martes, 1 de julio de 2014

Harry Potter y el Prisionero de Azkaban Cap. 13-15

13
Gryffindor contra Ravenclaw

Parecía el fin de la amistad entre Ron y Hermione. Estaban tan enfadados que Harry no
veía ninguna posibilidad de reconciliarlos.
A Ron le enfurecía que Hermione no se hubiera tomado en ningún momento en
serio los esfuerzos de  Crookshanks  por comerse a  Scabbers, que  no se hubiera
preocupado por vigilarlo, y que todavía insistiera en la inocencia de  Crookshanks  y en
que Ron tenía que buscar a Scabbers debajo de las camas.
Hermione, en tanto, sostenía con encono que Ron no tenía ninguna prueba de que
Crookshanks se hubiera comido a Scabbers, que los pelos canela podían encontrarse allí
desde Navidad y que Ron había cogido ojeriza a su gato desde el momento en que éste
se le había echado a la cabeza en la tienda de animales mágicos.
En cuanto a él, Harry estaba convencido de que  Crookshanks  se había comido a
Scabbers, y cuando intentó que Hermione comprendiera que todos los indicios parecían
demostrarlo, la muchacha se enfadó con Harry también.
—¡Ya sabía que te pondrías de parte de Ron!  —chilló Hermione—. Primero la
Saeta de Fuego, ahora  Scabbers, todo es culpa mía, ¿verdad? Lo único que te pido,
Harry, es que me dejes en paz. Tengo mucho que hacer.
Ron estaba muy afectado por la pérdida de su rata.
—Vamos, Ron. Siempre te quejabas de lo aburrida que era  Scabbers  —dijo Fred,
con intención de animarlo—. Y además llevaba mucho tiempo descolorida. Se estaba
consumiendo. Sin duda ha sido mejor para ella morir rápidamente. Un bocado... y no se
dio ni cuenta.
—¡Fred! —exclamó Ginny indignada.
—Lo único que hacía era comery dormir; Ron. Tú también lo decías  —intervino
George.
—¡En una ocasión mordió a Goyle!  —dijo Ron con tristeza—. ¿Te acuerdas,
Harry?
—Sí, es verdad —respondió Harry.
—Fue su momento grandioso  —comentó Fred, incapaz de contener una sonrisa—.
La cicatriz que tiene Goyle en el dedo quedará como un último tributo a su memoria.
Venga, Ron. Vete a Hogsmeade y cómprate otra rata. ¿Para qué lamentarse tanto?
En un desesperado intento de animar a Ron, Harry lo persuadió de que acudiera al
último entrenamiento  del equipo de Gryffindor antes del partido contra Ravenclaw, y
podría dar una vuelta en la Saeta de Fuego cuando hubieran terminado. Esto alegró a
Ron durante un rato («¡Estupendo! ¿podré marcar goles montado en ella?»). Así que se
encaminaron juntos hacia el campo de quidditch.
La señora Hooch, que seguía supervisando los entrenamientos de Gryffindor para
cuidar de Harry, estaba tan impresionada por la Saeta de Fuego como todos los demás.
La tomó en sus manos antes del comienzo y les dio su opinión profesional.
—¡Mirad qué equilibrio! Si la serie Nimbus tiene un defecto, es esa tendencia a
escorar hacia la cola. Cuando tienen ya unos años, desarrollan una resistencia al avance.
También han actualizado el palo, que es algo más delgado que el de las Barredoras. Me
recuerda el de la vieja Flecha Plateada. Es una pena que dejaran de fabricarlas. Yo
aprendí a volar en una y también era una escoba excelente...
Siguió hablando de esta manera durante un rato, hasta que Wood dijo:
—Señora Hooch, ¿le puede devolver a Harry la Saeta de Fuego? Tenemos que
entrenar.
—Sí, claro. Toma, Potter  —dijo la señora Hooch—. Me sentaré aquí con
Weasley...
Ella y Ron abandonaron el campo y se sentaron en las gradas, y el equipo de
Gryffindor rodeó a Wood para recibir las últimasinstrucciones para el partido del día
siguiente.
—Harry, acabo de enterarme de quién será el buscador de Ravenclaw. Es Cho
Chang. Es una alumna de cuarto y es bastante buena. Yo esperaba que no se encontrara
en forma, porque ha tenido algunas lesiones.  —Wood frunció el entrecejo para expresar
su disgusto ante la total recuperación de Cho Chang, y luego dijo—: Por otra parte,
monta una Cometa 260, que al lado de la Saeta de Fuego parece un juguete.
—Echó a la escoba una mirada de ferviente admiración y dijo—: ¡Vamos!
Y por fin Harry montó en la Saeta de Fuego y se elevó del suelo.
Era mejor de lo que había soñado. La Saeta giraba al más ligero roce. Parecía
obedecer más a sus pensamientos que a sus manos. Corrió por el terreno de juego a tal
velocidad queel estadio se convirtió en una mancha verde y gris. Harry le dio un viraje
tan brusco que Alicia Spinnet profirió un grito. A continuación descendió en picado con
perfecto control y rozó el césped con los pies antes de volver a elevarse diez, quince,
veinte metros.
—¡Harry, suelto la snitch! —gritó Wood.
Harry se volvió y corrió junto a una bludger hacia la portería. La adelantó con
facilidad, vio la snitch que salía disparada por detrás de Wood y al cabo de diez
segundos la tenía en la mano.
El equipo  lo vitoreó entusiasmado. Harry soltó la snitch, le dio un minuto de
ventaja y se lanzó tras ella esquivando al resto del equipo. La localizó cerca de una
rodilla de Katie Bell, dio un rodeo y volvió a atraparla.
Fue la mejor sesión de entrenamiento que habían tenido nunca. El equipo, animado
por la presencia de la Saeta de Fuego, realizó los mejores movimientos de forma
impecable, y cuando descendieron, Wood no tenía una sola crítica que hacer, lo cual,
como señaló George Weasley, era una absoluta novedad.
—No sé qué problema podríamos tener mañana  —dijo Wood—. Tan sólo... Harry,
has resuelto tu problema con los dementores, ¿verdad?
—Sí  —dijo Harry, pensando en su débil patronus y lamentando que no fuera más
fuerte.
—Los dementores no volverán a aparecer;  Oliver. Dumbledore se irritaría  —dijo
Fred con total seguridad.
—Esperemos que no  —dijo Wood—. En cualquier caso, todo el mundo ha hecho
un buen trabajo. Ahora volvamos a la torre. Hay que acostarse temprano...
—Me voy a quedar un ratito. Ron quiere probarla Saeta —comentó Harry a Wood.
Y mientras el resto del equipo se encaminaba a los vestuarios, Harry fue hacia Ron,
que saltó la barrera de las tribunas y se dirigió hacia él.
La señora Hooch se había quedado dormida en el asiento.
—Ten —le dijo Harry entregándole la Saeta de Fuego.
Ron montó en la escoba con cara de emoción y salió zumbando en la noche, que
empezaba a caer, mientras Harry paseaba por el extremo del campo, observándolo.
Cuando la señora Hooch despertó sobresaltada ya era completamente  de noche. Riñó a
Harry y a Ron por no despertarla y los obligó a volver al castillo.
Harry se echó al hombro la Saeta de Fuego y los dos salieron del estadio a oscuras,
comentando el suave movimiento de la Saeta, su formidable aceleración y su viraje
milimétrico. Estaban a mitad de camino cuando Harry, al mirar hacia la izquierda, vio
algo que le hizo dar un brinco: dos ojos que brillaban en la oscuridad. Se detuvo en
seco. El corazón le latía con fuerza.
—¿Qué ocurre? —dijo Ron.
Harry señaló hacia los ojos. Ron sacó la varita y musitó:
—¡Lumos!
Un rayo de luz se extendió sobre la hierba, llegó hasta la base de un árbol e iluminó
sus ramas. Allí, oculto en el follaje, estaba Crookshanks.
—¡Sal de ahí!  —gritó Ron, agachándose y cogiendo una piedra del suelo. Pero
antes de que pudiera hacer nada,  Crookshanks  se había desvanecido con un susurro de
su larga cola canela.
—¿Lo ves? —dijo Ron furioso, tirando la piedra al suelo—. Aún le permite andar a
sus anchas. Seguramente piensa acompañar los restos de  Scabbers  con un par de
pájaros.
Harry no respondió. Respiró aliviado. Durante unos segundos había creído que
aquellos ojos eran los del Grim. Siguieron hacia el castillo. Avergonzado por su instante
de terror, Harry no explicó nada a su amigo. Tampoco miró  a derecha ni a izquierda
hasta que llegaron al bien iluminado vestíbulo.
·  ·  ·
Al día siguiente, Harry bajó a desayunar con los demás chicos de su dormitorio, que por
lo visto pensaban que la Saeta de Fuego era merecedora de una especie de guardia de
honor. Al entrar Harry en el Gran Comedor; todos se volvieron a mirar la Saeta de
Fuego, murmurando emocionados. Harry vio con satisfacción que los del equipo de
Slytherin estaban atónitos.
—¿Le has visto la cara?  —le preguntó Ron con alegría, volviéndosepara mirar a
Malfoy—. ¡No se lo puede creer! ¡Es estupendo!
Wood también estaba orgulloso de la Saeta de Fuego.
—Déjala aquí, Harry  —dijo, poniendo la escoba en el centro de la mesa y dándole
la vuelta con cuidado, para que el nombre quedara visible. Los  de Ravenclaw y
Hufflepuff se acercaron para verla. Cedric Diggory fue a felicitar a Harry por haber
conseguido un sustituto tan soberbio para su Nimbus. Y la novia de Percy, Penelope
Clearwater, de Ravenclaw, pidió permiso para cogerla.
—Sin sabotajes, ¿eh, Penelope?  —le dijo efusivamente Percy mientras la joven
examinaba detenidamente la Saeta de Fuego—. Penelope y yo hemos hecho una apuesta
—dijo al equipo—. Diez galeones a ver quién gana.
Penelope dejó la Saeta de Fuego, le dio las gracias a Harry y volvió a la mesa.
—Harry, procura ganar  —le dijo Percy en un susurro apremiante—, porque no
tengo diez galeones. ¡Ya voy, Penelope! —Y fue con ella al terminarse la tostada.
—¿Estás seguro de que puedes manejarla, Potter? —dijo una voz fría y arrastrada.
Draco Malfoy se había acercado para ver mejor; y Crabbe y Goyle estaban detrás
de él.
—Sí, creo que sí —contestó Harry.
—Muchas características especiales, ¿verdad?  —dijo Malfoy, con un brillo de
malicia en los ojos—. Es una pena que no incluya paracaídas, porsi aparece algún
dementor.
Crabbe y Goyle se rieron.
—Y es una pena que no tengas tres brazos  —le contestó Harry—. De esa forma
podrías coger la snitch.
El equipo de Gryffindor se rió con ganas. Malfoy entornó sus ojos claros y se
marchó ofendido. Lo vieron reunirse con los demás jugadores de Slytherin, que juntaron
las cabezas, seguramente para preguntarle a Malfoy si la escoba de Harry era de verdad
una Saeta de Fuego.
A las once menos cuarto el equipo de Gryffindor se dirigió a los vestuarios. El
tiempono podía ser más distinto del que había imperado en el partido contra Hufflepuff.
Hacía un día fresco y despejado, con una brisa muy ligera. Esta vez no habría problemas
de visibilidad, y Harry, aunque estaba nervioso, empezaba a sentir la emoción que sólo
podía producir un partido de quidditch. Oían al resto del colegio que se dirigía al
estadio. Harry se quitó las ropas negras del colegio, sacó del bolsillo la varita y se la
metió dentro de la camiseta que iba a llevar bajo las ropas de quidditch. Esperaba no
necesitarla. Se preguntó de repente si el profesor Lupin estaría entre el público viendo el
partido.
—Ya sabéis lo que tenéis que hacer  —dijo Wood cuando se disponían a salir del
vestuario—. Si perdemos este partido, estamos eliminados. Sólo... sólo tenéis que
hacerlo como en el entrenamiento de ayer y todo irá de perlas.
Salieron al campo y fueron recibidos con un aplauso tumultuoso. El equipo de
Ravenclaw, de color azul, aguardaba ya en el campo. La buscadora, Cho Chang, era la
única chica delequipo y a pesar de los nervios, no pudo dejar de notar que era muy
guapa. Ella le sonrió cuando los equipos se alinearon uno frente al otro, detrás de sus
capitanes, y sintió una ligera sacudida en el estómago que no creyó que tuviera nada que
ver con los nervios.
—Wood, Davies, daos la mano —ordenó la señora Hooch.
Y Wood le estrechó la mano al capitán de Ravenclaw.
—Montad en las escobas... Cuando suene el silbato... ¡Tres, dos, uno!
