miércoles, 2 de julio de 2014

Harry Potter y la Orden del Fénix Cap. 4-6

4
El número 12 de Grimmauld Place

—¿Qué es la Orden del…? —preguntó Harry.
—¡Aquí no, muchacho! —gruñó Moody—. ¡Espera a que estemos dentro!
Moody le arrebató a Harry el trozo de pergamino y le prendió fuego con la punta de la varita. Mientras
las llamas devoraban el mensaje, que cayó flotando al suelo, Harry volvió a mirar las casas que había a
su alrededor. Estaban delante del número 11; miró a la izquierda y vio el número 10; a la derecha, sin
embargo, estaba el número 13.
—Pero ¿dónde está…?
—Piensa en lo que acabas de memorizar —le recordó Lupin con serenidad.
Harry lo pensó, y en cuanto llegó a las palabras «número 12 de Grimmauld Place», una maltrecha
puerta salió de la nada entre los números 11 y 13, y de inmediato aparecieron unas sucias paredes y
unas mugrientas ventanas. Era como si, de pronto, se hubiera inflado una casa más, empujando a las
que tenía a ambos lados y apartándolas de su camino. Harry se quedó mirándola, boquiabierto. El
equipo de música del número once seguía sonando. Por lo visto, los muggles que había dentro no
habían notado nada.
—Vamos, deprisa —gruñó Moody, empujando a Harry por la espalda.
El chico subió los desgastados escalones de piedra sin apartar los ojos de la puerta que acababa de
materializarse. La pintura negra estaba estropeada y arañada, y la aldaba de plata tenía forma de
serpiente retorcida. No había cerradura ni buzón.
Lupin sacó su varita y dio un golpe con ella en la puerta. Harry oyó unos fuertes ruidos metálicos y
algo que sonaba como una cadena. La puerta se abrió con un chirrido.
—Entra, Harry, rápido —le susurró Lupin—, pero no te alejes demasiado y no toques nada.
Harry cruzó el umbral y se sumergió en la casi total oscuridad del vestíbulo. Olía a humedad, a polvo y
a algo podrido y dulzón; la casa tenía toda la pinta de ser un edificio abandonado. Miró hacia atrás y
vio a los otros, que iban en fila detrás de él; Lupin y Tonks llevaban su baúl y la jaula deHedwig.
Moody estaba de pie en el último escalón soltando las bolas de luz que el apagador había robado de las
farolas: volvieron volando a sus bombillas y la plaza se iluminó, momentáneamente, con una luz
naranja; entonces Moody entró renqueando en la casa y cerró la puerta, y la oscuridad del vestíbulo
volvió a ser total.
—Por aquí…
Le dio unos golpecitos en la cabeza a Harry con la varita; esta vez el muchacho sintió que algo caliente
le goteaba por la espalda y comprendió que el encantamiento desilusionador había terminado.
—Ahora quédense todos quietos mientras pongo un poco de luz aquí dentro —susurró Moody.
Los murmullos de los demás le producían a Harry una extraña aprensión; era como si acabaran de
entrar en la casa de alguien que estaba a punto de morir. Oyó un débil silbido, y entonces unas
anticuadas lámparas de gas se encendieron en las paredes y proyectaron una luz, débil y parpadeante,
sobre el despegado papel pintado y sobre la raída alfombra de un largo y lúgubre vestíbulo, de cuyo
techo  colgaba  una  lámpara  de  cristal  cubierta  de  telarañas  y  en  cuyas  paredes  lucían  retratos
ennegrecidos por el tiempo que estaban torcidos. Harry oyó algo que correteaba detrás del zócalo.
Tanto la lámpara como el candelabro, que había encima de una desvencijada mesa, tenían forma de
serpiente.
Oyeron unos rápidos pasos y la madre de Ron, la señora Weasley, entró por una puerta que había al
fondo del vestíbulo. Corrió a recibirlos con una sonrisa radiante, aunque Harry se fijó en que estaba
mucho más pálida y delgada que la última vez que la había visto.
—¡Oh, Harry, cuánto me alegro de verte! —susurró, y lo estrujó con un fuerte abrazo; luego se separó
un poco de él y lo examinó con ojo crítico—. Estás paliducho; necesitas engordar un poco, pero me
temo que tendrás que esperar hasta la hora de la cena. —Luego, dirigiéndose al grupo de magos que
Harry tenía detrás, la señora Weasley volvió a susurrar con tono apremiante—: Acaba de llegar. La
reunión ya ha comenzado.
Los magos emitieron ruiditos de interés y de expectación y empezaron a desfilar hacia la puerta por la
que la señora Weasley acababa de aparecer. Harry se puso también en marcha, siguiendo a Lupin, pero
la señora Weasley lo retuvo.
—No, Harry, la reunión es sólo para miembros de la Orden. Ron y Hermione están arriba; puedes
esperar con ellos hasta que se acabe. Luego cenaremos. Y habla en voz baja en el vestíbulo —añadió
con un susurro apremiante.
—¿Por qué?
—No quiero que se despierte nada.
—¿Qué es lo que…?
—Ya te lo explicaré más tarde, ahora debo darme prisa. Tengo que asistir a la reunión, pero antes te
enseñaré dónde vas a dormir.
Se llevó un dedo a los labios y lo precedió de puntillas; pasaron por delante de un par de largas y
apolilladas cortinas, detrás de las cuales Harry supuso que debía de haber otra puerta, y tras esquivar un
gran paragüero que parecía hecho con la pierna cortada de un trol, empezaron a subir la oscura escalera
y pasaron junto a una hilera de cabezas reducidas montadas en placas, colgadas en la pared. Harry las
miró de cerca y vio que las cabezas eran de elfos domésticos. Todos tenían la misma nariz en forma de
hocico.
La perplejidad de Harry iba en aumento a cada paso que daba. ¿Qué demonios hacían en una casa que
parecía la del más tenebroso de los magos?
—Señora Weasley, ¿por qué…?
—Ron y Hermione te lo explicarán todo, querido. Lo siento, pero tengo mucha prisa —le susurró la
señora Weasley sin prestarle atención—. Mira —dijo cuando llegaron al segundo rellano—, tu puerta
es la de la derecha. Ya te avisaré cuando termine la reunión.
Y dicho eso, bajó apresuradamente la escalera.
Harry cruzó el lúgubre rellano, giró el pomo de la puerta, que tenía forma de cabeza de serpiente, y
abrió la puerta.
Vislumbró una habitación sombría con el techo alto y dos camas gemelas; entonces oyó un fuerte
parloteo, seguido de un chillido aún más fuerte, y su visión quedó por completo oscurecida por una
melena muy tupida. Hermione se había abalanzado sobre él para darle un abrazo que casi lo derribó,
mientras que la pequeña lechuza de Ron,Pigwidgeon, volaba describiendo círculos, muy agitada, por
encima de sus cabezas.
—¡Harry!  ¡Ron,  ha  venido  Harry! ¡No te  hemos  oído llegar! ¿Cómo estás? ¿Estás  bien?  ¿Estás
enfadado con nosotros? Seguro que sí, ya sé que en nuestras cartas no te contábamos nada, pero es que
no podíamos, Dumbledore nos hizo jurar que no te diríamos nada, oh, tengo tantas cosas que contarte,
y  tú  también…  ¡Los dementores!  Cuando  nos  enteramos,  y  lo  de  la  vista  del  Ministerio…  es
indignante. He estado buscando información y no pueden expulsarte, no pueden hacerlo, lo estipula el
Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad en situaciones de amenaza para
la vida…
—Déjalo respirar, Hermione —dijo Ron, sonriendo, al mismo tiempo que cerraba la puerta detrás de
Harry. Había crecido varios centímetros durante el mes que habían pasado separados, y ahora parecía
más larguirucho y desgarbado que nunca, aunque la larga nariz, el reluciente cabello pelirrojo y las
pecas no habían cambiado.
Hermione, todavía radiante, soltó a Harry, y antes de que pudiera decir nada más se oyó un suave
zumbido y una cosa blanca salió volando de lo alto de un oscuro armario y se posó con suavidad en el
hombro de Harry.
—¡Hedwig!
La lechuza, blanca como la nieve, hizo un ruidito seco con el pico y le dio unos cariñosos golpecitos
con él en la oreja, mientras Harry le acariciaba las plumas.
—Estaba muy enfadada —explicó Ron—. Nos mató a picotazos cuando nos trajo tus últimas cartas,
mira esto…
Le enseñó a Harry el dedo índice de la mano derecha, donde tenía un corte ya casi curado pero
profundo.
—¡Oh, vaya! —exclamó Harry—. Lo siento, pero quería respuestas…
—Y nosotros queríamos dártelas, Harry —dijo Ron—. Hermione estaba volviéndose loca, no paraba de
decir que harías alguna tontería si seguías aislado y solo sin noticias, pero Dumbledore nos hizo…
—…jurar que no me contarían nada —acabó Harry—. Sí, Hermione ya me lo ha dicho.
Una cosa fría que salía del fondo de su estómago apagó el cálido sentimiento que había prendido en su
interior al ver a sus dos mejores amigos. De pronto, pese a que llevaba un mes deseando verlos, sintió
que habría preferido que Ron y Hermione lo dejaran en paz.
Se produjo un tenso silencio durante el cual Harry siguió acariciando aHedwigmecánicamente, sin
mirar a los otros.
—Por lo visto, Dumbledore creía que eso era lo mejor —aclaró Hermione con ansiedad.
—Ya —dijo Harry. Se fijó en que las manos de Hermione también tenían las marcas del pico de
Hedwig, pero no lo lamentó.
—Creo que pensaba que donde estabas más seguro era con losmuggles… —empezó a decir Ron.
—¿Ah, sí? —se extrañó Harry, arqueando las cejas—. ¿Os han atacado unosdementoresa alguno de
vosotros este verano?
—Pues no, pero por eso ordenó que fueras vigilado todo el tiempo por miembros de la Orden del
Fénix…
Harry notó un gran vacío en el estómago, como si bajara por una escalera y se hubiera saltado un
escalón. De modo que todo el mundo sabía que estaban vigilándolo, menos él.
—Pues no ha funcionado muy bien, ¿no crees? —dijo Harry, haciendo todo lo posible para no alterar la
voz—. Al fin y al cabo he tenido que cuidarme yo solito, ¿no?
—Dumbledore estaba furioso —comentó Hermione con una voz casi atemorizada—. Nosotros lo
vimos. Cuando se enteró de que Mundungus había abandonado su puesto antes de que terminara su
turno… Daba miedo verlo.
—Pues mira, me alegro de que se marchara —replicó Harry con frialdad—. Si se hubiera quedado, yo
no habría hecho magia y seguramente Dumbledore me habría dejado en Privet Drive todo el verano.
—¿No estás…, no estás preocupado por la vista del Ministerio de Magia? —preguntó Hermione con
voz queda.
—No —mintió Harry desafiante.
Se apartó de ellos, mirando alrededor, conHedwigacurrucada en su hombro, pero aquella habitación
no era lo más apropiado para subirle la moral. Era húmeda y oscura. Un lienzo en blanco con un marco
decorado era lo único que alegraba la desnudez de las desconchadas paredes, y cuando Harry pasó por
delante de él le pareció oír a alguien que, escondido, reía por lo bajo.
—¿Y se puede saber por qué Dumbledore tenía tanto interés en mantenerme escondido? —preguntó
Harry, que seguía intentando controlar su voz y adoptar un tono despreocupado—. ¿Se molestaron en
preguntárselo, por casualidad?
Levantó la cabeza justo a tiempo para ver cómo sus amigos intercambiaban una mirada que significaba
que estaba comportándose como ellos habían imaginado. Eso no ayudó a mejorar su estado de ánimo.
—Le dijimos a Dumbledore que queríamos contarte lo que estaba pasando —contestó Ron—. Se lo
dijimos, Harry. Pero ahora Dumbledore está muy ocupado, sólo lo hemos visto dos veces desde que
vinimos aquí, y no tenía mucho tiempo para nosotros; nos hizo jurar que no te contaríamos nada
importante cuando te escribiéramos. Dijo que las lechuzas podían ser interceptadas.
—De todos modos habría podido mantenerme informado si se lo hubiera propuesto —replicó Harry de
manera cortante—. No irás a decirme que no conoce formas de enviar mensajes sin lechuzas, ¿no?
Hermione miró a Ron y dijo:
—Yo también lo pensé. Pero él no quería que supieras nada.
—Quizá piense que no se puede confiar en mí —dijo Harry, observando con atención sus expresiones.
—No seas idiota —contestó Ron, que parecía muy desconcertado.
—O que no sé cuidar de mí mismo.
—¡Claro que no piensa nada de eso! —exclamó Hermione agitada.
—¿Entonces por qué tenía que quedarme en casa de los Dursley mientras vosotros dos participabais en
todo lo que estaba pasando aquí? —preguntó Harry; las palabras salieron atropelladamente de su boca,
y a medida que las pronunciaba, el volumen de su voz iba aumentando—. ¿Por qué vosotros dos estáis
al corriente de lo que está ocurriendo?
—¡Eso no es cierto! —lo interrumpió Ron—. Mamá no nos deja acercarnos a las reuniones; dice que
somos demasiado pequeños…
Pero sin poder contenerse más, Harry se puso a gritar.
—¡AH, YA!,  NO HABÉIS  ESTADO  EN LAS  REUNIONES,  ¡QUÉ  BIEN!  PERO  HABÉIS  ESTADO AQUÍ,
¿VERDAD? ¡HABÉIS ESTADO JUNTOS! ¡YO, EN CAMBIO, LLEVO UN MES ATRAPADO EN CASA DE LOS
DURSLEY!  ¡Y  YO  HE  HECHO  COSAS  MUCHO  MÁS  IMPORTANTES  QUE  VOSOTROS  DOS,  Y
DUMBLEDORE LO SABE! ¿QUIÉN SALVÓ LA PIEDRA FILOSOFAL? ¿QUIÉN SE DESHIZO DE RIDDLE?
¿QUIÉN OS SALVÓ LA VIDA CUANDO OS ATACARON LOS DEMENTORES?
Harry soltó todos y cada uno de los amargos y resentidos pensamientos que había tenido durante el
último mes: su frustración ante la ausencia de noticias, la ofensa que le producía saber que todos habían
estado juntos sin él, la rabia que experimentaba porque habían estado vigilándolo y nadie se lo había
dicho… Todos los sentimientos de los que se avergonzaba a medias se desbordaron por fin. Hedwigse
asustó con el ruido y voló hasta lo alto del armario;Pigwidgeon, alarmada, gorjeó y empezó a volar aún
más deprisa por encima de sus cabezas.
—¿QUIÉN TUVO QUE PASAR POR DELANTE DE DRAGONES Y ESFINGES Y DE TODO TIPO DE BICHOS
REPUGNANTES EL AÑO PASADO? ¿QUIÉN VIO QUE ÉL HABÍA REGRESADO? ¿QUIÉN TUVO QUE HUIR
DE ÉL? ¡YO!
Ron estaba allí plantado con la boca abierta, atónito y sin saber qué decir, mientras que Hermione
parecía a punto de llorar.
—PERO ¿POR QUÉ TENÍA QUE SABER YO LO QUE ESTABA PASANDO? ¿POR QUÉ IBA A MOLESTARSE
ALGUIEN EN CONTARME LO QUE SUCEDÍA?
—Harry, nosotros queríamos contártelo, de verdad… —empezó Hermione.
