lunes, 14 de julio de 2014

Harry Potter y la Orden del Fénix Cap. 31-33

31
TIMOS

La euforia que embargaba a Ron por haber contribuido a que Gryffindor ganara la Copa de quidditch
era tal que al día siguiente no conseguía concentrarse en nada. Lo único que le apetecía era hablar sobre
el partido, así que a Harry y Hermione les resultó muy difícil encontrar el momento adecuado para
hablarle de Grawp. La verdad es que no pusieron mucho empeño, pues ninguno de los dos quería ser el
que devolviera a Ron a la realidad de una forma tan cruel. Como de nuevo hacía un día templado y
despejado, lo convencieron de que fuera a repasar con ellos bajo el haya que había junto a la orilla del
lago, donde había menos posibilidades de que los oyeran que en la sala común. Al principio a Ron no le
hizo mucha gracia la idea (se lo estaba pasando en grande en la sala común de Gryffindor, donde cada
vez  que  alguien  pasaba  a  su  lado  le  daba  unas  palmadas  en  la  espalda,  por  no  mencionar  los
espontáneos cantos de «A Weasley vamos a coronar»), pero al cabo de un rato admitió que le sentaría
bien un poco de aire fresco.
Esparcieron sus libros bajo la sombra del haya y se sentaron en la hierba mientras Ron les describía su
primera parada del partido por enésima vez.
—Bueno, veréis, Davies ya me había marcado un tanto, así que no estaba muy seguro de mí mismo,
pero no sé, cuando Bradley vino hacia mí, como salido de la nada, pensé: «¡Tú puedes hacerlo!» Y tuve
un segundo para decidir hacia qué lado me lanzaba, porque parecía que Bradley apuntaba hacia el aro
de gol de la derecha, mi derecha, es decir, su izquierda, pero de pronto tuve la corazonada de que sólo
estaba haciendo una finta, así que me arriesgué y me lancé hacia la izquierda, es decir, hacia su
derecha, y… Bueno, ya visteis lo que pasó —concluyó con modestia, y aunque no hacía ninguna falta
se echó el pelo hacia atrás para que pareciera que se lo había alborotado el viento. Miró alrededor para 
ver si la gente que tenían más cerca (un grupito de cuchicheantes alumnos de tercero de Hufflepuff) lo
habían oído—. Y cinco minutos más tarde, cuando Chambers se me acercó… ¿Qué pasa? —preguntó
Ron, que se había interrumpido a media frase al ver la expresión del rostro de Harry—. ¿De qué te ríes?
—No me río —se apresuró a contestar su amigo, y bajó la vista hacia sus apuntes de Transformaciones
al tiempo que intentaba borrar la sonrisa de sus labios. La verdad era que Harry acababa de recordar a
otro jugador dequidditchde Gryffindor que un día también se alborotó el cabello, sentado bajo aquella
misma haya—. Es que estoy contento de que hayamos ganado.
—Sí —afirmó Ron lentamente saboreando sus palabras—, hemos ganado. ¿Te fijaste en la cara de
Chang cuando Ginny atrapó lasnitchjusto debajo de sus narices?
—Seguro que se puso a llorar —comentó Harry con amargura.
—Sí, pero más de rabia que de otra cosa… —Ron frunció levemente el entrecejo—. Pero ¿viste cómo
tiraba la escoba cuando llegó al suelo?
—Pues… —balbuceó Harry.
—Mira, Ron, la verdad es que no, no lo vimos —confesó Hermione tras suspirar profundamente. Dejó
el libro que tenía en las manos y miró a Ron como si se disculpara—. De hecho, lo único que Harry y
yo vimos del partido fue el primer gol de Davies.
En  ese  momento,  el  pelo  de  Ron,  cuidadosamente  desordenado,  pareció  ponerse  mustio  de  la
desilusión.
—¿No visteis el partido? —preguntó débilmente mirando primero al uno y luego a la otra—. ¿No
visteis ninguno de mis paradones?
—Pues… no —repuso Hermione, y extendió una mano hacia él en un gesto apaciguador—. Nosotros
no nos habríamos ido por nada del mundo, Ron, pero no tuvimos más remedio.
—¿Ah, sí? —dijo Ron, que se estaba poniendo muy colorado—. ¿Y cómo es eso?
—Fue Hagrid —intervino Harry—. Decidió contarnos por qué va cubierto de heridas desde que regresó
de su misión con los gigantes. Quería que lo acompañáramos al bosque; no teníamos elección, ya sabes
cómo se pone de pesado. Pues bien…
Le contaron la historia en cinco minutos, y pasado ese tiempo la indignación de Ron había sido
reemplazada por una expresión de absoluta incredulidad.
—¿Que se trajo uno y lo escondió en el bosque?
—Sí —confirmó Harry con gravedad.
—No —dijo Ron, como si con aquella palabra pudiera invalidar la afirmación de Harry—. No, no
puede ser.
—Pues es —aseguró Hermione con firmeza—. Grawp mide unos cinco metros, se divierte arrancando
pinos de seis metros y me conoce —dio un resoplido— como «Hermy».
Ron soltó una risita nerviosa.
—¿Y decís que Hagrid pretende que nosotros…?
—Le enseñemos nuestro idioma, sí —sentenció Harry.
—Se ha vuelto loco —concluyó Ron, sobrecogido.
—Sí —coincidió Hermione con cara de fastidio; pasó una página deTransformación, nivel intermedio
y se quedó mirando, rabiosa, una serie de diagramas que representaban a una lechuza que se convertía
en unos anteojos de teatro—. Sí, empiezo a pensar que eso es lo que le sucede. Pero, desgraciadamente,
hizo que Harry y yo lo prometiéramos.
—Pues mira, tendréis que faltar a vuestra promesa, así de sencillo —dijo Ron con vehemencia—. Pero
¿cómo se le ocurre…? Tenemos exámenes, y nos faltó esto —levantó una mano y juntó casi el pulgar y
el índice— para que nos expulsaran del colegio. Además…, ¿os acordáis deNorberto? ¿Os acordáis de
Aragog? ¿Alguna vez hemos salido bien parados después de liarnos con alguno de los monstruos
amigos de Hagrid?
—Ya lo sé, pero es que… se lo prometimos —repuso Hermione con voz queda.
Ron volvió a aplastarse el pelo. Parecía preocupado.
—Bueno —comentó con un suspiro—, a Hagrid todavía no lo han despedido, ¿no? Si ha aguantado
hasta ahora, quizá aguante hasta final de curso y no tengamos que acercarnos a Grawp.
Los jardines del castillo relucían bajo la luz del sol como si acabaran de pintarlos; el cielo, sin una
nube, se sonreía a sí mismo en la lisa y brillante superficie del lago; y una suave brisa rizaba de vez en
cuando las satinadas y verdes extensiones de césped. Había llegado el mes de junio, pero para los
alumnos de quinto curso eso sólo significaba una cosa: que se les habían echado encima losTIMOS.
Los profesores ya no les ponían deberes y las clases estaban íntegramente dedicadas a repasar los temas
que ellos creían que con mayor probabilidad aparecerían en los exámenes. Aquella atmósfera de febril
laboriosidad casi había conseguido apartar de la mente de Harry cualquier otra cosa que no fueran los
TIMOS, aunque a veces, durante las clases de Pociones, se preguntaba si Lupin le habría dicho a Snape
que debía seguir dándole clases particulares de Oclumancia. Si lo había hecho, Snape había ignorado a
Lupin igual que a Harry, aunque a él eso no le importaba: ya estaba bastante ocupado y nervioso sin las
clases adicionales de Snape, y por suerte Hermione estaba demasiado absorta últimamente para darle la
lata con las clases de Oclumancia; su amiga pasaba mucho rato murmurando para sí, y llevaba varios
días sin tejer ninguna prenda para elfos.
Sin embargo, Hermione no era la única persona que se comportaba de forma extraña a medida que los
TIMOSse iban acercando. Ernie Macmillan había adoptado la molesta costumbre de interrogar a sus
compañeros sobre las técnicas de estudio que empleaban.
—¿Cuántas horas al día crees que dedicas a repasar? —preguntó con una chispa de locura en los ojos a
Harry y Ron mientras hacían cola para entrar en la clase de Herbología.
—No lo sé —contestó Ron—. Unas cuantas.
—¿Más o menos de ocho?
—Creo que menos —dijo Ron un tanto alarmado.
—Yo, ocho —aseguró Ernie hinchando el pecho—. Ocho o nueve. Estudio una hora todos los días
antes del desayuno. Mi promedio son ocho horas. El fin de semana, si estoy inspirado, llego hasta diez.
El lunes hice nueve y media. El martes no estuve tan fino: sólo conseguí llegar a siete y cuarto. Y el
miércoles…
Harry se alegró muchísimo de que la profesora Sprout los hiciera entrar en aquel momento en el
invernadero número tres, lo que obligó a Ernie a interrumpir su recital.
Entre tanto, Draco Malfoy había encontrado otra manera de provocar el pánico.
—Lo que importa no es lo que hayas estudiado —oyeron que les decía a Crabbe y Goyle en voz alta
frente al aula de Pociones unos días antes de que empezaran los exámenes—, sino si estás bien
relacionado. Mira, mi padre es íntimo amigo de la jefa del Tribunal de Exámenes Mágicos, Griselda
Marchbanks, ha ido varias veces a cenar a mi casa y todo…
—¿Creéis que eso es verdad? —les susurró una alarmada Hermione a Harry y Ron.
—Aunque lo sea, nosotros no podemos hacer nada —contestó Ron con pesimismo.
—Yo no me lo creo —opinó Neville, que estaba detrás de ellos—. Porque Griselda Marchbanks es
amiga de mi abuela, y nunca ha mencionado a los Malfoy.
—¿Cómo es, Neville? —le preguntó de inmediato Hermione—. ¿Es muy estricta?
—La verdad es que se parece bastante a mi abuela —admitió Neville con voz apagada.
—Pero al menos el hecho de conocerla no te perjudicará, ¿no? —intentó animarlo Ron.
—Bah, no creo que tenga ninguna importancia —repuso Neville más apesadumbrado todavía—. Mi
abuela siempre le dice a la profesora Marchbanks que no soy tan buen mago como mi padre… Y,
bueno, ya visteis cómo está la situación en San Mungo…
Neville fijó la vista en el suelo. Harry, Ron y Hermione se miraron unos a otros, pero no supieron qué
decir. Era la primera vez que Neville admitía que se habían encontrado en el hospital de los magos.
Entre tanto, un próspero mercado negro de artículos para facilitar la agilidad mental y la concentración
y para combatir el sueño había nacido entre los alumnos de quinto y séptimo. Harry y Ron estuvieron
tentados de comprar una botella de elixir cerebral Baruffio que les ofreció un alumno de sexto de 
Ravenclaw, Eddie Carmichael, quien aseguró que ese remedio era el único responsable de los nueve
«Extraordinarios» que había sacado en losTIMOSdel curso anterior y les ofrecía medio litro por sólo
doce galeones. Ron aseguró a Harry que le devolvería el dinero en cuanto salieran de Hogwarts y
consiguiera un empleo, pero, antes de que pudieran cerrar el trato, Hermione le había confiscado la
botella a Carmichael y había tirado el contenido por un váter.
—¡Se la íbamos a comprar, Hermione! —protestó Ron.
—No seas estúpido —gruñó ella—. Para el caso podías haberle comprado a Harold Dingle su polvo de
garra de dragón.
—¿Polvo de garra de dragón? —preguntó Ron, interesadísimo.
—Olvídalo, ya no queda —contestó Hermione—. También lo he confiscado. ¿No sabes que nada de
eso funciona?
—¡El polvo de garra de dragón sí funciona! —la contradijo Ron—. Dicen que es increíble: estimula
mucho el cerebro, y durante unas horas te vuelves de lo más ingenioso. Vamos, Hermione, déjame
probar un pellizquito, no puede ser malo…
—Ya lo creo que puede ser malo —aseguró Hermione con severidad—. Le he echado un vistazo y en
realidad son excrementos dedoxysecos.
Aquella información calmó un poco las ansias de Harry y de Ron por tomar estimulantes cerebrales.
Durante la siguiente clase de Transformaciones, recibieron los horarios de los exámenes y las normas
de funcionamiento de losTIMOS.
—Como veréis —explicó la profesora McGonagall a la clase mientras los alumnos copiaban de la
pizarra las fechas y las horas de sus exámenes—, vuestros TIMOS están repartidos en dos semanas
consecutivas. Haréis los exámenes teóricos por la mañana y los prácticos por la tarde. El examen
práctico de Astronomía lo haréis por la noche, como es lógico.
»Debo advertiros que hemos aplicado los más estrictos encantamientos antitrampa a las hojas de
examen.  Las  plumas  autorrespuesta  están  prohibidas  en  la  sala  de  exámenes,  igual  que  las
recordadoras, los puños para copiar de quita y pon y la tinta autocorrectora. Lamento tener que decir
que cada año hay al menos un alumno que cree que puede burlar las normas impuestas por el Tribunal
de Exámenes Mágicos. Espero que este año no sea nadie de Gryffindor. Nuestra nueva… directora…
—al pronunciar esa palabra, la profesora McGonagall puso la misma cara que ponía tía Petunia cuando
contemplaba una mancha particularmente tenaz— ha pedido a los jefes de las casas que adviertan a sus
alumnos que si hacen trampas serán severamente castigados porque, como es lógico, los resultados de
vuestros exámenes dirán mucho de la eficacia del nuevo régimen que la directora ha impuesto en el
colegio… —La profesora McGonagall soltó un pequeño suspiro y Harry vio cómo se le inflaban las
aletas de la afilada nariz—. Aun así, ése no es motivo para que no lo hagáis lo mejor que podáis. Tenéis
que pensar en vuestro futuro.
—Por  favor,  profesora  —dijo  Hermione,  que  había  levantado  la  mano—,  ¿cuándo  sabremos  los
resultados?
—Os enviarán una lechuza en el mes de julio —contestó la profesora McGonagall.
—Estupendo  —comentó  Dean  Thomas  en  voz  baja  pero  audible—.  Así  no  tendremos  que
preocuparnos hasta las vacaciones.
Harry se imaginó sentado en su dormitorio de Privet Drive seis semanas más tarde, esperando los
resultados de susTIMOS. Bueno, pensó, al menos aquel verano seguro que recibía una carta.
Su primer examen, Teoría de Encantamientos, estaba programado para el lunes por la mañana. El
domingo después de comer, Harry accedió a preguntarle la lección a Hermione, pero enseguida lo
lamentó: su amiga estaba muy nerviosa y no paraba de quitarle el libro de las manos para comprobar si
había contestado correctamente a la pregunta, y al final le dio un fuerte golpe en la nariz con el afilado
borde deÚltimos avances en encantamientos.
—¿Por qué no estudias tú sola? —le propuso Harry con firmeza, y le devolvió el libro con los ojos
llorosos.
Mientras tanto, Ron leía los apuntes de Encantamientos de aquel curso y del anterior, tapándose los
oídos con los índices y moviendo los labios sin emitir ningún sonido; Seamus Finnigan estaba tumbado
boca arriba en el suelo y recitaba la definición del encantamiento sustancial mientras Dean comprobaba
si había acertado con ayuda delLibro reglamentario de hechizos, 5° curso; y Parvati y Lavender, que
practicaban  encantamientos  de  locomoción  básicos,  intentaban  que  sus  plumas  hicieran  carreras
alrededor del borde de la mesa.
Aquella noche reinaba un ambiente muy apagado durante la cena. Harry y Ron no hablaban mucho,
pero comían con ganas, pues habían estudiado con intensidad todo el día. Hermione, por su parte,
dejaba una y otra vez el tenedor y el cuchillo y escondía la cabeza debajo de la mesa, donde tenía la
mochila, para sacar un libro o comprobar un dato o alguna cifra. Mientras Ron le decía que si no comía
como era debido no podría pegar ojo en toda la noche, a Hermione le resbaló de los temblorosos dedos
el tenedor, que fue a parar sobre el plato y produjo un fuerte tintineo.