Harry despegó del suelo y la Saeta de Fuego se levantó más rápido queninguna
otra escoba. Planeó por el estadio y empezó a buscar la snitch, escuchando todo el
tiempo los comentarios de Lee Jordan, el amigo de los gemelos Fred y George:
—Han empezado a jugar y el objeto de expectación en este partido es la Saeta de
Fuego  que monta Harry Potter, del equipo de Gryffindor. Según la revista  El mundo de
la escoba, la Saeta es la escoba elegida por los equipos nacionales para el campeonato
mundial de este año.
—Jordan, ¿te importaría explicar lo que ocurre en el partido?  —interrumpió la voz
de la profesora McGonagall.
—Tiene razón, profesora. Sólo daba algo de información complementaria. La Saeta
de Fuego, por cierto, está dotada de frenos automáticos y...
—¡Jordan!
—Vale, vale. Gryffindor tiene la pelota. Katie Bell se dirige a la meta...
Harry pasó como un rayo al lado de Katie y en dirección contraria, buscando a su
alrededor un resplandor dorado y notando que Cho Chang le pisaba los talones. La
jugadora volaba muy bien. Continuamente se le cruzaba, obligándolo a cambiar de
dirección.
—Enséñale cómo se acelera, Harry  —le gritó Fred al pasar velozmente por su lado
en persecución de una bludger que se dirigía hacia Alicia.
Harry aceleró la Saeta al rodear los postes de la meta de Ravenclaw, seguido de
Cho. La vio en el momento enque Katie conseguía el primer tanto del partido y las
gradas ocupadas por los de Gryffindor enloquecían de entusiasmo: la snitch, muy
próxima al suelo, cerca de una de las barreras.
Harry descendió en picado; Cho lo vio y salió rápidamente tras él. Harry aumentó
la velocidad. Estaba embargado de emoción. Su especialidad eran los descensos en
picado. Estaba a tres metros de distancia...
Entonces, una bludger impulsada por uno de los golpeadores de Ravenclaw surgió
ante Harry veloz como un rayo. Harry  viró. La esquivó por un centímetro. Tras esos
escasos y cruciales segundos, la snitch desapareció.
Los seguidores de Gryffindor dieron un grito de decepción y los de Ravenclaw
aplaudieron a rabiar a su golpeador. George Weasley desfogó su rabia enviando  la
segunda bludger directamente contra el golpeador que había lanzado contra Harry. El
golpeador tuvo que dar en el aire una vuelta de campana para esquivarla.
—¡Gryffindor gana por ochenta a cero! ¡Y miren esa Saeta de Fuego! Potter le está
sacando partido. Vean cómo gira. La Cometa de Chang no está a su altura. La precisión
y equilibrio de la Saeta es realmente evidente en estos largos...
—¡JORDAN! ¿TE PAGAN PARA QUE HAGAS PUBLICIDAD DE LAS
SAETAS DE FUEGO? ¡SIGUE COMENTANDO EL PARTIDO!
Ravenclaw jugaba  a la defensiva. Ya habían marcado tres goles, lo cual había
reducido la distancia con Gryffindor a cincuenta puntos. Si Cho atrapaba la snitch antes
que él, Ravenclaw ganaría. Harry descendió evitando por muy poco a un cazador de
Ravenclaw y buscó la snitch por todo el campo, desesperadamente. Vio un destello
dorado y un aleteo de pequeñas alas: la snitch rodeaba la meta de Gryffindor.
Harry aceleró con los ojos fijos en la mota de oro que tenía delante. Pero un
segundo después surgió Cho, bloqueándole.
—¡HARRY, NO ES MOMENTO PARA PORTARSE COMO UN CABALLERO!
—gritó Wood cuando Harry viró para evitar una colisión—. ¡SI ES NECESARIO,
TÍRALA DE LA ESCOBA!
Harry volvió la cabeza y vio a Cho. La muchacha sonreía. La snitch había
desaparecido de nuevo. Harry ascendió con la Saeta y enseguida se encontró a siete
metros por encima del nivel de juego. Por el rabillo del ojo vio que Cho lo seguía...
Prefería marcarlo a buscar la snitch. Bien, pues... si quería perseguirlo, tendría que
atenerse a las consecuencias...
Volvió a bajar en picado; Cho, creyendo que había vuelto a ver la snitch, quiso
seguirle. Harry frenó muy bruscamente. Cho se precipitó hacia abajo. Harry, una vez
más, ascendió veloz como un rayo y entonces la vio por tercera vez: la snitch brillaba
porencima del medio campo de Ravenclaw. Aceleró; también lo hizo Cho, muchos
metros por debajo. Harry iba delante, acercándose cada vez más a la snitch. Entonces...
—¡Ah! —gritó Cho, señalando hacia abajo.
Harry se distrajo y bajó la vista. Tres dementores altos, encapuchados y vestidos de
negro lo miraban.
No se detuvo a pensar. Metió la mano por el cuello de la ropa, sacó la varita y
gritó:
—¡Expecto patronum!
Algo blanco y plateado, enorme, salió de la punta de la varita. Sabía que había
disparado hacia los dementores, pero no se entretuvo en comprobarlo. Con la mente aún
despejada, miró delante de él. Ya casi estaba. Alargó la mano, con la que aún empuñaba
la varita, y pudo hacerse con la pequeña y rebelde snitch.
Se oyó el silbato de la señora Hooch. Harry dio media vuelta en el aire y vio seis
borrones rojos que se le venían encima. Al momento siguiente, todo el equipo lo
abrazaba tan fuerte que casi lo derribaron de la escoba. De abajo llegaba el griterío de la
afición de Gryffindor.
—¡Éste es mi valiente! —exclamaba Wood una y otra vez.
Alicia, Angelina y Katie besaron a Harry, y Fred le dio un abrazo tan fuerte que
Harry creyó que se le iba a salir la cabeza. En completo desorden, el equipo se las
ingenió para abrirse camino y volver al terreno de juego. Harry descendió de la escoba y
vio a un montón de seguidores de Gryffindor saltando al campo, con Ron en cabeza.
Antes de que se diera cuenta, lo rodeaba una multitud alegre que le ovacionaba.
—¡Sí! —gritó Ron, subiéndole a Harry el brazo—. ¡Sí!
—Bien  hecho, Harry  —le dijo Percy muy contento—. Acabo de ganar diez
galeones. Tengo que encontrar a Penelope. Disculpa.
—¡Estupendo, Harry! —gritó Seamus Finnigan.
—¡Muy bien! —dijo Hagrid con voz de trueno, por encima de las cabezas de los de
Gryffindor.
—Fueun patronus bastante bueno —susurró una voz a Harry junto al oído.
Harry se volvió y vio al profesor Lupin, que estaba encantado y sorprendido.
—Los dementores no me afectaron en absoluto  —dijo Harry emocionado—. No
sentí nada.
—Eso sería porque... porque no eran dementores —dijo el profesor Lupin—. Ven y
lo verás.
Sacó a Harry de la multitud para enseñarle el borde del terreno de juego.
—Le has dado un buen susto al señor Malfoy —dijo Lupin.
Harry se quedó mirando. Tendidos en confuso montón estaban Malfoy, Crabbe,
Goyle y Marcus Flint, el capitán del equipo de Slytherin, todos forcejeando por quitarse
unas túnicas largas, negras y con capucha. Parecía como si Malfoy se hubiera puesto de
pie sobre los hombros de Goyle. Delante de ellos, muy enfadada, estaba la profesora
McGonagall.
—¡Un truco indigno!  —gritaba—. ¡Un intento cobarde e innoble de sabotear al
buscador de Gryffindor! ¡Castigo para todos y cincuenta puntos menos para Slytherin!
Pondré esto en conocimiento del profesor Dumbledore, no os quepa  la menor duda.
¡Ah, aquí llega!
Si algo podía ponerle la guinda a la victoria de Gryffindor era aquello. Ron, que se
había abierto camino para llegar junto a Harry, se partía de la risa mientras veían a
Malfoy forcejeando para quitarse la túnica, con la cabeza de Goyle todavía dentro.
—¡Vamos, Harry!  —dijo George, abriéndose camino—. ¡Vamos a celebrarlo ahora
en la sala común de Gryffindor!
—Bien —contestó Harry.
Y más contento de lo que se había sentido en mucho tiempo, acompañó al resto del
equipo hacia la salida del estadio y otra vez al castillo, vestidos aún con túnica escarlata.
Era como si hubieran ganado ya la copa de quidditch; la fiesta se prolongó todo el día y
hasta bien entrada la noche. Fred y George Weasley desaparecieron un par de horas y
volvieron con los brazos cargados con botellas de cerveza de mantequilla, refresco de
calabaza y bolsas de dulces de Honeydukes.
—¿Cómo lo habéis hecho?  —preguntó Angelina Johnson, mientras George
arrojaba sapos de menta a todos.
—Con la ayuda de Lunático,  Colagusano, Canuto y Cornamenta  —susurró Fred al
oído de Harry.
Sólo había una persona que no participaba en la fiesta. Hermione, inverosímilmente
sentada en un rincón, se esforzaba por leer un libro enorme que se titulaba  Vida
doméstica y costumbres sociales de los muggles británicos. Harry dejó la mesa en que
Fred y George habían empezado a hacer juegos malabares con botellas de cerveza de
mantequilla, y se acercó a ella.
—¿No has venido al partido? —le preguntó.
—Claro que sí —respondió Hermione, con voz curiosamente aguda, sin levantar la
vista—. Y me alegro mucho de que ganáramos, y creo que tú lo hiciste muy bien, pero
tengo que terminar esto para el lunes.
—Vamos, Hermione, ven a tomar algo  —dijo Harry, mirando hacia Ron y
preguntándose si estaríade un humor lo bastante bueno para enterrar el hacha de guerra.
—No puedo, Harry, aún tengo que leer cuatrocientas veintidós páginas  —contestó
Hermione, que parecía un poco histérica—. Además...  —también miró a Ron—, él no
quiere que vaya.
No pudo negarlo, porque Ron escogió aquel preciso momento para decir en voz
alta:
—Si  Scabbers  no hubiera muerto, podría comerse ahora unas cuantas moscas de
café con leche, le gustaban tanto...
Hermione se echó a llorar. Antes de que Harry pudiera hacer o decir nada, se puso
el mamotreto en la axila y, sin dejar de sollozar, salió corriendo hacia la escalera que
conducía al dormitorio de las chicas, y se perdió de vista.
—¿No puedes darle una oportunidad? —preguntó Harry a Ron en voz baja.
—No —respondió Ron rotundamente—. Si al menos lo lamentara, pero Hermione
nunca admitirá que obró mal. Es como si  Scabbers  se hubiera ido de vacaciones o algo
parecido. La fiesta de Gryffindor sólo terminó cuando la profesora McGonagall se
presentó a la una de la madrugada, con su bata de tela escocesa y la redecilla en el pelo,
para mandarles que se fueran a dormir. Harry y Ron subieron al dormitorio, todavía
comentando el partido. Al final, exhausto, Harry se metió en la cama de dosel, corrió las
cortinas para tapar un rayo de luna, se acostó y se durmió inmediatamente.
Tuvo un sueño muy raro. Caminaba por un bosque, con la Saeta de Fuego al
hombro, persiguiendo algo de color blanco plateado. El ser serpenteaba por entre los
árboles y Harry apenas podía vislumbrarlo entre las hojas.Con ganas de alcanzarlo,
apretó el paso, pero al ir más aprisa, su presa lo imitó. Harry echó a correr y oyó un
ruido de cascos que adquirían velocidad. Harry corría con desesperación y oía un galope
delante de él. Entró en un claro del bosque y...
—¡AAAAAAAAAAAAAAGH! ¡NOOOOOOOOOOOO!
Harry despertó tan de repente como si le hubieran golpeado en la cara.
Desorientado en medio de la total oscuridad, buscó a tientas las cortinas de la cama. Oía
ruidos a su alrededor; y la voz de Seamus Finnigan desde el otro extremo del
dormitorio:
—¿Qué ocurre?
A Harry le pareció que se cerraba la puerta del dormitorio. Tras encontrar la
separación de las cortinas, las abrió al mismo tiempo que Dean Thomas encendía su
lámpara.
Ron estaba incorporado en la cama, con las  cortinas echadas a un lado y una
expresión de pánico en el rostro.
—¡Black! ¡Sirius Black! ¡Con un cuchillo!
—¿Qué?
—¡Aquí! ¡Ahora mismo! ¡Rasgó las cortinas! ¡Me despertó!
—¿No estarías soñando, Ron? —preguntó Dean.
—¡Mirad las cortinas! ¡Os digo que estaba aquí!
Todos se levantaron de la cama; Harry fue el primero en llegar a la puerta del
dormitorio. Se lanzaron por la escalera. Las puertas se abrían tras ellos y los
interpelaban voces soñolientas:
—¿Quién ha gritado?
—¿Qué hacéis?
La sala común estaba iluminada por los últimos rescoldos del fuego y llena de
restos de la fiesta. No había nadie allí.
—¿Estás seguro de que no soñabas, Ron?