—NO  CREO  QUE  ESO  OS  PREOCUPARA  MUCHO,  PORQUE  SI  NO  ME  HABRÍAIS  ENVIADO  UNA
LECHUZA, PERO CLARO, DUMBLEDORE OS HIZO JURAR…
—Es verdad, Harry, nos…
—HE PASADO CUATRO SEMANAS CONFINADO EN PRIVET DRIVE, ROBANDO PERIÓDICOS DE LOS
CUBOS DE BASURA PARA VER SI ME ENTERABA DE LO QUE ESTABA PASANDO…
—Nosotros queríamos…
—SUPONGO QUE OS HABRÉIS REÍDO DE LO LINDO, ¿VERDAD?, AQUÍ ESCONDIDOS, JUNTITOS…
—No, Harry, en serio…
—¡Lo sentimos mucho, Harry! —dijo Hermione desesperada; tenía los ojos bañados en lágrimas—.
Tienes toda la razón. ¡Yo también estaría furiosa si me hubiera pasado a mí!
Harry la fulminó con la mirada, respirando entrecortadamente; luego volvió a apartarse de ellos y se
puso a dar vueltas por la habitación.Hedwigululó con tristeza desde lo alto del armario. Hubo una
larga pausa, sólo interrumpida por el lastimero crujido de las tablas de madera bajo los pies de Harry.
—A ver, ¿qué es esta casa? —preguntó.
—El cuartel general de la Orden del Fénix —contestó Ron de inmediato.
—-¿Y piensa alguien decirme qué demonios es la Orden del Fénix?
—Es una sociedad secreta —se apresuró a responder Hermione—. La dirige Dumbledore; él fue quien
la fundó. La forman los que lucharon contra Quien-tú-sabes la última vez.
—¿Quiénes? —inquirió Harry, y se detuvo con las manos metidas en los bolsillos.
—Bastante gente…
—Nosotros hemos conocido a unos veinte —le contó Ron—, pero creemos que son más.
—¿Y bien? —preguntó Harry, mirándolos con atención.
—Esto… —dijo Ron—. ¿Qué?
—¡Voldemort! —exclamó Harry enfurecido, y Ron y Hermione hicieron una mueca de dolor—. ¿Qué
pasa? ¿Qué está tramando? ¿Dónde está? ¿Qué vamos a hacer para detenerlo?
—Ya te lo hemos dicho, la Orden no nos deja participar en sus reuniones —comentó Hermione,
nerviosa—. Así que no tenemos muchos detalles; pero sí una idea general —se apresuró a añadir al
fijarse en la expresión de los ojos de Harry.
—Verás, Fred y George han inventado unas orejas extensibles —explicó Ron—. Son muy útiles.
—¿Orejas…?
—Extensibles, sí. Pero últimamente hemos tenido que dejar de usarlas porque mamá nos descubrió y se
puso hecha una fiera. Fred y George tuvieron que esconderlas todas para que mamá no las tirara a la
basura. Pero las usamos bastante antes de que mamá se diera cuenta de lo que estábamos haciendo.
Ahora sabemos que algunos miembros de la Orden están siguiendo a unos conocidosmortífagos, están
vigilándolos…
—Otros se dedican a reclutar a más gente para la Orden… —intervino Hermione.
—Y otros montan guardia no sé dónde —concluyó Ron—. Siempre están hablando de las guardias.
—No será que me vigilan a mí, ¿verdad? —dijo Harry con sarcasmo.
—¡Ah, claro! —aseguró Ron como si acabara de comprenderlo.
Harry soltó un bufido. Se puso a pasear de nuevo por la habitación, mirando a cualquier sitio menos a
Ron y a Hermione.
—Entonces, ¿qué habéis estado haciendo vosotros dos, si no os dejaban entrar en las reuniones? —
preguntó—. Decíais que estabais muy ocupados.
—Y lo estábamos —contestó Hermione—. Hemos descontaminado esta casa; llevaba muchos años
vacía y se había criado de todo. Hemos conseguido limpiar a fondo la cocina, casi todos los dormitorios
y creo que mañana nos toca el sa… ¡Aaaaah!
Con dos fuertes estampidos, Fred y George, los hermanos gemelos de Ron, se habían materializado de
la nada en medio de la habitación. Pigwidgeongorjeó, más alterada que las otras veces, y echó a volar
para reunirse conHedwigen lo alto del armario.
—¡Parad de hacer eso! —ordenó Hermione a los gemelos, que tenían el mismo cabello pelirrojo que
Ron, aunque más tupido y ligeramente más corto.
—¡Hola, Harry! —lo saludó George con una radiante sonrisa—. Nos pareció oír tu dulce voz.
—No reprimas tu rabia, Harry, suéltalo todo —le aconsejó Fred, también sonriente—. Quizá haya una
o dos personas a ochenta kilómetros de aquí que no te han oído.
—Veo que habéis aprobado los exámenes de Aparición —comentó Harry malhumorado.
—Con muy buena nota —confirmó Fred, que tenía en la mano una cosa que parecía un trozo de cuerda
muy largo de color carne.
—Habríais tardado unos treinta segundos más si hubierais bajado por la escalera —dijo Ron.
—El tiempo es galeones, hermanito —repuso Fred—. Bueno, Harry, estás dificultando la recepción.
Éstas son las orejas extensibles —añadió ante la expresión de desconcierto de Harry, y le mostró la
cuerda que tenía en la mano y que, según vio Harry, empezó a arrastrarse hasta el rellano—. Estamos
intentando oír lo que pasa abajo.
—Tened mucho cuidado —les recomendó Ron mirando la oreja—; si mamá vuelve a encontrar una de
ésas…
—Vale la pena correr el riesgo; la reunión de hoy es importante —dijo Fred.
Entonces se abrió la puerta y por ella entró una larga cabellera pelirroja.
—¡Hola, Harry! —saludó alegremente la hermana pequeña de Ron, Ginny—. Me pareció oír tu voz. —
Miró a Fred y a George, y añadió—: No vais a conseguir nada con las orejas extensibles. Mamá le ha
hecho un encantamiento de impasibilidad a la puerta de la cocina.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó George alicaído.
—Tonks me ha explicado cómo descubrirlo —le contó Ginny—. Sólo tienes que lanzar algo contra la
puerta, y si no logra hacer contacto quiere decir que la han impasibilizado. He estado lanzándole
bombas fétidas desde lo alto de la escalera, pero salían despedidas antes de tocarla, de modo que no hay
forma de que las orejas extensibles puedan pasar por debajo.
Fred exhaló un hondo suspiro.
—¡Qué lástima! Estaba deseando averiguar qué ha estado haciendo Snape.
—¡Snape! —saltó Harry—. ¿Está aquí?
—Sí —contestó George, que cerró la puerta con cuidado y se sentó en una de las camas; Fred y Ginny
lo siguieron—. Ha venido a dar parte. Es confidencial.
—¡Imbécil! —exclamó Fred sin darse cuenta.
—Ahora está en nuestro bando —le recordó Hermione en tono reprobatorio.
—Eso no significa que no sea un imbécil. Basta con ver cómo nos mira —opinó Ron, soltando un
bufido.
—A Bill tampoco le cae bien —intervino Ginny, como si eso zanjara el asunto.
Harry todavía no estaba seguro de que se le hubiera pasado el enfado, pero su sed de información
estaba venciendo el impulso de seguir gritando. Se dejó caer en una cama, enfrente de los demás.
—¿Bill también está aquí? —preguntó—. ¿No estaba trabajando en Egipto?
—Solicitó un puesto de oficinista para poder volver a casa y colaborar con la Orden —aclaró Fred—.
Dice que echa de menos las tumbas, pero —compuso una sonrisita de suficiencia— esto tiene sus
compensaciones.
—¿Qué quieres decir?
—¿Te acuerdas  de Fleur Delacour? —dijo George—. Ha aceptado un empleo  en  Gringotts para
«pegfeccionag» su inglés…
—Y Bill le ha dado un montón de clases particulares —añadió Fred con tono burlón.
—Charlie también ha entrado en la Orden —prosiguió George—, pero todavía está en Rumania.
Dumbledore quiere que entren en la Orden todos los magos extranjeros que sea posible, y Charlie
intenta captarlos en sus días libres.
—¿Eso no podía hacerlo Percy? —preguntó Harry. La ultima noticia que tenía del tercero de los
hermanos Weasley era que trabajaba en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional del
Ministerio de Magia.
Al oír las palabras de Harry, los Weasley y Hermione intercambiaron miradas cómplices y llenas de
misterio.
—Pase lo que pase, no menciones a Percy delante de mis padres —advirtió Ron a Harry con voz tensa.
—¿Por qué no?
—Porque cada vez que alguien nombra a Percy, papá rompe lo que tenga en las manos y mamá se pone
a llorar —contestó Fred.
—Ha sido espantoso —añadió Ginny con tristeza.
—Me parece que nos hemos librado de él —dijo George con una expresión muy desagradable en la
cara.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Harry.
—Percy y papá discutieron —comenzó Fred—. Nunca había visto a papá discutir así con nadie.
Normalmente es mamá la que grita.
—Fue la primera semana después de terminar el curso —continuó Ron—. Estábamos a punto de venir
a reunirnos con los de la Orden. Percy llegó a casa y nos dijo que lo habían ascendido.
—¿Bromeas? —dijo Harry.
Aunque sabía que Percy era una persona muy ambiciosa, tenía la impresión de que el hermano de Ron
no había logrado mucho éxito con su primer empleo en el Ministerio de Magia. Percy había cometido
el grave descuido de no darse cuenta de que su jefe estaba en manos de lord Voldemort (pese a que en
el Ministerio nadie lo habría creído, pues todos pensaban que el señor Crouch se había vuelto loco).
—Sí, a todos nos sorprendió —afirmó George—, porque Percy se metió en un buen lío por lo de
Crouch, y hubo una investigación y todo. Dijeron que Percy debería haberse dado cuenta de que
Crouch estaba chiflado y que habría tenido que informar a algún superior. Pero ya conoces a Percy:
Crouch lo había dejado al mando, y él no iba a protestar.
—Entonces, ¿cómo es que lo han ascendido?
—Eso fue exactamente lo que nos preguntamos nosotros —respondió Ron, que parecía encantado de
poder mantener una conversación normal ya que Harry había parado de gritar—. Llegó a casa muy
satisfecho de sí mismo, más satisfecho incluso de lo habitual, no sé si podrás imaginártelo; y le dijo a
papá que le habían ofrecido un cargo en la oficina del propio Fudge. Un cargo muy importante para
tratarse de alguien que sólo hacía un año que había salido de Hogwarts: asistente junior del ministro.
Creo que esperaba que papá se quedara muy impresionado.
—Pero papá no se quedó nada impresionado —comentó Fred con gravedad.
—¿Por qué no? —preguntó Harry.
—Verás, por lo visto Fudge se pasea hecho una furia por el Ministerio vigilando que nadie tenga
ningún contacto con Dumbledore —explicó George.
—Es que últimamente Dumbledore no está muy bien visto en el Ministerio —agregó Fred—. Todos
creen que sólo causa problemas al decir que Quien-tú-sabes ha regresado.
—Papá dice que Fudge ha dejado muy claro que todo el que tenga algo que ver con Dumbledore ya
puede ir vaciando su mesa —dijo George.
—El problema es que Fudge sospecha de papá, pues sabe que se lleva bien con Dumbledore, y siempre
ha creído que papá es un poco raro por su obsesión con losmuggles.
—Pero ¿eso qué tiene que ver con Percy? —preguntó Harry confundido.
—A eso quería llegar. Papá cree que Fudge sólo quiere tener a Percy en su oficina porque pretende
utilizarlo para espiar a nuestra familia y a Dumbledore.
Harry emitió un débil silbido.
—Me imagino que eso a Percy le encantó.
Ron soltó una risa un tanto sarcástica.
—Se puso hecho una fiera. Dijo… Bueno, dijo un montón de cosas terribles. Dijo que había tenido que
luchar contra la mala reputación de papá desde que entró a trabajar en el Ministerio, y que papá no
tiene ambición y que por eso siempre hemos sido… Bueno, ya sabes, que por eso nunca hemos tenido
mucho dinero…
—¿Qué? —se extrañó Harry, incrédulo, mientras Ginny hacía un ruido de gato enfadado.
—Ya, ya —musitó Ron con un hilo de voz—. Y eso no es todo. Dijo que papá era un idiota por
relacionarse con Dumbledore, que Dumbledore iba a tener graves problemas y papá se iba a hundir con
él, y que él, Percy, sabía dónde estaba su lealtad: con el Ministerio. Y que si papá y mamá iban a
convertirse en traidores al Ministerio, él pensaba asegurarse de que todo el mundo supiera que ya no
pertenecía a nuestra familia. Hizo el equipaje aquella misma noche y se marchó. Ahora vive aquí, en
Londres.
Harry maldijo por lo bajo. Percy siempre había sido el que menos le gustaba de todos los hermanos de
Ron, pero jamás habría imaginado que pudiera decirle semejantes cosas al señor Weasley.
—Mamá lo ha pasado muy mal —prosiguió Ron—. Ya te imaginas, llorando y eso. Vino a Londres
para intentar hablar con Percy, pero él le cerró la puerta en las narices. No sé qué hace Percy cuando se
encuentra a papá en el trabajo, supongo que ignorarlo.
—Pero Percy tiene que saber que Voldemort ha regresado —opinó Harry—. No es idiota, tiene que
saber que vuestros padres no se expondrían a perderlo todo si no tuvieran pruebas.
—Sí, bueno, tu nombre también salió en la discusión —siguió explicando Ron, y le lanzó a Harry una
mirada furtiva—. Percy dijo que la única prueba que tenían era tu palabra, y…, no sé…, no creía que
eso fuera suficiente.
—Percy se toma muy en serio todo lo que dice El Profeta —añadió Hermione con aspereza, y los
demás asintieron.
—¿De qué estás hablando? —quiso saber Harry, mirando alrededor. Todos lo observaban con recelo.
—¿No…, no recibíasEl Profeta?—preguntó Hermione, nerviosa.
—¡Sí, claro! —respondió Harry.
—¿Lo has… leído bien? —insistió ella, aún más nerviosa.
—No de cabo a rabo —confesó Harry, poniéndose a la defensiva—. Si tenían que informar de algo
relacionado con Voldemort, lo harían en la primera plana, ¿no?
Los otros hicieron una mueca de dolor al oír aquel nombre. Hermione prosiguió:
—Bueno, tendrías que haberlo leído de cabo a rabo para pillarlo, pero… Bueno, el caso es que te
mencionan un par de veces por semana.
—Pero yo lo habría visto…
—Si sólo leías la primera plana no —dijo Hermione, moviendo negativamente la cabeza—. No estoy
hablando de grandes artículos. Sólo te incluían de pasada, como si fueras un personaje de chiste.
—¿Qué demonios…?
—Es muy desagradable, la verdad —prosiguió Hermione con una voz que denotaba una calma forzada
—. Están siguiendo los pasos de Rita.
—Pero ella ya no escribe para el periódico, ¿verdad?
—Oh, no, Rita ha cumplido su promesa. Porque no tiene alternativa, claro —añadió Hermione con
satisfacción—. Pero ella sentó las bases de lo que ellos intentan hacer ahora.
—¿Y se puede saber qué intentan hacer? —preguntó Harry, impaciente.
—Bueno, ya sabes que en sus artículos decía que te habías derrumbado por completo y que ibas por ahí
diciendo que te dolía la cicatriz y todo eso, ¿no?
—Sí —dijo Harry, que recordaba a la perfección las historias que Rita Skeeter había contado de él.
—Pues ahora te describen como un pobre iluso que sólo quiere llamar la atención y que se cree un gran
héroe trágico o algo así —explicó Hermione, muy deprisa, como si de esa forma sus palabras fueran a
dolerle menos a su amigo—. No paran de incluir comentarios insidiosos sobre ti. Si aparece alguna
historia rocambolesca, dicen algo como: «Una historia digna de Harry Potter», y si alguien sufre un
accidente divertido, escriben: «Esperemos que no le quede una cicatriz en la frente, o luego tendremos
que idolatrarlo como a…»
—Yo no quiero que me idolatren… —saltó Harry acalorado.
