miércoles, 2 de julio de 2014

Harry Potter y el Cáliz de Fuego Cap. 37

37
El comienzo

Incluso un mes después, al rememorar los días que siguieron, Harry se daba cuenta de
que se acordaba de muy pocas cosas. Era como si hubiera pasado demasiado para añadir
nada más. Las recapitulaciones que hacíaresultaban muy dolorosas. Lo peor fue, tal
vez, el encuentro con los Diggory que tuvo lugar a la mañana siguiente.
No lo culparon de lo ocurrido. Por el contrario, ambos le agradecieron que les
hubiera llevado el cuerpo de su hijo. Durante toda la conversación, el señor Diggory no
dejó de sollozar. La pena de la señora Diggory era mayor de la que se puede expresar
llorando.
—Sufrió muy poco, entonces  —musitó ella, cuando Harry le explicó cómo había
muerto—. Y, al fin y al cabo, Amos... murió justo después  de ganar el Torneo. Tuvo
que sentirse feliz.
Al levantarse, ella miró a Harry y le dijo:
—Ahora cuídate tú.
Harry cogió la bolsa de oro de la mesita.
—Tomen esto —le dijo a la señora Diggory—. Tendría que haber sido para Cedric:
llegó el primero. Cójanlo...
Pero ella lo rechazó.
—No, es tuyo. Nosotros no podríamos... Quédate con él.
Harry volvió a la torre de Gryffindor a la noche siguiente. Por lo que le dijeron Ron y
Hermione, aquella mañana, durante el desayuno, Dumbledore se había dirigido a todo el
colegio. Simplemente les había pedido que dejaran a Harry  tranquilo, que nadie le
hiciera preguntas ni lo forzara a contar la historia de lo ocurrido en el laberinto. Él notó
que la mayor parte de sus compañeros se apartaban al cruzarse con él por los corredores,
y que evitaban su mirada. Al pasar, algunos cuchicheaban tapándose la boca con la
mano.  Le pareció que muchos habían dado crédito al artículo de  Rita Skeeter sobre lo
trastornado y posiblemente peligroso que era. Tal vez formularan sus propias teorías
sobre la manera en que Cedric había muerto. Se dio cuenta de que no le preocupaba
demasiado. Disfrutaba hablando de otras cosas con Ron y Hermione, o cuando jugaban
al ajedrez en silencio. Sentía que habían alcanzado tal grado de entendimiento queno
necesitaban poner determinadas cosas en palabras: que los tres esperaban alguna señal,
alguna noticia de  lo que ocurría fuera de Hogwarts, y que no valía la pena especular
sobre ello mientras no supieran nada con seguridad. La única vez que mencionaron el
tema fue cuando Ron le habló a Harry del encuentro entre su madre y Dumbledore,
antes de volver a su casa.
—Fue a preguntarle si podías venir directamente con  nosotros este verano
—dijo—. Pero él quiere que vuelvas con los Dursley, por lo menos al principio.
—¿Por qué? —preguntó Harry.
—Mi madre ha dicho que Dumbledore tiene sus motivos —explicó Ron, moviendo
la cabeza—. Supongo que tenemos que confiar en él, ¿no?
La única persona aparte de Ron y Hermione con la que  se sentía capaz de  hablar
era Hagrid. Como ya no había profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, tenían
aquella hora libre. En la del jueves por la tarde aprovecharon para  ir a visitarlo a su
cabaña. Era un día luminoso. Cuando se acercaron,  Fang salió de un salto por lapuerta
abierta, ladrando y meneando la cola sin parar.
—¿Quién es? —dijo Hagrid, dirigiéndose a la puerta—. ¡Harry!
Salió a su encuentro a zancadas, aprisionó a Harry con  un solo brazo, lo despeinó
con la mano y dijo:
—Me alegro de verte, compañero. Me alegro de verte.
Al entrar en la cabaña, vieron delante de la chimenea, sobre la mesa de madera, dos
platos con sendas tazas del tamaño de calderos.
—He estado tomando té con Olympe —explicó Hagrid—. Acaba de irse.
—¿Con quién? —preguntó Ron, intrigado.
—¡Con Madame Maxime, por supuesto! —contestó Hagrid.
—¿Habéis hecho las paces? —quiso saber Ron.