—¡Ay,  madre!  —exclamó  ella  por  lo  bajo  mirando  hacia  el  vestíbulo—.  ¿Son  ellos?  ¿Son  los
examinadores?
Harry y Ron se dieron rápidamente la vuelta en el banco. Más allá de las puertas abiertas del Gran
Comedor vieron a la profesora Umbridge de pie con un pequeño grupo de brujas y magos que parecían
muy ancianos. Harry se alegró al ver que la profesora Umbridge parecía muy nerviosa.
—¿Vamos a verlos más de cerca? —propuso Ron.
Harry y Hermione asintieron con la cabeza, y los tres se apresuraron hacia las puertas del vestíbulo,
pero  caminaron  más  despacio  después  de  cruzar  el  umbral  para  pasar  lentamente  junto  a  los
examinadores. Harry pensó que la profesora Marchbanks debía de ser la bruja bajita y encorvada con la
cara tan arrugada que parecía que la hubieran cubierto de telarañas; la profesora Umbridge se dirigía a
ella con deferencia. Por lo visto, la profesora Marchbanks estaba un poco sorda y contestaba a la
profesora Umbridge en voz muy alta, teniendo en cuenta que sólo las separaba un palmo.
—¡Hemos tenido buen viaje, hemos tenido buen viaje, ya lo hemos hecho muchas veces! —decía con
impaciencia—. ¡Bueno, últimamente no he tenido noticias de Dumbledore! —añadió, y escudriñó el
vestíbulo como si albergara esperanzas de que éste apareciera de pronto del interior de un armario para
guardar escobas—. Supongo que no tiene ni idea de dónde está.
—No, ni idea —contestó la profesora Umbridge, y lanzó una mirada asesina a Harry, Ron y Hermione,
que se habían quedado al pie de la escalera de mármol mientras Ron fingía que se ataba los cordones de
un zapato—. Pero me atrevería a decir que el Ministerio de Magia dará con él muy pronto.
—¡Lo dudo! —gritó la diminuta profesora Marchbanks—. ¡No lo encontrarán si Dumbledore no quiere
que lo encuentren! Se lo digo yo… Lo examiné personalmente en Transformaciones y Encantamientos
cuando hizo susÉXTASIS… Hacía unas cosas con la varita que yo jamás había visto hacer.
—Sí, bueno… —balbuceó la profesora Umbridge mientras Harry, Ron y Hermione arrastraban los pies
por la escalera con toda la parsimonia de que eran capaces—, déjeme que le enseñe la sala de
profesores. Seguro que le apetece tomar una taza de té después de un viaje tan largo.
Fue una noche incómoda. Todo el mundo intentaba repasar un poco más en el último momento, aunque
no parecía que nadie avanzara mucho. Harry se acostó temprano, pero permaneció despierto durante lo
que a él le parecieron horas. Recordó su entrevista sobre orientación académica con la profesora
McGonagall, y cómo ésta había afirmado, enfurecida, que lo ayudaría a serauroraunque eso fuera lo
último que hiciera en la vida. Ahora que había llegado el momento de examinarse, lamentaba no haber
dicho que tenía un objetivo más fácil de alcanzar. Sabía que no era el único que no podía conciliar el
sueño, pero ninguno de sus compañeros de dormitorio comentaba nada, y al final, uno a uno, se fueron
quedando dormidos.
Al día siguiente tampoco ningún alumno de quinto curso habló demasiado durante el desayuno. Parvati
practicaba conjuros por lo bajo mientras el salero que tenía delante daba sacudidas; Hermione releía
Últimos avances en encantamientosa tal velocidad que sus ojos se veían borrosos; y Neville no paraba
de dejar caer su tenedor y su cuchillo y de volcar el tarro de mermelada de naranja.
Cuando terminó el desayuno, los alumnos de quinto y de séptimo se congregaron en el vestíbulo
mientras los demás estudiantes subían a sus aulas; entonces, a las nueve y media, los llamaron clase por
clase para que entraran de nuevo en el Gran Comedor, que entonces ofrecía el mismo aspecto que
Harry había visto en elpensaderocuando su padre, Sirius y Snape hacían sus TIMOS; habían retirado
las cuatro mesas de las casas y en su lugar habían puesto muchas mesas individuales, encaradas hacia la
de los profesores, desde donde los miraba la profesora McGonagall, que permanecía de pie. Cuando
todos se hubieron sentado y se hubieron callado, la profesora McGonagall dijo:
—Ya podéis empezar. —Y dio la vuelta a un enorme reloj de arena que había sobre la mesa que tenía a
su lado, en la que también había plumas, tinteros y rollos de pergamino de repuesto.
Harry, a quien el corazón le latía muy deprisa, le dio la vuelta a su hoja (tres filas hacia la derecha y
cuatro asientos hacia delante, Hermione ya había empezado a escribir) y leyó la primera pregunta: a)
Nombre el conjuro para hacer volar un objeto, b) Describa el movimiento de varita que se requiere.
Harry recordó fugazmente cómo un garrote se elevaba y caía produciendo un fuerte ruido sobre la dura
cabeza de un trol… Sonriendo, se inclinó sobre el papel y empezó a escribir.
—Bueno, no ha estado del todo mal, ¿verdad? —comentó Hermione en el vestíbulo, nerviosa, dos
horas más tarde. Todavía llevaba en la mano la hoja con las preguntas del examen—. Aunque no creo
que me haya hecho justicia en encantamientos regocijantes, no tuve suficiente tiempo. ¿Habéis puesto
el contraencantamiento del hipo? Yo no estaba segura de si debía ponerlo, me parecía excesivo… Y en
la pregunta número veintitrés…
—No seas pesada, Hermione —dijo Ron severamente—, sabes de sobra que no nos gusta repasar todas
las preguntas, ya tenemos bastante con responderlas una vez.
Los alumnos de quinto comieron con el resto de los estudiantes (las cuatro mesas de las casas habían
vuelto a aparecer a la hora de la comida) y luego entraron en masa en la pequeña cámara que había
junto al Gran Comedor, donde tenían que esperar a que los avisaran para hacer el examen práctico. Los
llamaban en reducidos grupos y por orden alfabético; los que se quedaban atrás murmuraban conjuros y
practicaban movimientos de varita, metiéndosela de vez en cuando los unos a los otros en un ojo o
dándose con ella golpes en la espalda sin querer.
Por fin llamaron a Hermione, quien, temblorosa, salió de la cámara con Anthony Goldstein, Gregory
Goyle y Daphne Greengrass. Los alumnos que ya se habían examinado no regresaban a esa sala, así
que Harry y Ron no supieron cómo le había ido a su amiga.
—Seguro que lo hace bien. ¿Te acuerdas de cuando sacó un ciento doce por ciento en un examen de
Encantamientos? —dijo Ron.
Diez minutos más tarde, el profesor Flitwick llamó a: «Parkinson, Pansy; Patil, Padma; Patil, Parvati;
Potter, Harry.»
—Buena suerte —le deseó Ron por lo bajo. Harry entró en el Gran Comedor asiendo tan fuerte su
varita que le temblaba la mano.
—El profesor Tofty está libre, Potter —le indicó con su voz chillona el profesor Flitwick, que se
hallaba de pie junto a la puerta. Y señaló al examinador más anciano y más calvo, que estaba sentado
detrás de una mesita, en un rincón alejado, a escasa distancia de la profesora Marchbanks, quien por su
parte examinaba a Draco Malfoy.
—Potter, ¿verdad? —preguntó el profesor Tofty consultando sus notas, y miró a Harry por encima de
sus quevedos al verlo acercarse—. ¿El famoso Potter?
Con el rabillo del ojo Harry vio claramente cómo Malfoy le lanzaba una mirada mordaz; la copa de
vino que éste estaba haciendo levitar cayó al suelo y se hizo añicos.
Harry no pudo contener una sonrisa; a su vez, el profesor Tofty le sonrió como si quisiera animarlo.
—Eso es —dijo con su temblorosa voz—, no tienes por qué ponerte nervioso. Bueno, me gustaría que
cogieras esta huevera y le hicieras dar unas cuantas volteretas.
Harry  salió  del  examen  con  la  impresión  de  que,  en  general,  lo  había  hecho  bastante  bien.  El
encantamiento levitatorio le salió mucho mejor que a Malfoy, aunque lamentaba haber confundido el
encantamiento de cambio de color con el de crecimiento, haciendo que la rata que tenía que poner de
color naranja se hinchara de forma asombrosa hasta alcanzar el tamaño de un tejón, antes de que
pudiera rectificar su error. Se alegró de que en ese momento Hermione no estuviera en el comedor, y
después no se lo comentó. En cambio, a Ron podía explicárselo; por su parte, Ron había logrado que un
plato se convirtiera en una enorme seta y no tenía ni idea de cómo había pasado.
Aquella noche no tuvieron tiempo para relajarse; después de cenar, subieron directamente a la sala
común y se pusieron a repasar para el examen de Transformaciones que tenían al día siguiente. Harry
fue a acostarse con la cabeza llena de complicados ejemplos y teorías de hechizos.
Por la mañana, Harry olvidó la definición de hechizo permutador en su examen escrito, pero le pareció
que el examen práctico habría podido irle mucho peor. Al menos consiguió hacer desaparecer por
completo su iguana mediante un hechizo desvanecedor, en tanto que la pobre Hannah Abbott, que se
examinaba en la mesa de al lado, perdía el control y convertía su hurón en una bandada de flamencos.
Tuvieron que interrumpir los exámenes durante diez minutos hasta que capturaron a todas las aves y las
desalojaron del comedor.
El miércoles hizo el examen de Herbología (si no tenía en cuenta el pequeño mordisco que recibió de
un geranio colmilludo, Harry creía que lo había hecho muy bien), y luego, el jueves, Defensa Contra
las Artes Oscuras. Aquel día Harry se convenció por primera vez de que había aprobado. No tuvo
ninguna dificultad con las preguntas escritas, y durante el examen práctico disfrutó especialmente
realizando los contraembrujos y los hechizos defensivos delante de la profesora Umbridge, que lo
miraba con frialdad desde cerca de las puertas que daban al vestíbulo.
—¡Bravo! —exclamó el profesor Tofty, que volvía a examinar a Harry, cuando éste realizó a la
perfección un hechizo repulsor de boggarts—. ¡Excelente! Bueno, creo que eso es todo, Potter… A
menos que… —El hombre se inclinó un poco hacia delante—. Mi buen amigo Tiberius Ogden me ha
dicho que sabes hacer unpatronus. Si quieres subir la nota…
Harry alzó su varita, miró directamente a la profesora Umbridge y se imaginó que la echaban del
colegio.
—¡Expecto patronum!
Su ciervo plateado salió del extremo de la varita mágica y recorrió el comedor a medio galope. Los
examinadores giraron la cabeza para verlo, y cuando se disolvió en una neblina plateada, el profesor
Tofty aplaudió con entusiasmo con sus nudosas manos, surcadas de venas.
—¡Excelente! —gritó—. ¡Muy bien, Potter, ya puedes marcharte!
Al pasar junto a la profesora Umbridge, Harry y ella se miraron. Una desagradable sonrisa se insinuaba
en las comisuras de la ancha y flácida boca de la profesora, pero a Harry no le importó. A menos que se
equivocara  mucho  (y  por  si  así  era,  no  pensaba  decírselo  a  nadie),  acababa  de  conseguir  un
«Extraordinario» en elTIMOde Defensa Contra las Artes Oscuras.
El viernes, Harry y Ron no tenían ningún examen, mientras que Hermione se presentaba al de Runas
Antiguas, y como tenían todo el fin de semana por delante, se permitieron el lujo de no estudiar.
Sentados junto a la ventana abierta, por la que entraba una cálida brisa estival, bostezaban y se
desperezaban mientras jugaban al ajedrez mágico. A lo lejos, Harry veía a Hagrid, que daba una clase
donde se iniciaba el bosque. Estaba intentando adivinar qué criaturas estudiaban los alumnos (dedujo
que debían de ser unicornios porque los chicos se mantenían un poco apartados) cuando se abrió el
hueco del retrato y Hermione entró muy malhumorada en la sala común.
—¿Cómo te ha ido el examen de Runas? —le preguntó Ron sin parar de bostezar.
—He traducido mal «ehwaz» —dijo Hermione, furiosa—. Significa «asociación», y no «defensa». Lo
he confundido con «eihwaz».
—Bueno —comentó Ron perezosamente—, eso es sólo un pequeño error, no creo que…
—¡Cállate, Ron! —saltó Hermione—. Podría ser el error que marcara la diferencia entre un aprobado y
un suspenso. Además, alguien ha puesto otroescarbatoen el despacho de la profesora Umbridge. No
sé cómo habrán conseguido colarlo por la puerta nueva, pero el caso es que ha entrado, y la profesora 
Umbridge está que se sube por las paredes. Al parecer, elescarbatoha intentado pegarle un mordisco
en la pierna.
—¡Genial! —exclamaron Harry y Ron a la vez.
—¡No tiene nada de genial! —los contradijo Hermione acaloradamente—. Ella cree que el responsable
es Hagrid, ¿no os acordáis? ¡Y no queremos que lo despidan!
—Hagrid está dando una clase, no puede culparlo a él —argumentó Harry señalando la ventana.
—¡Harry, a veces eres tan ingenuo!… ¿De verdad crees que la profesora Umbridge esperará a tener
pruebas? —preguntó Hermione, que parecía decidida a estar de un humor de perros, y se fue con la
cabeza erguida hacia su dormitorio, cerrando de un portazo.
—Qué chica tan encantadora y tan dulce —comentó Ron en voz baja a la vez que daba un empujoncito
a su reina para que atacara a uno de los caballos de Harry.
Hermione estuvo de mal humor casi todo el fin de semana, aunque a sus amigos no les costó mucho
ignorarlo, pues durante gran parte del sábado y del domingo repasaron Pociones para el examen del
lunes; era la prueba que Harry más temía y estaba seguro de que significaría el desmoronamiento de su
ilusión de llegar a serauror . Como era de esperar, encontró difícil el examen escrito, aunque creía que
había contestado correctamente a la pregunta sobre la pociónmultijugosy había sabido describir con
precisión sus efectos, pues la había tomado ilegalmente en su segundo año en Hogwarts.
El examen práctico de la tarde no resultó tan espantoso como Harry había imaginado. Snape no estuvo
presente, y Harry se sintió mucho más relajado que cuando preparaba sus pociones. Neville, que estaba
sentado muy cerca de Harry, también parecía más tranquilo de lo que este lo había visto jamás durante
las clases de Pociones. Cuando la profesora Marchbanks dijo: «Separaos de vuestros calderos, por
favor. El examen ha terminado», Harry tapó su botella de muestra con la sensación de que quizá no
sacase muy buena nota, pero al menos, con un poco de suerte, evitaría el suspenso.
—Sólo  nos  quedan  cuatro  exámenes  —observó  Parvati  Patil,  suspirando  de  cansancio,  cuando
regresaban a la sala común de Gryffindor.
—¡Sólo! —repuso Hermione con exasperación—. ¡A mí me queda el de Aritmancia, que seguramente
es la asignatura más difícil de todas!
Nadie se atrevió a replicar, así que no pudo desahogar su ira sobre ninguno de sus compañeros y tuvo
que contentarse con regañar a unos alumnos de primero por reír demasiado alto en la sala común.