—¡Os digo que lo vi!
—¿Por qué armáis tanto jaleo?
—¡La profesora McGonagall nos ha mandado acostarnos!
Algunas chicas habían bajado poniéndose la bata y bostezando.
—Estupendo, ¿continuamos?  —preguntó Fred Weasley con animación.
—¡Todo el mundo a la cama!  —ordenó Percy, entrando aprisa en la sala común y
poniéndose, mientras hablaba, su insignia de Premio Anual en el pijama.
—Percy... ¡Sirius Black!  —dijo Ron, con voz débil—. ¡En nuestro dormitorio!
¡Con un cuchillo! ¡Me despertó!
Todos contuvieron la respiración.
—¡Absurdo!  —dijo Percy con cara de susto—. Has comido demasiado, Ron. Has
tenido una pesadilla.
—Te digo que...
—¡Venga, ya basta!
Llegó la profesora McGonagall. Cerró la puerta de la sala común y miró furiosa a
su alrededor.
—¡Me encanta que Gryffindor haya ganado el partido, pero esto es ridículo!
¡Percy, no esperaba esto de ti!
—¡Le aseguro que no he dado permiso, profesora!  —dijo Percy, indignado—.
¡Precisamente les estaba diciendo a todos que regresaran a la cama! ¡Mi hermano Ron
tuvo una pesadilla.. .!
—¡NO FUE UNA PESADILLA!  —gritó Ron—. PROFESORA, ME DESPERTÉ
Y SIRIUS BLACK ESTABA DELANTE DE MÍ, CON UN  CUCHILLO EN LA
MANO!
La profesora McGonagall lo miró fijamente.
—No digas tonterías, Weasley. ¿Cómo iba a pasar por el retrato?
—¡Hay que preguntarle!  —dijo Ron, señalando con el dedo la parte trasera del
cuadro de sir Cadogan—. Hay que preguntarle si ha visto...
Mirando a Ron con recelo, la profesora McGonagall abrió el retrato y salió. Todos
los de la sala común escucharon conteniendo la respiración.
—Sir Cadogan, ¿ha dejado entrar a un hombre en la torre de Gryffindor?
—¡Sí, gentil señora! —gritó sir Cadogan.
Todos, dentro y fuera de la sala común, se quedaron callados, anonadados.
—¿De... de verdad? —dijo la profesora McGonagall—. Pero ¿y la contraseña?
—¡Me la dijo!  —respondió altanero sir Cadogan—. Se sabía las de toda la semana,
señora. ¡Las traía escritas en un papel!
La profesora McGonagall volvió a pasar por el retrato para encontrarse con la
multitud, que estaba estupefacta. Se había quedado blanca como la tiza.
—¿Quién ha sido?  —preguntó con voz temblorosa—. ¿Quién ha sido el tonto que
ha escrito las contraseñas de la semana y las ha perdido?
Hubo un silencio total, roto por un leve grito de terror. Neville Longbottom,
temblando desde los pies calzados con zapatillas de tela hasta la cabeza, levantó la
mano muy lentamente.

14

El rencor de Snape

14
El rencor de Snape
En la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche. Sabían que el castillo estaba
volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común.
esperando a saber si habían atrapado a Black o no. La profesora McGonagall  volvió al
amanecer para decir que se había vuelto a escapar.
Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas de
seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que
reconocieran una foto de  Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con
tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras. Sir Cadogan fue
despedido. Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la
señora gorda. Había  sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y
accedió a regresar a su trabajo sólo si contaba con protección. Contrataron a un grupo de
hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo
amenazador; hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus porras.
Harry no pudo dejar de notar que la estatua de la bruja tuerta del tercer piso seguía
sin protección y despejada. Parecía que Fred y George estaban en lo cierto al pensar que
ellos, y ahora Harry,  Ron y Hermione, eran los únicos que sabían que allí estaba la
entrada de un pasadizo secreto.
—¿Crees que deberíamos decírselo a alguien? —preguntó Harry a Ron.
—Sabemos que no entra por Honeydukes  —dijo Ron—. Si hubieran forzado la
entrada de la tienda,lo habríamos oído.
Harry se alegró de que Ron lo viera así. Si la bruja tuerta se tapara también con
tablas, le intruso ya no podría volver a Hogsmeade.
Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le prestaba
más atención a  él que a Harry, y era evidente que a Ron le complacía. Aunque seguía
asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a todo el mundo los pormenores
de lo ocurrido.
—Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un sueño.
Entonces sentí una corriente... Me desperté y vi que una de las cortinas de mi cama
estaba caída... Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, con toneladas de pelo
muy sucio... empuñando un cuchillo largo y tremendo, debía de medir treinta
centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió huyendo.
—Pero ¿por qué se fue?  —preguntó Ron a Harry cuando se marcharon las chicas
de segundo que lo habían estado escuchando.
Harry se preguntaba lo mismo. ¿Por qué Black, que se había equivocado de cama,
nohabía decidido silenciar a Ron y luego dirigirse hacia la de Harry? Black había
demostrado doce años antes que no le importaba matar a personas inocentes, y en
aquella ocasión se enfrentaba a cinco chavales indefensos, cuatro de los cuales estaban
dormidos.
—Quizá se diera cuenta de que le iba a costar salir del castillo cuando gritaste y
despertaste a los demás  —dijo Harry pensativamente—. Habría tenido que matar a todo
el colegio para salir a través del retrato... Y entonces se habría encontrado con los
profesores...
Neville había caído en desgracia. La profesora McGonagall estaba tan furiosa con
él que le había suprimido las futuras visitas a Hogsmeade, le había impuesto un castigo
y había prohibido a los demás que le dieran la contraseña para entrar  en la torre. El
pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche la llegada de alguien con quien
entrar, mientras los troles de seguridad lo miraban burlona y desagradablemente.
Ninguno de aquellos castigos, sin embargo, era ni sombra del que su abuelale
reservaba; dos días después de la intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un
alumno de Hogwarts podía recibir durante el desayuno: un vociferador.
Las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor; llevando el
correo como de costumbre, y Neville se atragantó cuando una enorme lechuza aterrizó
ante él, con un sobre rojo en el pico. Harry y Ron, que estaban sentados al otro lado de
la mesa, reconocieron enseguida la carta. También Ron había recibido el año anterior un
vociferador de su madre.
—¡Cógelo y vete, Neville! —le aconsejó Ron.
Neville no necesitó oírlo dos veces. Cogió el sobre y, sujetándolo como si se tratara
de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin, al
verlo, estallaba en carcajadas. Oyeron el vociferador en el vestíbulo. La voz de la abuela
de Neville, amplificada cien veces por medio de la magia, gritaba a Neville que había
llevado la vergúenza a la familia.
Harry estaba demasiado absorto apiadándose de Neville para darse cuenta de que
también él tenía carta. Hedwig llamó su atención dándole un picotazo en la muñeca.
—¡Ay! Ah, Hedwig, gracias.
Harry rasgó el sobre mientras  Hedwig  picoteaba entre los copos de maíz de
Neville. La nota que había dentro decía:
Queridos Harry y Ron:
¿Os apetece tornar el té conmigo esta tarde, a eso de las seis? Iré a
recogeros al castillo.  ESPERADME EN EL VESTÍBULO. NO TENÉIS
PERMISO PARA SALIR SOLOS.
Un saludo,
Hagrid
—Probablemente quiere saber los detalles de lo de Black —dijo Ron.
Así que aquella tarde, a las seis, Harry y Ron salieron de la torre de Gryffindor,
pasaron corriendo por entre los troles de seguridad y se dirigieron al vestíbulo. Hagrid
los aguardaba ya.
—Bien, Hagrid —dijo Ron—. Me imagino que quieres que te cuente lo de la noche
del sábado, ¿no?
—Ya me lo han contado —dijo Hagrid, abriendo la puerta principal y saliendo con
ellos.
—Vaya —dijo Ron, un poco ofendido.
Lo primero que vieron al entrar en la cabaña de Hagrid fue a  Buckbeak, que estaba
estirado sobre el edredón de retales de Hagrid, con las enormes alas plegadas y
comiéndose un abundante plato de hurones muertos. Al apartar los ojos de la
desagradable visión, Harry vio un traje gigantesco de una tela marrón peluda y una
espantosa corbata amarilla y naranja, colgados dela puerta del armario.
—¿Para qué son, Hagrid? —preguntó Harry.
—Buckbeak  tiene que presentarse ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas
—dijo Hagrid—. Será este viernes. Iremos juntos a Londres. He reservado dos camas en
el autobús noctámbulo...
Harry se avergonzó. Se había olvidado por completo de que el juicio de  Buckbeak
estaba próximo, y a juzgar por la incomodidad evidente de Ron, él también lo había
olvidado. Habían olvidado igualmente que habían prometido que lo ayudarían a
preparar la defensa de  Buckbeak. La llegada de la Saeta de Fuego lo había borrado de la
cabeza de ambos.
Hagrid les sirvió té y les ofreció un plato de bollos de Bath. Pero los conocían
demasiado bien para aceptarlos. Ya tenían experiencia con la cocina de Hagrid.
—Tengo  algo que comentaros  —dijo Hagrid, sentándose entre ellos, con una
seriedad que resultaba rara en él.
—¿Qué? —preguntó Harry.
—Hermione —dijo Hagrid.
—¿Qué le pasa? —preguntó Ron.
—Está muy mal, eso es lo que le pasa. Me ha venido a visitar con mucha
frecuencia desde las Navidades. Se encuentra sola. Primero no le hablabais por lo de la
Saeta de Fuego. Ahora no le habláis por culpa del gato.
—¡Se comió a Scabbers! —exclamó Ron de malhumor.
—¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos!  —prosiguió Hagrid—. Hallorado,
¿sabéis? Está pasando momentos muy difíciles. Creo que trata de abarcar más de lo que
puede. Demasiado trabajo. Aún encontró tiempo para ayudarme con el caso  Buckbeak.
Por supuesto, me ha encontrado algo muy útil... Creo que ahora va a tener bastantes
posibilidades...
—Nosotros también tendríamos que haberte ayudado. Hagrid, lo siento —balbuceó
Harry
—¡No os culpo!  —dijo Hagrid con un movimiento de la mano—. Ya sé que habéis
estado muy ocupados Os he visto entrenar día y noche. Pero tengo que deciros que creía
que valorabais más a vuestra amiga que a las escobas o las ratas. Nada más.  —Harry y
Ron se miraron azorados—. Sufrió mucho cuando se enteró de que Black había estado a
punto de matarte, Ron. Hermione tiene buen corazón. Y vosotros dos sindirigirle la
palabra...
—Si se deshiciera de ese gato, le volvería a hablar  —dijo Ron enfadado—. Pero
todavía lo defiende. Está loco, y ella no admite una palabra en su contra.
—Ah, bueno, la gente suele ponerse un poco tonta con sus animales de compañía
—dijo Hagrid prudentemente.
Buckbeak escupió unos huesos de hurón sobre la almohada de Hagrid.
Pasaron el resto del tiempo hablando de las crecientes posibilidades de Gryffindor
de ganar la copa de quidditch. A las nueve en punto, Hagrid los acompañó al castillo.
Cuando volvieron a la sala común, un grupo numeroso de gente se amontonaba
delante del tablón de anuncios.
—¡Hogsmeade el próximo fin de semana!  —dijo Ron, estirando el cuello para leer
la nueva nota por encima de las cabezas ajenas—. ¿Qué vas a  hacer?  —preguntó a
Harry en voz baja, al sentarse.
—Bueno, Filch no ha tapado la entrada del pasadizo que lleva a Honeydukes
—dijo Harry aún más bajo.
—Harry —dijo una voz en su oído derecho. Harry se sobresaltó. Se volvió y vio a
Hermione, sentada a la mesa que tenían detrás, por un hueco que había en el muro de
libros que la ocultaba—, Harry, si vuelves otra vez a Hogsmeade... le contaré a la
profesora McGonagall lo del mapa.
—¿Oyes a alguien, Harry? —masculló Ron, sin mirar a Hermione.
—Ron, ¿cómo puedes dejarle que vaya? ¡Después de lo que estuvo a punto de
hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré...
—¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry!  —dijo Ron, furioso—. ¿Es que no
has hecho ya bastante daño este curso?
Hermione abrió la bocapara responder, pero  Crookshanks  saltó sobre su regazo
con un leve bufido. Hermione se asustó de la expresión de Ron, cogió a  Crookshanks y
se fue corriendo hacia los dormitorios de las chicas.
—Entonces ¿qué te parece?  —preguntó Ron a Harry, como si no  hubiera habido
ninguna interrupción—. Venga, la última vez no viste nada. ¡Ni siquiera has estado
todavía en Zonko!
Harry miró a su alrededor para asegurarse de que Hermione no podía oír sus
palabras:
—De acuerdo —dijo—. Pero esta vez cogeré la capa invisible.