—No entiendo de qué me hablas —contestó Hagrid sin darle importancia, yendo al
aparador a buscar más tazas.
Después de preparar té y de ofrecerles un plato de  pastas, volvió a sentarse en la
silla y examinó a Harry detenidamente con sus ojos de azabache.
—¿Estás bien? —preguntó bruscamente.
—Sí —respondió Harry.
—No, no lo estás. Por supuesto que no lo estás. Pero lo estarás.
Harry no repuso nada.
—Sabía que volvería  —dijo Hagrid, y Harry, Ron y Hermione lo miraron,
sorprendidos—. Lo sabía desde hacía años, Harry. Sabía que estaba por ahí, aguardando
el momento propicio. Tenía que pasar. Bueno, ya ha ocurrido, y tendremos que
afrontarlo. Lucharemos. Tal vez loreduzcamos antes de que se haga demasiado fuerte.
Eso es lo que Dumbledore pretende. Un gran hombre, Dumbledore. Mientras lo
tengamos, no me preocuparé demasiado.
Hagrid alzó sus pobladas cejas ante la expresión de incredulidad de sus amigos.
—No sirve  de nada preocuparse  —afirmó—. Lo que venga, vendrá, y le
plantaremos cara. Dumbledore me contó lo que hiciste, Harry.  —El pecho de Hagrid se
infló al mirarlo—. Fue lo que hubiera hecho tu padre, y no puedo dirigirte mayor elogio.
Harry le sonrió. Era la primera vez que sonreía desde hacía días.
—¿Qué fue lo que Dumbledore te pidió que hicieras, Hagrid? Mandó a la profesora
McGonagall a pediros a ti y a Madame Maxime que fuerais a verlo... aquella noche.
—Nos ha puesto deberes para el verano —explicó Hagrid—. Pero son secretos. No
puedo hablar de ello, ni siquiera con vosotros. Olympe... Madame Maxime para
vosotros... tal vez venga conmigo. Creo que sí. Creo que la he convencido.
—¿Tiene que ver con Voldemort?
Hagrid se estremeció al oír aquel nombre.
—Puede  —contestó evasivamente—. Y ahora... ¿quién  quiere venir conmigo a ver
el último escreguto? ¡Era broma,  era broma!  —se apresuró a añadir, viendo la cara que
ponían.
La noche antes del retorno a Privet Drive, Harry preparó su  baúl, lleno de pesadumbre.
Sentía terror ante el banquete  de fin de curso, que era motivo de alegría otros años,
cuando se aprovechaba para anunciar el ganador de la Copa de las Casas. Desde que
había salido de la enfermería, había procurado no ir al Gran Comedor a las horas en que
iba todo el  mundo, y prefería comer cuando estaba casi vacío para evitar las miradas de
sus compañeros.
Cuando él, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor, vieron enseguida que
faltaba la acostumbrada decoración: para el banquete de fin de curso solía lucir los
colores de la casa ganadora. Aquella noche, sin embargo, había colgaduras negras en la
pared de detrás de la mesa de los profesores. Harry no tardó en comprender que eran
una señal de respeto por Cedric.
El auténtico Ojoloco Moody estaba allí sentado, con el ojo mágico y la pata de palo
puestos en su sitio. Parecía extremadamente nervioso, y cada vez que alguien le hablaba
daba un respingo. Harry no se lo podía echar en cara: era lógico que el miedo de Moody
a ser víctima de un ataque se  hubiera incrementado tras diez meses de secuestro en su
propio baúl. La silla del profesor Karkarov se encontraba  vacía. Harry se preguntó, al
sentarse con sus compañeros de Gryffindor, dónde estaría en aquel momento, y si
Voldemort lo habría atrapado.
Madame Maxime seguía allí. Se había sentado al lado de Hagrid. Hablaban en voz
baja. Más allá, junto a la profesora McGonagall, se hallaba Snape. Sus ojos se
demoraron un momento en Harry mientras éste lo miraba. Era difícil interpretar su
expresión, pero parecía tan antipático y malhumorado como siempre. Harry siguió
observándolo mucho después de que él hubo retirado la mirada.
