeta un
momento albowtrucklepara que pueda dibujar su cara…
—Sí —oyeron que decía Malfoy arrastrando las palabras; estaba sentado en otro grupo, cerca de ellos
—, mi padre habló con el ministro hace un par de días, y según parece el Ministerio está decidido a
tomar enérgicas medidas contra la escasa calidad de la educación en este colegio. De modo que, aunque
ese tarado gigantesco vuelva a presentarse por aquí, seguramente lo pondrán de patitas en la calle en el
acto.
—¡AY!
Harry había sujetado tan fuerte albowtruckleque éste casi se había partido, pero como represalia le
había hecho un fuerte arañazo en la mano con los afilados dedos, dejándole dos largos y profundos
cortes. Harry lo soltó. Crabbe y Goyle, que ya estaban riéndose a carcajadas ante la idea de que
despidieran a Hagrid, se rieron con más entusiasmo todavía cuando elbowtrucklesalió corriendo a toda
velocidad hacia el bosque y vieron cómo aquel pequeño individuo se perdía enseguida entre las raíces
de los árboles. Cuando la campana repicó por el jardín, Harry enrolló su dibujo del bowtruckle,
manchado de sangre, y fue hacia Herbología con la mano envuelta en el pañuelo de Hermione. La
despectiva risa de Malfoy todavía le resonaba en los oídos.
—Como vuelva a llamar tarado a Hagrid una sola vez… —gruñó Harry.
—Harry, no te vayas a pelear con Malfoy, no olvides que ahora es prefecto, podría hacerte la vida
imposible si quisiera…
—Uf, no me imagino cómo debe de ser eso de que te hagan la vida imposible —replicó Harry con
sarcasmo.
Ron rió, pero Hermione frunció el entrecejo. Luego siguieron recorriendo juntos los huertos mientras el
cielo se mostraba incapaz de decidir si quería que lloviera o no.
—Es que estoy deseando que Hagrid vuelva, nada más —comentó Harry en voz baja cuando llegaron a
los invernaderos—. ¡Y no se te ocurra decir que esa Grubbly-Plank es mejor profesora que él! —añadió
amenazadoramente.
—No pensaba decirlo —repuso Hermione con serenidad.
—Porque no le llega ni a la suela de los zapatos —agregó Harry con firmeza. Era consciente de que
acababa de presenciar una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas ejemplar y estaba muy molesto por
ello.
La puerta del invernadero más cercano se abrió y por ella desfilaron unos cuantos alumnos de cuarto
curso, entre los que estaba Ginny.
—¡Hola! —los saludó con alegría al pasar a su lado.
Unos segundos más tarde salió Luna Lovegood, un tanto rezagada del resto de la clase, con la nariz
manchada de tierra y el cabello recogido en un moño en lo alto de la cabeza. Al ver a Harry, los
saltones ojos de Luna se desorbitaron aún más por la emoción y fue derechita hacia él. Muchos
compañeros de Harry giraron la cabeza con curiosidad. Luna respiró hondo y, sin saludarlo siquiera con
un «Hola», dijo:
—Yo sí creo que El-que-no-debe-ser-nombrado ha regresado y que tú peleaste con él y lograste
escapar.
—Va-vale —balbuceó Harry. Luna llevaba unos pendientes que parecían rábanos de color naranja, un
detalle en el que también se habían fijado Parvati y Lavender, pues ambas se reían por lo bajo y le
señalaban las orejas.
—Podéis reíros —prosiguió Luna elevando la voz; al parecer, pensaba que Parvati y Lavender se reían
de lo que acababa de decir y no de los pendientes que llevaba—, pero antes la gente tampoco creía que
existieran ni losblibbersmaravillosos ni lossnorkacksde cuernos arrugados.
—Ya, y tenían razón, ¿no? —dijo Hermione, impaciente—. Losblibbersmaravillosos y lossnorkacks
de cuernos arrugados no existen.
Luna le lanzó una mirada fulminante y se alejó indignada, mientras los rabanitos oscilaban con energía
en sus orejas. Parvati y Lavender ya no eran las únicas que se desternillaban de risa.
—¿Quieres hacer el favor de no insultar a la única persona que cree en mí? —le dijo Harry a Hermione
mientras entraban en la clase.
—Por favor, Harry, tú te mereces algo mejor. Ginny me ha hablado de Luna; por lo visto, sólo cree en
cosas de las que no hay pruebas. Bueno, y no me extraña que así sea, siendo la hija del director de El
Quisquilloso.
Harry se acordó de los siniestros caballos alados que había visto la noche de su llegada a Hogwarts, y
de que Luna había afirmado que ella también los veía, y se deprimió un poco. ¿Y si Luna le había
mentido? Pero antes de que siguiera reflexionando sobre aquel tema, Ernie Macmillan se le había
acercado.
—Quiero que sepas, Potter —dijo con una voz fuerte y decidida—, que no te apoyan sólo los bichos
raros. Yo te creo sin reservas. Mi familia siempre ha respaldado incondicionalmente a Dumbledore, y
yo también.
—Muchas gracias, Ernie —contestó Harry, sorprendido pero también agradecido.
Ernie podía ser pedante en ocasiones como aquélla, pero Harry, dadas las circunstancias, supo apreciar
el voto de confianza de alguien que no llevaba rabanitos colgando de las orejas. Al menos las palabras
de Ernie le habían borrado la sonrisa de la cara a Lavender Brown, y cuando se dio la vuelta para
hablar con Ron y Hermione, Harry vio la expresión de Seamus, que era una mezcla de desconcierto y
desafío.
La profesora Sprout empezó la clase sermoneando a sus alumnos sobre la importancia de los TIMOS, lo
cual no  sorprendió a nadie. Harry  estaba deseando que  los profesores  dejaran de  referirse a  los
exámenes; empezaba a notar una desagradable sensación en el estómago cada vez que recordaba la
cantidad de deberes que tenía que hacer, una sensación que empeoró notablemente cuando, al finalizar
la clase, la profesora Sprout les mandó otra redacción. Así pues, cansados y apestando a estiércol de
dragón, el tipo de fertilizante preferido de la profesora Sprout, los de Gryffindor regresaron al castillo.
Nadie hablaba mucho ya que había sido un largo día.
Como Harry estaba muerto de hambre y tenía su primer castigo con la profesora Umbridge a las cinco
en punto, fue directamente al Gran Comedor sin dejar su mochila en la torre de Gryffindor, con la idea
de comer algo antes de enfrentarse a lo que la profesora le tuviera preparado. Sin embargo, cuando
acababa de llegar a la puerta, alguien le gritó, con voz potente y enfadada:
—¡Eh, Potter!
—¿Qué pasa ahora? —murmuró él con tono cansino. Al darse la vuelta vio a Angelina Johnson, que
parecía de un humor de perros.
—¿Cómo que qué pasa? —replicó ella dirigiéndose hacia él y clavándole el dedo índice en el pecho—.
¿Cómo has permitido que te castiguen el viernes a las cinco?
—¿Qué? ¿Qué…? ¡Ah, sí, las pruebas para elegir al nuevo guardián!
—¡Ahora se acuerda! —rugió Angelina—. ¿Acaso no te dije que quería hacer una prueba con todo el
equipo y buscar a alguien que encajara con el resto de los jugadores? ¿No te dije que había reservado el
campo dequidditchcon ese propósito? ¡Y ahora resulta que tú has decidido no ir!
—¡Yo no he decidido nada! —protestó Harry, dolido por la injusticia de aquellas palabras—. La
profesora Umbridge me ha castigado por decir la verdad sobre Quien-tú-sabes.
—Pues ya puedes ir a verla y pedirle que te levante el castigo del viernes —dijo Angelina con fiereza
—. Y no me importa cómo lo hagas. Si quieres dile que Quien-tú-sabes os producto de tu imaginación,
pero ¡quiero verte el viernes en el campo!
Dicho eso, se alejó a grandes zancadas.
—¿Sabéis  qué?  —les  dijo  Harry a  Ron y  a  Hermione  cuando  entraban  en el Gran  Comedor—.
Tendríamos que preguntar al Puddlemere United si Oliver Wood se ha matado en una sesión de
entrenamiento, porque tengo la impresión de que su espíritu se ha apoderado del cuerpo de Angelina.
—¿Crees que hay alguna posibilidad de que la profesora Umbridge te levante el castigo del viernes? —
preguntó Ron con escepticismo mientras se sentaban a la mesa de Gryffindor.
—Ninguna —contestó Harry con desánimo; se sirvió unas costillas de cordero y empezó a comer—.
Pero de todos modos será mejor que lo intente, ¿no? Le propondré cambiar el castigo del viernes por 
dos días más o algo así, no lo sé… —Tragó un bocado de patata y añadió—: Espero que no me
entretenga demasiado esta tarde. ¿Te das cuenta de que tenemos que escribir tres redacciones, practicar
los hechizos desvanecedores para McGonagall, trabajar en un contraencantamiento para Flitwick,
terminar el dibujo delbowtruckley empezar ese absurdo diario de sueños para Trelawney?
Ron soltó un gemido y miró al techo.
—Y para colmo parece que va a llover.
—¿Qué tiene eso que ver con nuestros deberes? —le preguntó Hermione con las cejas arqueadas.
—Nada —contestó rápidamente Ron, y se le pusieron las orejas coloradas.
A las cinco menos cinco, Harry se despidió de sus amigos y fue hacia el despacho de la profesora
Umbridge, en el tercer piso. Llamó a la puerta y ella contestó con un meloso «Pasa, pasa». Harry entró
con cautela, mirando a su alrededor.
Harry había visto aquel despacho en la época en que lo habían utilizado cada uno de los tres anteriores
profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras. Cuando Gilderoy Lockhart estaba instalado allí, las
paredes se hallaban cubiertas de retratos suyos. Cuando lo ocupaba Lupin, se podía encontrar en
aquella habitación cualquier fascinante criatura tenebrosa en una jaula o en una cubeta. Y en tiempos
del falso Moody, el despacho estaba abarrotado de diversos instrumentos y artefactos para la detección
de fechorías y ocultaciones.
En ese momento, sin embargo, estaba completamente irreconocible. Todas las superficies estaban
cubiertas  con  fundas  o  tapetes  de  encaje.  Había  varios  jarrones  llenos  de  flores  secas  sobre  su
correspondiente tapete, y en una de las paredes colgaba una colección de platos decorativos, en cada
uno de los cuales había un gatito de color muy chillón con un lazo diferente en el cuello. Eran tan feos
que Harry se quedó mirándolos, petrificado, hasta que la profesora Umbridge volvió a hablar.
—Buenas tardes, señor Potter.
Harry dio un respingo y miró nuevamente a su alrededor. Al principio no la había visto porque llevaba
una chillona túnica floreada cuyo estampado se parecía mucho al del mantel de la mesa que la
profesora tenía detrás.
—Buenas tardes, profesora Umbridge —repuso con frialdad.
—Siéntese, por favor —dijo la profesora señalando una mesita cubierta con un mantel de encaje a la
que había acercado una silla. Sobre la mesa había un trozo de pergamino en blanco que parecía esperar
a Harry.
—Esto…  —empezó  él  sin  moverse—,  profesora  Umbridge…  Esto…,  antes  de  empezar  quería
pedirle… un favor.
Los saltones ojos de la bruja se entrecerraron.
—¿Ah, sí?
—Sí, mire… Es que estoy en el equipo dequidditchde Gryffindor. Y el viernes a las cinco en punto
tenía que asistir a las pruebas de selección del nuevo guardián, y me gustaría saber si… si podría
librarme del castigo esa tarde y hacerlo… cualquier otra tarde…
Antes de terminar la frase ya había comprendido que no iba a servir de nada.
—¡Ah, no! —replicó la profesora Umbridge esbozando una sonrisa tan amplia que parecía que acabara
de tragarse una mosca especialmente sabrosa—. No, no, no. Lo he castigado por divulgar mentiras
repugnantes y asquerosas con las que sólo pretende obtener notoriedad, señor Potter, y los castigos no
pueden ajustarse a la comodidad del culpable. No, mañana vendrá aquí a las cinco en punto, y pasado
mañana, y también el viernes, y cumplirá sus castigos como está planeado. De hecho, me alegro de que
se pierda algo que desea mucho. Eso reforzará la lección que intento enseñarle.
Harry notó que la sangre le subía a la cabeza y oyó unos golpes sordos en los oídos. Así que lo que
hacía era divulgar mentiras repugnantes y asquerosas con las que sólo pretendía obtener notoriedad,
¿eh?
La profesora Umbridge lo miraba con la cabeza un poco ladeada y seguía sonriendo abiertamente,
como si supiera con exactitud lo que Harry estaba pensando y quisiera comprobar si se ponía a gritar 
otra vez. El chico hizo un gran esfuerzo, miró hacia otro lado, dejó su mochila junto a la silla y se
sentó.
—Bueno  —continuó  la  profesora  Umbridge  con  dulzura—,  veo  que  ya  estamos  aprendiendo  a
controlar nuestro genio, ¿verdad? Y ahora quiero que copie un poco, Potter. No, con su pluma no —
añadió cuando Harry se agachó para abrir su mochila—. Copiará con una pluma especial que tengo yo.
Tome. —Le entregó una larga, delgada y negra pluma con la plumilla extraordinariamente afilada—.
Quiero que escriba «No debo decir mentiras» —le indicó con voz melosa.
—¿Cuántas veces? —preguntó Harry fingiendo educación lo mejor que pudo.
—Ah, no sé, las veces que haga falta para que se le grabe el mensaje —contestó la profesora Umbridge
con ternura—. Ya puede empezar.
Ella fue hacia su mesa, se sentó y se encorvó sobre un montón de hojas de pergamino que parecían
trabajos para corregir. Harry levantó la afilada pluma negra y entonces se dio cuenta de lo que le
faltaba.
—No me ha dado tinta —observó.
—Ya, es que no la necesita —contestó la profesora, y algo parecido a la risa se insinuó en su voz.
Harry puso la plumilla en el pergamino, escribió: «No debo decir mentiras» y soltó un grito de dolor.
Las palabras habían aparecido en el pergamino escritas con una reluciente tinta roja, y al mismo tiempo
habían aparecido en el dorso de la mano derecha de Harry. Quedaron grabadas en su piel como trazadas
por un bisturí; sin embargo, mientras contemplaba aquel reluciente corte, la piel cicatrizó y quedó un
poco más roja que antes, pero completamente lisa.
Harry se dio la vuelta y miró a la profesora Umbridge. Ella lo observaba con la boca de sapo estirada
forzando una sonrisa.
—¿Sí?
—Nada —respondió él con un hilo de voz.
Harry volvió a mirar el pergamino, puso la plumilla encima una vez más y escribió «No debo decir
mentiras»; inmediatamente notó otra vez aquel fuerte dolor en el dorso de la mano; una vez más las
palabras se habían grabado en su piel; y una vez más, desaparecieron pasados unos segundos.
Harry siguió escribiendo. Una y otra vez, trazaba las palabras en el pergamino y pronto comprendió
que no era tinta, sino su propia sangre. Y una y otra vez, las palabras aparecían grabadas en el dorso de
su mano, cicatrizaban y aparecían de nuevo cuando volvía a escribir con la pluma en el pergamino.
A través de la ventana del despacho vio que había oscurecido, pero Harry no preguntó cuándo podía
parar. Ni siquiera miró qué hora era. Sabía que ella lo observaba, atenta a cualquier señal de debilidad,
y no pensaba mostrar ninguna, aunque tuviera que pasar toda la noche allí sentado, cortándose la mano
con aquella pluma…
—Venga aquí —le ordenó la profesora Umbridge al cabo de lo que a Harry le parecieron horas.
El chico se levantó. Le dolía la mano, y cuando se la miró vio que el corte se había curado, pero tenía la
piel muy tierna.
—La mano —pidió la profesora Umbridge.
Harry se la tendió y ella la cogió entre las suyas. Harry contuvo un estremecimiento cuando la
profesora se la tocó con sus gruesos y regordetes dedos, en los que llevaba varios feos y viejos anillos.
—¡Ay,  ay,  ay!  Veo  que  todavía  no  le  he  impresionado  mucho  —comentó  sonriente—.  Bueno,
tendremos que intentarlo de nuevo mañana, ¿no? Ya puede marcharse.
Harry se marchó del despacho sin decir palabra. El colegio estaba casi desierto; debía de ser más de
medianoche. Fue lentamente por el pasillo y entonces, cuando hubo doblado la esquina y estuvo seguro
de que la profesora Umbridge ya no podría oírlo, echó a correr.
No había tenido tiempo de practicar los hechizos desvanecedores, ni había anotado un solo sueño en su
diario de sueños, ni había terminado el dibujo del bowtruckle ni había escrito las redacciones. A la
mañana siguiente se saltó el desayuno para escribir un par de sueños inventados para la clase de 
Adivinación, la primera que tenían aquel día, y le sorprendió que Ron, muy despeinado, se quedara con
él en la sala común.
—¿Por  qué  no  lo  hiciste  anoche?  —le  preguntó  Harry  mientras  Ron  miraba  a  su  alrededor,
desesperado, en busca de inspiración.
Su amigo, que estaba profundamente dormido la noche anterior, cuando Harry llegó al dormitorio,
murmuró algo de que había estado «haciendo otras cosas», se inclinó sobre su hoja de pergamino y
garabateó unas cuantas palabras.
—Bueno, ya está —afirmó, y cerró el diario de un golpetazo—. He puesto que soñé que me compraba
unos zapatos nuevos. No creo que pueda ver nada raro en eso, ¿verdad? —Salieron juntos hacia la torre
norte—. ¿Cómo te fue el castigo con la profesora Umbridge, por cierto? ¿Qué te hizo?
Harry vaciló un instante y luego contestó:
—Me puso a copiar.
—Ah, pues no está tan mal —comentó Ron.
—No —confirmó Harry.
—Oye, se me olvidaba, ¿te levantó el castigo del viernes?
—No.
