viernes, 11 de julio de 2014

Harry Potter y la Orden del Fénix Cap. 19-21

19
El león y la serpiente

Durante las dos semanas siguientes, Harry tuvo la impresión de que llevaba una especie de talismán
dentro del pecho, un secreto íntimo que lo ayudaba a soportar las clases de la profesora Umbridge y
que incluso le permitía sonreír de manera insulsa cuando la miraba a los espantosos y saltones ojos.
Harry y elEDle oponían resistencia delante de sus propias narices, practicando precisamente lo que
más temían ella y el Ministerio, y durante sus clases, cuando se suponía que Harry estaba leyendo el
libro de Wilbert Slinkhard, lo que hacía en realidad era recordar los momentos más satisfactorios de las
últimas  reuniones  del ED:  Neville  había  conseguido  desarmar  a  Hermione;  Colin  Creevey  había
realizado a la perfección el embrujo paralizante; después de tres sesiones de duros esfuerzos, Parvati
Patil había hecho una maldición reductora tan potente que había convertido en polvo la mesa de los
chivatoscopios…
Resultaba casi imposible escoger una noche a la semana para las reuniones delED, porque tenían que
adaptarse  a  los  horario  de  entrenamientos  de  tres  equipos  de quidditch,  que  muchas  veces  se
modificaban debido a las adversas condiciones climáticas. Pero eso no preocupaba a Harry: tenía la
sensación de que, seguramente, era mejor que sus reuniones no tuvieran un horario fijo. Si alguien
estaba observándolos, iba a costarle mucho descubrir un sistema predeterminado.
Hermione no tardó en idear un método muy ingenioso para comunicar la fecha y la hora de la siguiente
reunión a los miembros del ED por si había que cambiarlas en el último momento, porque habría
resultado sospechoso que los estudiantes de diferentes casas cruzaran el Gran Comedor para hablar
entre ellos demasiado a menudo. Entregó a cada uno de los miembros delEDun galeón falso (Ron se
emocionó mucho cuando vio por primera vez el cesto, convencido de que estaba regalando oro de
verdad).
—¿Veis los números que hay alrededor del borde de las monedas? —dijo Hermione mostrándoles una
para que la examinaran al final de su cuarta reunión. La moneda, gruesa y amarilla, reflejaba la luz de
las antorchas—. En los galeones auténticos no son más que un número de serie que se refiere al duende
que acuñó la moneda. En estas monedas falsas, sin embargo, los números cambiarán para indicar la
fecha y la hora de la siguiente reunión. Las monedas se calentarán cuando cambie la fecha, de modo
que si las lleváis en un bolsillo lo notaréis. Cogeremos una cada uno, y cuando Harry decida la fecha de
la siguiente reunión, él modificará los números de su moneda, y los de las demás también cambiarán
para imitar los de la de Harry porque les he hecho un encantamiento proteico. —Las palabras de
Hermione fueron recibidas con un silencio sepulcral. Ella observó a sus compañeros, que la miraban
desconcertados—. No sé, me pareció buena idea —balbuceó—. Porque aunque la profesora Umbridge
nos ordenara vaciar nuestros bolsillos, no hay nada sospechoso en llevar un galeón, ¿no? Pero…,
bueno, si no queréis utilizarlas…
—¿Sabes hacer un encantamiento proteico? —le preguntó Terry Boot.
—Sí.
—Pero si eso…, eso corresponde al nivel deÉXTASIS—comentó con un hilo de voz.
—Ya —repuso Hermione intentando parecer modesta—. Ya…, bueno…, sí, supongo que sí.
—¿Por qué no te pusieron en Ravenclaw? —inquirió Ron mirando a Hermione maravillado—. ¡Con el
cerebro que tienes!…
—Verás, el Sombrero Seleccionador estuvo a punto de mandarme a Ravenclaw —contestó Hermione
alegremente—, pero al final se decidió por Gryffindor. Bueno, ¿qué decís? ¿Queréis usar los galeones?
Hubo un murmullo de aprobación general, y los compañeros se acercaron al cesto para coger su
moneda. Harry miró de reojo a Hermione.
—¿Sabes a qué me recuerda esto?
—No, ¿a qué?
—A las cicatrices de los mortífagos. Cuando Voldemort toca a uno de ellos, todos notan que les
queman las cicatrices y así saben que tienen que reunirse con él.
—Sí, ya —contestó Hermione con tranquilidad—. De ahí fue de donde saqué la idea… Pero te habrás
dado cuenta de que decidí grabar la fecha en unos trozos de metal, y no en la piel de los miembros del
grupo.
—Sí, claro… Lo prefiero así —respondió Harry, sonriente, y se guardó un galeón en el bolsillo—.
Supongo que el único peligro de este sistema es que nos gastemos las monedas sin querer.