El sábado por la mañana, Harry metió en la mochila la capa invisible, guardó en el
bolsillo el mapa del merodeador y bajó a desayunar con los otros. Hermione no dejaba
de mirarlo con suspicacia, pero él evitaba su mirada y se aseguró de que ella lo  viera
subir la escalera de mármol del vestíbulo mientras todos los demás se dirigían a las
puertas principales.
—¡Adiós, Harry! —le dijo en voz alta—. ¡Hasta la vuelta!
Ron se sonrió y guiñó un ojo.
Harry subió al tercer piso a toda prisa, sacando el mapadel merodeador mientras
corría. Se puso en cuclillas detrás de la bruja tuerta y extendió el mapa. Un puntito
diminuto se movía hacia él. Harry lo examinó entornando los ojos. La minúscula
inscripción que acompañaba al puntito decía: «NEVILLE LONGBOTTOM.»
Harry sacó la varita rápidamente, musitó  «Dissendio» y  metió la mochila en la
estatua, pero antes de que pudiera entrar por ella Neville apareció por la esquina:
—¡Harry! Había olvidado que tú tampoco ibas a Hogsmeade.
—Hola, Neville —dijo Harry, separándose rápidamente de la estatua y volviendo a
meterse el mapa en el bolsillo—. ¿Qué haces?
—Nada  —dijo Neville, encogiéndose de hombros—. ¿Te apetece una partida de
snap explosivo?
—Ahora no... Iba a la biblioteca a hacer el trabajo sobre los vampiros, para Lupin.
—¡Voy contigo! —dijo Neville con entusiasmo—. ¡Yo tampoco lo he hecho!
—Eh... ¡Pero si lo terminé anoche! ¡Se me había olvidado!
—¡Estupendo, entonces podrás ayudarme!  —dijo Neville—. No me entra todo eso
del ajo. ¿Se lo tienen que comer o...?
Neville se detuvo con un estremecimiento, mirando por encima del hombro de
Harry.
Era Snape. Neville se puso rápidamente detrás de Harry.
—¿Qué hacéis aquí los dos? —dijo Snape, deteniéndose y mirando primero a uno y
después al otro—. Un extraño lugar para reunirse...
Ante el desasosiego de Harry, los ojos negros de Snape miraron hacia las puertas
que había a cada lado y luego a la bruja tuerta.
—No nos hemos reunido aquí  —explicó Harry—. Sólo nos hemos encontrado por
casualidad.
—¿De veras?  —dijo Snape—.Tienes la costumbre de aparecer en lugares
inesperados, Potter; y raramente te encuentras en ellos sin motivo. Os sugiero que
volváis a la torre de Gryffindor, que es donde debéis estar.
Harry y Neville se pusieron en camino sin decir nada. Al doblar laesquina, Harry
miró atrás. Snape pasaba una mano por la cabeza de la bruja tuerta, examinándola
detenidamente. Harry se las arregló para deshacerse de Neville en el retrato de la señora
gorda, diciendo la contraseña y simulando que se había dejado el trabajo sobre los
vampiros en la biblioteca y que volvía por él. Después de perder de vista a los troles de
seguridad, volvió a sacar el mapa.
El corredor del tercer piso parecía desierto. Harry examinó el mapa con
detenimiento y vio con alivio que la minúscula mota con la inscripción «SEVERUS
SNAPE» estaba otra vez en el despacho.
Echó una carrera hasta la estatua de la bruja, abrió la entrada de la joroba y se
deslizó hasta encontrar la mochila al final de aquella especie de tobogán de piedra.
Borró el mapa del merodeador y echó a correr.
Completamente oculto por la capa invisible, Harry salió a la luz del sol por la puerta de
Honeydukes y dio un codazo a Ron en la espalda.
—Soy yo —susurro.
—¿Por qué has tardado tanto? —dijo Ron entre dientes.
—Snape rondaba por allí.
Echaron a andar por High Street.
—¿Dónde estás?  —le preguntaba Ron de vez en cuando, por la comisura de la
boca—. ¿Sigues ahí? Qué raro resulta esto...
Fueron a la oficina de correos. Ron hizo como que miraba el precio de una lechuza
que iba hasta Egipto, donde estaba Bill, y de esa manera Harry pudo hartarse de
curiosear. Por lo menos trescientas lechuzas ululaban suavemente, desde las grises
grandes hasta las pequeñísimas  scops  («Sólo entregas locales»), que cabían en la palma
de la mano de Harry.
Luego visitaron la tienda de Zonko, que estaba tan llena de estudiantes de
Hogwarts que Harry tuvo que tener mucho cuidado para no pisar a nadie y no provocar
el pánico. Había artículos de broma para satisfacer hasta los sueños más descabellados
de Fred y George. Harry susurró a Ron lo que quería que le comprara y le pasó un poco
de oro por debajo de la capa. Salieron de Zonko con los monederos bastante más vacíos
que cuando entraron, pero con los bolsillos abarrotados de bombas fétidas, dulces de
hipotós, jabón de huevos de rana y una taza que mordía la nariz.
El día era agradable, con un poco de brisa, y a ninguno de los dos le apetecía
meterse dentro de ningún sitio, así que siguieron caminando, dejaron atrás Las Tres
Escobas y subieron una cuesta para ir a visitar la Casa de los Gritos, el edificio más
embrujado de Gran Bretaña. Estaba un poco separada y más elevada que el resto del
pueblo, e incluso a la luz del día resultaba escalofriante con sus ventanas cegadas y su
jardín húmedo, sombrío y cuajado de maleza.
—Hasta los fantasmas de Hogwarts la evitan  —explicó Ron, apoyado como Harry
en la valla, levantando la vista hacia ella—. Le he preguntado a Nick Casi Decapitado...
Dice que ha oído que aquí residen unos fantasmas muy bestias. Nadie puede entrar.
Fred y George lo intentaron, claro, pero todas las entradas están tapadas.
Harry, agotado por la subida, estaba pensando en quitarse la capa durante unos
minutos cuando oyó voces cercanas. Alguien subía hacia la casa por el otro lado de la
colina. Un momento después apareció Malfoy, seguido de cerca por Crabbe y Goyle.
Malfoy decía:
—... en cualquier momento recibiré una lechuza de mi padre. Tengo que ir al juicio
para declarar por lo de mi brazo. Tengo que explicar que lo tuve inutilizado durante tres
meses...
Crabbe y Goyle se rieron.
—Ojalá pudiera oír a ese gigante imbécil y peludo defendiéndose: «Es inofensivo,
de verdad. Ese hipogrifo es tan bueno como un...» —Malfoy vio a Ron de repente. Hizo
una mueca malévola—. ¿Qué haces, Weasley?  —Levantó la vista hacia la casa en
ruinas que había detrás de Ron—: Supongo que te encantaría vivir ahí, ¿verdad, Ron?
¿Sueñas con tener un dormitorio para ti solo? He oído decir que en tu casa dormís todos
en una habitación, ¿es cierto?
Harry sujetó a Ron por la túnica para impedirle que saltara sobre Malfoy.
—Déjamelo a mí—le susurró al oído.
La oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla. Harry se acercó
sigilosamente a Malfoy, Crabbe y Goyle, por detrás; se agachó y cogió un puñado de
barro del camino.
—Ahora mismo estábamos hablando de tu amigo Hagrid  —dijo Malfoy a Ron—.
Estábamos imaginando lo que dirá ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas.
¿Crees que llorará cuando al hipogrifo le corten...?
¡PLAF!
Al golpearle la bola de barro enla cabeza, Malfoy se inclinó hacia delante. Su pelo
rubio platino chorreaba barro de repente.
—¿Qué demo. ..?
Ron se sujetó a la valla para no revolcarse en el suelo de la risa. Malfoy, Crabbe y
Goyle se dieron la vuelta, mirando a todas partes. Malfoy se limpiaba el pelo.
—¿Qué ha sido? ¿Quién lo ha hecho?
—Esto está lleno de fantasmas, ¿verdad?  —observó Ron, como quien comenta el
tiempo que hace.
Crabbe y Goyle parecían asustados. Sus abultados músculos no les servían de
mucho contra los fantasmas. Malfoy daba vueltas y miraba como loco el desierto paraje.
Harry se acercó a hurtadillas a un charco especialmente sucio sobre el que había
una capa de fango verdoso de olor nauseabundo.
¡PATAPLAF!
Crabbe y Goyle recibieron algo esta vez. Goyle saltaba sin moverse del sitio,
intentando quitarse el barro de sus ojos pequeños y apagados.
—¡Ha venido de allá! —dijo Malfoy, limpiándose la cara y señalando un punto que
estaba unos dos metros a la izquierda de Harry
Crabbe fue hacia delante dando traspiés, estirandocomo un zombi sus largos
brazos. Harry lo esquivó, cogió un palo y se lo tiró a Crabbe. Le acertó en la espalda.
Harry retrocedió riendo en silencio mientras Crabbe ejecutaba en el aire una especie de
pirueta para ver quién lo había arrojado. Como Ron erala única persona a la que Crabbe
podía ver, fue a él a quien se dirigió. Pero Harry estiró la pierna. Crabbe tropezó,
trastabilló y su pie grande y plano pisó la capa de Harry, que sintió un tirón y notó que
la capa le resbalaba por la cara.
Durante una fracción de segundo, Malfoy lo miró fijamente.
—¡AAAH! —gritó, señalando la cabeza de Harry
Dio media vuelta y corrió colina abajo como alma que llevara el diablo, con Crabbe
y Goyle detrás.
Harry se puso bien la capa, pero ya era demasiado tarde.
—Harry  —dijo Ron, avanzando a trompicones y mirando hacia el lugar en que
había aparecido la cabeza de su amigo—. Más vale que huyas. Si Malfoy se lo cuenta a
alguien... lo mejor será que regreses rápidamente al castillo...
—¡Nos vemos más tarde! —le dijo Harry, y volvió hacia el pueblo a todo correr.
¿Creería Malfoy lo que había visto? ¿Creería alguien a Malfoy? Nadie sabía lo de
la capa invisible. Nadie excepto Dumbledore. Harry sintió un retortijón en el estómago.
Si Malfoy contaba algo, Dumbledore comprendería perfectamente lo ocurrido.
Volvió a Honeydukes, volvió a bajar a la bodega, por el suelo de piedra, volvió a
meterse por la trampilla, se quitó la capa, se la puso debajo del brazo y corrió todo lo
que pudo por el pasadizo... Malfoy llegaría antes. ¿Cuánto tiempo le costaría encontrar a
un profesor? Jadeando, notando un pinchazo en el costado, Harry no dejó de correr
hasta que alcanzó el tobogán de piedra. Tendría que dejar la capa donde antes. Era
demasiado comprometida, en caso de que Malfoy se hubiera  chivado a algún profesor.
La ocultó en un rincón oscuro y empezó a escalar con rapidez. Sus manos sudorosas
resbalaban en los flancos del tobogán. Llegó a la parte interior de la joroba de la bruja,
le dio unos golpecitos con la varita, asomó la cabeza y  salió. La joroba se cerró y
precisamente cuando Harry salía por la estatua, oyó unos pasos ligeros que se
aproximaban.
Era Snape. Se acercó a Harry con paso rápido, produciendo un frufrú con la toga
negra, y se detuvo ante él.
—¿Y..? —preguntó.
Había en  el profesor un aire contenido de triunfo. Harry trató de disimular,
demasiado consciente de que tenía el rostro sudoroso y las manos manchadas de barro,
que se apresuró a esconder en los bolsillos.
—Ven conmigo, Potter —dijo Snape.
Harry lo siguió escaleras abajo, limpiándose las manos en el interior de la túnica
sin que Snape se diera cuenta. Bajaron hasta las mazmorras y entraron en el despacho de
Snape. Harry sólo había entrado en aquel lugar en una ocasión y también entonces se
había visto en un serio aprieto. Desde aquella vez, Snape había comprado más seres
viscosos y repugnantes, y los había metido en tarros. Estaban todos en estanterías,
detrás de la mesa, brillando a la luz del fuego de la chimenea y acentuando el aire
amenazador de la situación.
—Siéntate —dijo Snape.
Harry se sentó. Snape, sin embargo, permaneció de pie.
—El señor Malfoy acaba de contarme algo muy extraño, Potter —dijo Snape.
Harry no abrió la boca.
—Me ha contado que se encontró con Weasley junto a la Casa de los Gritos. Al
parecer; Weasley estaba solo.
Harry siguió sin decir nada.
—El señor Malfoy asegura que estaba hablando con Weasley cuando una gran
cantidad de barro le golpeó en la parte posterior de la cabeza. ¿Cómo crees que pudo
ocurrir?
Harry trató de parecer sorprendido:
—No lo sé, profesor.
Snape taladraba a Harry con los ojos. Era igual que mirar a los ojos a un hipogrifo:
Harry hizo un gran esfuerzo para no parpadear.
—Entonces, el señor Malfoy presenció una extraordinaria aparición. ¿Se te ocurre
qué pudo ser; Potter?