Ron se solidarizó con su amigo soltando un gruñido.
Harry volvió a tener un mal día; fue uno de los peores en Transformaciones porque no había practicado
los hechizos desvanecedores. Tuvo que saltarse la hora de la comida para terminar el dibujo del
bowtruckley, entre tanto, las profesoras McGonagall, Grubbly-Plank y Sinistra les pusieron aún más
deberes, que él no iba a poder terminar aquella tarde por culpa de su segundo castigo con la profesora
Umbridge. Para colmo, Angelina Johnson volvió a abordarlo a la hora de la cena y, al enterarse de que
no podría ir el viernes a las pruebas para seleccionar al nuevo guardián, le dijo que su actitud la había
decepcionado mucho y que esperaba que los jugadores que quisieran seguir en el equipo antepusieran
los entrenamientos a sus otras obligaciones.
—¡Estoy castigado! —le gritó Harry mientras ella se alejaba muy indignada—. ¿Acaso crees que
prefiero estar encerrado en una habitación con ese sapo viejo a jugar alquidditch?
—Al menos sólo tienes que copiar —comentó Hermione para consolarlo cuando Harry volvió a
sentarse en el banco y se quedó contemplando su pastel de carne y riñones, que ya no le gustaba tanto
—. La verdad es que no es un castigo espantoso…
Harry despegó los labios, volvió a cerrarlos y asintió. En realidad no sabía muy bien por qué no había
contado ni a Ron ni a Hermione en qué consistía exactamente el castigo que le había impuesto la
profesora Umbridge: lo único que sabía era que no quería ver sus caras de horror, porque eso haría que
todo pareciera aún peor y resultaría mucho más difícil afrontarlo. Además, tenía la impresión de que
ese asunto era algo entre él y la profesora Umbridge, una prueba de fuerza entre ellos dos, y no pensaba
darle la satisfacción de descubrir que se había quejado.
—No puedo creer la cantidad de deberes que tenemos —comentó Ron con abatimiento.
—¿Y por qué no los hiciste anoche? —le preguntó Hermione—. ¿Dónde estabas, por cierto?
—Estaba… Me apetecía dar un paseo —contestó Ron con evasivas.
Harry tuvo entonces la clara sensación de que él no era el único que ocultaba cosas.
El segundo castigo fue igual de duro que el del día anterior. Esa vez la piel del dorso de la mano de
Harry se irritó más deprisa, y enseguida se le puso roja e inflamada. Harry no creía que siguiera
curándose tan bien como al principio. El corte no tardaría mucho en quedar marcado en su mano, y
quizá entonces la profesora Umbridge se considerara satisfecha. Sin embargo, el chico no dejó escapar
ni el más leve gemido de dolor, y desde que entró en el despacho hasta que la profesora Umbridge le
mandó que se marchara, pasadas las doce, no dijo más que «Buenas noches».
Pero el asunto de los deberes estaba llegando a un punto alarmante, de modo que cuando volvió a la
sala común de Gryffindor, pese a estar agotado, no fue a acostarse, sino que abrió sus libros y empezó
la redacción sobre el ópalo que tenía que entregar a Snape. Sabía que había escrito una redacción muy 
floja, pero no le quedaba más remedio que entregarla, porque, por mala que fuera, si no la hacía Snape
sería el próximo en castigarlo. A continuación, escribió a toda velocidad las respuestas a las preguntas
que les había puesto la profesora McGonagall, redactó a la carrera algo sobre el manejo adecuado de
los bowtruckles para la profesora Grubbly-Plank, y subió a acostarse. Se tumbó sobre la colcha sin
desnudarse y se quedó dormido inmediatamente.
El jueves, Harry se sintió cansado todo el día. Ron también parecía adormilado, aunque su amigo no
entendía por qué. El tercer castigo de Harry fue igual que los dos anteriores, sólo que, tras dos horas
copiando, las palabras «No debo decir mentiras» dejaron de desaparecer del dorso de su mano y
permanecieron grabadas allí, rezumando gotitas de sangre. La pausa en el rasgueo de la afilada pluma
hizo que la profesora Umbridge levantara la cabeza.
—¡Ah! —dijo en voz baja, y pasó junto a su mesa y fue a examinarle la mano—. Muy bien. Esto
debería servirle de recordatorio, ¿no cree? Ya puede marcharse.
—¿Tengo que volver mañana? —preguntó Harry mientras cogía su mochila con la mano izquierda para
no usar la derecha, que tenía dolorida.
—Sí, claro —contestó la profesora Umbridge con una amplia sonrisa—. Sí, creo que podemos grabar el
mensaje un poco más con otro día de trabajo.
Harry jamás se había planteado la posibilidad de que existiera algún otro profesor en el mundo al que
odiara más que a Snape, pero mientras volvía caminando hacia la torre de Gryffindor, tuvo que
reconocer que había encontrado a un poderoso contrincante. «Es cruel —pensó mientras subía por la
escalera hacia el séptimo piso—. Es una vieja loca, cruel y retorcida.»
—¿Ron?
Harry había llegado al final de la escalera, había girado a la derecha y casi había tropezado con su
amigo, que estaba escondido detrás de una estatua de Lachlan el Desgarbado, aferrado a su escoba. Al
ver a Harry, Ron se sobresaltó e intentó esconder su nueva Barredora 11 detrás de la espalda.
—¿Qué haces aquí?
—Pues… nada. ¿Y tú?
Harry lo miró frunciendo el entrecejo.
—¡Vamos, Ron, puedes contármelo! ¿De qué te escondes?
—Ya que insistes… Me escondo de Fred y George. Acabo de verlos pasar con un grupo de alumnos de
primero; creo que están utilizándolos otra vez como conejillos de Indias. Como ahora ya no pueden
hacerlo en la sala común, porque allí está Hermione…
Hablaba muy deprisa, atolondradamente.
—Pero ¿qué haces con la escoba? No habrás estado volando, ¿verdad?
—No…, bueno…, esto… ¡Está bien, te lo contaré! Pero no te rías, ¿vale? —dijo, poniéndose a la
defensiva; cada vez estaba más colorado—. Es que… quiero presentarme a las pruebas de guardián de
Gryffindor ahora que tengo una escoba decente. Ya está. ¡Anda, ríete!
—No  me  río  —replicó  Harry  mientras  Ron  parpadeaba  por  la  sorpresa—.  ¡Me  parece  una  idea
excelente! ¡Sería genial que entraras en el equipo! Nunca te he visto jugar de guardián. ¿Lo haces bien?
—Digamos que no lo hago del todo mal —contestó Ron, que parecía inmensamente aliviado por la
reacción de Harry—. Charlie, Fred y George siempre me colocaban de guardián cuando se entrenaban
durante las vacaciones.
—¿Y has estado practicando esta noche?
—Todas las noches desde el martes… Pero yo solo. He intentado encantar unas quaffles para que
volaran hacia mí, pero no ha resultado fácil, y no sé si servirá de algo. —Ron parecía nervioso y
angustiado—. Fred y George van a morirse de risa cuando vean que me presento a las pruebas. No han
parado de tomarme el pelo desde que me nombraron prefecto.
—Ojalá pudiera asistir a las pruebas —comentó Harry con amargura mientras reanudaban juntos el
camino hacia la sala común.
—Sí, yo también… ¡Harry! ¿Qué es eso que tienes en la mano?
Harry, que acababa de rascarse la nariz con la mano derecha, intentó esconderla, pero tuvo el mismo
éxito que Ron con su Barredora.
—Sólo es un corte… No es nada…, es…
Pero Ron había agarrado a su amigo por el antebrazo y se había acercado el dorso de su mano a los
ojos. Hubo una pausa durante la cual Ron miró fijamente las palabras grabadas en la piel; luego,
muerto de rabia, soltó a Harry:
—¿No decías que sólo te había mandado copiar?
Harry vaciló, pero al fin y al cabo Ron acababa de ser sincero con él, así que le contó a su amigo la
verdad sobre las horas que había pasado en el despacho de la profesora Umbridge.
—¡Vieja arpía! —exclamó Ron con repugnancia cuando se detuvieron frente al retrato de la Señora
Gorda, que dormía apaciblemente con la cabeza apoyada en el marco—. ¡Está enferma! ¡Díselo a
McGonagall, haz algo!
—No —repuso Harry tajantemente—. No quiero darle la satisfacción de descubrir que me ha afectado.
—¿Que te ha afectado? ¡No puedes dejar que se salga con la suya!
—No sé hasta qué punto la profesora McGonagall tiene poder sobre ella.
—¡Pues a Dumbledore! ¡Díselo a Dumbledore!
—No —dijo Harry por toda respuesta.
—¿Por qué no?
—Él ya tiene bastantes preocupaciones —contestó, pero ése no era el verdadero motivo. No pensaba ir
a pedir ayuda a Dumbledore porque éste no había hablado con él ni una sola vez desde el mes de junio.
—Mira, yo creo que deberías… —empezó Ron, pero entonces lo interrumpió la Señora Gorda, que
había estado observándolos, adormilada, y en ese momento les espetó:
—¿Vais a  decirme  la  contraseña o  tendré que  pasarme toda la noche despierta  esperando  a  que
terminéis vuestra conversación?
El viernes amaneció sombrío y húmedo, como todos los días de la semana. Cuando entró en el Gran
Comedor, Harry miró automáticamente hacia la mesa de los profesores, pero sin ninguna esperanza de
encontrar a Hagrid allí, y enseguida se concentró en otros problemas más acuciantes, como la montaña
de deberes que tenía que hacer y la perspectiva de otro castigo más con la profesora Umbridge.
Aquel día hubo dos cosas que animaron un poco a Harry. Una era la idea de que se acercaba el fin de
semana; la otra era que, pese a lo desagradable que sin duda alguna sería su último día de castigo,
desde la ventana del despacho de la profesora Umbridge se veía el campo dequidditch, y con un poco
de suerte podría observar las pruebas de Ron. Los rayos de luz eran verdaderamente débiles, pero Harry
agradecía cualquier cosa que pudiera iluminar un poco la oscuridad que lo envolvía; nunca había
pasado una primera semana de curso peor.
Aquella tarde, a las cinco en punto, llamó a la puerta del despacho de la profesora Umbridge deseando
que fuera la última vez, y recibió la orden de entrar. La hoja de pergamino en blanco lo esperaba sobre
la mesa cubierta con el tapete de encaje, así como la afilada pluma negra, que estaba a un lado.
—Ya sabe lo que tiene que hacer, Potter —le indicó la profesora Umbridge sonriendo con amabilidad.
Harry cogió la pluma y echó un vistazo por la ventana. Si movía la silla un par de centímetros hacia la
derecha con la excusa de acercarse más a la mesa, lo conseguiría. A lo lejos veía al equipo de quidditch
de Gryffindor volando por el campo, mientras una media docena de figuras negras esperaban de pie,
junto a los tres altos postes de gol, aguardando seguramente su turno para hacer de guardianes. Desde
aquella distancia era imposible saber cuál de aquellas figuras era Ron.
«No debo decir mentiras», escribió Harry. A continuación, el corte se abrió en el dorso de su mano
derecha y empezó a sangrar de nuevo.
«No debo decir mentiras.» El corte se hizo más profundo y le produjo dolor y escozor.
«No debo decir mentiras.» La sangre empezó a resbalar por su muñeca.
Se arriesgó a mirar una vez más por la ventana. El que defendía los postes de gol en ese momento
estaba haciéndolo muy mal. Katie Bell marcó dos veces en los pocos segundos que Harry se atrevió a 
echar un vistazo. Con la esperanza de que aquel guardián no fuera Ron, volvió a bajar la vista hacia el
pergamino, salpicado de sangre.
«No debo decir mentiras.»
«No debo decir mentiras.»
Harry levantaba la cabeza cada vez que creía que no corría peligro si lo hacía: cuando oía el rasgueo de
la pluma de la profesora Umbridge o que un cajón de la mesa se abría. La tercera persona que hizo la
prueba era bastante buena, la cuarta era malísima, y la quinta esquivó unabludgercon una habilidad
excepcional, pero luego falló en una parada fácil. El cielo se estaba oscureciendo y Harry dudaba que
pudiera ver la actuación del sexto y del séptimo aspirantes.
«No debo decir mentiras.»
«No debo decir mentiras.»
En ese momento el pergamino estaba cubierto de relucientes gotas de la sangre que le caía de la mano,
que le dolía muchísimo. Cuando volvió a levantar la cabeza ya era de noche y no se distinguía el campo
dequidditch.
—Vamos a ver si ya ha captado el mensaje —propuso la profesora Umbridge con voz suave media hora
más tarde.
Se dirigió hacia Harry extendiendo los cortos y ensortijados dedos para agarrarle el brazo y entonces,
cuando lo sujetó para examinar las palabras grabadas en su piel, el chico notó un intenso dolor, pero no
en el dorso de la mano sino en la cicatriz de la frente. Al mismo tiempo tuvo una sensación muy
extraña a la altura del estómago.
Dio un tirón para soltarse y se puso en pie de un brinco, mirando fijamente a la profesora Umbridge.
Ella lo miró también a los ojos, forzando aquella ancha y blanda sonrisa.
—Ya lo sé. Duele, ¿verdad? —comentó con su empalagosa voz. Harry no contestó. El corazón le latía
muy deprisa y con violencia. ¿Se refería la profesora a su mano o sabía lo que acababa de notar en la
frente?—. Bueno, creo que ya me ha comprendido, Potter. Puede marcharse.
Harry cogió su mochila y salió del despacho tan deprisa como pudo.
«Serénate —se dijo mientras corría escaleras arriba—. Serénate, no tiene por qué significar lo que crees
que significa…»
—¡Mimbulus mimbletonia!—dijo, jadeando, al llegar al retrato de la Señora Gorda, que se abrió una
vez más.
Lo recibió un fuerte estruendo. Ron fue corriendo hacia él, sonriente y derramándose sobre la túnica la
cerveza de mantequilla que tenía en la copa que llevaba.
—¡Lo he conseguido, Harry! ¡Me han elegido! ¡Soy guardián!
—¿Qué? ¡Oh, es fabuloso! —exclamó Harry intentando sonreír con naturalidad mientras el corazón
seguía latiéndole a toda velocidad y la mano le dolía y le sangraba.
—Tómate una cerveza de mantequilla. —Ron le puso una botella en la mano—. No puedo creerlo.
¿Dónde se ha metido Hermione?
—Está allí —dijo Fred, que también estaba tomando la misma clase de cerveza, y señaló una butaca
junto al fuego. Hermione estaba dormitando en ella con la copa peligrosamente inclinada en una mano.
—Bueno, cuando le he dado la noticia me ha parecido que se ponía contenta —comentó Ron, que
parecía un tanto decepcionado.
—Déjala dormir —se apresuró a decir George. Harry tardó un momento en darse cuenta de que unos
cuantos alumnos de primer año, de los que había a su alrededor, tenían señales de haber sangrado por la
nariz hacía poco tiempo.
—Ven aquí, Ron, a ver si te queda bien la vieja túnica do Oliver —dijo Katie Bell—. Podemos quitar
su nombre y poner el tuyo…
Cuando Ron se separó de Harry, Angelina se le acercó con aire resuelto.
—Lo siento, ya sé que he estado un poco antipática contigo, Potter —se disculpó con brusquedad—. Es
que esto de dirigir el equipo es muy estresante, ¿sabes? Empiezo a pensar que a veces no era del todo 
justa con Wood. —La  chica  observó  a  Ron  por  encima del  borde de su copa,  con  el entrecejo
ligeramente fruncido—. Mira, ya sé que es tu mejor amigo, pero está un poco verde —añadió sin
andarse con rodeos—. Sin embargo, creo que con un poco de entrenamiento mejorará. Procede de una
familia de buenos jugadores dequidditch. Si he de serte sincera, cuento con que demuestre tener algo
más de talento del que ha demostrado hoy. Vicky Frobisher y Geoffrey Hooper han volado mejor que él
esta noche, pero Hooper es un quejica, siempre está protestando por algo, y Vicky pertenece a un
montón de asociaciones. Ella misma reconoció que sus reuniones del Club de Encantamientos serían
prioritarias si coincidían con los entrenamientos. En fin, mañana a las dos en punto tenemos una sesión
de prácticas; espero que no falten esta vez. Y hazme un favor: ayuda todo lo que puedas a Ron.
Harry asintió con la cabeza y Angelina volvió a reunirse con Alicia Spinnet. Harry fue a sentarse junto
a Hermione, que se despertó sobresaltada cuando él dejó su mochila en el suelo.
—¡Ah, eres tú, Harry! Qué bien que hayan elegido a Ron, ¿verdad? —dijo con cara de sueño—. Estoy
ta-ta-tan cansada —bostezó—. Anoche estuve levantada hasta la una tejiendo más gorros. ¡Desaparecen
a una velocidad increíble!
Y, en efecto, Harry vio que había gorros de lana escondidos por toda la habitación, en lugares donde los
elfos desprevenidos podrían encontrarlos por casualidad.
—Genial  —comentó  Harry,  distraído;  si  no  se  lo  contaba  a  alguien  pronto,  estallaría—.  Oye,
Hermione, estaba en el despacho de Umbridge y me ha tocado el brazo…
Hermione lo escuchó atentamente. Cuando su amigo terminó el relato, le preguntó, hablando despacio:
—¿Temes que Quien-tú-sabes esté controlándola como controlaba a Quirrell?
—Bueno —contestó Harry, bajando la voz—, es una posibilidad, ¿no?
—Supongo que sí —respondió Hermione, aunque no parecía convencida—. Pero no creo que pueda
poseerla como a Quirrell. No sé, ahora está vivito y coleando, ¿no es así?, tiene su propio cuerpo y no
necesita compartir el de otra persona. Supongo que podría haberle echado una maldición  Imperius,
desde luego… —Harry se quedó un momento mirando cómo Fred, George y Lee Jordan hacían
malabarismos con unas botellas de cerveza de mantequilla vacías. Entonces Hermione añadió—: Pero
el año pasado te dolía la cicatriz sin que nadie te tocara y Dumbledore dijo que eso tenía que ver con lo
que Quien-tú-sabes sentía en aquel momento, ¿verdad? O sea, que lo que te ocurre ahora quizá no
tenga nada que ver con la profesora Umbridge. Quizá no sea más que una casualidad que ocurriera
mientras estabas con ella.
