22
Una prueba inesperada
—¡Potter!, ¡Weasley!, ¿queréis atender?La irritada voz de la profesora McGonagall restalló como un látigo en la clase de
Transformaciones del jueves, y tanto Harry como Ron se sobresaltaron.
La clase estaba acabando. Habían terminado el trabajo: las gallinas de Guinea que
habían estado transformando en conejillos de Indias estaban guardadas en una jaula
grande colocada sobre la mesa de la profesora McGonagall (el conejillo de Neville
todavía tenía plumas), y habían copiado de la pizarra el enunciado de sus deberes
(«Describe, poniendo varios ejemplos, en qué deben modificarse los encantamientos
transformadores al llevar a cabo cambios en especies híbridas»). La campana iba a sonar
de un momento a otro. Cuando Harry y Ron, que habían estado luchando con dos de las
varitas de pega de Fred y George a modo de espadas, levantaron la vista, Ron sujetaba
un loro de hojalata, y Harry, una merluza de goma.
—Ahora que Potter y Weasley tendrán la amabilidad de comportarse de acuerdo
con su edad —dijo laprofesora McGonagall dirigiéndoles a los dos una mirada de
enfado cuando la cabeza de la merluza de Harry cayó al suelo (súbitamente cortada por
el pico del loro de hojalata de Ron) —, tengo que deciros algo a todos vosotros.
»Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los
tres magos y es al mismo tiempo una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros
invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo
deseáis podéis invitar aun estudiante más joven...
Lavender Brown dejó escapar una risita estridente. Parvati Patil le dio un codazo en
las costillas, haciendo un duro esfuerzo por no reírse también, y las dos miraron a Harry.
La profesora McGonagall no les hizo caso, lo cual lepareció injusto a Harry, ya que a
Ron y a él sí que los había regañado.
—Será obligatoria la túnica de gala —prosiguió la profesora McGonagall—. El
baile tendrá lugar en el Gran Comedor, comenzará a las ocho en punto del día de
Navidad y terminará a medianoche. Ahora bien... —La profesora McGonagall recorrió
la clase muy despacio con la mirada—. El baile de Navidad es por supuesto una
oportunidad para que todos echemos una cana al aire —dijo, en tono de desaprobación.
Lavender se rió más fuerte, poniéndose la mano en la boca para ahogar el sonido.
Harry comprendió dónde estaba aquella vez lo divertido: la profesora McGonagall, que
llevaba el pelo recogido en un moño muy apretado, no parecía haber echado nunca una
cana al aire, en ningún sentido.
—Pero eso no quiere decir —prosiguió la profesora McGonagall—que vayamos a
exigir menos del comportamiento que esperamos de los alumnos de Hogwarts. Me
disgustaré muy seriamente si algún alumno de Gryffindor deja en mal lugar al colegio.
Sonó la campana, y se formó el habitual revuelo mientras recogían las cosas y se
echaban las mochilas al hombro.
La profesora McGonagall llamó por encima del alboroto:
—Potter, por favor, quiero hablar contigo.
Dando por supuesto que aquello tenía algo que ver con su merluza de goma
descabezada, Harry se acercó a la mesa de la profesora con expresión sombría.
La profesora McGonagall esperó a que se hubiera ido el resto de la clase, y luego le
dijo:
—Potter, los campeones y sus parejas...
—¿Qué parejas? —preguntó Harry.
La profesora McGonagall lo miró recelosa, como si pensara que intentaba tomarle
el pelo.
—Vuestras parejas para el baile de Navidad, Potter —dijo con frialdad—. Vuestras
parejas de baile.
Harry sintió que se le encogían las tripas.
—¿Parejas de baile? —Notó cómose ponía rojo—. Yo no bailo —se apresuró a
decir.
—Sí, claro que bailas —replicó algo irritada la profesora McGonagall—. Eso era lo
que quería decirte. Es tradición que los campeones y sus parejas abran el baile.
Harry se imaginó de repente a sí mismo con sombrero de copa y frac, acompañado
de alguna chica ataviada con el tipo de vestido con volantes que tía Petunia se ponía
siempre para ir a las fiestas del jefe de tío Vernon.
—Yo no bailo —insistió.
—Es la tradición —declaró con firmeza la profesora McGonagall—. Tú eres
campeón de Hogwarts, y harás lo que se espera de ti como representante del colegio.
Así que encárgate de encontrar pareja, Potter.
—Pero... yo no...
—Ya me has oído, Potter —dijo la profesora McGonagall en un tono que no
admitía réplicas.
Una semana antes, Harry habría pensado que encontrar una pareja de baile era pan
comido comparado con enfrentarse a un colacuerno húngaro. Pero, habiendo ya pasado
esto último, y teniendo que afrontar la perspectiva de pedirle a una chica que bailara con
él, le parecía que era preferible volver a pasar por lo del colacuerno.
Harry nunca había visto que se apuntara tanta gente para pasar las Navidades en
Hogwarts. Él siempre lo hacía, claro, porque la alternativa que le quedaba era regresar a
PrivetDrive, pero siempre había formado parte de una exigua minoría. Aquel año, en
cambio, daba la impresión de que todos los alumnos de cuarto para arriba se iban a
quedar, y todos parecían también obsesionados con el baile que se acercaba, sobre todo
las chicas. Y era sorprendente descubrir de pronto cuántas chicas parecía haber en
Hogwarts. Nunca se había dado cuenta de eso. Chicas que reían y cuchicheaban por los
corredores del castillo, chicas que estallaban en risas cuando los chicos pasaban por su
lado, chicas emocionadas que cambiaban impresiones sobre lo que llevarían la noche de
Navidad...
—¿Por qué van siempre en grupo? —se quejó Harry tras cruzarse con una docena
aproximada de chicas que se reían y lo miraban—. ¿Cómo se supone que tiene que
hacer uno para pedirle algo a una sola?
—¿Quieres echarle el lazo a una? —dijo Ron—. ¿Tienes alguna idea de con cuál lo
vas a intentar?
Harry no respondió. Tenía muy claro a quién le hubiera gustado pedírselo, pero no
conseguiría reunir el valor... Cho le llevaba un año, era preciosa, jugaba
maravillosamente al quidditch y tenía mucho éxito entre la gente.
Ron parecía comprender qué era lo que le pasaba a Harry por la cabeza.
—Mira, no vas a tener ningún problema. Eres un campeón. Acabas de burlar al
colacuerno húngaro. Me apuesto a que harían cola para bailar contigo.
En atención a su amistad recientemente reanudada, Ron redujo al mínimo la
amargura de su voz. Y, para sorpresa de Harry, resultó que Ron tenía razón.
Al día siguiente, una chica de Hufflepuff con el pelo rizado que iba a tercero y con
la que Harry no había hablado jamás le pidió que fuera al baile con ella. Harry se quedó
tan sorprendido que dijo que no antes de pararse a pensarlo. La chica se fue bastante
dolida, y Harry tuvo que soportar durante toda la clase de Historia de la Magia las
burlas de Dean, Seamus y Ron a propósito de ella. Al día siguiente se lo pidieron otras
dos, una de segundo y (para horror de Harry) otra de quinto que daba la impresión de
que podría pegarle si se negaba.
—Perosi está muy bien —le dijo Ron cuando paró de reírse.
—Me saca treinta centímetros —contestó Harry, aún desconcertado—. ¿Te
imaginas cómo será intentar bailar con ella?
Recordaba las palabras de Hermione sobre Krum: «¡Sólo les gusta porque es
famoso!» Harry dudaba mucho que alguna de aquellas chicas que le habían pedido ser
su pareja hubieran querido ir con él al baile si no hubiera sido campeón de Hogwarts.
Luego se preguntó si eso le molestaría en caso de que se lo pidiera Cho.
En conjunto, Harry tenía que admitir que, incluso con la embarazosa perspectiva de
tener que abrir el baile, su vida había mejorado mucho después de superar la primera
prueba. Ya no le decían todas aquellas cosas tan desagradables por los corredores, y
sospechaba que Cedric podía haber tenido algo que ver: tal vez hubiera dicho a sus
compañeros de Hufflepuff que lo dejaran en paz, en agradecimiento a la advertencia de
Harry. También parecía haber por todas partes menos insignias de «Apoya a CEDRIC
DIGGORY». Por supuesto, Draco Malfoy seguía recitándole algún pasaje del artículo
de Rita Skeeter a la menor oportunidad, pero cosechaba cada vez menos risas por ello.
Y, como para no enturbiar la felicidad de Harry, en El Profeta no había aparecido
ninguna historia sobre Hagrid.
—No parecía muy interesada en criaturas mágicas, en realidad —les contó Hagrid
durante la última clase del trimestre, cuando Harry, Ron y Hermione le preguntaron
cómo le había ido en la entrevista con Rita Skeeter.
Para alivio de ellos, Hagrid abandonó la idea del contacto directo con los
escregutos, y aquel día se guarecieron simplemente tras la cabaña y se sentaron a una
mesa de caballetes a preparar una selección de comida fresca con la que tentarlos.
—Sólo quería hablar de ti, Harry —continuó Hagrid en vozbaja—. Bueno, yo le
dije que somos amigos desde que fui a buscarte a casa de los Dursley. «¿Nunca ha
tenido que regañarlo en cuatro años?», me preguntó. «¿Nunca le ha dado guerra en
clase?» Yo le dije que no, y a ella no le hizo ninguna gracia. Creo quequería que le
dijera que eres horrible, Harry.
—Claro que sí —corroboró Harry, echando unos cuantos trozos de hígado de
dragón en una fuente de metal, y cogiendo el cuchillo para cortar un poco más—. No
puede seguir pintándome como un héroe trágico, porque se hartarían.
—Ahora quiere un nuevo punto de vista, Hagrid —opinó Ron, mientras cascaba
huevos de salamandra—. ¡Tendrías que haberle dicho que Harry era un criminal
demente!
—¡Pero no lo es! —dijo Hagrid, realmente sorprendido.
—Debería haber ido a hablar con Snape —comentó Harry en tono sombrío—. Le
puede decir lo que quiere oír sobre mí en cualquier momento: «Potter no ha hecho otra
cosa que traspasar límites desde que llegó a este colegio...»
—¿Ha dicho eso? —se asombró Hagrid, mientras Ron y Hermione se reían—.
Bueno, habrás desobedecido alguna norma, Harry, pero en realidad eres bueno.
—Gracias, Hagrid —le dijo Harry sonriendo.
—¿Vas a ir al baile de Navidad, Hagrid? —quiso saber Ron.
—Creo que me daré una vuelta por allí, sí —contestó Hagrid convoz ronca—. Será
una buena fiesta, supongo. Tú vas a abrir el baile, ¿no, Harry? ¿Con quién vas a bailar?
—Aún no tengo con quién —contestó Harry, sintiéndose enrojecer de nuevo.
Hagrid no insistió.
Cada día de la última semana del trimestre fue más bullicioso que el anterior. Por
todas partes corrían los rumores sobre el baile de Navidad, aunque Harry no daba
crédito ni a la mitad de ellos. Por ejemplo, decían que Dumbledore le había comprado a
la señora Rosmerta ochocientos barriles de hidromiel con especias. Parecía ser verdad,
sin embargo, lo de que había contratado a Las Brujas de Macbeth. Harry no sabía
quiénes eran exactamente porque nunca había tenido una radio mágica; pero, viendo el
entusiasmo de los que habían crecido escuchando la CM (los Cuarenta Magistrales),
suponía que debían de ser un grupo musical muy famoso.
Algunos profesores, como el pequeño Flitwick, desistieron de intentar enseñarles
gran cosa al ver que sus mentes estaban tan claramente situadas en otro lugar. En la
clase del miércoles los dejó jugar, y él se pasó la mayor parte de la hora comentando
con Harry lo perfecto que le había salido el encantamiento convocador que había usado
en la primera prueba del Torneo de los tres magos. Otros profesores no fueron tan
generosos. Nada apartaría al profesor Binns, por ejemplo, de avanzar pesadamente a
través de sus apuntes sobre las revueltas de los duendes. Dado que Binns no había
permitido que su propia muerte alterara el programa, todos supusieron que una tontería
como la Navidad no lo iba a distraer lo más mínimo. Era sorprendente cómo podía
conseguir que incluso unos altercados sangrientos y fieros como las revueltas de los
duendes sonaran igual de aburridos que el informe de Percy sobre los culos de los
calderos. También McGonagall y Moody los hicieron trabajar hasta el último segundo
de clase, y Snape antes hubiera adoptado a Harry que dejarlos jugar durante una lección.
Con una mirada muy desagradable les informó de que dedicaría la última clase del
trimestre a un examen sobre antídotos.
—Es un puñetero —dijo amargamente Ron aquella noche en la sala común de
Gryffindor—. Colocarnos un examen el último día... Estropearnos el último cachito de
trimestre con montones de cosas que repasar...
—Mmm... pero no veo que te estés agobiando mucho —replicó Hermione,
mirándolo por encima de sus apuntes de Pociones.
Ron se entretenía levantando un castillo con los naipes explosivos, que era mucho
más divertido que hacerlo con la baraja muggle porque el edificio entero podía estallar
en cualquier momento.
—Es Navidad, Hermione —le recordó Harry. Estaba arrellanado en un butacón al
lado de la chimenea, leyendo Volando con los Cannons por décima vez.
Hermione también lo miró a él con severidad.
—Creí que harías algo constructivo, Harry, aunque no quisieras estudiar los
antídotos.
—¿Como qué? —inquirió Harry mientras observaba a Joey Jenkins, de los
Cannons, lanzarle una bludger a un cazador de los Murciélagos de Ballycastle.
—¡Como pensar en ese huevo!
—Vamos, Hermione, tengo hasta el veinticuatro de febrero —le recordó Harry.
Había metido el huevo en el baúl del dormitorio y no lo había vuelto a abrir desde
la fiesta que había seguido a la primera prueba. Después de todo, aún quedaban dos
meses y medio hasta el día en que necesitaría saber qué significaba aquel gemido
chirriante.
—¡Pero te podría llevar semanas averiguarlo! —objetó Hermione—. Y vas a
quedar como un auténtico idiota si todos descifran la siguiente prueba menos tú.
—Déjalo en paz, Hermione. Se merece un descanso —dijo Ron. Y, alcolocar en el
techo del castillo las últimas dos cartas, el edificio entero estalló y le chamuscó las
cejas.
—Muy guapo, Ron... Esas cejas te combinarán a la perfección con la túnica de
gala.
Eran Fred y George. Se sentaron a la mesa con Ron y Hermione mientras aquél
evaluaba los daños.
—Ron, ¿nos puedes prestar a Pigwidgeon? —le preguntó George.
—No, está entregando una carta —contestó Ron—. ¿Por qué?
—Porque George quiere que sea su pareja de baile —repuso Fred sarcásticamente.
—Pues porque queremos enviar una carta, so tonto —dijo George.
—¿A quién seguís escribiendo vosotros dos, eh? —preguntó Ron.
—Aparta las narices, Ron, si no quieres que se te chamusquen también —le
advirtió Fred moviendo la varita con gesto amenazador—. Bueno... ¿ya tenéis todos
pareja para el baile?
—No —respondió Ron.
—Pues mejor te das prisa, tío, o pillarán a todas las guapas —dijo Fred.
—¿Con quién vas tú? —quiso saber Ron.
—Con Angelina —contestó enseguida Fred, sin pizca de vergüenza.
—¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido—. ¿Se lo has pedido ya?
—Buena pregunta —reconoció Fred. Volvió la cabeza y gritó—: ¡Eh, Angelina!
Angelina, que estaba charlando con Alicia Spinnet cerca del fuego, se volvió hacia
él.
—¿Qué? —le preguntó.
—¿Quieres ser mi pareja de baile?
Angelina le dirigió a Fred una mirada evaluadora.
—Bueno, vale —aceptó, y se volvió para seguir hablando con Alicia, con una leve
sonrisa en la cara.