Harry se había propuesto esmerarse al máximo en el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas del
martes para no hacer quedar mal a Hagrid. El examen práctico tuvo lugar por la tarde en la extensión de
césped que había junto a la linde del Bosque Prohibido, donde los estudiantes tuvieron que identificar
correctamente alknarlescondido entre una docena de erizos (el truco consistía en ofrecer leche a todos
por turnos; losknarls, que son unas criaturas muy desconfiadas cuyas púas tienen propiedades mágicas,
se ponían furiosos ante lo que interpretaban como un intento de envenenarlos). Después tuvieron que
demostrar que sabían manejar correctamente unbowtruckle, dar de comer y limpiar a un cangrejo de
fuego sin sufrir quemaduras de consideración, y elegir, de entre una amplia variedad de alimentos, la
dieta que pondrían a un unicornio enfermo. Harry veía que Hagrid miraba, nervioso, por la ventana de
su cabaña. Cuando la examinadora de Harry, que esta vez era una bruja bajita y regordeta, le sonrió y le
dijo que ya podía irse, Harry le hizo a su amigo una breve seña de aprobación con los pulgares antes de
volver al castillo. El examen teórico de Astronomía del miércoles por la mañana le salió bastante bien.
Harry no estaba seguro de haber recordado correctamente los nombres de todas las lunas de Júpiter,
pero al menos sabía que ninguna estaba cubierta de pelo. Como para hacer la prueba práctica de
Astronomía tenían que esperar a que anocheciera, dedicaron la tarde al examen de Adivinación.
Éste, se mirara por donde se mirara, le salió muy mal: no vio ni una sola imagen en movimiento en la
bola de cristal, tan lisa como la superficie de su mesa; perdió por completo la cabeza durante la lectura
de las hojas de té y dijo que le parecía que en breve la profesora Marchbanks conocería a un redondo,
oscuro y empapado extraño; y para rematar la faena confundió la línea de la vida con la de la cabeza en
la palma de la mano de la examinadora y le comunicó que debería haber muerto el martes anterior.
—Bueno, ése ya sabíamos que lo suspenderíamos —comentó Ron con pesimismo mientras subían la
escalera de mármol.
A Harry le consoló mucho saber que su amigo le había contado con todo detalle al examinador que veía
a un hombre feísimo con una verruga en la nariz que había aparecido en su bola de cristal, y que
cuando levantó la cabeza se dio cuenta de que había estado describiendo el reflejo del examinador.
—No debimos matricularnos en esa estúpida asignatura —comentó Harry.
—Bueno, al menos ahora podremos dejarla.
—Sí. Y ya no tendremos que fingir que nos interesa lo que pasa cuando Júpiter y Urano hacen
demasiadas migas.
—Y a partir de ahora no me importará que mis hojas de té digan: «Vas a morir, Ron, vas a morir.» Las
voy a tirar a la basura sin miramientos.
Harry rió, y en ese momento Hermione llegó corriendo y los alcanzó. Harry paró de reír al instante, por
si eso molestaba a su amiga.
—Bueno, me parece que el de Aritmancia me ha salido bien —comentó, y Harry y Ron suspiraron
aliviados—. Aún tenemos tiempo para repasar los mapas celestes antes de la cena, y luego…
A las once, cuando llegaron a la torre de Astronomía, comprobaron que hacía una noche tranquila y
despejada, perfecta para la observación de los astros. La plateada luz de la luna bañaba los jardines y
soplaba una fresca brisa. Cada alumno montó su telescopio, y cuando la profesora Marchbanks dio la
orden, empezaron a rellenar el mapa celeste en blanco que les habían repartido.
El profesor Tofty y la profesora Marchbanks se paseaban entre los alumnos, vigilando mientras éstos
anotaban la posición exacta de las estrellas y de los planetas que observaban. Sólo se oía el susurro del
pergamino al cambiarlo de posición, el ocasional chirrido de un telescopio al ajustarlo sobre su trípode,
y el rasgueo de las plumas. Al cabo de una hora y media, los rectángulos de luz dorada que se
proyectaban sobre los jardines fueron desapareciendo conforme se apagaban las luces en el castillo.
Pero cuando Harry estaba completando la constelación de Orión en su mapa celeste, las puertas del
castillo se abrieron, justo debajo del parapeto donde se encontraba él, y la luz se esparció por los
escalones de piedra hasta alcanzar el césped. Harry miró hacia abajo, fingiendo que ajustaba un poco la
posición de su telescopio, y vio unas cinco o seis alargadas siluetas que avanzaban por la hierba
iluminada; entonces se cerraron las puertas y el césped se convirtió de nuevo en un mar de oscuridad.
Harry volvió a pegar el ojo al telescopio y lo enfocó para examinar Venus. Luego dirigió la vista hacia
su mapa para anotar la posición del planeta, pero algo lo distrajo; se quedó quieto, con la pluma
suspendida sobre la hoja de pergamino, miró hacia los oscuros jardines entrecerrando los ojos, y vio a
media  docena  de  personas  que  caminaban  por  ellos.  Si  aquellas  figuras  no  hubieran  estado  en
movimiento, y si la luz de la luna no hubiera hecho que les brillara la coronilla, Harry no habría podido
distinguirlas del oscuro suelo por el que andaban. Incluso desde aquella distancia, al chico le pareció
reconocer los andares de la figura más baja, que al parecer era la que guiaba al grupo.
No se le ocurría ninguna razón por la que la profesora Umbridge hubiera salido a pasear por los
jardines pasada la medianoche, y menos aún acompañada de otras cinco personas. Entonces alguien
tosió detrás de él, y Harry recordó que estaba en medio de un examen. Se le había olvidado por
completo la posición de Venus. Pegó el ojo al telescopio, la encontró de nuevo e iba a anotar su
posición  en  el  mapa  cuando,  atento  a  cualquier  ruido  extraño,  oyó  unos  golpecitos  lejanos  que
resonaron por los desiertos jardines, seguidos inmediatamente por los amortiguados ladridos de un
perro.
Levantó la cabeza; el corazón le latía muy deprisa. Había luz en las ventanas de la cabaña de Hagrid, y
las siluetas de las personas a las que había visto cruzar la extensión de césped se destacaban contra
ellas. Se abrió la puerta y entonces Harry vio claramente a seis figuras muy bien definidas que cruzaban
el umbral. La puerta volvió a cerrarse y ya no se oyó nada más.
Harry estaba muy trastornado. Miró a su alrededor para comprobar si Ron o Hermione habían visto lo
mismo, pero en ese momento la profesora Marchbanks caminaba hacia él, y como no quería que 
pareciera que intentaba copiar el examen de algún compañero, se apresuró a inclinarse sobre su mapa
celeste y fingió que escribía, cuando en realidad miraba por encima del parapeto hacia la cabaña de
Hagrid. En ese instante las figuras se movían detrás de las ventanas de la cabaña y tapaban la luz.
Notaba los ojos de la profesora Marchbanks clavados en su nuca; pegó de nuevo el ojo al telescopio y
lo dirigió hacia la luna, pese a que hacía una hora que había anotado su posición; pero cuando la
profesora Marchbanks pasó de largo, Harry oyó un rugido procedente de la lejana cabaña que resonó en
la oscuridad y llegó hasta lo alto de la torre de Astronomía. Varios alumnos que Harry tenía cerca se
separaron de sus telescopios y miraron hacia la cabaña de Hagrid.
El profesor Tofty volvió a toser.
—Chicos,  chicas,  intentad  concentraros  —dijo  en  voz  baja.  Casi  todos  los  alumnos  siguieron
escudriñando el cielo con sus telescopios. Harry echó un vistazo a la izquierda. Hermione miraba,
petrificada, hacia la cabaña de Hagrid—. Ejem…, veinte minutos… —anunció el profesor Tofty.
Hermione pegó un brinco y volvió a concentrarse de inmediato en su mapa celeste; Harry dirigió la
mirada hacia el suyo y vio que había escrito «Marte» donde debía haber escrito «Venus», así que se
apresuró a corregir el error.
Entonces se oyó un fuerte¡PUM!que procedía de los jardines y varios estudiantes exclamaron «¡Ay!» al
golpearse la cara con el extremo de la mira de sus telescopios cuando se apresuraron a observar lo que
estaba pasando abajo.
La puerta de la cabaña de Hagrid se había abierto, y la luz que salía de dentro les permitió verlo con
bastante claridad: una figura de gran tamaño rugía y enarbolaba los puños, rodeada de seis personas, las
cuales intentaban aturdirlo a juzgar por los finos rayos de luz roja que proyectaban hacia él.
—¡No! —gritó Hermione.
—¡Señorita! —exclamó escandalizado el profesor Tofty—. ¡Esto es un examen!
Pero ya nadie prestaba atención a los mapas celestes. Todavía se veían haces de luz roja junto a la
cabaña de Hagrid, aunque parecían rebotar en él; el guardabosques aún estaba en pie y a Harry le
pareció que no había dejado de defenderse. Por los jardines resonaban gritos y un hombre bramó: «¡Sé
razonable, Hagrid!»
—¿Razonable? —rugió él—. ¡Maldita sea, Dawlish, no me llevaréis así!
Harry vio la silueta de Fang, que intentaba defender a su amo y saltaba repetidamente sobre los magos
que rodeaban a Hagrid, hasta que el rayo de un hechizo aturdidor alcanzó al animal, que cayó al suelo.
Hagrid soltó un furioso aullido y cogió al culpable y lo lanzó por el aire; el hombre recorrió unos tres
metros volando y no volvió a levantarse. Hermione soltó un grito de horror, tapándose la boca con
ambas manos; Harry miró a Ron y vio que su amigo también estaba muy asustado. Ninguno de los tres
había visto jamás a Hagrid enfadado de verdad.
—¡Mirad! —gritó Parvati, que se había apoyado en el parapeto y señalaba las puertas del castillo, que
habían vuelto a abrirse; la luz iluminaba de nuevo el oscuro jardín, y una silueta cruzaba la extensión
de césped.
—¡Por favor, chicos! —exclamó el profesor Tofty, muy alterado—. ¡Sólo os quedan dieciséis minutos!
Pero nadie le hizo caso: todos observaban a la persona que en ese momento corría hacia la cabaña de
Hagrid, donde se estaba librando la batalla.
—¿¡Cómo se atreven!? —gritaba la solitaria figura mientras corría—. ¿¡Cómo se atreven!?
—¡Es la profesora McGonagall! —susurró Hermione.
—¡Déjenlo en paz! ¡He dicho que lo dejen en paz! —repetía la profesora McGonagall en la oscuridad
—. ¿Con qué derecho lo atacan? Él no ha hecho nada, nada que justifique este…
Hermione, Parvati y Lavender gritaron a la vez, pues las figuras que había junto a la cabaña de Hagrid
lanzaron al menos cuatro rayos aturdidores contra la profesora McGonagall. A medio camino entre la
cabaña y el castillo, los rayos chocaron contra ella; en un primer momento, la profesora se iluminó y
desprendió un brillo de un extraño color rojo; luego se despegó del suelo, cayó con fuerza sobre la
espalda y no volvió a moverse.
—¡Gárgolas galopantes! —gritó el profesor Tofty, que también parecía haber olvidado por completo el
examen—. ¡Eso no es una advertencia! ¡Es un comportamiento vergonzoso!
—¡COBARDES! —bramó Hagrid; su voz llegó con claridad hasta lo alto de la torre, y varias luces
volvieron a encenderse dentro del castillo—.¡MALDITOS COBARDES! ¡TOMA ESTO! ¡Y ESTO!
—¡Ay, madre! —gimió Hermione.
Hagrid intentó dar un par de fuertes golpes a los agresores que tenía más cerca, a quienes, a juzgar por
cómo se derrumbaron, dejó inconscientes. Pero luego Harry vio que Hagrid se doblaba por la cintura,
como si finalmente el hechizo lo hubiera vencido. Sin embargo, se equivocaba: al cabo de un instante,
Hagrid volvía a estar de pie y llevaba algo que parecía un saco a la espalda. Entonces Harry se dio
cuenta de que se había colocado sobre los hombros el cuerpo inerte de Fang.
—¡Deténganlo! ¡Sujétenlo! —gritaba la profesora Umbridge, pero el único ayudante que le quedaba se
mostraba muy reacio a ponerse al alcance de los puños de Hagrid; empezó a retroceder, tan deprisa que
tropezó con uno de sus inconscientes colegas, y también cayó al suelo.
Hagrid, mientras tanto, se había dado la vuelta y había echado a correr con Fang sobre los hombros. La
profesora Umbridge le echó un último hechizo aturdidor, pero no dio en el blanco; y Hagrid, corriendo
a toda velocidad hacia las lejanas verjas, desapareció en la oscuridad.
Hubo  un  largo  minuto  de  silencio;  los  alumnos,  temblorosos  y  boquiabiertos,  contemplaban  los
jardines. Entonces la débil voz del profesor Tofty anunció:
—Humm…, cinco minutos, chicos.
Harry estaba impaciente porque terminara el examen, pese a que sólo había llenado dos terceras partes
de su mapa. Cuando por fin se agotó el tiempo, Ron y Hermione guardaron de cualquier manera los
telescopios en sus fundas y bajaron todo lo deprisa que pudieron por la escalera de caracol. Ningún
alumno había ido a acostarse; todos estaban hablando con gran excitación y en voz alta al pie de la
escalera sobre lo que acababan de presenciar.
—¡Qué mujer tan perversa! —exclamó entrecortadamente Hermione, a la que al parecer le costaba
hablar debido a la rabia—. ¡Mira que intentar detener a Hagrid en plena noche!
—Es evidente que quería evitar otra escena como la de la profesora Trelawney —explicó sabiamente
Ernie Macmillan, que se había abierto paso entre los alumnos para unirse a Harry, Ron y Hermione.
—Cómo  se  ha  defendido  Hagrid,  ¿eh?  —observó  Ron  pese  a  que  parecía  más  asustado  que
impresionado—. ¿Por qué todos los hechizos rebotaban en él?
—Debe de ser su sangre de gigante —repuso Hermione con voz temblorosa—. Es muy difícil aturdir a
un gigante, son muy resistentes, como los trols… Pero pobre profesora McGonagall… ¡Ha recibido
cuatro rayos aturdidores en el pecho! Y no es muy joven que digamos, ¿verdad?
—Espantoso,  espantoso  —añadió  Ernie  moviendo  con  pomposidad  la  cabeza—  Bueno,  voy  a
acostarme. Buenas noches a todos.
Los chicos que había alrededor de los tres amigos empezaron a dispersarse, pero ellos siguieron
hablando con agitación sobre lo que acababan de ver.
—Al menos no han conseguido llevarse a Hagrid a Azkaban —comentó Ron—. Supongo que habrá ido
a reunirse con Dumbledore, ¿no?
—Supongo que sí —replicó Hermione, llorosa—. ¡Qué horror, estaba convencida de que Dumbledore
no tardaría en volver al colegio, pero ahora nos hemos quedado también sin Hagrid!
Regresaron a la sala común de Gryffindor y la encontraron llena de gente. El alboroto que se había
armado en los jardines había despertado a varias personas, que no habían dudado en despertar también
a sus compañeros. Seamus y Dean, que habían llegado antes que Harry, Ron y Hermione, estaban
relatando a todos lo que habían visto y oído desde lo alto de la torre de Astronomía.
—Pero ¿por qué tenía que despedir a Hagrid ahora? —preguntó Angelina Johnson—. ¡Su caso es
diferente del de la profesora Trelawney, él había mejorado mucho este año!
—La profesora Umbridge odia a los semihumanos —le recordó Hermione con amargura, y se dejó caer
en una butaca—. Estaba decidida a hacer todo lo posible para que echaran a Hagrid.
—Y además creía que Hagrid le poníaescarbatosen el despacho —intervino Katie Bell.
—¡Ostras! —exclamó Lee Jordan, y se tapó la boca con una mano—. Era yo el que le poníaescarbatos
en el despacho. Fred y George me dejaron un par. Los hacía levitar y entrar por la ventana.
—Lo  habría  despedido  de  todos  modos  —comentó  Dean—.  Hagrid  está  demasiado  cerca  de
Dumbledore.
—Eso es verdad —coincidió Harry, y se sentó en una butaca junto a la de Hermione.
—Espero que la profesora McGonagall se encuentre bien —dijo Lavender con lágrimas en los ojos.
—La han subido al castillo, lo hemos visto por la ventana del dormitorio —apuntó Colin Creevey—.
No tenía buen aspecto.