—Es cruel —se limitó a decir Harry—. Y retorcida.
—Es horrible, eso es verdad, pero…, Harry, creo que deberías contarle a Dumbledore que te ha dolido
la cicatriz.
Era la segunda vez en dos días que le aconsejaban que fuera a ver a Dumbledore, y la respuesta que le
dio a Hermione fue la misma que le había dado a Ron.
—No quiero molestarlo con tonterías. Como ya has dicho, no tiene tanta importancia. Me ha dolido
todo el verano, y esta noche quizá me haya dolido un poco más, sólo eso…
—Harry, estoy segura de que a Dumbledore no le importaría que lo molestaras por una cosa así…
—Sí —explotó Harry sin poder contenerse—, eso es lo único que a Dumbledore le importa de mí, mi
cicatriz.
—¡No digas eso! ¡No es verdad!
—Creo que escribiré a Sirius y se lo contaré, a ver qué opina él…
—¡No puedes poner una cosa así por escrito, Harry! —exclamó Hermione, alarmada—. ¿No recuerdas
que Moody nos dijo que tuviéramos mucho cuidado con lo que escribíamos en nuestras cartas? ¡No
podemos estar seguros de que no intercepten nuestras lechuzas!
—¡De acuerdo, de acuerdo, no se lo contaré! —repuso Harry, enfadado. Luego se levantó y dijo—: Me
voy a la cama. Díselo a Ron, ¿quieres?
—¡Ah, ni hablar! —replicó Hermione con alivio—, si tú te vas, yo también puedo irme sin parecer
maleducada. Estoy agotada y mañana quiero hacer unos cuantos gorros más. Mira, si quieres puedes
ayudarme, es muy divertido. Ya he mejorado y puedo hacer dibujos, borlas y todo tipo de adornos.
Harry la miró y vio que estaba muy contenta, así que intentó fingir que su ofrecimiento lo tentaba.
—Esto…, no, no creo que te ayude, gracias —balbuceó—. Humm… Mañana no, tengo un montón de
deberes por hacer…
Y fue hacia la escalera de los dormitorios de los chicos dejándola un tanto decepcionada.

14
Percy y Canuto

Al día siguiente, Harry fue el primero que despertó en el dormitorio. Se quedó un momento tumbado y
contempló el polvo que se arremolinaba en un rayo de sol que entraba por el espacio que había entre las
cortinas de su cama adoselada, saboreando la idea de que era sábado. La primera semana del curso
había sido interminable, como una gigantesca lección de Historia de la Magia.
A juzgar por el silencio que había en la habitación y el inmaculado aspecto de aquel rayo de sol,
acababa de amanecer. Harry abrió las cortinas de su cama, se levantó y empezó a vestirse. Lo único que
se oía, aparte del lejano piar de los pájaros, era la lenta y profunda respiración de sus compañeros de
Gryffindor. Abrió con cuidado su mochila, sacó una hoja de pergamino y una pluma, y bajó a la sala
común.
Allí  fue  derecho  hacia  su  butaca  favorita,  vieja  y  mullida,  junto  al  fuego  ya  apagado,  se  sentó
cómodamente en ella y desenrolló la hoja de pergamino mientras miraba a su alrededor. Los trozos de
pergamino arrugados,gobstonesviejos, tarros vacíos y envoltorios de chucherías que solían cubrir la
sala común al final del día, habían desaparecido, así como los gorros de elfo de Hermione. Mientras se
preguntaba cuántos elfos habrían conseguido la libertad, tanto si la querían como si no, Harry destapó
su tintero, mojó la pluma en él y la dejó suspendida un par de centímetros por encima de la suave y
amarillenta superficie del pergamino, muy concentrado… Pero al cabo de un minuto más o menos, se
encontró contemplando la chimenea vacía sin saber qué decir.
Ya entendía lo difícil que debía de haber sido para Ron y Hermione escribirle cartas aquel verano.
¿Cómo iba a contarle a Sirius lo que había pasado aquella semana y plantearle las preguntas que se
moría por hacer sin proporcionar a unos hipotéticos ladrones de cartas gran cantidad de información
que no quería que tuvieran?
Se quedó allí sentado un buen rato, observando la chimenea, y al final tomó una decisión. Mojó otra
vez la pluma en el tintero y empezó a escribir resueltamente.
QueridoHocicos:
Espero que estés bien. Los primeros días aquí han sido terribles, y por eso me alegro de que haya
llegado el fin de semana.
Tenemos una profesora nueva de Defensa Contra las Artes Oscuras, la profesora Umbridge. Es tan
encantadora como tu madre. Te escribo porque eso que te conté en verano volvió a pasarme anoche
mientras estaba cumpliendo un castigo con Umbridge.
Todos echamos de menos a nuestro gran amigo, pero esperamos que vuelva pronto.
Contéstame rápido, por favor.
Un abrazo,
Harry
El chico releyó varias veces la carta intentando ponerse en el pellejo de una persona desconocida. Le
pareció que, leyendo aquella carta, nadie podría saber de qué estaba hablando ni a quién se dirigía.
Esperaba que Sirius captara la indirecta sobre Hagrid y les dijera cuándo iba a volver. Harry no quería
preguntárselo directamente por si eso atraía demasiado la atención sobre lo que estaba haciendo Hagrid
mientras no se hallaba en Hogwarts.
Teniendo en cuenta que era una carta muy breve, Harry había tardado mucho en escribirla, pues la luz
del sol ya había invadido la habitación mientras la redactaba. En ese momento, Harry escuchaba ruidos
en la distancia que indicaban que sus compañeros se habían puesto en movimiento en los dormitorios
del piso de arriba. Selló el pergamino con sumo cuidado, salió por el agujero del retrato y se dirigió a la
lechucería.
—Yo no tomaría ese camino —lo previno Nick Casi Decapitado, que apareció después de atravesar una
pared del pasillo por el que iba Harry, desconcertándolo momentáneamente—. Peeves ha preparado
una graciosa broma para el primero que pase por delante del busto de Paracelso que hay un poco más
allá.
—¿Y en qué consiste la broma? ¿En que Paracelso se le caiga en la cabeza al que pase por delante?
—Pues da la casualidad de que sí —contestó Nick Casi Decapitado con voz aburrida—. La sutileza
nunca ha sido el fuerte de Peeves. Voy a ver si encuentro al Barón Sanguinario… Quizá él pueda hacer
algo para impedirlo… Hasta la vista, Harry…
—Adiós —dijo él, y en lugar de torcer hacia la derecha, giró hacia la izquierda y tomó un camino más
largo pero más seguro para llegar a la lechucería.
Fue animándose a medida que pasaba junto a las ventanas, una tras otra, por las que se veía un
reluciente cielo azul; más tarde tenía entrenamiento: ¡por fin iba a volver al campo dequidditch!
Entonces algo le rozó los tobillos. Miró hacia abajo y vio a la esquelética gata del conserje, laSeñora
Norris, que pasaba escabullándose por su lado. La gata clavó brevemente en él sus ojos amarillos como
lámparas antes de desaparecer detrás de una estatua de Wilfredel Nostálgico.
—No estoy haciendo nada malo —le gritó Harry. Resultaba evidente que la gata tenía intención de
informar a su amo, pero él no entendía por qué: estaba en su perfecto derecho de ir a la lechucería un
sábado por la mañana.
El sol ya había salido completamente, así que cuando Harry entró en la lechucería, la luz que se colaba
por las ventanas sin cristales lo deslumbró; unos gruesos rayos de sol plateados se entrecruzaban en la
estancia circular, en cuyas vigas había posadas cientos de lechuzas, un poco inquietas con las primeras
luces de la mañana; era evidente que algunas acababan de llegar de cazar. El suelo cubierto de paja
crujió levemente cuando Harry pisó unos huesecillos de animales pequeños, y a continuación el
muchacho estiró el cuello para ver aHedwig.
—¡Ah, estás ahí! —exclamó al verla cerca de la parte más alta del techo abovedado—. Ven aquí, tengo
una carta para ti. —Hedwigemitió un débil ululato, extendió sus grandes alas blancas y descendió hasta
posarse en el hombro de Harry—. Mira, ya sé que fuera poneHocicos—le dijo Harry dándole la carta
para que la agarrara con el pico, y sin saber muy bien por qué, bajó la voz para añadir—: Pero es para
Sirius, ¿de acuerdo? —Hedwigparpadeó una sola vez con sus ojos de color ámbar y Harry lo interpretó
como una señal de que lo había entendido—. Que tengas un feliz vuelo —le deseó, y la llevó a una de
las ventanas.
Hedwig, tras presionarle brevemente el brazo, salió volando hacia el deslumbrante cielo. Harry siguió
su trayectoria con la mirada hasta que la lechuza se convirtió en una motita negra y desapareció del
todo; entonces dirigió la vista hacia la cabaña de Hagrid, que se veía muy bien desde aquella ventana, y
comprobó que seguía deshabitada: no salía humo por la chimenea y las cortinas estaban corridas.
Una ligera brisa agitaba las copas de los árboles del Bosque Prohibido. Harry las contempló mientras se
deleitaba con el fresco aire que le azotaba la cara, se puso a pensar en el entrenamiento de quidditch
que tenía más tarde… y entonces lo distinguió. Un enorme caballo alado con aspecto de reptil igual que
los que había observado tirando de los carruajes de Hogwarts, desplegó unas curtidas y negras alas que
parecían de pterodáctilo y se irguió entre los árboles como un gigantesco y grotesco pájaro. Voló
describiendo un amplio círculo, luego volvió a descender en picado y desapareció entre los árboles.
Todo había sido tan rápido que Harry no podía creer lo que había visto, pero el corazón le latía con
violencia.
La puerta de la lechucería se abrió detrás de él. Harry dio un respingo, se volvió con rapidez y vio a
Cho Chang con una carta y un paquete en las manos.
—¡Hola! —dijo él automáticamente.
—¡Ah,  hola!  —respondió  ella  con  voz  entrecortada—.  No  pensé  que  habría  alguien  aquí  tan
temprano… Hace cinco minutos me he acordado de que hoy es el cumpleaños de mi madre.
Le mostró el paquete a Harry.
—Ya —repuso él. Tenía la impresión de que el cerebro se le había atascado. Le habría gustado decir
algo gracioso e interesante, pero el recuerdo de aquel terrible caballo alado estaba demasiado fresco y
su mente aún no había reaccionado—. ¡Qué día tan perfecto! —dijo señalando las ventanas. Estaba tan
abochornado que se le encogieron las tripas. El tiempo… Hablaba del tiempo…
—Sí  —coincidió  Cho  mirando  a  su  alrededor  en  busca  de  una  lechuza  adecuada—.  Excelentes
condiciones para elquidditch. Yo no he salido en toda la semana. ¿Y tú?
—Tampoco.
Cho eligió una de las lechuzas del colegio. Hizo que bajara y se le posara en el brazo, y el pájaro,
obediente, extendió una pata para que Cho pudiera atarle el paquete.
—Oye, ¿ya tiene Gryffindor nuevo guardián? —preguntó.
—Sí —contestó Harry—. Es mi amigo Ron Weasley, ¿lo conoces?
—¿El enemigo de los Tornados? —preguntó Cho con frialdad—. ¿Es bueno?
—Sí. Creo que sí. Pero no le vi hacer la prueba porque estaba castigado.
Cho levantó la cabeza cuando todavía no había acabado de atar el paquete a la pata de la lechuza.
—Esa Umbridge es asquerosa —dijo en voz baja—. Castigarte sólo porque dijiste la verdad sobre…
sobre… sobre cómo murió Cedric. Se enteró todo el mundo, en el colegio no se hablaba de otra cosa.
Fuiste muy valiente plantándole cara.
Harry se hinchó tanto que creyó que acabaría flotando unos centímetros por encima del suelo cubierto
de excrementos de lechuza. ¿Qué importancia tenía un ridículo caballo volador si Cho consideraba que
había sido muy valiente? Estuvo a punto de mostrarle, como sin querer, el corte que tenía en la mano
mientras la ayudaba a atar el paquete a la pata de la lechuza… Pero en cuanto se le ocurrió aquella
emocionante idea, volvió a abrirse la puerta de la lechucería.
Filch, el conserje, entró en la sala resollando. Tenía manchas de color morado en las hundidas mejillas
surcadas de venas, le temblaba la parte inferior de los carrillos y llevaba el escaso y canoso cabello
despeinado: todo indicaba que había ido corriendo hasta allí. La Señora Norris entró pegada a sus
talones, mirando a las lechuzas y maullando con avidez. En las vigas, las aves, nerviosas, agitaron las
alas, y una gran lechuza de color marrón hizo un ruido amenazador con el pico.
—¡Ja! —exclamó Filch, y dio un torpe paso hacia Harry. Las flácidas mejillas le temblaban de ira—.
¡Me han dado el soplo de que piensas hacer un pedido descomunal de bombas fétidas!
Harry se cruzó de brazos y observó al conserje.
—¿Quién le ha dicho que iba a hacer ese pedido?
Cho miró primero a Harry y luego a Filch con el entrecejo fruncido; la lechuza que tenía en el brazo,
cansada de esperar sobre una sola pata, soltó un grito de queja, pero la chica la ignoró.
—Tengo mis fuentes —respondió Filch, muy satisfecho de sí mismo—. Dame ahora mismo eso que
pensabas enviar.
Harry, contentísimo de no haberse entretenido enviando la carta, replicó:
—No puedo, ya no lo tengo.
—¿Cómo que ya no lo tienes? —se extrañó Filch con el rostro contraído de rabia.
—Que ya no lo tengo —repitió Harry con calma.
Filch abrió la boca, feroz, movió los labios durante unos segundos, y luego paseó la mirada por la
túnica de Harry.
—¿Cómo sé que no te lo has guardado en un bolsillo?
—Porque…
—Yo he visto cómo enviaba la carta —intervino Cho con tono antipático.
Filch se volvió hacia ella.
—¿Tú has visto cómo…?
—Sí, lo he visto —confirmó ella rotundamente.
Hubo una breve pausa durante la cual Filch fulminó a Cho con la mirada y Cho lo fulminó a él;
entonces el conserje se dio la vuelta y caminó hacia la puerta arrastrando los pies. Luego se paró con la
mano en el pomo y giró la cabeza para observar por última vez a Harry.
—Como note el más leve tufillo a bomba fétida… —dijo, y bajó la escalera pisando fuerte. LaSeñora
Norriscontempló con ganas a las lechuzas y después lo siguió.
Harry y Cho se miraron.
—Gracias —dijo él.
—De nada —repuso Cho, ligeramente ruborizada, y terminó de atar el paquete a la otra pata de la
lechuza—. No estabas encargando bombas fétidas, ¿verdad?
—No —contestó Harry.
—No sé por qué Filch cree que estabas haciéndolo —comentó mientras llevaba la lechuza a la ventana.
Harry se encogió de hombros. Él tampoco lo entendía, pero curiosamente eso no le importaba mucho
en aquel momento.
Luego salieron juntos de la lechucería. Al llegar a la entrada de un pasillo que conducía al ala oeste del
castillo, Cho dijo:
—Me voy por aquí. Bueno, ya…, ya nos veremos, Harry.
—Sí, nos vemos.
Cho le sonrió y se marchó. Él siguió caminando invadido por una serena euforia. Había conseguido
mantener  una  conversación  con  ella  sin  meter  la  pata  ni  una  sola  vez…  «Fuiste  muy  valiente
plantándole cara»… Cho lo había llamado valiente… No lo odiaba por estar vivo…
Ella había preferido a Cedric, desde luego; Harry lo sabía. Pero si él le hubiera pedido antes que Cedric
que lo acompañara al baile, quizá todo habría sido diferente… Cuando Harry se lo pidió, le pareció que
Cho lamentaba con sinceridad tener que decirle que no podía ir con él…
—Buenos días —saludó Harry alegremente a Ron y Hermione cuando se reunió con ellos en la mesa
de Gryffindor, en el Gran Comedor.
—¿Por qué estás tan contento? —preguntó Ron mirando a Harry con sorpresa.
—Esto… Porque luego hay entrenamiento dequidditch—respondió él con una sonrisa, y se acercó una
gran bandeja de huevos con beicon.
—¡Ah, sí! —exclamó Ron, que dejó la tostada que estaba comiéndose y bebió un largo trago de zumo
de calabaza. Entonces añadió—: Oye, ¿no querrías ir un poco antes conmigo? Para… practicar antes de
que empiece el entrenamiento… Así podría familiarizarme con el terreno de juego…
—Sí, claro —respondió Harry.
—Mirad, no creo que debáis hacerlo —intervino Hermione, muy seria—. Los dos os habéis retrasado
mucho con los deberes…
Pero Hermione no terminó la frase, pues estaba llegando el correo de la mañana y, como era habitual,
El Profetavolaba hacia ella en el pico de una lechuza que aterrizó peligrosamente cerca del azucarero y
extendió una pata. Hermione le puso unknuten la bolsita de piel, cogió el periódico y leyó con rapidez
la primera plana, con gesto de desaprobación, mientras la lechuza se marchaba volando.
—¿Hay algo interesante? —preguntó Ron. Harry sonrió, pues sabía que Ron se alegraba de que
Hermione hubiera tenido que dejar el tema de los deberes.
—No —respondió ella con un suspiro—, sólo cuentan chorradas sobre la bajista de Las Brujas de
Macbeth, que se casa. —Hermione abrió el periódico y desapareció tras él. Harry se dedicó a su
segundo plato de huevos con beicon y Ron, que parecía un poco preocupado, miraba hacia las altas
ventanas—. Un momento —dijo ella de pronto—. ¡Oh, no! ¡Sirius!