—Ya  lo  sé  —lo  interrumpió  Hermione,  asustada—. Ya  lo  sé,  Harry.  Pero  ¿no  ves  lo  que  están
haciendo? Quieren minar tu credibilidad. Me apuesto algo a que Fudge está detrás de todo esto.
Quieren hacer creer a los magos de a pie que no eres más que un niño estúpido, un poco ridículo, que
va por ahí contando cuentos chinos porque le gusta ser famoso y quiere que se hable de él.
—Yo nunca he buscado… Yo no quería… ¡Voldemort mató a mis padres! —farfulló Harry—. ¡Me hice
famoso porque él mató a mi familia y porque no consiguió matarme a mí! ¿Quién va a querer ser
famoso por algo así? ¿No se dan cuenta de que preferiría no haber…?
—Ya lo sabemos, Harry —dijo Ginny de todo corazón.
—Y como es lógico no han mencionado ni una sola palabra del ataque de losdementores—añadió
Hermione—. Alguien se lo ha prohibido. Y eso sí habría sido una historia sonada:dementoressueltos…
Ni siquiera han informado de que violaste el Estatuto Internacional del Secreto. Creíamos que lo
harían, porque eso encaja perfectamente con esa imagen de ti, de fanfarrón estúpido. Creemos que
están aguardando el momento de tu expulsión; entonces se van a poner las botas… Si te expulsan, claro
—especificó—. Pero no deberían echarte; si se atienen a sus propias normas no pueden hacerlo, no
tienen argumentos.
Había vuelto a salir el tema de la vista, y Harry no quería pensar en eso. Intentó hablar de otra cosa,
pero no hizo falta que buscara nuevos temas de conversación porque en ese instante se oyeron pasos
que subían por la escalera.
—¡Oh!
Fred le dio un fuerte tirón a la oreja extensible; se oyó otro estampido, y él y George se desaparecieron.
Pasados unos segundos, la señora Weasley entró por la puerta del dormitorio.
—La reunión ha terminado, ya podéis bajar a cenar. Todos se mueren de ganas de verte, Harry. Por
cierto, ¿quién ha dejado esas bombas fétidas frente a la puerta de la cocina?
—Crookshanks—dijo Ginny descaradamente—. Le encanta jugar con ellas.
—¡Ah! —dijo la señora Weasley—. Creía que quizá hubiera sido Kreacher; siempre está haciendo
cosas raras. Bueno, no olvidéis bajar la voz cuando paséis por el vestíbulo. Ginny, llevas las manos
sucias, ¿qué has estado haciendo? Ve y lávatelas antes de cenar, por favor.
Ginny sonrió a los otros y salió con su madre de la habitación, dejando solos a Harry, Ron y Hermione.
Ron y Hermione se quedaron mirando a Harry con aprensión, como si temieran que empezara a gritar
de  nuevo  ahora  que  se  habían  ido  los  demás. Al  verlos  tan  nerviosos,  Harry  se  sintió  un  poco
avergonzado.
—Mirad… —masculló, pero Ron negó con la cabeza, y Hermione dijo en voz baja:
—Ya sabíamos que te enfadarías, Harry, no te culpamos de nada, de verdad, pero tienes que entenderlo,
nosotros intentamos persuadir a Dumbledore…
—Sí, ya lo sé —dijo Harry de manera cortante. Buscó un tema de conversación que no estuviera
relacionado con el director del colegio, porque cada vez que pensaba en Dumbledore le hervía la
sangre.
—¿Quién es Kreacher? —preguntó.
—El elfo doméstico que vive aquí —contestó Ron—. Un auténtico chiflado.
Hermione miró a Ron frunciendo el entrecejo.
—No es ningún chiflado, Ron.
—Su única ambición es que le corten la cabeza y la coloquen en una placa, como hicieron con su
madre —repuso Ron con enojo—. ¿Te parece eso normal, Hermione?
—Bueno, mira, si es un poco raro, él no tiene la culpa.
Ron miró al techo y luego a Harry.
—Hermione todavía anda liada con elPEDDO.
—¡No lo llames así! —protestó Hermione con indignación—. Es la pe, e, de, de, o, Plataforma Élfica
de Defensa de los Derechos Obreros. Y no soy sólo yo, Dumbledore también dice que hemos de ser
amables con Kreacher.
—Vale, vale —admitió Ron—. Vamos, estoy muerto de hambre.
Salió seguido  de  sus amigos  y  fueron hasta  el rellano, pero  antes de que  empezaran a bajar la
escalera…
—¡Un momento! —dijo Ron por lo bajo, y extendió un brazo para impedir que Harry y Hermione
siguieran caminando—. Todavía están en el vestíbulo, quizá oigamos algo.
Se asomaron con cautela por encima del pasamanos. El lúgubre vestíbulo que había debajo estaba
abarrotado de magos y de brujas, entre ellos la guardia de Harry. Susurraban con emoción. En el centro
del grupo, Harry vio la oscura y grasienta cabeza y la prominente nariz del profesor de Hogwarts que
menos le gustaba: el profesor Snape. Harry se inclinó un poco más sobre el pasamanos. Le interesaba
mucho saber qué hacía Snape en la Orden del Fénix…
En ese instante un delgado trozo de cuerda de color carne descendió ante los ojos de Harry. Miró hacia
arriba y vio a Fred y a George en el rellano superior, bajando con cuidado la oreja extensible hacia el
oscuro grupo de gente que había abajo. Pero, al cabo de un momento, todos empezaron a desfilar hacia
la puerta de la calle y se perdieron de vista.
—¡Maldita sea! —oyó Harry susurrar a Fred mientras recogía de nuevo la oreja extensible.
Oyeron también cómo se abría la puerta de la calle, y luego cómo se cerraba.
—Snape nunca come aquí —le dijo Ron a Harry en voz baja—. Por suerte. ¡Vamos!
—Y no olvides hablar en voz baja en el vestíbulo, Harry —le susurró Hermione.
Cuando pasaban por delante de la hilera de cabezas de elfos domésticos colgadas en la pared, vieron a
Lupin, a la señora Weasley y a Tonks junto a la puerta de la calle, cerrando mediante magia los
numerosos cerrojos y cerraduras en cuanto los restantes magos hubieron salido.
—Comeremos en la cocina —susurró la señora Weasley al reunirse con ellos al pie de la escalera—.
Harry, querido, si quieres cruzar el vestíbulo de puntillas, es esa puerta de ahí…
¡PATAPUM!
—¡Tonks! —gritó la señora Weasley, exasperada, y se dio la vuelta para mirar a la bruja.
—¡Lo siento! —gimoteó Tonks, que estaba tumbada en el suelo—. Es ese ridículo paragüero, es la
segunda vez que tropiezo con…
Pero sus últimas palabras quedaron sofocadas por un espantoso, ensordecedor y espeluznante alarido.
Las apolilladas cortinas de terciopelo en que Harry se había fijado al llegar a la casa se habían
separado, pero no había ninguna puerta detrás de ellas. Durante una fracción de segundo, Harry creyó
que estaba mirando por una ventana, una ventana detrás de la cual una anciana con una gorra negra
gritaba sin parar, como si estuvieran torturándola; pero entonces cayó en la cuenta de que no era más
que un retrato de tamaño natural, aunque el más realista y desagradable que había visto en su vida.
La anciana echaba espuma por la boca, sus ojos giraban descontrolados y tenía la amarillenta piel de la
cara tensa y tirante; los otros retratos que había en el vestíbulo detrás de ellos despertaron y empezaron
a chillar también, hasta tal punto que Harry cerró con fuerza los ojos y se tapó las orejas con las manos
para protegerse del ruido.
Lupin y la señora Weasley fueron corriendo hacia el retrato e intentaron cerrar las cortinas y tapar a la
anciana, pero no podían con ellas y la anciana cada vez gritaba más fuerte y movía sus manos como
garras; parecía que intentaba arañarles la cara.
—¡Cerdos!  ¡Canallas!  ¡Subproductos  de  la  inmundicia  y  de  la  cochambre!  ¡Mestizos,  mutantes,
monstruos, fuera de esta casa! ¿Cómo os atrevéis a contaminar la casa de mis padres?
Tonks seguía disculpándose por su torpeza mientras levantaba la enorme y pesada pierna de trol del
suelo; la señora Weasley desistió de su intento de cerrar las cortinas y echó a correr por el vestíbulo,
haciéndoles hechizos aturdidores a los otros retratos con su varita; y un hombre de largo cabello negro
salió disparado por una puerta que Harry tenía enfrente.
—¡Cállate, vieja arpía! ¡Cállate! —bramó, y agarró la cortina que la señora Weasley acababa de soltar.
La anciana palideció de golpe.
—¡Tú! —rugió, mirando con los ojos como platos a aquel hombre—. ¡Traidor, engendro, vergüenza de
mi estirpe!
—¡Te digo que te calles! —le gritó el hombre, y haciendo un esfuerzo descomunal, Lupin y él
consiguieron cerrar las cortinas.
Cesaron los gritos de la anciana, y aunque todavía resonaba su eco, el silencio fue apoderándose del
vestíbulo.
Jadeando ligeramente y apartándose el largo y negro cabello de la cara, Sirius, el padrino de Harry, se
dio la vuelta.
—Hola, Harry —lo saludó con gravedad—. Veo que ya has conocido a mi madre.

5
La Orden del Fénix

—¿Tu…?
—Sí, mi  querida  y anciana madre  —afirmó  Sirius—.  Llevamos un  mes intentando bajarla, pero
creemos que ha hecho un encantamiento de presencia permanente en la parte de atrás del lienzo.
Rápido, vamos abajo antes de que despierten todos otra vez.
—Pero ¿qué hace aquí un retrato de tu madre? —preguntó Harry, desconcertado, mientras salían por
una puerta del vestíbulo y bajaban un tramo de estrechos escalones de piedra seguidos de los demás.
—¿No te lo ha dicho nadie? Ésta era la casa de mis padres —respondió Sirius—. Pero yo soy el único
Black que queda, de modo que ahora es mía. Se la ofrecí a Dumbledore como cuartel general; es lo
único medianamente útil que he podido hacer.
Harry, que esperaba un recibimiento más caluroso, se fijó en lo dura y amarga que sonaba la voz de
Sirius. Siguió a su padrino hasta el final de la escalera y por una puerta que conducía a la cocina del
sótano.
La cocina, una estancia grande y tenebrosa con bastas paredes de piedra, no era menos sombría que el
vestíbulo. La poca luz que había procedía casi toda de un gran fuego que prendía al fondo de la
habitación. Se vislumbraba una nube de humo de pipa suspendida en el aire, como si allí se hubiera
librado  una  batalla,  y  a  través  de  ella  se  distinguían  las  amenazadoras  formas  de  unos  pesados
cacharros que colgaban del oscuro techo. Habían llevado muchas sillas a la cocina con motivo de la
reunión, y estaban colocadas alrededor de una larga mesa de madera cubierta de rollos de pergamino,
copas, botellas de vino vacías y un montón de algo que parecían trapos. El señor Weasley y su hijo
mayor, Bill, hablaban en voz baja, con las cabezas juntas, en un extremo de la mesa.
La señora Weasley carraspeó. Su marido, un hombre delgado y pelirrojo que estaba quedándose calvo,
con gafas con montura de carey, miró alrededor y se puso en pie de un brinco.
—¡Harry! —exclamó el señor Weasley; fue hacia él para recibirlo y le estrechó la mano con energía—.
¡Cuánto me alegro de verte!
Detrás del señor Weasley, Harry vio a Bill, que todavía llevaba el largo cabello recogido en una coleta,
enrollando con precipitación los rollos de pergamino que quedaban encima de la mesa.
—¿Has tenido buen viaje, Harry? —le preguntó Bill mientras intentaba recoger doce rollos a la vez—.
¿Así queOjolocono te ha hecho venir por Groenlandia?
—Lo intentó —intervino Tonks; fue hacia Bill con aire resuelto para ayudarlo a recoger, y de inmediato
tiró una vela sobre el último trozo de pergamino—. ¡Oh, no! Lo siento…
—Dame, querida —dijo la señora Weasley con exasperación, y reparó el pergamino con una sacudida
de su varita. Con el destello luminoso que causó el encantamiento de la señora Weasley, Harry alcanzó
a distinguir brevemente lo que parecía el plano de un edificio.
La señora Weasley vio cómo Harry miraba el pergamino, agarró el plano de la mesa y se lo puso en los
brazos a Bill, que ya iba muy cargado.
—Estas cosas hay que recogerlas enseguida al final de las reuniones —le espetó, y luego fue hacia un
viejo aparador del que empezó a sacar platos.
Bill sacó su varita, murmuró:«¡Evanesco!»y los pergaminos desaparecieron.
—Siéntate, Harry —dijo Sirius—. Ya conoces a Mundungus, ¿verdad?
Aquella cosa que Harry había tomado por un montón de trapos emitió un prolongado y profundo
ronquido y despertó con un respingo.
—¿Alguien ha pronunciado mi nombre? —masculló Mundungus, adormilado—. Estoy de acuerdo con
Sirius… —Levantó una mano sumamente mugrienta, como si estuviera emitiendo un voto, y miró a su
alrededor con los enrojecidos ojos desenfocados.
Ginny soltó una risita.
—La reunión ya ha terminado, Dung —le explicó Sirius mientras todos se sentaban a la mesa—. Ha
llegado Harry.
—¿Cómo  dices?  —inquirió  Mundungus,  mirando  con  expresión  fiera  a  Harry  a  través  de  su
enmarañado cabello rojo anaranjado—. Caramba, es verdad. ¿Estás bien, Harry?
—Sí —contestó él.
Mundungus, nervioso, hurgó en sus bolsillos sin dejar de mirar a Harry, y sacó una pipa negra, también
mugrienta. Se la llevó a la boca, la prendió con el extremo de su varita y dio una honda calada. Unas
grandes nubes de humo verdoso lo ocultaron en cuestión de segundos.
—Te debo una disculpa —gruñó una voz desde las profundidades de aquella apestosa nube.
—Te lo digo por última vez, Mundungus —le advirtió la señora Weasley—, ¿quieres hacer el favor de
no fumar esa porquería en la cocina, sobre todo cuando estamos a punto de cenar?
—¡Ay! —exclamó Mundungus—. Tienes razón. Lo siento, Molly.
La nube de humo se esfumó en cuanto Mundungus se guardó la pipa en el bolsillo, pero el acre olor a
calcetines quemados permaneció en el ambiente.
—Y si pretendéis cenar antes de medianoche voy a necesitar ayuda —añadió la señora Weasley sin
dirigirse a nadie en particular—. No, tú puedes quedarte donde estás, Harry, querido. Has hecho un
largo viaje.
—¿Qué quieres que haga, Molly? —preguntó Tonks con entusiasmo dando un salto.
La señora Weasley vaciló, un tanto preocupada.
—Pues…, no, Tonks, gracias, tú descansa también, ya has hecho bastante por hoy.
—¡Nada de eso! ¡Quiero ayudarte! —insistió la bruja de muy buen humor, y derribó una silla cuando
corría hacia el aparador, de donde Ginny estaba sacando los cubiertos.
Al poco rato, varios cuchillos enormes cortaban carne y verduras por su cuenta, supervisados por el
señor Weasley, mientras su mujer removía un caldero colgado sobre el fuego y los demás sacaban 
platos, más copas y comida de la despensa. Harry se quedó en la mesa con Sirius y Mundungus, que
todavía lo miraba parpadeando con aire lastimero.
—¿Has vuelto a ver a la vieja Figgy? —le preguntó Mundungus.