—No —contestó Harry, intentando aparentar una curiosidad inocente.
—Tu cabeza, Potter. Flotando en el aire.
Hubo un silencio prolongado.
—Tal vez debería acudir a la señora Pomfrey. Si ve cosas como...
—¿Qué estaría haciendo tu cabeza en Hogsmeade,Potter?  —dijo Snape con voz
suave—. Tu cabeza no tiene permiso para ir a Hogsmeade. Ninguna parte de tu cuerpo,
en realidad.
—Lo sé  —dijo Harry, haciendo un esfuerzo para que ni la culpa ni el miedo se
reflejaran en su rostro—. Parece que Malfoy tiene alucina...
—Malfoy no tiene alucinaciones  —gruñó Snape, y se inclinó hacia delante,
apoyando las manos en los brazos del asiento de Harry, para que sus caras quedasen a
un palmo de distancia—. Si tu cabeza estaba en Hogsmeade, también estaba el resto.
—Heestado arriba, en la torre de Gryffindor  —dijo Harry—. Como usted me
mandó.
—¿Hay alguien que pueda testificarlo?
Harry no dijo nada. Los finos labios de Snape se torcieron en una horrible sonrisa.
—Bien —dijo, incorporándose—. Todo el mundo, desde el ministro de Magia para
abajo, trata de proteger de Sirius Black al famoso Harry Potter. Pero el famoso Harry
Potter hace lo que le da la gana. ¡Que la gente vulgar se preocupe de su seguridad! El
famoso Harry Potter va donde le apetece sin pensar en las consecuencias.
Harry guardó silencio. Snape le provocaba para que revelara la verdad. Pero no iba
a hacerlo. Snape aún no tenía pruebas.
—¡Cómo te pareces a tu padre!  —dijo de repente Snape, con los ojos
relampagueantes—. También él era muy arrogante. No eramalo jugando al quidditch y
eso le hacía creerse superior a los demás. Se pavoneaba por todas partes con sus amigos
y admiradores. El parecido es asombroso.
—Mi padre no se pavoneaba —dijo Harry, sin poderse contener—. Y yo tampoco.
—Tu padre tampoco respetaba mucho las normas  —prosiguió Snape, en sus trece,
con el delgado rostro lleno de malicia—. Las normas eran para la gente que estaba por
debajo, no para los ganadores de la copa de quidditch. Era tan engreído...
—¡CÁLLESE!
Harry se puso en pie. Lo  invadía una rabia que no había sentido desde su última
noche en Privet Drive. No le importaba que Snape se hubiera puesto rígido ni que sus
ojos negros lo miraran con un fulgor amenazante:
—¿Qué has dicho, Potter?
—¡Le he dicho que deje de hablar de mi padre! Conozco la verdad. Él le salvó a
usted la vida. ¡Dumbledore me lo contó! ¡Si no hubiera sido por mi padre, usted ni
siquiera estaría aquí!
La piel cetrina de Snape se puso del color de la leche agria.
—¿Y el director te contó las circunstancias en que tu padre me salvó la vida?
—susurró—. ¿O consideró que esos detalles eran demasiado desagradables para los
delicados oídos de su estimadísimo Potter?
Harry se mordió el labio. No sabía cómo había ocurrido y no quería admitir que no
lo sabía. Peroparecía que Snape había adivinado la verdad.
—Lamentaría que salieras de aquí con una falsa idea de tu padre  —añadió con una
horrible mueca—. ¿Imaginabas algún acto glorioso de heroísmo? Pues permíteme que te
desengañe. Tu santo padre y sus amigos me gastaron una broma muy divertida, que
habría acabado con mi vida si tu padre no hubiera tenido miedo en el último momento y
no se hubiera echado atrás. No hubo nada heroico en lo que hizo. Estaba salvando su
propia piel tanto como la mía. Si su broma hubiera tenido éxito, lo habrían echado de
Hogwarts.
Snape enseñó los dientes, irregulares y amarillos.
—¡Da la vuelta a tus bolsillos, Potter! —le ordenó de repente.
Harry no se movió. Oía los latidos que le retumbaban en los oídos.
—¡Da la vuelta a tus bolsillos o vamos directamente al director! ¡Dales la vuelta,
Potter!
Temblando de miedo, Harry sacó muy lentamente la bolsa de artículos de broma de
Zonko y el mapa del merodeador.
Snape cogió la bolsa de Zonko.
—Todo me lo ha dado Ron —dijo Harry, esperando  tener la posibilidad de poner a
Ron al corriente antes de que Snape lo viera—. Me lo trajo de Hogsmeade la última
vez...
—¿De verdad? ¿Y lo llevas encima desde entonces? ¡Qué enternecedor...! ¿Y esto
qué es?
Snape acababa de coger el mapa. Harry hizo un  enorme esfuerzo por mantenerse
impasible.
—Un trozo de pergamino que me sobró —dijo encogiéndose de hombros.
Snape le dio la vuelta, con los ojos puestos en Harry.
—Supongo que no necesitarás un trozo de pergamino tan viejo  —dijo—. ¿Puedo
tirarlo?
Acercó la mano al fuego.
—¡No! —exclamó Harry rápidamente.
—¿Cómo?  —dijo Snape. Las aletas de la nariz le vibraban—. ¿Es otro precioso
regalo del señor Weasley? ¿O es... otra cosa? ¿Quizá una carta escrita con tinta
invisible? ¿O tal vez... instrucciones para llegar a Hogsmeade evitando a los
dementores?
Harry parpadeó. Los ojos de Snape brillaban.
—Veamos, veamos...  —susurró, sacando la varita y desplegando el mapa sobre la
mesa—. ¡Revela tu secreto! —dijo, tocando el pergamino con la punta de la varita.
No ocurrió nada. Harry enlazó las manos para evitar que temblaran.
—¡Muéstrate! —dijo Snape, golpeando el mapa con energía.
Siguió en blanco. Harry respiró aliviado.
—¡Severus Snape, profesor de este colegio, te ordena enseñar la información que
ocultas! —dijo Snape, volviendo a golpear el mapa con la varita.
Como si una mano invisible escribiera sobre él, en la lisa superficie del mapa
fueron apareciendo algunas palabras: «El señor Lunático presenta sus respetos al
profesor Snape y le ruega que aparte la narizota de los asuntos que no le atañen.»
Snape se quedó helado. Harry contempló el mensaje estupefacto. Pero el mapa no
se detuvo allí. Aparecieron más cosas escritas debajo de las primeras líneas: «El señor
Cornamenta está de acuerdo con el señor Lunático y sólo quisiera añadir que el profesor
Snape es feo e imbécil.»
Habría resultado muy gracioso en otra situación menos grave. Y había más: «El
señor Canuto quisiera hacer constar su estupefacción ante el hecho de que un idiota
semejante haya llegado a profesor.»
Harry cerró los ojos horrorizado. Al abrirlos, el mapa había añadido las últimas
palabras: «El señor Colagusano saluda al profesor Snape y le aconseja que se lave el
pelo, el muy guarro.»
Harry aguardó el golpe.
—Bueno... —dijo Snape con voz suave—.Ya veremos.
Se dirigió al fuego con paso decidido, cogió de un tarro un puñado de polvo
brillante y lo arrojó a las llamas.
—¡Lupin! —gritó Snape dirigiéndose al fuego—. ¡Quiero hablar contigo!
Totalmente asombrado, Harry se quedó mirando el fuego. Una gran forma apareció
en él, revolviéndose muy rápido.
Unos segundos más tarde, el profesor Lupin salía de la chimenea sacudiéndose las
cenizas de la toga raída.
—¿Llamabas, Severus? —preguntó Lupin, amablemente.
—Sí —respondió Snape, con el rostro crispado  por la furia y regresando a su mesa
con amplias zancadas—. Le he dicho a Potter que vaciara los bolsillos y llevaba esto.
Snape señaló el pergamino en el que todavía brillaban las palabras de los señores
Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. En el rostro de Lupin apareció una
expresión extraña y hermética.
—¿Qué te parece?  —dijo Snape. Lupin siguió mirando el mapa. Harry tenía la
impresión de que Lupin estaba muy concentrado—. ¿Qué te parece?  —repitió Snape—.
Este pergamino está claramente encantado  con Artes Oscuras. Entra dentro de tu
especialidad, Lupin. ¿Dónde crees que lo pudo conseguir Potter?
Lupin levantó la vista y con una mirada de soslayo a Harry, le advirtió que no lo
interrumpiera.
—¿Con Artes Oscuras? —repitió con voz amable—. ¿De verdad  lo crees, Severus?
A mí me parece simplemente un pergamino que ofende al que intenta leerlo. Infantil,
pero seguramente no peligroso. Supongo que Harry lo ha comprado en una tienda de
artículos de broma.
—¿De verdad?  —preguntó Snape. Tenía la quijada rígida a causa del enfado—.
¿Crees que una tienda de artículos de broma le vendería algo como esto? ¿No crees que
es más probable que lo consiguiera directamente de los fabricantes?
Harry no entendía qué quería decir Snape. Y daba la impresión de que Lupin
tampoco.
—¿Quieres decir del señor Colagusano o cualquiera de esas personas?
—preguntó—. Harry, ¿conoces a alguno de estos señores?
—No —respondió rápidamente Harry.
—¿Lo ves, Severus?  —dijo Lupin, volviéndose hacia Snape—. Creo que es de
Zonko.
En ese momento entró Ron en el despacho. Llegaba sin aliento. Se paró de pronto
delante de la mesa de Snape, con una mano en el pecho e intentando hablar.
—Yo... le di... a Harry... ese objeto  —dijo con la voz ahogada—. Lo compré en
Zonko hace muchotiempo...
—Bien  —dijo Lupin, dando una palmada y mirando contento a su alrededor—.
¡Parece que eso lo aclara todo! Me lo llevo, Severus, si no te importa —Plegó el mapa y
se lo metió en la toga—. Harry, Ron, venid conmigo. Tengo que deciros algo
relacionado con el trabajo sobre los vampiros. Discúlpanos, Severus.
Harry no se atrevió a mirar a Snape al salir del despacho. Él, Ron y Lupin hicieron
todo el camino hasta el vestíbulo sin hablar. Luego Harry se volvió a Lupin.
—Señor profesor; yo...
—No quiero disculpas  —dijo Lupin. Echó una mirada al vestíbulo vacío y bajó la
voz—. Da la casualidad de que sé que este mapa fue confiscado por el señor Filch hace
muchos años. Sí, sé que es un mapa  —dijo ante los asombrados Harry y Ron—. No
quiero saber cómo ha  caído en vuestras manos. Me asombra, sin embargo, que no lo
entregarais, especialmente después de lo sucedido en la última ocasión en que un
alumno dejó por ahí información relativa al castillo. No te lo puedo devolver; Harry.
Harry ya lo suponía, y quería explicarse.
—¿Por qué pensó Snape que me lo habían dado los fabricantes?
—Porque... porque los fabricantes de estos mapas habrían querido sacarte del
colegio. Habrían pensado que era muy divertido.
—¿Los conoce? —dijo Harry impresionado.
—Nos hemos visto  —dijo Lupin lacónicamente. Miraba a Harry más serio que
nunca—. No esperes que te vuelva a encubrir; Harry. No puedo conseguir que te tomes
en serio a Sirius Black, pero creía que los gritos que oyes cuando se te aproximan los
dementores te habían hechoalgún efecto. Tus padres dieron su vida para que tú
siguieras vivo, Harry Y tú les correspondes muy mal... cambiando su sacrificio por una
bolsa de artículos de broma.
Se marchó y Harry se sintió mucho peor que en el despacho de Snape. Despacio,
subieronla escalera de mármol. Al pasar al lado de la estatua de la bruja tuerta, Harry se
acordó de la capa invisible. Seguía allí abajo, pero no se atrevió a ir por ella.
—Es culpa mía  —dijo Ron de pronto—. Yo te persuadí de que fueras. Lupin tiene
razón. Fue una idiotez. No debimos hacerlo.
Dejó de hablar. Habían llegado al corredor en que los troles de seguridad estaban
haciendo la ronda y por el que Hermione avanzaba hacia ellos. Al verle la cara, a Harry
no le cupo ninguna duda de que estaba enterada de loocurrido. Sintió una enorme
desazón. ¿Se lo habría contado a la profesora McGonagall?
—¿Has venido a darte el gusto?  —le preguntó Ron cuando se detuvo la
muchacha—. ¿O acabas de delatarnos?
—No  —respondió Hermione. Tenía en las manos una carta y el labio le
temblaba—. Sólo creí que debíais saberlo. Hagrid ha perdido el caso. Van a ejecutar a
Buckbeak.

15

La final de quidditch

—Me ha enviado esto  —dijo Hermione, tendiéndoles la carta. Harry la cogió. El
pergamino estaba húmedo; las gruesas lágrimashabían emborronado tanto la tinta que
la lectura se hacía difícil en muchos lugares.