¿Qué sería lo que Snape había tenido que hacer, por orden de Dumbledore, la
noche del retorno de Voldemort?  Y ¿por qué... por qué  estaba tan convencido
Dumbledore de  que Snape se hallaba realmente de su lado? Había sido su espía, eso
había dicho Dumbledore en el pensadero. Y se había pasado a su lado, «asumiendo
graves riesgos personales». ¿Era ése el trabajo que había tenido que hacer? ¿Había
entrado en contacto con los mortífagos, tal vez? ¿Había fingido que nunca se había
pasado realmente al bando de Dumbledore, que había estado esperando su momento,
como el propio Voldemort?
Los pensamientos de Harry se vieron interrumpidos porel profesor Dumbledore,
que se levantó de su silla en la mesa de profesores. El Gran Comedor, que sin duda
había estado mucho menos bullanguero de lo habitual en un banquete de fin de curso,
quedó en completo silencio.
—El fin de otro curso —dijo Dumbledore, mirándolos a todos.
Hizo una pausa, y posó los ojos en la mesa de Hufflepuff. Aquélla había sido la
mesa más silenciosa ya antes de que él se pusiera en pie, y seguían teniendo las caras
más pálidas y tristes del Gran Comedor.
—Son muchas las cosas  que quisiera deciros esta noche  —dijo Dumbledore—,
pero quiero antes que nada lamentar la pérdida de una gran persona que debería estar
ahí sentada  —señaló con un gesto hacia los de Hufflepuff—, disfrutando con nosotros
este banquete. Ahora quiero pediros, por favor, a todos, que os levantéis y alcéis
vuestras copas para brindar por Cedric Diggory.
Así lo hicieron. Hubo un estruendo de bancos arrastrados por el suelo cuando se
pusieron en pie, levantaron las copas y repitieron, con voz potente, grave y sorda:
—Por Cedric Diggory.
Harry vislumbró a Cho a través de la multitud. Le caían por la cara unas lágrimas
silenciosas. Cuando volvieron a sentarse, bajó la vista a la mesa.
—Cedric ejemplificaba muchas de las cualidades que distinguen a la casa de
Hufflepuff —prosiguió Dumbledore—. Era un amigo bueno y leal, muy trabajador, y se
comportaba con honradez. Su muerte os ha afligido a todos, lo conocierais bien o no.
Creo, por eso, que tenéis derecho a saber qué fue exactamente lo que ocurrió.
Harry levantó la cabeza y miró a Dumbledore.
—Cedric Diggory fue asesinado por lord Voldemort.
Un murmullo de terror recorrió el Gran Comedor. Los alumnos miraban a
Dumbledore horrorizados, sin atreverse a creerle. Él estaba tranquilo, viéndolos farfullar
en voz baja.
—El Ministerio de Magia  —continuó Dumbledore—no quería que os lo dijera. Es
posible que algunos de vuestros padres se horroricen de que lo haya hecho, ya sea
porque no crean que Voldemort haya regresado realmente, o porque opinen que no se
debe contar  estas cosas a gente tan joven.  Pero yo opino que la verdad es siempre
preferible a las mentiras, y que cualquier intento de hacer pasar la muerte de  Cedric por
un accidente, o por el resultado de un grave error  suyo, constituye un insulto a su
memoria.
En  aquel momento, todas las caras, aturdidas y asustadas, estaban vueltas hacia
Dumbledore... o casi todas. Harry vio que, en la mesa de Slytherin, Draco Malfoy
cuchicheaba con Crabbe y Goyle. Sintió un vehemente acceso de ira. Se obligó a mirar
a Dumbledore.
—Hay alguien más a quien debo mencionar en relación con la muerte de Cedric
—siguió Dumbledore—. Me refiero, claro está, a Harry Potter.
Un murmullo recorrió el Gran Comedor al tiempo que algunos volvían la cabeza en
dirección a Harry antes de mirar otra vez a Dumbledore.
—Harry Potter logró escapar de Voldemort —dijo Dumbledore—. Arriesgó su vida
para traer a Hogwarts el cuerpo de Cedric. Mostró, en todo punto, el tipo de valor que
muy  pocos magos han demostrado al encararse con lord Voldemort, y por eso quiero
alzar la copa por él.
Dumbledore se volvió hacia Harry con aire solemne, y  volvió a levantar la copa.