—No —contestó Harry—. No he visto a nadie.
—Mira, yo no me habría marchado —se disculpó Mundungus, inclinándose hacia delante con un dejo
suplicante en la voz—, pero se me presentó una gran oportunidad…
Harry notó que algo le rozaba la rodilla y se sobresaltó, pero sólo era Crookshanks, el gato patizambo
de pelo rojizo de Hermione, que se enroscó alrededor de las piernas de Harry, ronroneando, y luego
saltó al regazo de Sirius, donde se acurrucó. Sirius le rascó distraídamente detrás de las orejas al mismo
tiempo que giraba la cabeza, todavía con gesto torvo, hacia Harry.
—¿Has pasado un buen verano hasta ahora?
—No, ha sido horrible —contestó el muchacho.
Por primera vez, algo parecido a una sonrisa pasó de manera fugaz por la cara de Sirius.
—No sé de qué te quejas, la verdad.
—¿Cómo dices? —saltó Harry sin poder dar crédito a lo que acababa de oír.
—A mí, personalmente, no me habría importado que me atacaran unosdementores. Una pelea a muerte
para salvar mi alma me habría venido de perlas para romper la monotonía. Tú dices que lo has pasado
mal, pero al menos has podido salir y pasearte por ahí, estirar las piernas, meterte en alguna pelea…
Yo, en cambio, llevo un mes entero encerrado aquí dentro.
—¿Cómo es eso? —preguntó Harry con el entrecejo fruncido.
—Porque el Ministerio de Magia sigue buscándome, y a estas alturas Voldemort ya debe de saber que
soy un animago; Colagusano se lo habrá contado, de modo que mi enorme disfraz no sirve de nada. No
puedo hacer gran cosa para ayudar a la Orden del Fénix…, o eso cree Dumbledore.
El tono un tanto monótono con que Sirius pronunció el nombre de Dumbledore hizo comprender a
Harry que Sirius tampoco estaba muy contento con el director. De pronto, Harry sintió un renovado
cariño hacia su padrino.
—Al menos tú sabías qué estaba pasando —dijo más animado.
—Sí, claro —repuso Sirius con sarcasmo—. Yo sólo tenía que oír los informes de Snape, aguantar sus
maliciosas insinuaciones de que él estaba ahí fuera poniendo su vida en peligro mientras yo me
quedaba aquí cómodamente sentado y sin pegar golpe…, y sus preguntas acerca de cómo iba la
limpieza…
—¿Qué limpieza? —preguntó Harry.
—Hemos tenido que convertir esta casa en un sitio habitable —contestó Sirius, haciendo un ademán
que abarcó la desangelada cocina—. Hacía diez años que nadie vivía aquí, desde que murió mi querida
madre, exceptuando a su viejo elfo doméstico, pero como se ha vuelto loco hace una eternidad que no
limpia nada.
—Sirius —dijo Mundungus, que al parecer no había prestado ninguna atención a la conversación y
había estado examinando con minuciosidad una copa vacía—. ¿Esto es de plata maciza?
—Sí —respondió Sirius, mirándola con desagrado—. La mejor plata del siglo quince labrada por
duendes, con el emblema de los Black grabado en relieve.
—Ya, pero eso se podrá quitar —murmuró Mundungus, abrillantando la copa con el puño.
—¡Fred, George! ¡No! ¡He dicho que los llevéis! —gritó la señora Weasley.
Harry, Sirius y Mundungus se volvieron y de inmediato se apartaron de la mesa. Fred y George habían
encantado un gran caldero de estofado, una jarra de hierro de cerveza de mantequilla y una pesada tabla
de madera para cortar el pan, junto con el cuchillo, que en ese momento volaban a toda velocidad hacia
ellos. El caldero patinó a lo largo de la mesa y se detuvo justo en el borde, dejando una larga y negra
quemadura en la superficie de madera; la jarra de cerveza de mantequilla cayó con un gran estruendo y
su contenido se derramó por todas partes; el cuchillo del pan resbaló de la tabla, se clavó en la mesa y 
se quedó temblando amenazadoramente justo donde hasta unos segundos antes Sirius había tenido la
mano.
—¡Por favor! —gritó la señora Weasley—. ¡No hacía falta! ¡Ya no lo aguanto más! ¡Que ahora os
permitan hacer magia no quiere decir que tengáis que sacar la varita a cada paso!
—¡Sólo pretendíamos ahorrar un poco de tiempo! —se disculpó Fred, y corrió a arrancar el cuchillo del
pan de la mesa—. Perdona, Sirius, no era mi intención…
Harry y Sirius se echaron a reír; Mundungus, que se había caído hacia atrás volcando también la silla,
empezó a maldecir tan pronto como se hubo levantado del suelo; Crookshankshabía soltado un fuerte
bufido y había corrido a refugiarse debajo del aparador, donde se veían sus enormes ojos amarillos, que
relucían en la oscuridad.
—Niños —los regañó el señor Weasley dejando el caldero de estofado en el centro de la mesa—,
vuestra madre tiene razón; ahora que habéis alcanzado la mayoría de edad se supone que tenéis que dar
ejemplo de responsabilidad…
—¡Ninguno  de  vuestros  hermanos  ha  causado  nunca  estos  problemas!  —dijo,  rabiosa,  la  señora
Weasley a los gemelos mientras con un porrazo ponía otra jarra de cerveza de mantequilla, que también
se derramó, encima de la mesa—. ¡Bill no se pasaba el día apareciéndose a cada momento! ¡Charlie no
encantaba todo cuanto encontraba! ¡Percy…!
Se detuvo en el acto y contuvo la respiración al mismo tiempo que le dirigía una mirada asustada a su
marido, cuyo rostro, de pronto, se había quedado inexpresivo.
—Vamos a comer —dijo Bill con rapidez.
—Esto tiene un aspecto estupendo, Molly —intervino Lupin, sirviéndole el estofado con un cucharón y
acercándole el plato desde el otro lado de la mesa.
Durante unos minutos sólo se oyó el tintineo de platos y cubiertos y el ruido de las sillas arrastrándose,
y todos se pusieron a comer. Entonces la señora Weasley miró a Sirius y le dijo:
—Se me olvidó comentarte, Sirius, que hay algo atrapado en ese escritorio del salón que no para de
vibrar y tamborilear. A lo mejor sólo es un boggart, desde luego, pero quizá deberíamos pedirle a
Alastor que le echara un vistazo antes de soltarlo.
—Como quieras —contestó Sirius con indiferencia.
—Y  las  cortinas  están  llenas  de doxys —añadió  la  señora Weasley—.  He  pensado  que  mañana
podríamos ocuparnos de ellas.
—Será un placer —dijo Sirius. Harry detectó el sarcasmo en su voz, pero no estaba seguro de que los
demás también lo hubieran percibido.
Enfrente de Harry, Tonks distraía a Hermione y a Ginny transformando su nariz entre bocado y bocado:
apretaba mucho los ojos y ponía la misma expresión de dolor que había adoptado en el dormitorio de
Harry; de ese modo, hinchaba la nariz hasta convertirla en una protuberancia picuda que se parecía a la
de Snape, la encogía hasta reducirla al tamaño de un champiñón pequeño y luego hacía que le saliera
un montón de pelo por cada orificio nasal. Por lo visto, era un entretenimiento habitual a la hora de las
comidas, porque Hermione y Ginny pronto empezaron a pedir sus narices favoritas.
—Haz esa que parece un morro de cerdo, Tonks. Tonks complació a su público, y Harry, al levantar la
cabeza, tuvo por un momento la impresión de que una versión femenina de Dudley le sonreía desde el
otro lado de la mesa. El señor Weasley, Bill y Lupin discutían acaloradamente sobre duendes.
—Todavía no han dicho nada —apuntó Bill—. Aún no sé si creen o no que ha regresado. Es posible
que prefieran no tomar partido y que quieran mantenerse al margen.
—Estoy seguro de que nunca se pasarían al bando de Quien-tú-sabes —afirmó el señor Weasley
haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Ellos también han sufrido pérdidas; ¿te acuerdas de lo de
aquella familia de duendes a la que mató la última vez, cerca de Nottingham?
—Creo que depende de lo que les ofrezcan —opinó Lupin—. Y no me refiero al dinero. Si les ofrecen
las libertades que les hemos negado durante siglos, seguro que se lo pensarán. ¿Todavía no has tenido
suerte con Ragnok, Bill?
—De momento sigue en contra de los magos —respondió Bill—, y no para de protestar por lo del
asunto Bagman; dice que el Ministerio hizo una maniobra de encubrimiento. Mira, esos duendes no le
robaron el oro…
Hacia la mitad de la mesa un estallido de carcajadas ahogó el resto de las palabras de Bill. Fred,
George, Ron y Mundungus se retorcían de risa en sus sillas.
—… y entonces… —decía Mundungus mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas—, entonces
me dice, en serio, me dice: «Oye, Dung, ¿de dónde has sacado esos sapos? ¡Porque un hijo de mala
bludger me ha robado a mí los míos!» Y yo le contesto: «¿Te han robado los sapos, Will? ¡No me
digas! Y ahora, ¿qué? ¿Piensas comprarte unos cuantos?» Y esa gárgola inútil, chicos, podéis creerme,
va y me compra sus propios sapos por mucho más dinero del que le habían costado la primera vez…
—Gracias, Mundungus, pero creo que podemos pasar sin los detalles de tus negocios —dijo la señora
Weasley con aspereza mientras Ron se inclinaba sobre la mesa, riendo a carcajadas.
—Perdona, Molly —se apresuró a decir Mundungus, secándose las lágrimas y guiñándole un ojo a
Harry—, pero es que Will se los había robado a Warty Harris, o sea, que en realidad yo no hice nada
malo.
—No sé dónde aprendiste los conceptos del bien y del mal, Mundungus, pero creo que te perdiste un
par de lecciones fundamentales —respondió la señora Weasley con frialdad.
Fred y George escondieron la cara detrás de sus copas de cerveza de mantequilla; George no paraba de
hipar. Por algún extraño motivo, la señora Weasley le lanzó una mirada muy desagradable a Sirius
antes de levantarse e ir a buscar un enorme pastel de ruibarbo que había de postre. Harry miró a su
padrino.
—A Molly no le cae bien Mundungus —le dijo Sirius en voz baja.
—¿Cómo es posible que pertenezca a la Orden? —preguntó Harry, también en voz baja.
—Porque es útil —contestó Sirius—. Conoce a todos los sinvergüenzas; es lógico, puesto que él
también lo es. Pero también es muy fiel a Dumbledore, que una vez lo sacó de un apuro. Conviene
contar con alguien como Dung, porque él oye cosas que nosotros no oímos. Pero Molly cree que
invitarlo a cenar es ir demasiado lejos. Todavía no lo ha perdonado por haber abandonado su puesto
cuando se suponía que estaba vigilándote.
Tras tres raciones de pastel de ruibarbo con crema, a Harry empezó a apretarle la cintura de los
vaqueros (lo cual resultaba un tanto alarmante, pues los había heredado de Dudley). Dejó la cuchara en
el plato en el momento en que se hizo una pausa en la conversación general: el señor Weasley estaba
recostado en el respaldo de la silla, saciado y relajado; Tonks, cuya nariz había recuperado su aspecto
habitual, bostezaba abiertamente; y Ginny, que había conseguido hacer salir aCrookshanksde debajo
del aparador, estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo, lanzándole al gato corchos de cerveza
de mantequilla para que fuera a buscarlos.
—Creo que ya es hora de acostarse —dijo la señora Weasley con un bostezo.
—Todavía no, Molly —intervino Sirius, apartando su plato vacío y volviéndose para mirar a Harry—.
Mira, estoy sorprendido. Creía que lo primero que harías en cuanto llegaras aquí sería empezar a hacer
preguntas sobre Voldemort.
La  atmósfera  de  la  habitación  cambió  con  aquella  rapidez  que  Harry  asociaba  a  la  llegada  de
dementores. Hasta hacía unos segundos había reinado un ambiente relajado y soñoliento, pero de
pronto se había vuelto tenso. Un escalofrío recorrió la mesa cuando Sirius pronunció el nombre de
Voldemort. Lupin, que se disponía a beber un sorbo de vino, bajó con lentitud la copa y adoptó una
expresión vigilante.
—¡Lo he hecho! —repuso Harry indignado—. Les he preguntado por él a Ron y a Hermione, pero me
han dicho que como ellos no pertenecían a la Orden no…
—Y tienen razón —lo interrumpió la señora Weasley—. Sois demasiado jóvenes.
Estaba sentada, muy tiesa, en su silla, con los puños apretados sobre los reposabrazos; ya no había ni
rastro de somnolencia en ella.
—¿Desde cuándo tiene uno que pertenecer a la Orden del Fénix para hacer preguntas? —terció Sirius
—. Harry se ha pasado un mes encerrado en esa casa demuggles. Creo que tiene derecho a saber qué
ha pasa…
—¡Un momento! —le cortó George.
—¿Por qué Harry puede hacer preguntas? —quiso saber Fred enojado.
—¡Nosotros llevamos un mes intentando sonsacaros algo y no habéis soltado prenda! —protestó
George.
—«Sois  demasiado  jóvenes,  no  pertenecéis  a  la  Orden»  —dijo  Fred  con  una  vocecilla  aguda
increíblemente parecida a la de su madre—. ¡Harry ni siquiera es mayor de edad!
—Yo no tengo la culpa de que no os hayan contado a qué se dedica la Orden —comentó Sirius con
calma—, eso lo han decidido vuestros padres. Harry, por otra parte…
—¡Tú no eres nadie para decidir lo que le conviene a Harry! —saltó la señora Weasley. Su rostro, por
lo general amable, había adoptado una expresión amenazadora—. Supongo que no habrás olvidado lo
que dijo Dumbledore.
—¿A qué te refieres en concreto? —preguntó Sirius con educación, pero con el tono de quien se
prepara para pelear.
—A lo de que no teníamos que contarle a Harry más de lo que necesita saber —dijo la señora Weasley
poniendo mucho énfasis en las dos últimas palabras.
Ron, Hermione, Fred y George giraban la cabeza de un lado a otro, de Sirius a la señora Weasley, como
si estuvieran mirando un partido de tenis. Ginny estaba arrodillada en medio de un montón de corchos
de cerveza de mantequilla abandonados, y escuchaba la conversación con la boca entreabierta. Lupin
no apartaba los ojos de Sirius.
—No pretendo contarle más de lo que necesita saber, Molly —aseguró Sirius— Pero dado que fue él
quien vio regresar a Voldemort —una vez más, un estremecimiento colectivo recorrió la mesa después
de que Sirius pronunciara ese nombre—, tiene más derecho que nadie a…
—¡Harry no es miembro de la Orden del Fénix! —dijo la señora Weasley—. Sólo tiene quince años
y…
—Y se ha enfrentado a situaciones más graves que muchos de nosotros —afirmó Sirius.
—¡Nadie pone en duda lo que ha hecho! —exclamó la señora Weasley elevando la voz; sus puños
temblaban sobre los reposabrazos de la silla—. Pero sigue siendo…
—¡No es ningún niño! —soltó Sirius con impaciencia.
—¡Tampoco  es  ningún  adulto!  —insistió  la  señora  Weasley,  cuyas  mejillas  estaban  poniéndose
coloradas—. ¡Harry no es James, Sirius!
—Sé perfectamente quién es, Molly, muchas gracias —dijo Sirius en un tono frío.
—¡No estoy muy segura! —le espetó la señora Weasley—. A veces, por cómo le hablas, se diría que
crees que has recuperado a tu amigo.
—¿Y qué hay de malo en eso? —preguntó Harry.
