martes, 1 de julio de 2014

Harry Potter y el Prisionero de Azkaban Cap. 22

22
Más lechuzas mensajeras

—¡Harry! —Hermione le tiraba de la manga, mirando el reloj—. Tenemos diez minutos
para regresar a la enfermería sin ser vistos. Antes de que Dumbledore cierre la puerta
con llave.
—De acuerdo —dijo Harry, apartando los ojos del cielo—, ¡vamos!
Entraron por la puerta que tenían detrás y bajaron una estrecha escalera de caracol.
Al llegar abajo oyeron voces. Se arrimaron a la pared y escucharon. Parecían Fudge y
Snape. Caminaban aprisa por el corredor que comenzaba al pie de la escalera.
—... Sólo espero que Dumbledore no ponga impedimentos  —decía Snape—. ¿Le
darán el Beso inmediatamente?
—En cuanto llegue Macnair con los dementores. Todo este asunto de Black ha
resultado muy desagradable. No tiene ni idea de las ganas que tengo de decir a  El
Profeta que por fin lo hemos atrapado. Supongo que querrán entrevistarle, Snape... Y en
cuanto el joven Harry vuelva a estar en sus cabales, también querrá contarle al periódico
cómo usted lo salvó.
Harry apretó los dientes. Entrevió la sonrisa hipócrita de Snape cuando él y Fudge
pasaron ante el lugar en que estaban escondidos. Sus pasos se perdieron. Harry y
Hermione aguardaron unos instantes para asegurarse de que estaban lejos y echaron a
correr en dirección opuesta. Bajaron una escalera, luego otra, continuaron por otro
corredor y oyeron una carcajada delante de ellos.
—¡Peeves!  —susurró Harry, asiendoa Hermione por la muñeca—. ¡Entremos
aquí!
Corrieron a toda velocidad y entraron en un aula vacía que encontraron a la
izquierda. Peeves iba por el pasillo dando saltos de contento, riéndose a mandíbula
batiente.
—¡Es horrible!  —susurró Hermione, con el  oído pegado a la puerta—. Estoy
segura de que se ha puesto así de alegre porque los dementores van a ejecutar a Sirius...
—Miró el reloj—. Tres minutos, Harry.
Aguardaron a que la risa malvada de Peeves se perdiera en la distancia. Entonces
salieron del aula y volvieron a correr.
—Hermione, ¿qué ocurrirá si no regresamos antes de que Dumbledore cierre la
puerta? —jadeó Harry.
—No quiero ni pensarlo  —dijo Hermione, volviendo a mirar el reloj—. ¡Un
minuto!  —Llegaron al pasillo en que se hallaba la enfermería—. Bueno, ya se oye a
Dumbledore —dijo nerviosa Hermione—. ¡Vamos, Harry!
Siguieron por el corredor cautelosamente. La puerta se abrió. Vieron la espalda de
Dumbledore.
—Os voy a cerrar con llave  —le oyeron decir—. Son las doce menos cinco.
Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.
Dumbledore salió de espaldas de la enfermería, cerró la puerta y sacó la varita para
cerrarla mágicamente. Asustados, Harry y Hermione se apresuraron. Dumbledore alzó
la vista y una sonrisa apareció bajo el bigote largo y plateado.
—¿Bien? —preguntó en voz baja.
—¡Lo hemos logrado!  —dijo Harry jadeante—. Sirius se ha ido montado en
Buckbeak...
Dumbledore les dirigió una amplia sonrisa.
—Bien hecho. Creo...  —Escuchó atentamente por si se oía algo dentro de la
enfermería—. Sí, creo que ya no estáis ahí dentro. Entrad. Os cerraré.
Entraron en la enfermería. Estaba vacía, salvo por lo que se refería a Ron, que
permanecía en la cama. Después de oir la cerradura, se metieron en sus camas.
Hermione volvió a esconderel giratiempo debajo de la túnica. Un instante después, la
señora Pomfrey volvió de su oficina con paso enérgico.
—¿Ya se ha ido el director? ¿Se me permitirá ahora ocuparme de mis pacientes?