Casi todos los presentes siguieron su ejemplo, murmurando su nombre como habían
murmurado el de Cedric, y bebieron a su salud. Pero, a través de un  hueco entre los
compañeros que se habían puesto en pie, Harry vio que Malfoy, Crabbe, Goyle y
muchos otros de Slytherin permanecían desafiantemente sentados, sin tocar las copas.
Dumbledore, que a pesar de todo carecía de ojo mágico, no se dio cuenta.
Cuando todos volvieron a sentarse, prosiguió:
—El propósito del Torneo de los tres magos fue el de promover el buen
entendimiento entre la comunidad mágica. En vista de lo ocurrido, del retorno de lord
Voldemort, tales lazos parecen ahora más importantes que nunca.
Dumbledore pasó la vista de Hagrid y Madame Maxime a Fleur Delacour y sus
compañeros de Beauxbatons, y de éstos a Viktor Krum y los alumnos de Durmstrang,
que estaban sentados a la mesa de Slytherin. Krum, según vio Harry, parecía cauteloso,
casi asustado, como si esperara que Dumbledore dijera algo contra él.
—Todos nuestros invitados —continuó, y sus ojos se demoraron en los alumnos de
Durmstrang—han de saber que serán bienvenidos en cualquier momento en que
quieran volver. Os repito a  todos que, ante el retorno de lord Voldemort, seremos más
fuertes cuanto más unidos estemos, y más débiles cuanto más divididos.
»La fuerza de lord Voldemort para extender la discordia y la enemistad entre
nosotros es muy grande. Sólo podemos luchar contra ella presentando unos lazos de
amistad y mutua confianza igualmente fuertes. Las diferencias de costumbres y lengua
no son nada en absoluto si nuestros propósitos son los mismos y nos mostramos
abiertos.
»Estoy convencido (y nunca he tenido tantos deseos de estar equivocado) de que
nos esperan tiempos difíciles y oscuros. Algunos de vosotros, en este salón, habéis
sufrido ya directamente a manos de lord Voldemort. Muchas de vuestras familias
quedaron deshechas por él. Hace una semana, un compañero vuestro fue aniquilado.
»Recordad a Cedric. Recordadlo si en algún momento de vuestra vida tenéis que
optar entre lo que está bien y lo que es cómodo, recordad lo que le ocurrió a un
muchacho que era bueno, amable y valiente, sólo porque se cruzó en el camino de lord
Voldemort. Recordad a Cedric Diggory.
·  ·  ·
El baúl de Harry estaba listo.  Hedwig  se encontraba de  nuevo en la jaula, y la jaula
encima del baúl. Con el resto de los alumnos de cuarto, él, Ron y Hermione aguardaban
en el abarrotado vestíbulo los carruajes que los llevarían  de vuelta a la estación de
Hogsmeade. Era otro hermoso día de verano. Se imaginó que, cuando llegara aquella
noche, en Privet Drive haría calor y los jardines estarían  frondosos, con macizos de
flores convertidos en un derroche de color. Pero pensar en ello no le proporcionó ningún
placer.
—¡«Hagui»!
Miró a su alrededor. Fleur Delacour subía velozmente la escalinata de piedra para
entrar en el castillo. Tras ella, vio a Hagrid ayudando a Madame Maxime a hacer recular
dos  de sus gigantescos caballos para engancharlos: el carruaje de Beauxbatons estaba a
punto de despegar.
—Nos «volveguemos» a «veg», «espego»  —dijo Fleur, tendiéndole la mano al
llegar ante él—. «Quiego encontgag tgabajo» aquí «paga mejogag» mi inglés.
—Ya es muy bueno —señaló Ron con la voz ahogada.
Fleur le sonrió. Hermione frunció el entrecejo.
—Adiós, «Hagui»  —se despidió Fleur, dando media vuelta para irse—. ¡Ha sido
un «placeg conocegre»!
El ánimo de Harry se alegró un poco, mientras contemplaba a Fleur volviendo a la
explanada con Madame Maxime. Su plateado pelo ondeaba a la luz del sol.
—Me pregunto cómo volverán los de Durmstrang  —comentó Ron—. ¿Crees que
podrán manejar el barco sin Karkarov?