—Ya lo veis —les dijo Fred a Harry y Ron—: pan comido. —Se puso en pie,
bostezó y añadió—: Tendremos que usar una lechuza del colegio, George. Vamos...
En cuanto se fueron, Ron dejó de tocarse las cejas y miró a Harry por encima de los
restos del castillo, que ardían sin llama.
—Tendríamos que hacer algo, ¿sabes? Pedírselo a alguien. Fred tiene razón:
podemos acabar con un par de trols.
Hermione dejó escapar un bufido de indignación.
—¿Un par de qué, perdona?
—Bueno, ya sabes —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. Preferiría ir solo que
con... con Eloise Midgen, por ejemplo.
—Su acné está mucho mejor últimamente. ¡Y es muy simpática!
—Tiene la nariz torcida —objetó Ron.
—Ya veo —exclamó Hermione enfureciéndose—. Así que, básicamente, vas a
intentar ir con la chica más guapa que puedas, aunque sea un espanto como persona.
—Eh... bueno, sí, eso suena bastante bien —dijo Ron.
—Me voy a la cama —espetó Hermione, y sin decir otra palabra salió para la
escalera que llevaba al dormitorio de las chicas.
Deseosos de impresionar a los visitantes de Beauxbatons y Durmstrang, los de
Hogwarts parecían determinados a engalanar el castillo lo mejor posible en Navidad.
Cuando estuvo lista la decoración, Harry pensó que era la más sorprendente que había
visto nunca en el castillo: a las barandillas de la escalinata de mármol les habían
añadido carámbanos perennes; los acostumbrados doce árboles de Navidad del Gran
Comedor estaban adornados con todo lo imaginable, desde luminosas bayas de acebo
hasta búhos auténticos, dorados, que ululaban; y habían embrujado las armaduras para
que entonaran villancicos cada vez que alguien pasaba por su lado. Era impresionante
oír Adeste, fideles... cantado por un yelmo vacío que no sabía más que la mitad de la
letra. En varias ocasiones, Filch, el conserje, tuvo que sacar a Peeves de dentro de las
armaduras, donde se ocultaba para llenar los huecos de losvillancicos con versos de su
invención, siempre bastante groseros.
Y Harry aún no había invitado a Cho al baile. Él y Ron se estaban poniendo muy
nerviosos aunque, como Harry observó, sin pareja. Ron no haría tanto el ridículo como
él, porque se suponía que Harry tenía que abrir el baile con los demás campeones.
—Supongo que siempre quedará Myrtle la Llorona —comentó en tono lúgubre,
refiriéndose al fantasma que habitaba en los servicios de las chicas del segundo piso.
—Tendremos que hacer de tripas corazón, Harry —le dijo Ron el viernes por la
mañana, en un tono que sugería que se proponían asaltar una fortaleza inexpugnable—.
Antes de que volvamos esta noche a la sala común, tenemos que haber conseguido
pareja, ¿vale?
—Eh... vale —asintió Harry.
Pero cada vez que vio a Cho aquel día (durante el recreo, y luego a la hora de la
comida, y una vez más cuando iba a Historia de la Magia) estaba rodeada de amigas.
¿Es que no iba sola a ninguna parte? ¿Podría pillarla por sorpresa de camino a los
servicios? Pero no: también a los servicios iba acompañada de una escolta de cuatro o
cinco chicas. Aunque, si no se daba prisa, se adelantaría algún otro.
Le costó concentrarse en el examen de antídotos, y por eso se olvidó de añadir el
ingrediente principal (un bezoar), por lo que Snape le puso un cero. Pero no le
preocupó: estaba demasiado absorto reuniendo valor para lo que se disponía a hacer.
Cuando sonó la campana, cogió la mochila y salió corriendo de la mazmorra.
—Nos vemos en la cena—les dijo a Ron y Hermione, y se abalanzó escaleras
arriba.
Sólo tendría que preguntarle a Cho si podía hablar con ella, eso era todo... Se
apresuró por los abarrotados corredores en su busca, y (antes incluso de lo que
esperaba) la encontró saliendo de una clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Eh... Cho... ¿Podría hablar un momento contigo? Tendrían que prohibir las risas
tontas, pensó Harry furioso cuando todas las chicas que estaban con Cho empezaron a
reírse. Ella, sin embargo, no lo hizo.
—Claro —dijo, y lo siguióadonde no podían oírlos sus compañeras de clase.
Harry se volvió a mirarla y el estómago le dio una sacudida, como si bajando una
escalera se hubiera saltado un escalón sin darse cuenta.
—Eh... —balbuceó.
No podía pedírselo. No podía. Pero tenía que hacerlo. Cho lo miraba, y parecía
desconcertada. Se le trabó la lengua.
—¿Quieresveviralmailecombigo?
—¿Cómo? —dijo Cho.
—¿Que... querrías venir al baile conmigo? —le preguntó Harry. ¿Por qué tenía que
ponerse rojo? ¿Por qué?
—¡Ah! —exclamó Cho, y se puso roja ella también—. ¡Ah, Harry, lo siento
muchísimo! —Y parecía verdad—. Ya me he comprometido con otro.
—¡Ah! —dijo Harry.
Qué raro: un momento antes, las tripas se le retorcían como culebras; pero de
repente parecía que las tripas se hubieran ido a otra parte.
—Bueno, no te preocupes —añadió.
—Lo siento muchísimo —repitió ella.
—No pasa nada —aseguró Harry.
Se quedaron mirándose, y luego dijo Cho:
—Bueno...
—Sí... —contestó Harry.
—Bueno, hasta luego —se despidió Cho, que seguía muy colorada.
Sin poder contenerse, Harry la llamó.
—¿Con quién vas?
—Con Cedric —dijo ella—. Con Cedric Diggory.
—Ah, bien —respondió Harry.
Y volvió a notar las tripas. Parecía como si durante su breve ausencia hubieran ido
a llenarse de plomo.
Olvidándose por completo de la cena, volvió lentamente a la torre de Gryffindor, y
la voz de Cho le retumbó en los oídos con cada paso que daba: «Con Cedric... Con
Cedric Diggory.» Cedric había empezado a caerle bastante bien, y había estado
dispuesto a olvidar que le hubiera ganado al quidditch, y que fuera guapo, y que lo
quisiera todo el mundo, y que fuera el campeón favorito de casi todos. Pero en aquel
momento comprendió que Cedric era un guapito inepto que no tenía bastante cerebro
para llenar un dedal.
—«Luces de colores» —le dijoa la Señora Gorda con la voz apagada. Habían
cambiado la contraseña el día anterior.
—¡Sí, cielo, por supuesto! —gorjeó ella, acomodándose su nueva cinta de oropel al
tiempo que lo dejaba pasar.
Al entrar en la sala común, Harry miró a su alrededor y para sorpresa suya vio que
Ron estaba sentado en un rincón alejado, pálido como un muerto. Ginny se hallaba
sentada a su lado, hablando con él en voz muy baja.
—¿Qué pasa, Ron? —dijo Harry al llegar junto a ellos.
Ron lo miró con expresión de horror.
—¿Por qué lo hice? —exclamó con desesperación—. ¡No puedo entender por qué
lo hice!
—¿El qué? —le preguntó Harry.
—Eh... simplemente le pidió a Fleur Delacour que fuera al baile con él —explicó
Ginny, que parecía estar a punto de sonreír, pero se contuvo y le dioa Ron una palmada
de apoyo moral en el brazo.
—¿Que tú qué? —dijo Harry.
—¡No puedo entender por qué lo hice! —repitió Ron—. ¿A qué he jugado? Había
gente (estaba todo lleno) y me volví loco... ¡Con todo el mundo mirando! Simplemente
la adelanté en el vestíbulo. Estaba hablando con Diggory. Y entonces me vino el
impulso... ¡y se lo pedí!
Ron gimió y se tapó la cara con las manos. Siguió hablando, aunque apenas se
entendía lo que decía.
—Me miró como si yo fuera una especie de holotúrido. Ni siquiera me respondió.
Y luego... no sé... recuperé el sentido y eché a correr.
—Es en parte una veela —dijo Harry—. Tenías razón: su abuela era veela. No es
culpa tuya. Estoy seguro de que llegaste cuando estaba desplegando todos sus encantos
para atraer a Diggory, yte hicieron efecto a ti. Pero ella pierde el tiempo. Diggory va
con Cho Chang.
Ron levantó la mirada.
—Le acabo de pedir que sea mi pareja —añadió Harry con voz apagada—, y me lo
ha dicho.
De pronto, Ginny había dejado de sonreír.
—Esto es una estupidez —afirmó Ron—. Somos los únicos que quedamos sin
pareja. Bueno, además de Neville. ¿A que no adivinas a quién se lo pidió él? ¡A
Hermione!
—¿Qué? —exclamó Harry, completamente anonadado por aquella impactante
noticia.
—¡Lo que oyes! —dijo Ron, y recobró parte del color al empezar a reírse—. ¡Me
lo contó después de Pociones! Dijo que ella siempre ha sido muy buena con él, que
siempre lo ha ayudado con el trabajo y todo eso... Pero ella le contestó que ya tenía
pareja. ¡Ja! ¡Como si eso fuera posible! Lo que pasa es que no quería ir con Neville...
Porque, claro, ¿quién sería capaz de ir con él?
—¡No digas eso! —dijo Ginny enfadada—. No te rías...
Justo en aquel momento entró Hermione por el hueco del retrato.
—¿Por qué no habéis ido a cenar? —les preguntó al acercarse a ellos.
—Porque... (ah, dejad de reíros) porque les han dado calabazas a los dos —explicó
Ginny.
Eso les paralizó la risa.
—Muchas gracias, Ginny —murmuró Ron con amargura.
—¿Están pilladas todas las guapas, Ron? —le dijo Hermione con altivez—. ¿Qué,
empieza a parecerte bonita Eloise Midgen? Bueno, no os preocupéis. Estoy segura de
que en algún lugar encontraréis a alguien que quiera ir con vosotros.
Pero Ron estaba observando a Hermione como si de repente la viera bajo una luz
nueva.
—Hermione, Neville tiene razón: tú eres una chica...
—¡Qué observador! —dijo ella ácidamente.
—¡Bueno, entonces puedes ir con uno de nosotros!
—No, lo siento —espetó Hermione.
—¡Oh, vamos! —insistió Ron—. Necesitamos una pareja: vamos a hacer el
ridículo si no llevamos a nadie. Todo el mundo tiene ya pareja...
—No puedo ir con vosotros —repuso Hermione, ruborizándose—, porque ya tengo
pareja.
—¡Vamos, no te quedes con nosotros! —dijo Ron—. ¡Le dijiste eso a Neville para
librarte de él!
—¿Ah, sí? —replicó Hermione,y en sus ojos brilló una mirada peligrosa—. ¡Que
tú hayas tardado tres años en notarlo, Ron, no quiere decir que nadie se haya dado
cuenta de que soy una chica!
Ron la miró. Luego volvió a sonreír.
—Vale, vale, ya sabemos que eres una chica. ¿Y ahora quieres venir?
—¡Ya os lo he dicho! —exclamó Hermione muy enfadada—. ¡Tengo pareja!
Y volvió a salir como un huracán hacia el dormitorio de las chicas.
—Es mentira —afirmó Ron, viéndola irse.
—No, no lo es —dijo Ginny en voz baja.
—Entonces, ¿con quién va? —preguntó Ron bruscamente.
—Yo no os lo voy a decir. Eso es cosa de ella —contestó Ginny.
—Bueno —dijo Ron, que parecía extraordinariamente desconcertado—, esto es
ridículo. Ginny, tú puedes ir con Harry, y yo...
—No puedo —lo cortó Ginny, y también se pusocolorada—. Soy la pareja de... de
Neville. Me lo pidió después de que Hermione le dijera que no, y yo pensé... bueno... si
no es con él no voy a poder ir, porque aún no estoy en cuarto. —Parecía muy triste—.
Creo que voy a bajar a cenar —concluyó. Se levantó y se fue por el hueco del retrato,
con la cabeza gacha.
Ron miró a Harry.
—¿Qué mosca les ha picado? —preguntó.
Pero Harry acababa de ver entrar por el hueco del retrato a Parvati y Lavender.
Había llegado el momento de emprender acciones drásticas.
—Espera aquí —le pidió a Ron. Se levantó, fue hacia Parvati y le preguntó:
—Parvati, ¿te gustaría ir al baile conmigo?
A Parvati le dio un ataque de risa. Harry esperó que se le pasara cruzando los dedos
dentro del bolsillo de la túnica.
—Sí. Vale —contestó al final, poniéndose muy roja.
—Gracias —dijo Harry, aliviado—. Lavender... ¿quieres ir con Ron?
—Ella es la pareja de Seamus —respondió Parvati, y las dos se rieron más que
antes.
Harry suspiró.
—¿Sabéis de alguien que pueda ir con Ron? —preguntó, bajando la voz para que
Ron no pudiera oírlo.
—¿Qué tal Hermione Granger? —sugirió Parvati.
—Ya tiene pareja.
Parvati se sorprendió mucho.
—Oh... ¿quién es?
Harry se encogió de hombros.
—Ni idea —repuso—. ¿Qué me decís de Ron?
—Bueno... —dijo Parvati pensativamente—, tal vez mi hermana... Padma, ya
sabes, de Ravenclaw. Si quieres se lo pregunto.
—Sí, te lo agradezco —respondió Harry—. Me lo dices, ¿vale?
Y volvió con Ron pensando que aquel baile daba más quebraderos de cabeza que
otra cosa, y rogando con todas sus fuerzas que Padma Patil no tuviera la nariz torcida.
23
El baile de Navidad
A pesar del sinfín de deberes que les habían puesto a los de cuarto para Navidad, aHarry no le apetecía ponerse a trabajar al final del trimestre, y se pasó la primera
semana de vacaciones disfrutando todo lo posible con sus compañeros. La torre de
Gryffindor seguía casi tan llena como durante el trimestre, y parecía más pequeña,
porque sus ocupantes armaban mucho más jaleo aquellos días. Fred y George habían
cosechado un gran éxito con sus galletas de canarios, y durante los dos primeros días de
vacaciones la gente iba dejando plumas por todas partes. No tuvo que pasar mucho
tiempo, sin embargo, para que los de Gryffindor aprendieran a tratar con muchísima
cautela cualquier cosa de comer que les ofrecieran los demás, por si había una galleta de
canarios oculta, y George le confesó a Harry que estaban desarrollando un nuevo
invento. Harry decidió no aceptar nunca de ellos ni una pipa de girasol. No se le
olvidaba lode Dudley y el caramelo longuilinguo.
En aquel momento nevaba copiosamente en el castillo y sus alrededores. El
carruaje de Beauxbatons, de color azul claro, parecía una calabaza enorme, helada y
cubierta de escarcha, junto a la cabaña de Hagrid, que a su lado era como una casita de
chocolate con azúcar glasé por encima, en tanto que el barco de Durmstrang tenía las
portillas heladas y los mástiles cubiertos de escarcha. Abajo, en las cocinas, los elfos
domésticos se superaban a sí mismos con guisos calientes y sabrosos, y postres muy
ricos. La única que encontraba algo de lo cual quejarse era Fleur Delacour.
—Toda esta comida de «Hogwag» es demasiado pesada —la oyeron decir una
noche en que salían tras ella del Gran Comedor (Ron se ocultaba detrás de Harry, para
que Fleur no lo viera)—. ¡No voy a «podeg lusig» la túnica!
—¡Ah, qué tragedia! —se burló Hermione cuando Fleur salía al vestíbulo—. Vaya
ínfulas, ¿eh?
—¿Con quién vas a ir al baile, Hermione?
Ron le hacía aquella pregunta en los momentos más inesperados para ver si, al
pillarla por sorpresa, conseguía que le contestara. Sin embargo, Hermione no hacía más
que mirarlo con el entrecejo fruncido y responder:
—No te lo digo. Te reirías de mí.
—¿Bromeas, Weasley? —dijo Malfoy tras ellos—. ¡No me dirásque ha
conseguido pareja para el baile! ¿La sangre sucia de los dientes largos?