—¿Qué pasa? —preguntó Harry arrancándole el periódico de las manos tan bruscamente que lo rompió
por la mitad, de modo que Hermione y él se quedaron cada uno con una parte.
—«Según una información obtenida por el Ministerio de Magia de fuentes fidedignas, Sirius Black, el
famoso asesino… bla, bla, bla… ¡está escondido en Londres!» —leyó Hermione en su mitad del
periódico con un susurro angustiado.
—Lucius Malfoy, me apuesto algo —afirmó Harry conteniendo la furia de su voz—. Seguro que
reconoció a Sirius en el andén…
—¿Qué? —saltó Ron, alarmado—. No me dijiste que…
—¡Chissst! —exclamaron los otros dos.
—«… El Ministerio advierte a la comunidad de magos que Black es muy peligroso… mató a treinta
personas… se fugó de Azkaban…» Las majaderías de siempre —concluyó Hermione dejando su mitad
del periódico y mirando con temor a Harry y Ron—. Bueno, ya no podrá volver a salir de la casa, eso
es todo —susurró—. Dumbledore ya le advirtió que no lo hiciera.
Afligido, Harry miró el trozo deEl Profetacon que se había quedado. La mayor parte de la página la
ocupaba un anuncio de «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones», donde al parecer había
rebajas.
—¡Eh! —exclamó de pronto, alisando la hoja para que Hermione y Ron pudieran verla—. ¡Mirad esto!
—Yo ya tengo todas las túnicas que necesito —dijo Ron.
—No —replicó Harry—, mirad… este breve artículo de aquí…
Ron y Hermione se inclinaron sobre la mesa para leerlo; el artículo era muy corto, estaba colocado al
final de una columna y decía:
TENTATIVA DE ROBO EN EL MINISTERIO
Sturgis Podmore, de 38 años, vecino del número 2 de Laburnum Gardens, Clapham, se ha presentado
ante el Wizengamot acusado de entrada ilegal y tentativa de robo en el Ministerio de Magia el 31 de
agosto. Podmore fue detenido por el mago de seguridad del Ministerio de Magia, Eric Munch, que lo
sorprendió intentando entrar por una puerta de alta seguridad a la una de la madrugada. Podmore,
que se negó a declarar en su defensa, fue hallado culpable de ambas acusaciones y condenado a seis
meses en Azkaban.
—¿Sturgis Podmore? —dijo Ron lentamente—. Es ese tipo con una mata de pelo que parece paja, ¿no?
Pertenece a la Ord…
—¡Ron! ¡Chissst! —saltó Hermione mirando aterrada a sus amigos.
—¡Seis meses en Azkaban! —susurró Harry, impresionado—. ¡Sólo por intentar entrar por una puerta!
—No seas tonto, no lo han condenado sólo por intentar entrar por una puerta. ¿Qué demonios hacía en
el Ministerio de Magia a la una de la madrugada? —dijo Hermione en voz baja.
—¿Crees que hacía algún trabajo para la Orden? —murmuró Ron.
—Esperad un momento… —dijo Harry—. Sturgis tenía que venir a despedirnos, ¿no os acordáis?
Los otros dos lo miraron.
—Sí, tenía que formar parte de la guardia que nos acompañó a King's Cross. Y Moody estaba muy
enfadado porque no se había presentado; por lo tanto, no puede ser que estuviera realizando una misión
para la Orden, ¿verdad?
—Bueno, a lo mejor no contaban con que lo pillaran —dijo Hermione.
—¡Podría ser una trampa! —exclamó Ron, emocionado—. ¡No, escuchad! —continuó, bajando la voz
exageradamente ante la mirada amenazadora de Hermione—. El Ministerio sospecha que es uno de los
seguidores de Dumbledore, así que…, no sé, lo atrajeron hasta el Ministerio de alguna forma, y no es
que él intentara entrar por alguna puerta. ¡Quizá sólo se hayan inventado una excusa para atraparlo!
Se produjo una pausa durante la cual Harry y Hermione reflexionaron sobre aquella posibilidad. Harry
la encontraba demasiado rocambolesca. Hermione, por su parte, se mostró impresionada.
—La verdad, no me extrañaría nada que fuera eso lo que pasó —comentó, y dobló concienzudamente
su mitad del periódico. Mientras Harry dejaba el cuchillo y el tenedor en el plato, ella pareció salir de
un ensueño y añadió—: Bueno, creo que para empezar deberíamos ponernos a escribir esa redacción
para Sprout sobre arbustos autofertilizantes, y si tenemos suerte, podremos empezar la del hechizo
Inanimatus Conjuruspara la profesora McGonagall antes de la hora de comer…
Harry sintió cierto remordimiento al pensar en el montón de deberes que lo esperaba, pero el cielo, de
un azul estimulante, estaba despejado y no había montado en su Saeta de Fuego en toda la semana…
—Hombre, podemos hacerlos esta noche —propuso Ron mientras él y Harry bajaban por la extensión
de césped que descendía hasta el campo dequidditch, con las escobas sobre el hombro y las severas
advertencias de Hermione de que suspenderían todos sus TIMOSresonando todavía en los oídos—. Y
nos queda mañana. Hermione se obsesiona demasiado con el trabajo, ése es su problema… —Hizo una
pausa y añadió con un tono más angustiado—: ¿Crees que hablaba en serio cuando dijo que no piensa
dejarnos copiar?
—Sí, creo que sí —respondió Harry—. Pero esto también es importante, tenemos que practicar si
queremos seguir en el equipo dequidditch…
—Sí, tienes razón —coincidió Ron, más animado—. Y tenemos tiempo de sobra para hacerlo todo…
Mientras se acercaban al campo dequidditch, Harry miró hacia la derecha, donde el viento agitaba los
árboles del Bosque Prohibido, pero no salió nada volando de entre las copas; en el cielo sólo se veían
unas  cuantas  lechuzas  que  revoloteaban  alrededor  de  la  torre  de  la  lechucería.  Como  ya  tenía
suficientes preocupaciones, Harry apartó de su mente al caballo volador, convencido de que no iba a
hacerle ningún daño.
Cogieron las pelotas dequidditch, guardadas en el armario de los vestuarios, y se pusieron a entrenar.
Ron defendía los tres altos postes de gol, y Harry hacía de cazador y le lanzaba la quaffleprocurando
que no la atrapara. A Harry le pareció que Ron jugaba muy bien, pues bloqueó tres cuartas partes de los
tantos que Harry intentó marcarle, y a medida que practicaban, su juego mejoraba. Pasadas un par de
horas volvieron al castillo para comer (ocasión que Hermione aprovechó para dejar muy claro que los
consideraba  unos  irresponsables),  y  luego  volvieron  al  campo  de quidditch para  la  sesión  de
entrenamiento con el resto del equipo. Sus compañeros, salvo Angelina, estaban ya en los vestuarios
cuando ellos entraron.
—¿Estás preparado, Ron? —le preguntó George guiñándole un ojo.
—Sí —contestó Ron, que había ido quedándose más callado cuanto más se acercaban al campo.
—¿Preparado para hacernos a todos una exhibición, prefectito? —añadió Fred asomando la despeinada
cabeza por el cuello de su túnica dequidditchcon una sonrisa ligeramente malévola en los labios.
—¡Cállate! —le ordenó Ron con expresión inmutable mientras se ponía la túnica del equipo por
primera vez. Ésta le quedaba muy bien si se tenía en cuenta que había pertenecido a Oliver Wood,
cuyos hombros eran mucho más anchos que los de él.
—¡Hola, chicos! —dijo Angelina al salir del despacho del capitán, ya cambiada—. Vamos a empezar.
Alicia y Fred, ¿podéis llevar el cajón de las pelotas? Ah, hay un par de personas ahí fuera mirando, pero
quiero que las ignoréis, ¿de acuerdo?
Por el tono forzadamente despreocupado de su voz, Harry sospechó quiénes podían ser aquellos
espectadores a los que nadie había invitado, y, en efecto, cuando salieron del vestuario a la intensa luz
del sol del terreno de juego, los recibió una tormenta de silbidos y abucheos del equipo de quidditchde
Slytherin y unos cuantos hinchas, que se habían sentado en grupo hacia la mitad de las tribunas vacías
y cuyas voces resonaban por todo el estadio.
—¿Qué es eso que lleva Weasley? —gritó Malfoy con su voz burlona—. ¿A quién se le ocurriría
hacerle un encantamiento volador a un palo viejo y mohoso como ése?
Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson rieron a carcajadas. Mientras, Ron montó en su escoba y dio una
patada en el suelo para despegar, y Harry lo siguió y vio cómo se le ponían las orejas coloradas.
—No les hagas caso —le dijo a su amigo, y aceleró para alcanzarlo—, ya veremos quién ríe el último
cuando nos toque jugar contra ellos…
—Ésa es exactamente la actitud que espero de mis jugadores, Harry —terció Angelina con satisfacción.
Voló alrededor de ellos con laquafflebajo el brazo y redujo la velocidad hasta quedar suspendida en un
punto fijo frente al equipo—. Bueno, chicos, vamos a empezar con unos cuantos pases para calentar,
todo el equipo, por favor…
—Eh, Johnson, ¿quién te ha hecho ese peinado? —gritó Pansy Parkinson desde las gradas—. ¡Parece
que te salen gusanos de la cabeza!
Angelina se apartó las largas trenzas de la cara y siguió diciendo con serenidad:
—Separaos, y a ver qué podemos hacer…
Harry dio marcha atrás para alejarse de sus compañeros y colocarse en uno de los extremos del campo.
Ron retrocedió hacia la portería opuesta. Angelina levantó laquafflecon una mano y se la lanzó con
fuerza a Fred, quien se la pasó a George, quien se la pasó a Harry, quien se la pasó a Ron…, quien la
dejó caer.
Los  de  Slytherin,  liderados  por  Malfoy,  se  desternillaron  de  risa.  Ron,  que  había  bajado  a  toda
velocidad para atrapar laquaffleantes de que llegara al suelo, remontó el vuelo torpemente, resbalando
hacia un lado, y volvió hasta la altura donde estaban sus compañeros. Harry vio que Fred y George se
miraban, pero ninguno de los dos dijo nada, cosa rara en ellos, y Harry se lo agradeció.
—Pásala, Ron —le pidió Angelina como si no hubiera sucedido nada.
Ron le lanzó laquafflea Alicia, quien se la pasó a Harry, quien se la dio a George…
—Eh, Potter, ¿qué tal va tu cicatriz? —le gritó entonces Malfoy—. ¿Seguro que no necesitas descansar
un poco? No sé, debe de hacer una semana entera que no has estado en la enfermería. Eso es un récord
para ti, ¿verdad?
George le pasó laquafflea Angelina; Angelina se la pasó hacia atrás a Harry, que no se la esperaba,
pero a pesar de eso la atrapó con las yemas de los dedos y se la pasó rápidamente a Ron, que se lanzó
para cogerla, pero laquafflese le escapó por unos centímetros.
—¡Vamos, Ron! —exclamó Angelina con enfado cuando éste volvió a descender para recoger la
quaffle—. ¡Presta más atención!
Cuando Ron volvió a alcanzar la altura necesaria para seguir jugando, habría resultado difícil decir qué
rojo era más intenso, si el de la quaffleo el de la cara del chico. Malfoy y el resto de los del equipo de
Slytherin se partían de risa.
Al tercer intento Ron atrapó laquaffle, y debido quizá al alivio que sintió, la pasó con tanto entusiasmo
que la pelota voló entre las manos extendidas de Katie y le golpeó en la cara.
—¡Lo siento! —se disculpó Ron acercándose a Katie para ver si le había hecho mucho daño.
—¡No ha sido nada, vuelve a tu posición! —bramó Angelina—. Pero cuando le pases la pelota a un
compañero intenta no derribarlo de la escoba, ¿vale? ¡Para eso ya tenemos lasbludgers!
Katie sangraba por la nariz. Abajo, en las gradas, los de Slytherin pateaban y abucheaban a los de
Gryffindor. Fred y George se acercaron a Katie.
—Tómate esto —le dijo Fred mientras le tendía una cosa pequeña y de color morado que había sacado
del bolsillo—. Detendrá la hemorragia en cuestión de segundos.
—Muy bien —gritó Angelina—, Fred y George, id a buscar vuestros bates y unabludger . Ron, sube a
los  postes.  Harry,  suelta  la snitch cuando  yo  lo  diga.  Vamos  a  marcar  en  la  portería  de  Ron,
evidentemente.
Harry fue volando detrás de los gemelos para recoger lasnitch.
—Ron está haciéndolo fatal, ¿no? —murmuró George mientras los tres aterrizaban junto al cajón donde
estaban las pelotas y lo abrían para sacar unabludgery lasnitch.
—Es que está nervioso —replicó Harry—; esta mañana he estado practicando con él y lo hacía mucho
mejor.
—Bueno, pues espero que su mejor momento no haya pasado del todo —comentó Fred con pesimismo.
Luego volvieron a subir. Cuando Angelina tocó el silbato, Harry soltó la  snitch y Fred y George
hicieron otro tanto con labludger . A partir de aquel momento, Harry apenas se fijó en lo que hacían los
demás. Su trabajo consistía en capturar la pequeña y dorada pelota con alas plateadas que valía ciento
cincuenta puntos para el equipo del buscador que la atrapara, y eso requería mucha velocidad y
habilidad. Aceleró haciendo bruscos virajes para sortear a los cazadores; el tibio aire otoñal le azotaba
la cara, y los lejanos gritos de los de Slytherin dejaron de tener sentido… Pero mucho antes de lo que él
esperaba, el silbato lo obligó a detenerse de nuevo.
—¡Alto! ¡Alto!¡ALTO!—bramó Angelina—. ¡Ron, no estás cubriendo el poste central!
Harry giró la cabeza y miró a su amigo, que estaba suspendido delante del aro de gol izquierdo,
dejando los otros dos completamente desprotegidos.
—Oh…, lo siento…
—¡No paras de moverte mientras miras a los cazadores! —le recriminó Angelina—. ¡O te quedas en el
centro hasta que tengas que moverte para defender un aro, o vuelas en círculo alrededor de ellos, pero
no vayas de un lado para otro porque así es como te han marcado los tres últimos tantos!
—Lo siento… —repitió Ron. Su rostro, sudoroso y colorado, brillaba como una baliza contra el azul
del cielo.
—Y tú, Katie, ¿no puedes hacer nada con esa nariz?
—¡Cada vez va peor! —se lamentó la chica con voz pastosa mientras intentaba contener el chorro de
sangre con la manga de su túnica.
Harry observó a Fred, que parecía nervioso y se palpaba los bolsillos. Vio que el gemelo sacaba una
cosa de color morado, la examinaba rápidamente y luego, presa del pánico, miraba a Katie.
—Bueno, volvamos a intentarlo —propuso Angelina. No hacía ni caso a los de Slytherin, que se habían
puesto a cantar «Los de Gryffindor son unos mantas, los de Gryffindor son unos mantas», pero de todos
modos se la notaba un poco tensa sobre la escoba.
Cuando apenas llevaban tres minutos volando, volvió a sonar el silbato de Angelina. Harry, que
acababa de ver que lasnitchdescribía un círculo alrededor de un poste de la portería contraria, se paró
sintiéndose ofendido.
—¿Y ahora qué pasa? —le preguntó impaciente a Alicia, que era la jugadora que tenía más cerca.
—Es Katie —se limitó a contestar ella.
Harry giró la cabeza y vio que Angelina, Fred y George volaban a toda velocidad hacia Katie. Harry y
Alicia fueron también hacia ella. Era evidente que Angelina había interrumpido el entrenamiento justo
a tiempo, pues Katie estaba pálida como la cera y cubierta de sangre.
—Hay que llevarla a la enfermería —decidió Angelina.
—La llevamos nosotros —se ofreció Fred—. Es posible que… se haya tragado un manantial de sangre
por equivocación…
—Bueno, no tiene sentido continuar sin golpeadores y con una cazadora menos —se lamentó Angelina.
Mientras tanto, Fred y George volaban hacia el castillo llevando entre los dos a Katie—. En fin, vamos
a cambiarnos.
Los de Slytherin siguieron cantando mientras los de Gryffindor entraban en el vestuario.
—¿Cómo ha ido el entrenamiento? —preguntó Hermione fríamente media hora más tarde, cuando
Harry y Ron entraron por la abertura del retrato en la sala común de Gryffindor.
—Ha sido… —empezó a decir Harry.
—Un desastre total —se le adelantó Ron con voz apagada, y se desplomó en una butaca junto a
Hermione. Ella miró a Ron y su frialdad pareció derretirse.
—Bueno, sólo ha sido el primero —dijo para consolarlo—, supongo que te costará cierto tiempo…
—¿Quién ha dicho que haya sido un desastre total por mi culpa? —la interrumpió Ron.
—Nadie —contestó Hermione, sorprendida—. Creí que…
—Estabas convencida de que iba a hacerlo mal, ¿no?
—¡No, nada de eso! Mira, como tú has dicho que había sido un desastre total…
—Voy a empezar a hacer los deberes —dijo Ron enfadado, y se fue dando zancadas hacia la escalera
que conducía a los dormitorios de los chicos y se perdió de vista.
Hermione miró a Harry y le preguntó:
—¿Lo ha hecho mal o no?
—No —respondió Harry manteniéndose leal. Hermione arqueó las cejas—. Bueno, digamos que podría
haber jugado mejor —murmuró—, pero sólo ha sido la primera sesión de entrenamiento, como tú has
dicho…
Aquella noche ni Harry ni Ron adelantaron mucho los deberes. Harry sabía que su amigo estaba
demasiado preocupado por lo nefasta que había sido su actuación en el entrenamiento dequidditch, y él
no conseguía quitarse de la cabeza aquella cantinela de «Los de Gryffindor son unos mantas».