—Lo veo difícil —intervino Ron, que estaba examinando su galeón falso con cierta tristeza—. Yo no
tengo ni un solo galeón auténtico con el que confundirlo.
Al acercarse el día del primer partido dequidditchde la temporada, Gryffindor contra Slytherin, las
reuniones del ED quedaron suspendidas porque Angelina se empeñó en hacer entrenamientos casi
diarios.  Dado  que  hacía  mucho  tiempo  que  no  se  celebraba  la  Copa  de  quidditch,  el  inminente
encuentro había producido grandes expectativas y emoción. Como era lógico, los de Ravenclaw y los
de Hufflepuff demostraban un vivo interés por el resultado del partido, pues ellos jugarían contra
ambos equipos en el curso de aquel año. Los jefes de las casas de cada uno de los dos equipos
enfrentados, pese a que intentaban disimularlo bajo un considerable alarde de espíritu deportivo,
estaban ansiosos por ver ganar a los suyos. Harry comprendió hasta qué punto le importaba a la
profesora McGonagall que Gryffindor venciera a Slytherin cuando la semana previa al partido decidió
abstenerse de ponerles deberes.
—Creo que ya tenéis suficiente trabajo de momento —dijo con altivez. Nadie dio crédito a lo que
acababa de oír hasta que la profesora McGonagall miró directamente a Harry y Ron y añadió con
gravedad—: Ya me he acostumbrado a ver la Copa de quidditch en mi despacho, muchachos, y no 
tengo ningunas ganas de entregársela al profesor Snape, así que emplead el tiempo libre para entrenar,
¿entendido?
Snape tampoco disimulaba que defendía los intereses de su equipo. Había reservado tantas veces el
campo dequidditchpara los entrenamientos de Slytherin que los de Gryffindor tenían dificultades para
utilizarlo. También hacía oídos sordos a los continuos informes de los intentos de los de Slytherin de
hacer maleficios a los jugadores de Gryffindor en los pasillos del colegio. El día que Alicia Spinnet se
presentó en la enfermería con las cejas tan crecidas que le impedían ver y le tapaban la boca, Snape
insistió en que debía de haber probado por su cuenta un encantamiento crecepelo y no quiso escuchar a
los catorce testigos que aseguraban haber visto cómo el guardián de Slytherin, Miles Bletchley, le
lanzaba un embrujo por la espalda mientras ella estaba estudiando en la biblioteca.
Harry era optimista en cuanto a las posibilidades que Gryffindor tenía de ganar; al fin y al cabo nunca
habían perdido contra el equipo de Malfoy. Había que admitir que Ron todavía no había alcanzado el
nivel de rendimiento que Wood habría aprobado, pero se estaba esforzando muchísimo para mejorar.
Su punto débil era la tendencia a perder la confianza en sí mismo después de meter la pata; cuando le
marcaban un tanto, se aturullaba mucho y entonces era probable que le marcaran más goles. Por otra
parte, Harry había visto a Ron hacer algunas paradas francamente espectaculares cuando su amigo
estaba inspirado; en uno de los entrenamientos más memorables, Ron se había quedado colgado de la
escoba, cogido con una sola mano, y le había dado una patada tan fuerte a la quafflepara alejarla del
aro de gol que la pelota recorrió todo el terreno de juego y se coló por el aro central del extremo
opuesto. El resto del equipo comentó que aquella parada no tenía nada que envidiar a la que había
hecho poco antes Barry Ryan, el guardián de la selección irlandesa, contra un lanzamiento del cazador
estrella de Polonia, Ladislaw Zamojski. Hasta Fred había dicho que quizá Ron lograra que él y George
se sintieran orgullosos de su hermano, y que estaban planteándose muy en serio reconocer que Ron
tenía algún parentesco con ellos, lo cual le aseguraron que llevaban cuatro años cuestionándose.
Lo único que de verdad preocupaba a Harry era lo mucho que a Ron le afectaban las tácticas usadas por
el equipo de Slytherin antes de que llegara el enfrentamiento. Harry, lógicamente, también había
soportado los insidiosos comentarios de los de Slytherin durante cuatro años, de modo que cuando
alguien le susurraba al oído: «Eh, Potty, me han dicho que Warrington ha jurado que el sábado te
derribará de la escoba», en lugar de asustarse se ponía a reír. «Warrington tiene tan mala puntería que
me preocuparía más si apuntara al jugador que estuviera a mi lado», replicó en aquella ocasión, con lo
que Ron y Hermione se echaron a reír, y la sonrisita de suficiencia se borró del rostro de Pansy
Parkinson.
Pero Ron nunca había estado sometido a una implacable campaña de insultos, burlas e intimidaciones.