Harry y Ron se dieron la vuelta bruscamente, pero Hermione saludó a alguien
detrás de Malfoy:
—¡Hola, profesor Moody!
Malfoy palideció y retrocedió de un salto, buscándolo conla mirada, pero Moody
estaba todavía sentado a la mesa de los profesores, terminándose el guiso.
—Eres un huroncito nervioso, ¿eh, Malfoy? —dijo Hermione mordazmente, y ella,
Harry y Ron empezaron a subir por la escalinata de mármol riéndose con ganas.
—Hermione —exclamó de repente Ron, sorprendido—, tus dientes...
—¿Qué les pasa?
—Bueno, que son diferentes... Lo acabo de notar.
—Claro que lo son. ¿Esperabas que siguiera con los colmillos que me puso
Malfoy?
—No, lo que quiero decir es que son diferentesde como eran antes de la maldición
de Malfoy. Están rectos y... de tamaño normal.
Hermione les dirigió de repente una sonrisa maliciosa, y Harry también se dio
cuenta: aquélla era una sonrisa muy distinta de la de antes.
—Bueno... cuando fui a que me losencogiera la señora Pomfrey, me puso delante
un espejo y me pidió que dijera «ya» cuando hubieran vuelto a su tamaño anterior
—explicó—, y simplemente la dejé que siguiera un poco. —Sonrió más aún—. A mis
padres no les va a gustar. Llevo años intentando convencerlos de que me dejaran
disminuirlos, pero se empeñaban en que siguiera con el aparato. Ya sabéis que son
dentistas, y piensan que los dientes y la magia no deberían... ¡Mirad!, ¡ha vuelto
Pigwidgeon!
El mochuelo de Ron, con un rollito de pergamino atado a la pata, gorjeaba como
loco encima de la barandilla adornada con carámbanos. La gente que pasaba por allí lo
señalaba y se reía, y unas chicas de tercero se pararon a observarlo.
—¡Ay, mira qué lechuza más chiquitita! ¿A que es preciosa?
—¡Estúpido cretino con plumas! —masculló Ron, corriendo por la escalera para
atraparlo—. ¡Hay que llevarle las cartas directamente al destinatario, y sin exhibirse por
ahí!
Pigwidgeon gorjeó de contento, sacando la cabeza del puño de Ron. Las chicas de
tercero parecían asustadas.
—¡Marchaos por ahí! —les espetó Ron, moviendo el puño en el que tenía atrapado
a Pigwidgeon, que ululaba más feliz que nunca cada vez que Ron lo balanceaba en el
aire—. Ten, Harry —añadió Ron en voz baja, desprendiéndole de la pata la respuesta de
Sirius, mientras las chicas de tercero se iban muy escandalizadas.
Harry se la guardó en el bolsillo, y se dieron prisa en subir a la torre de Gryffindor
para leerla.
En la sala común todos estaban demasiado ocupados celebrando las vacaciones
para fijarse en ellos. Harry, Ron y Hermione se sentaron lejos de todo el mundo, junto a
una ventana oscura que se iba llenando poco a poco de nieve, y Harry leyó en voz alta:
Querido Harry:
Mi enhorabuena por haber superado la prueba del dragón. ¡El que metió
tu nombre en el cáliz, quienquiera que fuera, no debe de estar nada satisfecho!
Yo te iba a sugerir una maldición de conjuntivitis, ya que el punto más débil
de los dragones son los ojos...
—Eso es lo que hizo Krum —susurró Hermione.
... pero lo que hiciste es todavía mejor: estoy impresionado.
Aun así, no te confíes, Harry. Sólo has superado una prueba. El que te
hizo entrar en el Torneo tiene muchas más posibilidades de hacerte daño, si
eso es lo que pretende. Ten los ojos abiertos (especialmente si está cerca ese
del que hemos hablado), y procura no meterte en problemas.
Escríbeme. Sigo queriendo que me informes de cualquier cosa
extraordinaria que ocurra.
Sirius
—Lo mismo que Moody —comentó Harry en voz baja, volviendo a meterse la
carta dentro de la túnica—. «¡Alerta permanente!» Cualquiera pensaría que camino con
los ojos cerrados, pegándome contra las paredes.
—Pero tiene razón, Harry —repuso Hermione—: todavía te quedan dos pruebas.
La verdad es que tendrías que echarle un vistazo a ese huevo y tratar de resolver el
enigma que encierra.
—¡Para eso tiene siglos, Hermione! —espetó Ron—. ¿Una partida de ajedrez,
Harry?
—Sí, vale —contestó Harry, que, al observar la expresión de Hermione, añadió—:
Vamos, ¿cómo me iba a concentrar con todo este ruido? Creo que ni el huevo se oiría.
—Supongo que no —reconoció ella suspirando, y se sentó a ver la partida, que
culminó con un emocionante jaque mate de Ron ejecutado con un par de temerarios
peones y un alfil muy violento.
El día de Navidad, Harry tuvo un despertar muy sobresaltado. Levantó los párpados
preguntándose qué era lo que lo había despertado, y vio unos ojos muy grandes,
redondos y verdes que lo miraban desde la oscuridad, tan cerca que casi tocaban los
suyos.
—¡Dobby! —gritó Harry, apartándose tan aprisa del elfo que casi se cae de la
cama—. ¡No hagas eso!
—¡Dobby lo lamenta, señor! —chilló nervioso el elfo, que retrocedió de un salto y
se tapó la boca con los largos dedos—. ¡Dobby sólo quería desearle a Harry Potter feliz
Navidad y traerle un regalo, señor! ¡Harry Potter le dio permiso a Dobby para venir a
verlo de vez en cuando, señor!
—Sí, muy bien —dijo Harry, con la respiración aún alterada, mientras el ritmo
cardíaco recuperaba la normalidad—. Pero la próxima vez sacúdemeel hombro o algo
así. No te inclines sobre mí de esa manera...
Harry descorrió las colgaduras de su cama adoselada, cogió las gafas que había
dejado sobre la mesita de noche y se las puso. Su grito había despertado a Ron, Seamus,
Dean y Neville, y todos espiaban a través de sus colgaduras con ojos de sueño y el pelo
revuelto.
—¿Te ha atacado alguien, Harry? —preguntó Seamus medio dormido.
—¡No, sólo es Dobby! —susurró Harry—. Vuelve a dormir.
—¡Ah... los regalos! —dijo Seamus, viendo el montón de paquetesque tenía a los
pies de la cama.
Ron, Dean y Neville decidieron que, ya que se habían despertado, podían
aprovechar para abrir los regalos. Harry se volvió hacia Dobby, que seguía de pie junto
a la cama, nervioso y todavía preocupado por el susto que le había dado a Harry.
Llevaba una bola de Navidad atada a la punta de la cubretetera.
—¿Puede Dobby darle el regalo a Harry Potter? —preguntó con timidez.
—Claro que sí —contestó Harry—. Eh... yo también tengo algo para ti.
Era mentira. No había comprado nada para Dobby, pero abrió rápidamente el baúl
y sacó un par de calcetines enrollados y llenos de bolitas. Eran los más viejos y feos que
tenía, de color amarillo mostaza, y habían pertenecido a tío Vernon. La razón de que
tuvieran tantas bolitas era que Harry los usaba desde hacia más de un año para proteger
el chivatoscopio. Lo desenvolvió y le entregó los calcetines a Dobby, diciendo:
—Perdona, se me olvidó empaquetarlos.
Pero Dobby estaba emocionado.
—¡Los calcetines son lo que más le gusta a Dobby, señor! ¡Son sus prendas
favoritas! —aseguró, quitándose los que llevaba, tan dispares, y poniéndose los de tío
Vernon—. Ahora ya tengo siete, señor. Pero, señor... —dijo abriendo los ojos al
máximo después de subirse los calcetines hasta las perneras del pantalón corto—, en la
tienda se han equivocado, Harry Potter: ¡son del mismo color!
—¡Harry, cómo no te diste cuenta de eso! —intervino Ron, sonriendo desde su
cama, que se hallaba ya cubierta de papeles de regalo—. Pero ¿sabes una cosa, Dobby?
Mira, aquí tienes. Toma estos dos, y así podrás mezclarlos con los de Harry. Y aquí
tienes el jersey.
Le entregó a Dobby un par de calcetines de color violeta que acababa de
desenvolver, y el jersey tejido a mano que le había enviado su madre.
Dobby se sentía abrumado.
—¡El señor es muy gentil! —chilló con los ojos empañados en lágrimas y
haciéndole a Ron una reverencia—. Dobby sabía que el señor tenía que ser un gran
mago, siendo el mejor amigo de Harry Potter, pero no sabía que fuera además tan
generoso de espíritu, tan noble, tan desprendido...
—Sólo son calcetines —repuso Ron, que se había ruborizado un tanto, aunque al
mismo tiempo parecía bastante complacido—. ¡Ostras, Harry! —Acababa de abrir el
regalo de Harry, un sombrero de los Chudley Cannons—. ¡Qué guay! —Se lo
encasquetó en la cabeza, donde no combinaba nada bien con el color del pelo.
Dobby le entregó entonces un pequeño paquete a Harry, que resultó ser... un par de
calcetines.
—¡Dobby los ha hecho él mismo, señor! —explicó el elfo muy contento—. ¡Ha
comprado la lana con su sueldo, señor!
El calcetín izquierdo era rojo brillante con un dibujo de escobas voladoras; el
derecho era verde con snitchs.
—Son... son realmente... Bueno, Dobby, muchas gracias —le dijo Harry
poniéndoselos, con lo que Dobby estuvo apunto otra vez de derramar lágrimas de
felicidad.
—Ahora Dobby tiene que irse, señor. ¡Ya estamos preparando la cena de Navidad!
—anunció el elfo, y salió a toda prisa del dormitorio, diciendo adiós a los otros al pasar.
Los restantes regalos de Harry fueron mucho más satisfactorios que los extraños
calcetines de Dobby, con la obvia excepción del regalo de los Dursley, que consistía en
un pañuelo de papel con el que batían su propio récord de mezquindad. Harry supuso
que aún se acordaban del caramelo longuilinguo. Hermione le había regalado un libro
que se titulaba Equipos de quidditch de Gran Bretaña e Irlanda; Ron, una bolsa
rebosante de bombas fétidas; Sirius, una práctica navaja con accesorios para abrir
cualquier cerradura y deshacer todo tipo denudos, y Hagrid, una caja bien grande de
chucherías que incluían todos los favoritos de Harry: grageas multisabores de Bertie
Bott, ranas de chocolate, chicle superhinchable y meigas fritas. Estaba también, por
supuesto, el habitual paquete de la señora Weasley, que incluía un jersey nuevo (verde
con el dibujo de un dragón: Harry supuso que Charlie le había contado todo lo del
colacuerno) y un montón de pastelillos caseros de Navidad.
Harry y Ron encontraron a Hermione en la sala común y bajaron a desayunar
juntos. Se pasaron casi toda la mañana en la torre de Gryffindor, disfrutando de los
regalos, y luego bajaron al Gran Comedor para tomar un magnífico almuerzo que
incluyó al menos cien pavos y budines de Navidad, junto con montones de petardos
sorpresa.
Por la tarde salieron del castillo: la nieve se hallaba tal cual había caído, salvo por
los caminos abiertos por los estudiantes de Durmstrang y Beauxbatons desde sus
moradas al castillo. En lugar de participar en la pelea de bolas de nieve entre Harry y los
Weasley, Hermione prefirió contemplarla, y a las cinco les anunció que volvía al
castillo para prepararse para el baile.
—Pero ¿te hacen falta tres horas? —se extrañó Ron, mirándola sin comprender.
Pagó su distracción recibiendo un bolazo de nieve arrojado por George que le pegó con
fuerza en un lado de la cabeza—. ¿Con quién vas? —le gritó a Hermione cuando ya se
iba; pero ella se limitó a hacer un gesto con la mano y entró en el castillo.
No había cena de Navidad porque el baile incluía un banquete, así que a las siete,
cuando se hacía dificil acertar a alguien, dieron por terminada la batalla de bolas de
nieve y volvieron a la sala común del castillo. La Señora Gorda estaba sentada en su
cuadro, acompañada por su amiga Violeta, y las dos parecían estar algo piripis. En el
suelo del cuadro había un montón de cajitas vacías de bombones de licor.
—¡«Cuces de lolores», eso es! —dijo la Señora Gorda con una risita tonta en
respuesta a la contraseña, mientras les abría para que pasaran.
Harry, Ron, Seamus, Dean y Neville se pusieron la túnica de gala en el dormitorio,
todos un poco cohibidos, pero ninguno tanto como Ron, que se miraba en la luna del
rincón con expresión de terror. Su túnica se parecía más a un vestido de mujer que a
cualquier otro tipo de prenda, y la cosa no tenía remedio. En un desesperado intento de
hacerla parecer más varonil, utilizó un encantamiento seccionador en el cuello y los
puños. No funcionó mal del todo: al menos se había desprendido de las puntillas,
aunque el trabajo no resultaba perfecto y los bordes se deshilachaban mientras bajaba la
escalera.
—No me cabe en la cabeza que hayáis conseguido a las dos chicas más guapas del
curso —susurró Dean.
—Magnetismo animal —replicó Ron de mal humor, tirándose de los hilos sueltos
de los puños.
La sala común tenía un aspecto muy extraño, llena de gente vestida de diferentes
colores en lugar del usual monocromatismo negro. Parvati aguardaba a Harry al pie de
la escalera. Estaba realmente muy guapa, con su túnica de un rosa impactante, el pelo
negro en una larga trenza entrelazada con oro y unas pulseras también de oro que le
brillaban en las muñecas. Harry dio gracias de que no le hubiera entrado la risa tonta.
—Estás... guapa —dijo algo cohibido.
—Gracias —respondió ella—. Padma te espera en el vestíbulo —le indicó a Ron.
—Bien —contestó Ron, mirando a su alrededor—. ¿Dónde está Hermione?
Parvati se encogió de hombros y le dijo a Harry:
—¿Quieres que bajemos?
—Vale —aceptó Harry, lamentando no poder quedarse en la sala común.
Fred le guiñó un ojo a Harry cuando éste pasó a su lado para salir por el hueco del
retrato.
También el vestíbulo estaba abarrotado de estudiantes que se arremolinaban en
espera de que dieran las ocho en punto, hora a la que se abrirían las puertas del Gran
Comedor. Los que habían quedado con parejas pertenecientes a diferentes casas las
buscaban entre la multitud. Parvati vio a su hermana Padma y la condujo hasta donde
estaban Harry y Ron.
—Hola —saludó Padma, que estaba tan guapa como Parvati con su túnica de color
azul turquesa brillante. No parecía demasiado entusiasmada con su pareja de baile. Lo
miró de arriba abajo, y sus oscuros ojos se detuvieron en el cuello y los puños
deshilachados de la túnica de gala de Ron.
—Hola —contestó Ron sin mirarla, pues seguía buscando entre la multitud—. ¡Oh,
no...!
Se inclinó un poco para ocultarse detrás de Harry porque pasaba por allí Fleur
Delacour, imponente con su túnica de satén gris plateado y acompañada por Roger
Davies, el capitán del equipo de quidditch de Ravenclaw. Cuando pasaron, Ron volvió a
enderezarse y a mirar por encima de las cabezas de la multitud.
—¿Dónde estará Hermione? —repitió.
Llegaron unos cuantos de Slytherin subiendo la escalera desde su sala común, que
era una de las mazmorras. Malfoy iba al frente. Llevaba una túnica negra de terciopelo
con cuello alzado, y Harry pensó que le daba aspecto de cura. De su brazo iba Pansy
Parkinson, con una túnica de color rosa pálido con muchos volantes. Tanto Crabbe
como Goyle iban de verde: parecíancantos rodados cubiertos de musgo, y, como Harry
se alegró de comprobar, ninguno de ellos había logrado encontrar pareja.