—¡Lo que hay de malo, Harry, es que tú no eres tu padre, por mucho que te parezcas a él! —le
respondió la señora Weasley sin apartar los ojos de Sirius—. ¡Todavía vas al colegio, y los adultos
responsables de ti no deberían olvidarlo!
—¿Significa eso que soy un padrino irresponsable? —preguntó Sirius elevando la voz.
—Significa que otras veces has actuado con precipitación, Sirius, y por eso Dumbledore no para de
recordarte que debes quedarte en casa y…
—¡Si no te importa, vamos a dejar a un lado las instrucciones que he recibido de Dumbledore! —gritó
Sirius.
—¡Arthur! —exclamó la señora Weasley buscando con la mirada a su marido— ¡Apóyame, Arthur!
El señor Weasley no habló de inmediato. Se quitó las gafas y se puso a limpiarlas parsimoniosamente
con su túnica sin mirar a su mujer. No contestó hasta que se las hubo colocado de nuevo con mucho
cuidado.
—Dumbledore sabe que la situación ha cambiado, Molly. Está de acuerdo en que habrá que informar a
Harry, hasta cierto punto, ahora que va a quedarse en el cuartel general.
—¡Sí, pero eso no es lo mismo que invitarlo a preguntar todo lo que quiera!
—Personalmente —terció Lupin con voz queda, apartando por fin la vista de Sirius, mientras la señora
Weasley giraba con rapidez la cabeza hacia él, creyendo que por fin iba a tener un aliado— creo que es
mejor que nosotros le expliquemos a Harry los hechos, no todos, Molly, sino la idea general, a que
obtenga una versión tergiversada a través de… otros.
Su expresión era afable, pero Harry estaba seguro de que por lo menos Lupin sabía que algunas orejas
extensibles habían sobrevivido a la purga de la señora Weasley.
—Bueno —cedió ésta, respirando hondo y recorriendo la mesa con la mirada por si alguien le ofrecía
su apoyo, lo cual no ocurrió—; bueno…, ya veo que mi opinión queda invalidada. Sólo voy a decir una
cosa: Dumbledore debía de tener sus razones para no querer que Harry supiera demasiado, y hablo
como alguien que desea lo mejor para Harry…
—Harry no es hijo tuyo —dijo Sirius en voz baja.
—Como si lo fuera —repuso la señora Weasley con fiereza—. ¿A quién más tiene?
—¡Me tiene a mí!
—Sí —respondió la señora Weasley torciendo el gesto—, pero no te ha resultado nada fácil cuidar de él
mientras estabas encerrado en Azkaban, ¿verdad?
Sirius hizo ademán de levantarse de la silla.
—Molly, tú no eres la única de los que estamos aquí que se preocupa por Harry —intervino Lupin con
dureza—. Siéntate, Sirius. —A la señora Weasley le temblaba el labio inferior. Sirius volvió a sentarse
con lentitud en la silla, pálido como la cera—. Creo que Harry tiene derecho a opinar en este asunto —
continuó Lupin—. Es lo bastante mayor para decidir por sí mismo.
—Quiero saber qué ha estado pasando —dijo Harry de inmediato.
No miró a la señora Weasley. Le había conmovido que hubiera dicho que lo consideraba casi como un
hijo suyo, pero también estaba un poco harto de sus mimos. Sirius tenía razón: ya no era un crío.
—Muy bien —dijo la señora Weasley con la voz quebrada—. Ginny, Ron, Hermione, Fred y George:
salid ahora mismo de la cocina.
Hubo un repentino revuelo.
—¡Nosotros somos mayores de edad! —gritaron Fred y George al unísono.
—Si a Harry le dejan, ¿por qué a mí no? —protestó Ron.
—¡Mamá, yo quiero oírlo! —gimoteó Ginny.
—¡No! —sentenció la señora Weasley, levantándose y echando chispas por los ojos—. Os prohíbo
terminantemente…
—Molly, a Fred y a George no puedes impedírselo —dijo el señor Weasley con tono cansino—. Son
mayores de edad.
—Todavía van al colegio.
—Pero legalmente ya son adultos —replicó el señor Weasley de nuevo con la misma voz cansada.
La señora Weasley estaba colorada de ira.
—Pero ¿cómo…? Bueno, está bien, Fred y George pueden quedarse, pero Ron…
—¡De todos modos, Harry nos lo contará todo a Hermione y a mí! —aseguró Ron con vehemencia—.
¿Verdad? —añadió con aire vacilante mirando a su amigo.
Durante una fracción de segundo Harry estuvo a punto de decirle a Ron que no pensaba contarle ni una
sola palabra, que así se enteraría de lo que era quedarse en la inopia y podría ver si le gustaba. Pero ese
malvado impulso se desvaneció cuando Harry y Ron se miraron.
—Pues claro —afirmó Harry.
Ron y Hermione sonrieron radiantes.
—¡Muy bien! —gritó la señora Weasley—. ¡Muy bien! ¡Ginny! ¡A la cama!
Ginny no obedeció sin quejarse. Pudieron oír cómo protestaba y despotricaba contra su madre mientras
subía la escalera, y cuando llegó al vestíbulo, los ensordecedores chillidos de la señora Black se
añadieron al barullo. Lupin salió corriendo para tapar el retrato. Sirius esperó a que éste hubiera
regresado a la cocina, hubiera cerrado la puerta tras él y se hubiera sentado de nuevo a la mesa, y
entonces habló:
—Está bien, Harry… ¿Qué quieres saber?
Harry respiró hondo y formuló la pregunta que lo había obsesionado durante un mes.
—¿Dónde está Voldemort? —preguntó, ignorando los nuevos estremecimientos y las muecas de dolor
que provocó al pronunciar otra vez ese nombre—. ¿Qué está haciendo? He mirado las noticias muggles
y todavía no he visto nada que llevara su firma, ni muertes extrañas ni nada.
—Eso es porque todavía no ha habido ninguna muerte extraña —le explicó Sirius—, al menos que
nosotros sepamos. Y sabemos bastante.
—Más de lo que él cree —añadió Lupin.
—¿Cómo puede ser que haya dejado de matar gente? —preguntó Harry. Sabía que Voldemort había
matado más de una vez en el último año.
—Porque no quiere llamar la atención —contestó Sirius—. Eso sería peligroso para él. Verás, su
regreso no fue como él lo había planeado. Lo estropeó todo.
—O, mejor dicho, tú se lo estropeaste todo —apuntó Lupin con una sonrisa de satisfacción.
—¿Cómo? —preguntó Harry, perplejo.
—¡Él no esperaba que sobrevivieras! —dijo Sirius—. Nadie, aparte de susmortífagos, tenía que saber
que él había regresado. Pero tú sobreviviste para atestiguarlo.
—Y la última persona que él quería que se enterara de su regreso era Dumbledore —añadió Lupin—. Y
tú te encargaste de que Dumbledore lo supiera de inmediato.
—¿De qué ha servido eso? —continuó Harry.
—¿Lo dices en broma? —se extrañó Bill, incrédulo—. ¡Dumbledore era la única persona a la que
Quien-tú-sabes había tenido miedo!
—Gracias a ti, Dumbledore pudo llamar a la Orden del Fénix una hora después del regreso de
Voldemort —aclaró Sirius.
—¿Y qué ha hecho la Orden del Fénix hasta ahora? —preguntó Harry mirando a todos los presentes.
—Trabajar duro para asegurarnos de que Voldemort no pueda llevar a cabo sus planes —respondió
Sirius.
—¿Cómo sabéis cuáles son sus planes? —preguntó rápidamente Harry.
—Dumbledore tiene una idea aproximada —dijo Lupin—, y en general las ideas aproximadas de
Dumbledore resultan ser muy exactas.
—¿Y qué se imagina Dumbledore que está planeando?
—Bueno, en primer lugar quiere reconstruir su ejército —explicó Sirius—. En el pasado disponía de un
grupo muy numeroso: brujas y magos a los que había intimidado o cautivado para que lo siguieran, sus
leales mortífagos, una gran variedad de criaturas tenebrosas. Tú oíste que planeaba reclutar a los
gigantes; pues bien, ellos son sólo uno de los grupos detrás de los que anda. Como es lógico, no va a
tratar de apoderarse del Ministerio de Magia con sólo una docena demortífagos.
—Entonces, ¿vosotros intentáis impedir que capte a más seguidores?
—Hacemos todo lo que podemos —respondió Lupin.
—¿Cómo?
—Bueno, lo principal es convencer a cuantos más mejor de que es verdad que Quien-tú-sabes ha
regresado, y de ese modo ponerlos en guardia —dijo Bill—. Pero no está resultando fácil.
—¿Por qué?
—Por la actitud del Ministerio —terció Tonks—. Ya viste a Cornelius Fudge después del regreso de
Quien-tú-sabes, Harry. Y no ha modificado en absoluto su postura. Se niega rotundamente a creer que
haya ocurrido.
—Pero ¿por qué? —se extrañó Harry, desesperado—. ¿Por qué es tan idiota? Si Dumbledore…
—Precisamente: has puesto el dedo en la llaga —lo interrumpió el señor Weasley con una sonrisa
irónica—. Dumbledore.
—Fudge le tiene miedo —dijo Tonks con tristeza.
—¿Que le tiene miedo a Dumbledore? —repitió Harry, incrédulo.
—Tiene  miedo  de  sus  planes  —explicó  el  señor Weasley—.  Fudge  cree  que  Dumbledore  se  ha
propuesto derrocarlo y que quiere ser ministro de Magia.
—Pero Dumbledore no quiere…
—Claro que no —dijo el señor Weasley—. A él nunca le ha interesado el cargo de ministro, aunque
mucha gente quería que lo ocupara cuando Millicent Bagnold se jubiló. Fue Fudge quien ocupó el
cargo de ministro, pero nunca ha olvidado del todo el enorme apoyo popular que recibió Dumbledore, a
pesar de que éste ni siquiera optaba al cargo.
—En el fondo, Fudge sabe que Dumbledore es mucho más inteligente que él y que es un mago mucho
más poderoso; al principio siempre estaba pidiéndole ayuda y consejos —prosiguió Lupin—. Pero por
lo visto se ha aficionado al poder y ahora tiene mucha más seguridad. Le encanta ser ministro de Magia
y ha conseguido convencerse de que el listo es él y de que Dumbledore no hace más que causar
problemas porque sí.
—¿Cómo puede pensar eso? —dijo Harry con enojo—. ¿Cómo puede pensar que Dumbledore sería
capaz de inventárselo todo, o que he sido yo quien se lo ha inventado?
—Porque aceptar que Voldemort ha vuelto significaría asumir que el Ministerio tendrá que enfrentarse
a unos problemas a los que no se enfrenta desde hace casi catorce años —contestó Sirius con amargura
—. Fudge no puede asimilarlo, así de sencillo. Para él es mucho más cómodo convencerse de que
Dumbledore miente para desestabilizarlo.
—Ya ves cuál es el problema —continuó Lupin—. Mientras el Ministerio siga insistiendo en que no
hay motivo alguno para temer a Voldemort, resulta difícil convencer a la gente de que ha vuelto, sobre
todo cuando, en realidad, a la gente no le interesa creerlo. Por si fuera poco, el Ministerio está
presionando duramente a El Profeta para que no informe de nada de lo que ellos llaman «rumores
sembrados por Dumbledore», de modo que la comunidad de magos, en general, no sabe nada de lo que
ha pasado, y eso los convierte en blancos fáciles para los  mortífagos si éstos están utilizando la
maldiciónImperius.
—Pero vosotros se lo contáis a la gente, ¿no? —preguntó Harry mirando sucesivamente al señor
Weasley, Sirius, Bill, Mundungus, Lupin y Tonks—. Les contáis que ha regresado, ¿verdad?
Todos sonrieron forzadamente.
—Bueno, como todo el mundo piensa que soy un asesino loco y el Ministerio le ha puesto un elevado
precio a mi cabeza, no puedo pasearme por las calles y empezar a repartir panfletos, ¿no crees? —
respondió Sirius con nerviosismo.
—Y yo tampoco tengo muy buena prensa entre la comunidad —añadió Lupin— Es el inconveniente de
ser un hombre lobo.
—Tonks y Arthur perderían su empleo en el Ministerio si empezaran a irse de la lengua —añadió Sirius
—,  y  para  nosotros  es  muy  importante  tener  espías  dentro  del  Ministerio  porque,  como  podrás
imaginar, Voldemort debe tenerlos.
—Pero hemos logrado convencer a un par de personas —informó el señor Weasley—. Tonks, por
ejemplo; era demasiado joven para entrar en la Orden del Fénix la última vez, pero contar con la ayuda
deauroreses fundamental. Kingsley Shacklebolt también ha sido una ayuda muy valiosa; se encarga
de la caza de Sirius, y ha informado al Ministerio de que Sirius está en el Tibet.
—Pero si ninguno de vosotros está extendiendo la noticia de que Voldemort ha vuelto… —empezó a
decir Harry.
—¿Quién ha dicho que ninguno de nosotros esté propagando la noticia? —lo atajó Sirius—. ¿Por qué
crees que Dumbledore tiene tantos problemas?
—¿Qué quieres decir?
—Están intentando desacreditarlo —explicó Lupin—. ¿No leísteEl Profetala semana pasada? Dijeron
que no lo habían reelegido para la presidencia de la Confederación Internacional de Magos porque está
haciéndose mayor y está perdiendo los papeles, pero no es verdad; los magos del Ministerio no lo
reeligieron después de que pronunciara un discurso anunciando el regreso de Voldemort. Lo han
apartado del cargo de Jefe de Magos del Wizengamot, es decir, el Tribunal Supremo de los Magos, y
ahora están planteándose si le retiran también la Orden de Merlín, Primera Clase.
—Pero Dumbledore dice que no le importa lo que hagan mientras no lo supriman de los cromos de las
ranas de chocolate —añadió Bill con una sonrisa.
—No tiene  gracia  —dijo el  señor Weasley con severidad—. Si Dumbledore sigue desafiando al
Ministerio, podría acabar en Azkaban, y lo peor que podría pasarnos sería que lo encerraran. Mientras
Quien-tú-sabes sepa que Dumbledore está en activo y al corriente de sus intenciones, tendrá que
andarse con cuidado. Si quitaran a Dumbledore de en medio…, entonces Quien-tú-sabes tendría vía
libre para actuar.
—Pero si Voldemort está intentando reclutar a másmortífagos, acabará sabiéndose que ha regresado,
¿no? —dijo Harry, desesperado.
—Voldemort no se presenta en las casas de la gente y se pone a aporrear la puerta, Harry —replicó
Sirius—. Los engaña, les echa maldiciones y los chantajea. Está acostumbrado a operar en secreto.
Además, captar seguidores sólo es una de las cosas que le interesan. Aparte de eso tiene otros planes,
unos planes que puede poner en marcha con mucha discreción, y de momento está concentrándose en
ellos.
—¿Qué busca, aparte de seguidores? —preguntó Harry rápidamente. Le pareció que Sirius y Lupin
intercambiaban una brevísima mirada antes de que Sirius contestara:
—Cosas que sólo puede conseguir furtivamente. —Como Harry seguía con expresión de perplejidad,
su padrino añadió—: Como un arma. Algo que no tenía la última vez.
—¿Cuando tenía poder?
—Sí.
—Pero ¿qué clase de arma? —insistió Harry—. ¿Algo peor que laAvada Kedavra?
—¡Basta!
La señora Weasley, que estaba junto a la puerta, habló desde las sombras. Harry no había notado que
había vuelto después de acostar a Ginny. Estaba cruzada de brazos y los miraba furiosa.
—Todos a la cama, ahora mismo —añadió mirando a Fred, George, Ron y Hermione.
—No puedes mangonearnos… —empezó a decir Fred.