—«Karrkarrov» no lo manejaba  —dijo una voz ronca—. Se  quedaba en el
«camarrote» y nos dejaba «hacerr» el «trrabajo».  —Krum se había acercado para
despedirse de Hermione—. ¿«Podrríamos hablarr»? —le preguntó.
—Eh... claro... claro...  —contestó Hermione, algo confusa, y siguió a Krum por
entre la multitud hasta perderse de vista.
—¡Será mejor que te des prisa!  —le gritó Ron—. ¡Los carruajes llegarán dentro de
un minuto!
Pero dejó que Harry se ocupara de mirar si llegaban o no los carruajes, y él se pasó
los minutos siguientes levantando el cuello para vigilara Krum y Hermione por encima
de la multitud. No tardaron en volver. Ron observó a Hermione, pero su rostro estaba
impasible.
—Me gustaba «Diggorry»  —le dijo Krum a Harry de repente—. «Siemprre erra»
amable conmigo. «Siemprre.» Aunque yo «estuvierra» en  «Durrmstrrang», con
«Karrkarrov» —añadió, ceñudo.
—¿Tenéis ya nuevo director? —preguntó Harry.
Krum se encogió de hombros. Tendió la mano como había hecho Fleur, y estrechó
la de Harry y la de Ron.
Ron parecía inmerso en una lucha interna. Krum ya se ibacuando él le gritó:
—¿Me firmas un autógrafo?
Hermione se volvió, sonriendo, y observó los carruajes sin caballos que rodaban
hacia ellos, subiendo por el camino, mientras Krum, sorprendido pero halagado, le
firmaba a Ron un pedazo de pergamino.
El tiempo no pudo ser más diferente en el viaje de vuelta a King’s Cross de lo que había
sido a la ida en septiembre. No había ni una nube en el cielo. Harry, Ron y Hermione
habían conseguido un compartimiento para ellos solos. Pigwidgeon iba de nuevo tapado
bajo la túnica de gala de Ron, para que  no estuviera todo el tiempo chillando.  Hedwig
dormitaba  con la cabeza bajo el ala,  y  Crookshanks  se había hecho un  ovillo sobre un
asiento libre, y parecía un peluche de color canela. Harry, Ron y Hermione hablaron
más y más libremente que en ningún momento de la semana precedente, mientras el tren
marchaba hacia el sur. Parecía que el discurso de Dumbledore en el banquete de fin de
curso había hecho desaparecer la reserva de Harry. Ya no le resultaba tan doloroso tratar
de lo ocurrido. Sólo dejaron de hablar de lo que Dumbledore podría hacer para detener a
Voldemort cuando llegó el carrito de la comida.
Cuando Hermione regresó del carrito y guardó el dinero en la mochila, sacó un
ejemplar de El Profeta que llevaba en ella.
Harry lo miró, no muy seguro de querer saber lo que decía, pero Hermione, al ver
su actitud, le comento con voz tranquila:
—No viene nada. Puedes comprobarlo por ti mismo: no hay nada en absoluto. Lo
he estado mirando todos los días. Sólo una brevenota al día siguiente de la tercera
prueba diciendo que ganaste el Torneo. Ni siquiera mencionaron a Cedric. Nada de
nada. Si queréis mi opinión, creo que Fudge los ha obligado a silenciarlo.
—Nunca silenciará a Rita Skeeter —afirmó Harry—. No con semejante historia.
—Ah, Rita no ha escrito absolutamente nada desde la tercera prueba  —aseguró
Hermione con voz extrañamente ahogada—. De hecho, Rita Skeeter no escribirá nada
durante algún tiempo. No a menos que quiera que le descubra el pastel.
—¿De qué hablas? —inquirió Ron.
—He averiguado cómo se las arregla para escuchar conversaciones privadas
cuando tiene prohibida la entrada a los terrenos del colegio  —dijo Hermione
rápidamente.
Harry tuvo la impresión de que ella llevaba días muriéndose de ganas de  contarlo,
pero que se reprimía por todo lo que había ocurrido.
—¿Cómo lo hacía? —preguntó Harry de inmediato.
—¿Cómo lo averiguaste? —preguntó a su vez Ron, mirándola.
—Bueno, en realidad fuiste tú quien me dio la idea, Harry.
—¿Yo? ¿Cómo?