Se abrieron las puertas principales de roble, y todo el mundo se volvió para ver
entrar a los alumnos de Durmstrang con el profesor Karkarov. Krum iba al frente del
grupo, acompañado por una muchacha preciosa vestida con túnica azul a la que Harry
no conocía. Por encima de las cabezas pudo ver que una parte de la explanada que había
delante del castillo la habían transformado en una especie de gruta llena de luces de
colores. En realidad eran cientos de pequeñas hadas: algunas posadas en los rosales que
habían sido conjurados allí, y otras revoloteando sobre unas estatuas que parecían
representar a Papá Noel con sus renos.
En ese momento los llamó la voz de la profesora McGonagall:
—¡Los campeones por aquí, por favor!
Sonriendo, Parvati se acomodó las pulseras. Ella y Harry se despidieron de Ron y
Padma, y avanzaron. Sin dejar de hablar, la multitud se apartó para dejarlos pasar. La
profesora McGonagall, que llevaba una túnica de tela escocesa roja y se había puesto
una corona de cardos bastante fea alrededor del ala del sombrero, les pidió que
esperaran a un lado de la puerta mientras pasaban todos los demás: ellos entrarían en
procesión en el Gran Comedor cuando el resto de los alumnos estuviera sentado. Fleur
Delacour y Roger Davies se pusieron al lado de las puertas: Davies parecía tan aturdido
por la buena suerte de ser la pareja de Fleur que apenas podía quitarle los ojos de
encima. Cedric y Cho estaban también junto a Harry, quien no los miró para no tener
que hablar con ellos. Entonces volvió a mirar a la chica que acompañaba a Krum. Y se
quedó con la boca abierta.
Era Hermione.
Pero estaba completamente distinta. Se había hecho algo en el pelo: ya no lo tenía
enmarañado, sino liso y brillante, y lo llevaba recogido por detrás en un elegante moño.
La túnica era de una tela añil vaporosa, y su porte no era el de siempre, o tal vez fuera
simplemente la ausencia de la veintena de libros que solía cargar a la espalda. Ella
también sonreía (con una sonrisa nerviosa, a decir verdad), pero la disminución del
tamaño de sus incisivos era más evidente que nunca. Harry se preguntó cómo no se
había dado cuenta antes.
—¡Hola, Harry! —saludóella—. ¡Hola, Parvati!
Parvati le dirigió a Hermione una mirada de descortés incredulidad. Y no era la
única: cuando se abrieron las puertas del Gran Comedor, el club de fans de la biblioteca
pasó por su lado con aire ofendido, dirigiendo a Hermione miradas del más intenso
odio. Pansy Parkinson la miró con la boca abierta al pasar con Malfoy, que ni siquiera
fue capaz de encontrar un insulto con el que herirla. Ron, sin embargo, pasó por su lado
sin mirarla.
Cuando todos se hubieron acomodado en el GranComedor, la profesora
McGonagall les dijo que entraran detrás de ella, una pareja tras otra. Lo hicieron así, y
todos cuantos estaban en el Gran Comedor los aplaudieron mientras cruzaban la entrada
y se dirigían a una amplia mesa redonda situada en un extremo del salón, donde se
hallaban sentados los miembros del tribunal.
Habían recubierto los muros del Gran Comedor de escarcha con destellos de plata,
y cientos de guirnaldas de muérdago y hiedra cruzaban el techo negro lleno de estrellas.
En lugar delas habituales mesas de las casas había un centenar de mesas más pequeñas,
alumbradas con farolillos, cada una con capacidad para unas doce personas.
Mientras Harry se esforzaba en no tropezar, Parvati parecía hallarse en la gloria:
sonreía a todo el mundo, y llevaba a Harry con tanta determinación que él se sentía
como un perro de exhibición al que la dueña obligara a mostrar sus habilidades en un
concurso. Al acercarse a la mesa vio a Ron y a Padma. Ron observaba pasar a Hermione
con los ojos casi cerrados; Padma parecía estar de mal humor.
Dumbledore sonrió de contento cuando los campeones se acercaron a la mesa
principal. La expresión de Karkarov, en cambio, recordaba más bien a la de Ron al ver
acercarse a Krum y Hermione. Ludo Bagman, que aquella noche llevaba una túnica de
color púrpura brillante con grandes estrellas amarillas, aplaudía con tanto entusiasmo
como cualquiera de los alumnos. Y Madame Maxime, que había cambiado su habitual
uniforme de satén negro por un vestido de seda suelto de color azul lavanda, aplaudía
cortésmente. Pero faltaba el señor Crouch, como no tardó en notar Harry. El quinto
asiento de la mesa estaba ocupado por Percy Weasley.
Cuando los campeones y sus parejas llegaron a la mesa, Percy retiró un poco la
silla vacía que había a su lado, mirando a Harry. Éste entendió la indirecta y se sentó
junto a Percy, que llevaba una reluciente túnica de gala de color azul marino, y lucía una
expresión de gran suficiencia.
—Me han ascendido —dijo Percy antes de que a Harry le dieratiempo a
preguntarle y con el mismo tono que hubiera empleado para anunciar su elección como
gobernador supremo del Universo—. Ahora soy el ayudante personal del señor Crouch,
y he venido en representación suya.
—¿Por qué no ha venido él? —preguntó Harry. No le apetecía pasarse la cena
escuchando una disertación sobre los culos de los calderos.
—Lamento tener que decir que el señor Crouch no se encuentra bien, nada bien. No
se ha encontrado bien desde los Mundiales. No me sorprende: es el exceso de trabajo.
No es tan joven como antes. Aunque sigue siendo brillante, desde luego: su mente si
que es la misma de siempre. Pero la Copa del Mundo resultó un fiasco para el
Ministerio, y además el señor Crouch sufrió un revés personal muy duro a causa del
comportamiento indebido de su elfina doméstica, Blinky o como se llame. Como era
natural, él la despidió inmediatamente después del incidente; pero, bueno, aunque se las
apaña, como yo digo, la verdad es que necesita que lo cuiden, y me temo que desde que
ella no está en la casa su vida es mucho menos cómoda. Y a continuación tuvimos que
preparar el Torneo, y luego vinieron las secuelas de los Mundiales, con esa repelente
Skeeter dando guerra. Pobre hombre, está pasando unas Navidades tranquilas, bien
merecidas. Estoy satisfecho de que supiera que contaba con alguien de confianza para
ocupar su lugar.
Harry estuvo muy tentado de preguntarle si el señor Crouch ya había dejado de
llamarlo Weatherby, pero se contuvo.
Aún no había comida en los brillantes platos de oro; sólo unas pequeñas minutas
delante de cada uno de ellos. Harry cogió la suya como dudando, y miró a su alrededor.
No había camareros. Observó que Dumbledore leía su menú con detenimiento y luego
le decía muy claramente a su plato:
—¡Chuletas de cerdo!
Y las chuletas de cerdo aparecieron sobre él. Captando la idea, los restantes
comensales también pidieron a sus respectivos platos lo que deseaban. Harry le echó
una mirada a Hermione para ver qué le parecía aquel nuevo y más complicado sistema
de cena, que seguramente implicaría más trabajo para los elfos. Pero, por una vez,
Hermione no parecía acordarse de la P.E.D.D.O.: estaba absorta en su charla con Viktor
Krum, y ni siquiera parecía ver lo que comía.
Harry se dio cuenta de que hasta entonces no había oído hablar a Viktor, pero en
aquel momento lo estaba haciendo, y con mucho entusiasmo.
—Bueno, «nosotrros» tenemos también un castillo, no tan «grrande» como éste, ni
tan «conforrtable», me «parrece» —le decía a Hermione—. Sólo tiene «cuatrro» pisos,
y las chimeneas se «prrenden» únicamente por motivos mágicos. Pero los terrenos del
colegio son aún más amplios que los de aquí, aunque en «invierrno» apenas tenemos
luz, así que no los «disfrrutamos» mucho. «Perro» en «verrano» volamos a «diarrio»,
«sobrre» los lagos y las montañas.
—¡Para, para, Viktor! —dijo Karkarov, con una risa en la que no participaban sus
fríos ojos—. No sigas dando más pistas, ¡o tu encantadora amiga sabrá exactamente
dónde se encuentra el castillo!
Dumbledore sonrió, no sólo con la boca sino también con la mirada.
—Con todo ese secretismo, Igor, se podría pensar que no queréis visitas.
—Bueno, Dumbledore —dijo Karkarov, mostrando plenamente sus dientes
amarillos—, todos protegemos nuestros dominios privados, ¿verdad? ¿No guardamos
todos con celo los centros de saber en que se aprende lo que nos ha sido confiado? ¿No
tenemos motivos para estar orgullosos de ser los únicos conocedores de los secretos de
nuestro colegio? ¿No tenemos motivos para protegerlos?
—¡Ah, yo nunca pensaría que conozco todos los secretos de Hogwarts, Igor!
—contestó Dumbledore en tono amistoso—. Esta misma mañana, por ejemplo, me
equivoqué al ir a los lavabos y me encontré en una sala de bellas proporciones que no
había visto nunca y que contenía unamagnífica colección de orinales. Cuando volví
para contemplarla más detenidamente, la sala había desaparecido. Pero tengo que estar
atento a ver si la vuelvo a ver: tal vez sólo sea accesible a las cinco y media de la
mañana, o aparezca cuando la luna está en cuarto creciente o menguante, o cuando el
que pasa por allí tiene la vejiga excepcionalmente llena.
Harry resopló mirando su plato de gulasch. Percy fruncía el entrecejo, pero Harry
hubiera jurado que Dumbledore le había guiñado un ojo.
Mientras tanto, Fleur Delacour criticaba la decoración de Hogwarts hablando con
Roger Davies.
—Esto no es nada —decía, echando una despectiva mirada a los centelleantes
muros del Gran Comedor—. En Navidad, en el palacio de Beauxbatons tenemos
«escultugas» de hielo entodo el salón «comedog». «Pog» supuesto, no se «deguiten»:
son como «enogmes» estatuas de diamante, «bgillando pog» todos lados. Y la comida
es sencillamente «sobegbia». Y tenemos «cogos» de ninfas de «madega» que nos cantan
«seguenatas mientgas» comemos.En los salones no hay ni una de estas feas
«agmadugas», y si «entgaga» en Beauxbatons un poltergeist lo «expulsaguíamos» de
inmediato —añadió, dando un golpe en la mesa con la mano.
Roger Davies la miraba con expresión pasmada, y no acertaba a apuntar con el
tenedor cuando pretendía metérselo en la boca. Harry tenía la impresión de que Davies
estaba demasiado ocupado mirando a Fleur para enterarse de lo que ella decía.
—Tienes toda la razón —dijo apresuradamente, pegando otro golpe en la mesa con
la mano—: de inmediato, sí señor.
Harry echó una mirada al Gran Comedor. Hagrid se hallaba sentado a una de las
otras mesas de profesores. Había vuelto a ponerse el horrible traje peludo de color
marrón y miraba a la mesa en que Harry se encontraba. Harry lo vio saludar con la
mano, y que Madame Maxime, con sus cuentas de ópalo que brillaban a la luz de las
velas, le devolvía el saludo.
Hermione le enseñaba a Krum a pronunciar bien su nombre. Él seguía diciendo
«Ez-miope».
—Her... mi... o... ne —decía ella, despacio y claro.
—Herr... mio... ne.
—Se acerca bastante —aprobó ella, mirando a Harry y sonriendo.
Cuando se acabó la cena, Dumbledore se levantó y pidió a los alumnos que
hicieran lo mismo. Entonces, a un movimiento suyo de varita, las mesas se retiraron y
alinearon junto a los muros, dejando el suelo despejado, y luego hizo aparecer por
encantamiento a lo largo del muro derecho un tablado. Sobre él aparecieron una batería,
varias guitarras, un laúd, un violonchelo y algunas gaitas.
Las Brujas de Macbeth subieron al escenario entre aplausos entusiastas. Eran todas
melenudas, e iban vestidas muy modernas, con túnicas negras llenas de desgarrones y
aberturas. Cogieron sus instrumentos, y Harry, que las miraba con tanto interés que no
advertía lo que se avecinaba, comprendió de repente que los farolillos de todas las otras
mesas se habían apagado y que los campeones y sus parejas estaban de pie.
—¡Vamos! —le susurró Parvati—, ¡se supone que tenemos que bailar!
Al levantarse, Harry tropezó con la túnica. LasBrujas de Macbeth empezaron a
tocar una melodía lenta, triste. Harry fue hasta la parte más iluminada del salón,
evitando cuidadosamente mirar a nadie (aunque vio a Seamus y Dean, que lo saludaban
con una risita), y, al momento siguiente, Parvati le agarró las manos, le colocó una en su
cintura y le agarró la otra fuertemente.
No era tan terrible como había temido, pensó Harry, dando vueltas lentamente casi
sin desplazarse (Parvati lo llevaba). Miraba por encima de la gente, que muy pronto
empezó a unirseal baile, de forma que los campeones dejaron de ser el centro de
atención. Neville y Ginny bailaban junto a ellos: vio que Ginny hacia muecas de dolor
con bastante frecuencia, cada vez que Neville la pisaba. Dumbledore bailaba con
Madame Maxime. Era tan pequeño para ella, que apenas llegaba con la punta de su
alargado sombrero a hacerle cosquillas en la barbilla, pero ella se movía con bastante
gracia para el tamaño que tenía. Ojoloco Moody bailaba muy torpemente con la
profesora Sinistra, que parecíatemer a la pata de palo.
—Bonitos calcetines, Potter —le dijo Moody al pasar a su lado, viendo con su ojo
mágico a través de la túnica de Harry.
—¡Eh... sí! Dobby el elfo los tejió para mí —le respondió Harry, sonriendo.
—¡Es tan siniestro! —susurró Parvati, cuando Moody se alejaba golpeando en el
suelo con la pata de palo—. ¡Creo que ese ojo no debería estar permitido!
Harry escuchó con alivio el trémolo final de la gaita. Las Brujas de Macbeth
dejaron de tocar, los aplausos volvieron a retumbar en el Gran Comedor y Harry soltó
inmediatamente a Parvati.
—Vamos a sentarnos, ¿vale?
—¡Ah, pero si ésta es muy bonita! —dijo ella cuando Las Brujas de Macbeth
empezaron a tocar una nueva pieza, mucho más rápida que la anterior.
—A mí no me gusta —mintió Harry, ysalió de la zona de baile delante de Parvati.
Pasaron por al lado de Fred y Angelina, los cuales bailaban de forma tan entusiasta
que la gente se apartaba por miedo a resultar herida, y se acercaron a la mesa en que
estaban Padma y Ron.
—¿Qué hay? —le preguntó Harry a Ron, sentándose y abriendo una botella de
cerveza de mantequilla.
Ron no respondió. No quitaba ojo a Hermione y a Krum, que bailaban cerca de
ellos. Padma estaba sentada con las piernas y los brazos cruzados, moviendo un pie al
compás de la música. De vez en cuando le dirigía una mirada asesina a Ron, que no le
hacía el menor caso. Parvati se sentó junto a Harry y cruzó también brazos y piernas. Al
cabo de unos minutos se le acercó un chico de Beauxbatons para preguntarle si quería
bailar con él.
—No te importa, ¿verdad, Harry? —le preguntó Parvati.
—¿Qué? —dijo Harry, observando a Cho y Cedric.
—Olvídalo —le espetó Parvati, y se marchó con el chico de Beauxbatons. No
volvió al terminar la canción.
Hermione se acercó y se sentó en la silla que Parvati había dejado. Estaba un poco
sofocada de tanto bailar.
—Hola —la saludó Harry.
Ron no dijo nada.
—Hace calor, ¿no? —comentó Hermione abanicándose con la mano—. Viktor
acaba de ir por bebidas.
—¿Viktor? —dijo Ron con furia contenida—. ¿Todavía no te ha pedido que lo
llames «Vicky»?
Hermione lo miró sorprendida.
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
—Si no lo sabes, no te lo voy a explicar —replicó Ron mordazmente.