Cuando los de Slytherin, entre ellos algunos de séptimo curso mucho más altos que él, murmuraban al
cruzárselo en un pasillo: «¿Ya has reservado una cama en la enfermería, Weasley?», Ron no se reía,
sino que se ponía verde en cuestión de segundos. Cuando Draco Malfoy intimidaba a Ron dejando caer
la quaffle (y lo hacía cada vez que ambos se veían), a éste se le ponían las orejas coloradas y
empezaban a temblarle las manos de tal modo que si en ese momento llevaba algo en ellas, también se
le caía.
El mes de octubre fue una sucesión ininterrumpida de días de viento huracanado y lluvia torrencial, y
cuando llegó noviembre, hizo un frío glacial; el gélido viento y las intensas heladas matinales herían las
manos y las caras si no se protegían. El cielo y el techo del Gran Comedor adoptaron un tono gris claro
y perlado; las montañas que rodeaban Hogwarts estaban coronadas de nieve, y la temperatura dentro
del castillo descendió tanto que muchos estudiantes llevaban puestos sus gruesos guantes de piel de
dragón cuando iban por los pasillos de una clase a otra.
La mañana del partido amaneció fría y despejada. Cuando Harry despertó, giró la cabeza hacia la cama
de Ron y lo vio sentado muy tieso, abrazándose las rodillas y mirando fijamente el vacío.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry. Ron asintió con la cabeza sin decir nada. Harry se acordó de
cuando Ron, por error, se hizo a sí mismo un encantamiento  vomitababosas; estaba tan pálido y
sudoroso como entonces, y se mostraba igual de reacio a abrir la boca—. Lo que necesitas es un buen
desayuno —le dijo Harry para animarlo—. ¡Vamos!
El Gran Comedor estaba casi a rebosar cuando llegaron; los alumnos hablaban más alto de lo habitual y
reinaba una atmósfera llena de vida y de entusiasmo. Cuando pasaron junto a la mesa de Slytherin,
aumentó el nivel del ruido. Harry se volvió y vio que, además de los acostumbrados gorros y bufandas
de color verde y plateado, todos llevaban una insignia de plata con una forma que parecía la de una
corona. Curiosamente, muchos alumnos de Slytherin saludaron con la mano a Ron riendo a mandíbula
batiente. Harry intentó leer lo que estaba escrito en las insignias, pero como le interesaba mucho
conseguir que Ron pasara de largo rápidamente, no quiso entretenerse demasiado.
Llegaron a la mesa de Gryffindor y recibieron una calurosa bienvenida. Todos iban vestidos de rojo y
dorado, pero, lejos de levantarle los ánimos a Ron, los vítores no lograron más que minar la poca moral
que le quedaba; Ron se dejó caer en el banco más cercano con el aire de quien se sienta a comer por
última vez.
—Debo de estar loco para hacer lo que voy a hacer —dijo con un susurro ronco—. Loco de atar.
—No seas tonto —repuso Harry con firmeza, y le pasó un surtido de cereales—. Jugarás muy bien. Es
lógico que estés nervioso.
—Lo haré fatal —lo contradijo Ron—. Soy malísimo. No acierto ni una. ¿Cómo se me ocurriría
meterme en semejante lío?
—Contrólate —le ordenó Harry severamente—. Piensa en la parada que hiciste con el pie el otro día.
Hasta Fred y George comentaron que había sido espectacular.
Ron giró el atormentado rostro hacia Harry.
—Eso fue un accidente —susurró muy afligido—. No lo hice a propósito. Resbalé de la escoba cuando
nadie miraba, y en el momento en que intentaba volver a montarme en ella le di una patada a la quaffle
sin querer.
—Bueno —dijo Harry recuperándose rápidamente de aquella desagradable sorpresa—, unos cuantos
accidentes más como ése y tendremos el partido ganado, ¿no?
Hermione y Ginny se sentaron enfrente de ellos; llevaban bufandas, guantes y escarapelas de color rojo
y dorado.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Ginny a Ron, que contemplaba la leche que había en el fondo
de su cuenco de cereales vacío como si estuviera planteándose muy en serio la posibilidad de ahogarse
en ella.
—Está un poco nervioso —puntualizó Harry.
—Eso es buena señal. Creo que en los exámenes nunca obtienes tan buenos resultados si no estás un
poco nervioso —comentó Hermione con optimismo.
—¡Hola! —saludó entonces una vocecilla tenue y soñadora detrás de ellos.
Harry levantó la cabeza: Luna Lovegood se había alejado de la mesa de Ravenclaw y había ido a la de
Gryffindor. Mucha gente la miraba sin parar, y unos cuantos estudiantes reían sin disimulo y la
señalaban con el dedo. Luna había conseguido un gorro con forma de cabeza de león de tamaño natural
y lo llevaba precariamente colocado en la cabeza.
—Yo estoy con Gryffindor —declaró la chica señalando su gorro pese a que no hacía ninguna falta—.