—Seguro que la señora Pomfrey la curará —dijo Alicia Spinnet con firmeza—. Hasta ahora nunca ha
fallado.
La sala común no se vació hasta casi las cuatro de la madrugada. Harry no tenía nada de sueño; la
imagen de Hagrid corriendo hasta perderse en la oscuridad lo perseguía; estaba tan furioso con la
profesora  Umbridge  que  no  se  le  ocurría  ningún  castigo  lo  bastante  cruel  para  ella,  aunque  la
sugerencia de Ron de ofrecérsela a una caja de hambrientos escregutosde cola explosiva para que se la
comieran no estaba del todo mal. Finalmente se quedó dormido ideando venganzas horribles y se
levantó tres horas más tarde con la sensación de no haber descansado nada.
El último examen, el de Historia de la Magia, no tendría lugar hasta la tarde. A Harry le habría
encantado volver a la cama después de desayunar, pero contaba con la mañana para repasar un poco
más, así que en lugar de acostarse se sentó con la cabeza entre las manos junto a la ventana de la sala
común, intentando no quedarse dormido, mientras leía por encima la montaña de apuntes de un metro
de alto que Hermione le había dejado.
Los alumnos de quinto curso entraron en el Gran Comedor a las dos en punto y se sentaron frente a las
hojas de examen. Harry estaba agotado. Sólo deseaba una cosa: que terminara aquel examen, porque
así podría irse a dormir; y al día siguiente Ron y él bajarían al campo de quidditch(Harry volaría con la
escoba de Ron) y celebrarían que ya no tenían que repasar más.
—Dad la vuelta a las hojas —indicó la profesora Marchbanks desde su mesa, colocada frente a las de
los alumnos, y giró el gigantesco reloj de arena—. Podéis empezar.
Harry se quedó mirando fijamente la primera pregunta. Pasados unos segundos, cayó en la cuenta de
que no había entendido ni una palabra; había una avispa zumbando distraída contra una de las altas
ventanas. Lenta, tortuosamente, Harry empezó por fin a escribir la respuesta.
Le costaba mucho recordar los nombres y confundía con frecuencia las fechas. Decidió saltarse la
pregunta número cuatro («En su opinión, ¿qué hizo la legislación sobre varitas en el siglo  XVIII:
contribuyó a un mejor control de las revueltas de duendes o las permitió?»), y contestarla si tenía
tiempo  cuando  hubiera  terminado  de  responder  las  demás.  Probó  con  la  pregunta  número  cinco
(«¿Cómo se infringió el Estatuto del Secreto en 1749 y qué medidas se tomaron para impedir que
volviera a ocurrir?»), pero sospechaba que se había dejado varios puntos importantes: le parecía
recordar que los vampiros participaban en algún momento de la historia.
Siguió buscando una pregunta que pudiera contestar sin vacilar y sus ojos se detuvieron en la número
diez: «Describa las circunstancias que condujeron a la formación de la Confederación Internacional de
Magos y explique por qué los magos de Liechtenstein se negaron a formar parte de ella.»
«Esto lo sé», se dijo Harry, aunque notaba que tenía el cerebro aletargado y torpe. Podía visualizar un
título escrito con la letra de Hermione: «La formación de la Confederación Internacional de Magos.»
Había leído esos apuntes aquella misma mañana.
Empezó a escribir, levantando de vez en cuando la vista para mirar el reloj de arena que la profesora
Marchbanks tenía encima de su mesa. Harry estaba sentado justo detrás de Parvati Patil, cuyo largo
pelo castaño caía por detrás del respaldo de su silla. En un par de ocasiones, Harry se encontró mirando
con fijeza las diminutas luces doradas que brillaban en la melena de Parvati cada vez que ella movía
ligeramente la cabeza, y tuvo que cambiar un poco de posición la suya para salir del ensimismamiento.
«… el Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos fue Pierre Bonaccord, pero la
comunidad mágica de Liechtenstein protestó contra su nombramiento porque…»
Alrededor de Harry las plumas rasgueaban el pergamino como ratas que corretean y escarban en sus
madrigueras. Notaba el calor del sol en la nuca. ¿Qué había hecho Bonaccord para ofender a los magos
de Liechtenstein? Harry creía recordar que tenía algo que ver con los trols… Volvió a clavar los ojos en
la parte de atrás de la cabeza de Parvati. Le habría gustado practicar la Legeremancia y abrir una
ventana en la nuca de su compañera para descubrir qué habían tenido que ver los trols con la ruptura de
Pierre Bonaccord y Liechtenstein…
Harry cerró los ojos y se tapó la cara con las manos para descansar la vista. Bonaccord quería prohibir
la caza de trols y otorgarles derechos…, pero Liechtenstein tenía desavenencias con una tribu de trols
de montaña especialmente brutales… Sí, eso era.
Entonces abrió los ojos, pero al fijarlos en el blanco resplandeciente del pergamino, le dolieron y se le
empañaron. Lentamente, Harry escribió dos líneas sobre los trols; entonces leyó lo que había escrito
hasta el momento. Su respuesta no era muy extensa ni muy detallada, y, sin embargo, estaba seguro de
que Hermione tenía un montón de hojas de apuntes sobre la Confederación.
Volvió  a  cerrar  los  ojos  e  intentó  visualizar  las  páginas  de  Hermione,  intentó  recordar…  La
Confederación se había reunido por primera vez en Francia, sí, eso ya lo había escrito…
Los duendes querían asistir, pero no se lo habían permitido… Eso también lo había puesto…
Y ningún representante de Liechtenstein quiso tomar parte en la reunión…
«Piensa», se dijo, con la cara tapada, mientras a su alrededor las plumas rasgueaban redactando
respuestas interminables, y la arena del reloj de la profesora Marchbanks caí a lentamente…
Caminaba otra vez por el oscuro y frío pasillo que conducía al Departamento de Misterios, con paso
firme y resuelto; a veces corría un poco, decidido a llegar por fin a su destino… La puerta se abría,
como las veces anteriores, y Harry volvía a encontrarse en la sala circular con muchas puertas…
La cruzaba andando por el suelo de piedra y entraba por una segunda puerta… Veía motas de luz
danzarina en las paredes y en el suelo, y oía aquel extraño ruido mecánico, pero no había tiempo para
investigar, tenía que darse prisa…
Iba corriendo hasta la tercera puerta, que se abría fácilmente, igual que las demás…
Volvía a encontrarse en la habitación del tamaño de una catedral llena de estanterías y esferas de
cristal… El corazón le latía muy deprisa… Esta vez iba a entrar… Cuando llegaba al pasillo número
noventa y siete torcía a la izquierda y corría por él entre dos hileras de estanterías…
Pero al final del pasillo había una figura en el suelo, una figura negra que se retorcía como un animal
herido… A Harry se le contraía el estómago de miedo, de emoción…
Una voz salía por su boca, una voz fría y aguda, vacía de humanidad…
—Cógela… Vamos, bájala… Yo no puedo tocarla, pero tú sí…
La figura negra que había en el suelo se movía un poco. Harry veía cómo una mano blanca de largos
dedos cerrados alrededor de una varita se alzaba al final de su propio brazo…, y entonces oía que
aquella fría y aguda voz decía:«¡Crucio!»
El hombre que estaba en el suelo gritaba de dolor, intentaba levantarse pero caía hacia atrás y se
retorcía. Harry reía. Levantaba la varita, la maldición dejaba de actuar y la figura se quedaba inmóvil
gimiendo.
—Lord Voldemort espera…
Muy despacio, el hombre que estaba en el suelo levantaba un poco los hombros, aunque los brazos le
temblaban, y miraba hacia arriba. Tenía la cara demacrada y manchada de sangre, contraída de dolor y,
sin embargo, desafiante…
—Tendrás que matarme —susurraba Sirius.
—Al final lo haré, indudablemente —decía la fría voz—. Pero antes la cogerás para mí, Black…
¿Crees que lo que has sentido es dolor? Piénsalo bien…, nos quedan muchas horas por delante y nadie
te oirá gritar…
Pero alguien gritaba cuando Voldemort bajaba de nuevo la varita; alguien gritaba y caía de lado desde
una mesa hasta el frío suelo de piedra; Harry despertó al golpearse contra el suelo. Todavía gritaba, le
ardía la cicatriz, y el Gran Comedor apareció a su alrededor.

32
Por la chimenea

—No quiero ir… No necesito ir a la enfermería… No quiero…
Harry farfullaba e intentaba soltarse del profesor Tofty, que lo miraba muy preocupado tras ayudarlo a
salir al vestíbulo, con un montón de curiosos estudiantes alrededor.
—Me… me encuentro bien, señor —balbuceó Harry secándose el sudor de la cara—. De verdad… Me
quedé dormido y… y he tenido una pesadilla…
—¡Es la presión de los exámenes! —aseguró el anciano mago, comprensivo, dándole unas débiles
palmaditas en el hombro—. ¡Suele pasar, joven, suele pasar! Bébete un vaso de agua fría y quizá
puedas volver al Gran Comedor. El examen casi ha terminado, pero a lo mejor quieres acabar de pulir
tu última respuesta, ¿qué te parece?
—Sí —contestó Harry, desesperado—. O sea…, no…, ya he hecho… todo lo que podía, creo…
—Muy bien, muy bien —repuso el anciano mago con amabilidad—. Voy a recoger tu examen, y te
sugiero que vayas a descansar un poco.
—Sí, voy a descansar un poco —dijo Harry asintiendo enérgicamente con la cabeza—. Muchas gracias.
En cuanto el anciano mago desapareció por el umbral y entró en el Gran Comedor, Harry subió a toda
prisa la escalera de mármol, corrió por los pasillos (iba tan deprisa que, al verlo pasar, los personajes de
los retratos murmuraban reproches e imprecaciones), siguió subiendo escaleras y finalmente irrumpió
como un huracán por las puertas de la enfermería; la señora Pomfrey, que le estaba administrando un
líquido azul y brillante a Montague, gritó alarmada.
—¿Qué significa esto, Potter?
—Necesito ver a la profesora McGonagall —gritó Harry, que jadeaba y sentía un fuerte dolor en el
tórax—. ¡Es urgente!
—La profesora McGonagall no está aquí, Potter —dijo la señora Pomfrey con tristeza—. La han
trasladado a San Mungo esta mañana. ¡Cuatro hechizos aturdidores de lleno en el pecho, a su edad! Es
un milagro que no la mataran.
—¿No está… aquí? —repitió Harry, horrorizado.
Entonces sonó la campana y el chico oyó el clásico estruendo de los alumnos al salir en tropel de las
aulas en los pisos de arriba y abajo. Se quedó muy quieto mirando a la señora Pomfrey. El terror se
estaba apoderando de él por momentos.
No quedaba nadie a quien pudiera contárselo. Dumbledore se había ido, Hagrid se había ido, pero él
siempre había contado con que la profesora McGonagall estuviera allí, irascible e inflexible, sí, pero
siempre digna de confianza, ofreciendo su sólida presencia…
—No  me  extraña  que  estés  conmocionado,  Potter  —continuó  la  señora  Pomfrey,  comprensiva  e
indignada—. ¡Como si alguno de ellos hubiera podido aturdir a Minerva McGonagall en igualdad de
condiciones y a la luz del día! Cobardía, eso es lo que es, vil cobardía. Si no me preocupara lo que
podría sucederos a los alumnos si yo no estuviera aquí, dimitiría para manifestar mi protesta.
—Sí… —repuso Harry, atontado.
Se alejó de la enfermería sin saber adónde iba y echó a andar por el bullicioso pasillo, zarandeado por
la multitud; el pánico se extendía por su cuerpo como un gas venenoso, la cabeza le daba vueltas y no
se le ocurría qué podía hacer…
«Ron y Hermione», dijo una voz dentro de su cabeza.
Echó a correr de nuevo, apartando a los alumnos a empujones, sin prestar atención a sus quejas. Bajó
dos pisos, y cuando estaba en lo alto de la escalera de mármol, vio que sus amigos corrían hacia él.
—¡Harry! —exclamó Hermione enseguida; parecía muy asustada—. ¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras
bien? ¿Estás enfermo?
—¿Dónde estabas? —inquirió Ron.
—Venid conmigo —contestó Harry—. ¡Vamos, tengo que contaros una cosa!
Los guió por el pasillo del primer piso mientras asomaba la cabeza en varias aulas hasta que al final
encontró una vacía; entró en ella y cerró la puerta en cuanto Ron y Hermione hubieron entrado
también. Harry se apoyó en la puerta y miró a sus amigos.
—Voldemort tiene a Sirius.
—¿Qué?
—¿Cómo lo…?
—Lo he visto. Ahora mismo. Cuando me he quedado dormido en el examen.
—Pero… pero ¿dónde? ¿Cómo? —preguntó Hermione, que se había puesto muy pálida.
—No sé cómo —respondió Harry—. Pero sé exactamente dónde. En el Departamento de Misterios hay
una sala con un montón de hileras de estanterías llenas de pequeñas esferas de cristal, y ellos están al
final del pasillo número noventa y siete… Voldemort intenta utilizar a Sirius para conseguir eso que
quiere coger de allí dentro… Está torturándolo. ¡Dice que acabará matándolo! —Harry se dio cuenta de
que le temblaban la voz y las rodillas, así que se acercó a una mesa y se sentó, tratando de serenarse—.
¿Cómo vamos a ir hasta allí? —les preguntó a sus amigos.
Hubo un momento de silencio. Entonces Ron balbuceó:
—¿Ir ha… hasta allí?
—¡Ir al Departamento de Misterios para rescatar a Sirius! —dijo Harry en voz alta.
—Pero Harry… —empezó Ron con un hilo de voz.
—¿Qué? ¡Qué! —exclamó Harry, impaciente. No entendía por qué Ron y Hermione lo miraban con la
boca abierta, como si les estuviera preguntando algo que no tuviera sentido.
—Harry —dijo Hermione con una voz que delataba su miedo—, Harry, ¿cómo… cómo quieres que
Voldemort haya entrado en el Ministerio de Magia sin que nadie lo haya descubierto?
—¿Y yo qué sé? —bramó él—. ¡Lo que importa ahora es cómo vamos a entrar nosotros allí!
—Pero… Harry, piénsalo bien —continuó Hermione, y dio un paso hacia él—, son las cinco de la
tarde… El Ministerio de Magia debe de estar lleno de empleados… ¿Cómo quieres que Voldemort y
Sirius hayan entrado allí sin ser vistos? Harry…, deben de ser los dos magos más buscados del
mundo… ¿Crees que podrían entrar en un edificio lleno deauroressin que detectaran su presencia?
—¡No lo sé, Voldemort debe de haber utilizado una capa invisible o algo así! —gritó Harry—. Además,
el Departamento de Misterios siempre ha estado completamente vacío cuando he ido…
—Tú nunca has ido allí, Harry —afirmó Hermione con serenidad—. Sólo has soñado que ibas.
—¡Lo que yo tengo no son sueños normales y corrientes! —le gritó Harry, levantándose y dando
también  un paso  hacia Hermione.  Le  habría gustado  agarrarla  por los  hombros y  zarandearla—.
Entonces, ¿cómo explicas lo del padre de Ron? ¿Qué fue aquello? ¿Cómo supe lo que le había pasado?
—En parte tiene razón —intervino Ron mirando a Hermione.
—¡Pero  eso  es  tan…,  tan  inverosímil!  —insistió  ella,  desesperada—.  Harry,  ¿cómo  quieres  que
Voldemort haya atrapado a Sirius si él no se ha movido de Grimmauld Place?
—Quizá Sirius no pudo aguantar más y salió a tomar un poco el aire —apuntó Ron con gesto de
preocupación—. Se moría de ganas de salir de esa casa…
—Pero ¿por qué, por qué demonios iba a querer Voldemort que Sirius cogiera el arma o lo que sea? —
preguntó Hermione.