Querida Hermione:
Hemos perdido. Me permitirán traerlo a Hogwarts, pero van a fijar la
fecha del sacrificio.
A Buckbeak le ha gustado Londres.
Nunca olvidaré toda la ayuda que nos has proporcionado.
Hagrid
—No pueden hacerlo —dijo Harry—. No pueden. Buckbeak no es peligroso.
—El padre de Malfoy consiguió atemorizar a la Comisión para que tomaran esta
determinación  —dijo Hermione secándose los ojos—. Ya sabéis cómo  es. Son unos
viejos imbéciles y los asustó. Pero podremos recurrir. Siempre se puede. Aunque no veo
ninguna esperanza... Nada cambiará.
—Sí, algo cambiará  —dijo Ron, decidido—. En esta ocasión no tendrás que hacer
tú sola todo el trabajo. Yo te ayu daré.
—¡Ron!
Hermione le echó los brazos al cuello y rompió a llorar. Ron, totalmente aterrado,
le dio unas palmadas torpes en la cabeza. Hermione se apartó por fin.
—Ron, de verdad, siento muchísimo lo de Scabbers —sollozó.
—Bueno, ya era muy viejo —dijo Ron,aliviado de que ella se hubiera soltado—. Y
era algo inútil. Quién sabe, a lo mejor ahora mis padres me compran una lechuza.
Las medidas de seguridad impuestas a los alumnos después de la segunda intrusión de
Black impedían que Harry, Ron y Hermione visitaran a Hagrid por las tardes. La única
posibilidad que tenían de hablar con él eran las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Hagrid parecía conmocionado por el veredicto.
—Todo fue culpa mía. Me quedé petrificado. Estaban todos allí con sus togas
negras, y a mí se me caían continuamente las notas y se me olvidaron todas las fechas
que me habías buscado, Hermione. Y entonces se levantó Lucius Malfoy, soltó su
discurso y la Comisión hizo exactamente lo que él dijo...
—¡Todavía podemos apelar!  —dijo Ron con entusiasmo—. ¡No tires la toalla!
¡Estamos trabajando en ello!
Volvían al castillo con el resto de la clase. Delante podían ver a Malfoy, que iba
con Crabbe y Goyle, y miraba hacia atrás de vez en cuando, riéndose.
—No servirá de mucho, Ron  —le dijo Hagrid con tristeza, al llegar a las escaleras
del castillo—. Lucius Malfoy tiene a la Comisión en el bolsillo. Sólo me aseguraré de
que el tiempo que le queda a Buckbeak sea el más feliz de su vida. Se lo debo...
Hagrid dio media vuelta y volvió a lacabaña, cubriéndose el rostro con el pañuelo.
—¡Miradlo cómo llora!
Malfoy, Crabbe y Goyle habían estado escuchando en la puerta.
—¿Habíais visto alguna vez algo tan patético?  —dijo Malfoy—. ¡Y pensar que es
profesor nuestro!
Harry y Ron fueron hacia ellos, pero Hermione llegó antes:
¡PLAF!
Dio a Malfoy una bofetada con todas sus fuerzas. Malfoy se tambaleó. Harry; Ron,
Crabbe y Goyle se quedaron atónitos en el momento en que Hermione volvió a levantar
la mano.
—¡No te atrevas a llamar «patético» a Hagrid, so puerco... so malvado...!
—¡Hermione! —dijo Ron con voz débil, intentando sujetarle la mano.
—Suéltame, Ron.
Hermione sacó la varita. Malfoy se echó hacia atrás. Crabbe y Goyle lo miraron
atónitos, sin saber qué hacer.
—Vámonos  —musitó Malfoy. Y en  un instante, los tres desaparecieron por el
pasadizo que conducía a las mazmorras.
—¡Hermione! —dijo Ron de nuevo, atónito por la sorpresa.
—¡Harry, espero que le ganes en la final de quidditch!  —dijo Hermione
chillando—. ¡Espero que ganes, porque si gana Slytherin no podré soportarlo!
—Hay que ir a Encantamientos  —dijo Ron, mirando todavía a Hermione con los
ojos como platos.
Subieron aprisa hacia la clase del profesor Flitwick.
—¡Llegáis tarde, muchachos!  —dijo en tono de censura el profesor Flitwick,
cuando Harry abrió la puerta del aula—. ¡Vamos, rápido, sacad las varitas! Vamos a
trabajar con encantamientos estimulantes. Ya se han colocado todos por parejas.
Harry y Ron fueron aprisa hasta un pupitre que había al fondo y abrieron las
mochilas. Ron miró a su alrededor.
—¿Dónde se ha puesto Hermione?
Harry también echó un vistazo. Hermione no había entrado en el aula, pero Harry
sabia que estaba a su lado cuando había abierto la puerta.
—Es extraño  —dijo Harry mirando a Ron—. Quizás... quizás haya ido a los
lavabos...
Pero Hermione no apareció durante la clase.
—Pues tampoco le habría venido mal a ella un encantamiento estimulante
—comentó Ron, cuando salían del aula para ir a comer; todos con una dilatada sonrisa.
La clase de encantamientos estimulantes los había dejado muy contentos.
Hermione tampoco apareció por el Gran Comedor durante el almuerzo. Cuando
terminaron el pastel de manzana, el efecto de los encantamientos estimulantes se estaba
perdiendo, y Harry y Ron empezaban a preocuparse.
—¿No le habrá hecho nada Malfoy?  —comentó Ron mientras subían aprisa las
escaleras hacia la torre de Gryffindor.
Pasaron entre los troles de seguridad, le dieron la contraseña («Pitapatafrita») a la
señora gorda y entraron por el agujero del retrato para acceder a la sala común.
Hermione estaba sentada a una mesa, profundamente dormida, con la cabeza
apoyada en un libro abierto de Aritmancia. Fueron a sentarse uno a cada lado de ella.
Harry le dio con el codo para que despertara.
—¿Qué... qué?  —preguntó Hermione, despertando sobresaltada y mirando
alrededor con los ojos muy abiertos—. ¿Es hora de marcharse? ¿Qué clase tenemos
ahora?
—Adivinación, pero no es hasta dentro de veinte minutos  —dijo Harry—.
Hermione, ¿por qué no has estado en Encantamientos?
—¿Qué? ¡Oh, no! —chilló Hermione—. ¡Se me olvidó!
—Pero ¿cómo se te pudo olvidar? —le preguntó Harry—. ¡Llegaste con nosotros a
la puerta del aula!
—¡Imposible!  —aulló Hermione—. ¿Se enfadó el profesor Flitwick? Fue Malfoy.
Estaba pensando en él y perdí la noción de las cosas.
—¿Sabes una cosa, Hermione?  —le dijo Ron, mirando el libro de Aritmancia que
Hermione había empleado como almohada—. Creo que estás a punto de estallar. Tratas
de abarcar demasiado.
—No, no es verdad  —dijo Hermione, apartándose  el pelo de los ojos y mirando
alrededor, buscando la mochila infructuosamente—. Me he despistado, eso es todo. Lo
mejor será que vaya a ver al profesor Flitwick y me disculpe. ¡Os veré en Adivinación!
Se reunió con ellos veinte minutos más tarde, todavía  confusa, a los pies de la
escalera que llevaba a la clase de la profesora Trelawney.
—¡Aún no me puedo creer que me perdiera la clase de encantamientos
estimulantes! ¡Y apuesto a que nos sale en el examen! ¡El profesor Flitwick me ha
insinuado que puede salir!
Subieron juntos y entraron en la oscura y sofocante sala de la torre. En cada mesa
había una brillante bola de cristal llena de neblina nacarada. Harry, Ron y Hermione se
sentaron juntos a la misma mesa destartalada.
—Creía que no veríamos las bolas  de cristal hasta el próximo trimestre  —susurró
Ron, echando a su alrededor una mirada, por si la profesora Trelawney estaba cerca.
—No te quejes, esto quiere decir que ya hemos terminado con la quiromancia. Me
ponía enfermo verla dar respingos cada vez que me miraba la mano.
—¡Buenos días a todos!  —dijo una voz conocida y a la vez indistinta, y la
profesora Trelawney hizo su habitual entrada teatral, surgiendo de las sombras. Parvati
y Lavender temblaban de emoción, con el rostro encendido por el resplandor lechoso de
su bola de cristal—. He decidido que empecemos con la bola de cristal algo antes de lo
planeado  —dijo la profesora Trelawney, sentándose de espaldas al fuego y mirando
alrededor—. Los hados me han informado de que en vuestro examen de junio saldrá la
bola, y quiero que recibáis suficientes clases prácticas.
Hermione dio un bufido.
—Bueno, de verdad... los hados le han informado... ¿Quién pone el examen? ¡Ella!
¡Qué predicción tan asombrosa! —dijo, sin preocuparse de bajar la voz.
Era difícil saber si la profesora Trelawney los había oído, ya que su rostro estaba
oculto en las sombras. Sin embargo, prosiguió como si no se hubiera enterado de nada.
—Mirar la bola de cristal es un arte muy sutil  —explicó en tono soñador—. No
espero que ningunovea nada en la bola la primera vez que mire en sus infinitas
profundidades. Comenzaremos practicando la relajación de la conciencia y de los ojos
externos —Ron empezó a reírse de forma incontrolada y tuvo que meterse el puño en la
boca para ahogar el ruido—, con el fin de liberar el ojo interior y la superconciencia. Tal
vez, si tenéis suerte, algunos lleguéis a ver algo antes de que acabe la clase.
Y entonces comenzaron. Harry; por lo menos, se sentía muy tonto mirando la bola
de cristal sin comprender;intentando vaciar la mente de pensamientos que
continuamente pasaban por ella, por ejemplo «qué idiotez». No facilitaba las cosas el
que Ron prorrumpiera continuamente en risitas mudas ni que Hermione chascara la
lengua sin parar; en señal de censura.
—¿Habéis visto ya algo? —les preguntó Harry después de mirar la bola en silencio
durante un cuarto de hora.
—Sí, aquí hay una quemadura  —dijo Ron, señalando la mesa con el dedo—. A
alguien se le ha caído la cera de la vela.
—Esto es una horrible pérdida de  tiempo  —dijo Hermione entre dientes—. En
estos momentos podría estar practicando algo útil. Podría ponerme al día en
encantamientos estimulantes.
Acompañada por el susurro de la falda, la profesora Trelawney pasó por su lado.
—¿Alguien quiere que le ayude a interpretar los oscuros augurios de la bola
mágica? —susurró con una voz que se elevaba por encima del tintineo de sus pulseras.
—Yo no necesito ayuda  —susurró Ron—. Es obvio lo que esto quiere decir: que
esta noche habrá mucha niebla.
Harry y Hermioneestallaron en una carcajada.
—¡Venga!  —les llamó la atención la profesora Trelawney, al mismo tiempo que
todo el mundo se volvía hacia ellos. Parvati y Lavender los miraban escandalizadas—.
Estáis perjudicando nuestras vibraciones clarividentes.  —Se aproximó a la mesa de los
tres amigos y observó su bola de cristal. A Harry se le vino el mundo encima.
Imaginaba lo que pasaría a continuación—: ¡Aquí hay algo!  —susurró la profesora
Trelawney, acercando el rostro a la bola, que quedó doblemente reflejada ensus grandes
gafas—. Algo que se mueve... pero ¿qué es?
Harry habría apostado todo cuanto poseía a que, fuera lo que fuese, no serían
buenas noticias. En efecto:
—Muchacho... —La profesora Trelawney suspiró miran—do a Harry—. Está aquí,
más claro que el agua. Sí, querido muchacho... está aquí acechándote, aproximándose...
el Gr...
—¡Por Dios santo! —exclamó Hermione—. ¿Otra vez ese ridículo Grim?
La profesora Trelawney levantó sus grandes ojos hasta la cara de Hermione.
Parvati susurró algo a Lavender y ambas miraron a la muchacha. La profesora
Trelawney se incorporó y la contempló con ira.
—Siento decirte que desde el momento en que llegaste a esta clase ha resultado
evidente que careces de lo que requiere el noble arte de la adivinación. En realidad, no
recuerdo haber tenido nunca un alumno cuya mente fuera tan incorregiblemente vulgar.
Hubo un momento de silencio.
—Bien  —dijo de repente Hermione, levantándose y metiendo en la mochila su
ejemplar de  Disipar las nieblas del futuro—. Bien  —repitió, echándose la mochila al
hombro y casi derribando a Ron de la silla—, abandono. ¡Me voy!
Y ante el asombro de toda la clase, Hermione se dirigió con paso firme hacia la
trampilla, la abrió de un golpe y se perdió escaleras abajo.
La clase tardó unos minutos en volver a apaciguarse. Parecía que la profesora
Trelawney se había olvidado por completo del Grim. Se volvió de repente desde la mesa
de Harry y Ron, respirando hondo a la vez que se subía el chal transparente.
—¡Aaaaah!  —exclamó de repente Lavender; sobresaltando a todo el mundo—.