—Cuidado conmigo —gruñó la señora Weasley. Temblaba ligeramente cuando miró a Sirius y dijo—:
Ya le habéis dado mucha información a Harry. Lo único que falta es que lo reclutéis en la Orden.
—¿Por qué no? —se apresuró a decir Harry—. Quiero entrar en la Orden, quiero luchar.
—No. —Esa vez no fue la señora Weasley la que habló, sino Lupin—. La Orden está compuesta sólo
por magos mayores de edad —aclaró—. Magos que ya han terminado el colegio —añadió al ver que
Fred y George abrían la boca—. Pertenecer a la Orden implica peligros que ninguno de vosotros podría
imaginar siquiera… Creo que Molly tiene razón, Sirius. Ya hemos hablado bastante.
Sirius  se  encogió  un  poco  de  hombros,  pero  no  discutió.  La  señora  Weasley  les  hizo  señas
imperiosamente a sus hijos y a Hermione. Éstos se levantaron uno por uno, y Harry, admitiendo la
derrota, los siguió.

6
La noble y ancestral casa de los Black

La señora Weasley los seguía muy seria por la escalera.
—Quiero que os vayáis directos a la cama, y nada de hablar —dijo cuando llegaron al primer rellano
—. Mañana nos espera un día muy ajetreado. Espero que Ginny ya esté dormida —añadió, dirigiéndose
a Hermione—, así que intenta no despertarla.
—Sí, dormida, ya —murmuró Fred por lo bajo después de que Hermione les diera las buenas noches, y
siguieron subiendo hasta el siguiente piso—. Si Ginny no está despierta esperando a que Hermione le
cuente todo lo que han dicho abajo, yo soy ungusarajo…
—Muy  bien,  Ron,  Harry…  —les  indicó  la  señora Weasley  cuando  llegaron  al  segundo  rellano,
señalando su dormitorio—. A la cama.
—Buenas noches —dijeron Harry y Ron a los gemelos.
—Que durmáis bien —les deseó Fred guiñándoles un ojo.
La señora Weasley cerró la puerta detrás de Harry con un fuerte chasquido. El dormitorio parecía aún
más frío y sombrío que la primera vez que Harry lo había visto. El cuadro en blanco de la pared
respiraba lenta y profundamente, como si su invisible ocupante estuviera dormido. Harry se puso el
pijama, se quitó las gafas y se metió en la fría cama, mientras Ron lanzaba unas cuantas chucherías
lechuciles hacia lo alto del armario para apaciguar a HedwigyPigwidgeon, que, nerviosas, no paraban
de hacer ruido moviendo las patas y las alas.
—No podemos dejarlas salir a cazar todas las noches —explicó Ron mientras se ponía el pijama de
color granate—. Dumbledore no quiere que haya demasiadas lechuzas sueltas por la plaza porque dice
que podrían levantar sospechas. ¡Ah, sí! Se me olvidaba…
Fue hacia la puerta y echó el cerrojo.
—¿Por qué haces eso?
—Por Kreacher —aclaró Ron, y apagó la luz—. La primera noche que pasé aquí entró a las tres de la
madrugada. Créeme, no es nada agradable despertarse y encontrarlo paseándose por la habitación. En
fin… —Se metió en la cama, se tapó bien y se volvió hacia Harry en la oscuridad; éste veía su contorno
gracias a la luz de la luna que se filtraba por la mugrienta ventana—. ¿Tú qué opinas?
Harry sabía a la perfección a qué se refería su amigo.
—Bueno, no nos han contado gran cosa que no pudiéramos haber imaginado, ¿verdad? —contestó,
pensando en todo lo que se había hablado abajo—. En realidad lo único que han dicho es que la Orden
intenta impedir que la gente se una a Vol… —Ron soltó un gritito ahogado— demort —acabó Harry
con firmeza—. ¿Cuándo piensas empezar a llamarlo por su nombre? Sirius y Lupin lo hacen.
Ron no hizo caso de ese último comentario.
—Sí, tienes  razón  —dijo—,  ya  sabíamos  casi  todo lo que nos han  contado gracias  a las orejas
extensibles. Lo único nuevo es que…
¡CRAC!
—¡Ay!
—Baja la voz, Ron, si no quieres que venga mamá.
—¡Os habéis aparecido encima de mis rodillas!
—Sí, bueno, es que a oscuras es más difícil.
Harry vio las borrosas siluetas de Fred y de George saltando de la cama de Ron. Luego oyó un chirrido
de muelles, y el colchón de Harry descendió unos cuantos centímetros porque George se había sentado
cerca de sus pies.
—Bueno, ¿ya lo habéis captado? —inquirió George con avidez.
—¿Lo del arma que Sirius ha mencionado? —preguntó Harry.
—Yo diría que se le ha escapado —opinó Fred, muy contento. Se había sentado al lado de Ron—. Eso
nunca lo habíamos oído con las extensibles.
—¿Qué creéis que es? —siguió preguntando Harry. —Podría ser cualquier cosa —contestó Fred. —
Pero no puede haber nada peor que la maldiciónAvada Kedavra,¿verdad? —dijo Ron—. ¿Qué hay
peor que la muerte?
—Quizá sea algo capaz de matar a muchísima gente a la vez —sugirió George.
—A lo mejor es una forma particularmente dolorosa de matar —dijo Ron, atemorizado.
—Para causar dolor tiene la maldiciónCruciatus—recordó Harry—, no necesita nada más eficaz que
eso.
Hubo una pausa, y Harry se dio cuenta de que los otros, como él, estaban preguntándose qué horrores
podría perpetrar aquella arma.
—¿Y quién creéis que la tiene ahora? —preguntó George.
—Espero que alguien de nuestro bando —contestó Ron con una voz que denotaba cierto nerviosismo.
—Si es así, debe de tenerla guardada Dumbledore —dijo Fred.
—¿Dónde? —preguntó con rapidez Ron—. ¿En Hogwarts?
—¡Seguro que sí! —afirmó George—. Allí fue donde escondió la Piedra Filosofal.
—Pero ¡esa arma debe de ser mucho más grande que la Piedra! —objetó Ron.
—No necesariamente —contestó Fred.
—Sí, el tamaño no es garantía de poder —advirtió George—. Y si no, mirad a Ginny.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry.
—Nunca te ha echado uno de sus maleficios de losmocomurciélagos, ¿verdad?
—¡Chissst! —exclamó Fred haciendo ademán de levantarse de la cama—. ¡Escuchad!
Se quedaron callados. Y, en efecto, oyeron pasos que subían por la escalera.
—Es mamá —aseguró George, y sin más preámbulos se oyó un fuerte estampido, y Harry notó que el
peso del cuerpo de George desaparecía de los pies de su cama.
Unos segundos más tarde, oyeron crujir la madera del suelo al otro lado de la puerta; la señora Weasley
sólo estaba escuchando para saber si hablaban o no.
Hedwig y Pigwidgeon emitieron unos melancólicos ululatos. La madera del suelo volvió a crujir, y
comprendieron que la señora Weasley subía al otro piso para ver qué hacían Fred y George.
—Es que no confía nada en nosotros —se lamentó Ron.
Harry estaba convencido de que no podría conciliar el sueño; durante la velada habían surgido tantos
temas que suponía que pasaría horas despierto, reflexionando sobre lo que se había hablado. Le habría
gustado seguir charlando con Ron, pero la señora Weasley bajaba de nuevo la escalera, y tan pronto
como sus pasos se desvanecieron, Harry oyó que otros subían… Sí, unas criaturas con muchas patas
correteaban arriba y abajo, al otro lado de la puerta del dormitorio, y Hagrid, el profesor de Cuidado de
Criaturas Mágicas, iba diciendo: «Son preciosas, ¿verdad, Harry? Este año vamos a estudiar armas…»,
y Harry vio que aquellas criaturas tenían cañones en lugar de cabezas y que se daban la vuelta hacia
él… Se agachó…
De pronto, se encontró hecho un ovillo debajo de las sábanas, mientras la potente voz de George
resonaba en la habitación.
—Mamá dice que os levantéis; tenéis el desayuno en la cocina y luego os necesita en el salón. Hay
muchas másdoxysde las que ella creía, y ha encontrado un nido depuffskeinsmuertos debajo del sofá.
Media hora más tarde, Harry y Ron, que se habían vestido y habían desayunado muy deprisa, entraron
en el salón: una estancia alargada de techo alto, que se hallaba en el primer piso, cuyas paredes eran de
color verde oliva y estaban cubiertas de sucios tapices. De la alfombra se levantaban pequeñas nubes de
polvo cada  vez que  alguien  la pisaba,  y  las largas cortinas de  terciopelo de  color verde  musgo
zumbaban, como si en ellas se aglomeraran invisibles abejas. La señora Weasley, Hermione, Ginny,
Fred y George estaban apiñados alrededor de ellas, y todos llevaban un pañuelo anudado en la parte de
atrás de la cabeza, que les cubría la nariz y la boca y les daba un aire extraño. Cada uno llevaba en la
mano una botella muy grande, que tenía un pitorro en el extremo, llena de un líquido negro.
—Tapaos la cara y coged un pulverizador —ordenó la señora Weasley a Harry y a Ron en cuanto los
vio, señalando otras dos botellas de líquido negro que había sobre una mesa de patas muy finas—. Es
doxycida. Nunca había visto una plaga como ésta. No sé qué ha estado haciendo ese elfo doméstico en
los diez últimos años…
Aunque Hermione llevaba la cara tapada, Harry vio con claridad que le lanzaba una mirada llena de
reproche a la señora Weasley.
—Kreacher es muy viejo, seguramente no podía…
—Te sorprendería ver de lo que es capaz Kreacher cuando le interesa, Hermione —afirmó Sirius, que
acababa de entrar en el salón con una bolsa manchada de sangre llena de algo que parecían ratas
muertas—. Vengo de dar de comer a Buckbeak —añadió al distinguir la mirada inquisitiva de Harry—.
Lo tengo arriba, en la habitación de mi madre. Bueno, a ver… este escritorio… —Dejó la bolsa de las
ratas encima de una butaca y se agachó para examinar el mueble; entonces Harry notó que el escritorio
temblaba  ligeramente—.  Mira,  Molly,  estoy  convencido  de  que  es  un  boggart —comentó  Sirius
mirando por la cerradura—, pero quizá convendría queOjolocole echara un vistazo antes de soltarlo.
Conociendo a mi madre, podría ser algo mucho peor.
—Tienes razón, Sirius —coincidió la señora Weasley.
Ambos hablaban en un tono muy educado y desenfadado que le dio a entender a Harry que ninguno de
los dos había olvidado su discusión de la noche anterior.
En el piso de abajo sonó un fuerte campanazo, seguido de inmediato por el mismo estruendo de gritos y
lamentos que Tonks había provocado la noche pasada al tropezar con el paragüero.
—¡Estoy harto de decirles que no toquen el timbre! —exclamó Sirius, exasperado, y salió a toda prisa
del salón. Lo oyeron bajar precipitadamente la escalera, mientras los chillidos de la señora Black
volvían a resonar por toda la casa.
—¡Manchas de deshonra, sucios mestizos, traidores a la sangre, hijos de la inmundicia!…
—Harry, cierra la puerta, por favor —le pidió la señora Weasley.
Harry se tomó todo el tiempo que pudo para cerrar la puerta del salón porque quería escuchar lo que
estaba pasando abajo. Era evidente que Sirius había conseguido cerrar las cortinas y tapar el retrato de
su madre, porque ésta dejó de gritar. Harry oyó que Sirius andaba por el vestíbulo, y luego, el tintineo
de la cadenilla de la puerta de la calle y una voz grave que identificó como la de Kingsley Shacklebolt,
que decía:
—Hestia  acaba  de  relevarme,  así  que  ahora  tiene  la  capa  de  Moody.  Me  ha  parecido  oportuno
comunicar a Dumbledore…
Harry notó los ojos de la señora Weasley clavados en su nuca, así que cerró con pesar la puerta del
salón y se unió a la brigada de limpieza dedoxys.
La señora Weasley estaba encorvada sobre la página correspondiente a lasdoxysdeGilderoy Lockhart:
guía de las plagas en el hogar,que estaba abierto encima del sofá.
—Bueno, muchachos, tenéis que ir con cuidado porque lasdoxysmuerden y sus dientes son venenosos.
Aquí tengo una botella de antídoto, pero preferiría no tener que utilizarlo. —Se enderezó, se plantó
delante de las cortinas e hizo señas a los demás para que se acercaran—. Cuando dé la orden, empezad
a  rociar  las  cortinas  —dijo—.  Ellas  saldrán  volando  hacia  nosotros,  o  eso  espero,  pero  en  los
pulverizadores  dice  que  con  una  sola  rociada  quedan  paralizadas.  Cuando  estén  inmovilizadas,
ponedlas en este cubo. —Se apartó con cuidado de la línea de fuego de los demás y levantó su
pulverizador—. ¿Preparados? ¡Disparad!
Harry sólo llevaba unos segundos pulverizando las cortinas cuando unadoxyde tamaño considerable
salió volando de un pliegue de la tela, agitando sus relucientes alas de escarabajo y enseñando los
diminutos y afilados dientes. Tenía el cuerpo de hada cubierto de un tupido pelo negro y los cuatro
pequeños puños apretados con furia. Harry le lanzó un chorro de doxycidaen la cara. Ladoxyse quedó
quieta en el aire y cayó produciendo un ruido sordo, sorprendentemente fuerte, sobre la raída alfombra.
Harry la recogió y la echó al cubo.
—¿Se puede saber qué haces, Fred? —preguntó la señora Weasley con brusquedad—. ¡Rocía a ésa
enseguida y métela en el cubo!
Harry se dio la vuelta. Fred tenía unadoxycogida entre el índice y el pulgar.
—Allá va —dijo Fred con entusiasmo, y roció a ladoxyen la cara hasta que la criatura se desmayó;
pero en cuanto la señora Weasley se volvió, Fred se guardó ladoxyen el bolsillo y guiñó un ojo.
—Queremos hacer experimentos con veneno dedoxypara elaborar nuestros Surtidos Saltaclases —dijo
George a Harry por lo bajo.
Harry roció con habilidad a otras dos doxysque iban volando directamente hacia su nariz; luego se
acercó a George y, sin despegar los labios, murmuró:
—¿Qué son los Surtidos Saltaclases?
—Una variedad de caramelos para ponerte enfermo —susurró George sin apartar la vista de la espalda
de la señora Weasley—. No gravemente enfermo, claro, sino sólo lo suficiente para saltarte una clase
cuando te interese. Fred y yo los hemos creado este verano. Son unos caramelos masticables de dos
colores. Si te comes la mitad de color naranja de las pastillas vomitivas, vomitas. En cuanto te dejan
salir de la clase para ir a la enfermería, te tragas la mitad morada…
—… «que te devuelve a tu estado de salud normal, permitiéndote realizar la actividad de ocio de tu
elección durante una hora que, de otro modo, habrías dedicado a un infructuoso aburrimiento.» Bueno,
eso es lo que hemos puesto en los anuncios —continuó Fred en voz baja; se había ido apartando poco a
poco del campo visual de la señora Weasley y recogía unas cuantas  doxys, que habían quedado
esparcidas por el suelo, y se las guardaba en el bolsillo—. Pero todavía tenemos que perfeccionar el 
invento. De momento, nuestros controladores de calidad tienen problemas para parar de vomitar y
comerse la parte morada.
—¿Controladores de calidad?
—Nosotros —aclaró Fred—. Vamos turnándonos. George probó los bombones desmayo; el turrón
sangranarices lo probamos los dos…
—Mamá creía que nos habíamos batido en duelo —dijo George.
—Veo que la tienda de artículos de broma sigue funcionando —murmuró Harry fingiendo que colocaba
bien el pitorro de su pulverizador.