—Con tus micrófonos ocultos —contestó Hermione muy contenta.
—Pero los micrófonos no funcionan...
—No los electrónicos. No, pero Rita Skeeter es ella misma como un minúsculo
micrófono negro... Rita Skeeter es  una animaga no registrada. Puede convertirse...
—Hermione sacó de la mochila un pequeño tarro de cristal cerrado—en un escarabajo.
—¡Bromeas! —exclamó Ron—. Tú no has... Ella no...
—Sí, ella sí —declaró Hermione muy contenta, blandiendo el tarro ante ellos.
Dentro había ramitas, hojas y un escarabajo grandey gordo.
—Eso no puede ser... Nos estás tomando el pelo  —dijo Ron, poniendo el tarro a la
altura de los ojos.
—No, en serio  —afirmó Hermione sonriendo—. Lo cogí  en el alféizar de la
ventana de la enfermería. Si lo miráis de  cerca veréis que las marcas alrededor de la
antena son como las de esas espantosas gafas que lleva.
Harry miró y vio que tenía razón. Recordó algo.
—¡Había un escarabajo en la estatua la noche en que oímos a Hagrid hablarle a
Madame Maxime de su madre!
—¡Exacto!  —confirmó Hermione—. Y  Viktor Krum me quitó un escarabajo del
pelo después de nuestra conversación junto al lago. Y, si no me equivoco, Rita estaría
en el alféizar de la clase de Adivinación el día en que te dolió la cicatriz. Se ha pasado el
año revoloteando por ahí en busca de historias.
—Cuando vimos a Malfoy debajo de aquel árbol... —dijo Ron pensativo.
—Estaba contándole cosas, la tenía en la mano  —continuó Hermione—. Por
supuesto, él lo sabía. Así es como ella ha obtenido esas entrevistas tan encantadoras con
los de Slytherin. A ellos les daba igual que ella estuviera haciendo algo ilegal mientras
pudieran contarle cosas horribles sobre nosotros y Hagrid.
Hermione cogió el tarro de cristal que le había pasado a Ron, y sonrió al
escarabajo, que revoloteaba pegándose furiosos golpes contra el cristal.
—Le he explicado que la dejaré salir cuando lleguemos  a Londres. Al tarro le he
echado un encantamiento  irrompibilizador,  para que ella no pueda transformarse. Y ya
sabe que tiene que estar calladita un año entero. Veremos si  puede dejar el hábito de
escribir horribles mentiras sobre la gente.
Sonriendo serenamente, Hermione volvió a meter el escarabajo en la mochila.
La puerta del compartimiento se abrió.
—Muy lista, Granger —dijo Draco Malfoy.
Crabbe y Goyle estaban tras él. Los tres parecían más satisfechos, arrogantes y
amenazadores que nunca.
—O sea que has pillado a esa patética periodista  —añadió Malfoy pensativamente,
asomándose y mirándolos con una leve sonrisa en los labios—, y Potter vuelve a ser el
niño favorito  de Dumbledore. Mola.  —Su sonrisa se acentuó.  Crabbe y Goyle también
los miraban con sonrisas malévolas—. Intentando no pensar en ello, ¿eh? ¿Haciendo
como si no hubiera ocurrido?
—Fuera —dijo Harry.
No había vuelto a tener a Malfoy cerca desde que lo había visto cuchichear con
Crabbe y Goyle durante el discurso de Dumbledore sobre Cedric. Sintió un zumbido en
los oídos. Bajo la túnica, su mano agarró la varita.
—¡Has elegido el bando perdedor, Potter! ¡Te lo advertí! Te dije que debías
escoger tus compañías con más cuidado,  ¿recuerdas? Cuando nos encontramos en el
tren, el día de nuestro ingreso en Hogwarts. ¡Te dije que no anduvieras con semejante
chusma!  —señaló con la cabeza a Ron y Hermione—. ¡Ya es demasiado tarde, Potter!
¡Ahora que ha retornado elSeñor Tenebroso, los sangre sucia y los amigos de los
muggles serán los primeros en caer! Bueno, los primeros  no, los segundos: el primero
ha sido Digg...
Fue como si alguien hubiera encendido una caja de bengalas en el compartimiento.