—¡No lo sé, podría haber montones de razones! —le gritó Harry—. A lo mejor se trata simplemente de
que a Voldemort no le importa ver a Sirius herido…
—¿Sabéis qué? —dijo Ron en voz baja—. Se me acaba de ocurrir una cosa. El hermano de Sirius era
unmortífago, ¿verdad? ¡Quizá él le revelase a Sirius el secreto de cómo conseguir el arma!
—¡Sí, y por eso Dumbledore estaba empeñado en que Sirius no saliera de la casa! —exclamó Harry.
—Mirad, lo siento —gritó Hermione—, pero nada de lo que decís tiene sentido, y no tenemos pruebas
de nada, no tenemos pruebas de que Voldemort y Sirius estén siquiera…
—¡Harry los ha visto, Hermione! —intervino Ron volviéndose hacia ella.
—De acuerdo —cedió ella por fin, asustada pero decidida—, sólo quiero decir una cosa…
—¿Qué?
—¡Mira, Harry, no lo interpretes como una crítica! Pero es verdad que… estás un poco…, un poco…
¿No crees que estás un poco obsesionado con la idea de…, de… salvar a la gente?
Harry se quedó mirándola.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Pues… que… —Hermione estaba aún más acongojada—. Quiero decir que… el año pasado, por
ejemplo, en el lago… durante el Torneo… no debiste… Es decir, tú no tenías por qué salvar a aquella
chica, Delacour… Te dejaste llevar por… —Una oleada de rabia inundó a Harry; ¿cómo se le ocurría a
Hermione recordarle ahora aquel error garrafal?—. Mira, estuviste muy bien y todo eso —prosiguió su
amiga, acobardada por la mirada de Harry—, todo el mundo creyó que lo que hiciste fue fabuloso…
—Tiene gracia —replicó Harry con voz temblorosa—, porque recuerdo perfectamente que Ron dijo
que había perdido el tiempo haciéndome el héroe… ¿Es eso lo que piensas que estoy haciendo ahora?
¿Crees que quiero volver a hacerme el héroe?
—¡No, no, no! —contestó Hermione, aterrada—. ¡Eso no es lo que quiero decir!
—¡Bueno, pues suelta ya lo que quieras decir, porque estamos perdiendo el tiempo! —gritó Harry.
—Lo que trato de decirte es que… ¡Voldemort te conoce, Harry! ¡Llevó a Ginny a la Cámara Secreta
porque sabía que tú irías a buscarla allí, es lo que suele hacer, sabe que tú eres el tipo de persona que…!
¡Sabe que irías a socorrer a Sirius! ¿Y si sólo intenta que tú vayas al Departamento de Mis…?
—¡Hermione, no importa que sólo lo haya hecho para engañarme, se han llevado a la profesora
McGonagall a San Mungo, en Hogwarts ya no queda nadie de la Orden a quien podamos contárselo, y
si no vamos, podemos dar por muerto a Sirius!
—Pero Harry, ¿y si tu sueño sólo ha sido… eso, un sueño?
Harry soltó un rugido de frustración y Hermione dio un paso hacia atrás, alarmada.
—¡No lo entiendes! —gritó Harry—. ¡No tengo pesadillas, no son sólo sueños! ¿Para qué crees que
eran las clases de Oclumancia, por qué crees que Dumbledore quería impedir que viera esas cosas?
Porque son verdad, Hermione. Voldemort ha atrapado a Sirius, ¡yo lo he visto! Y no lo sabe nadie más,
y eso significa que somos los únicos que podemos salvarlo, y si tú no quieres hacerlo, me parece muy
bien, pero yo voy a ir, ¿entendido? Y si no recuerdo mal, no pusiste objeciones a mi obsesión por salvar
a la gente cuando eras tú a la que tenía que salvar de los dementores, ni… —se volvió hacia Ron—
cuando tuve que salvar a tu hermana del basilisco…
—¡Yo nunca me he quejado! —saltó Ron acaloradamente.
—Pero si tú mismo lo has dicho, Harry —insistió Hermione con vehemencia—, Dumbledore quería
que aprendieras a cerrar tu mente a esas cosas; si hubieras practicado Oclumancia como es debido
nunca habrías visto est…
—SI PIENSAS QUE VOY A HACER COMO QUE NO HE VISTO NADA…
—¡Sirius te dijo que lo más importante era que aprendieras a cerrar tu mente!
—PUES MIRA, SEGURO QUE OPINARÍA OTRA COSA SI SUPIERA LO QUE ACABO DE…
De pronto se abrió la puerta del aula y Harry, Ron y Hermione se volvieron rápidamente. Ginny entró
con aire de curiosidad, seguida de Luna, que, como de costumbre, parecía estar allí por error.
—¡Hola! —saludó Ginny, vacilante—. Hemos reconocido la voz de Harry. ¿Por qué gritabas?
—No es asunto tuyo —contestó él con aspereza.
Ginny arqueó las cejas.
—No tienes por qué emplear ese tono conmigo —repuso fríamente—. Sólo quería saber si podía
ayudar en algo.
—Pues no, no puedes —le espetó Harry.
—Eres bastante maleducado, ¿sabes? —comentó Luna con serenidad.
Harry soltó una palabrota y se dio la vuelta. No le apetecía nada hablar con Luna Lovegood.
—Espera —saltó de pronto Hermione—. Espera… Harry, ellas pueden ayudarte. —Harry y Ron
miraron a Hermione—. Escuchad —dijo ella con urgencia—, Harry, tenemos que saber si es verdad
que Sirius ha salido del cuartel general.
—Ya te lo he dicho, lo he visto…
—¡Por favor, Harry, te lo suplico! —exclamó Hermione, desesperada—. Déjanos comprobar si Sirius
se ha marchado de su casa antes de salir en estampida hacia Londres. Si no está en Grimmauld Place, te
juro que no haré nada para impedir que vayas. Iré contigo, haré… lo que sea para ayudarte a salvarlo.
—¡Voldemort está torturando a Sirius AHORA  MISMO! —gritó Harry—. No podemos perder más
tiempo.
—Pero todo esto podría ser una trampa de Voldemort, Harry, tenemos que comprobarlo.
—¿Cómo? —preguntó Harry—. ¿Cómo vamos a comprobarlo?
—Tendremos que utilizar la chimenea de la profesora Umbridge e intentar hablar con él —propuso
Hermione, pese a que aquella idea la aterraba—. Volveremos a despistar a la profesora Umbridge, pero
necesitaremos alguien que vigile, y ahí es donde pueden ayudarnos Ginny y Luna.
Pese a que todavía no había entendido del todo lo que estaba pasando, Ginny dijo inmediatamente:
—Sí, contad con nosotras.
Y Luna inquirió:
—¿Cuando dices «Sirius», te refieres a Stubby Boardman?
Nadie le contestó.
—Está bien… —le respondió Harry en tono agresivo a Hermione—. Está bien, si se te ocurre una
forma de hacerlo deprisa, estoy de acuerdo, pero si no, me voy ahora mismo al Departamento de
Misterios.
—¿Al Departamento de Misterios? —preguntó Luna con un deje de sorpresa—. Pero ¿cómo piensas ir
hasta allí?
Harry la ignoró una vez más.
—Muy bien —continuó Hermione mientras se retorcía las manos y se paseaba entre los pupitres—.
Muy bien… Bueno, uno de nosotros tiene que ir a buscar a la profesora Umbridge y… y conseguir que
vaya hacia otro lado, alejarla de su despacho. Podríamos decirle, no sé, que Peeves ha hecho alguna de
las suyas…
—De eso ya me encargo yo —se ofreció Ron—. Le diré que Peeves está destrozando el departamento
de Transformaciones o algo así; está muy lejos de su despacho. Ahora que lo pienso, si me lo encuentro
por el camino podría convencer a Peeves de que lo haga.
—Muy bien —dijo con la frente fruncida mientras seguía paseándose arriba y abajo; el hecho de que
Hermione no pusiera reparos a que se destrozara el departamento de Transformaciones indicaba la
gravedad de la situación—. También tendremos que mantener a los estudiantes lejos de su despacho
mientras forzamos la puerta, porque si no alguno de Slytherin iría a chivarse.
—Luna y yo podemos montar guardia en cada uno de los extremos del pasillo —propuso Ginny—, y
avisar a la gente de que no entre en él porque alguien ha soltado gas agarrotador. —A Hermione le
sorprendió la rapidez con que a Ginny se le había ocurrido aquella mentira; Ginny se encogió de
hombros y añadió—: Fred y George pensaban hacerlo antes de marcharse.
—Vale —dijo Hermione—. Entonces, Harry, tú y yo nos pondremos la capa invisible y entraremos en
el despacho, y podrás hablar con Sirius…
—¡Te digo que no está allí, Hermione!
—Bueno, podrás… comprobar si Sirius está en casa o no mientras yo vigilo. No creo que debas
quedarte allí solo, pues Lee ya ha demostrado que la ventana es un punto débil porque coló los
escarbatospor ella.
Pese  a  la  rabia  y  la  impaciencia  que  sentía,  Harry  reconoció  el  ofrecimiento  de  Hermione  de
acompañarlo al despacho de la profesora Umbridge como una muestra de solidaridad y lealtad.
—Sí, gracias —murmuró.
—Bueno, aunque hagamos todo lo que hemos dicho, no creo que consigamos más de cinco minutos —
comentó Hermione un poco aliviada después de que Harry hubiera aprobado su plan—; no hemos de
olvidarnos de Filch ni de esa maldita Brigada Inquisitorial.
—Tendré suficiente con cinco minutos —aseguró Harry—. Y ahora, vamos…
—¿Ya? —dijo Hermione, sorprendida.
—¡Pues claro! —estalló Harry con enojo—. ¿Qué creías, que íbamos a esperar hasta después de la cena
o algo así? ¡Hermione, Voldemort está torturando a Sirius en estos precisos momentos, mientras
nosotros estamos aquí charlando!
—Está bien, está bien. Ve a buscar la capa invisible, yo te espero al final del pasillo de la profesora
Umbridge, ¿de acuerdo?
Harry no contestó: salió a todo correr del aula y empezó a abrirse camino entre la marea de estudiantes
que  llenaban los  pasillos. Dos  pisos más  arriba se  cruzó  con Seamus y  Dean, que  lo  saludaron
alegremente y le comunicaron que habían organizado una fiesta en la sala común para celebrar el final
de los exámenes. Harry no les hizo ni caso. Se coló por el hueco del retrato mientras ellos seguían
discutiendo sobre cuántas cervezas de mantequilla tenían que comprar en el mercado negro, y luego
salió otra vez por el retrato, con la capa invisible y la navaja de Sirius en la mochila, sin que ellos se
dieran ni cuenta.
—Harry, ¿quieres contribuir con un par de galeones? Harold Dingle dice que puede conseguirnos un
poco de whisky de fuego…
Pero Harry ya había echado a correr por el pasillo, y un par de minutos más tarde saltaba los últimos
escalones para reunirse con Ron, Hermione, Ginny y Luna, que estaban apiñados al final del pasillo de
la profesora Umbridge.
—Ya lo tengo todo —dijo entrecortadamente—. ¿Estáis preparados?
—Ron, tú ve a distraer a la profesora Umbridge —le ordenó Hermione en un susurro, pues en ese
momento pasaba a su lado un ruidoso grupo de alumnos de sexto—; Ginny, Luna, empezad a alejar a la
gente del pasillo… Harry y yo nos pondremos la capa y esperaremos hasta que todo esté despejado.
Ron se marchó con paso decidido y los demás pudieron ver su reluciente pelo rojo hasta que llegó al
final del pasillo; entre tanto Ginny, con su llamativa melena, se alejó en dirección opuesta, asomando
entre el tumulto de estudiantes que llenaban el pasillo, seguida de la rubia Luna.
—Ven aquí —murmuró Hermione, tirando de Harry por la muñeca hasta un hueco donde la cabeza de
piedra de un mago medieval, feísimo, hablaba sola sobre una columna—. ¿Seguro que estás bien,
Harry? Todavía te veo muy pálido.
—Sí, estoy bien —afirmó él, y sacó la capa invisible de la mochila.
La verdad era que le dolía la cicatriz, pero no tanto como para pensar que Voldemort ya le hubiera
asestado un golpe mortal a Sirius; el día que Voldemort castigó a Avery le había dolido muchísimo
más…
—Venga —dijo, y se echó la capa invisible por encima tapando también a Hermione. Ambos se
quedaron escuchando atentamente tratando de aislarse del sermón en latín del busto que tenían delante.
—¡Por aquí no podéis pasar! —decía Ginny a los alumnos—. Lo siento, tendréis que dar la vuelta por
la escalera giratoria porque alguien ha soltado gas agarrotador en este pasillo.
Oyeron que algunos se quejaban, y una voz antipática dijo:
—Yo no veo gas por ninguna parte.
—Porque es incoloro —contestó Ginny con un convincente tono de exasperación—, pero si quieres
pasar, adelante, así tendremos tu cuerpo como prueba para el siguiente idiota que no nos crea.
Poco a poco la multitud fue dispersándose. Por lo visto, la noticia del gas agarrotador se había
difundido y la gente ya no intentaba pasar por aquel pasillo. Cuando la zona quedó prácticamente vacía,
Hermione dijo en voz baja:
—Creo que ésta es la máxima tranquilidad que podremos conseguir, Harry. ¡Vamos!
Y echaron a andar cubiertos con la capa. Luna estaba de pie, de espaldas a ellos, al final del pasillo. Al
pasar junto a Ginny, Hermione susurró:
—Bien hecho… No olvides la señal…
—¿Cuál es la señal? —murmuró Harry cuando se acercaban a la puerta del despacho de la profesora
Umbridge.
—Si ven acercarse a la profesora Umbridge se pondrán a cantar «A Weasley vamos a coronar» —le
contó Hermione mientras Harry introducía la hoja de la navaja de Sirius en la rendija que había entre la
puerta y el marco. La cerradura se abrió enseguida, y los chicos entraron en el despacho.
Los estridentes gatitos disfrutaban del sol de la tarde que calentaba sus platos, pero por lo demás el
despacho estaba vacío y silencioso como la última vez. Hermione suspiró aliviada.
—Temía que hubiera añadido alguna otra medida de seguridad después del segundo escarbato —
comentó.
Se quitaron la capa y Hermione se dirigió deprisa hacia la ventana y se quedó de pie junto a ella
escudriñando los jardines con la varita en ristre. Harry, por su parte, corrió hacia la chimenea, cogió el
tarro  de  polvos  flu,  echó  un  pellizco  dentro  y  consiguió  que  aparecieran  unas  llamas  de  color
esmeralda. Se arrodilló rápidamente, metió la cabeza en el fuego y gritó:
—¡Número doce de Grimmauld Place!
La cabeza empezó a girarle como si acabara de bajarse de una atracción de feria, aunque las rodillas
permanecían firmemente plantadas en el frío suelo del despacho. Harry cerró con fuerza los ojos para
protegerlos del remolino de ceniza, y cuando todo dejó de dar vueltas, los abrió y ante él apareció la
larga y fría cocina de Grimmauld Place.
No había nadie allí. Harry ya se lo había imaginado, pero aun así no estaba preparado para el pánico y
el terror que lo invadieron cuando se encontró ante la desierta habitación.
—¿Sirius?  —gritó—.  ¿Estás  ahí,  Sirius?  —Su  voz  resonó  en  la  cocina,  pero  nadie  le  contestó.
Únicamente oyó un débil susurro a la derecha de la chimenea—. ¿Quién hay ahí? —preguntó, aunque
creía que debía de ser tan sólo un ratón.
Entonces apareció Kreacher, el elfo doméstico. Parecía muy satisfecho por algo, pese a que debía de
haberse lastimado gravemente ambas manos, porque las llevaba muy vendadas.
—La cabeza de Potter ha aparecido en la chimenea —informó a la vacía cocina al tiempo que lanzaba
furtivas miradas de triunfo a Harry—. ¿A qué habrá venido, se pregunta Kreacher?
—¿Dónde está Sirius, Kreacher? —inquirió Harry.
El elfo doméstico chasqueó la lengua.