¡Aaaah, profesora Trelawney, acabo de acordarme! Usted la ha visto salir; ¿no es así,
profesora? «En torno a Semana Santa, uno de vosotros nos dejará para siempre.» Lo
dijo usted hace milenios, profesora.
La profesora Trelawney ledirigió una amable sonrisa.
—Sí, querida. Ya sabía que nos dejaría la señorita Granger. Una siempre tiene la
esperanza, sin embargo, de haber confundido los signos... El ojo interior puede ser una
cruz, ¿sabéis?
Lavender y Parvati parecían muy impresionadas y se apartaron para que la
profesora Trelawney pudiera ponerse en su mesa.
—Hermione se la está buscando, ¿verdad?  —susurró Ron a Harry, con expresión
sobrecogida.
—Sí...
Harry miró en la bola de cristal, pero no vio nada salvo niebla blanca formando
remolinos. ¿De verdad había vuelto a ver al Grim la profesora Trelawney? ¿Lo vería él?
Lo que menos falta le hacía era otro accidente casi mortal con la final de quidditch cada
vez más cerca.
Las vacaciones de Semana Santa no resultaron lo qué se dice relajantes. Los de tercero
nunca habían tenido tantos deberes. Neville Longbottom parecía encontrarse al borde
del colapso nervioso y no era el único.
—¿A esto lo llaman vacaciones?  —gritó Seamus Finnigan una tarde, en la sala
común—. Los exámenes están a mil años de distancia, ¿qué es lo que pretenden?
Pero nadie tenía tanto trabajo como Hermione. Aun sin Adivinación, cursaba más
asignaturas que ningún otro. Normalmente era la última en abandonar por la noche la
sala común y la primera en llegar al día siguiente a la biblioteca. Tenía ojeras como
Lupin y parecía en todo momento estar a punto de echarse a llorar.
Ron se estaba encargando de la apelación en el caso de Buckbeak. Cuando no hacía
sus propios deberes estaba enfrascado en enormes volúmenes que tenían títulos como
Manual de psicología hipogrífica  o  ¿Ave o monstruo? Un estudió de la brutalidad del
hipogrifo. Estaba tan absorto en el trabajo que incluso se olvidó de tratar mal a
Crookshanks.
Harry, mientras tanto, tenía que combinar sus deberes conel diario entrenamiento
de quidditch, por no mencionar las interminables discusiones de tácticas con Wood. El
partido entre Gryffindor y Slytherin tendría lugar el primer sábado después de las
vacaciones de Semana Santa. Slytherin iba en cabeza y sacabaa Gryffindor doscientos
puntos exactos.
Esto significaba, como Wood recordaba a su equipo constantemente, que
necesitaban ganar el partido con una ventaja mayor; si querían ganar la copa. También
significaba que la responsabilidad de ganar caía sobre  Harry en gran medida, porque
capturar la snitch se recompensaba con ciento cincuenta puntos.
—Así, si les sacamos una ventaja de cincuenta puntos, no tienes más que cogerla
—decía Wood a Harry todo el tiempo—. Sólo si les llevamos más de cincuenta puntos,
Harry, porque de lo contrario ganaremos el partido pero perderemos la copa. Lo has
comprendido, ¿verdad? Tienes que atrapar la snitch sólo si estamos...
—¡YA LO SÉ, OLIVER! —gritó Harry.
Toda la casa de Gryffindor estaba obsesionada por el partido. Gryffindor no había
ganado la copa de quidditch desde que el legendario Charlie Weasley (el segundo de los
hermanos de Ron) había sido buscador. Pero Harry dudaba de que alguien de
Gryffindor; incluido Wood, tuviera tantas ganas de ganar como él. Harry y Malfoy  se
odiaban más que nunca. A Malfoy aún le dolía el barro que había recibido en
Hogsmeade, y le había puesto furioso que Harry se hubiera librado del castigo. Harry no
había olvidado el intento de Malfoy de sabotearle en el partido contra Ravenclaw, pero
era el asunto de  Buckbeak lo que le daba más ganas de vencer a Malfoy delante de todo
el colegio.
Nadie recordaba un partido precedido de una atmósfera tan cargada. Cuando las
vacaciones terminaron, la tensión entre los equipos y entre sus respectivas casasestaba
al rojo. En los corredores estallaban pequeñas peleas que culminaron en un
desagradable incidente en el que un alumno de cuarto de Gryffindor y otro de sexto de
Slytherin terminaron en la enfermería con puerros brotándoles de las orejas.
Harry lo  pasaba especialmente mal. No podía ir a las aulas sin que algún Slytherin
sacara la pierna y le pusiera la zancadilla. Crabbe y Goyle aparecían continuamente
donde estaba él, y se alejaban arrastrando los pies, decepcionados, al verlo rodeado de
gente. Wood había dado instrucciones para que Harry fuera acompañado a todas partes,
por si los de Slytherin trataban de quitarlo de en medio. Toda la casa de Gryffindor
aceptó la misión con entusiasmo, de forma que a Harry le resultaba imposible llegar a
tiempo  a las clases porque estaba rodeado de una inmensa y locuaz multitud. Estaba
más preocupado por la seguridad de su Saeta de Fuego que por la suya propia. Cuando
no volaba en ella, la tenía guardada con llave en su baúl, y a menudo volvía corriendo a
la torre de Gryffindor para comprobar que seguía allí.
La víspera del partido por la noche, en la sala común de Gryffindor, se abandonaron
todas las actividades habituales. Incluso Hermione dejó sus libros.
—No puedo trabajar; no me puedo concentrar —dijo nerviosa.
Había mucho ruido. Fred y George Weasley habían reaccionado a la presión
alborotando y gritando más que nunca. Oliver Wood estaba encogido en un rincón,
encima de una maqueta del campo de quidditch, y con su varita mágica movía figurillas
mientras  hablaba consigo mismo. Angelina, Alicia y Katie se reían de las gracias de
Fred y George. Harry estaba sentado con Ron y Hermione, algo alejado del barullo,
tratando de no pensar en el día siguiente, porque cada vez que lo hacía le acometía la
horrible sensación de que algo grande se esforzaba por salir de su estómago.
—Vas a hacer un buen partido  —le dijo Hermione, aunque en realidad estaba
aterrorizada.
—¡Tienes una Saeta de Fuego! —dijo Ron.
—Sí —admitió Harry.
Fue un alivio cuando Wood, de repente, se puso en pie y gritó:
—¡Jugadores! ¡A la cama!
Harry no durmió bien. Primero soñó que se había quedado dormido y que Wood
gritaba: «¿Dónde te habías metido? ¡Tuvimos que poner a Neville en tu puesto!» Luego
soñó que Malfoy y el resto del equipo de Slytherin llegaban al terreno de juego
montados en dragones. Volaba a una velocidad de vértigo, tratando de evitar las
llamaradas de fuego que salían de la boca de la cabalgadura de Malfoy, cuando se dio
cuenta de que había olvidado la Saeta de Fuego. Se cayó enel aire y se despertó con un
sobresalto.
Tardó unos segundos en comprender que el partido aún no había empezado, que él
estaba metido en la cama, y que al equipo de Slytherin no lo dejarían jugar montado en
dragones. Tenía mucha sed. Lo más en silencio que pudo, se levantó y fue a servirse un
poco de agua de la jarra de plata que había al pie de la ventana.
Los terrenos del colegio estaban tranquilos y silenciosos. Ni un soplo de viento
azotaba la copa de los árboles del bosque prohibido. El sauce boxeador estaba quieto y
tenía un aspecto inocente. Las condiciones para el partido parecían perfectas.
Harry dejó el vaso y estaba a punto de volverse a la cama cuando algo le llamó la
atención. Un animal que no podía distinguir bien rondaba por el plateado césped.
Harry corrió hasta su mesilla, cogió las gafas, se las puso y volvió a la ventana a
toda prisa. Esperaba que no se tratara del  Grim. No en aquel momento, horas antes del
partido.
Miró los terrenos con detenimiento y tras un minuto de ansiosa búsqueda volvió a
verlo. Rodeaba el bosque... no era el Grim ni mucho menos: era un gato. Harry se apoyó
aliviado en el alféizar de la ventana al reconocer aquella cola de brocha. Sólo era
Patizambo.
Pero... ¿sólo era  Crookshanks? Harry aguzó la vista y pegó lanariz al cristal de la
ventana.  Crookshanks  estaba inmóvil. Harry estaba seguro de que había algo más
moviéndose en la sombra de los árboles.
Un instante después apareció: un perro negro, peludo y gigante que caminaba con
sigilo por el césped.  Crookshanks  corría a su lado. Harry observó con atención. ¿Qué
significaba aquello? Si  Crookshanks también veía al perro, ¿cómo podía ser un augurio
de la muerte de Harry?
—¡Ron! —susurró Harry—. ¡Ron, despierta!
—¿Mmm?
—¡Necesito que me digas si puedes ver una cosa!
—Está todo muy oscuro, Harry —dijo Ron con esfuerzo—. ¿A qué te refieres?
—Ahí abajo...
Harry volvió a mirar por la ventana.
Crookshanks  y el perro habían desaparecido. Harry se subió al alféizar para ver si
estaban debajo, junto al muro del castillo.Pero no estaban allí. ¿Dónde se habrían
metido?
Un fuerte ronquido le indicó que Ron había vuelto a dormirse.
Harry y el resto del equipo de Gryffindor fueron recibidos con una ovación al entrar por
la mañana en el Gran Comedor. Harry no pudo dejar desonreír cuando vio que los de
las mesas de Ravenclaw y Hufflepuff también les aplaudían. Los de Slytherin les
silbaron al pasar. Malfoy estaba incluso más pálido de lo habitual.
Wood se pasó el desayuno animando a sus jugadores a que comieran, pero él no
probó nada. Luego les metió prisa para ir al campo antes de que los demás terminaran.
Así podrían hacerse una idea de las condiciones. Cuando salieron del Gran Comedor;
volvieron a oír aplausos.
—¡Buena suerte, Harry! —le gritó Cho Chang. Harry se puso colorado.
—Muy bien..., el viento es insignificante. El sol pega algo fuerte y puede
perjudicarnos la visión. Tened cuidado. El suelo está duro, nos permitirá un rápido
despegue.
Wood recorrió el terreno de juego, mirando a su alrededor y con el equipo detrás.
Vieron abrirse las puertas del castillo a lo lejos y al resto del colegio aproximándose al
campo.
—¡A los vestuarios!  —dijo Wood escuetamente. Nadie habló mientras se
cambiaban y se ponían la túnica escarlata. Harry se preguntó si se sentirían como él:
como si hubiera desayunado algo vivo. Antes de que se dieran cuenta, Wood les dijo:
—¡Ha llegado el momento! ¡Adelante...!
Salieron al campo entre el rugido de la multitud. Tres cuartas partes de los
espectadores llevaban escarapelas rojas, agitaban banderas rojas con el león de
Gryffindor o enarbolaban pancartas con consignas como «ÁNIMO, GRYFFINDOR» y
«LA COPA PARA LOS LEONES». Detrás de la meta de Slytherin, sin embargo, unas
doscientas personas llevaban el verde; la serpiente plateada de Slytherin  brillaba en sus
banderas. El profesor Snape se sentaba en la primera fila, de verde como todos los
demás y con una sonrisa macabra.
—¡Y aquí llegan los de Gryffindor!  —comentó Lee Jordan, que hacía de
comentarista, como de costumbre—. ¡Potter, Bell, Johnson, Spinnet, los hermanos
Weasley y Wood! Ampliamente reconocido como el mejor equipo que ha visto
Hogwarts desde hace años.  —Los comentarios de Lee fueron ahogados por los
abucheos de la casa de Slytherin—. ¡Y ahora entra en el terreno de juego el equipo  de
Slytherin, encabezado por su capitán Flint! Ha hecho algunos cambios en la alineación y
parece inclinarse más por el tamaño que por la destreza. —Más abucheos de los hinchas
de Slytherin. Harry, sin embargo, pensó que Lee tenía razón. Malfoy era el más pequeño
del equipo de Slytherin. Los demás eran enormes.
—¡Capitanes, daos la mano! —ordenó la señora Hooch.
Flint y Wood se aproximaron y se estrecharon la mano con mucha fuerza, como si
intentaran quebrarle al otro los dedos.
—¡Montad en las escobas! —dijo la señora Hooch—. Tres... dos... uno...
El silbato quedó ahogado por el bramido de la multitud, al mismo tiempo que se
levantaban en el aire catorce escobas. Harry sintió que el pelo se le disparaba hacia
atrás. Con la emoción del vuelo se le pasaronlos nervios. Miró a su alrededor. Malfoy
estaba exactamente detrás. Harry se lanzó en busca de la snitch.