Pasaron todo el domingo en la sala común, rodeados de libros, mientras a ratos la estancia se llenaba de
alumnos y otras veces se quedaba vacía. Hacía un día bonito y despejado, y la mayoría de sus
compañeros de Gryffindor estuvieron al aire libre, en los jardines, disfrutando de lo que bien podía ser
uno de los últimos días soleados del año. Al anochecer, Harry tenía la sensación de que alguien había
estado golpeándole el cerebro contra las paredes internas del cráneo.
—Mira, creo que deberíamos intentar hacer más deberes durante la semana —le comentó a Ron cuando
finalmente terminaron la larga redacción para la profesora McGonagall sobre el hechizo Inanimatus
Conjurusy, abatidos, empezaron otra igual de larga para la profesora Sinistra sobre las lunas de Júpiter.
—Sí —respondió Ron frotándose los enrojecidos ojos y arrojando al fuego la quinta hoja de pergamino
descartada—. Oye, ¿por qué no pedimos a Hermione que nos deje echar un vistazo a sus trabajos?
Harry giró la cabeza y miró a su amiga, que estaba sentada conCrookshanksen el regazo, charlando
alegremente con Ginny mientras un par de agujas de punto tejían, suspendidas en el aire delante de sus
ojos, un par de deformes calcetines de elfo.
—No —decidió Harry—, sabes perfectamente que no nos dejará copiar.
Así que siguieron trabajando mientras fuera el cielo se oscurecía cada vez más. Poco a poco, la sala
común fue quedándose vacía otra vez. A las once y media, Hermione se les acercó bostezando.
—¿Ya habéis terminado?
—No —contestó Ron con aspereza.
—La luna más grande de Júpiter es Ganímedes, no Calixto —corrigió Hermione señalando por encima
del hombro de su amigo una línea de la redacción de Astronomía—, y la que tiene los volcanes es Ío.
—Gracias —gruñó Ron tachando las frases equivocadas.
—Lo siento, yo sólo…
—Mira, Hermione, si únicamente has venido para criticar…
—Ron…
—No tengo tiempo para escuchar tus sermones, Hermione, ya estoy harto de…
—No, Ron, ¡mira!
Hermione señalaba la ventana más cercana. Harry y Ron miraron hacia allí. Una bonita lechuza se
había posado en el alféizar y miraba a Ron.
—¿No esHermes? —preguntó Hermione, asombrada.
—¡Vaya, sí! —exclamó Ron, que dejó su pluma y se levantó—. ¿Para qué me habrá escrito Percy?
Fue hacia la ventana y la abrió, yHermesentró en la habitación, aterrizó sobre la redacción de Ron y
extendió la pata en la que llevaba atada una carta. Ron cogió la carta y la lechuza se marchó sin perder
tiempo, dejando huellas de tinta en el dibujo que el chico había hecho de la luna Ío.
—Sí, es la letra de Percy —observó Ron sentándose en la butaca y leyendo lo que había escrito en la
parte exterior del rollo de pergamino: «Ronald Weasley, Casa de Gryffindor, Hogwarts.» Luego miró a
sus amigos y añadió—: ¿Qué creéis que será?
—¡Ábrela! —le ordenó Hermione con impaciencia, y Harry asintió con la cabeza.
Ron desenrolló el pergamino y empezó a leer. Cuanto más avanzaba, más ceñuda era su expresión.
Después, cuando con aspecto indignado terminó la lectura, les pasó la carta a Harry y a Hermione, que
se pusieron el uno al lado del otro para leerla juntos.
Querido Ron:
Acabo de enterarme (nada más y nada menos que por el ministro de Magia en persona, a quien ha
informado tu nueva maestra, la profesora Umbridge) de que te han nombrado prefecto de Hogwarts.
Cuando supe la noticia me llevé una grata sorpresa, y ante todo quiero felicitarte. He de admitir
que siempre temí que tomaras lo que podríamos llamar «el camino de Fred y George» en lugar de
seguir  mis  pasos,  así  que  ya  puedes  imaginarte  cómo  me  alegré  al  saber  que  has  dejado  de
desobedecer a las autoridades y has decidido cargar con una responsabilidad real.
Pero no voy a limitarme a felicitarte, Ron; también quiero darte algunos consejos, y por eso te
envío esta carta por la noche en vez de utilizar el correo matutino, como habría sido lo normal. Espero
que puedas leerla lejos de miradas curiosas y así evitar preguntas inoportunas.
Por algo que al ministro se le escapó cuando me contó que te habían nombrado prefecto, deduzco que
sigues relacionándote con Harry Potter. Debo decirte, Ron, que no hay nada que pueda ponerte en
mayor peligro de perder tu insignia que seguir confraternizando con ese chico. Sí, estoy seguro de que
te sorprenderá que te diga esto (sin duda argumentarás que Potter siempre ha sido el favorito de
Dumbledore), pero me veo obligado a comunicarte que es posible que Dumbledore no siga dirigiendo
Hogwarts durante mucho tiempo, y las personas que son importantes de verdad tienen una opinión
muy distinta (y seguramente más acertada) del comportamiento de Potter. Ahora no voy a darte más
detalles, pero si mañana leesEl Profetatendrás una idea de por dónde van los tiros (¡y ya verás mis
declaraciones!).
En serio, Ron, no debes permitir que te metan en el mismo saco que a Potter, pues eso podría
resultar muy perjudicial para tus perspectivas de futuro, y me refiero también a la vida después del
colegio. Como ya debes de saber, dado que nuestro padre lo acompañó al tribunal, este verano Potter
tuvo una vista disciplinaria ante el Wizengamot en pleno, y no salió muy bien parado. Si quieres que te
diga la verdad, se libró de que lo condenaran gracias a un mero tecnicismo, pero mucha gente con la
que he hablado sigue convencida de su culpabilidad.
Es posible que te dé miedo cortar tus lazos con Potter (ya sé que es un desequilibrado y que, por lo
que  me  han contado,  hasta puede llegar a  ser  violento),  pero  si tienes  alguna preocupación al
respecto, o si has detectado algo más en la conducta de Potter que te inquiete, te recomiendo que
hables  con  Dolores  Umbridge,  una  mujer  encantadora  que  no  tendrá  ningún  inconveniente  en
orientarte.
Y  eso  me  lleva  a  darte  otro  consejo.  Como  ya  he  insinuado  antes,  es  posible  que  muy  pronto
Dumbledore deje de dirigir Hogwarts. Tus lealtades, Ron, no deberían estar con él, sino con el colegio 
y el Ministerio. Lamento mucho saber que hasta ahora la profesora Umbridge no ha encontrado
mucha cooperación por parte del profesorado en su intento de introducir esos necesarios cambios en
Hogwarts que el Ministerio tan ardientemente desea (aunque a partir de la semana que viene creo que
le resultará más fácil; te remito una vez más a  El Profeta de mañana). Sólo te diré una cosa: un
alumno que demuestre estar dispuesto a ayudar a la profesora Umbridge en estos momentos podría ser
un firme candidato al cargo de delegado dentro de un par de años.
Siento mucho que no pudiéramos vernos más este verano. No me gusta criticar a nuestros padres,
pero me temo que no puedo continuar viviendo con ellos mientras sigan mezclándose con ese peligroso
grupo que apoya a Dumbledore (si escribes a nuestra madre, deberías decirle que a un tal Sturgis
Podmore, gran amigo de Dumbledore, lo han enviado recientemente a Azkaban porque entró de forma
ilegal en el Ministerio e intentó robar. Quizá la noticia le abra los ojos y le haga comprender que las
personas con las que se relaciona son una pandilla de delincuentes). Me considero muy afortunado
por haberme librado del estigma que conlleva asociarse con ese tipo de gente (el ministro se porta
estupendamente conmigo), y de verdad, Ron, espero que no dejes que los lazos familiares te impidan
ver lo erróneo de las opiniones y de los actos de nuestros padres. Ojalá con el tiempo se den cuenta de
lo equivocados que estaban, y, por supuesto, cuando llegue ese día aceptaré sin reservas sus disculpas.
Piensa con detenimiento en todo lo que te he dicho, por favor, especialmente en lo de Harry Potter,
y felicidades una vez más por tu nombramiento.
Tu hermano,
Percy
Harry levantó la cabeza y miró a Ron.
—Bueno —dijo intentando que pareciera que se había tomado aquella carta como una broma—, si
quieres… ¿Cómo era?… —volvió a mirar la carta de Percy—. ¡Ah, sí! «Cortar los lazos» conmigo, te
juro que no me pondré violento.
—Dámela —le pidió Ron tendiéndole una mano—. Es un completo… —añadió entrecortadamente
mientras rompía la carta de Percy por la mitad—, absoluto… —la rompió en cuatro trozos—, y
rematado… —la cortó en ocho trozos— imbécil. —Y los arrojó al fuego—. Démonos prisa, hemos de
terminar esto antes del amanecer —le dijo con brusquedad a Harry, y cogió otra vez la redacción para
la profesora Sinistra.
Hermione miraba a Ron con una extraña expresión en la cara.
—Dádmelas —dijo de pronto.
—¿Qué? —se extrañó Ron.
—Dádmelas, las repasaré y las corregiré —afirmó.
—¿Lo dices en serio? ¡Oh, Hermione, eres nuestra salvación! —exclamó Ron—¿Qué puedo…?
—Podéis decir esto: «Prometemos que nunca volveremos a dejar nuestros deberes para el último
momento» —recitó ella tendiéndoles ambas manos para que le entregaran las redacciones, aunque con
aire divertido.
—Un millón de gracias, Hermione —dijo Harry con un hilo de voz mientras le pasaba su redacción, y
volvió a hundirse en su butaca frotándose los ojos.
Ya era más de medianoche, y en la sala común sólo estaban ellos tres yCrookshanks. Lo único que se
oía era el rasgueo de la pluma de Hermione mientras tachaba frases aquí y allá, y el ruido que hacía al
pasar las páginas de los libros de consulta que había esparcidos sobre la mesa cuando buscaba algún
dato en ellos. Harry estaba agotado. Además notaba una extraña sensación de vacío y de mareo en el
estómago que no tenía nada que ver con el cansancio, pero sí con la carta de Percy, que ya había
quedado reducida a cenizas en la chimenea.
Harry era consciente de que la mitad de los estudiantes de Hogwarts lo consideraban raro, o incluso
loco, y sabía queEl Profetallevaba meses haciendo comentarios maliciosos sobre él, pero ver todo eso
escrito de puño y letra de Percy, y enterarse de que éste aconsejaba a Ron que dejara de ser amigo suyo
y que le hablara de él a la profesora Umbridge, lo obligó a tomar conciencia real de la situación. Hacía 
cuatro años que conocía a Percy, había estado en su casa durante las vacaciones de verano, había
compartido una tienda con él durante los Mundiales dequidditch, había recibido de él la puntuación
máxima en la segunda prueba del Torneo de los tres magos el año anterior, y, sin embargo, en esos
momentos, Percy creía que era un desequilibrado y que hasta podía llegar a ser violento. Entonces
Harry sintió un arrebato de cariño hacia su padrino, y pensó que seguramente Sirius era la única
persona capaz de comprender de verdad cómo se sentía él en aquel momento, porque Sirius estaba en la
misma situación. Casi toda la comunidad de los magos creía que era un peligroso asesino y uno de los
más fieles seguidores de Voldemort, y él había tenido que aguantar aquello durante catorce años…
Harry parpadeó, pues acababa de ver algo en el fuego que no podía estar allí. Había aparecido un
instante y luego había desaparecido. No, no podía ser… Se lo había imaginado porque estaba pensando
en Sirius…
—Bueno, ya puedes pasarla a limpio —le dijo Hermione a Ron acercándole su redacción y una hoja
con lo que ella había escrito—; luego añade las conclusiones que he redactado yo.
—En serio, Hermione, eres la persona más maravillosa que he conocido jamás —repuso Ron con
timidez—, y si vuelvo a ser maleducado contigo…
—… sabré que vuelves a ser el de siempre —terminó Hermione—. Harry, la tuya está bien, excepto
este trozo del final. Creo que no oíste bien lo que decía la profesora Sinistra: Europa está cubierta de
hielo, no de pelo. ¿Me oyes, Harry?
Harry se había levantado de la butaca y estaba arrodillado en la chamuscada y raída alfombra que había
delante de la chimenea, contemplando las llamas.
—Harry —dijo Ron, desconcertado—. ¿Qué haces ahí?
—Acabo de ver la cabeza de Sirius en el fuego —explicó Harry.
Lo dijo con mucha calma; al fin y al cabo, había visto la cabeza de Sirius en aquella misma chimenea el
año anterior y había hablado con él. Con todo, no estaba seguro de haberla visto esta vez… Había
desaparecido tan deprisa…
—¿La cabeza de Sirius? —repitió Hermione—. ¿Como aquella vez que quería hablar contigo durante
el Torneo de los tres magos? Pero no creo que vaya a hacerlo ahora, sería demasiado… ¡Sirius!
La chica dio un grito ahogado y se quedó mirando el fuego mientras Ron soltaba la pluma. En medio de
las llamas, efectivamente, estaba la cabeza de Sirius, con el largo y oscuro cabello enmarcando su
sonriente rostro.
—Empezaba a pensar que subiríais a acostaros antes de que se hubieran marchado los demás —dijo—.
He venido a vigilar todas las horas.
—¿Has aparecido en el fuego hora tras hora? —le preguntó Harry conteniendo la risa.
—Sólo unos segundos, para comprobar si había moros en la costa.
—Pero ¿y si llega a verte alguien? —dijo Hermione con nerviosismo.
—Bueno, creo que antes me ha visto una chica que debía de ser de primero, por la pinta que tenía, pero
no os preocupéis —se apresuró a añadir Sirius al ver que Hermione se llevaba una mano a la boca—,
desaparecí en cuanto volvió a mirarme, y estoy seguro de que pensó que sólo era un tronco con forma
rara o algo así.
—Pero Sirius, esto es muy arriesgado… —empezó Hermione.
—Me recuerdas a Molly —repuso Sirius—. Ésta ha sido la única manera que se me ha ocurrido de
contestar a la carta de Harry sin recurrir a un código. Además, los códigos pueden descifrarse.
Cuando  Sirius  mencionó  la  carta  de  Harry,  Hermione  y  Ron  giraron  la  cabeza  y  se  quedaron
observando a su amigo.
—¡No nos dijiste que habías escrito a Sirius! —protestó Hermione.
—Se me olvidó —repuso Harry, y era cierto: su encuentro con Cho en la lechucería le había borrado de
la mente todo lo ocurrido con anterioridad—. No me mires así, Hermione, era imposible que alguien
obtuviera información secreta de esa carta, ¿verdad, Sirius?
—Sí, era muy buena —confirmó éste sonriendo—. Bueno, será mejor que nos demos prisa, por si
alguien nos molesta. A ver, tu cicatriz…
—¿Qué pasa con…? —empezó a decir Ron, pero Hermione lo interrumpió.
—Ya te lo contaremos más tarde, Ron. Sigue, Sirius.
—Mira, ya sé que no tiene ninguna gracia que te duela, pero no creemos que sea algo por lo que
debamos preocuparnos. El año pasado te dolía continuamente, ¿no?
—Sí, y Dumbledore dijo que sucedía cada vez que Voldemort sentía una intensa emoción —explicó
Harry, ignorando, como de costumbre, las muecas de Ron y Hermione—. Quizá sólo se tratara de que
Voldemort estaba…, no sé, muy enfadado o algo así la noche de mi castigo.
—Bueno, ahora que ha regresado, es lógico que te duela más a menudo —afirmó Sirius.
—Entonces, ¿no crees que tenga nada que ver con el hecho de que la profesora Umbridge me tocara
mientras estaba cumpliendo el castigo con ella? —inquirió Harry.
—Lo dudo. No la conozco personalmente, pero sé la fama que tiene y estoy seguro de que no es una
mortífaga.
—Pues es lo bastante repugnante para serlo —opinó Harry con desánimo, y Ron y Hermione asintieron
enérgicamente, dándole la razón.
—Sí, pero el mundo no está dividido en buenas personas ymortífagos—aclaró Sirius con una sonrisa
irónica—. De todos modos, ya sé que es una imbécil. Deberíais oír a Remus hablar de ella.
—¿Lupin  la  conoce?  —preguntó  Harry  rápidamente,  recordando  los  comentarios  sobre  híbridos
peligrosos que la profesora Umbridge hizo en su primera clase.
—No —respondió Sirius—, pero hace dos años ella redactó el borrador de una ley antihombres lobo, y
por culpa de esa ley, Remus tiene muchos problemas para conseguir trabajo.
Harry se acordó del descuidado y empobrecido aspecto que Lupin tenía últimamente, y sintió aún más
desprecio hacia la profesora Umbridge.
—¿Qué tiene contra los hombres lobo? —preguntó Hermione, enojada.
—Supongo que miedo —contestó Sirius sonriendo ante la indignación de Hermione—. Por lo visto
odia a los semihumanos; el año pasado hizo una campaña para reunir a toda la gente del agua y
etiquetarla. Imaginaos, perder el tiempo y la energía persiguiendo a la gente del agua, cuando hay
tantos sinvergüenzas sueltos, como Kreacher.
Ron rió, pero Hermione estaba muy enfadada.
—¡Sirius! —exclamó en tono de reproche—. En serio, si te esforzaras un poco con Kreacher, estoy
segura de que él reaccionaría. Después de todo, eres el único miembro de la familia que le queda, y el
profesor Dumbledore dijo que…
—Bueno, ¿qué tal son las clases con Umbridge? —la interrumpió Sirius—. ¿Qué hace, os entrena a
todos para exterminar híbridos?
—No —contestó Harry sin hacer caso del gesto ofendido de Hermione por haber sido interrumpida en
su defensa de Kreacher—. ¡No nos deja hacer magia!
—Lo único que hacemos es leer esos estúpidos libros de texto —añadió Ron.
—No me extraña —dijo Sirius—. Según hemos sabido por las fuentes que tenemos en el Ministerio,
Fudge no quiere que recibáis entrenamiento para el combate.