Mirad lo que hace… —Levantó una mano y le dio unos golpecitos con la varita. El gorro abrió la boca
y soltó un rugido extraordinariamente realista que hizo que todos los que había cerca pegaran un brinco
—. ¿Verdad que es genial? —preguntó Luna muy contenta—. Quería que tuviera en la boca una
serpiente que representara a Slytherin, pero no hubo tiempo. En fin… ¡Buena suerte, Ronald!
Y tras decir eso, la chica se marchó. Cuando todavía no se habían recuperado de la impresión que les
había causado el gorro, Angelina fue muy deprisa hacia ellos acompañada de Katie y de Alicia, cuyas
cejas habían vuelto a su estado normal gracias a la señora Pomfrey.
—Cuando  terminéis  de  desayunar  —les  indicó—,  podéis  ir  directamente  al  terreno  de  juego.
Comprobaremos las condiciones del campo y nos cambiaremos.
—Iremos enseguida —le aseguró Harry—. Es que Ron todavía tiene que comer un poco.
Sin embargo, pasados diez minutos quedó claro que Ron no podía ingerir nada más, y Harry creyó que
lo mejor que podía hacer era bajar con él a los vestuarios. Cuando se levantaron de la mesa, Hermione
se levantó también y, cogiendo a Harry por un brazo y apartándolo un poco, le susurró:
—No dejes que Ron lea lo que hay escrito en las insignias de los de Slytherin. —Harry la miró de
manera inquisitiva, pero ella negó con la cabeza para avisarle, porque Ron se acercaba a ellos sin prisa,
con aire perdido y desesperado—. ¡Buena suerte, Ron! —le deseó Hermione poniéndose de puntillas y
besándolo en la mejilla—. Y a ti también, Harry…
Pareció que Ron volvía un poco en sí cuando recorrieron el Gran Comedor hacia la puerta. Entonces se
tocó el sitio donde Hermione lo había besado, un tanto aturdido, como si no estuviera muy seguro de lo
que acababa de ocurrir. Estaba tan distraído que no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor,
pero Harry, intrigado, al pasar junto a la mesa de Slytherin echó una ojeada a las insignias con forma de
corona, y esa vez vio las palabras que había grabadas en ellas:
A Weasley vamos a coronar.
Con la desagradable sensación de que aquello no podía presagiar nada bueno, Harry se llevó a toda
prisa a Ron por el vestíbulo; bajaron la escalera de piedra y salieron a la fría mañana.
La helada hierba crujió bajo sus pies cuando descendieron por la ladera hacia el estadio. No había ni
gota de viento y el cielo era una extensión uniforme de un blanco perlado, lo cual significaba que la
visibilidad  sería  buena,  pues  el  sol  no  los  deslumbraría.  Harry  le  remarcó  a  Ron  aquellos
esperanzadores  factores  mientras  caminaban,  pero  no  estaba  seguro  de  que  su  amigo  estuviera
escuchándolo.
Angelina ya se había cambiado y estaba hablando con el resto del equipo cuando ellos entraron. Harry
y Ron se pusieron las túnicas (Ron estuvo un buen rato intentando ponérsela del revés, hasta que Alicia
se compadeció de él y fue a ayudarlo); luego se sentaron para escuchar la charla previa al partido,
mientras en el exterior el murmullo de voces iba aumentando de intensidad a medida que el público
salía del castillo y bajaba al campo dequidditch.
—Bueno, acabo de enterarme de la alineación definitiva de Slytherin —anunció Angelina consultando
una hoja de pergamino—. Los golpeadores del año pasado, Derrick y Bole, ya no están en el equipo,
pero por lo visto Montague los ha sustituido por los gorilas de rigor, y no por dos jugadores que vuelen
particularmente bien. Son dos tipos que se llaman Crabbe y Goyle, no sé mucho acerca de ellos…
—Nosotros sí —dijeron Harry y Ron a la vez.
—Bueno, no parecen lo bastante listos para distinguir un extremo de la escoba del otro —observó
Angelina mientras se guardaba la hoja de pergamino—, pero la verdad es que siempre me sorprendió
que Derrick y Bole consiguieran encontrar el camino hasta el campo sin necesidad de letreros.
—Crabbe y Goyle están cortados por el mismo patrón —afirmó Harry.
Oían cientos de pasos que ascendían por los bancos escalonados de las tribunas del público. Había
gente que cantaba, aunque Harry no logró entender la letra de la canción. Estaba empezando a ponerse
nervioso, pero sabía que sus nervios no eran nada comparados con los de Ron, que volvía a presionarse
el estómago con la mirada perdida en el vacío, la mandíbula apretada y la piel de un verde pálido.
—Ya es la hora —anunció Angelina con voz queda, consultando su reloj—. ¡Ánimo, chicos! ¡Buena
suerte!
Los miembros del equipo se levantaron, se cargaron las escobas al hombro y salieron del vestuario en
fila india hacia el luminoso exterior. Los recibió un fuerte estallido de gritos y silbidos entre los cuales
Harry seguía escuchando aquella canción, aunque en ese momento se oía amortiguada.