Cegado por el resplandor de los encantamientos que habían partido de todas
direcciones, ensordecido por los estallidos, Harry parpadeó y miró al suelo.
Malfoy, Crabbe y Goyle estaban inconscientes en el hueco de la puerta. Harry, Ron
y Hermione se habían puesto de pie después de lanzarles distintos maleficios. Y no eran
los únicos que lo habían hecho.
—Quisimos venir a ver qué buscaban estos tres  —dijo  Fred como sin querer la
cosa, pisando a Goyle para entrar en el compartimiento. Había sacado la varita, igual
que George, que tuvo buen cuidado de pisar a Malfoy al entrar tras Fred.
—Un efecto interesante  —dijo George mirando a Crabbe—. ¿Quién le lanzó la
maldición furnunculus?
—Yo —admitió Harry.
—Curioso —comentó George—. Yo le lancé el embrujo piernas de gelatina. Se ve
que no hay que mezclarlos: se le ha llenado la cara de tentáculos. Vamos a sacarlos de
aquí, no pegan con la decoración.
Ron, Harry y George los sacaron al pasillo empujándolos con los pies. No se sabía
cuál de ellos tenía peor pinta,  con la mezcla de maleficios que les habían echado. Luego
volvieron al compartimiento y cerraron la puerta.
—¿Alguien quiere echar una partida con los naipes explosivos?  —preguntó Fred,
sacando un mazo de cartas.
Iban por la quinta partida cuando Harry se decidió a preguntarles:
—¿Nos lo vais a decir? ¿A quién le hacíais chantaje?
—Ah —dijo George con cierto misterio—. ¡Eso!
—No importa  —contestó Fred, moviendo la cabeza hacia los lados—. No tiene
importancia. Ya no la tiene, por lo menos.
—Hemos desistido —añadió George encogiéndose de hombros.
Pero Harry, Ron y Hermione siguieron insistiendo, hasta que Fred dijo al fin:
—Bien, de acuerdo. Si de verdad lo queréis saber... se trataba de Ludo Bagman.
—¿Bagman?  —exclamó Harry con brusquedad—. ¿Quieres decir que estaba
envuelto en...?
—Qué va  —repuso George con un dejo sombrío—. Ni mucho menos. Es un
cretino. No tiene bastante cerebro para eso.
—¿Entonces? —preguntó Ron.
Fred vaciló un momento antes de responder.
—¿Os acordáis de la apuesta que hicimos con él, en los Mundiales de  quidditch?
Apostamos a que ganaría Irlanda pero que Krum atraparía la snitch.
—Nos acordamos —dijeron Harry y Ron.
—Bien, el muy cretino nos pagó en oro leprechaun que  había cogido de las
mascotas del equipo de Irlanda.
—¿Sí?
—Sí  —confirmó Fred con malhumor—. Y se desvaneció, claro. A la mañana
siguiente, ¡no quedaba nada!
—Pero... habrá sido una equivocación, ¿no? —comentó Hermione.
George se rió con cierta amargura.
—Sí, eso fue lo que pensamos al principio. Creímos que si  le escribíamos
explicándole el  error que había cometido, soltaría la pasta. Pero de eso nada. No hizo
caso de nuestra carta. Intentamos repetidamente hablar con él en Hogwarts, pero
siempre tenía alguna excusa para marcharse.
—Al final se volvió bastante desagradable  —explicó Fred—. Nos dijo que éramos
demasiado jóvenes para apostar, y que no nos daría nada.
—Así que le pedimos que al menos nos devolviera nuestro dinero.
—¡No se negaría a eso! —exclamó Hermione casi sin voz.
—¡Ya lo creo que se negó! —dijo Fred.
—Pero ¡eran todos vuestros ahorros!
—No nos lo tienes que explicar  —dijo George—. Por supuesto, al final
averiguamos lo que ocurría. El padre de Lee  Jordan también había tenido muchos
problemas para que Bagman le diera el dinero. Resulta que está metido en líos  con los
duendes. Le prestaron mucho dinero. Una banda de ellos lo acorraló en el bosque
después de los Mundiales y le  cogió todo el oro que llevaba con él, y aún no bastaba
para pagar todo lo que les debía. Lo siguieron a Hogwarts para que no se les
escabullera. Lo ha perdido todo en el juego. No  tiene dónde caerse muerto. ¿Y sabéis
cómo intentó pagar a los duendes?