Estaba de muy mal humor. Harry y Hermione pensaron que era mejor aceptar el
chocolate en silencio. La señora Pomfrey se quedó allí delante para asegurarse de que se
lo comían. Pero Harry apenas se lo podía tragar. Hermione y él aguzaban el oído, con
los nervios alterados. Y entonces, mientras tomaban el cuarto trozo  del chocolate de la
señora Pomfrey, oyeron un rugido furioso, procedente de algún distante lugar por
encima de la enfermería.
—¿Qué ha sido eso? —dijo alarmada la señora Pomfrey.
Oyeron voces de enfado, cada vez más fuertes. La señora Pomfrey no perdía de
vista la puerta.
—¡Hay que ver! ¡Despertarán a todo el mundo! ¿Qué creen que hacen?
Harry intentaba oír lo que decían. Se aproximaban.
—Debe de haber desaparecido, Severus. Tendríamos que haber dejado a alguien
con él en el despacho. Cuando esto se sepa...
—¡NO HA DESAPARECIDO!  —bramó Snape, muy cerca de ellos—. ¡UNO NO
PUEDE APARECER NI DESAPARECER EN ESTE CASTILLO! ¡POTTER TIENE
ALGO QUE VER CON ESTO!
—Sé razonable, Severus. Harry está encerrado.
¡PLAM!
La puerta de la enfermería se abrió de golpe. Fudge, Snape y Dumbledore entraron
en la sala con paso enérgico. Sólo Dumbledore parecía tranquilo, incluso contento.
Fudge estaba enfadado, pero Snape se hallaba fuera de sí.
—¡CONFIESA, POTTER! —vociferó—. ¿QUÉ ES LO QUE HAS HECHO?
—¡Profesor Snape! —chilló la señora Pomfrey—, ¡contrólese!
—Por favor, Snape, sé razonable  —dijo Fudge—. Esta puerta estaba cerrada con
llave. Acabamos de comprobarlo.
—¡LE AYUDARON A ESCAPAR, LO SÉ!  —gritó Snape, señalando a Harry y a
Hermione. Tenía la cara contorsionada. Escupía saliva.
—¡Tranquilícese, hombre! —gritó Fudge—. ¡Está diciendo tonterías!
—¡NO CONOCE A POTTER!  —gritó Snape—. ¡LO HIZO ÉL, SÉ QUE LO
HIZO ÉL!
—Ya vale, Severus  —dijo Dumbledore con voz tranquila—. Piensa lo que dices.
Esta puerta ha permanecido cerrada con llave desde que abandoné la enfermería, hace
diez minutos. Señora Pomfrey, ¿han abandonado estos alumnos sus camas?
—¡Por supuesto que no! —dijo ofendida la señora Pomfrey—. ¡He estado con ellos
desde que usted salió!
—Ahí lo tienes, Severus —dijo Dumbledore con tranquilidad—. A menos que crea
que Harry y Hermione son capaces de encontrarse en dos lugares al mismo tiempo, me
temo que no encuentro motivo para seguir molestándolos.
Snape se quedó allí, enfadado, apartando la vista de Fudge, que parecía totalmente
sorprendido por su comportamiento, y dirigiéndola a Dumbledore, cuyos ojos brillaban
tras las gafas. Snape dio media vuelta (la tela de su túnica produjo un frufrú) y salió de
la sala de la enfermería como un vendaval.
—Su colega parece perturbado  —dijo Fudge, siguiéndolo con la vista—. Yo en su
lugar; Dumbledore, tendría cuidado con él.
—No es nada serio  —dijo Dumbledore con calma—, sólo que acaba de sufrir una
gran decepción.
—¡No es el único! —repuso Fudge resoplando—. ¡El Profeta va aencontrarlo muy
divertido! ¡Ya lo teníamos arrinconado y se nos ha escapado entre los dedos! Sólo
faltaría que se enterasen también de la huida del hipogrifo, y seré el hazmerreír. Bueno,
tendré que irme y dar cuenta de todo al Ministerio...
—¿Y los dementores?  —le preguntó Dumbledore—. Espero que se vayan del
colegio.