Los jugadores del equipo de Slytherin los esperaban de pie en el campo. Ellos también llevaban las
insignias plateadas con forma de corona. El nuevo capitán, Montague, tenía la misma constitución que
Dudley Dursley, con unos antebrazos enormes que parecían jamones peludos. Detrás de Montague
acechaban Crabbe y Goyle, casi tan corpulentos como él, parpadeando con pinta de estúpidos y
blandiendo sus bates nuevos de golpeadores. Malfoy estaba a un lado, y la luz arrancaba destellos a su 
rubio pelo. Al ver a Harry, sonrió y dio unos golpecitos a la insignia con forma de corona que llevaba
prendida en el pecho.
—Daos la  mano,  capitanes  —ordenó la  señora  Hooch,  que hacía de arbitro, cuando Angelina y
Montague se encontraron. Harry se dio cuenta de que Montague intentaba aplastarle los dedos a
Angelina, aunque ella no hizo el más mínimo gesto de dolor—. Montad en vuestras escobas…
La señora Hooch se puso el silbato en la boca y pitó.
A continuación soltaron las pelotas y los catorce jugadores emprendieron el vuelo. Harry vio con el
rabillo del ojo cómo Ron salía como un rayo hacia los aros de gol. Harry subió un poco más y esquivó
la primerabludger; luego dio una amplia vuelta por el terreno de juego mirando a su alrededor en busca
de un destello dorado; en el otro extremo del estadio, Draco Malfoy estaba haciendo exactamente lo
mismo.
—Y es Johnson, Johnson con laquaffle, cómo juega esta chica, llevo años diciéndolo, pero ella sigue
sin querer salir conmigo…
—¡JORDAN!—gritó la profesora McGonagall.
—Sólo era un comentario gracioso, profesora, para añadir un poco de interés… Ahora ha esquivado a
Warrington, ha superado a Montague, ¡ay!, labludgerde Crabbe ha golpeado a Johnson por detrás…
Montague atrapa laquaffle, Montague sube de nuevo por el campo y… Una buena bludgerde George
Weasley le ha dado de lleno en la cabeza a Montague, que suelta laquaffle, la atrapa Katie Bell; Katie
Bell, de Gryffindor, le hace un pase hacia atrás a Alicia Spinnet, y Spinnet sale disparada…
Los comentarios de Lee Jordan resonaban por el estadio y Harry aguzaba el oído para escucharlos pese
al viento que silbaba en sus oídos y el barullo del público, que gritaba, abucheaba y cantaba sin
descanso.
—… Regatea a Warrington, esquiva unabludger , te has salvado por los pelos, Alicia, y el público está
entusiasmado, escuchadlo, ¿qué es lo que canta?
Lee hizo una pausa para escuchar, y la canción se elevó, fuerte y clara, desde el mar verde y plata de los
de Slytherin que se hallaban en las gradas.
Weasley  no  atrapa  las  pelotas
y  por  el  aro  se  le  cuelan  todas.
Por  eso  los  de  Slytherin  debemos  cantar:
a Weasley vamos a coronar.
Weasley  nació  en  un  vertedero
y  se  le  va  la quaffle por  el  agujero.
Gracias  a  Weasley  hemos  de  ganar,
a Weasley vamos a coronar.
—… ¡Y Alicia vuelve a pasársela a Angelina! —gritó Lee. Harry hizo un viraje brusco, rabiando por lo
que acababa de escuchar, y comprendió que Lee intentaba apagar la letra de la canción con sus
comentarios—. ¡Vamos, Angelina! ¡Ya sólo tiene que superar al guardián!…LANZA… ¡¡¡AAAYYY!!!
Bletchley, el guardián de Slytherin, había parado la pelota; luego le lanzó laquafflea Warrington, que
salió como un rayo con ella, zigzagueando entre Alicia y Katie; los cánticos que ascendían desde las
tribunas se hacían más y más fuertes a medida que Warrington se acercaba a Ron.
A  Weasley  vamos  a  coronar.
A  Weasley  vamos  a  coronar.
Y  por  el  aro  se  le  cuelan  todas.
A Weasley vamos a coronar.
Harry no pudo evitarlo: dejó de buscar lasnitchy giró su Saeta de Fuego para mirar a Ron, que era una
figura solitaria al fondo del campo y estaba suspendido ante los tres aros de gol mientras el corpulento
Warrington iba como un bólido hacia él.