Hermione interrogó con la mirada a Harry, que se encogió de hombros.
—Ron, ¿qué...?
—¡Es deDurmstrang! —soltó Ron—. ¡Compite contra Harry! ¡Contra Hogwarts!
Tú, tú estás... —Ron estaba obviamente buscando palabras lo bastante fuertes para
describir el crimen de Hermione—¡confraternizando con el enemigo, eso es lo que
estás haciendo!
Hermione se quedó boquiabierta.
—¡No seas idiota! —contestó al cabo—. ¡El enemigo! No comprendo... ¿Quién era
el que estaba tan emocionado cuando lo vio llegar? ¿Quién era el que quería pedirle un
autógrafo? ¿Quién tiene una miniatura suya en el dormitorio?
Ron prefirió no hacer caso de aquello.
—Supongo que te pidió ser su pareja cuando los dos estabais en la biblioteca.
—Sí, así fue —respondió Hermione, y sus mejillas, que estaban ligeramente
subidas de color, se pusieron de un rojo brillante—. ¿Y qué?
—¿Qué pasó? ¿Intentaste afiliarlo a la P.E.D.D.O.?
—¡No, nada de eso! ¡Si de verdad quieres saberlo, me dijo que había ido a la
biblioteca todos los días para intentar hablar conmigo, pero que no había conseguido
armarse del valor suficiente!
Hermione dijo esto muy aprisa, y se ruborizó tanto que su cara adquirió el mismo
tono que la túnica de Parvati.
—Sí, bien, eso es lo que él dice —repuso Ron.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¡Pues está bien claro! Él es alumno de Karkarov, ¿no? Sabe con quién vas...
Intenta aproximarse a Harry, obtener información de él, o acercarse lo bastante para
gafarlo.
Hermione reaccionó como si Ron le acabara de pegar una bofetada. Cuando al fin
habló, le temblaba la voz.
—Para tu información, no me ha preguntado nada sobre Harry, absolutamente
nada.
Inmediatamente Ron cambió de argumento.
—¡Entonces es que espera que lo ayudes a desentrañar el enigma del huevo!
Supongo que durante esas encantadoras sesiones de biblioteca os habéis dedicado a
pensar juntos...
—¡Yo nunca lo ayudaría a averiguar lo del huevo! —replicó Hermione,
ofendida—. Nunca. ¡Cómo puedes decir algo así...! Yo quiero que el Torneo lo gane
Harry, y Harry lo sabe, ¿o no?
—Tienes una curiosa manera de demostrarlo —dijo Ron de forma despectiva.
—¡Se supone que la finalidad del Torneo es conocer magos extranjeros y hacer
amistad con ellos! —repuso Hermione con voz chillona.
—¡No, no lo es! —gritó Ron—. ¡La finalidad es ganar!
La gente empezaba a mirarlos.
—Ron —dijo Harry en voz baja—, a mí no me parece mal que Hermione haya
venido con Krum...
Pero Ron tampoco le hizo caso a Harry.
—¿Por qué no te vas a buscar a Vicky? —dijo—. Seguro que se pregunta dónde
estás.
—¡No lo llames Vicky! —Hermione se puso en pie de un salto y salió como un
huracán hacia la zona de baile, donde desapareció entre la multitud.
Con una mezcla de ira y satisfacción en la cara, Ron la vio irse.
—¿No vas a pedirme que bailemos? —le preguntó Padma.
—No —contestó Ron, sin dejar de mirar a Hermione.
—Muy bien —espetó Padma.
Se levantó y fue adonde estaban Parvati y el chico de Beauxbatons. Éste se dio
tanta prisa en encontrar a otro amigo para ella, que Harry habría jurado que lo había
atraído con el encantamiento convocador.
—¿Dónde está Herr... mío... ne? —preguntó una voz.
Krum acababa de acercarse a la mesa con dos cervezas de mantequilla.
—Ni idea —respondió Ron con brusquedad, levantando la vista hacia él—. ¿Se te
ha perdido?
Krum volvía a tener su gesto hosco.
—Bueno, si la veis, decidle que tengo las bebidas —dijo, y se fue con su paso
desgarbado.
—Tehas hecho amigo de Viktor Krum, ¿eh, Ron? —Percy se les había acercado y
hablaba frotándose las manos y haciendo ademanes pomposos—. ¡Estupendo! Ésa es la
verdadera finalidad del Torneo, ¿sabes?, ¡la cooperación mágica internacional!
Para disgusto de Harry, Percy se apresuró a ocupar el sitio de Padma. En aquel
momento la mesa principal se hallaba vacía: el profesor Dumbledore bailaba con la
profesora Sprout; Ludo Bagman, con la profesora McGonagall; Madame Maxime y
Hagrid ocupaban un buen espacio mientras valseaban por entre los estudiantes, y al
profesor Karkarov no se lo veía por ningún lado. Cuando terminó la siguiente pieza todo
el mundo volvió a aplaudir, y Harry vio que Ludo Bagman besaba la mano de la
profesora McGonagall y regresaba entre la multitud, hasta que lo abordaron Fred y
George.
—¿Qué creen que hacen, molestando a los miembros del Ministerio? —refunfuñó
Percy, mirando con recelo a Fred y George—. No hay respeto...
Pero Ludo Bagman se desprendió de Fred y George enseguida y, viendo a Harry, le
hizo un gesto con la mano y se acercó a la mesa.
—Espero que mis hermanos no lo hayan importunado, señor Bagman —le dijo
Percy de inmediato.
—¿Qué? ¡No, en absoluto, en absoluto! —repuso Bagman—. No, sólo querían
decirme algo sobre esas varitas de pega que han inventado. Me han preguntado si yo
podría aconsejarlos sobre mercadotecnia. Les he prometido ponerlos en contacto con un
par de conocidos míos en la tienda de artículos de broma de Zonko...
A Percy aquello no le hizo ninguna gracia, y Harryestuvo seguro de que se lo
contaría a su madre en cuanto llegara a su casa. Daba la impresión de que los planes de
Fred y George se habían hecho más ambiciosos de un tiempo a aquella parte, si
esperaban vender al público.
Bagman abrió la boca para preguntarle algo a Harry, pero Percy lo distrajo.
—¿Qué tal le parece que va el Torneo, señor Bagman? Nuestro departamento está
muy satisfecho. Por supuesto, fue lamentable el contratiempo con el cáliz de fuego
—miró fugazmente a Harry—, pero desde entonces parece que todo ha ido bien, ¿no
cree?
—¡Ah, sí! —dijo Bagman muy alegre—, todo ha resultado muy divertido. ¿Cómo
le va al viejo Barty? Qué pena que no haya podido venir.
—¡Ah, sin duda el señor Crouch no tardará en volver a la carga! —repuso Percy
imbuido de importancia—. Pero, mientras tanto, estoy más que deseoso de mejorar las
cosas. Por supuesto, no todo consiste en asistir a bailes... —Rió despreocupadamente—.
Me las he tenido que ver con asuntos de todo tipo que han surgido en su ausencia. ¿No
haoído que han pillado a Alí Bashir intentando meter de contrabando en el país un
cargamento de alfombras voladoras? Y luego hemos estado intentando que los
transilvanos firmen la Prohibición universal de los duelos. Tengo una entrevista con el
director desu Departamento de Cooperación Mágica para el año nuevo...
—Vamos a dar una vuelta —le susurró Ron a Harry—. Huyamos de Percy...
Pretextando que iban a buscar más bebida, Harry y Ron dejaron la mesa, rodearon
la zona de baile y salieron al vestíbulo. La puerta principal estaba abierta, y mientras
bajaban la escalinata de piedra distinguieron el centelleo de las luces de colores
repartidas por la rosaleda. Una vez abajo, se encontraron rodeados de arbustos, caminos
serpenteantes y grandes estatuas de piedra. Se oía el rumor del agua, probablemente de
una fuente. Aquí y allá había gente sentada en bancos labrados. Harry y Ron tomaron
uno de los caminos que zigzagueaba entre los rosales, y apenas habían recorrido un
corto trecho cuando oyeron una voz tan conocida como desagradable:
—... no veo a qué viene tanto revuelo, Igor.
—¡No puedes negar lo que está pasando, Severus! —La voz de Karkarov sonaba
nerviosa y muy baja, como si estuviera tomando precauciones para que nadie pudiera
oírlo—. Ha empezado a ser cada vez más evidente durante los últimos meses, y estoy
preocupado de verdad, no lo puedo negar...
—Entonces, huye —dijo la voz de Snape—. Huye: yo te disculparé. Pero yo me
quedo en Hogwarts.
Snape y Karkarov doblaron la esquina. Snape llevaba la varita enla mano, e iba
golpeando los rosales con una expresión de lo más malvada. Muchos de los rosales
proferían chillidos, y de ellos surgían unas formas oscuras.
—¡Diez puntos menos para Hufflepuff, Fawcett! —gruñó Snape, cuando una chica
pasó corriendo por su lado—. ¡Y diez puntos menos para Ravenclaw, Stebbins!
—añadió cuando pasó tras ella un chico—. ¿Y qué hacéis vosotros dos? —preguntó al
toparse de improviso con Ron y Harry.
Karkarov, según notó Harry, pareció asustado de verlos allí. Se llevó
nerviosamente la mano a la perilla y empezó a ensortijarse el pelo con un dedo.
—Estamos paseando —contestó Ron lacónicamente—. No va contra las normas,
¿o sí?
—¡Seguid paseando, entonces! —gruñó Snape, y los rozó al pasar con su larga
capa negra, que se hinchaba tras él.
Karkarov lo siguió apresuradamente. Harry y Ron prosiguieron su camino.
—¿Por qué estará tan preocupado Karkarov? —le cuchicheó Ron.
—¿Y desde cuándo él y Snape se tratan de tú? —dijo Harry pensativamente.
Acababan de llegar hasta unaestatua grande de piedra que representaba a un reno
del que salían los surtidores de una alta fuente. Sobre un banco de piedra se veía la
oscura silueta de dos personas muy grandes que contemplaban el agua a la luz de la
luna. Y luego Harry oyó hablara Hagrid:
—Lo supe en cuanto te vi —decía él, con la voz extrañamente ronca.
Harry y Ron se quedaron de piedra. Daba la impresión de que no debían
interrumpir aquella escena... Harry miró a su alrededor y hacia atrás por el camino, y
vio a Fleur Delacour y Roger Davies medio ocultos en un rosal cercano. Le dio una
palmada a Ron en el hombro y los señaló con un gesto de cabeza, indicándole que
podrían escabullirse fácilmente por aquel lado sin ser notados (Fleur y Davies parecían
muy entretenidos), peroRon, horrorizado al ver a Fleur y poniendo los ojos como
platos, negó vigorosamente con la cabeza y tiró de Harry para ocultarse más entre las
sombras, tras el reno.
—¿Qué es lo que supiste, «Hagguid»? —le preguntó Madame Maxime, con un
evidente ronroneo en su suave voz.
Decididamente, Harry no quería escuchar aquello: sabía que a Hagrid le
horrorizaría que lo oyeran (porque a él le pasaría lo mismo). Si hubiera podido, se
habría tapado los oídos con los dedos y se habría puesto a canturrear bien fuerte, pero
no era posible. En vez de eso, intentó interesarse en un escarabajo que caminaba por la
espalda del reno, pero el escarabajo no conseguía ser lo bastante atrayente para que se
dejaran de oír las palabras de Hagrid.
—Supe... supe que eras como yo... ¿Fue tu madre o tu padre?
—Eh... no entiendo lo que «quiegues decig», Hagrid.
—En mi caso fue mi madre —explicó Hagrid en voz baja—. Fue una de las últimas
de Gran Bretaña. Naturalmente, no la recuerdo muy bien... Me abandonó, ya ves.
Cuando yo tenía unos tres años. No era lo que se dice del tipo maternal. Bueno, lo
llevan en su naturaleza, ¿no? No sé qué fue de ella... Tal vez haya muerto.
Madame Maxime no decía nada. Y Harry, a pesar de si mismo, apartó los ojos del
escarabajo y echó un vistazo por encima de las astas del reno, escuchando... Nunca
había oído a Hagrid hablar de su infancia.
—A mi padre se le partió el corazón cuando ella se fue. Mi padre era muy pequeño.
Con seis años yo ya podía levantarlo y ponerlo encima del aparador si me enfadaba.
Solía hacerlo reír... —La voz de Hagrid era profunda, pero de repente cambió porque lo
embargó la emoción. Madame Maxime escuchaba sin moverse, según parecía con la
vista fija en la fuente plateada—. Mi padre me crió... pero murió, claro, justo después de
que yo vine al colegio. Entonces, me las tuve que apañar por mí mismo. Aunque
Dumbledore fue una gran ayuda: fue muy bueno conmigo... —Hagrid sacó un pañuelo
grande de seda de lunares y se sonó la nariz muy fuerte—. Bueno... en fin... basta de
hablar de mí. ¿Y tú? ¿De qué parte te viene?
Pero Madame Maxime acababa de ponerse repentinamente en pie.
—Hace demasiado «fguío» —dijo, pero el tiempo no era tan frío como su voz—.
Me «paguece» que voy a «entgag».
—¿Eh? —exclamó Hagrid, sin entender—. ¡No, no te vayas! ¡Yo no... nunca había
conocido a otro!
—¿«Otgo» qué, exactamente? —preguntó Madame Maxime, con un tono gélido.
Harry le hubiera aconsejado a Hagrid que no respondiera. Oculto en la sombra,
apretó los dientes, esperando contra toda esperanza que no lo hiciera, pero de nada
valía.
—¡Otro semigigante, por supuesto! —repuso Hagrid.
—¡Cómo te «atgueves»! —gritó Madame Maxime. Su voz resonó en el silencioso
aire de la noche como la sirena de un barco. Tras él, Harry oyó a Fleur y Roger caerse
de su rosal—. ¡Jamás en mi vida me han insultado así! ¿Semigigante? Moi? Yo... ¡yo
soy de esqueleto grande!
Se marchó furiosa. A medida que pasaba, apartando enojada los arbustos, se
levantaban en el aire enjambres de hadas multicolores. Hagrid permaneció sentado en el
banco, mirándola. Estaba demasiado oscuro para ver su expresión. Luego,
aproximadamente un minuto después, se levantó y se fue a grandes zancadas, no de
regreso al castillo sino atravesando los oscuros terrenos de camino a su cabaña.
—Vamos —le dijo Harry a Ron en voz muy baja—, vámonos.
Pero Ron no se movió.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry mirándolo.
Ron tenía una expresión realmente muy seria.
—¿Lo sabías —susurró—, lo de que Hagrid fuera un semigigante?
—No —contestó Harry, encogiéndose de hombros—. ¿Y qué?
Al ver la mirada de Ron comprendió enseguida que una vez más estaba revelando
su ignorancia respecto del mundo mágico. Criado con los Dursley, había muchas cosas
que todos los magos conocían y que para él continuaban siendo un secreto, aunque
aquellas revelaciones se iban haciendo menos frecuentes conforme iba pasando cursos.
En aquel momento, sin embargo, se dio cuenta de que la mayoría de los magos no
habría dicho «¿y qué?» al averiguar que uno de sus amigos tenía como madre a una
giganta.
—Te lo explicaré dentro —contestó Ron en voz baja—. Vamos...
Fleur y Roger Davies habían desaparecido, probablemente metiéndose en algún
hueco aún más íntimo entre los arbustos. Harry y Ron volvieron al Gran Comedor.
Parvati y Padma estaban sentadas a una mesa distante, entre una multitud de chicos de
Beauxbatons, y Hermione seguía bailando con Krum. Harry y Ron ocuparon una mesa
bastante alejada de la zona de baile.
—¿Y? —le preguntó Harry a Ron—. ¿Cuál es el problema con los gigantes?
—Bueno, que son, son... —Ron se esforzó por hallar las palabras adecuadas—. No
son muy agradables —concluyó de forma poco convincente.
—¿Y eso qué más da? —observó Harry—. ¡Hagrid sí que lo es!