—Bueno, todavía no hemos tenido ocasión de buscar un local —continuó diciendo Fred, bajando la
voz aún más, mientras la señora Weasley se secaba la frente con el pañuelo antes de volver al ataque—,
así que de momento lo tenemos organizado como un servicio de venta por correo. La semana pasada
pusimos anuncios enEl Profeta.
—Y todo gracias a ti, Harry —añadió George—. Pero no temas, mamá no tiene ni idea. Ya no lee El
Profetaporque dice mentiras sobre ti y sobre Dumbledore.
Harry sonrió. Había obligado a los gemelos Weasley a aceptar los mil galeones del premio en metálico
del Torneo de los tres magos que había ganado, para ayudarlos a llevar a cabo su ambicioso plan de
abrir una tienda de artículos de broma. De todos modos, le alegró saber que la señora Weasley no
estaba al corriente de su colaboración, pues ella no creía que dirigir una tienda de artículos de broma
fuera una carrera adecuada para dos de sus hijos.
La desdoxyzación de las cortinas les llevó casi toda la mañana. Ya era más de mediodía cuando la
señora Weasley se quitó por fin el pañuelo protector y se dejó caer en una mullida butaca, pero dio un
salto al tiempo que soltaba un grito de asco, pues se había sentado encima de la bolsa de ratas muertas.
Las  cortinas  habían  dejado  de  zumbar  y  colgaban  mustias  y  húmedas  después  de  la  intensa
pulverización. A los pies de las cortinas, lasdoxysinconscientes estaban amontonadas en el cubo, junto
a un cuenco de huevos negros dedoxyqueCrookshanksolfateaba y a los que Fred y George lanzaban
codiciosas miradas.
—Creo que de eso nos encargaremos después de comer —dijo la señora Weasley señalando las
polvorientas vitrinas que había a ambos lados de la repisa de la chimenea.
Estaban llenas a rebosar de un extraño surtido de objetos: una colección de dagas oxidadas, garras, una
piel de serpiente enroscada, varias cajas de plata sin lustre con inscripciones en idiomas que Harry no
entendía, y lo más desagradable de todo: una ornamentada botella de cristal con un gran ópalo en el
tapón, llena de algo que parecía sangre.
Volvió a sonar el timbre de la puerta, y todos miraron a la señora Weasley.
—Quedaos aquí —dijo ella con firmeza, y agarró la bolsa de ratas en el momento en que abajo
empezaban a oírse de nuevo los bramidos de la señora Black—. Voy a traeros unos sándwiches.
Salió de la habitación y cerró con cuidado tras ella. A continuación, todos corrieron hacia la ventana
para ver quién había en la puerta principal. Alcanzaron a ver la coronilla de una despeinada y rojiza
cabeza y un montón de calderos en precario equilibrio.
—¡Mundungus! —exclamó Hermione—. ¿Para qué habrá traído esos calderos?
—Debe de buscar un lugar seguro donde guardarlos —dijo Harry—. ¿No era eso, recoger calderos
robados, lo que estaba haciendo la noche que debía vigilarme?
—¡Sí, tienes razón! —respondió Fred. La puerta de la calle se abrió y Mundungus entró por ella con
sus calderos y se perdió de vista—. ¡Vaya, a mamá no le va a hacer ninguna gracia!
Fred y George corrieron hacia la puerta y se quedaron junto a ella, escuchando con atención. La señora
Black había dejado de gritar.
—Mundungus está hablando con Sirius y con Kingsley —dijo Fred en voz baja, concentrado y con el
entrecejo fruncido—. No los oigo bien… ¿Qué os parece si probamos con las orejas extensibles?
—Quizá valga la pena intentarlo —admitió George—. Podría subir un momento y coger unas…
Pero en ese preciso instante estalló una sonora exclamación en el piso de abajo que hizo que las orejas
extensibles resultaran superfluas. Se podía oír a la perfección lo que la señora Weasley estaba diciendo
a grito pelado.
—¡Esto no es un escondrijo de artículos robados!
—Me encanta oír a mamá gritándole a otra persona —comentó Fred con una sonrisa de satisfacción en
la cara, mientras abría un poco la puerta para dejar que la voz de la señora Weasley entrara mejor en el
salón—. Para variar.
—… completamente irresponsable, como si no tuviéramos bastantes preocupaciones sin que tú traigas
tus calderos robados a la casa…
—Los muy idiotas la están dejando coger carrerilla —dijo George haciendo un gesto negativo con la
cabeza—. Hay que atajarla enseguida porque si no se calienta y ya no hay quien la pare. Se moría de
ganas de soltarle una buena reprimenda a Mundungus desde que desapareció, cuando se suponía que
estaba siguiéndote, Harry. Y allá va la madre de Sirius otra vez.
La voz de la señora Weasley quedó apagada bajo una nueva sarta de chillidos e improperios de los
retratos del vestíbulo.
George hizo ademán de cerrar la puerta para ahogar el ruido, pero, antes de que pudiera hacerlo, un elfo
doméstico se coló en la habitación.
Iba desnudo, con la excepción de un trapo mugriento atado, como un taparrabos, alrededor de la
cintura. Parecía muy viejo. Le sobraba piel por todas partes y, aunque era calvo como todos los elfos
domésticos, le salían pelos blancos por las enormes orejas de murciélago. Tenía los ojos, de color verde
claro, inyectados en sangre, y la carnosa nariz era grande y con forma de morro de cerdo.
El elfo no prestó la más mínima atención ni a Harry ni a los demás. Como si no los hubiera visto, entró
arrastrando los pies, encorvado, caminando despacio y con obstinación, y fue hacia el fondo de la
estancia sin dejar de murmurar por lo bajo con voz grave y áspera, como la de una rana toro.
—… apesta a alcantarilla y por si fuera poco es un delincuente, pero ella no es mucho mejor, una
repugnante traidora a la sangre con unos críos que enredan la casa de mi ama, oh, mi pobre ama, si ella
supiera, si supiera qué escoria han dejado entrar en la casa, qué le diría al viejo Kreacher, oh, qué
vergüenza, sangre sucia, hombres lobo, traidores y ladrones, pobre viejo Kreacher, qué puede hacer
él…
—¡Hola, Kreacher! —lo saludó Fred, casi gritando, y cerró la puerta haciendo mucho ruido.
El elfo doméstico se paró en seco, dejó de mascullar y dio un respingo muy exagerado y muy poco
convincente.
—Kreacher no había visto al joven amo —se excusó; a continuación se giró y se inclinó ante Fred. Con
los ojos clavados todavía en la alfombra, añadió en un tono perfectamente audible—: Un sucio mocoso
y un traidor a su sangre, eso es lo que es.
—¿Cómo dices? —preguntó George—. No he oído eso último.
—Kreacher no ha dicho nada —respondió el elfo, y se inclinó ante George, añadiendo en voz baja pero
muy clara—: Y ahí está su gemelo; un par de bestias anormales.
Harry no sabía si reír o no. El elfo se enderezó y los miró a todos con hostilidad; en apariencia
convencido de que nadie podía oírlo, siguió murmurando:
—Y ahí está la sangre sucia, la muy descarada, ay, si mi ama lo supiera, oh, cómo lloraría; y hay un
chico nuevo, Kreacher no sabe su nombre. ¿Qué hace aquí? Kreacher no lo sabe…
—Éste es Harry, Kreacher —dijo Hermione, titubeante—. Harry Potter.
Kreacher abrió mucho los ojos y se puso a farfullar más deprisa y con más rabia que antes:
—La sangre sucia le habla a Kreacher como si fuera su amigo; si el ama viera a Kreacher con esta
gente, oh, ¿qué diría?
—¡No la llames sangre sucia! —saltaron Ron y Ginny al unísono, muy enfadados.
—No importa —susurró Hermione—, no está en sus cabales, no sabe lo que…
—Desengáñate, Hermione, sabe muy bien lo que dice —aclaró Fred mirando a Kreacher con antipatía.
Kreacher seguía mascullando sin apartar la vista de Harry.
—¿Es verdad? ¿Es Harry Potter? Kreacher puede ver la cicatriz, debe de ser cierto, ése es el chico que
venció al Señor Tenebroso, Kreacher se pregunta cómo lo haría…
—Nosotros también nos lo preguntamos, Kreacher —dijo Fred.
—¿A qué has venido, Kreacher? ¿Qué quieres? —preguntó George.
Kreacher dirigió sus enormes y claros ojos hacia George.
—Kreacher está limpiando —contestó con evasivas.
—¡No me digas! —exclamó una voz detrás de Harry.
Sirius había vuelto y miraba con desprecio al elfo desde el umbral. El ruido en el vestíbulo había
cesado; quizá la señora Weasley y Mundungus siguieran discutiendo en la cocina. Al ver a Sirius,
Kreacher hizo una reverencia exageradísima, hasta tocar el suelo con su nariz en forma de hocico.
—Levántate —le espetó Sirius impaciente—. A ver, ¿qué estás tramando?
—Kreacher está limpiando —repitió el elfo—. Kreacher vive para servir a la noble casa de los Black…
—Que cada día está más negra —afirmó Sirius.
—Al amo siempre le ha gustado hacer bromas —comentó Kreacher; volvió a inclinarse y siguió
murmurando—: El amo era un canalla desagradecido que le partió el corazón a su madre…
—Mi madre no tenía corazón, Kreacher —lo atajó Sirius—. Se mantenía viva por pura maldad.
Kreacher hizo otra reverencia.
—Como diga el amo —masculló con furia—. El amo no es digno siquiera de limpiarle la porquería de
las botas a su madre, oh, mi pobre ama, qué diría si viera a Kreacher sirviéndolo a él, con lo que ella lo
odiaba, cómo la decepcionó…
—Te he preguntado qué te traes entre manos —dijo Sirius con frialdad—. Cada vez que apareces
fingiendo que limpias, te llevas algo a tu habitación para que no podamos tirarlo.
—Kreacher jamás movería nada de su sitio en la casa del amo —repuso el elfo, y luego farfulló muy
deprisa—: El ama jamás perdonaría a Kreacher si tiraran el tapiz, lleva siete siglos en la familia,
Kreacher debe salvarlo, Kreacher no dejará que el amo y los traidores y los mocosos lo destruyan…
—Ya me lo imaginaba —comentó Sirius mirando con desprecio la pared de enfrente—. Mi madre le
habrá hecho otro encantamiento de presencia permanente en la parte de atrás, seguro, pero si puedo
deshacerlo me libraré de él. Y ahora lárgate, Kreacher.
Por lo visto, Kreacher no se atrevía a desobedecer una orden directa; sin embargo, la mirada que le
lanzó a Sirius al pasar arrastrando los pies por delante de él estaba llena de un profundo odio, y salió de
la habitación sin parar de murmurar:
—… llega de Azkaban y se pone a darle órdenes a Kreacher; oh, mi pobre ama, qué diría si viera cómo
está la casa, llena de escoria, despojada de sus tesoros; ella juró que él no era hijo suyo y él ha vuelto, y
dicen que es un asesino.
—¡Sigue murmurando y me convertiré en un asesino de verdad! —gritó Sirius con irritación al mismo
tiempo que cerraba de un portazo.
—No está en sus cabales, Sirius —dijo Hermione con tono suplicante—, creo que no se da cuenta de
que oímos lo que dice.
—Lleva demasiado tiempo solo —aclaró Sirius—, recibiendo órdenes absurdas del retrato de mi madre
y hablándose a sí mismo, pero siempre fue un repugnante…
—A lo mejor, si le dieras la libertad… —sugirió Hermione.
—No podemos darle la libertad, sabe demasiado sobre la Orden —respondió Sirius de manera cortante
—. Además, la conmoción lo mataría. Insinúale que salga de esta casa, y ya verás cómo reacciona.
Sirius se dirigió a la pared donde estaba colgado el tapiz que Kreacher había estado intentando
proteger. Harry y los demás lo siguieron.
El tapiz parecía viejísimo; estaba desteñido y raído, como si lasdoxyslo hubieran mordisqueado. Con
todo, el hilo dorado con el que estaba bordado todavía relucía lo suficiente para dejar ver un extenso 
árbol genealógico que se remontaba, por lo que Harry pudo distinguir, hasta la Edad Media. En la parte
superior había grandes letras que rezaban:
La noble y ancestral casa de los Black
«Toujours pur»
—¡Tú no sales aquí! —exclamó Harry tras recorrer con la mirada la parte inferior del árbol.
—Antes  estaba  —comentó  Sirius  señalando  un  pequeño  y  redondo  agujero  con  los  bordes
chamuscados, que parecía una quemadura de cigarrillo—. Mi dulce y anciana madre me borró cuando
me escapé de casa. A Kreacher le encanta relatar esa historia entre dientes.
—¿Te escapaste de casa?
—Cuando tenía dieciséis años —afirmó Sirius—. Estaba harto.
—¿Adónde fuiste? —preguntó Harry mirándolo fijamente.
—A casa de tu padre —contestó Sirius—. Tus abuelos se portaron muy bien conmigo; me adoptaron,
por así decirlo. Sí, me instalé en casa de tu padre y pasé allí las vacaciones escolares, y cuando cumplí
diecisiete años me fui a vivir solo. Mi tío Alphard me había dejado una cantidad considerable de oro; a
él también deben de haberlo borrado del árbol por eso. En fin, después empecé a vivir solo. Pero
siempre fui bien recibido en casa de los Potter, y solía ir allí a comer los domingos.
—Pero ¿por qué…?
—¿Por qué me marché? —Sirius compuso una amarga sonrisa y se pasó los dedos por el largo y
despeinado cabello—. Porque los odiaba a todos: a mis padres, con su manía de la sangre limpia,
convencidos de que ser un Black te convertía prácticamente en un miembro de la realeza… El idiota de
mi hermano, que fue lo bastante estúpido para creérselo… Ése es él.
Sirius puso un dedo en la parte inferior del árbol y señaló el nombre «Regulus Black». La fecha de su
muerte (unos quince años atrás) seguía a la de su nacimiento.
—Era más joven que yo —explicó Sirius—, y mucho mejor, como me recordaban mis padres cada dos
por tres.
—Pero murió —dijo Harry.
—Sí. El muy imbécil… se unió a losmortífagos.
—¡No lo dirás en serio!
—¡Vaya, Harry! ¿No has visto ya suficiente de esta casa para entender a qué clase de magos pertenecía
mi familia? —dijo Sirius con fastidio.
—Tus padres…, tus padres ¿también eranmortífagos?
—No, no, pero creían que Voldemort tenía razón; estaban a favor de la purificación de la raza mágica,
querían deshacerse de los hijos de losmugglesy que mandaran los sangre limpia. Y no eran los únicos;
mucha gente, antes de que Voldemort se mostrara tal cual era en realidad, creía que él tenía razón…
Aunque, cuando vieron lo que estaba dispuesto a hacer para conseguir el poder, les entró miedo y se
echaron atrás. Pero supongo que, al principio, mis padres creyeron que Regulus era un verdadero héroe
cuando se le unió.
—¿Lo mató unauror? —preguntó Harry, titubeante.
—No, qué va —contestó Sirius—. Lo mató Voldemort. O mejor dicho, alguien que obedecía sus
órdenes; dudo que Regulus llegara a ser lo bastante importante para que Voldemort quisiera matarlo en
persona. Por lo que pude averiguar después de su muerte, al cabo de un tiempo de haberse unido a
Voldemort le entró pánico al ver lo que le pedían que hiciera e intentó volverse atrás. Pero a Voldemort
no le entregas tu dimisión así como así. Es toda una vida de servicio o la muerte.
—¡A comer! —anunció la señora Weasley.
Llevaba la varita en alto sosteniendo con la punta una enorme bandeja llena de sandwiches y un pastel.