—… Warrington tiene laquaffle, Warrington va hacia la portería, está fuera del alcance de las bludgers
y sólo tiene al guardián delante…
De las gradas de Slytherin ascendió otra vez aquella canción:
Weasley  no  atrapa  las  pelotas
y por el aro se le cuelan todas…
—… Va a ser la primera prueba para Weasley, el nuevo guardián de Gryffindor, hermano de los
golpeadores Fred y George, y una nueva promesa del equipo… ¡Ánimo, Ron! —Pero un grito colectivo
de alegría surgió de la zona de Slytherin: Ron se había lanzado a la desesperada, con los brazos en alto,
y la quaffle había pasado volando entre ellos y había entrado limpiamente por el aro central de la
portería de Ron—. ¡Slytherin ha marcado! —sonó la voz de Lee entre los vítores y los silbidos del
público—. Diez a cero para Slytherin… Mala suerte, Ron.
Los de Slytherin entonaron aún más fuerte:
WEASLEY  NACIÓ  EN  UN  VERTEDERO
Y SE LE VA LAQUAFFLEPOR EL AGUJERO…
—… Gryffindor vuelve a estar en posesión de la quaffle, y ahora es Katie Bell quien recorre el
campo… —gritó Lee con valor, aunque los cantos eran tan ensordecedores que apenas se le oía.
GRACIAS  A  WEASLEY  HEMOS  DE  GANAR,
A WEASLEY VAMOS A CORONAR.
—¿Qué haces, Harry? —gritó Angelina al pasar a toda velocidad por su lado para alcanzar a Katie—.
¡MUÉVETE!
Entonces Harry se dio cuenta de que llevaba más de un minuto quieto en el aire, contemplando el
desarrollo del partido sin acordarse siquiera de lasnitch; horrorizado, hizo un descenso en picado y
empezó de nuevo a describir círculos por el terreno de juego mirando alrededor e intentando no hacer
caso del coro de voces que llenaba el estadio:
A  WEASLEY  VAMOS  A  CORONAR.
A WEASLEY VAMOS A CORONAR.
Harry no paraba de mirar hacia uno y otro lado, pero no había ni rastro de lasnitch; Malfoy también
describía círculos por el estadio, igual que él. Hacia la mitad del campo se cruzaron y Harry oyó que
Malfoy cantaba:
WEASLEY NACIÓ EN UN VERTEDERO…
—… Ahí va Warrington otra vez —bramó Lee—, se la pasa a Pucey, Pucey deja atrás a Spinnet,
vamos, Angelina, tú puedes alcanzarlo… Pues no, no ha podido… Pero Fred Weasley golpea una
bonitabludger , no, ha sido George Weasley, bueno, qué más da, uno de los dos, y Warrington suelta la
quaffle y Katie Bell… también la deja caer… Montague se hace con ella: Montague, el capitán de
Slytherin, coge laquaffley empieza a recorrer el campo, ¡vamos, Gryffindor, bloqueadlo!
Harry pasó por detrás de los aros de gol de Slytherin y evitó mirar qué estaba ocurriendo en la portería
de Ron. Al pasar junto al guardián de Slytherin, oyó a Bletchley cantando a coro con el público:
WEASLEY NO ATRAPA LAS PELOTAS…
—… Pucey ha vuelto a regatear a Alicia y se dirige hacia los postes de gol… ¡Párala, Ron!
Harry no tuvo que mirar para saber qué había sucedido: hubo un terrible gemido en el extremo del
campo de Gryffindor, acompañado de nuevos gritos y aplausos de los de Slytherin. Harry echó un
vistazo hacia abajo y vio a Pansy Parkinson con su nariz chata, delante de las gradas y de espaldas al
terreno de juego, dirigiendo a los seguidores de Slytherin, que cantaban:
POR  ESO  LOS  DE  SLYTHERIN  DEBEMOS  CANTAR:
A WEASLEY VAMOS A CORONAR.
Pero veinte a cero no era nada, Gryffindor todavía tenía tiempo para remontar el resultado o para
atrapar lasnitch. Unos cuantos tantos y volverían a ponerse por delante, como siempre; Harry estaba
convencido de ello mientras se colaba entre los otros jugadores y perseguía un resplandor que resultó
ser la correa del reloj de Montague.
Pero Ron se dejó marcar dos tantos más, y Harry empezó a buscar la snitchcon desesperación, casi con
pánico. Ojalá pudiera atraparla pronto y poner así fin al partido.
—… Katie Bell de Gryffindor dribla a Pucey, elude a Montague, buen viraje, Katie, y le lanza la
quaffle a Johnson, Angelina Johnson con la quaffle, ha superado a Warrington, va hacia la portería,
vamos, Angelina,¡GRYFFINDOR HA MARCADO!Cuarenta a diez en el marcador, cuarenta a diez para
Slytherin, y Pucey con laquaffle…
Harry oyó los rugidos del ridículo sombrero con forma de cabeza de león de Luna Lovegood entre los
vítores de Gryffindor, y eso lo animó; sólo les llevaban treinta puntos de ventaja, eso no era nada,
podían remontar fácilmente. En ese momento Harry esquivó una bludger que Crabbe había lanzado
contra él y reanudó su desesperado registro del campo en busca de la  snitch, sin perder de vista a
Malfoy por si éste daba señales de haberla divisado; pero Malfoy, al igual que Harry, continuaba
volando alrededor del estadio buscando en vano…
—… Pucey se la lanza a Warrington, Warrington a Montague, Montague se la devuelve a Pucey…
Interviene Johnson, Johnson atrapa la quaffle, se la pasa a Bell, buena pasada, no, mala: Bell ha
recibido el impacto de unabludgerde Goyle, de Slytherin, y Pucey vuelve a estar en posesión…
WEASLEY  NACIÓ  EN  UN  VERTEDERO
Y  SE  LE  VA  LA QUAFFLE POR  EL  AGUJERO.