—Sí, tendrán que irse  —dijo Fudge, pasándose una mano por el cabello—. Nunca
creí que intentaran darle el Beso a un niño inocente..., estaban totalmente fuera de
control. Esta noche volverán a Azkaban. Tal vez deberíamos pensar en poner dragones
en las entradas del colegio...
—Eso le encantaría a Hagrid  —dijo Dumbledore, dirigiendo a Harry y a Hermione
una rápida sonrisa. Cuando él y Fudge dejaron la enfermería, la señora Pomfrey corrió
hacia la puerta y la volvió a cerrar con llave. Murmurando entre dientes, enfadada,
volvió a su despacho.
Se oyó un leve gemido al otro lado de la enfermería. Ron se acababa de despertar.
Lo vieron sentarse, rascarse la cabeza y mirar a su alrededor.
—¿Qué ha pasado?  —preguntó—. ¿Harry? ¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde está
Sirius? ¿Dónde está Lupin? ¿Qué ocurre?
Harry y Hermione se miraron.
—Explícaselo tú —dijo Harry, cogiendo un poco más de chocolate.
Cuando Harry; Ron y Hermione dejaron la enfermería al  día siguiente a mediodía,
encontraron el castillo casi desierto. El calor abrasador y el final de los exámenes
invitaban a todo el mundo a aprovechar al máximo la última visita a Hogsmeade. Sin
embargo, ni a Ron ni a Hermione les apetecía ir, así que pasearon con Harry por los
terrenos del colegio, sin parar de hablar de los extraordinarios acontecimientos de la
noche anterior y preguntándose dónde estarían en aquel momento Sirius y  Buckbeak.
Cuando se sentaron cerca del lago, viendo cómo sacaba los tentáculos del agua el
calamar gigante, Harry perdió el hilo de la conversación mirando hacia la orilla opuesta.
La noche anterior; el ciervo había galopado hacia él desde allí.
Una sombra los cubrió. Al levantar la vista vieron a Hagrid, medio dormido, que se
secaba la cara sudorosa con uno de sus enormes pañuelos y les sonreía.
—Ya sé que no debería alegrarme después de lo sucedido la pasada noche —dijo—
. Me refiero a que Black se volviera a escapar y todo eso... Pero ¿a que no adivináis...?
—¿Qué? —dijeron, fingiendo curiosidad.
—Buckbeak. ¡Se escapó! ¡Está libre! ¡Lo estuve celebrando toda la noche!
—¡Eso es estupendo!  —dijo Hermione, dirigiéndole una mirada severa a Ron, que
parecía a punto de reírse.
—Sí, no lo atamos bien  —explicó Hagrid, contemplando el campo satisfecho—.
Esta mañana estaba preocupado, pensé que podía tropezarse por ahí con el profesor
Lupin. Pero Lupin dice que anoche no comió nada.
—¿Cómo? —preguntó Harry.
—Caramba, ¿no lo has oído?  —le preguntó Hagrid, borrando la sonrisa. Bajó  la
voz, aunque no había nadie cerca—. Snape se lo ha revelado esta mañana a todos los de
Slytherin. Creía que a estas alturas ya lo sabría todo el mundo: el profesor Lupin es un
hombre lobo. Y la noche pasada anduvo suelto por los terrenos del colegio. Enestos
momentos está haciendo las maletas, por supuesto.
—¿Que está haciendo las maletas? —preguntó Harry alarmado—. ¿Por qué?
—Porque se marcha  —dijo Hagrid, sorprendido de que Harry lo preguntara—. Lo
primero que hizo esta mañana fue presentar la dimisión. Dice que no puede arriesgarse a
que vuelva a suceder.
Harry se levantó de un salto.
—Voy a verlo —dijo a Ron y a Hermione.
—Pero si ha dimitido...
—No creo que podamos hacer nada.
—No importa. De todas maneras, quiero verlo. Nos veremos aquí mismo más
tarde.
La puerta del despacho de Lupin estaba abierta. Ya había empaquetado la mayor parte
de sus cosas. Junto al depósito vacío del  grindylow, la maleta vieja y desvencijada se
hallaba abierta y casi llena. Lupin se inclinaba sobre algo que había en  la mesa y sólo
levantó la vista cuando Harry llamó a la puerta.