Estaba muy colorada y parecía muy enfadada. Todos se dirigieron hacia ella, hambrientos, pero Harry
se quedó con Sirius, que se había acercado más al tapiz.
—Hacía años que no lo miraba. Aquí está Phineas Nigellus, mi tatarabuelo, ¿lo ves? El director menos
admirado que jamás ha tenido Hogwarts… Y Araminta Meliflua, prima de mi madre. Intentó llevar 
adelante un proyecto de ley ministerial para legalizar la caza demuggles… Y la querida tía Elladora.
Inició la tradición familiar de decapitar a los elfos domésticos cuando se hacían demasiado viejos para
llevar  las  bandejas  del  té…  Como  es  lógico,  cada  vez  que  la  familia  daba  algún  miembro
medianamente decente, lo repudiaban. Veo que Tonks no aparece. Quizá sea por eso por lo que
Kreacher no acepta sus órdenes: se supone que tiene que hacer todo lo que le ordene cualquier
miembro de la familia…
—¿Tonks y tú sois parientes? —preguntó Harry con sorpresa.
—Sí, claro, su madre, Andrómeda, era mi prima favorita —le explicó Sirius mientras examinaba con
minuciosidad el tapiz—. No, Andrómeda tampoco sale, mira…
Señaló otra quemadura redonda entre dos nombres, Bellatrix y Narcisa.
—Las hermanas de Andrómeda todavía están aquí porque hicieron bonitos y respetables matrimonios
con hombres de sangre limpia, pero Andrómeda se casó con un hijo demuggles, Ted Tonks, así que…
Sirius fingió arremeter contra el tapiz con una varita y rió con amargura. Harry, sin embargo, no rió,
pues estaba demasiado ocupado leyendo los nombres que había a la derecha del agujero de Andrómeda.
Una línea doble de hilo dorado unía a Narcisa Black con Lucius Malfoy y una línea simple vertical que
salía de sus nombres terminaba en «Draco».
—¡Estás emparentado con los Malfoy!
—Todas las familias de sangre limpia están relacionadas entre sí —explicó Sirius—. Si sólo permites
que tus hijos e hijas se casen con gente de sangre limpia, las posibilidades son limitadas; ya no
quedamos muchos. Molly y yo somos primos políticos, y Arthur es algo así como mi primo segundo.
Pero no vale la pena buscarlos aquí: si hay una familia de traidores a la sangre en el mundo, se trata de
los Weasley.
En ese momento Harry estaba leyendo el nombre que había a la izquierda del agujero correspondiente a
Andrómeda: Bellatrix Black, que estaba conectado mediante una línea doble al del de Rodolphus
Lestrange.
—Lestrange… —pronunció Harry en voz alta. Aquel nombre había despertado algún recuerdo en su
memoria; le sonaba de algo, pero no sabía de qué, aunque le produjo una extraña sensación, una
especie de escalofrío en el estómago.
—Están en Azkaban —dijo Sirius con aspereza. Harry lo miró con expresión de curiosidad—. Bellatrix
y su marido, Rodolphus, entraron con Barty Crouch, hijo —añadió Sirius con la misma aspereza—.
Rabastan, el hermano de Rodolphus, también entró con ellos.
Entonces Harry lo recordó. Había visto a Bellatrix Lestrange dentro del pensadero de Dumbledore,
aquel extraño aparato en que se podían almacenar los pensamientos y los recuerdos; era una mujer alta
y morena con los párpados caídos que en el juicio había proclamado que mantendría su alianza con lord
Voldemort, así como lo orgullosa que se sentía por haber intentado encontrarlo después de su caída y su
convicción de que algún día su lealtad se vería recompensada.
—Nunca me dijiste que era tu…
—¿Qué más da que sea mi prima? —le espetó Sirius—. Por lo que a mí respecta, ya no son familia
mía. Ella, desde luego, no lo es. No la veo desde que tenía tu edad, exceptuando el día de su llegada a
Azkaban. ¿Crees que estoy orgulloso de tener un pariente como ella?
—Lo siento —dijo Harry—. No quería… Es que me ha sorprendido, nada más.
—No importa, no tienes que disculparte —masculló Sirius entre dientes, y se dio la vuelta con las
manos hundidas en los bolsillos—. No me hace ninguna gracia estar aquí —añadió contemplando el
salón—. Nunca pensé que volvería a estar encerrado en esta casa.
Harry lo entendía a la perfección. Se imaginaba lo que sentiría cuando fuera mayor y creyera haberse
librado de aquel lugar para siempre si tuviera que volver a vivir en el número cuatro de Privet Drive.
—Como cuartel general es ideal, desde luego —agregó Sirius—. Cuando mi padre vivía aquí instaló
todas las medidas de seguridad mágicas conocidas. Está muy bien disimulada, de modo que los
muggles nunca llamarían a la puerta; claro que, aunque no lo estuviera, tampoco querrían acercarse 
aquí. Y ahora que Dumbledore ha añadido sus propios sistemas de protección, te costaría mucho
encontrar otra casa más segura que ésta. Dumbledore es Guardián de los Secretos de la Orden, lo cual
quiere decir que nadie puede encontrar el cuartel general a menos que él le diga personalmente dónde
está. Esa nota que Moody te enseñó anoche era de Dumbledore… —Sirius soltó una breve y áspera risa
—. Si mis padres vieran para qué estamos utilizando su casa ahora… Bueno, puedes hacerte una idea
por los gritos del retrato de mi madre… —Frunció un instante el entrecejo y luego suspiró—. No me
importaría tanto si de vez en cuando pudiera salir y hacer algo útil. Le he pedido a Dumbledore que me
deje escoltarte el día de la vista, tomando la forma de Hocicos, claro; así podría darte un poco de apoyo
moral. ¿Qué te parece?
Harry tuvo la sensación de que el estómago se le hundía hasta la polvorienta alfombra. No había vuelto
a pensar ni una sola vez en la vista desde la cena de la noche anterior; con la emoción de volver a estar
rodeado de la gente que él más quería, y con tantas noticias, no había vuelto a acordarse de aquel
asunto  pendiente.  Sin  embargo,  cuando  Sirius  mencionó  la  vista,  volvió  a  invadirlo  un  miedo
aplastante. Miró a Hermione y a los Weasley, que estaban comiéndose los sandwiches, y pensó en
cómo se sentiría si ellos regresaban a Hogwarts sin él.
—No te preocupes —lo tranquilizó Sirius. Harry levantó la cabeza y comprendió que su padrino había
estado  observándolo—.  Estoy  seguro de  que  te  absolverán.  El Estatuto  Internacional del Secreto
contempla el uso de la magia para salvar la propia vida.
—Pero si me expulsan —dijo Harry en voz baja—, ¿me dejarás venir aquí y quedarme a vivir contigo?
Sirius esbozó una triste sonrisa.
—Ya veremos.
—Afrontaría mucho mejor la vista si supiera que, pase lo que pase, no tendré que volver con los
Dursley —insistió Harry.
—Deben  ser  realmente  odiosos  para que prefieras vivir  en  esta casa  —contestó  Sirius  con tono
pesimista.
—Daos prisa vosotros dos, os vais a quedar sin nada —los avisó la señora Weasley.
Sirius suspiró otra vez y echó un vistazo al tapiz; luego Harry y él fueron a reunirse con los demás.
Aquella tarde Harry hizo todo lo posible para no pensar en la vista mientras vaciaban las vitrinas. Por
fortuna para él, era un trabajo que requería gran concentración, pues muchos de los objetos que había
allí dentro se mostraban muy reacios a abandonar sus polvorientos estantes. Sirius recibió una fuerte
mordedura de una caja de rapé de plata; pasados unos segundos, la mano herida había generado una
repugnante costra, como una especie de guante marrón muy duro.
—No pasa nada —dijo examinándose la mano con interés antes de darle unos golpecitos con la varita
mágica para que la piel volviera a su estado normal—. Dentro debía de haber polvos verrugosos.
Metió la caja en el saco donde iban guardando lo que sacaban de las vitrinas, y poco después Harry vio
cómo George se envolvía la mano con un trapo y se guardaba la caja en el bolsillo lleno dedoxys.
Encontraron un instrumento de plata de aspecto espeluznante, algo parecido a unas pinzas con muchas
patas; cuando Harry lo cogió, subió corriendo por su brazo, como una araña, e intentó pincharlo. Sirius
lo atrapó y lo aplastó con un pesado libro titulado La nobleza de la naturaleza: una genealogía mágica.
También había una caja de música que emitía una melodía tintineante y un poco siniestra cuando le
dabas cuerda, y de pronto todos se sintieron débiles y soñolientos de una forma muy extraña, hasta que
a Ginny se le ocurrió cerrar la tapa de un porrazo; un enorme guardapelo que nadie pudo abrir; varios
sellos antiguos; y, en una caja cubierta de polvo, una Orden de Merlín, Primera Clase, concedida al
abuelo de Sirius por los «servicios prestados al Ministerio».
—Quiere decir que les dio mucho oro —aclaró Sirius con desprecio, y metió la medalla en el saco de
basura.
Kreacher se coló en la habitación varias veces e intentó llevarse cosas en el taparrabos, murmurando
terribles maldiciones cada vez que lo pillaban. Cuando Sirius le arrancó de la mano un enorme anillo de 
oro con el emblema de los Black, Kreacher rompió a llorar de rabia y salió de la habitación sollozando
y lanzando contra Sirius unos insultos que Harry nunca había oído.
—Era de mi padre —explicó Sirius, y metió el anillo en el saco—. Kreacher no le tenía tanto aprecio a
él como a mi madre, pero la semana pasada lo sorprendí robando unos pantalones suyos.
La  señora  Weasley  los  tuvo  unos  cuantos  días  trabajando  muy  duro.  Tardaron  tres  días  en
descontaminar el salón. Al final los únicos trastos que quedaron fueron el tapiz del árbol genealógico
de la familia Black, que resistió todos sus intentos de retirarlo de la pared, y el escritorio vibrante.
Moody aún no había aparecido por el cuartel general, de modo que no podían estar seguros de qué
había dentro.
Pasaron del salón a un comedor de la planta baja donde encontraron arañas, del tamaño de platos de
postre, escondidas en el aparador (Ron salió precipitadamente de la habitación para hacerse una taza de
té y no regresó hasta una hora y media más tarde). Sirius, sin miramientos, metió la porcelana, que
llevaba el emblema y el lema de los Black, en un saco al que fueron a parar también una serie de
fotografías viejas con deslustrados marcos de plata, cuyos ocupantes soltaron agudos gritos al romperse
los cristales que los cubrían.
Snape se había referido a su trabajo como «limpieza», pero Harry opinaba que en realidad estaban
guerreando contra la casa, que se defendía con uñas y dientes con la ayuda de Kreacher. El elfo
doméstico aparecía siempre en el lugar donde se habían congregado, y sus murmullos de protesta cada
vez eran más ofensivos mientras intentaba llevarse cualquier cosa que pudiera de los sacos de basura.
Sirius hasta llegó a amenazarlo con darle una prenda, pero Kreacher lo miró fijamente con sus ojos
vidriosos y dijo: «El amo puede hacer lo que quiera»; luego se dio la vuelta y farfulló de modo que
todos pudieran oírlo: «Pero el amo no echará a Kreacher, no, porque Kreacher sabe lo que están
tramando, oh, sí, están conspirando contra el Señor Tenebroso, sí, con estos sangre sucia y traidores y
escoria…»
Al oír tales palabras, Sirius, sin hacer caso de las protestas de Hermione, agarró a Kreacher por la parte
de atrás del taparrabos y lo sacó a la fuerza de la habitación.
El timbre de la puerta sonaba varias veces al día, y ésa era la señal para que la madre de Sirius se
pusiera a gritar de nuevo, y para que Harry y los demás intentaran escuchar lo que decía el visitante,
aunque podían deducir muy poco a partir de las fugaces imágenes y de los breves fragmentos de
conversación que captaban, antes de que la señora Weasley los hiciera volver a sus tareas. Snape entró
y salió de la casa varias veces más, aunque para gran alivio de Harry nunca se encontraron cara a cara;
Harry también vio a la profesora McGonagall, de Transformaciones, que estaba muy rara con un
vestido y un abrigo demuggle, y que al parecer también estaba demasiado ocupada para entretenerse
mucho. A veces, sin embargo, los visitantes se quedaban para echar una mano. Tonks se quedó con
ellos una tarde memorable en la que encontraron un viejoghoulde instintos asesinos escondido en un
cuarto de baño del piso superior, y Lupin, que vivía en la casa con Sirius pero pasaba largos periodos
fuera, realizando misteriosas misiones para la Orden, los ayudó a reparar un reloj de pie que había
desarrollado la desagradable costumbre de lanzarse contra quien pasara por delante de él. Mundungus
se reconcilió un poco con la señora Weasley al rescatar a Ron de unas viejas túnicas de color morado
que intentaron estrangularlo cuando las sacó de su armario.
Pese a que seguía durmiendo muy mal, pues todavía soñaba con pasillos y puertas cerradas con llave
que hacían que le picara la cicatriz, Harry estaba pasándoselo bien por primera vez aquel verano.
Mientras estaba ocupado se sentía contento; pero una vez terminadas las tareas, y tan pronto como
bajaba la guardia o, agotado, se tumbaba en la cama y se quedaba mirando las sombras borrosas que se
movían por el techo, volvía a acordarse de la vista del Ministerio que se avecinaba. El miedo lo
atenazaba cada vez que se preguntaba qué sería de él si lo expulsaban de Hogwarts. Esa idea era tan
terrible que no se atrevía a expresarla en voz alta, ni siquiera delante de Ron y Hermione, a los que
Harry veía a menudo susurrando y mirándolo disimuladamente con expresión de tristeza, aunque
seguían su ejemplo y no mencionaban aquel tema. A veces no podía impedir que su imaginación le 
hiciera ver a un funcionario sin rostro del Ministerio partiendo su varita mágica por la mitad y
ordenándole que regresara a casa de los Dursley… Pero Harry no pensaba volver allí. Estaba decidido.
Regresaría a Grimmauld Place y viviría con Sirius.
El miércoles por la noche, durante la cena, notó como si un ladrillo hubiera caído dentro de su
estómago cuando la señora Weasley se volvió hacia él y, con voz queda, dijo:
—Te he planchado tu mejor ropa para mañana por la mañana, Harry, y quiero que esta noche te laves el
pelo. Una buena primera impresión puede hacer maravillas.
Ron, Hermione, Fred, George y Ginny dejaron de hablar y miraron a Harry. Éste asintió con la cabeza e
intentó seguir comiéndose la chuleta, pero se le había quedado la boca tan seca que no podía masticar.
—¿Cómo  voy  a  ir  hasta  allí?  —le  preguntó  a  la  señora  Weasley  intentando  adoptar  un  tono
despreocupado.
—Te llevará Arthur cuando vaya a trabajar —contestó ella con dulzura.
El señor Weasley, que estaba sentado al otro lado de la mesa, sonrió para animar a Harry.
Éste miró a Sirius, pero antes de que pudiera formular la pregunta, la señora Weasley ya la había
respondido.
—El profesor Dumbledore no cree que sea buena idea que Sirius vaya contigo, y he de decir que yo…
—… opino que tiene mucha razón —continuó Sirius entre dientes.
La señora Weasley frunció los labios.
—¿Cuándo te ha dicho Dumbledore eso? —preguntó Harry mirando a Sirius.
—Vino anoche, cuando tú estabas acostado —terció el señor Weasley.
Sirius, malhumorado, clavó el tenedor en una patata. Harry bajó la vista y la fijó en su plato. Saber que
Dumbledore había estado en aquella casa la víspera de su vista y no había ido a verlo hizo que se
sintiera aún peor, si eso era posible.

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