—Ya lo sé, pero... caray, no me extraña que lo mantenga en secreto —dijo Ron,
sacudiendo la cabeza—. Siempre creí que alguien le había echado un encantamiento
aumentador cuando era niño, o algo así. No quería mencionarlo...
—Pero ¿qué problema hay porque su madre fuera una giganta? —inquirió Harry.
—Bueno, ninguno para los que lo conocemos, porque sabemos que no es peligroso
—dijo Ron pensativamente—. Pero... los gigantes son muy fieros, Harry. Como Hagrid
dijo, lo llevan en su naturaleza. Son como los trols: les gusta matar; todo el mundo lo
sabe. Pero ya no queda ninguno en Gran Bretaña.
—¿Qué les ocurrió?
—Bueno, se estaban extinguiendo, y luego los aurores mataron a muchos. Pero se
supone que quedan gigantes en otros países... la mayor parte ocultos en las montañas.
—No sé a quién piensa Maxime que engaña —comentó Harry, observando a
Madame Maxime sentada sola en la mesa principal, con aspecto muy sombrío—. Si
Hagrid es un semigigante, ella desde luego también lo es. Esqueleto grande... Sólo los
dinosaurios tienen un esqueleto mayor que el de ella.
Harry y Ron se pasaron el resto del baile en su rincón hablando sobre los gigantes,
sin ningunas ganas de bailar. Harry intentaba no mirar a Cho y Cedric: hacerlo le
producía un enorme deseo de dar patadas.
Cuando a la medianoche terminaron de tocar Las Brujas de Macbeth, todo el
mundo les dedicó un fuerte aplauso antes de emprender el camino hacia el vestíbulo.
Muchos se quejaban de que el baile no durara más, pero Harry estaba muy contento de
irse a la cama. Por lo que se refería a él, la noche no había sido muy divertida.
Fuera, en el vestíbulo, Harry y Ron vieron a Hermione despedirse de Krum antes
de que volviera al barco. Ella le dirigió a Ron una mirada gélida, y pasó por su lado al
subir la escalinata de mármol sin decirle nada. Harry y Ron la siguieron, pero a mitad de
la escalinata Harry oyó que alguien lo llamaba:
—¡Eh... Harry!
Era Cedric Diggory. Harry vio que Cho lo esperaba abajo, en el vestíbulo.
—¿Sí? —dijo Harry con frialdad, cuando Cedric hubo subido hasta donde estaba
él.
Parecía que Cedric no quería decir nada delante de Ron, así que éste se encogió de
hombros, malhumorado, y siguió subiendo la escalinata.
—Escucha... —dijo Cedric en voz muy baja cuando Ron se perdió de vista—. Te
debo una por haberme dicho lo de los dragones. ¿Tu huevo de oro gime cuando lo
abres?
—Sí —contestó Harry.
—Bien... toma un baño, ¿vale?
—¿Qué?
—Que tomes un baño y... eh... te lleves el huevo contigo, y... eh... reflexiona sobre
las cosas en el agua caliente. Te ayudará a pensar... Hazme caso.
Harry se quedó mirándolo.
—Y otra cosa —añadió Cedric—: usa el baño de los prefectos. Es la cuarta puerta a
la izquierda de esa estatua de Boris el Desconcertado del quinto piso. La contraseña es
«Frescura de pino». Tengo que irme... Me quiero despedir.
Volvió a sonreír a Harry y bajó la escalera apresuradamente hasta donde estaba
Cho.
Harry regresó solo a la torre de Gryffindor. Aquél era un consejo muy extraño.
¿Por qué un baño podía ayudarlo a desentrañar el enigma del huevo? ¿Le tomaba el pelo
Cedric? ¿Trataba de hacerlo quedar en ridículo, para valer más a los ojos de Cho?
La Señora Gorda y su amiga Violeta dormitaban en el cuadro. Harry tuvo que gritar
«¡Luces de colores!» para despertarlas, y cuando lo hizo se mostraron muy enfadadas.
Entró en la sala común y vio a Hermione y Ron envueltos en una violenta disputa. Se
gritaban a tres metros de distancia, los dos rojos como tomates.
—Bueno, pues si no te gusta, ya sabes cuál es la solución, ¿no? —gritó Hermione;
el pelo se le estaba desprendiendo de su elegante moño, y tenía la cara tensa de ira.
—¿Ah, sí? —le respondió Ron—, ¿cuál es?
—¡La próxima vez que haya un baile, pídeme que sea tu pareja antes que ningún
otro, y no como último recurso!
Ron movió la boca sin articular ningún sonido, como una carpa fuera del agua,
mientras Hermione se daba media vuelta y subía como un rayo la escalera que llevaba al
dormitorio. Ron se volvió hacia Harry.
—Bueno —balbuceó, atónito—, bueno... ahí está la prueba... Hasta ella se da
cuenta de que no tiene razón.
Harry no le contestó. Estaba demasiado contento de haber vuelto a ser amigo de
Ron para decir lo que pensaba justo en aquel momento. Pero sabía que Hermione tenía
mucha más razón que él.
24
La primicia de Rita Skeeter
Todos se levantaron tarde el 26 de diciembre. La sala común de Gryffindor seencontraba más silenciosa de lo que había estado últimamente, y muchos bostezos
salpicaban las desganadas conversaciones. El pelo de Hermione volvía a estar tan
enmarañado como siempre, y ella confesó que había empleado grandes cantidades de
poción alisadora; «pero es demasiado lío para hacerlo todos los días», añadió con
sensatez mientras rascaba detrás de las orejas a Crookshanks, que ronroneaba.
Ron y Hermione parecían haber llegado al acuerdo de no tocar más el tema de su
disputa. Volvían a ser muy amablesel uno con el otro, aunque algo formales. Ron y
Harry la pusieron al tanto de la conversación entre Madame Maxime y Hagrid, pero ella
no pareció encontrar tan sorprendente la noticia de que Hagrid era un semigigante.
—Bueno, ya me lo imaginaba —dijo encogiéndose de hombros—. Sabía que no
podía ser un gigante puro, porque miden unos siete metros de altura. Pero, la verdad, esa
histeria con los gigantes... No creo que todos sean tan horribles. Son los mismos
prejuicios que tiene la gente contra los hombres lobo. No es más que intolerancia,
¿verdad?
Daba la impresión de que a Ron le hubiera gustado dar una respuesta mordaz, pero
tal vez no quería empezar otra discusión, porque se contentó con negar con la cabeza
cuando Hermione no lo veía.
Había llegado el momento de pensar en los deberes que no habían hecho durante la
primera semana de vacaciones. Una vez pasado el día de Navidad, todo el mundo se
sentía desinflado. Todo el mundo salvo Harry, que otra vez comenzaba a preocuparse.
El problema era que, una vez terminadas las fiestas, el 24 de febrero parecía mucho
más cercano, y aún no había hecho nada para descifrar el enigma que encerraba el
huevo de oro. Así pues, empezó a sacar el huevo del baúl cada vez que subía al
dormitorio; lo abría y lo escuchaba con atención, esperando que algo cobrara sentido de
repente. Trataba de pensar a qué le recordaba aquel sonido, aparte de a una treintena de
sierras musicales, pero nunca había oído nada que se le pareciera. Cerró el huevo, lo
agitó vigorosamente y lo volvió a abrir para comprobar si el sonido había cambiado,
pero no era así. Intentó hacerle al huevo varias preguntas, gritando por encima de los
gemidos, pero no le respondía. Incluso tiró el huevo a la otra punta del dormitorio,
aunque no creyó que fuera a servirle de nada.
Harry no olvidaba la pista que le había dado Cedric, pero los sentimientos de
antipatía que éste le inspiraba entonces le hacían rechazar aquella ayuda siempre que
fuera posible. En cualquier caso, le parecía que, si de verdad Cedric hubiera querido
echarle una mano, habría sido algo más explícito. Él, Harry, le había explicado qué era
exactamente a lo que se iba a enfrentar en la primera prueba... mientras que la idea que
Cedric tenía de justa correspondencia consistía en aconsejarle que se tomara un baño.
Bueno, él no necesitaba esa birria de ayuda, y menos de alguien que iba por los
corredores cogido de la mano de Cho. Y así llegó el primer día del segundo trimestre, y
Harry se fue a clase con el habitual peso de los libros, pergaminos y plumas, más el
peso en el estómago de la preocupación por el enigma del huevo, como si también lo
llevara de un lado a otro.
Todavía había una gruesa capa de nieve alrededor del colegio, y las ventanas del
invernadero estaban cubiertas de un vaho tan espeso que no se podía ver nada por ellas
en la clase de Herbología. Con aquel tiempo nadie tenía muchas ganas de que llegara la
clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, aunque, como dijo Ron, los escregutos
seguramente los harían entrar en calor, ya fuera por tener que cazarlos o porque
arrojarían fuego con la suficiente intensidad para prender la cabaña de Hagrid.
Sin embargo, al llegar a la cabaña de su amigo encontraron ante la puerta a una
bruja anciana de pelo gris muy corto y barbilla prominente.
—Daos prisa, vamos, ya hace cinco minutos que sonó la campana —les gritó al
verlos acercarse a través de la nieve.
—¿Quién es usted? —le preguntó Harry mirándola fijamente—. ¿Dónde está
Hagrid?
—Soy la profesora Grubbly-Plank —dijo con entusiasmo—, la sustituta temporal
de vuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.
—¿Dónde está Hagrid? —repitió Harry.
—Está indispuesto —respondió lacónicamente la mujer.
Hasta los oídos de Harry llegó una risa apenas audible pero desagradable. Se
volvió. Estaban llegando Draco Malfoy y el resto de los de Slytherin. Todos parecían
contentos, y ninguno se sorprendía de ver a la profesora Grubbly-Plank.
—Por aquí, por favor —les dijo ésta, y se encaminó a grandes pasos hacia el
potrero en que tiritaban los enormes caballos de Beauxbatons.
Harry, Ron y Hermione la siguieron volviendo la vista atrás, a la cabaña de Hagrid.
Habían corrido todas las cortinas. ¿Estaba allí Hagrid, solo y enfermo?
—¿Qué le pasa a Hagrid? —preguntó Harry, apresurándose para poder alcanzar a
la profesora Grubbly-Plank.
—No te importa —respondió ella, como si pensara que él trataba de molestar.
—Sí me importa —replicó Harry acalorado—. ¿Qué le pasa?
La bruja no le hizo caso. Los condujo al otro lado del potrero, donde descansaban
los caballos de Beauxbatons, amontonados para protegerse del frío, y luego hacia un
árbol que se alzaba en el lindero del bosque. Atado a él había un unicornio grande y
muy bello.
Muchas de las chicas exclamaron «¡oooooooooooooh!» al ver al unicornio.
—¡Qué hermoso! —susurró Lavender Brown—. ¿Cómo lo atraparía? ¡Dicen que
son sumamente difíciles de coger!
El unicornio era de un blanco tan brillante que a su lado la nieve parecía gris.
Piafaba nervioso con sus cascos dorados, alzando la cabeza rematada en un largo
cuerno.
—¡Los chicos que se echen atrás! —exclamó con voz potente la profesora
Grubbly-Plank, apartándolos con un brazo que le pegó a Harry en el pecho—. Los
unicornios prefieren el toque femenino. Que las chicas pasen delante y se acerquen con
cuidado. Vamos, despacio...
Ella y las chicas se acercaron poco a poco al unicornio, dejando a los chicos junto a
la valla del potrero, observando.
En cuanto la profesora se alejó lo suficiente para no oírlos, Harry se dirigió a Ron.
—¿Qué crees que le pasa? ¿No habrá sido un escreg...?
—No, nadie lo ha atacado, Potter, si es lo que piensas —intervino Malfoy con voz
suave—. No: lo que pasa es que le da vergüenza que vean su fea carota.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry.
Malfoy metió la mano en un bolsillo de la túnica y sacó una página de periódico.
—Aquí tienes —dijo—. No sabes cómo lamento tener que enseñártelo, Potter.
Sonreía de satisfacción mientras Harry cogía la página, la desplegaba y la leía. Ron,
Seamus, Dean y Neville miraban por encima de su hombro. Se trataba de un artículo
encabezado con una foto en la que Hagrid tenía pinta de criminal.
EL GIGANTESCO ERROR DE DUMBLEDORE
Albus Dumbledore, el excéntrico director del Colegio Hogwarts de Magia y
Hechicería, nunca ha tenido miedo de contratar a gente controvertida, nos
cuenta Rita Skeeter, corresponsal especial. En septiembre de este año nombró
profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras a Alastor Ojoloco Moody, el
antiguo auror que, como todo el mundo sabe, es un cenizo y además se siente
orgulloso de serlo; una decisión que causó gran sorpresa en el Ministerio de
Magia, dado el bien conocido hábito que tiene Moody de atacar a cualquiera
que haga un repentino movimiento en su presencia. Aun así, Ojoloco Moody
parece un profesor bondadoso y responsable allado del ser parcialmente
humano que ha contratado Dumbledore para impartir la clase de Cuidado de
Criaturas Mágicas.
Rubeus Hagrid, que admite que fue expulsado de Hogwarts cuando
cursaba tercero, ha ocupado el puesto de guardabosque del colegio desde
entonces, un trabajo en el que Dumbledore lo ha puesto de forma fija. El curso
pasado, sin embargo, Hagrid utilizó su misterioso ascendiente sobre el director
para obtener el cargo adicional de profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas,
por encima de muchoscandidatos mejor cualificados.
Hagrid, que es un hombre enorme y de aspecto feroz, ha estado utilizando
su nueva autoridad para aterrorizar a los estudiantes que tiene a su cargo con
una sucesión de horripilantes criaturas. Mientras Dumbledore hace la vista
gorda, Hagrid ha conseguido lesionar a varios de sus alumnos durante una
serie de clases que muchos admiten que resultan «aterrorizadoras».
«A mí me atacó un hipogrifo, y a mi amigo Vincent Crabbe le dio un
terrible mordisco un gusarajo», nos confiesa Draco Malfoy, un alumno de
cuarto curso. «Todos odiamos a Hagrid, pero tenemos demasiado miedo para
decir nada.»
No obstante, Hagrid no tiene intención de cesar su campaña de
intimidación. El mes pasado, en conversación con una periodista de El
Profeta, admitió haber creado por cruce unas criaturas a las que ha bautizado
como «escregutos de cola explosiva», un cruce altamente peligroso entre
mantícoras y cangrejos de fuego. Por supuesto, la creación de nuevas especies
de criaturas mágicas es una actividad que el Departamento de Regulación y
Control de las Criaturas Mágicas siempre vigila de cerca. Hagrid, según
parece, se considera por encima de tales restricciones insignificantes.
«Fue sólo como diversión», dice antes de apresurarse a cambiar de tema.
Por si esto no fuera bastante, El Profeta ha descubierto recientemente que
Hagrid no es, como ha pretendido siempre, un mago de sangre limpia. De
hecho, ni siquiera es enteramente humano. Su madre, revelamos en exclusiva,
no es otra que la giganta Fridwulfa, que en la actualidad se halla en paradero
desconocido.
Brutales y sedientos de sangre, los gigantes llegaron a estar en peligro de
extinción durante el pasado siglo por culpa de sus luchas fratricidas. Los pocos
que sobrevivieron se unieron a las filas de El-que-no-debe-ser-nombrado, y
fueron responsables de algunas de las peores matanzas de muggles que
tuvieron lugar durante su reinado de terror.
En tanto que muchos de los gigantes que sirvieron a El-que-no-debe-sernombrado cayeron abatidos por aurores que luchaban contra las fuerzas
oscuras, Fridwulfa no se hallaba entre ellos. Es posible que se uniera a una de
las comunidades de gigantes que perviven en algunas cadenas montañosas del
extranjero. Pero, a juzgar por las travesuras que cometeen las clases de
Cuidado de Criaturas Mágicas, el hijo de Fridwulfa parece haber heredado su
naturaleza brutal.