—Te he visto venir  —dijo Lupin sonriendo. Señaló el pergamino sobre el que
estaba inclinado. Era el mapa del merodeador.
—Acabo de estar con Hagrid —dijo Harry—. Me ha dicho que ha presentado  usted
la dimisión. No es cierto, ¿verdad?
—Me temo que sí  —contestó Lupin. Comenzó a abrir los cajones de la mesa y a
vaciar el contenido.
—¿Por qué? —preguntó Harry—. El Ministerio de Magia no lo creerá confabulado
con Sirius, ¿verdad?
Lupin fue hacia lapuerta y la cerró.
—No. El profesor Dumbledore se las ha arreglado para convencer a Fudge de que
intenté salvaros la vida  —suspiró—. Ha sido el colmo para Severus. Creo que ha sido
muy duro para él perder la Orden de Merlín. Así que él... por casualidad... reveló esta
mañana en el desayuno que soy un licántropo.
—¿Y se va sólo por eso? —preguntó Harry.
Lupin sonrió con ironía.
—Mañana a esta hora empezarán a llegar las lechuzas enviadas por los padres. No
consentirán que un hombre lobo dé clase a sus hijos, Harry. Y después de lo de la última
noche, creo que tienen razón. Pude haber mordido a cualquiera de vosotros... No debe
repetirse.
—¡Es usted el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos
tenido nunca! —dijo Harry—. ¡No se vaya!
Lupin negó con la cabeza, pero no dijo nada. Siguió vaciando los cajones. Luego,
mientras Harry buscaba un argumento para convencerlo, Lupin añadió:
—Por lo que el director me ha contado esta mañana, la noche pasada salvaste
muchas vidas, Harry. Si estoy  orgulloso de algo es de todo lo que has aprendido.
Háblame de tu patronus.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry anonadado.
—¿Qué otra cosa podía haber puesto en fuga a los dementores?
Harry contó a Lupin lo que había ocurrido. Al terminar, Lupin volvía a sonreír:
—Sí, tu padre se transformaba siempre en ciervo  —con—firmó—. Lo adivinaste.
Por eso lo llamábamos Cornamenta. —Lupin puso los últimos libros en la maleta, cerró
los cajones y se volvió para mirar a Harry—. Toma, la traje la otra noche de la Casa de
losGritos  —dijo, entregándole a Harry la capa invisible—: Y...  —titubeó y a
continuación le entregó también el mapa del merodeador—. Ya no soy profesor tuyo,
así que no me siento culpable por devolverte esto. A mí ya no me sirve. Y me atrevo a
creer que tú, Ron y Hermione le encontraréis utilidad.
Harry cogió el mapa y sonrió.
—Usted me dijo que Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta me habrían
tentado para que saliera del colegio..., que lo habrían encontrado divertido.
—Sí, lo habríamos hecho  —confirmóLupin, cerrando la maleta—. No dudo que a
James le habría decepcionado que su hijo no hubiera encontrado ninguno de los
pasadizos secretos para salir del castillo.
Alguien llamó a la puerta. Harry se guardó rápidamente en el bolsillo el mapa del
merodeador y la capa invisible.
Era el profesor Dumbledore. No se sorprendió al ver a Harry.
—Tu coche está en la puerta, Remus —anunció.
—Gracias, director.
Lupin cogió su vieja maleta y el depósito vacío del grindylow.
—Bien. Adiós, Harry —dijo sonriendo—. Ha  sido un verdadero placer ser profesor
tuyo. Estoy seguro de que nos volveremos a encontrar en otra ocasión. Señor director;
no hay necesidad de que me acompañe hasta la puerta. Puedo ir solo.
Harry tuvo la impresión de que Lupin quería marcharse lo más  rápidamente
posible.
—Adiós entonces, Remus  —dijo Dumbledore escuetamente. Lupin apartó
ligeramente el depósito del  grindylow  para estrecharle la mano a Dumbledore. Luego,
con un último movimiento de cabeza dirigido a Harry y una rápida sonrisa, salió del
despacho.