—¿Entrenamiento para el combate? —repitió Harry, incrédulo—. ¿Qué piensa que hacemos aquí,
formar una especie de ejército mágico?
—Eso  es  exactamente  lo  que  piensa  que  hacéis  —confirmó  Sirius—,  o,  mejor  dicho,  eso  es
exactamente  lo  que  teme  que  hace  Dumbledore:  formar  su  ejército  privado,  con  el  que  podrá
enfrentarse al Ministerio de Magia.
Se produjo una pausa, y luego Ron dijo:
—Es la cosa más estúpida que he oído en mi vida, incluidas todas las tonterías que dice Luna
Lovegood.
—Entonces  ¿no  nos  dejan  aprender  Defensa  Contra  las Artes  Oscuras  porque  Fudge  teme  que
utilicemos los hechizos contra el Ministerio? —preguntó Hermione, furiosa.
—Exacto —afirmó Sirius—. Fudge cree que Dumbledore no se detendrá ante nada con tal de alcanzar
el poder. Cada día que pasa está más paranoico con él. Sólo es cuestión de tiempo que dé la orden de
detenerlo bajo alguna acusación falsa.
Aquellas palabras hicieron que Harry recordara la carta de Percy.
—¿Sabes si mañana va a salir algo sobre Dumbledore enEl Profeta?Percy, el hermano de Ron, dice
que sí…
—No lo sé —repuso Sirius—. No he visto a nadie de la Orden en todo el fin de semana; andaban todos
muy ocupados. Hemos estado solos Kreacher y yo…
La voz de Sirius tenía un claro deje de amargura.
—Entonces ¿tampoco has tenido noticias de Hagrid?
—Ah… —dijo Sirius—, bueno, ya tendría que haber vuelto, nadie sabe con certeza qué le ha pasado.
—Entonces,  al  ver  los  acongojados  rostros  de  los  tres  amigos,  se  apresuró  a  añadir—:  Pero
Dumbledore no está preocupado, así que no os pongáis nerviosos. Estoy seguro de que Hagrid está
bien.
—Pero si ya tendría que haber vuelto… —insistió Hermione con un hilo de voz.
—Madame Máxime estaba con él; hemos hablado con ella y dice que se separaron en el viaje de
regreso  a  casa,  pero  nada  indica  que  pueda  estar  herido  o…  Bueno,  nada  indica  que  no  esté
perfectamente  bien.  —Harry,  Ron  y  Hermione,  poco  convencidos,  intercambiaron  miradas  de
preocupación—. Mirad, será mejor que no hagáis muchas preguntas sobre Hagrid —continuó Sirius—.
Con eso sólo conseguiréis atraer la atención hacia el hecho de que no ha vuelto, y sé que a Dumbledore
no le interesa. Hagrid es un tipo duro, seguro que está bien. —Y como no pareció que sus palabras
animaran a los chicos, añadió—: Por cierto, ¿cuándo es vuestra próxima excursión a Hogsmeade? Se
me ha ocurrido que ya que nos salió bien lo del disfraz de perro en la estación, podríamos…
—¡NO!—saltaron Harry y Hermione a la vez, gritando.
—Sirius, ¿acaso no leesEl Profeta?—le preguntó Hermione muy angustiada.
—¡Oh, El  Profeta!—exclamó  Sirius  sonriendo—.  Les  encantaría  saber  por  dónde  ando,  pero  en
realidad no tienen ni idea…
—Creemos que esta vez sospechan algo —intervino Harry—. Algo que comentó Malfoy en el tren,
utilizando la palabra «perro», nos hizo pensar que sabía que eras tú, y su padre estaba en el andén,
Sirius, ya sabes, Lucius Malfoy, así que sobre todo no te acerques por aquí. Si Malfoy vuelve a
reconocerte…
—De acuerdo, de acuerdo —repuso Sirius con aire muy contrariado—. Sólo era una idea, pensé que te
gustaría que nos viéramos.
—¡Claro que me gustaría, pero no quiero que vuelvan a encerrarte en Azkaban! —aclaró Harry.
Hubo una pausa durante la cual Sirius se quedó mirando a su ahijado desde el fuego, frunciendo el
entrecejo.
—No te pareces a tu padre tanto como yo creía —comentó entonces con frialdad—. Para James, el
riesgo habría sido lo divertido.
—Mira…
—Bueno, tengo que marcharme. Oigo a Kreacher bajando por la escalera —dijo Sirius, pero Harry
estaba seguro de que mentía—. Ya te escribiré diciéndote a qué hora puedo volver a aparecer en el
fuego, ¿está bien? Si no lo encuentras demasiado arriesgado, claro…
Entonces se oyó un débil «¡Pum!», y donde antes estaba la cabeza de Sirius volvieron a verse sólo
llamas.

15
La Suma Inquisidora de Hogwarts

Creyeron que a la mañana siguiente tendrían que repasarEl Profetade Hermione de arriba abajo para
encontrar el artículo que Percy mencionaba en su carta. Sin embargo, cuando la lechuza que se lo había
llevado acababa de levantar el vuelo desde la jarra de leche, Hermione soltó un grito ahogado y puso el
periódico sobre la mesa para enseñar a sus amigos una gran fotografía de Dolores Umbridge que lucía
una amplia sonrisa en los labios y pestañeaba lentamente bajo el siguiente titular:
EL MINISTERIO EMPRENDE LA REFORMA EDUCATIVA Y NOMBRA A DOLORES UMBRIDGE PRIMERA
SUMA INQUISIDORA
—¿La profesora Umbridge «Suma Inquisidora»? —repitió Harry, desconcertado. La tostada que estaba
comiendo se le cayó de los dedos—. ¿Qué significa eso?
Hermione leyó en voz alta:
Anoche el Ministerio de Magia tomó una decisión inesperada y aprobó una nueva ley con la que
alcanzará un nivel de control sin precedentes sobre el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
«Hace tiempo que el ministro está preocupado por los sucesos ocurridos en Hogwarts —explicó el
asistente del ministro, Percy Weasley—. Y el paso  que acaba de  dar  ha sido  la  respuesta  a la
preocupación manifestada por muchos padres angustiados respecto a la orientación que está tomando
el colegio, una orientación con la que no están de acuerdo.»
No es la primera vez en las últimas semanas que el ministro, Cornelius Fudge, utiliza nuevas leyes
para introducir mejoras en el colegio de magos. Recientemente, el 30 de agosto, se aprobó el Decreto
de Enseñanza n.° 22 para asegurar que, en caso de que el actual director no pudiera nombrar a un
candidato para un puesto docente, el Ministerio tuviera derecho a elegir a la persona apropiada.
«Así fue como Dolores Umbridge ocupó su actual puesto como profesora en Hogwarts —explicó
Weasley anoche—. Dumbledore no encontró a nadie para impartir la asignatura de Defensa Contra
las Artes Oscuras… y por eso el ministro nombró a Dolores Umbridge, lo que ha constituido, por
supuesto, un éxito inmediato…»
—¿Que ha sidoQUÉ? —saltó Harry.
—Espera, aún hay más —dijo Hermione, apesadumbrada.
«… por supuesto, un éxito inmediato porque ha revolucionado por completo el sistema de enseñanza
de dicha asignatura y porque así proporciona al ministro información de primera mano sobre lo que
está pasando en Hogwarts.»
El Ministerio ha formalizado esta última función con la aprobación del Decreto de Enseñanza n.°
23, que crea el nuevo cargo de Sumo Inquisidor de Hogwarts.
«De este modo se inicia una emocionante nueva fase del plan del ministro para poner remedio a lo
que algunos llaman el "descenso de nivel" de Hogwarts —explicó Weasley—. El Inquisidor tendrá
poderes para supervisar a sus colegas y asegurarse de que su trabajo alcance el nivel requerido. El
ministro ha ofrecido este cargo a la profesora Umbridge, además del puesto docente, y estamos
encantados de anunciar que ella lo ha aceptado.»
Las nuevas medidas adoptadas por el Ministerio han recibido el entusiasta apoyo de los padres de
los alumnos de Hogwarts.
«Estoy mucho más tranquilo desde que sé que Dumbledore estará sometido a una evaluación justa
y objetiva —declaró el señor Lucius Malfoy, de 41 años, en su mansión de Wiltshire—. Muchos padres,
que queremos lo mejor para nuestros hijos, estábamos preocupados por algunas de las descabelladas
decisiones que ha tomado Dumbledore en los últimos años y nos alegra saber que el Ministerio
controla la situación.»
Entre esas «descabelladas decisiones» están sin duda los controvertidos nombramientos docentes,
anteriormente descritos en este periódico, que incluyen al hombre lobo Remus Lupin, al semigigante
Rubeus Hagrid y al engañosoexauror OjolocoMoody.
Abundan  los  rumores,  desde  luego,  de  que  Albus  Dumbledore,  antiguo  Jefe  Supremo  de  la
Confederación Internacional de Magos y Jefe de Magos del Wizengamot, ya no está en condiciones de
dirigir el prestigioso Colegio Hogwarts.
«Creo  que  el  nombramiento  de  la  Inquisidora  es  un  primer  paso  hacia  la  garantía  de  que
Hogwarts tenga un director en quien todos podamos depositar nuestra confianza», afirmó una persona
perteneciente al Ministerio.
Dos de los miembros de mayor antigüedad del Wizengamot, Griselda Marchbanks y Tiberius
Ogden, han dimitido como protesta ante la introducción del cargo de Inquisidor de Hogwarts.
«Hogwarts es un colegio, no un puesto de avanzada del despacho de Cornelius Fudge —afirmó la
señora  Marchbanks—.  Esto  no  es  más  que  otro  lamentable  intento  de  desacreditar  a  Albus
Dumbledore.»
(En la página 17 encontrarán una detallada descripción de las presuntas vinculaciones de la
señora Marchbanks con grupos subversivos de duendes.)
Hermione terminó de leer y miró a sus amigos, que estaban sentados al otro lado de la mesa.
—¡Ahora ya sabemos por qué nos han puesto a esa Umbridge! ¡Fudge aprobó el Decreto de Enseñanza
y nos la ha impuesto! ¡Y ahora va y le da poderes para supervisar a los otros profesores! —Hermione
respiraba muy deprisa y le brillaban los ojos—. No puedo creerlo. ¡Es un escándalo!
—Ya lo sé —coincidió Harry, que se miró la mano derecha, apoyada con fuerza en la mesa, y vio el
débil trazo de las palabras que la profesora Umbridge le había obligado a grabarse en la piel.
Pero en la cara de Ron estaba dibujándose una sonrisa.
—¿Qué pasa? —preguntaron Harry y Hermione al mismo tiempo, observándolo.
—Es  que  me  muero  de  ganas  de  ver  cómo  supervisan  a  la  profesora  McGonagall  —dijo  Ron
alegremente—. Umbridge va a enterarse de lo que es bueno.
—En fin, vámonos —propuso Hermione poniéndose en pie—. Si piensa supervisar la clase de Binns,
será mejor que no lleguemos tarde…
Pero la profesora Umbridge no supervisó la clase de Historia de la Magia, que fue tan aburrida como la
del lunes anterior; tampoco la encontraron en la mazmorra de Snape cuando llegaron para una clase de
dos horas de Pociones, en la que a Harry le devolvieron su redacción sobre el ópalo con una enorme y
puntiaguda D negra estampada en una esquina superior.
—Os he puesto la nota que os habrían puesto si hubierais presentado este trabajo en vuestroTIMO—
explicó Snape con una sonrisita de suficiencia mientras se paseaba entre sus alumnos devolviéndoles
los deberes corregidos—. Así os haréis una idea de los resultados que podéis esperar de vuestros
exámenes. —Snape llegó a la parte delantera de la clase y se dio la vuelta para mirar a los alumnos—.
En general, el nivel de la redacción ha sido pésimo. La mayoría de vosotros habríais suspendido si
hubiera sido un examen. Espero que os esforcéis mucho más en la redacción de esta semana sobre las
diferentes variedades de antídotos para veneno; si no, tendré que empezar a castigar a los burros que
obtengan una D.
—¿A alguien le han puesto una D? ¡Ja! —dijo Malfoy en voz baja, y entonces Snape esbozó una
sonrisa de complicidad.
Harry se dio cuenta de que Hermione lo miraba de reojo intentando ver qué nota había tenido, así que
guardó su redacción sobre el ópalo en la mochila tan rápido como pudo, pues prefería no divulgar esa
información.
Decidido a no proporcionar un pretexto a Snape para que lo regañara en aquella clase, Harry leyó y
releyó cada una de las instrucciones escritas en la pizarra como mínimo tres veces antes de ponerlas en
práctica. Su solución fortificante no tenía exactamente el tono turquesa claro de la de Hermione, pero al
menos era azul y no rosa como la de Neville; al finalizar la clase, fue hasta la mesa de Snape y se la
entregó con una mezcla de alivio y desafío.
—Bueno, no ha ido tan mal como la semana pasada, ¿verdad? —comentó Hermione cuando subían por
la escalera de la mazmorra y cruzaban el vestíbulo hacia el Gran Comedor para ir a comer—. Y los
deberes tampoco están tan mal, ¿no? —Como ninguno de sus amigos contestó, Hermione insistió—:
Hombre, tampoco es que esperara la nota más alta, sobre todo si Snape los ha corregido como si fueran
un examen de TIMO, pero un aprobado no está mal en esta etapa, ¿no os parece? —Harry hizo un
ruidito evasivo con la garganta—. Evidentemente, pueden pasar muchas cosas desde ahora hasta el
examen, y tenemos mucho tiempo para mejorar, pero las notas que obtenemos ahora son una especie de
punto de referencia, ¿no? Algo sobre lo que podemos construir… —Se sentaron juntos a la mesa de
Gryffindor—. Evidentemente me habría encantado que me hubiera puesto una E…
—Hermione —dijo Ron con aspereza—, si quieres saber qué notas nos ha puesto, pregúntanoslo,
¿vale?
—No, si yo no… Bueno, si queréis decírmelo…
—A mí me ha puesto una I —confesó Ron mientras se servía sopa—. ¿Estás contenta?
—Bueno, no tienes por qué avergonzarte de eso —dijo Fred, que acababa de llegar a la mesa con
George y Lee Jordan y se había sentado a la derecha de Harry—. Una buena I no tiene nada de malo.
—Pero ¿la I no significa…? —empezó Hermione.
—Sí, «Insatisfactorio» —contestó Lee Jordan—. Pero es mejor que una D de «Desastroso», ¿no?
Harry notó que se le encendían las mejillas y fingió un acceso de tos mientras se comía el panecillo.
Cuando paró de toser lamentó comprobar que Hermione seguía hablando sobre las notas de losTIMOS.
—O sea, que la mejor nota es la E de «Extraordinario» —iba diciendo—, y luego está la A…
—No, la S —la corrigió George—, S de «Supera las expectativas». Y siempre he pensado que Fred y
yo  deberíamos  tener  S  en  todo  porque  superamos  las  expectativas  sólo  con  presentarnos  a  los
exámenes.
Todos rieron excepto Hermione, que siguió insistiendo:
—Bueno, después de la S está la A de «Aceptable», y ésa es la última nota de aprobado, ¿no?
—Sí —confirmó Fred echando un panecillo entero en su cuenco de sopa; luego se lo metió en la boca y
se lo tragó de una vez.
—Después está la I de «Insatisfactorio»… —Ron levantó ambos brazos fingiendo que lo celebraba—,
y la D de «Desastroso».
—Y luego la T —le recordó George.
—¿La T? —repitió Hermione, desconcertada—. ¿Es más baja incluso que la D? ¿Qué demonios
significa la T?
—«Trol» —contestó George.
Harry volvió a reír, aunque no estaba seguro de si George bromeaba o no. Se imaginó que intentaba
ocultar a Hermione que le habían puesto una T en todos los  TIMOS, e inmediatamente decidió que
trabajaría más a partir de entonces.
—¿Ya habéis tenido alguna clase supervisada? —inquirió Fred.
—No —contestó Hermione en el acto—. ¿Y vosotros?
—Sólo una, antes de la comida —respondió George—. Encantamientos.
—¿Cómo ha ido? —preguntaron Harry y Hermione.
Fred se encogió de hombros.
—No ha estado tan mal. La profesora Umbridge se ha quedado en un rincón tomando notas en un fajo
de pergaminos cogidos con un sujetapapeles. Ya conocéis a Flitwick, la ha tratado como si fuera una
invitada; no parecía que le preocupara ni lo más mínimo. Y ella no ha dicho casi nada. Le ha hecho un
par de preguntas a Alicia sobre cómo son las clases normalmente, Alicia le ha dicho que eran muy
interesantes y ya está.
—No me imagino al viejo Flitwick suspendiendo la supervisión —comentó George—. Casi siempre
aprueba a todo el mundo.
—¿A quién tenéis esta tarde? —le preguntó Fred a Harry.
—A Trelawney…
—Una T como hay pocas…
—… y a Umbridge.
—Pues hoy sé bueno y controla tu genio con la profesora Umbridge —le aconsejó George—. Angelina
va a ponerse hecha una fiera como te pierdas otro entrenamiento dequidditch.
Pero Harry no tuvo que esperar a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras para ver a la profesora
Umbridge. Estaba sentado en la última fila de la lóbrega aula de Adivinación, sacando de su mochila el
diario de sueños, cuando Ron le dio un codazo en las costillas; Harry giró la cabeza y observó que la
profesora  Umbridge  entraba  por  la  trampilla  del  suelo.  La  clase,  que  hasta  entonces  hablaba
alegremente,  guardó  silencio  de  inmediato.  El  brusco  descenso  del  ruido  hizo  que  la  profesora
Trelawney, que se paseaba repartiendo copias deEl oráculo de los sueños,se volviera para ver qué
sucedía.
—Buenas tardes, profesora Trelawney —saludó la profesora Umbridge sonriendo ampliamente—.
Espero que haya recibido mi nota en la que le indicaba la fecha y la hora en que la supervisaría.