Lo curioso es que, como todo Hogwarts sabe, Hagrid mantiene una
amistad íntima con el muchacho que provocó la caída de Quien-ustedes-saben,
ycon ella la huida de la propia madre de Hagrid, como del resto de sus
partidarios. Tal vez Harry Potter no se halle al corriente de la desagradable
verdad sobre su enorme amigo, pero Albus Dumbledore tiene sin duda la
obligación de asegurarse de que Harry Potter, al igual que sus compañeros,
esté advertido de los peligros que entraña la relación con semigigantes.
Harry terminó de leer y alzó los ojos hacia Ron, que contemplaba boquiabierto la
página del periódico.
—¿Cómo se ha enterado? —susurró éste.
Pero no era eso lo que preocupaba a Harry.
—¿Qué quieres decir con eso de «todos odiamos a Hagrid»? —le espetó a
Malfoy—. ¿Qué son todas estas mentiras acerca de que a ése —y señaló a Crabbe—le
dio un terrible mordisco un gusarajo? ¡Ni siquiera tienen dientes!
Crabbe se reía por lo bajo, muy satisfecho de sí mismo.
—Bien, creo que esto debería poner fin a la carrera docente de ese zoquete
—declaró Malfoy con ojos brillantes—. Un semigigante... ¡Y pensar que yo suponía que
se había tragado una botella de crecehuesos cuando era joven! A los padres esto no les
va a hacer ninguna gracia: ahora todos tendrán miedo de que se coma a sus hijos, ja, ja...
—¡Mald...!
—¿Estáis atendiendo, por ahí?
La voz de la profesora Grubbly-Plank llegó hasta ellos; las chicas se arracimaban
en torno al unicornio, acariciándolo. Harry sentía tanta ira que el artículo de El Profeta
le temblaba en las manos mientras se volvía con la mirada perdida hacia el unicornio,
cuyas propiedades mágicas enumeraba en aquel instantela profesora en voz alta, para
que los chicos también se enteraran.
—¡Espero que se quede esta mujer! —dijo Parvati Patil al terminar la clase, cuando
todos se dirigían hacia el castillo para la comida—. Esto se parece más a lo que yo me
imaginaba de Cuidado de Criaturas Mágicas: criaturas hermosas como los unicornios,
no monstruos...
—¿Y qué me dices de Hagrid? —replicó Harry enfadado, subiendo la pequeña
escalinata.
—¿Hagrid? —contestó Parvati con dureza—. Puede seguir siendo guardabosque,
¿no?
Desdeel baile, Parvati se había mostrado muy fría con Harry. Éste reconocía que
debería haberse mostrado más atento con su compañera de baile; pero, después de todo,
ella no lo había pasado nada mal. De hecho, le contaba a todo el mundo que estuviera
dispuestoa escucharla que se había citado con el chico de Beauxbatons en Hogsmeade
el siguiente día que tuvieran permiso para ir allí.
—Ha sido una buena clase —comentó Hermione cuando entraron en el Gran
Comedor—. Yo no sabía ni la mitad de las cosas que la profesora Grubbly-Plank nos ha
dicho sobre los unic...
—¡Mira esto! —la cortó Harry, y le puso bajo la nariz el artículo de El Profeta.
Hermione leyó con la boca abierta. Reaccionó exactamente igual que Ron.
—¿Cómo se ha podido enterar esa espantosa Skeeter?¿Creéis que se lo diría
Hagrid?
—No —contestó Harry, que se abrió camino hasta la mesa de Gryffindor y se echó
sobre una silla, furioso—. Ni siquiera nos lo dijo a nosotros. Supongo que le pondría de
los nervios que Hagrid no quisiera decirle un montón decosas negativas sobre mí, y se
ha dedicado a hurgar para desquitarse con él.
—Tal vez lo oyó decírselo a Madame Maxime durante el baile —sugirió Hermione
en voz baja.
—¡La habríamos visto en el jardín! —objetó Ron—. Además, se supone que no
puede volvera entrar en el colegio. Hagrid dijo que Dumbledore se lo había prohibido...
—A lo mejor tiene una capa invisible —dijo Harry, sirviéndose en el plato un cazo
de guiso de pollo, con tanta furia contenida que lo salpicó por todas partes—. Es el tipo
de cosas que haría, ¿no?: ocultarse entre los arbustos para espiar a la gente.
—¿Como tú y Ron, te refieres? —preguntó Hermione.
—¡Nosotros no pretendíamos oír! —repuso Ron indignado—. ¡No nos quedó otro
remedio! ¡El muy tonto, hablando sobre la giganta de sumadre donde cualquiera podía
oírlo!
—Tenemos que ir a verlo —dijo Harry—. Esta noche, después de Adivinación.
Para decirle que queremos que vuelva... ¿Tú quieres que vuelva? —le preguntó a
Hermione.
—Yo... bueno, no voy a fingir que no me haya gustado este agradable cambio,
tener por una vez una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas como Dios manda... ¡pero
quiero que vuelva Hagrid, por supuesto que sí! —se apresuró a añadir Hermione,
temblando ante la furiosa mirada de Harry.
De forma que esa noche, después de cenar, los tres volvieron a salir del castillo y se
fueron por los helados terrenos del colegio hacia la cabaña de Hagrid. Llamaron a la
puerta, y les respondieron los atronadores ladridos de Fang.
—¡Somos nosotros, Hagrid! —gritó Harry, aporreando la puerta—. ¡Abre!
No respondió. Oyeron a Fang arañar la puerta, quejumbroso, pero ésta siguió
cerrada. Llamaron durante otros diez minutos, y Ron incluso golpeó en una de las
ventanas, pero no obtuvieron respuesta.
—¿Por qué nos evita? —se lamentó Hermione, cuando finalmente desistieron y
emprendieron el regreso al colegio—. Espero que no crea que a nosotros nos importa
que sea un semigigante.
Pero parecía que a Hagrid sí le importaba, porque no vieron ni rastro de él en toda
la semana. No hizo acto depresencia en la mesa de los profesores a las horas de comer,
no lo vieron ir a cumplir con sus obligaciones como guardabosque, y la profesora
Grubbly-Plank siguió haciéndose cargo de las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Malfoy se relamía de gustosiempre que podía.
—¿Se ha perdido vuestro amigo el híbrido? —le susurraba a Harry siempre que
había algún profesor cerca, para que éste no pudiera tomar represalias—. ¿Se ha perdido
el hombre elefante?
Había una visita programada a Hogsmeade para mediados de enero. Hermione se
sorprendió mucho de que Harry pensara ir.
—Pensé que querrías aprovechar la oportunidad de tener la sala común en silencio
—comentó—. Tienes que ponerte en serio a pensar en el enigma.
—¡Ah...! Creo... creo que ya estoy sobre la pista —mintió Harry.
—¿De verdad? —dijo Hermione, impresionada—. ¡Bien hecho!
La sensación de culpa le provocó un retortijón de tripas, pero no hizo caso.
Después de todo, todavía le quedaban cinco semanas para meditar en el enigma, y eso
era como cinco siglos. Además, si iba a Hogsmeade, tal vez pudiera encontrarse con
Hagrid y persuadirlo de que volviera.
Él, Ron y Hermione salieron del castillo el sábado, y atravesaron el campo húmedo
y frío en dirección a las verjas. Al pasar junto al barco anclado en el lago, vieron salir a
cubierta a Viktor Krum, sin otra prenda de ropa que el bañador. A pesar de su delgadez
debía de ser bastante fuerte, porque se subió a la borda, estiró los brazos y se tiró al
lago.
—¡Está loco! —exclamó Harry, mirando fijamenteel renegrido pelo de Krum
cuando su cabeza asomó en el medio del lago—. ¡Es enero, debe de estar helado!
—Hace mucho más frío en el lugar del que viene —comentó Hermione—.
Supongo que para él está tibia.
—Sí, pero además está el calamar gigante —señaló Ron. No parecía preocupado,
más bien esperanzado.
Hermione notó el tono de su voz, y le puso mala cara.
—Es realmente majo, ¿sabéis? —dijo ella—. No es lo que uno podría pensar de
alguien de Durmstrang. Me ha dicho que esto le gusta mucho más.
Ron no dijonada. No había mencionado a Viktor Krum desde el baile, pero el 26
de diciembre Harry había encontrado bajo la cama un brazo en miniatura que tenía toda
la pinta de haber sido desgajado de alguna figura que llevara la túnica de quidditch del
equipo de Bulgaria.
Mientras recorrían la calle principal, cubierta de nieve enfangada, Harry estuvo
muy atento por si vislumbraba a Hagrid, y propuso visitar Las Tres Escobas después de
asegurarse de que éste no estaba en ninguna tienda.
La taberna se hallaba tan abarrotada como siempre, pero un rápido vistazo a todas
las mesas reveló que Hagrid no se encontraba allí. Desanimado, Harry fue hasta la barra
con Ron y Hermione, le pidió a la señora Rosmerta tres cervezas de mantequilla, y
lamentó no haberse quedado en Hogwarts escuchando los gemidos del huevo de oro.
—Pero ¿es que ese hombre no va nunca a trabajar? —susurró Hermione de
repente—. ¡Mirad!
Señaló el espejo que había tras la barra, y Harry vio a Ludo Bagman allí reflejado,
sentado en un rincón oscuro con unos cuantos duendes. Bagman les hablaba a los
duendes en voz baja y muy despacio, y ellos lo escuchaban con los brazos cruzados y
miradas amenazadoras.
Harry se dijo que era bastante raro que Bagman estuviera allí, en Las Tres Escobas,
un fin de semana, cuando no había ningún acontecimiento relacionado con el Torneo y,
por lo tanto, nada que juzgar. Miró el reflejo de Bagman. Parecía de nuevo tenso, tanto
como lo había estado en el bosque aquella noche antes de que apareciera la Marca
Tenebrosa. Pero en aquel momento Bagman miró hacia la barra, vio a Harry y se
levantó.
—¡Un momento, sólo un momento! —oyó que les decía a los duendes, y Bagman
se apresuró a acercarse a él cruzando la taberna—. ¡Harry! ¿Cómo estás? —lo saludó;
había recuperado su sonrisa infantil—. ¡Tenía ganas de encontrarme contigo! ¿Va todo
bien?
—Sí, gracias —respondió Harry.
—Me pregunto si podría decirte algo en privado, Harry —dijo Bagman—. ¿Nos
podríais disculpar un momento?
—Eh... vale —repuso Ron, y se fue con Hermione en busca de una mesa.
Bagman condujo a Harry hasta el rincón de la taberna más alejado de la señora
Rosmerta.
—Bueno, sólo quería felicitarte por tu espléndida actuación ante el colacuerno
húngaro, Harry —dijo Bagman—. Fue realmente soberbia.
—Gracias —contestó Harry, pero sabía que aquello no era todo lo que Bagman
quería decirle, porque sin duda podía haberlo felicitado delante de Ron y Hermione.
Sin embargo, Bagman no parecía tener ninguna prisa por hablar. Harry lo vio mirar
por el espejo a los duendes, que a suvez los observaban a ellos en silencio con sus ojos
oscuros y rasgados.
—Una absoluta pesadilla —dijo Bagman en voz baja al notar que Harry también
observaba a los duendes—. Su inglés no es muy bueno... Es como volver a
entendérselas con todos los búlgaros en los Mundiales de quidditch... pero al menos
aquéllos utilizaban unos signos que cualquier otro ser humano podía entender. Estos
parlotean duendigonza... y yo sólo sé una palabra en duendigonza: bladvak, que
significa «pico de cavar». Y no quiero utilizarla por miedo a que crean que los estoy
amenazando. —Se rió con una risa breve y retumbante.
—¿Qué quieren? —preguntó Harry, notando que los duendes no dejaban de vigilar
a Bagman.
—Eh... bueno... —dijo Bagman, que de pronto pareció muy nervioso—. Buscan a
Barty Crouch.
—¿Y por qué lo buscan aquí? —se extrañó Harry—. Estará en el Ministerio, en
Londres, ¿no?
—Eh... en realidad no tengo ni idea de dónde está —reconoció Bagman—.
Digamos que... ha dejado de acudir al trabajo. Ya lleva ausente dos semanas. El joven
Percy, su ayudante, asegura que está enfermo. Parece que ha estado enviando
instrucciones por lechuza mensajera. Pero te ruego que no le digas nada de esto a nadie,
porque Rita Skeeter mete las narices por todas partes, y es capaz de convertir la
enfermedad de Barty en algo siniestro. Probablemente diría que ha desaparecido como
Bertha Jorkins.
—¿Se sabe algo de Bertha Jorkins? —preguntó Harry.
—No —contestó Bagman, recuperando su aspecto tenso—. He puesto a alguna
gente en su busca —«¡A buena hora!», pensó Harry—, y todo resulta muy extraño.
Hemos comprobado que llegó a Albania, porque allí se vio con su primo segundo. Y
luego dejó la casa de su primo para trasladarse al sur a visitar a su tía. Pero parece que
desapareció por el camino sin dejar rastro. Que me parta un rayo si comprendo dónde se
ha metido. No parece el tipo de persona que se fugaría con alguien, por ejemplo... Pero
¿qué hacemos hablando de duendes y de Bertha Jorkins? Lo que quería preguntarte es
cómo te va con el huevo de oro.
—Eh... no muy mal —mintió Harry.
Pero, al parecer, Bagman se dio cuenta de que Harry no era sincero.
—Escucha, Harry —dijo en voz muy baja—, todo esto me hace sentirme culpable.
Te metieron en el Torneo, tú no te presentaste, y... —su voz se hizo tan sutilque Harry
tuvo que inclinarse para escuchar—si puedo ayudarte, darte un empujoncito en la
dirección correcta... Siento debilidad por ti... ¡La manera en que burlaste al dragón!
Bueno, sólo espero una indicación por tu parte.
Harry miró la cara de Bagman, redonda y sonrosada, y los azules ojos de bebé,
completamente abiertos.
—Se supone que tenemos que descifrarlo por nosotros mismos, ¿no? —repuso,
poniendo mucho cuidado en decirlo como sin darle importancia y que no sonara a una
acusación contra el director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.
—Bueno, sí —admitió Bagman—, pero... En fin, Harry, todos queremos que gane
Hogwarts, ¿no?
—¿Le ha ofrecido ayuda a Cedric?
Bagman frunció levemente el entrecejo.
—No, no lo he hecho —reconoció—. Yo... bueno, como te dije, siento debilidad
por ti. Por eso pensé en ofrecerte...
—Bueno, gracias —respondió Harry—, pero creo que ya casi lo tengo... Me faltan
un par de días.
No sabía muy bien por qué rechazaba la ayuda de Bagman. Tal vez fuera porque
era para él casi un extraño, y aceptar su ayuda le parecía que estaba mucho más cerca de
hacer trampas que si se la pedía a Ron, Hermione o Sirius.
Bagman parecía casi ofendido, pero no pudo decir mucho más porque en ese
momento se acercaron Fred y George.
—Hola, señor Bagman —saludó Fred con entusiasmo—. ¿Podemos invitarlo?
—Eh... no —contestó Bagman, dirigiéndole a Harry una última mirada
decepcionada—. No, muchachos, muchas gracias.
Fred y George se quedaron tan decepcionados como Bagman, que miraba a Harry
comosi éste lo hubiera defraudado.
—Bueno, tengo prisa —dijo—. Me alegro de veros a todos. Buena suerte, Harry.
Salió de la taberna a toda prisa. Los duendes se levantaron de las sillas y fueron tras
él. Harry se reunió con Ron y Hermione.
—¿Qué quería? —preguntó Ron en cuanto Harry se sentó.
—Quería ayudarme con el huevo de oro —explicó Harry.
—¡Eso no está bien! —exclamó Hermione muy sorprendida—. ¡Es uno de los
jueces! Y además, tú ya lo tienes, ¿no?
—Eh... casi —repuso Harry.
—¡Bueno, no creo que a Dumbledore le gustara enterarse de que Bagman intenta
convencerte de que hagas trampa! —opinó Hermione, con expresión muy
reprobatoria—. ¡Espero que intente ayudar igual a Cedric!