Harry se sentó en su silla vacía, mirando al suelo con tristeza. Oyó cerrarse la
puerta y levantó la vista. Dumbledore seguía allí.
—¿Por qué estás tan triste, Harry?  —le preguntó en voz baja—. Tendrías que
sentirte muy orgulloso de ti mismo después de lo ocurrido anoche.
—No sirvió de nada —repuso Harry con amargura—. Pettigrew se escapó.
—¿Que no sirvió de nada?  —dijo Dumbledore en voz baja—. Sirvió de mucho,
Harry. Ayudaste a descubrir la verdad. Salvaste a un hombre inocente de un destino
terrible.
«Terrible.» Harry recordó algo. «Más grande y más terrible que nunca.» ¡La
predicción de la profesora Trelawney!
—Profesor Dumbledore: ayer; en mi examen de Adivinación, la profesora
Trelawney se puso muy rara.
—¿De verdad? —preguntó Dumbledore—. ¿Quieres decir más rara de lo habitual?
—Sí... Habló con una voz profunda, poniendo los ojos en blanco. Y dijo que el
vasallo de Voldemort partiría para reunirse con su amo antes de la medianoche. Dijo
que el vasallo lo ayudaría a recuperar el poder.  —Harry miró a Dumbledore—. Y luego
volvió a la normalidad y no recordaba nada de lo que había dicho. ¿Sería una auténtica
profecía?
Dumbledore parecía impresionado.
—Pienso que podría serlo  —dijo pensativo—. ¿Quién lo habría pensado? Esto
eleva a dos el total de sus profecías auténticas. Tendría que subirle el sueldo...
—Pero...  —Harry lo miró aterrorizado: ¿cómo podía tomárselo Dumbledore con
tanta calma?—, ¡pero yo impedí que Sirius y Lupin mataran a Pettigrew! Esto me
convierte en culpable de un posible regreso de Voldemort.
—En absoluto  —respondió Dumbledore tranquilamente—. ¿No te ha enseñado
nada tu experiencia con el giratiempo, Harry? Las consecuencias de nuestras acciones
son siempre tan complicadas, tan diversas, que predecir el futuro es realmente muy
difícil. La profesora Trelawney, Dios la bendiga, es una prueba de ello. Hiciste algo
muy noble al salvarle la vida a Pettigrew.
—¡Pero si ayuda a Voldemort a recuperar su poder...!
—Pettigrew te debe la vida. Has enviado a Voldemort un lugarteniente que está en
deuda contigo. Cuando un mago le salva la vida a otro, se crea un vínculo entre ellos. Y
si no me equivoco, no creo que Voldemort quiera que su vasallo esté en deuda con
Harry Potter.
—No quiero tener ningún vínculo con Pettigrew  —dijo  Harry—. Traicionó a mis
padres.
—Esto es lo más profundo e insondable de la magia, Harry. Pero confía en mí.
Llegará el momento en que te alegres de haberle salvado la vida a Pettigrew.
Harry no podía imaginar cuándo sería. Dumbledore parecía saber lo que pensaba
Harry.
—Traté mucho a tu padre, Harry, tanto en Hogwarts como más tarde  —dijo
dulcemente—. Él también habría salvado a Pettigrew, estoy seguro.
Harry lo miró. Dumbledore no se reina. Se lo podía decir.
—Anoche... pensé que era mi padre el que  había hecho aparecer mi patronus.
Quiero decir... cuando me vi a mí mismo al otro lado del lago, pensé que lo veía a él.
—Un error fácil de cometer  —dijo Dumbledore—. Supongo que estarás harto de
oírlo, pero te pareces extraordinariamente a James. Menos  en los ojos: tienes los de tu
madre.
Harry sacudió la cabeza.
—Fue una idiotez pensar que era él  —murmuró—. Quiero decir... ya sé que está
muerto.