La profesora Trelawney asintió con sequedad y, muy contrariada, le dio la espalda a la profesora
Umbridge y siguió repartiendo los libros. Sin dejar de sonreír, la profesora Umbridge cogió el respaldo
de la butaca que había más cerca y la arrastró hasta la parte delantera de la clase para colocarla unos
centímetros por detrás de la profesora Trelawney. Entonces se sentó, sacó las hojas de pergamino de su
floreado bolso y se quedó mirando expectante a su colega esperando que comenzara la clase.
La profesora Trelawney se ciñó los chales con manos ligeramente temblorosas y miró a sus alumnos a
través de sus gafas de cristales de aumento.
—Hoy vamos a continuar con nuestro estudio de los sueños proféticos —dijo en un valeroso intento de
adoptar su tono místico, aunque la voz también le temblaba un poco—. Colocaos por parejas, por favor,
e interpretad las últimas visiones nocturnas de vuestro compañero con la ayuda del libro.
Fue hacia su butaca, pero como vio a la profesora Umbridge sentada justo detrás, de inmediato giró
hacia la izquierda, donde se hallaban Parvati y Lavender, que ya estaban enfrascadas en un profundo
análisis del último sueño de Parvati.
Harry  abrió  su  ejemplar  de El  oráculo  de  los  sueños mirando  disimuladamente  a  la  profesora
Umbridge, que había empezado a tomar notas. Pasados unos minutos, ésta se levantó y empezó a
pasearse por el aula siguiendo a la profesora Trelawney, escuchando las conversaciones que mantenía
con los alumnos y haciendo preguntas de vez en cuando. Harry agachó la cabeza sobre su libro
rápidamente.
—Deprisa, piensa un sueño por si el sapo viene hacia aquí.
—Yo me lo inventé la última vez —protestó Ron—, ahora te toca a ti.
—¡Ay, no sé! —dijo Harry, desesperado. No recordaba haber soñado nada en los últimos días—.
Digamos que soñé que estaba… ahogando a Snape en mi caldero. Sí, eso servirá…
Ron contuvo la risa mientras abríaEl oráculo de los sueños.
—Vale, tenemos que sumar tu edad a la fecha en que tuviste el sueño, y el número de letras del tema…
¿Cuál sería el tema? ¿Ahogamiento, caldero o Snape?
—No importa, elige el que quieras —contestó Harry, y se arriesgó a mirar hacia atrás.
La profesora Umbridge estaba de pie detrás de la profesora Trelawney, echando un vistazo por encima
de su hombro y tomando notas, mientras la profesora de Adivinación interrogaba a Neville sobre su
diario de sueños.
—A ver, ¿qué noche lo soñaste? —le preguntó Ron, enfrascado en sus cálculos.
—No lo sé, anoche, o cuando te parezca —respondió Harry intentando escuchar lo que Dolores
Umbridge estaba diciéndole a la profesora Trelawney.
En ese momento ya sólo estaban a una mesa de distancia de ellos. La profesora Umbridge anotaba algo
más, y la profesora Trelawney parecía sumamente molesta.
—Dígame —dijo la profesora Umbridge mirando a su colega—, ¿cuánto tiempo hace exactamente que
imparte esta clase?
La profesora Trelawney la observó frunciendo el entrecejo, con los brazos cruzados y los hombros
encorvados, como si quisiera protegerse cuanto pudiera de la humillación que suponía aquel examen.
Tras una breve pausa, durante la cual pareció decidir que la pregunta no era tan ofensiva como para
ignorarla por completo, contestó con un tono que denotaba un profundo resentimiento:
—Casi dieciséis años.
—Eso es mucho tiempo —repuso la profesora Umbridge, y lo anotó en sus hojas de pergamino—. ¿Y
fue el profesor Dumbledore quien le ofreció el puesto?
—Sí —respondió la profesora Trelawney con sequedad.
La profesora Umbridge lo apuntó también.
—¿Y es usted la tataranieta de la famosa vidente Cassandra Trelawney?
—Sí —respondió la profesora levantando un poco más la barbilla.
Otra nota en las hojas de pergamino.
—Pero tengo entendido, y corríjame si me equivoco, que usted es la primera de su familia, desde
Cassandra, que tiene el don de la clarividencia.
—Estos dones suelen saltarse… tres generaciones —repuso la profesora Trelawney.
La sonrisa de sapo de la profesora Umbridge se ensanchó un poco más.
—Claro, claro —dijo con dulzura, y tomó otra nota—. ¿Podría predecirme algo, por favor? —preguntó,
y miró inquisidoramente a su colega sin dejar de sonreír.
La profesora Trelawney se puso tensa, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.
—Perdone, pero no la entiendo —dijo cogiendo convulsivamente el chal que tenía alrededor del
esquelético cuello.
—Me gustaría que me predijera algo —repitió la profesora Umbridge con toda claridad.
Harry y Ron ya no eran los únicos que observaban y escuchaban a hurtadillas escondidos tras sus
libros. La mayoría de los estudiantes miraban perplejos a la profesora Trelawney, que se enderezó
completamente haciendo tintinear sus brazaletes y sus collares de cuentas.
—¡El Ojo Interior no ve nada por encargo! —respondió escandalizada.
—Bien —dijo la profesora Umbridge, y tomó una nueva nota.
—Pero… ¡un momento! —exclamó de pronto la profesora Trelawney en un intento de recuperar su
tono etéreo, aunque el efecto místico se malogró un poco porque la voz le temblaba de rabia—. Creo…,
creo… que veo algo. Algo… que la concierne a usted… Sí, noto algo…, algo tenebroso…, un grave
peligro…
La  profesora  Trelawney  señaló  con  un  tembloroso  dedo  a  la  profesora  Umbridge,  que  siguió
sonriéndole de manera insulsa con las cejas arqueadas.
—Me  temo…  ¡Me  temo  que  corre  un  grave  peligro!  —concluyó  la  profesora  Trelawney  con
dramatismo.
Se produjo un silencio. La profesora Umbridge todavía tenía las cejas arqueadas.
—Muy bien —repuso en voz baja, y volvió a hacer una anotación—. Si no es capaz de nada mejor…
Se dio la vuelta y dejó a la profesora Trelawney plantada donde estaba mientras ésta respiraba con
agitación. Harry miró de reojo a Ron y comprendió que su amigo estaba pensando exactamente lo
mismo  que  él:  ambos  sabían  que  la  profesora Trelawney  era  una  farsante,  pero,  por  otra  parte,
detestaban tanto a Umbridge que se sentían inclinados a defenderla. Bueno, al menos hasta que unos
segundos más tarde la profesora Trelawney se abatió sobre ellos.
—¿Y bien? —dijo, chasqueando los dedos bajo la nariz de Harry con una brusquedad inusitada—.
Déjame ver lo que has escrito en tu diario de sueños, por favor.
Pero cuando terminó de interpretar en voz alta los sueños de Harry (los cuales, incluso aquellos en los
que comía gachas de avena, parecía que pronosticaban una muerte espantosa y prematura), él ya no
sentía tanta compasión por ella. La profesora Umbridge permaneció todo el rato de pie, un poco
alejada, sin dejar de tomar notas, y cuando sonó la campana fue la primera en bajar por la escalerilla de
plata, de modo que ya los esperaba en el aula cuando los alumnos llegaron, diez minutos más tarde,
para su clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Cuando  entraron  en  el  aula  la  encontraron  tarareando  y  sonriendo.  Harry  y  Ron  le  contaron  a
Hermione, que había estado en Aritmancia, lo que había pasado en Adivinación mientras los alumnos
sacaban sus ejemplares deTeoría de defensa mágica,pero antes de que Hermione pudiera preguntar
algo, la profesora Umbridge ya los había llamado al orden y todos se habían callado.
—Guardad las varitas —ordenó sin dejar de sonreír, y los estudiantes más optimistas, que las habían
sacado, volvieron a guardarlas con pesar en sus mochilas—. En la última clase terminamos el capítulo
uno, de modo que hoy quiero que abráis el libro por la página diecinueve y empecéis a leer el capítulo
dos, titulado «Teorías defensivas más comunes y su derivación». En silencio, por favor —añadió, y
exhibiendo aquella amplia sonrisa de autosuficiencia, se sentó detrás de su mesa.
Los alumnos suspiraron mientras, todos a una, abrían los libros por la página 19. Harry, abatido, se
preguntó si habría suficientes capítulos para pasarse el año leyendo en las clases de Defensa Contra las
Artes Oscuras, y cuando estaba a punto de revisar el índice se fijó en que Hermione volvía a tener la
mano levantada.
La profesora Umbridge también lo había visto, y no sólo eso, sino que al parecer había diseñado una
estrategia por si se presentaba aquella eventualidad. En lugar de fingir que no se había fijado en
Hermione, se puso en pie y pasó por la primera hilera de pupitres hasta colocarse delante de ella;
entonces se agachó y susurró para que el resto de la clase no pudiera oírla:
—¿Qué ocurre esta vez, señorita Granger?
—Ya he leído el capítulo dos —respondió Hermione.
—Muy bien, entonces vaya al capítulo tres.
—También lo he leído. He leído todo el libro.
La profesora Umbridge parpadeó, pero recuperó el aplomo casi de inmediato.
—Estupendo. En ese caso, podrá explicarme lo que dice Slinkhard sobre los contraembrujos en el
capítulo quince.
—Dice que los contraembrujos no deberían llamarse así —contestó Hermione sin vacilar—. Dice que
«contraembrujo» no es más que un nombre que la gente utiliza para denominar sus embrujos cuando
quieren que parezcan más aceptables. —La profesora Umbridge arqueó las cejas y Harry se dio cuenta
de que estaba impresionada, a su pesar—. Pero yo no estoy de acuerdo —añadió Hermione.
Las cejas de la profesora Umbridge se arquearon un poco más y su mirada adquirió una frialdad
evidente.
—¿No está usted de acuerdo?
—No —contestó Hermione, quien, a diferencia de la profesora, no hablaba en voz baja, sino con una
voz clara y potente que ya había atraído la atención del resto de la clase—. Al señor Slinkhard no le
gustan los embrujos, ¿verdad? En cambio, yo creo que pueden resultar muy útiles cuando se emplean
para defenderse.
—¡¿Ah, sí?! —exclamó la profesora Umbridge olvidando bajar la voz y enderezándose—. Pues me
temo que es la opinión del señor Slinkhard, y no la suya, la que nos importa en esta clase, señorita
Granger.
—Pero… —empezó a decir ella.
—Basta —la atajó la profesora Umbridge; a continuación, se dirigió a la parte delantera de la clase y se
quedó de pie delante de sus alumnos; todo el garbo que había exhibido al principio de la clase había
desaparecido—. Señorita Granger, voy a restarle cinco puntos a la casa de Gryffindor.
Sus palabras desencadenaron un arranque de murmullos.
—¿Por qué? —preguntó Harry, furioso.
—¡No te metas en esto! —le susurró Hermione, alarmada.
—Por perturbar el desarrollo de mi clase con interrupciones que no vienen al caso —contestó la
profesora Umbridge suavemente—. Estoy aquí para enseñaros a utilizar un método aprobado por el
Ministerio que no contempla la posibilidad de animar a los alumnos a expresar sus opiniones sobre
temas  de  los  que  no  entienden  casi  nada.  Es  posible  que  vuestros  anteriores  profesores  de  esta
disciplina os hayan permitido más libertades, pero dado que ninguno de ellos, tal vez con la excepción
del profesor Quirrell, que al menos se limitó a abordar temas apropiados para vuestra edad, habría
aprobado una supervisión del Ministerio…
—Sí,  Quirrell  era  un  profesor  excelente  —dijo  Harry  en  voz  alta—,  pero  tenía  un  pequeño
inconveniente: que por su turbante se asomaba lord Voldemort.
Esa declaración fue recibida con uno de los silencios más aplastantes que Harry había oído en su vida.
Y entonces…
—Creo que le sentará bien otra semana de castigos, Potter —sentenció la profesora Umbridge sin
alterarse.
El corte que Harry tenía en la mano todavía no se había curado, y a la mañana siguiente volvía a
sangrar. Harry no se quejó durante el castigo de la tarde, pues estaba decidido a no dar aquella
satisfacción a la profesora Umbridge. Escribió una y otra vez «No debo decir mentiras» sin que un solo
sonido escapara de sus labios, aunque el corte iba haciéndose más profundo con cada letra.
Lo peor de aquella segunda semana de castigos fue, como había predicho George, la reacción de
Angelina. El martes, a la hora del desayuno, acorraló a Harry cuando éste llegó a la mesa de Gryffindor
y se puso a gritarle de tal modo que la profesora McGonagall se acercó desde la mesa de los profesores.
—Señorita Johnson, ¿cómo se atreve a montar semejante escándalo en el Gran Comedor? ¡Cinco
puntos menos para Gryffindor!
—Pero profesora… Han vuelvo a castigar a Harry…
—¿Qué pasa, Potter? —preguntó la profesora McGonagall con enojo dirigiéndose a Harry—. ¿Te han
castigado? ¿Quién?
—La  profesora  Umbridge  —masculló  esquivando  los  negros  y  pequeños  ojos  de  la  profesora
McGonagall, que lo taladraban a través de las gafas cuadradas.
—¿Estás diciéndome que, después de la advertencia que te hice el lunes pasado —dijo, bajando la voz
para que no la oyera un grupo de curiosos de Ravenclaw que tenía detrás—, has vuelto a perder los
estribos en la clase de la profesora Umbridge?
—Sí —confesó Harry mirando al suelo.
—¡Tienes que aprender a controlarte, Potter! ¡Estás buscándote problemas! ¡Cinco puntos menos para
Gryffindor!
—Pero…  ¿qué?  ¡No,  profesora!  —se  rebeló  Harry,  furioso  ante  aquella  injusticia—. Ya  me  ha
castigado ella, ¿por qué tiene que restarme puntos también?
—¡Porque  por  lo  visto  los  castigos  no  surten  el  más  mínimo  efecto!  —exclamó  la  profesora
McGonagall de manera cortante—. ¡No, Potter, no quiero oír ni una palabra más! ¡Y usted, señorita
Johnson, haga el favor de reservar en el futuro sus gritos para el campo de quidditchsi no quiere perder
la capitanía del equipo!
Y tras pronunciar esas palabras, la profesora McGonagall se encaminó pisando fuerte hacia la mesa de
los profesores. Angelina lanzó a Harry una mirada de profundo desprecio y se alejó de él, tras lo cual el
chico se sentó en el banco junto a Ron, echando chispas.
—¡Le quita puntos a Gryffindor porque todas las tardes me abro la mano con una plumilla! ¿Es eso
justo?
—Te  comprendo,  Harry  —dijo  su  amigo  compasivamente  mientras  le  servía  beicon—.  Está
completamente chiflada.
Hermione, sin embargo, se limitó a hojearEl Profetay no comentó nada.
—Crees que la profesora McGonagall tiene razón, ¿verdad? —le preguntó Harry a la fotografía de
Cornelius Fudge que le tapaba la cara a Hermione.
—Lamento que te haya quitado puntos, pero creo que hace bien advirtiéndote que no pierdas los
estribos con Umbridge —sentenció la voz de su amiga mientras Fudge gesticulaba enérgicamente en la
primera plana cuando pronunciaba un discurso.
Harry  no  le  dirigió  la  palabra  a  Hermione  en  Encantamientos,  pero  cuando  entraron  en
Transformaciones se le olvidó que estaba enfadado con ella. La profesora Umbridge estaba sentada en
un rincón sosteniendo las hojas de pergamino, y al verla, lo ocurrido durante el desayuno se borró de su
memoria.
—Estupendo —murmuró Ron cuando se sentaron en los asientos que solían ocupar—. Ahora veremos
cómo le dan su merecido a esa Umbridge.
La profesora McGonagall entró en el aula con aire marcial sin dar ni la más leve muestra de saber que
la profesora Umbridge estaba allí.
—¡Ya basta! —exclamó, y la clase se calló de inmediato—. Señor Finnigan, haga el favor de venir a
buscar los trabajos y repártalos. Señorita Brown, coja esta caja de ratones, por favor; no seas tonta,
niña, no te van a hacer nada, y dale uno a cada alumno.
—Ejem, ejem.
La profesora Umbridge utilizó la misma tosecilla ridícula con que había interrumpido a Dumbledore la
primera noche del curso. La profesora McGonagall, sin embargo, la ignoró por completo. Seamus le
devolvió su redacción a Harry, quien la cogió sin mirarlo y vio, con gran alivio, que le habían puesto
una A.
—Muy bien, escuchadme todos con atención. Dean Thomas, si vuelves a hacerle eso a tu ratón voy a
castigarte. La mayoría de vosotros ya habéis conseguido que vuestros caracoles desaparezcan, e incluso
quienes les dejasteis un poco de caparazón habéis captado lo esencial del hechizo. Hoy vamos a…
—Ejem, ejem —insistió la profesora Umbridge.
—¿Sí? —dijo la profesora McGonagall volviéndose con las cejas tan juntas que formaban una larga y
severa línea.
—Estaba preguntándome, profesora, si habría recibido usted la nota en la que le detallaba la fecha y la
hora de su supervi…
—Es evidente que la he recibido, porque si no ya le habría preguntado qué está haciendo en mi aula —
la  interrumpió  la  profesora  McGonagall,  y  dicho  eso  le  dio  la  espalda.  Muchos  estudiantes
intercambiaron  miradas  de  regocijo—.  Como  iba  diciendo,  hoy  vamos  a  practicar  el  hechizo
desvanecedor con ratones, lo cual resulta mucho más difícil. Bien, el hechizo desvanecedor…
—Ejem, ejem.
—Me gustaría saber —empezó la profesora McGonagall, conteniendo su ira y volviéndose hacia la
profesora Umbridge— cómo espera hacerse una idea de mis métodos de enseñanza si no para de
interrumpirme. Verá, por lo general, no tolero que la gente hable cuando estoy hablando yo.