—El amo ha salido, Harry Potter.
—¿Adónde ha ido? ¡Adónde ha ido, Kreacher! —Por toda respuesta, el elfo soltó una risotada que
pareció un cacareo—. ¡Te lo advierto! —gritó Harry, consciente de que desde su posición no podía
castigar a Kreacher—. ¿Dónde está Lupin? ¿YOjoloco? ¿Dónde están todos?
—¡Kreacher se ha quedado solo en la casa! —informó el elfo con regocijo; a continuación, dio la
espalda a Harry y echó a andar lentamente hacia la puerta que había al fondo de la cocina—. Kreacher
cree que ahora irá a charlar un rato con su dueña, sí, hace mucho tiempo que no puede hacerlo, el amo
de Kreacher se lo impedía…
—¿Adónde ha ido Sirius? —le gritó Harry—. ¿Ha ido al Departamento de Misterios, Kreacher?
Éste paró en seco. Harry sólo veía la parte de atrás de su calva entre el bosque de patas de sillas que
tenía delante.
—El amo nunca dice al pobre Kreacher adónde va —contestó el elfo.
—¡Pero tú lo sabes! ¿Verdad? ¡Tú sabes dónde está!
Se produjo un breve silencio; entonces el elfo rió socarronamente.
—¡El amo nunca regresará del Departamento de Misterios! —afirmó alegremente—. ¡Kreacher y su
dueña se han quedado solos otra vez! —exclamó, y siguió andando y se escabulló por la puerta que
conducía al vestíbulo.
—¡Te voy a…!
Pero antes de que pudiera concretar su amenaza, Harry notó un fuerte dolor en la coronilla; tragó un
montón de ceniza y, atragantándose, notó que lo arrastraban hacia atrás a través de las llamas, hasta
que, con espantosa brusquedad, se encontró mirando la ancha y pálida cara de la profesora Umbridge,
que lo había sacado de la chimenea tirándole del pelo y en ese momento le echaba el cuello hacia atrás
cuanto podía, como si fuera a degollarlo.
—¿Creías que después de dosescarbatos—dijo en un susurro tirando un poco más de la cabeza de
Harry, de modo que éste se quedó contemplando el techo— iba a permitir que otra inmunda y carroñera
criatura entrara en mi despacho sin que yo lo supiera? Cuando entró el último, puse hechizos sensores
de sigilo en la puerta de mi despacho, idiota. Quítale la varita —le gritó a alguien a quien Harry no
podía ver, y notó que una mano hurgaba en el bolsillo interior de su túnica y sacaba su varita—. Y no te
olvides de ella. —Harry oyó una refriega junto a la puerta y comprendió que a Hermione también se la
habían arrebatado—. Quiero saber qué hacíais en mi despacho —dijo la profesora Umbridge agitando
el puño con que le sujetaba el pelo a Harry, de modo que éste se tambaleó.
—¡Quería… recuperar mi Saeta de Fuego! —repuso Harry con voz ronca.
—Mentira.  —La  profesora  volvió  a  zarandearlo—.  Tu  Saeta  de  Fuego  está  custodiada  en  las
mazmorras, como sabes muy bien, Potter. Tenías la cabeza dentro de mi chimenea. ¿Con quién te
estabas comunicando?
—Con nadie —contestó Harry, e intentó soltarse, notando cómo varios cabellos se le desprendían del
cuero cabelludo.
—¡Mentira! —gritó la profesora Umbridge.
Le dio un empujón, y Harry chocó contra la mesa. Ahora veía a Hermione, a quien Millicent Bulstrode
inmovilizaba contra la pared. Malfoy estaba apoyado en el alféizar de la ventana sonriendo mientras
lanzaba la varita mágica de Harry al aire y la recuperaba con una mano.
A continuación se produjo un alboroto al otro lado de la puerta, y entonces entraron varios corpulentos
alumnos de Slytherin que arrastraban a Ron, Ginny, Luna y, para sorpresa de Harry, Neville, a quien
Crabbe había hecho una llave y llevaba tan sujeto por el cuello que parecía a punto de ahogarse. Los
habían amordazado a los cuatro.
—Los tenemos a todos —anunció Warrington, y empujó bruscamente a Ron hacia el centro del
despacho—. Éste —dijo hincándole un grueso dedo a Neville en el pecho— ha intentado impedir que
agarrara a ésa —señaló a Ginny, que pretendía pegar patadas en la espinilla a la robusta alumna de
Slytherin que la sujetaba—, así que lo hemos cogido también.
—Estupendo —dijo la profesora Umbridge mientras contemplaba los forcejeos de Ginny—. Muy bien,
veo que dentro de poco ya no quedará ni un solo Weasley en Hogwarts.
Malfoy, adulador, rió con ganas. Umbridge dibujó su ancha y displicente sonrisa y se sentó en una
butaca de chintz; miraba a sus prisioneros pestañeando, como un sapo sobre un parterre de flores.
—Muy bien, Potter —comenzó—. Has colocado vigilantes alrededor de mi despacho y has enviado a
ese payaso —señaló con la cabeza a Ron, y Malfoy rió aún más fuerte— para que me dijera que el
poltergeist estaba  provocando  el  caos  en  el  departamento  de Transformaciones  cuando  yo  sabía
perfectamente que estaba manchando de tinta las miras de todos los telescopios del colegio, porque el
señor Filch acababa de informarme de ello. Es evidente que te interesaba mucho hablar con alguien.
¿Con quién? ¿Con Albus Dumbledore? ¿O con ese híbrido, Hagrid? No creo que se tratara de la
profesora McGonagall porque tengo entendido que todavía está demasiado enferma para hablar con
nadie.
Malfoy y otros miembros de la Brigada Inquisitorial rieron al oír aquel comentario. Harry sentía tanta
rabia y tanto odio que temblaba de pies a cabeza.
—No es asunto suyo. Yo puedo hablar con quien me dé la gana —gruñó.
El blandengue rostro de la profesora Umbridge se tensó un poco.
—Muy bien —continuó con su dulce voz, más falsa y más peligrosa que nunca—. Muy bien, señor
Potter… Le he ofrecido la posibilidad de contármelo voluntariamente y la ha rechazado. No tengo otra
alternativa que obligarlo. Draco, ve a buscar al profesor Snape.
Malfoy se guardó la varita de Harry en el bolsillo de la túnica y salió del despacho con la sonrisa en los
labios, pero Harry apenas se fijó en él. Acababa de darse cuenta de una cosa; no podía creer que
hubiera sido tan estúpido para olvidarlo. Había creído que en el colegio ya no quedaba ningún miembro
de la Orden, nadie que pudiera ayudarlo a salvar a Sirius, pero se había equivocado. Aún había un
miembro de la Orden del Fénix en Hogwarts: Snape.
En aquel momento, en el despacho sólo se oían los inquietos movimientos y los forcejeos de Ron y sus
compañeros, a los que los alumnos de Slytherin intentaban dominar. A Ron le sangraba el labio y estaba
manchando la alfombra de la profesora Umbridge mientras intentaba librarse de la llave que le hacía
Warrington en el cuello; Ginny, por su parte, trataba de pisarle los pies a la alumna de sexto que la
agarraba con fuerza por ambos brazos; Neville cada vez estaba más morado e intentaba soltarse del
cuello los brazos de Crabbe; y Hermione procuraba en vano apartar a Millicent Bulstrode. Luna, en
cambio, estaba de pie junto a su captora, sin oponer resistencia, y miraba distraídamente por la ventana
como si todo aquello la aburriera muchísimo.
Harry volvió a mirar a la profesora Umbridge, que lo observaba atentamente. Sin embargo, él mantuvo
una expresión insondable cuando se oyeron pasos que se acercaban por el pasillo y Draco entró de
nuevo en el despacho y le aguantó la puerta a Snape.
—¿Quería verme, directora? —preguntó éste, y miró a las parejas de forcejeantes alumnos con un gesto
de absoluta indiferencia.
—¡Ah, profesor Snape! —exclamó la profesora Umbridge sonriendo de oreja a oreja y poniéndose de
nuevo en pie—. Sí, necesito otra botella deVeritaserum. Cuanto antes, por favor.
—Le di la última botella que tenía para que interrogara a Potter —contestó Snape observándola con
frialdad a través de sus grasientas cortinas de pelo negro—. No la gastaría toda, ¿verdad? Ya le indiqué
que bastaba con tres gotas.
La profesora Umbridge se ruborizó.
—Supongo que podrá preparar más, ¿no? —dijo, y su voz se volvió aún más infantil y dulce, como
ocurría siempre que se ponía furiosa.
—Desde luego —contestó Snape haciendo una mueca con los labios—. Tarda todo un ciclo lunar en
madurar, así que la tendrá dentro de un mes.
—¿Un mes? —chilló la profesora Umbridge inflándose como un sapo—. ¿Un mes, ha dicho? ¡La
necesito esta noche, Snape! ¡Acabo de encontrar a Potter utilizando mi chimenea para comunicarse con
alguien!
—¿Ah, sí? —dijo Snape, y por primera vez mostró interés y giró la cabeza para mirar a Harry—.
Bueno, no me sorprende. Potter nunca se ha mostrado inclinado a obedecer las normas del colegio.
Los fríos y oscuros ojos de Snape taladraron los de Harry, que le sostuvo la mirada sin pestañear
concentrándose en lo que había visto en su sueño, con la esperanza de que Snape pudiera leerle la
mente y comprendiera…
—¡Quiero interrogarlo! —gritó la profesora Umbridge fuera de sí, y Snape dirigió la vista al enfurecido
y tembloroso rostro de la directora—. ¡Quiero que me proporcione una poción que lo obligue a decirme
la verdad!
—Ya se lo he dicho —repuso Snape con toda tranquilidad—. No me queda ni una gota deVeritaserum.
A menos que quiera envenenar a Potter, y le aseguro que si lo hiciera yo lo comprendería, no puedo
ayudarla. El único problema es que la mayoría de los venenos actúan tan deprisa que la víctima no
tiene mucho tiempo para confesar.
Snape giró de nuevo la cabeza hacia Harry, que seguía mirándolo fijamente para intentar comunicarse
sin palabras.
«Voldemort tiene a Sirius en el Departamento de Misterios —pensó—. Voldemort tiene a Sirius…»
—¡Está usted en periodo de prueba! —bramó la profesora Umbridge, y Snape volvió a mirarla con las
cejas ligeramente arqueadas—. ¡Se niega a colaborar! ¡Me ha decepcionado, profesor Snape; Lucius
Malfoy siempre habla muy bien de usted! ¡Salga inmediatamente de mi despacho!
Snape hizo una irónica reverencia y se dio la vuelta para marcharse. Harry sabía que aquélla era su
última oportunidad de informar a la Orden de lo que estaba pasando.
—¡Tiene a Canuto! —gritó—. ¡Tiene a Canuto en el sitio donde la guardan!
Snape se paró con una mano sobre el picaporte de la puerta.
—¿Canuto? —chilló la profesora Umbridge mirando ávidamente a Harry y luego a Snape—. ¿Quién es
Canuto? ¿Dónde guardan qué? ¿Qué ha querido decir, Snape?
Snape se volvió y miró a Harry con expresión inescrutable. Harry no supo si le había entendido o no,
pero no se atrevió a ser más explícito delante de la profesora Umbridge.
—No tengo ni idea —respondió Snape sin inmutarse—. Potter, cuando quiera que me grites disparates
como ése, te daré un brebaje bocazas. Y Crabbe, haz el favor de no apretar tanto. Si Longbottom se
ahoga tendré que rellenar un montón de aburridos formularios, y me temo que también tendré que
mencionarlo en tu informe si algún día solicitas un empleo.
Cerró la puerta tras él haciendo un ruidito seco, y Harry se quedó más confuso que antes, pues Snape
era su última esperanza. Luego miró a la profesora Umbridge, que parecía sentirse igual que él; la
mujer respiraba agitadamente, llena de rabia y de frustración.
—Muy bien —dijo, y sacó su varita mágica—. Muy bien… No me queda otra alternativa. Este asunto
va más allá de la disciplina escolar, es un tema de seguridad del Ministerio… Sí, sí…
Era como si intentara convencerse de algo. Cambiaba constantemente el peso del cuerpo de una pierna
a otra, nerviosa, y observaba a Harry mientras se golpeaba la palma de una mano con la varita y
respiraba entrecortadamente. Harry se sentía indefenso sin su varita mágica.
—No  me  gusta  nada  tener  que  hacer  esto,  Potter,  pero  me  has  obligado  —afirmó  la  profesora
Umbridge, que no paraba de moverse—.A veces las circunstancias justifican el empleo de… Estoy
segura de que el ministro comprenderá que no tuve otro remedio… —Malfoy la observaba con avidez
—. Seguro que la maldición Cruciatus te hará hablar —sentenció la profesora Umbridge con voz
queda.
—¡No! —gritó Hermione—. ¡Es ilegal, profesora Umbridge! —Pero la mujer no le prestó atención.
Tenía en la cara una expresión cruel, ansiosa y emocionada que Harry no había visto hasta entonces. La
profesora Umbridge alzó la varita—. ¡El ministro no aprobará que viole la ley, profesora Umbridge! —
volvió a gritar Hermione.
—Si Cornelius no se entera, no pasará nada —repuso la profesora jadeando ligeramente mientras
apuntaba con la varita a distintas partes del cuerpo de Harry intentando decidir, al parecer, dónde le
dolería más—. Cornelius nunca llegó a saber que fui yo quien envió a los dementorescontra Potter el
verano pasado, pero de todos modos le encantó tener una excusa para expulsarlo del colegio.
—¿Fue usted? —preguntó Harry atónito—. ¿Usted me envió a losdementores?
—Alguien tenía que actuar —respondió la profesora Umbridge, y su varita apuntó directamente a la
frente de Harry—. Todos decían que había que hacerte callar como fuera, que había que desacreditarte,
pero yo fui la única que hizo algo… Sólo que tú te las ingeniaste para librarte, ¿verdad, Potter? Pero
hoy no va a ocurrir lo mismo, ya lo verás… —Inspiró hondo y gritó—:¡Cru…!
—¡NO!—chilló entonces Hermione, a quien Millicent Bulstrode continuaba sujetando—. ¡No! ¡Harry,
tendremos que contárselo!
—¡Nada  de eso! —bramó  él fulminando  con  la mirada  a  lo poco del  cuerpo de  Hermione  que
alcanzaba a ver.
—¡Tendremos que hacerlo, Harry! Va a obligarte de todos modos, así que ¿qué sentido tiene?
Y Hermione se puso a llorar débilmente sobre la parte de atrás de la túnica de Millicent Bulstrode. Ésta
dejó de aplastarla contra la pared de inmediato y se apartó de ella con asco.
—¡Vaya, vaya! —exclamó la profesora Umbridge, triunfante—. ¡Doña Preguntitas nos va a dar algunas
respuestas! ¡Adelante, niña, adelante!
—¡Her… mione…, no! —gritó Ron a través de la mordaza.
Ginny miraba con atención a Hermione, como si fuera la primera vez que la veía. Neville, que todavía
estaba medio asfixiado, la miraba también. Pero Harry acababa de darse cuenta de algo. Pese a que
Hermione sollozaba desesperadamente y se tapaba la cara con las manos, no había derramado ni una
sola lágrima.
—Lo… lo siento, pe… perdonadme —balbuceó la chica—, pe… pero no puedo so… soportarlo…
—¡Está bien, niña, tranquila! —dijo la profesora Umbridge, que agarró a Hermione por los hombros y
la  sentó  en  la  butaca  de  chintz.  Se  inclinó  sobre  ella  y  añadió—: A  ver,  ¿con  quién  se  estaba
comunicando Potter hace un momento?
—Bueno —contestó Hermione, y tragó saliva—, intentaba hablar con el profesor Dumbledore.
Ron se quedó de piedra, con los ojos como platos; Ginny dejó de intentar pisotear a su captora; y hasta
Luna adoptó una expresión de leve sorpresa. Por fortuna, la profesora Umbridge y sus secuaces tenían
toda la atención concentrada exclusivamente en Hermione y no repararon en aquellos sospechosos
indicios.