—¿Piensas que los muertos a los que hemos querido nos abandonan del todo? ¿No
crees que los recordamos especialmente en los mayores apuros? Tu padre vive en ti,
Harry, y se manifiesta más claramente cuando lo necesitas. ¿De qué otra forma podrías
haber creado ese patronus tan especial? Cornamenta volvió a galopar anoche.  —Harry
tardó un rato en comprender lo  que Dumbledore acababa de decirle—. Sirius me contó
anoche cómo se convertían en animagos  —añadió Dumbledore sonriendo—. Una
hazaña extraordinaria... y aún más extraordinario fue que yo no me enterara. Y entonces
recordé la muy insólita forma que adoptó  tu patronus cuando embistió al señor Malfoy
en el partido contra Ravenclaw. Así que anoche viste realmente a tu padre... Lo
encontraste dentro de ti mismo.
Y Dumbledore abandonó el despacho dejando a Harry con sus confusos
pensamientos.
Nadie en Hogwartsconocía la verdad de lo ocurrido la noche en que desaparecieron
Buckbeak, Sirius y Pettigrew, salvo Harry; Ron, Hermione y el profesor Dumbledore.
Al final del curso, Harry oyó muchas teorías acerca de lo que había sucedido, pero
ninguna se acercaba a laverdad.
Malfoy estaba furioso por lo de  Buckbeak. Estaba convencido de que Hagrid había
hallado la manera de esconder el hipogrifo, y parecía ofendido porque el guardabosques
hubiera sido más listo que su padre y él. Percy Weasley, mientras tanto, tenía mucho
que decir sobre la huida de Sirius.
—¡Si logro entrar en el Ministerio, tendré muchas propuestas para hacer cumplir la
ley mágica! —dijo a la única persona que lo escuchaba, su novia Penelope.
Aunque el tiempo era perfecto, aunque el ambiente era tan alegre, aunque sabía que
había logrado casi lo imposible al liberar a Sirius, Harry nunca había estado tan triste al
final de un curso.
Ciertamente, no era el único al que le apenaba la partida del profesor Lupin. Todo
el grupo que acudía con Harry ala clase de Defensa Contra las Artes Oscuras lamentaba
su dimisión.
—Me pregunto a quién nos pondrán el próximo curso —dijo Seamus Finnigan con
melancolía.
—Tal vez a un vampiro —sugirió Dean Thomas con ilusión.
Lo que le pesaba a Harry no era sólo la partida de Lupin. No podía dejar de pensar
en la predicción de la profesora Trelawney. Se preguntaba continuamente dónde estaría
Pettigrew, si estaría escondido o si habría llegado ya junto a Voldemort. Pero lo que
más lo deprimía era la perspectiva de volver con los Dursley. Durante media hora, una
gloriosa media hora, había creído que viviría en adelante con Sirius, el mejor amigo de
sus padres. Era lo mejor que podía imaginar, exceptuando la posibilidad de tener allí
otra vez a su padre. Y aunque era unabuena noticia no tener noticias de Sirius, porque
significaba que no lo habían encontrado, Harry no podía dejar de entristecerse al pensar
en el hogar que habría podido tener y en el hecho de que lo había perdido.
Los resultados de los exámenes salieron  el último día del curso. Harry, Ron y
Hermione habían aprobado todas las asignaturas. Harry estaba asombrado de que le
hubieran aprobado Pociones. Sospechaba que Dumbledore había intervenido para
impedir que Snape lo suspendiera injustamente. El comportamiento de Snape con Harry
durante toda la última semana había sido alarmante. Harry nunca habría creído que la
manía que le tenía Snape pudiera aumentar; pero así fue. A Snape se le movía un
músculo en la comisura de la boca cada vez que veía a Harry, y se  le crispaban los
dedos como si deseara cerrarlos alrededor del cuello de Harry.
Percy obtuvo las más altas calificaciones en ÉXTASIS. Fred y George
consiguieron varios TIMOS cada uno. Mientras tanto, la casa de Gryffindor; en gran
medida gracias a su espectacular actuación en la copa de quidditch, había ganado la
Copa de las Casas por tercer año consecutivo. Por eso la fiesta de final de curso tuvo
lugar en medio de ornamentos rojos y dorados, y la mesa de Gryffindor fue la más
ruidosa de todas, ya que todo el mundo lo estaba celebrando. Incluso Harry, comiendo,
bebiendo, hablando y riendo con sus compañeros, consiguió olvidar que al día siguiente
volvería a casa de los Dursley.