La profesora Umbridge se quedó como si acabara de recibir una bofetada. No dijo nada, pero colocó
bien las hojas de pergamino que estaban cogidas con el sujetapapeles y empezó a escribir furiosamente.
La profesora McGonagall, haciendo gala de una indiferencia suprema, se dirigió de nuevo a los
alumnos.
—Como iba diciendo, la dificultad del hechizo desvanecedor es proporcional a la complejidad del
animal que queremos hacer desaparecer. El caracol, que es un invertebrado, no supone un gran desafío;
el ratón, que es un mamífero, plantea un reto mucho mayor. Por lo tanto, éste no es un hechizo que
podáis realizar si estáis pensando en la cena. Bien, ya conocéis el conjuro, veamos de qué sois
capaces…
—¡Cómo se atreve a sermonearme por perder los estribos con Umbridge! —le murmuró Harry a Ron,
aunque sonreía: casi se le había pasado del todo el enfado con la profesora McGonagall.
Dolores Umbridge no siguió a la profesora McGonagall por el aula como había hecho con la profesora
Trelawney; quizá se diese cuenta de que la profesora McGonagall no lo permitiría. Sin embargo, tomó
muchas notas, sentada en un rincón, y cuando finalmente la profesora McGonagall dijo a sus alumnos
que podían recoger, se levantó con semblante adusto.
—Bueno, algo es algo —comentó Ron mientras cogía una larga y escurridiza cola de ratón y la metía
en la caja que Lavender estaba pasando por los pasillos.
Cuando salían en fila del aula, Harry vio que la profesora Umbridge se acercaba a la mesa de la
profesora McGonagall; entonces le dio un codazo a Ron, que a su vez le dio un codazo a Hermione, y
los tres se quedaron rezagados adrede para escuchar.
—¿Cuánto tiempo hace que imparte clases en Hogwarts? —le preguntó la profesora Umbridge.
—En diciembre hará treinta y nueve años —contestó la profesora McGonagall bruscamente, y cerró su
bolso con brío.
La profesora Umbridge anotó algo una vez más.
—Muy bien —añadió—, recibirá el resultado de su supervisión dentro de diez días.
—Me muero de impaciencia —replicó la profesora McGonagall con desprecio, y se encaminó hacia la
puerta  con  grandes  zancadas—.  Daos  prisa,  vosotros  tres  —añadió  dirigiéndose  a  Harry,  Ron  y
Hermione.
Harry no pudo evitar dirigirle una tímida sonrisa, y habría jurado que la profesora McGonagall se la
devolvía.
Harry creyó que no volvería a ver a Dolores Umbridge hasta el castigo de aquella tarde, pero se
equivocaba. Después de recorrer el césped hacia el bosque para asistir a la clase de Cuidado de
Criaturas Mágicas, la encontraron esperándolos junto a la profesora Grubbly-Plank con sus dichosas
hojas de pergamino para tomar notas.
—Usted no siempre imparte esta clase, ¿verdad? —oyó Harry que le preguntaba a Grubbly-Plank
cuando llegaron a la mesa de caballete donde los bowtruckles cautivos, que parecían un montón de
ramitas vivas, escarbaban en busca de cochinillas.
—Correcto —confirmó la profesora con las manos cogidas detrás de la espalda mientras se balanceaba
sobre la parte anterior de la planta del pie—. Soy la sustituta del profesor Hagrid.
Harry intercambió una mirada de desasosiego con sus dos amigos. Malfoy hablaba en voz baja con
Crabbe y Goyle; seguro que aprovecharía aquella oportunidad para contarle patrañas sobre Hagrid a un
miembro del Ministerio.
—Humm —murmuró la profesora Umbridge, bajando la voz, aunque Harry pudo oírla a la perfección
—. El director se muestra extrañamente reacio a proporcionarme información acerca de este asunto…
¿Podría usted decirme cuál es el motivo de la prolongada excedencia del profesor Hagrid?
Harry vio que Malfoy levantaba la cabeza, atento.
—Me temo que no —respondió la profesora Grubbly-Plank con toda tranquilidad—. Sé lo mismo que
usted. Dumbledore me envió una lechuza preguntándome si me gustaría hacer una sustitución de dos
semanas, y acepté. Es lo único que puedo decirle. Bueno…, ¿ya podemos empezar?
—Sí, por favor —respondió la profesora Umbridge tomando notas de nuevo.
En aquella clase, la profesora Umbridge adoptó una táctica diferente: se paseó entre los estudiantes
formulando preguntas sobre criaturas mágicas. La mayoría supo contestar correctamente, y Harry se
animó un poco: al menos la clase no estaba poniendo en evidencia a Hagrid.
—Ya que es usted miembro temporal del cuerpo docente, y por lo tanto me imagino que tiene una
perspectiva más objetiva —dijo luego la profesora Umbridge, que había regresado junto a la profesora
Grubbly-Plank tras interrogar detenidamente a Dean Thomas—, dígame, ¿qué le parece Hogwarts?
¿Considera que recibe suficiente apoyo de la dirección del colegio?
—Sí, ya lo creo. Dumbledore es un excelente director —contestó la profesora Grubbly-Plank con
entusiasmo—. Sí, estoy muy contenta con su forma de llevar las cosas, muy contenta.
La profesora Umbridge adoptó una expresión de educada incredulidad, anotó algo en sus hojas y
prosiguió:
—¿Y qué materia tiene previsto enseñar a esta clase durante el curso, suponiendo, por supuesto, que el
profesor Hagrid no vuelva?
—Oh, estudiaremos las criaturas que suelen salir en elTIMO—respondió la profesora Grubbly-Plank
—. No queda mucho por hacer. Ya han estudiado los unicornios y los escarbatos; he pensado que
podríamos dedicarnos a losporlocksy a loskneazles, y asegurarnos de que saben reconocer a los crups
y a losknarls…
—Sí,  desde  luego  parece  que  usted  sabe  lo  que  hace  —dijo  la  profesora  Umbridge,  que  hizo
ostentosamente una señal de visto en sus notas. A Harry no le gustó el énfasis que puso en la palabra
«usted», y aún menos la pregunta que le formuló a continuación a Goyle—: Tengo entendido que en
esta clase ha habido heridos, ¿es eso cierto?
Goyle esbozó una estúpida sonrisa y Malfoy se apresuró a contestar por él.
—Fui yo —respondió—. Me golpeó unhipogrifo.
—¿Unhipogrifo? —se extrañó la profesora Umbridge, escribiendo frenéticamente en sus pergaminos.
—Sí, pero fue porque Malfoy es tan estúpido que no escuchó las instrucciones que le dio Hagrid —
intervino Harry, furioso.
Ron y Hermione soltaron un gemido y la profesora Umbridge giró con lentitud la cabeza hacia donde
estaba Harry.
—Creo que añadiremos una tarde más de castigo —dijo impasible—. Bueno, muchas gracias, profesora
Grubbly-Plank, creo que ya tengo todo lo que necesito. Recibirá los resultados de su supervisión dentro
de diez días.
—Estupendo —repuso ella, y la profesora Umbridge regresó por la ladera de césped hacia el castillo.
Era casi medianoche cuando Harry salió del despacho de la profesora Umbridge. La mano le sangraba
tanto que se le había manchado el pañuelo con que se la había envuelto. Se había imaginado que al
regresar encontraría la sala común vacía, pero Ron y Hermione estaban esperándolo. Se alegró de
verlos, sobre todo porque Hermione no se mostró crítica con él, sino comprensiva.
—Toma —dijo con inquietud mientras le acercaba un pequeño cuenco lleno de un líquido amarillo—,
pon la mano en remojo, es una solución de tentáculos de murtlappasteurizados y escabechados. Te irá
bien.
Harry metió la mano, dolorida y sangrante, en el cuenco y experimentó una agradable sensación de
alivio.Crookshanksse enroscó alrededor de sus piernas maullando fuerte; luego saltó a su regazo y se
quedó acurrucado.
—Gracias —dijo Harry reconfortado, acariciando a Crookshanks detrás de las orejas con la mano
izquierda.
—Sigo pensando que deberías quejarte de esto —afirmó Ron en voz baja.
—No —contestó Harry cansinamente.
—La profesora McGonagall se pondría furiosa si supiera…
—Sí, lo más probable —admitió Harry—. Pero ¿cuánto crees que tardaría Umbridge en aprobar otro
decreto diciendo que cualquier profesor que se queje de la Suma Inquisidora será inmediatamente
despedido?
Ron despegó los labios para responder, pero no articuló ningún sonido, y al cabo de un momento volvió
a cerrarlos, derrotado.
—Esa mujer es repugnante —afirmó Hermione con un susurro—. Repugnante. Cuando has entrado
estaba diciéndole a Ron… que tenemos que tomar cartas en el asunto.
—Yo propongo que la envenenemos —sugirió Ron con gravedad.
—No, en serio… Tendríamos que decir algo sobre lo mala profesora que es y sobre el hecho de que con
ella no vamos a aprender nada de Defensa —propuso Hermione.
—Pero ¿qué quieres que hagamos? —le preguntó Ron con un bostezo—. Es demasiado tarde, ¿no? Ya
le han dado el empleo, y ahora no se va a marchar. De eso se encargará Fudge.
—Bueno —aventuró Hermione—, se me ha ocurrido… —Miró con cierto nerviosismo a Harry y
prosiguió—: Se me ha ocurrido que a lo mejor ha llegado el momento… de que actuemos por nuestra
cuenta.
—¿De que actuemos por nuestra cuenta? —repitió recelosamente Harry, que todavía tenía la mano
metida en la solución de tentáculos demurtlap.
—Me refiero a… aprender Defensa Contra las Artes Oscuras nosotros solos —aclaró Hermione.
—¿Pretendes hacernos trabajar aún más? ¿No te das cuenta de que Harry y yo volvemos a tener los
deberes atrasados y sólo llevamos dos semanas de curso?
—Pero ¡esto es mucho más importante que los deberes! —protestó Hermione.
Harry y Ron la miraron con los ojos desorbitados.
—¡No sabía que en el universo hubiera algo más importante que los deberes! —exclamó Ron.
—No seas tonto, claro que lo hay —replicó Hermione, y Harry percibió atemorizado que de pronto la
cara  de  su  amiga  denotaba  aquel  tipo  de  fervor  que  la PEDDO le  solía  inspirar—.  Se  trata  de
prepararnos, como dijo Harry en la primera clase de Umbridge, para lo que nos espera fuera del
colegio. Se trata de asegurarnos de que verdaderamente sepamos defendernos. Si no aprendemos nada
durante un año…
—No podremos hacer gran cosa nosotros solos —repuso Ron con desánimo—. Sí, podemos buscar
embrujos en la biblioteca e intentar practicarlos, supongo…
—No, estoy de acuerdo contigo: ya hemos superado esa etapa en la que sólo podíamos aprender cosas
en los libros —dijo Hermione—. Necesitamos un profesor, un profesor de verdad que nos enseñe a usar
los hechizos y nos corrija si los hacemos mal.
—Si estás pensando en Lupin… —empezó a decir Harry.
—No, no, no estoy pensando en Lupin —dijo Hermione—. Él está demasiado ocupado con la Orden, y
además sólo podríamos verlo los fines de semana que fuéramos a Hogsmeade, y eso no sería suficiente.
—Entonces, ¿en quién? —preguntó Harry, mirándola con el entrecejo fruncido.
Hermione suspiró profundamente.
—¿No lo habéis captado? —se lamentó—. Podrías hacerlo tú, Harry.
Hubo un momento de silencio. Una ligera brisa nocturna hacía crujir los cristales de las ventanas y el
fuego ardía con luz parpadeante.
—Podría hacer ¿qué? —se sorprendió él.
—Podrías enseñarnos Defensa Contra las Artes Oscuras.
Harry la miró fijamente. Luego dirigió la vista hacia Ron, dispuesto a cambiar con él una de aquellas
miradas de exasperación que compartían cuando Hermione les salía con algún descabellado proyecto
como la PEDDO. Sin embargo, para desesperación de Harry, Ron no parecía nada exasperado, y,
después de reflexionar unos instantes con el entrecejo un poco fruncido, dijo:
—No es mala idea.
—¿Qué es lo que no es mala idea? —le preguntó Harry.
—Que nos enseñes tú.
—Pero si… —Harry sonrió, convencido de que sus amigos estaban tomándole el pelo—. Pero si yo no
soy profesor. Yo no puedo…
—Harry, eres el mejor de nuestro curso en Defensa Contra las Artes Oscuras —le recordó Hermione.
—¿Yo? —dijo Harry sonriendo más abiertamente—. Eso no es verdad, tú me has superado en todos los
exámenes que…
—No, Harry —aseguró Hermione cortante—. Tú me superaste en tercero, el único curso en que ambos
hicimos el examen y tuvimos un profesor que sabía algo de la asignatura. Pero no estoy hablando de
resultados de exámenes, Harry. ¡Piensa en todo lo que has hecho!
—¿Qué quieres decir?
—¿Sabes qué? No estoy seguro de querer que me dé clases alguien tan estúpido —le insinuó Ron a
Hermione con una sonrisita. Luego miró a Harry e, imitando a Goyle cuando se concentraba, dijo—:
Vamos a ver… En primero salvaste la Piedra Filosofal de las manos de Quien-tú-sabes…
—Pero no gracias a mi habilidad —explicó Harry—, sino porque tuve suerte.
—En segundo —lo interrumpió Ron— mataste al basilisco y destruiste a Ryddle.
—Sí, pero si no llega a ser porFawkes…
—En tercero —prosiguió Ron, subiendo el tono de voz— ahuyentaste a más de un centenar de
dementoresde una sola vez…
—Sabes perfectamente que eso fue por chiripa, si el giratiempo no hubiera…
—El año pasado —continuó Ron ya casi a voz en grito— volviste a vencer a Quien-tú-sabes…
—¿Queréis hacer el favor de escucharme? —saltó Harry casi enfadado porque Ron y Hermione lo
miraban sonriendo—. Escuchadme, ¿de acuerdo? Dicho así suena fabuloso, pero lo que pasó fue que
tuve suerte, yo ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, no planeé nada, me limité a hacer lo que se me
ocurría, y casi siempre conté con ayuda…
Ron y Hermione seguían sonriendo y Harry se puso aún más nervioso; ni siquiera sabía con exactitud
por qué estaba tan enfadado.
—¡No os quedéis ahí sentados sonriendo como si vosotros supierais más que yo! Era yo el que estaba
allí, ¿no? —dijo acaloradamente—. Yo sé lo que pasó. Y si salí bien parado de esas situaciones no fue
porque supiera mucho de Defensa Contra las Artes Oscuras, sino porque…, porque recibí ayuda en el
momento preciso, o porque acerté por casualidad… Pero me libré por los pelos, no tenía ni idea de lo
que estaba haciendo…¡PARAD DE REÍR!
El cuenco que contenía la solución demurtlapcayó al suelo y se rompió y Harry se dio cuenta de que
estaba de pie, aunque no recordaba haberse levantado.Crookshanksse escondió debajo de un sofá y la
sonrisa de Ron y Hermione desapareció.
—¡No tenéis ni idea! ¡Vosotros nunca habéis tenido que enfrentaros a él! ¿Creéis que basta con
memorizar un puñado de hechizos y lanzárselos, como si estuvierais en clase? En esas circunstancias
eres totalmente consciente de que no hay nada que te separe de la muerte salvo…, salvo tu propio
cerebro o tus agallas o lo que sea, como si fuera posible pensar fríamente cuando sabes que estás a 
milésimas de segundo de que te maten, o de que te torturen, o de ver morir a tus amigos… Lo que se
siente cuando uno se enfrenta a situaciones así… nunca nos lo han enseñado en las clases. Y vosotros
dos me miráis como si yo fuera muy listo porque estoy aquí de pie, vivo, y Diggory fuera un estúpido,
como si él hubiera metido la pata… No lo entendéis; pudo pasarme a mí, me habría pasado de no ser
porque Voldemort me necesitaba para…
—Nosotros no queríamos decir eso, Harry —se excusó Ron, que contemplaba aterrado a su amigo—.
No nos estábamos metiendo con Diggory, no pretendíamos… Nos has interpretado mal —añadió
mirando desesperado a Hermione, que estaba muy afligida.
—Harry —dijo ella con timidez—, ¿es que no lo ves? Por eso…, por eso precisamente te necesitamos.
Necesitamos saber… có-cómo es en realidad… enfrentarse a…, enfrentarse a Vo-Voldemort.
Era la primera vez que Hermione pronunciaba el nombre de Voldemort, y fue eso más que ninguna otra
cosa lo que calmó a Harry. Se sentó en la butaca, respirando agitadamente, y entonces se dio cuenta de
que volvía a dolerle muchísimo la mano. Enseguida lamentó haber roto el cuenco delmurtlap.
—Bueno, piénsatelo… —insinuó Hermione con voz queda—. Por favor.
Harry no sabía qué decir. Estaba arrepentido de aquel arrebato, así que asintió sin reparar apenas en lo
que estaba aceptando.
Hermione se puso en pie.
—En fin, me voy a la cama —anunció, esforzándose por hablar con naturalidad—. Buenas noches…
Ron también se había levantado.
—¿Vienes? —le preguntó con suavidad a Harry.
—Sí. Ahora mismo… Voy a limpiar esto —dijo señalando el cuenco roto. Ron asintió y se marchó—.
¡Reparo! —murmuró  luego  Harry  apuntando  con  la  varita  a  los  trozos  de  porcelana  rotos.  Los
fragmentos se unieron solos y el cuenco quedó como nuevo, pero no había forma de devolver la
solución demurtlapal cuenco.
De pronto Harry se sintió tan cansado que estuvo tentado de dejarse caer de nuevo en la butaca y
dormir allí mismo, pero hizo un esfuerzo para levantarse y siguió a Ron por la escalera. Aquella noche
durmió mal y volvió a tener sueños en los que veía largos pasillos y puertas cerradas con llave, y al día
siguiente, cuando despertó, volvía a dolerle la cicatriz.

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