—Y Gryffindor tiene el quaffle. Alicia Spinnet, de Gryffindor; con el quaffle, se
dirige hacia la meta de Slytherin. Alicia va bien encaminada. Ah,no. Warrington
intercepta el quaffle. Warrington, de Slytherin, rasgando el aire. ¡ZAS! Buen trabajo con
la bludger por parte de George Weasley. Warrington deja caer el quaffle Lo coge
Johnson. Gryffindor vuelve a tenerlo. Vamos, Angelina. Un bonito quiebro a Montagne.
¡Agáchate, Angelina, eso es una bludger! ¡HA MARCADO! ¡DIEZ A CERO PARA
GRYFFINDOR!
Angelina golpeó el aire con el puño, mientras sobrevolaba el extremo del campo.
El mar escarlata que se extendía debajo de ella vociferaba de entusiasmo.
—¡AY!
Angelina casi se cayó de la escoba cuando Marcus Flint chocó contra ella.
—¡Perdón!  —se disculpó Flint, mientras la multitud lo abucheaba—. ¡Perdona, no
te vi!
Un momento después, Fred Weasley lanzó el bate hacia la nuca de Flint. La nariz
de Flint dio en el palo de su propia escoba y comenzó a sangrar.
—¡Basta!  —gritó la señora Hooch, metiéndose en medio a toda velocidad—.
¡Penalti para Gryffindor por un ataque no provocado sobre su cazadora! ¡Penalti para
Slytherin por agresión deliberada contra su cazador!
—¡No diga tonterías, señora!  —gritó Fred. Pero la señora Hooch pitó y Alicia
retrocedió para lanzar el penalti.
—¡Vamos, Alicia!  —gritó Lee en medio del silencio que de repente se había hecho
entre el público—SÍ, HA BATIDO AL GUARDAMETA! ¡VEINTE  A CERO PARA
GRYFFINDOR!
Harry se dio la vuelta y vio que Flint, que seguía sangrando, volaba hacia delante
para ejecutar el penalti. Wood estaba delante de la portería de Gryffindor; con las
mandíbulas apretadas.
—¡Wood es un soberbio guardameta!  —dijo  Lee Jordan a la multitud, mientras
Flint aguardaba el silbato de la señora Hooch—. ¡Soberbio! Será muy difícil parar este
golpe, realmente muy difícil... ¡SÍ! ¡NO PUEDO CREERLO! ¡LO HA PARADO!
Aliviado, Harry se alejó como una bala, buscando la snitch, pero asegurándose al
mismo tiempo de que no se perdía ni una palabra de lo que decía Lee. Era esencial
mantener a Malfoy apartado de la snitch hasta que Gryffindor sacara a Slytherin más de
cincuenta puntos.
—Gryffindor tiene el quaffle, no, lo tiene Slytherin. ¡No! ¡Gryffindor vuelve a
tenerlo, y es Katie Bell, Katie Bell lleva el quaffle! Va rápida como un rayo... ¡ESO HA
SIDO INTENCIONADO!
Montague, un cazador de Slytherin, había hecho un quiebro delante de Katie y en
vez de coger el quaffle, le había  cogido a ella la cabeza. Katie dio una voltereta en el
aire y consiguió mantenerse en la escoba, pero dejó caer el quaffle.
El silbato de la señora Hooch volvió a sonar; mientras se dirigía a Montague
gritándole. Un minuto después, Katie metía otro gol depenalti al guardameta de
Slytherin.
—¡TREINTA A CERO! ¡CHÚPATE ÉSA, TRAMPOSO!
—¡Jordan, si no puedes comentar de manera neutral...!
—¡Lo cuento como es, profesora!
Harry sintió un vuelco de emoción. Acababa de ver la snitch. Brillaba a los pies de
uno de  los postes de la meta de Gryffindor. Pero aún no debía cogerla. Y si Malfoy la
veía...
Simulando una expresión de concentración repentina, dio la vuelta con la Saeta de
Fuego y se dirigió a toda velocidad hacia el extremo de Slytherin. Funcionó. Malfoy fue
tras él como un bólido, creyendo que Harry había visto la snitch en aquel punto.
¡ZUUUM!
Una de las bludgers, desviada por Derrick, el gigantesco golpe ador de Slytherin, se
aproximó y le pasó a Harry rozando el oído derecho. Al momento siguiente...
¡ZUUUM!
La segunda bludger le había arañado el codo. El otro golpeador; Bole, se
aproximaba.
Harry vio fugazmente a Bole y a Derrick, que se acercaban muy aprisa con los
bates en alto.
En el último segundo viró con la Saeta, y Bole y Derrick se dieron un batacazo.
—¡Ja,ja,ja!  —rió Lee Jordan mientras los dos golpeadores de Slytherin se
separaban y alejaban, tambaleándose y agarrándose la cabeza—. Es una lástima, chicos.
¡Tendréis que espabilar mucho para vencer a una Saeta de Fuego! Y Gryffindor vuelve
a tener el quaffle, porque Johnson lo ha recogido. Flint va a su lado. ¡Métele el dedo en
el ojo, Angelina! ¡Era una broma, profesora, era una broma! ¡Oh, no! ¡Flint lleva el
quaffle, va volando hacia la meta de Gryffindor! ¡Ahora, Wood, párala!
Pero Flint ya  había marcado. Hubo un ovación en la parte de Slytherin y Lee lanzó
una expresión tan malsonante que la profesora McGonagall quiso quitarle el megáfono
mágico.
—¡Perdón, profesora, perdón! ¡No volverá a ocurrir! Veamos, Gryffindor va
ganando por treinta a diez y ahora Gryffindor está en posesión del quaffle.
Se estaba convirtiendo en el partido más sucio que Harry había jugado. Indignados
porque Gryffindor se hubiera adelantado tan pronto en el marcador; los de Slytherin
estaban recurriendo a cualquier medio para apoderarse del quaffle. Bole golpeó a Alicia
con el bate y arguyó que la había confundido con una bludger. George Weasley, para
vengarse, dio a Bole un codazo en la cara. La señora Hooch castigó a los dos equipos
con sendos penaltis, y Wood logró evitar otro tanto espectacular; consiguiendo que la
puntuación quedara en 40 a 10 a favor de Gryffindor.
La snitch había vuelto a desaparecer. Malfoy seguía de cerca a Harry, mientras éste
sobrevolaba el campo de juego buscándola. En cuanto Gryffindor lesacara a Slytherin
cincuenta puntos...
Katie marcó: 50 a 10. Fred y George Weasley bajaron en picado para situarse a su
lado, con los bates en alto por si a alguno de Slytherin se le ocurría tomar represalias.
Bole y Derrick aprovecharon la ausencia de  Fred y George para lanzar a Wood las dos
bludgers. Le dieron en el estómago, primero una y después la otra. Wood dio una vuelta
en el aire, sujetándose a la escoba, sin resuello.
La señora Hooch estaba fuera de sí.
—¡Sólo se puede atacar al guardameta cuando el quaffle está dentro del área!
—gritó a Boyle y a Derrick—. ¡Penalti para Gryffindor!
Y Angelina marcó: 60 a 10. Momentos después, Fred Weasley lanzaba a
Warrington una bludger, quitándole el quaffle de las manos. Alicia la cogió y volvió a
marcar: 70 a 10.
La afición de Gryffindor estaba ronca de tanto gritar. Gryffindor sacaba sesenta
puntos de ventaja. Y si Harry cogía la snitch, la copa era suya. Harry notaba que cientos
de ojos seguían sus movimientos mientras sobrevolaba el campo por encima del nivel
de juego, con Malfoy siguiéndolo a toda velocidad.
Y entonces la vio: la snitch brillaba a siete metros por encima de él.
Harry aceleró con el viento rugiendo en sus orejas. Estiró la mano, pero de repente
la Saeta de Fuego redujo la velocidad.
Horrorizado, miró alrededor. Malfoy se había lanzado hacia delante, había cogido
la cola de la Saeta y tiraba de ella.
—¡Serás...!
Harry estaba lo bastante enfadado para golpear a Malfoy, pero no lo podía alcanzar.
Malfoy jadeaba por el esfuerzo de sujetar la Saeta de Fuego, pero tenía un brillo de
malicia en los ojos. Había logrado lo que quería: la snitch había vuelto a desaparecer.
—¡Penalti! ¡Penalti a favor de Gryffindor! ¡Nunca he visto tácticas semejantes!
—chilló la señora Hooch, saliendo  disparada hacia el punto donde Malfoy volvía
montar en su Nimbus 2.001.
~¡SO CERDO, SO TRAMPOSO!  —gritaba Lee Jordan por el megáfono,
alejándose de la profesora McGonagall—. ¡ASQUEROSO HIJ. ..!
La profesora McGonagall ni siquiera se molestó en decirle que se callara. La
verdad es que levantaba el puño en dirección a Malfoy. Se le había caído el sombrero y
también ella gritaba furiosa.
Alicia lanzó el penalti de Gryffindor; pero estaba tan enfadada que lo envió fuera.
El equipo de Gryffindor perdía concentración, y los de Slytherin, entusiasmados por la
falta de Malfoy contra Harry, cada vez se atrevían a más.
—Slytherin en posesión del quaffle, Slytherin se dirige a la meta... Montague
marca —gruñó Lee—: 70 a 20 a favor de Gryffindor...
Harry marcaba en  ese momento a Malfoy desde tan cerca que sus rodillas
chocaban. Harry no iba a dejar que Malfoy se acercara a la snitch...
—¡Quítate de en medio, Potter!  —gritó Malfoy con enojo, e intentó dar la vuelta,
pero encontró a Harry bloqueándole el paso.
—Angelina Johnson coge el quaffle. ¡Vamos, Angelina! ¡VAMOS!
Harry miró a su alrededor. Excepto Malfoy, todos los jugadores de Slytherin,
incluido el guardameta, habían salido disparados contra Angelina. Iban a bloquearla.
Harry dio la vuelta a la Saeta de Fuego, se agachó hasta quedar paralelo al palo de
la escoba y se lanzó hacia delante. Como una bala, se dirigió en dirección a los de
Slytherin.
—¡VOOOOOY!
Se dispersaron cuando la Saeta de Fuego se lanzó contra ellos como un torpedo. El
camino de Angelina quedó despejado.
—¡HA MARCADO!, ¡HA MARCADO! ¡Gryffindor en cabeza por 80 a 20!
Harry, que casi salió despedido hacia las gradas, frenó en el aire bruscamente, dio
la vuelta y regresó veloz al centro del campo.
Y entonces vio algo como para pararle el corazón. Malfoy bajaba a toda velocidad
con una expresión de triunfo en la cara. Allí, a unos metros del suelo, había un
resplandor dorado.
Harry orientó hacia abajo el rumbo de su saeta, pero Malfoy le llevaba muchísima
ventaja.
—¡Vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!  —dijo para espolear a la escoba. Ya reducía la
distancia...
Harry se pegó al palo de la escoba cuando Bole le lanzó una bludger... estaba ya
ante los tobillos de Malfoy... a su misma altura...
Harry se echó hacia delante, soltando las dos manos de la escoba.  Desvió de un
golpe el brazo de Malfoy y..
—¡SÍ!
Recuperó la horizontal, con la mano en el aire, y el estadio se vino abajo. Harry
sobrevoló a la multitud con un extraño zumbido en los oídos. La pequeña pelota dorada
estaba fuertemente sujeta en su puño, batiendo las alas desesperadamente contra sus
dedos.
Wood se acercó a él a toda velocidad, casi cegado por las lágrimas; cogió por el
cuello a Harry y sollozó en su hombro irrefrenablemente. Harry sintió dos golpes en la
espalda cuando Fred y George se acercaron. Luego oyó las voces de Angelina, Alicia y
Katie:
—¡Hemos ganado la copa! ¡Hemos ganado la copa!
Atrapado en un abrazo colectivo, el equipo de Gryffindor bajó a tierra dando gritos
con la voz quebrada.
Los grupos de hinchas del equipo escarlata saltaban ya las barreras y entraban en el
terreno de juego. Multitud de manos palmeaban las espaldas de los jugadores. Harry
estaba aturdido por el ruido y la multitud de cuerpos que lo apretaban. La afición los
subió en hombros a él y al resto del equipo. Cuando pudo ver algo, vio a Hagrid
cubierto de escarapelas rojas:
—¡Los has vencido, Harry! ¡Los has vencido! ¡Cuando se lo cuente a Buckbeak...!
Allí estaba Percy, dando saltos como un loco, olvidado de su dignidad. La
profesora McGonagall sollozaba incluso más sonoramente que Wood, y se secaba los
ojos con una enorme bandera de Gryffindor. Y allí, abriéndose camino hacia Harry; se
encontraban Ron y Hermione. No podían articular palabra. Se limitaron a sonreír
mientras Harry era conducido a las gradas, donde Dumbledore esperaba de pie, con la
enorme copa de quidditch.
Si hubiera habido un dementor por allí... Mientras Wood le pasaba la copa a Harry,
sin dejar de sollozar; mientras la elevaba en el aire, Harry pensó que podía materializar
al patronus más robusto del mundo.

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