—Pues no. Se lo he preguntado —respondió Harry.
—¿Y a quién le importa si a Diggory lo están ayudando? —dijo Ron.
Harry, en su interior, se mostró de acuerdo con su amigo
—Esos duendes no parecían muy amistosos —comentó Hermione, sorbiendo la
cerveza de mantequilla—. ¿Qué harían aquí?
—Según Bagman, buscar a Crouch —explicó Harry—.Sigue enfermo. No ha ido a
trabajar.
—A lo mejor lo está envenenando Percy —sugirió Ron—. Probablemente piensa
que, si Crouch la palma, a él lo nombrarán director del Departamento de Cooperación
Mágica Internacional.
Hermione le dirigió a Ron una mirada que quería significar «no se bromea sobre
esas cosas», y dijo:
—Es curioso que los duendes busquen al señor Crouch... Normalmente tratarían
con el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas.
—Pero Crouch sabe un montón de lenguas —le recordó Harry—. A lo mejor
buscan un intérprete.
—¿Ahora te preocupas por los duendecitos? —inquirió Ron—. ¿Estás pensando en
fundar la S.P.A.D.A.,o algo así? ¿La Sociedad Protectora de los Asquerosos Duendes
Atontados?
—Ja, ja, ja —replicó Hermione con sarcasmo—. Los duendes no necesitan
protección. ¿No os habéis enterado de lo que ha contado el profesor Binns sobre las
revueltas de los duendes?
—No —respondieron al unísono Harry y Ron.
—Bueno, pues son perfectamente capaces de tratar con los magos —dijo Hermione
sorbiendo más cerveza de mantequilla—. Son muy listos. No son como los elfos
domésticos, que nunca defienden sus derechos.
—¡Oh! —exclamó Ron, mirando hacia la puerta.
Acababa de entrar Rita Skeeter. Aquel día llevaba una túnica amarillo plátano y las
uñas pintadas de un impactante color rosa, e iba acompañada de su barrigudo fotógrafo.
Pidió bebidas, y junto con su fotógrafo pasó por en medio de la multitud hasta una mesa
cercana a la de Harry, Ron y Hermione, que la miraban mientras se acercaba.Hablaba
rápido y parecía muy satisfecha por algo.
—.. no parecía muy contento de hablar con nosotros, ¿verdad, Bozo? ¿Por qué será,
a ti qué te parece? ¿Y qué hará con todos esos duendes tras él? ¿Les estaría enseñando
la aldea? ¡Qué absurdo! Siempre ha sido un mentiroso. ¿Estará tramando algo? ¿Crees
que deberíamos investigar un poco? El infortunado ex director de Deportes Mágicos,
Ludo Bagman... Ése es un comienzo con mucha garra, Bozo: sólo necesitamos encontrar
una historia a la altura del titular.
—¿Qué, tratando de arruinar la vida de alguien más? —preguntó Harry en voz muy
alta.
Algunos se volvieron a mirar. Al ver quién le hablaba, Rita Skeeter abrió mucho
los ojos, escudados tras las gafas con incrustaciones.
—¡Harry! —dijo sonriendo—. ¡Qué divino! ¿Por qué no te sientas con nos...?
—No me acercaría a usted ni con una escoba de diez metros —contestó Harry
furioso—. ¿Por qué le ha hecho eso a Hagrid?
Rita Skeeter levantó sus perfiladísimas cejas.
—Nuestros lectores tienen derecho a saber la verdad, Harry. Sólo cumplo con mi...
—¿Y qué más da que sea un semigigante? —gritó Harry—. ¡Él no tiene nada de
malo!
Toda la taberna se había sumido en el silencio. La señora Rosmerta observaba
desde detrás de la barra, sin darse cuenta de que el pichel que llenaba de hidromiel
rebosaba.
La sonrisa de Rita Skeeter vaciló muy ligeramente, pero casi de inmediato tiró de
los músculos de la cara para volver a fijarla en su lugar. Abrió el bolso de piel de
cocodrilo, sacó la pluma a vuelapluma y le preguntó:
—¿Me concederías una entrevista para hablarme del Hagrid que tú conoces?, ¿el
hombre que hay detrás de los músculos?, ¿sobre vuestra inaudita amistad y las razones
que hay para ella? ¿Crees que puede ser para ti algo así como un sustituto del padre?
Hermione se levantó de pronto, agarrando la cerveza de mantequilla como si fuera
una granada.
—¡Es usted una mujer horrible! —le dijo con los dientes apretados—. No le
importa nada con tal de conseguir su historia, ¿verdad? Cualquiera valdrá, ¿eh? Hasta
Ludo Bagman...
—Siéntate, estúpida, y no hables de lo que no entiendes —contestó fríamente Rita
Skeeter, arrojándole a Hermione una dura mirada—. Yo sé cosas sobre Ludo Bagman
que te pondrían los pelos de punta... y casi les iría bien —añadió, observando el pelo de
Hermione.
—Vámonos —dijo Hermione—. Vamos, Harry... Ron.
Salieron. Mucha gente los observó mientras se iban. Harry miró atrás al llegar a la
puerta: la pluma a vuelapluma de Rita Skeeter estaba fuera del bolso y se deslizaba de
un lado a otro por encima de un pedazo de pergamino puesto sobre la mesa.
—Ahora la tomará contigo, Hermione —dijo Ron con voz baja y preocupada
mientras subían la calle, deshaciendo el camino por el que habían llegado.
—¡Que lo intente! —replicó Hermione con voz chillona. Temblaba derabia—. ¡Ya
verá! ¿Conque soy una estúpida? Pagará por esto. Primero Harry, luego Hagrid...
—No hay que hacer enfadar a Rita Skeeter —añadió Ron nervioso—. Te lo digo en
serio, Hermione. Te buscará algo para ponerte en evidencia...
—¡Mis padres no leen ElProfeta, así que no me va a meter miedo! —contestó
Hermione, dando tales zancadas que a Harry y Ron les costaba trabajo seguirla. La
última vez que Harry había visto a Hermione tan enfadada, le había pegado una
bofetada a Draco Malfoy—. ¡Y Hagrid no va a seguir escondiendo la cabeza! ¡Nunca
tendría que haber permitido que lo alterara esa imitación de ser humano! ¡Vamos!
Hermione echó a correr y precedió a sus amigos durante todo el camino de vuelta
por la carretera, a través de las verjas flanqueadas por cerdos alados y de los terrenos del
colegio, hacia la cabaña de Hagrid.
Las cortinas seguían corridas, y al acercarse oyeron los ladridos de Fang.
—¡Hagrid! —gritó Hermione, aporreando la puerta delantera—. ¡Ya está bien,
Hagrid! ¡Sabemos que estás ahí dentro! ¡A nadie le importa que tu madre fuera una
giganta! ¡No puedes permitir que esa asquerosa de Skeeter te haga esto! ¡Sal, Hagrid,
deja de...!
Se abrió la puerta. Hermione dijo «hacer el... » y se calló de repente, porque
acababa de encontrarse cara a cara no con Hagrid sino con Albus Dumbledore.
—Buenas tardes —saludó el director en tono agradable, sonriéndoles.
—Que... que... queríamos ver a Hagrid —dijo Hermione con timidez.
—Sí, lo suponía—repuso Dumbledore con ojos risueños—. ¿Por qué no entráis?
—Ah... eh... bien —aceptó Hermione.
Los tres amigos entraron en la cabaña. En cuanto Harry cruzó la puerta, Fang se
abalanzó sobre él ladrando como loco, e intentó lamerle las orejas. Harry se libró de
Fang y miró a su alrededor.
Hagrid estaba sentado ala mesa, en la que había dos tazas de té. Parecía hallarse en
un estado deplorable. Tenía manchas en la cara, y los ojos hinchados, y, en cuanto al
cabello, se había pasado al otro extremo: lejos de intentar dominarlo, en aquellos
momentos parecía un entramado de alambres.
—Hola, Hagrid —saludó Harry.
Hagrid levantó la vista.
—... la —respondió, con la voz muy tomada.
—Creo que nos hará falta más té —dijo Dumbledore, cerrando la puerta tras ellos.
Sacó la varita e hizo una floritura con ella, y en medio del aire apareció, dando
vueltas, una bandeja con el servicio de té y un plato de bizcochos. Dumbledore la hizo
posarse sobre la mesa, y todos se sentaron. Hubo una breve pausa, y luego el director
dijo:
—¿Has oído por casualidad lo que gritaba la señorita Granger, Hagrid?
Hermione se puso algo colorada, pero Dumbledore le sonrió y prosiguió:
—Parece ser que Hermione, Harry y Ron aún quieren ser amigos tuyos, a juzgar
por la forma en que intentaban echar la puerta abajo.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó Harry mirando a Hagrid—. Te tiene que
importar un bledo lo que esa vaca... Perdón, profesor —añadió apresuradamente,
mirando a Dumbledore.
—Me he vuelto sordo por un momento y no tengo la menor idea de qué es lo que
has dicho —dijo Dumbledore, jugando con lospulgares y mirando al techo.
—Eh... bien —dijo Harry mansamente—. Sólo quería decir... ¿Cómo pudiste
pensar, Hagrid, que a nosotros podía importarnos lo que esa... mujer escribió de ti?
Dos gruesas lágrimas se desprendieron de los ojos color azabache de Hagrid y
cayeron lentamente sobre la barba enmarañada.
—Aquí tienes la prueba de lo que te he estado diciendo, Hagrid —dijo
Dumbledore, sin dejar de mirar al techo—. Ya te he mostrado las innumerables cartas
de padres que te recuerdan de cuando estudiaron aquí, diciéndome en términos muy
claros que, si yo te despidiera, ellos tomarían cartas en el asunto.
—No todos —repuso Hagrid con voz ronca—. No todos los padres quieren que me
quede.
—Realmente, Hagrid, si lo que buscas es la aprobación de todo el mundo, me temo
que te quedarás en esta cabaña durante mucho tiempo —replicó Dumbledore, mirando
severamente por encima de los cristales de sus gafas de media luna—. Desde que me
convertí en el director de este colegio no ha pasado una semana sin que haya recibido al
menos una lechuza con quejas por la manera en que llevo las cosas. Pero ¿qué tendría
que hacer? ¿Encerrarme en mi estudio y negarme a hablar con nadie?
—Ya... pero tú no eres un semigigante —contestó Hagrid con voz ronca.
—¡Hagrid, mira los parientes que tengo yo! —dijo Harry furioso—. ¡Mira a los
Dursley!
—Bien observado —aprobó el profesor Dumbledore—. Mi propio hermano,
Aberforth, fue perseguido por practicar encantamientos inapropiados en una cabra. Salió
todo en los periódicos, pero ¿crees que Aberforth se escondió? ¡No lo hizo! ¡Siguió con
lo suyo, como de costumbre, con la cabeza bien alta! La verdad es que no estoy seguro
de que sepa leer, así que tal vez no fuera cuestión de valentía...
—Vuelve a las clases, Hagrid —pidió Hermione en voz baja—. Vuelve, por favor:
te echamos de menos.
Hagrid tragó saliva. Nuevas lágrimas se derramaron por sus mejillas hasta la barba.
Dumbledore se levantó.
—Me niego a aceptar tu dimisión, Hagrid, y espero que vuelvas al trabajo el lunes
—dijo—. Nos veremos en el Gran Comedor para desayunar, a las ocho y media. No
quiero excusas. Buenas tardes a todos.
Dumbledore salió de la cabaña, deteniéndose sólo para rascarle las orejas a Fang.
Cuando la puerta se hubo cerrado tras él, Hagrid comenzó a sollozar tapándose la cara
con las manos, del tamaño de ruedas de coche. Hermione le dio unas palmadas en el
brazo, y al final Hagrid levantó la vista, con los ojos enrojecidos, y dijo:
—Dumbledore es un gran hombre... un gran hombre...
—Sí que lo es —afirmó Ron—. ¿Me puedotomar uno de estos bizcochos, Hagrid?
—Todos los que quieras —contestó Hagrid, secándose los ojos con el reverso de la
mano—. Tiene razón, desde luego; todos tenéis razón: he sido un tonto. A mi padre le
hubiera dado vergüenza la forma en que me he comportado... —Derramó más lágrimas,
pero se las secó con decisión y dijo—: Nunca os he enseñado fotos de mi padre,
¿verdad? Aquí tengo una...
Hagrid se levantó, fue al aparador, abrió un cajón y sacó de él una foto de un mago
de corta estatura. Tenía los mismos ojos negros de él, y sonreía sentado sobre el hombro
de su hijo. Hagrid debía de medir entonces sus buenos dos metros y medio de altura, a
juzgar por el manzano que había a su lado, pero su rostro era lampiño, joven, redondo y
suave: seguramente no tendría más de once años.
—Fue tomada justo después de que entré en Hogwarts —dijo Hagrid con voz
ronca—. Mi padre se sentía muy satisfecho... aunque yo no pudiera ser mago, porque mi
madre... Ya sabéis. Naturalmente, nunca fui nada del otro mundo en esto dela magia,
pero al menos no llegó a enterarse de mi expulsión. Murió cuando yo estaba en
segundo.
»Dumbledore fue el único que me defendió después de que faltó mi padre. Me dio
el puesto de guardabosque... Confía en la gente. Le da a todo el mundo una segunda
oportunidad: eso es lo que lo diferencia de otros directores. Aceptará a cualquiera en
Hogwarts, mientras valga. Sabe que uno puede merecer la pena incluso aunque su
familia no haya sido... bueno... del todo respetable. Pero hay quien no lo comprende.
Los hay que siempre están contra uno... Los hay que pretenden que simplemente tienen
esqueleto grande en vez de levantarse y decir: soy lo que soy, no me avergüenzo. Mi
padre me decía que no me avergonzara nunca, que había quien estaría contra mí, pero
que no merecía la pena molestarse por ellos. Y tenía razón. He sido un idiota. Y, en
cuanto a ella, no voy a volver a preocuparme, os lo prometo. Esqueleto grande... Ya le
daré esqueleto grande.
Harry, Ron y Hermione se miraron nerviosos unos a otros. Harry antes se hubiera
llevado de paseo a cincuenta escregutos que admitir ante Hagrid que había escuchado su
conversación con Madame Maxime, pero Hagrid seguía hablando, aparentemente
inconsciente de haber dicho algo extraño.
—¿Sabes una cosa, Harry? —dijo, apartando la mirada de la fotografía de su padre,
con los ojos muy brillantes—. Cuando te vi por primera vez, me recordaste un poco a
mí mismo. Tus padres muertos, y tú te sentías como si no te merecieras venir a
Hogwarts, ¿recuerdas? ¡Y ahora mírate! ¡Campeón del colegio! —Miró a Harry un
instante y luego dijo, muy serio—: ¿Sabes lo que me gustaría, Harry? Me gustaría que
ganaras, de verdad. Eso les enseñaría a todos... que no hay que ser de sangre limpia para
conseguirlo. No te tienes que avergonzar de lo que eres. Eso les enseñaría que es
Dumbledore el que tiene razón dejando entrar a cualquiera siempre y cuando sea capaz
de hacer magia. ¿Cómo te va con ese huevo, Harry?
—Muy bien —dijo Harry—. Genial.
En el entristecido rostro de Hagrid se dibujó una amplia sonrisa.
—Ése es mi chico... Muéstraselo, Harry, muéstrales quién eres. Véncelos.
No era lo mismo mentir a los demás que hacerlo con Hagrid. Aquella tarde Harry
volvió al castillo con Ron y Hermione, incapaz de desvanecer la imagen de la expresión
de contento en la cara de Hagrid cuando se lo había imaginado ganando el Torneo. El
incomprensible huevo pesaba aquella noche más que nunca en la conciencia de Harry,
y, cuando volvió a la cama, se había forjado un propósito muy claro: era ya hora de
tragarse el orgullo y ver si la pista de Cedric conducía a alguna parte.
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