—¿Con Dumbledore? —repitió la profesora Umbridge, entusiasmada—. ¿Acaso sabéis dónde está?
—¡Bueno,  no!  —sollozó  Hermione—.  Hemos  probado  en  el  Caldero  Chorreante,  en  el  callejón
Diagon, en Las Tres Escobas y hasta en Cabeza de Puerco…
—¿Cómo puedes ser tan idiota? ¡Dumbledore no estaría sentado en un pub mientras lo busca el
Ministerio en pleno! —gritó la profesora Umbridge, y la decepción se reflejó en todas las flácidas
arrugas de su rostro.
—¡Es que…, es que necesitábamos decirle algo muy importante! —gimió Hermione, que seguía
tapándose la cara; Harry comprendió que ese gesto no era de angustia, sino de disimulo.
—¿Ah, sí? —dijo la profesora Umbridge volviendo a animarse—. ¿Y qué era eso que queríais decirle?
—Pues queríamos decirle que…, que…, ¡que ya está lista! —balbuceó Hermione.
—¿Lista? —se extrañó la profesora, que volvió a sujetar a Hermione por los hombros y la zarandeó
ligeramente—. ¿Qué es lo que está listo, niña?
—El… el arma.
—¿El arma? ¿Qué arma? —preguntó la profesora, cuyos ojos se salían de las órbitas a causa de la
emoción—. ¿Habéis desarrollado algún método de resistencia? ¿Un arma que podríais emplear contra
el Ministerio? Por orden de Dumbledore, claro…
—¡S… s… sí —farfulló Hermione—, pero cuando se marchó todavía no la habíamos terminado y a…
a… ahora nosotros la hemos terminado solos, y te… te… teníamos que encontrarlo para decírselo!
—¿De qué tipo de arma se trata? —preguntó con aspereza la profesora Umbridge mientras sujetaba con
fuerza a Hermione por los hombros con sus regordetes dedos.
—No… no… nosotros no lo entendemos del todo —respondió Hermione sorbiéndose ruidosamente la
nariz—. So… sólo hicimos lo que el profesor Dumbledore nos di… dijo que debíamos hacer.
La profesora Umbridge se enderezó. Estaba exultante de alegría.
—Llévame a donde está el arma —le ordenó.
—No quiero enseñársela… a ellos —contestó Hermione con voz chillona mirando a los alumnos de
Slytherin entre los dedos.
—No eres nadie para poner condiciones —le espetó la profesora Umbridge.
—Está bien —repuso Hermione, que volvía a sollozar con la cara tapada—. ¡Está bien, que la vean, y
espero que la utilicen contra usted! ¡Sí, mire, invite a un montón de gente a venir a verla! Le… le estará
bien empleado… ¡Sí, me encantaría que to… todo el colegio supiera do… dónde está, y co… cómo
emplearla, así, si vuelve usted a molestar a alguien, podrán… deshacerse de usted!
Esas palabras causaron un fuerte impacto en la profesora Umbridge: miró rápida y recelosamente a su
Brigada Inquisitorial, y sus saltones ojos se detuvieron un momento en Malfoy, que era demasiado
lento para disimular la expresión de entusiasmo y codicia que iluminaba su cara.
La profesora Umbridge volvió a mirar con detenimiento a Hermione, y entonces dijo con una voz que
pretendía ser maternal:
—Está bien, querida, iremos tú y yo solas… y nos llevaremos también a Potter, ¿de acuerdo? ¡Vamos,
levántate!
—Profesora —intervino Malfoy—, profesora Umbridge, creo que algunos miembros de la Brigada
deberían acompañarla para vigilar que…
—Soy una funcionaría del Ministerio perfectamente capacitada, Malfoy, ¿de verdad crees que no puedo
defenderme yo sola de dos adolescentes sin varita mágica? —lo atajó con aspereza Dolores Umbridge
—. Además, no parece que esa arma de la que habla la señorita Granger sea algo que deban ver unos
colegiales. Permaneceréis aquí hasta que yo regrese y os aseguraréis de que ninguno de éstos —señaló
a Ron, Ginny, Neville y Luna— escape.
—Como usted diga —aceptó Malfoy a regañadientes.
—Vosotros dos iréis delante de mí y me enseñaréis el camino —les ordenó la profesora Umbridge a
Harry y Hermione apuntándolos con su varita—. Adelante.

33
Pelea y huida

Harry no tenía ni idea de qué era lo que planeaba Hermione; en realidad ni siquiera sabía si tenía algún
plan. Salió detrás de ella del despacho de la profesora Umbridge y la siguió por el pasillo, consciente de
que resultaría muy sospechoso que se notara que él no sabía adónde iban, así que no intentó hablar con
ella. La profesora Umbridge los seguía tan de cerca que Harry notaba cómo respiraba.
Hermione bajó por la escalera que conducía al vestíbulo. Se oían voces y ruido de cubiertos y platos
provenientes del Gran Comedor; Harry no podía creer que seis metros más allá hubiera gente cenando
tranquilamente, que celebraba el final de los exámenes sin nada de qué preocuparse…
Hermione salió por las puertas de roble del castillo y bajó la escalera de piedra, donde la recibió la
templada y agradable brisa de la tarde. El sol estaba poniéndose por detrás de las copas de los árboles
del Bosque Prohibido, y mientras Hermione caminaba decidida por la extensión de césped, seguida de
Harry (la profesora Umbridge tenía que correr para seguirles el ritmo), las largas y oscuras sombras del
bosque ondulaban sobre la hierba detrás de ellos como si fueran capas.
—Está escondida en la cabaña de Hagrid, ¿verdad? —aventuró la profesora Umbridge, impaciente, al
oído de Harry.
—Claro que no —repuso Hermione en tono mordaz—. Hagrid podría haberla puesto en marcha
accidentalmente.
—Ya —dijo la profesora asintiendo con la cabeza; su emoción iba en aumento—. Sí, claro, seguro que
la habría puesto en marcha, ese híbrido es un bruto.
La mujer rió y Harry sintió un irrefrenable impulso de darse la vuelta y agarrarla por el cuello, pero se
contuvo. Notaba un dolor palpitante en la cicatriz, aunque aún no le ardía como si la tuviera al rojo,
como sabía que ocurriría si Voldemort se dispusiera a matar.
—Bueno, ¿dónde está? —preguntó la profesora con un deje de incertidumbre en la voz al ver que
Hermione seguía caminando a grandes zancadas hacia el bosque.
—En el bosque, ¿dónde quiere que esté? —contestó la chica, y señaló los frondosos árboles—. Había
que guardarla en un sitio donde los estudiantes no pudieran encontrarla por casualidad, ¿no le parece?
—Sí, claro —concedió la profesora Umbridge, aunque parecía un poco preocupada—. Claro, claro…
Muy bien, pues… id vosotros dos delante.
—Si hemos de ir nosotros delante, ¿puede prestarnos su varita? —preguntó Harry.
—Nada de eso, señor Potter —repuso la profesora Umbridge con falsa ternura, y le clavó la punta en la
espalda—. Me temo que el Ministerio valora mucho más mi vida que la de ustedes dos.
Cuando llegaron bajo la sombra que proyectaban los primeros árboles, Harry intentó captar la mirada
de Hermione, pues entrar en el bosque sin varitas le parecía algo mucho más imprudente que todo lo
que habían hecho aquella tarde. Sin embargo, Hermione se limitó a lanzar a la profesora Umbridge una
mirada de desprecio y se metió sin vacilar entre los árboles; caminaba tan deprisa que la profesora
Umbridge se veía en apuros para seguirla a causa de lo cortas que eran sus piernas.
—¿Está muy lejos? —preguntó la bruja cuando la túnica se le enganchó en unas zarzas.
—Sí, ya lo creo —contestó Hermione—. Sí, está muy bien escondida.
Los recelos de Harry iban en aumento. Su amiga no había tomado el camino que habían seguido para ir
a visitar a Grawp, sino el que él había recorrido tres años atrás, que conducía a la guarida del monstruo
Aragog. Hermione no había ido con él en aquella ocasión, y Harry dudaba que su amiga conociera el
peligro que acechaba al final de aquel camino.
—Oye, ¿estás segura de que es por aquí? —le preguntó, lanzándole una clara indirecta.
—Sí, sí —respondió ella en tono férreo, pisando la maleza y haciendo lo que Harry consideró un ruido
exagerado.
Detrás de ellos, la profesora Umbridge tropezó con un árbol joven caído. Ninguno de los dos se detuvo
para ayudarla a levantarse; Hermione siguió andando y gritó volviendo un poco la cabeza:
—¡Ya falta menos!
—Baja  la voz, Hermione —murmuró  Harry, y aceleró el  paso  para alcanzarla— Alguien  podría
oírnos…
—Eso es precisamente lo que quiero, que nos oigan —repuso Hermione en voz baja mientras la
profesora Umbridge intentaba darles alcance sin preocuparse por el ruido que hacía—. Ya verás…
Siguieron caminando un buen rato, hasta que se adentraron tanto en el bosque que la densa cúpula de
árboles impedía el paso de la luz. Harry tenía la sensación que ya había experimentado otras veces en el
bosque: que lo observaban unos ojos invisibles.
—¿Falta mucho? —preguntó la profesora Umbridge con enojo.
—¡No, ya falta poco! —gritó Hermione cuando entraban en un claro húmedo y oscuro—. Sólo un
poquito…
Entonces una flecha surcó el aire y se clavó en el tronco de un árbol, produciendo un ruido sordo, justo
por encima de la cabeza de Hermione. De pronto oyeron ruido de cascos; Harry notó que el suelo del
bosque temblaba y la profesora Umbridge soltó un grito y se abrazó a Harry para que le sirviera de
escudo.
El, sin embargo, se soltó y se dio la vuelta. Entonces vio cerca de cincuenta centauros que salían de
todos los rincones, con los arcos cargados y levantados, apuntándolos a los tres. Harry, Hermione y la
profesora Umbridge retrocedieron hacia el centro del claro; la profesora emitía leves gemidos de terror.
Harry miró de reojo a Hermione, que exhibía una sonrisa triunfante.
—¿Quién eres? —preguntó una voz.
Harry miró hacia la izquierda. El centauro de pelaje marrón, Magorian, se había separado del círculo
que los demás formaban alrededor de los intrusos y caminaba hacia ellos con el arco levantado. A la
derecha de Harry, la profesora Umbridge seguía gimoteando y apuntaba al centauro que se le estaba
acercando con la varita, que le temblaba violentamente en la mano.
—Te he preguntado quién eres, humana —repitió Magorian con brusquedad.
—¡Soy Dolores Umbridge! —contestó la profesora con una voz chillona que delataba su miedo—.
¡Subsecretaría del ministro de Magia y directora y Suma Inquisidora de Hogwarts!
—¿Eres del Ministerio de Magia? —inquirió Magorian mientras los centauros que los rodeaban se
movían inquietos.
—¡Exacto —exclamó la profesora Umbridge con voz aún más chillona—, así que mucho cuidado!
Según las leyes aprobadas por el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas,
cualquier ataque de híbridos como vosotros contra seres humanos…
—¿Cómo nos has llamado? —gritó un centauro negro de aspecto feroz a quien Harry reconoció como
Bane. A su alrededor, los demás murmuraban furiosos y tensaban las cuerdas de sus arcos.
—¡No los llame así! —chilló Hermione, indignada, pero la profesora Umbridge hizo como si no la
hubiera oído. Sin dejar de apuntar con su temblorosa varita a Magorian, continuó:
—La ley Quince B establece claramente que: «Cualquier ataque de una criatura mágica dotada de
inteligencia cuasihumana, y por lo tanto considerada responsable de sus actos…»
—¿«Inteligencia cuasihumana»? —repitió Magorian mientras Bane y otros centauros rugían de rabia y
piafaban—. ¡Lo que acabas de decir es un grave insulto para nosotros, humana! Afortunadamente,
nuestra inteligencia sobrepasa con creces la vuestra.
—¿Qué hacéis en nuestro bosque? —bramó el centauro gris de rostro severo al que Harry y Hermione
habían visto en su última incursión en el bosque—. ¿A qué habéis venido?
—¿Vuestro bosque, dices? —replicó la profesora Umbridge, que ahora temblaba no sólo de miedo,
sino  también de  indignación—. Permíteme  recordarte que si vivís  aquí es únicamente porque  el
Ministerio de Magia os ha cedido ciertas tierras…
Inmediatamente, una flecha pasó volando tan cerca de la cabeza de Dolores Umbridge que le arrancó
unos cuantos pelos; la profesora soltó un grito desgarrador y se llevó las manos a la cabeza mientras
varios centauros proferían gritos de aprobación y otros reían escandalosamente. El sonido de sus
fuertes relinchos, que resonaba en el claro apenas iluminado, y la imagen de sus cascos piafando
resultaban muy inquietantes.
—¿De quién dices que es este bosque, humana? —rugió Bañe.
—¡Repugnantes híbridos! —gritó ella sin quitarse las manos de la cabeza—. ¡Bestias! ¡Animales
incontrolados!
—¡Cállese! —le gritó Hermione, pero era demasiado tarde: la profesora Umbridge apuntó con su varita
a Magorian y gritó:
—¡Incarcerous!
Unas  cuerdas  que  parecían  gruesas  serpientes  saltaron  por  los  aires  y  se  enroscaron  con  fuerza
alrededor del torso del centauro, sujetándole los brazos: éste soltó un grito de cólera y se encabritó,
intentando liberarse, mientras los otros centauros cargaban contra la profesora Umbridge.
Harry agarró a Hermione y la tiró al suelo; él se tumbó también boca abajo y sintió un momento de
pánico al oír los cascos de los centauros que tronaban a su alrededor, pero éstos saltaban por encima de
ellos, gritando y aullando de rabia.
—¡Noooo! —oyeron chillar a la profesora Umbridge—. ¡Noooo! ¡Soy la subsecretaría…, no podéis…,
soltadme, bestias inmundas…, noooo!
Harry vio un destello de luz roja y comprendió que la profesora Umbridge había intentado aturdir a uno
de los centauros; entonces la bruja gritó con todas sus fuerzas. Harry alzó un poco la cabeza y vio que
Bane había levantado del suelo a la profesora cogiéndola por la parte de atrás de la túnica. La mujer se
agitaba y vociferaba, muerta de miedo, y se le cayó la varita de la mano; entonces a Harry le dio un
vuelco el corazón. Si pudiera alcanzarla…
Harry estiró un brazo, pero justo en ese momento el casco de un centauro descendió sobre la varita, que
se partió limpiamente por la mitad.
—¡Ahora! —rugió una voz junto a la oreja del chico, y un fuerte y peludo brazo apareció de la nada y
lo levantó del suelo. A Hermione también la habían levantado.
Por encima de los lomos y de las cabezas de los corcoveantes centauros de diversas tonalidades, Harry
vio cómo Bane se llevaba a la profesora Umbridge y desaparecía con ella entre los árboles. La
profesora no paraba de chillar, pero su voz se fue haciendo cada vez más débil hasta que el estruendo
de cascos que los rodeaba ahogó sus gritos y dejaron de oírla.
—¿Qué hacemos con éstos? —preguntó el centauro gris de rostro severo que sujetaba a Hermione.
—Son jóvenes —respondió una voz lenta y lúgubre detrás de Harry—. Nosotros no atacamos a los
potros.
—Pero ellos son los que la han traído hasta aquí, Ronan —replicó el centauro que sujetaba con firmeza
a Harry—. Y no son tan jóvenes… Éste casi ha alcanzado la edad adulta. —Zarandeó a Harry, a quien
tenía cogido por el cuello de la túnica.
—¡Por favor —suplicó Hermione—, no nos hagan daño, por favor, nosotros no pensamos como ella,
no somos empleados del Ministerio de Magia! Sólo hemos venido aquí porque confiábamos en que
ustedes nos librarían de esa mujer.