GRACIAS A WEASLEY HEMOS DE GANAR…
Pero Harry la había visto por fin: la diminutasnitchdorada estaba suspendida a unos palmos del suelo
en el extremo del campo de Slytherin.
Bajó en picado…
Sin embargo, en cuestión de segundos Malfoy descendió como un rayo hacia la izquierda de Harry;
Draco era una figura borrosa, verde y plateada, que volaba pegada a su escoba…
Lasnitchbordeó el pie de uno de los postes de gol y salió disparada hacia el extremo opuesto de las
gradas; aquel cambio de dirección favorecía a Malfoy, que estaba más cerca; Harry giró su Saeta de
Fuego y a partir de ese momento él y Malfoy fueron a la par…
Volando a unos palmos del suelo, Harry soltó la mano derecha de la escoba y la estiró hacia la snitch…
A su derecha, Malfoy también extendió el brazo, estirándolo al máximo, intentando alcanzar la bola…
Sólo duró un par de desesperantes, angustiosos y vertiginosos segundos: los dedos de Harry se cerraron
alrededor de la diminuta bola alada; Malfoy le arañó el dorso de la mano sin éxito; Harry tiró de la
escoba hacia arriba, aprisionando la rebeldesnitchen la mano, y los seguidores de Gryffindor gritaron
de satisfacción…
Estaban  salvados. Ya  no  importaba  que  Ron  se  hubiera  dejado  marcar  aquellos  tantos,  nadie  lo
recordaría porque Gryffindor había ganado. Pero entonces…
¡PUM!
Una bludger golpeó  con  fuerza  a  Harry  en  la  parte  baja  de  la  espalda,  y  cayó  de  la  escoba.
Afortunadamente, estaba a menos de dos metros del suelo porque había descendido mucho para atrapar
la snitch, pero aun así se le cortó la respiración cuando aterrizó de espaldas en el helado campo.
Enseguida oyó el estridente silbato de la señora Hooch, un rugido en las gradas formado por silbidos,
gritos furiosos y abucheos, un ruido sordo y luego la desesperada voz de Angelina:
—¿Estás bien?
—Claro que estoy bien —contestó Harry muy serio; le cogió la mano y dejó que Angelina lo ayudara a
levantarse.
La señora Hooch volaba hacia uno de los jugadores de Slytherin que estaba por encima de Harry,
aunque desde donde él estaba no pudo ver quién era.
—Ha sido ese matón, Crabbe —dijo Angelina, furiosa—, te ha lanzado labludgeren cuanto ha visto
que habías atrapado lasnitch. Pero ¡hemos ganado, Harry, hemos ganado!
Harry oyó un bufido detrás de él y se dio la vuelta sin soltar lasnitch: Draco Malfoy había aterrizado
cerca. Pese a que estaba pálido por el disgusto, todavía era capaz de mirar a Harry con aire despectivo.
—Le has salvado el pellejo a Weasley, ¿eh? —le dijo—. Nunca había visto un guardián más patoso…
Pero claro, nació en un vertedero… ¿Te ha gustado la letra de mi canción, Potter?
Harry no contestó. Dio media vuelta y fue a reunirse con el resto de los jugadores de su equipo, que
entonces descendían uno a uno, gritando y agitando los puños, triunfantes; todos excepto Ron, que
había desmontado de su escoba junto a los postes de gol e iba despacio, solo, hacia los vestuarios.
—¡Queríamos escribir un par de versos más! —gritó Malfoy mientras Katie y Alicia abrazaban a Harry
—. Pero no se nos ocurría nada que rimara con gorda y fea… Queríamos cantarle también a su madre,
¿sabes?
—Hay que ser desgraciado… —dijo Angelina mirando a Malfoy con desprecio.
—Tampoco pudimos incluir «pobre perdedor» para referirnos a su padre, claro…
Entonces Fred y George oyeron lo que estaba diciendo Malfoy. Le estaban estrechando la mano a Harry
y, de pronto, se pusieron muy rígidos y se volvieron para mirar a Malfoy.