·  ·  ·
Cuando a la mañana siguiente el expreso de Hogwarts salió de la estación, Hermione
dio a Ron y a Harry una sorprendente noticia:
—Esta mañana, antes del desayuno, he ido a ver a la profesora McGonagall. He
decidido dejar los Estudios Muggles.
—¡Pero aprobaste el examen con el 320 por ciento de eficacia!
—Lo sé  —suspiró Hermione—. Pero no puedo soportar otro año como éste. El
giratiempo me estaba volviendo loca. Lo he devuelto. Sin los Estudios Muggles y sin
Adivinación, volveré a tener un horario normal.
—Todavía no puedo creer que no nos dijeras nada  —dijo Ron resentido—. Se
supone que somos tus amigos.
—Prometí que no se lo contaría a nadie —dijo gravemente. Se volvió para observar
a Harry, que veía cómo desaparecía Hogwarts detrás de una montaña. Pasarían dos
meses enteros antes de volverlo a ver—. Alégrate, Harry —dijo Hermione con tristeza.
—Estoy bien —repuso Harry de inmediato—. Pensaba en las vacaciones.
—Sí, yo también he estado pensando en ellas —dijo Ron—. Harry, tienes que venir
a pasar unos días con nosotros. Lo comentaré con mis padres y te llamaré. Ya  sé cómo
utilizar el felétono.
—El teléfono, Ron  —le corrigió Hermione—. La verdad, deberías coger Estudios
Muggles el próximo curso...
Ron no le hizo caso.
—¡Este verano son los Mundiales de quidditch! ¿Qué dices a eso, Harry? Ven y
quédate con nosotros.  Iremos a verlos. Mi padre normalmente consigue entradas en el
trabajo.
La proposición alegró mucho a Harry.
—Sí... Apuesto a que los Dursley estarán encantados de dejarme ir... Especialmente
después de lo que le hice a tía Marge...
Mucho más contento, Harry jugó con Ron y Hermione varias manos de  snap
explosivo, y cuando llegó la bruja con el carrito del té, compró un montón de cosas de
comer; aunque nada que contuviera chocolate.
Pero fue a media tarde cuando apareció lo que lo puso de verdad contento...
—Harry  —dijo Hermione de repente, mirando por encima del hombro de él—,
¿qué es eso de ahí fuera?
Harry se volvió a mirar. Algo muy pequeño y gris aparecía y desaparecía al otro
lado del cristal. Se levantó para ver mejor y distinguió una pequeña lechuzaque llevaba
una carta demasiado grande para ella. La lechuza era tan pequeña que iba por el aire
dando tumbos a causa del viento que levantaba el tren. Harry bajó la ventanilla
rápidamente, alargó el brazo y la cogió. Parecía una snitch cubierta de plumas. La
introdujo en el vagón con mucho cuidado. La lechuza dejó caer la carta sobre el asiento
de Harry y comenzó a zumbar por el compartimento, contenta de haber cumplido su
misión.  Hedwig  dio un picotazo al aire con digna actitud de censura.  Crookshanks  se
incorporó en el asiento, persiguiendo con sus grandes ojos amarillos a la lechuza. Al
notarlo, Ron la cogió para protegerla.
Harry recogió la carta. Iba dirigida a él. La abrió y gritó:
—¡Es de Sirius!
—¿Qué? —exclamaron Ron y Hermione, emocionados—. ¡Léela en voz alta!
Querido Harry:
Espero que recibas esta carta antes de llegar a casa de tus tíos. No sé si
ellos están habituados al correo por lechuza.
Buckbeak  y yo estamos escondidos. No te diré dónde por si ésta cae en
malas manos. Tengo dudas acerca de la fiabilidad de la lechuza, pero es la
mejor que pude hallar, y parecía deseosa de acometer esta misión.