Harry, al ver la expresión del centauro gris que sujetaba a Hermione, se dio cuenta de inmediato de que
su amiga había cometido un grave error al decir aquello. El centauro echó la cabeza hacia atrás,
piafando con furia, y bramó:
—¿Lo ves, Roñan? ¡Ya tienen la arrogancia de los de su raza! Pretendíais que os hiciéramos el trabajo
sucio, ¿no es así, niña humana? ¡Pretendíais utilizarnos como esclavos para que alejáramos a vuestros
enemigos, como unos obedientes perros de caza!
—¡No! —chilló Hermione, horrorizada—. ¡Por favor, no he querido decir eso! Sólo confiábamos en
que pudieran…, pudieran…, ayudarnos…
Pero en lugar de arreglar la situación estaba estropeándola aún más.
—¡Nosotros no ayudamos a los humanos! —gruñó el centauro que sujetaba a Harry; luego retrocedió
un poco y los pies de Harry se separaron un momento del suelo—. Nosotros somos otra raza y estamos
orgullosos de ello. ¡No vamos a permitir que salgáis de aquí y alardeéis de habernos utilizado como
criados!
—¡Nosotros nunca haríamos eso! —gritó Harry—. Ya sabemos que no han hecho lo que han hecho
porque nosotros queríamos que…
Pero nadie lo escuchaba.
Un centauro con barba que estaba detrás de los demás gritó:
—¡Han venido aquí sin que nadie se lo pidiera, deben pagar las consecuencias!
Aquellas palabras fueron recibidas con un rugido de aprobación, y un centauro de pelaje pardo gritó:
—¡Llevémoslos con la mujer!
—¡Han dicho que no hacen daño a inocentes! —replicó Hermione, por cuyas mejillas resbalaban ahora
lágrimas auténticas—. Nosotros no hemos hecho nada malo, no hemos utilizado amenazas ni varitas, lo
único que queremos es volver al colegio, por favor, déjennos marchar…
—¡No todos somos como el traidor Firenze, niña humana! —gritó el centauro gris, y sus compañeros
volvieron a soltar relinchos de aprobación—. ¿Acaso creías que no éramos más que unos bonitos
caballos parlantes? ¡Somos un pueblo antiquísimo que no permitirá invasiones de magos ni insultos!
Nosotros no reconocemos vuestras leyes, no reconocemos vuestra presunta superioridad, somos…
Pero Harry y Hermione no oyeron qué más eran los centauros, porque en aquel instante se oyó un
crujido tan fuerte en el borde del claro que todos, los chicos y los cincuenta centauros que allí se
encontraban, se dieron la vuelta. El centauro que sujetaba a Harry lo dejó caer al suelo y cogió su arco 
y su carcaj. A Hermione también la habían soltado, y Harry corrió hacia ella en el momento en que dos
gruesos troncos de árbol se separaban y la monstruosa figura de Grawp, el gigante, aparecía entre ellos.
Los centauros que estaban más cerca de Grawp retrocedieron; el claro se había convertido en un bosque
de arcos listos para disparar: todas las flechas apuntaban hacia arriba, hacia la enorme y grisácea cara
que los contemplaba desde debajo del espeso dosel de ramas. Grawp tenía la torcida boca entreabierta
formando una mueca estúpida; los amarillentos dientes, del tamaño de ladrillos, destacaban en la
penumbra, y los ojos sin brillo y del color del lodo del gigante se entrecerraron cuando miró a las
criaturas que tenía a sus pies. De los tobillos le colgaban unas cuerdas rotas.
Grawp abrió un poco más la boca y dijo:
—Jagi.
Harry no sabía ni qué significaba «jagi» ni en qué lengua había hablado el gigante, pero no le
importaba; simplemente contemplaba los pies de Grawp, que eran casi tan largos como el cuerpo entero
de Harry. Hermione agarró a su amigo por un brazo; los centauros, por su parte, se habían quedado
callados y observaban al gigante, que movía de un lado a otro la inmensa y redonda cabeza mientras
seguía mirando entre ellos como si buscara algo que se le hubiera caído.
—¡Jagi! —dijo otra vez con insistencia.
—¡Vete de aquí, gigante! —gritó Magorian—. ¡No eres bien recibido entre nosotros!
Aquellas palabras no impresionaron ni lo más mínimo a Grawp. Se enderezó un poco (los centauros
tensaron aún más los arcos) y gritó:
—¡JAGI!
Unos cuantos centauros parecían preocupados. Hermione, en cambio, soltó un grito ahogado.
—¡Harry! —susurró—. ¡Creo que intenta decir «Hagrid»!
Entonces Grawp se fijó en los dos únicos humanos que había en medio de aquel mar de centauros.
Agachó un poco más la cabeza y los miró fijamente. Harry notó que Hermione temblaba cuando el
gigante abrió una vez más la boca y pronunció con una voz grave y atronadora:
—Hermy.
—¡Ay, madre! —exclamó Hermione, que parecía a punto de desmayarse, y apretó tanto el brazo de
Harry que empezó a dormírsele—. ¡Se… se acuerda de mí!
—¡HERMY!—rugió Grawp—.¿DÓNDE JAGI?
—¡No lo sé! —gimoteó Hermione, aterrada—. ¡Lo siento, Grawp, no lo sé!
—¡GRAWP QUIERE JAGI!
El gigante bajó una de las inmensas manos. Hermione gritó con todas sus fuerzas, dio unos cuantos
pasos hacia atrás y se cayó. Harry, que no llevaba consigo su varita, se preparó para dar puñetazos,
patadas, mordiscos o lo que hiciera falta, pero la mano pasó rozándolo y derribó a un centauro blanco
como la nieve.
Eso era precisamente lo que los centauros estaban esperando. Los dedos extendidos de Grawp se
encontraban a un palmo de Harry cuando cincuenta flechas salieron volando hacia el cuerpo del gigante
y le acribillaron la enorme cara, le hicieron gritar de ira y de dolor y consiguieron que se enderezara
mientras se frotaba la cara con las manazas rompiendo las astas de las flechas, aunque así se le
clavaban aún más las puntas.
Grawp se puso a vociferar y a golpear el suelo con sus inmensos pies, y los centauros se dispersaron;
unos goterones de sangre, del tamaño de pedruscos, cayeron sobre Harry mientras éste ayudaba a
levantarse a Hermione; luego ambos echaron a correr tan deprisa como pudieron para refugiarse bajo
los árboles. Una vez allí se volvieron para mirar; Grawp trataba de agarrar a los centauros a ciegas
mientras la sangre resbalaba por su cara; los centauros salieron en estampida hacia los árboles del otro
lado del claro. Harry y Hermione vieron cómo Grawp soltaba otro rugido de ira y los perseguía,
derribando más árboles a su paso.
—¡Oh, no! —dijo Hermione con un hilo de voz; temblaba tanto que se le doblaban las rodillas—. Eso
ha sido horrible. Y Grawp podría matarlos a todos.
—Pues a mí me da igual, la verdad —confesó Harry con amargura.
El ruido de los centauros alejándose al galope y el del gigante, que los perseguía dando tumbos, fue
haciéndose cada vez más débil. Mientras lo escuchaba, Harry sintió otra fuerte punzada en la cicatriz y
lo invadió una oleada de terror.
Habían perdido mucho tiempo, y en aquellos momentos la posibilidad de rescatar a Sirius era aún más
remota que cuando Harry había tenido la visión. Harry no sólo había perdido su varita, sino que además
estaban en medio del Bosque Prohibido sin ningún medio de transporte.
—Un plan muy inteligente —le espetó a Hermione, pues necesitaba descargar parte de su rabia—. Muy
inteligente. ¿Y ahora qué hacemos?
—Tenemos que volver al castillo —contestó Hermione con voz débil.
—¡Cuando lleguemos allí, seguramente Sirius ya estará muerto! —replicó Harry, y pegó una patada a
un árbol que tenía cerca.
Entonces se oyeron unos chillidos en la copa del árbol; Harry miró hacia arriba y vio a un enojado
bowtruckleque lo amenazaba con sus largos dedos.
—Sin nuestras varitas no podemos hacer nada —comentó Hermione, desanimada, y volvió a levantarse
—. De todos modos, Harry, ¿cómo pensabas llegar hasta Londres?
—Sí, eso mismo nos preguntábamos nosotros —dijo una voz conocida detrás de ella.
Harry y Hermione se juntaron instintivamente y escudriñaron la espesura.
Entonces vieron aparecer a Ron, y corriendo detrás de él, a Ginny, Neville y Luna. Todos ofrecían un
aspecto lamentable: Ginny tenía unos largos arañazos en una mejilla, Neville llevaba el ojo derecho
amoratado, y a Ron le sangraba el labio más que nunca, pero parecían muy satisfechos de sí mismos.
—Bueno —dijo Ron apartando una rama baja. Llevaba la varita mágica de Harry en la mano—, ¿se os
ocurre algo?
—¿Cómo habéis logrado escapar? —preguntó Harry, atónito, al tiempo que cogía su varita.
—Con un par de rayos aturdidores, un encantamiento de desarme y un bonito embrujo paralizante, obra
de Neville —contestó Ron sin darle importancia mientras le devolvía también a Hermione su varita
mágica—. Pero Ginny ha sido la que más se ha lucido: le ha hecho a Malfoy el maleficio de los
mocomurciélagos; ha sido genial, tenía toda la cara cubierta de gargajos. Desde la ventana hemos visto
que ibais hacia el bosque y os hemos seguido. ¿Qué le habéis hecho a la profesora Umbridge?
—Se la han llevado —respondió Harry—. Una manada de centauros.
—¿Y a vosotros os han dejado aquí? —preguntó Ginny estupefacta.
—No, los ha ahuyentado Grawp —contestó Harry.
—¿Quién es Grawp? —preguntó Luna con mucho interés.
—El hermano pequeño de Hagrid —respondió Ron—. Bueno, ahora eso no importa. Harry, ¿qué
averiguaste en la chimenea? ¿Tiene Quien-tú-sabes a Sirius o…?
—Sí —afirmó Harry, y notó otra fuerte punzada en la cicatriz—, y estoy seguro de que Sirius todavía
está vivo, pero no sé cómo vamos a ir hasta allí para ayudarlo.
Todos  se  quedaron  en  silencio  con  aspecto  de  estar  bastante  asustados;  el  problema  al  que  se
enfrentaban parecía insuperable.
—Tendremos que ir volando, ¿no? —soltó Luna con un tono realista que Harry nunca le había oído
emplear.
—Vale  —contestó  Harry  con  fastidio,  y  se  volvió  hacia  ella—.  En  primer  lugar,  olvídate  del
«tendremos», porque tú no vas a ninguna parte, y en segundo lugar, Ron es el único que tiene una
escoba que no esté custodiada por un trol de seguridad, de modo que…
—¡Yo también tengo una escoba! —saltó Ginny.
—Sí, pero tú no vienes —la atajó Ron.
—¡Perdona, pero a mí me importa tanto como a ti lo que le pase a Sirius! —protestó Ginny, y apretó las
mandíbulas, con lo que de pronto resaltó su parecido con Fred y George.
—Eres demasiado… —empezó a decir Harry, pero Ginny lo interrumpió con fiereza.
—Tengo tres años más de los que tenías tú cuando te enfrentaste a Quien-tú-sabes por la piedra
filosofal, y gracias a mí Malfoy está atrapado en el despacho de la profesora Umbridge defendiéndose
de unos gigantescos mocos voladores.
—Sí, pero…
—Todos pertenecíamos alED—intervino Neville con serenidad—. ¿No se trataba de prepararnos para
pelear contra Quien-tú-sabes? Pues ésta es la primera ocasión que tenemos de actuar. ¿O es que todo
aquello no era más que un juego?
—No, claro que no… —contestó Harry impaciente.
—Entonces nosotros también deberíamos ir —razonó Neville—. Podemos ayudar.
—Es verdad —coincidió Luna, y sonrió.
Harry miró a Ron. Sabía que su amigo estaba pensando exactamente lo mismo que él: si hubiera podido
elegir entre los miembros delEDpara que unos cuantos lo acompañaran a rescatar a Sirius, aparte de
Ron, Hermione y él mismo, jamás se le habría ocurrido escoger ni a Ginny, ni a Neville, ni a Luna.
—Bueno, no importa —dijo Harry con frustración—, porque de todos modos todavía no sabemos cómo
vamos a ir…
—Creía que eso ya lo habíamos decidido —terció Luna consiguiendo que Harry se desesperara aún
más—. ¡Volando!
—Mira —dijo Ron, que ya no podía contenerse—, tú quizá puedas volar sin escoba, pero a los demás
no nos crecen alas cada vez que…
—Hay otras formas de volar —puntualizó Luna.
—Sí, claro, ahora nos dirás que podemos volar en unscorkyde cuernos escarolados o como se llame,
¿no? —dijo Ron.
—Lossnorkacksde cuernos arrugados no pueden volar —aclaró Luna muy circunspecta—, pero ésos
sí, y Hagrid dice que siempre encuentran el lugar al que quiere ir la persona que los monta. —Y Luna
señaló hacia el bosque.
Harry se dio la vuelta. Entre dos árboles había dos thestrals que observaban a los chicos como si
entendieran  cada  palabra  de  la  conversación  que  estaban  manteniendo.  Los  blancos  ojos  de  los
animales relucían fantasmagóricamente.
—¡Claro! —susurró, y se acercó a ellos.
Los thestrals movieron la cabeza con forma de dragón y agitaron las largas y negras crines; Harry
estiró un brazo, ilusionado, y acarició el reluciente cuello del que tenía más cerca. ¿Cómo podía
haberlos encontrado feos?
—¿Qué son, esa especie de caballos? —preguntó Ron con aire vacilante, dirigiendo la mirada hacia un
punto situado más o menos a la izquierda del thestralque Harry estaba acariciando—. ¿Esos que no
puedes ver a menos que hayas presenciado cómo alguien estira la pata?
—Sí —contestó Harry.
—¿Cuántos hay?
—Sólo dos.
—Pues necesitamos tres —sentenció Hermione, que todavía estaba un poco agitada pero decidida a
pesar de todo.
—Cuatro, Hermione —la corrigió Ginny con el entrecejo fruncido.
—Creo que en realidad somos seis —aclaró Luna con calma, y contó a sus compañeros.
—¡No digáis tonterías, no podemos ir todos! —gritó Harry—. Mirad, vosotros tres —señaló a Neville,
Ginny y Luna— no tenéis nada que ver con esto, vosotros no… —Los aludidos volvieron a protestar.
Harry  notó  otro  pinchazo  en  la  cicatriz,  más  doloroso  esta  vez.  Cada  minuto  que  perdían  era
valiosísimo; no tenía tiempo para discutir—. Está bien, de acuerdo. Vosotros lo habéis querido —dijo
con aspereza—. Pero si no encontramos másthestralsno podremos…
—Tranquilo, vendrán más —sentenció con aplomo Ginny, que, como su hermano, miraba con los ojos
entrecerrados en la dirección equivocada, creyendo que era allí donde estaban los animales.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque, por si no te habías dado cuenta, Hermione y tú vais cubiertos de sangre —explicó Ginny
fríamente—, y Hagrid utiliza carne cruda para atraer a los thestrals. Supongo que por ese motivo han
venido esos dos.
Entonces Harry notó que algo tiraba débilmente de su túnica y giró la cabeza: el thestralque tenía más
cerca le lamía la manga, que estaba empapada de la sangre de Grawp.
—De acuerdo —dijo; se le acababa de ocurrir una idea genial—. Ron y yo cogeremos estos dos e
iremos por delante; Hermione puede quedarse aquí con vosotros tres y así atraerá másthestrals…
—¡Yo no pienso quedarme atrás! —chilló Hermione, furiosa.
—No hará falta —afirmó Luna, sonriente—. Mira, ya llegan más… Debéis de apestar…
—Está bien —aceptó a regañadientes—. Elegid uno cada uno y montadlos.

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