—¿Cómo? —preguntó Harry.
—Apostó por ti, tío —explicó Fred—. Apostó un montón contra los duendes a que
ganabas el Torneo.
—¡Por eso se empeñaba en ayudarme!  —exclamó Harry—. Bueno... yo gané, ¿no?
¡Así que ahora puede daros lo que os debe!
—Nones  —dijo George, negando con la cabeza—. Los duendes juegan tan sucio
como él: dicen que empataste con Diggory, y que Bagman apostó a que ganabas de
manera absoluta. Así  que Bagman ha tenido que darse a la fuga.  Escapó después de la
tercera prueba.
George exhaló un hondo suspiro y volvió a repartir cartas.
El resto del viaje fue bastante agradable. Harry hubiera querido que durara todo el
verano, de hecho, para no llegar  nunca a King’s Cross... Pero, como había aprendido
aquel último curso, el tiempo no transcurre más despacio cuando nos espera algo
desagradable, y el expreso de Hogwarts no tardó en acercarse al andén nueve y tres
cuartos aminorando la marcha. La confusión y el alboroto usuales llenaron  los pasillos
mientras los estudiantes se apeaban. Ron y Hermione pasaron con dificultad los baúles
por encima de Malfoy, Crabbe y Goyle. Harry, en cambio, no se movió.
—Fred... George... esperad un momento.
Los dos gemelos se volvieron. Harry abrió su baúl y sacó el dinero del premio.
—Cogedlo —les dijo, y puso la bolsa en las manos de George.
—¿Qué? —exclamó Fred, pasmado.
—Que lo cojáis —repitió Harry con firmeza—. Yo no lo quiero.
—Estás mal del coco —dijo George, tratando de devolvérselo.
—No, no lo estoy. Cogedlo y seguid inventando. Para la tienda de artículos de
broma.
—Se ha vuelto majara —dijo Fred, casi con miedo.
—Escuchad: si no lo cogéis, pienso tirarlo por el váter. Ni lo quiero ni lo necesito.
Pero no me vendría mal reírme  un poco. Tal vez todos necesitemos reírnos. Me temo
que dentro de poco nos van a hacer mucha falta las risas.
—Harry  —musitó George, sopesando la bolsa—, aquí tiene que haber mil
galeones.
—Sí  —contestó Harry, sonriendo—. Piensa cuántas galletas de canarios se pueden
hacer con eso.
Los gemelos lo miraron fijamente.
—Pero no le digáis a vuestra madre de dónde lo habéis  sacado... aunque, bien
pensado, tal vez ya no tenga tanto empeño en que os hagáis funcionarios del Ministerio.
—Harry... —comenzó Fred, pero Harry sacó su varita.
—Mira  —dijo rotundamente—, si no os lo lleváis, os  echo un maleficio. He
aprendido algunos bastante buenos. Pero hacedme un favor, ¿queréis? Compradle a Ron
una túnica de gala diferente, y decidle que es regalo vuestro.
Salió del compartimiento sin dejarlos decir ni una palabra más, pasando por encima
de Malfoy, Crabbe y Goyle, que seguían tendidos en el suelo, con las señales de los
maleficios.
Tío Vernon lo esperaba al otro lado de la barrera. La señora Weasley estaba muy
cerca de él. Al ver a Harry, ella le dio un abrazo muy fuerte y le susurró al oído:
—Creo que Dumbledore te dejará venir un poco más avanzado el verano.
Estaremos en contacto, Harry.
—Hasta luego, Harry —se despidió Ron, dándole una palmada en la espalda.
—¡Adiós, Harry!  —le dijo Hermione, e hizo algo que no había hecho nunca: le dio
un beso en la mejilla.
—Gracias, Harry  —musitó George, mientras Fred, a su lado, asentía
fervientemente con la cabeza.
Harry les guiñó un ojo, se volvió hacia tío Vernon y lo siguió en silencio hacia la
salida. No había por qué preocuparse todavía, se dijo mientras se acomodaba en el
asiento posterior del coche de los Dursley.
Como le había dicho Hagrid, lo que tuviera que llegar, llegaría, y ya habría tiempo
de plantarle cara.

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