Creo que los dementores siguen buscándome, pero no podrán
encontrarme. Estoy pensando en dejarme ver por algún muggle a mucha
distancia de Hogwarts, para que relajen la vigilancia en el castillo.
Hay algo que no llegué a contarte durante nuestro breve encuentro: fui
yo quien te envió la Saeta de Fuego.
—¡Ja! —exclamó Hermione, triunfante—. ¿Lo veis? ¡Os dije que era de él!
—Sí, pero él no la había gafado, ¿verdad? —observó Ron—. ¡Ay!
La pequeña lechuza, que daba grititos de alegría en su mano, le había picado en un
dedo de manera al parecer afectuosa.
Crookshanks llevó el envío a la oficina de correos. Utilicé tu nombre, pero les
dije que cogieran el oro de la cámara de Gringotts número 711, la mía. Por
favor, considéralo como el regalo que mereces que te haga tu padrino por
cumplir trece años.
También me gustaría disculparme por el susto que creo que te di aquella
noche del año pasado cuando  abandonaste la casa de tu tío. Sólo quería verte
antes de comenzar mi viaje hacia el norte. Pero creo que te alarmaste al
verme.
Te envío en la carta algo que espero que te haga disfrutar más el próximo
curso en Hogwarts.
Si alguna vez me necesitas, comunícamelo. Tu lechuza me encontrará.
Volveré a escribirte pronto.
Sirius
Harry miró impaciente dentro del sobre. Había otro pergamino. Lo leyó
rápidamente, y se sintió tan contento y reconfortado como si se hubiera tomado de un
trago una botella de cerveza de mantequilla.
Yo, Sirius Black, padrino de Harry Potter, autorizo por la presente a mi
ahijado a visitar Hogsmeade los fines de semana.
—Esto le bastará a Dumbledore  —dijo Harry contento. Volvió a mirar la carta de
Sirius—. ¡Un momento! ¡Hay una posdata...!
He pensado que a tu amigo Ron tal vez le guste esta lechuza, ya que por mi
culpa se ha quedado sin rata.
Ron abrió los ojos de par en par. La pequeña lechuza seguía gimiendo de emoción.
—¿Quedármela?  —preguntó dubitativo. La miró muy de cerca  durante un
momento, y luego, para sorpresa de Harry y Hermione, se la acercó a Crookshanks para
que la olfatease.
—¿Qué te parece? —preguntó Ron al gato—. ¿Es una lechuza de verdad?
Crookshanks ronroneó.
—Es suficiente —dijo Ron contento—. Me la quedo.
Harry leyó y releyó la carta de Sirius durante todo el trayecto hasta la estación de
King’s Cross. Todavía la apretaba en la mano cuando él, Ron y Hermione atravesaron la
barrera del andén nueve y tres cuartos. Harry localizó enseguida a tío Vernon. Estaba de
pie, a buena distancia de los padres de Ron, mirándolo con recelo. Y cuando la señora
Weasley abrazó a Harry, confirmó sus peores suposiciones sobre ellos.
—¡Te llamaré por los Mundiales!  —gritó Ron a Harry, al despedirse de ellos.
Luego volvió hacia tío Vernon el carrito en que llevaba el baúl y la jaula de Hedwig. Su
tío lo saludó de la manera habitual.
—¿Qué es eso?  —gruñó, mirando el sobre que Harry apretaba en la mano—. Si es
otro impreso para que lo firme, ya tienes otra...
—No lo es —dijo Harry con alegría—. Es una carta de mi padrino.
—¿Padrino? —farfulló tío Vernon—. Tú no tienes padrino.
—Sí lo tengo —dijo Harry de inmediato—. Era el mejor amigo de mis padres. Está
condenado por asesinato, pero se ha escapado de la prisión de los brujos y ahora se halla
escondido. Sin embargo, le gusta mantener el contacto conmigo... Estar al corriente de
mis cosas... Comprobar que soy feliz...
Y sonriendo ampliamente al ver la expresión de terror que se había dibujado en el
rostro de tío Vernon, Harry se dirigió  a la salida de la estación, con  Hedwig  dando
picotazos delante de él, para pasar un verano que probablemente sería mucho mejor que
el anterior.

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