—¡No le hagáis caso! —exclamó Angelina sujetando a Fred por el brazo—. No le hagas caso, Fred,
deja que grite todo lo que quiera. Lo que ocurre es que no sabe perder, el muy creído…
—Pero a ti te caen muy bien los Weasley, ¿verdad, Potter? —continuó Malfoy con una sonrisa burlona
—. Hasta pasas las vacaciones en su casa, ¿no es cierto? No entiendo cómo soportas el hedor, aunque
supongo que cuando te has criado conmuggles, hasta ese tugurio de los Weasley debe de oler bien…
Harry sujetó a George. Entre tanto, Angelina, Alicia y Katie habían unido sus fuerzas para impedir que
Fred se abalanzara sobre Malfoy, que se reía a carcajadas. Harry buscó con la mirada a la señora
Hooch, pero vio que todavía estaba amonestando a Crabbe por aquel ataque ilegal con labludger .
—A lo mejor —añadió Malfoy lanzando a Harry una mirada de asco antes de darse la vuelta— es que
todavía te acuerdas de cómo apestaba la casa de tu madre, Potter, y la pocilga de los Weasley te lo
recuerda…
Harry no se enteró de que había soltado a George, pero un segundo más tarde ambos corrían a toda
velocidad hacia Malfoy. Harry no se detuvo a pensar que los profesores lo estaban mirando: lo único
que quería era hacerle a Draco todo el daño que pudiera; no le dio tiempo a sacar la varita mágica, así
que echó hacia atrás el puño en el que tenía la snitchy se lo hundió a Malfoy con todas sus fuerzas en
el estómago…
—¡Harry!¡HARRY! ¡GEORGE! ¡NO!
Oía chillidos de chicas, los gritos de dolor de Malfoy, a George, que maldecía, un silbato y el bramido
del público a su alrededor, pero nada de eso le importaba. Hasta que alguien que estaba cerca gritó
«¡Impedimenta!» y Harry cayó hacia atrás por la fuerza del hechizo, no abandonó su propósito de
machacar a puñetazos a Malfoy.
—¿Qué demonios te pasa? —gritó la señora Hooch cuando Harry se puso en pie.
Por lo visto, había sido ella quien le había lanzado el embrujo paralizante; llevaba el silbato en una
mano y la varita mágica en la otra, y había dejado abandonada su escoba a unos metros de allí. Malfoy
estaba acurrucado en el suelo, gimiendo y lloriqueando, y sangraba por la nariz. George tenía un labio
partido; las tres cazadoras todavía sujetaban con dificultad a Fred, y Crabbe reía socarronamente un
poco más allá.
—¡Nunca había visto un comportamiento como éste! ¡Al castillo, los dos, y directamente al despacho
del jefe de vuestra casa! ¡Ahora mismo!
Harry y George salieron del campo, jadeantes y sin decirse nada. Los pitidos y los abucheos del público
se debilitaron gradualmente hasta que ambos llegaron al vestíbulo, donde ya no se oía nada más que sus
propios pasos. Harry se dio cuenta de que todavía había algo que se movía en su mano derecha, cuyos
nudillos se había lastimado al golpear a Malfoy en la mandíbula. Miró hacia abajo y vio las plateadas
alas de lasnitch, que sobresalían entre sus dedos con la intención de liberarse.
Tan pronto como llegaron a la puerta del despacho de la profesora McGonagall, ésta apareció en el
pasillo, caminando a grandes zancadas hacia ellos. Llevaba una bufanda de Gryffindor, pero se la quitó
del cuello con manos temblorosas antes de llegar a donde estaban Harry y George. Estaba furiosa.
—¡Adentro! —les ordenó, y señaló la puerta. Harry y George entraron en el despacho. La profesora
McGonagall se colocó detrás de su mesa, frente a los muchachos, temblando de ira mientras tiraba la 
bufanda de Gryffindor al suelo—. ¿Y bien? Jamás había visto una exhibición tan vergonzosa. ¡Dos
contra uno! ¡Explicaos ahora mismo!
—Malfoy nos provocó —respondió Harry fríamente.
—¿Que os provocó? —gritó la profesora McGonagall golpeando la mesa con el puño. La lata de
cuadros escoceses dio tal bote que cayó, se abrió y cubrió el suelo de tritones de jengibre—. El acababa
de perder el partido, ¿no? ¡Claro que quería provocaros! Pero ¿qué demonios ha dicho que pueda
justificar que vosotros dos…?
—Ha insultado a mis padres —gruñó George—. Y a la madre de Harry.
—Y en lugar de dejar que lo solucionara la señora Hooch, vosotros dos decidís hacer una exhibición de
duelomuggle, ¿verdad? —bramó la profesora McGonagall— ¿Tenéis idea de lo que…?
—Ejem, ejem.
Harry y George giraron rápidamente la cabeza. Dolores Umbridge estaba plantada en el umbral,
envuelta en una capa verde de tweed que acentuaba aún más su parecido con un sapo gigantesco, y
sonreía de aquella forma asquerosa, forzada y siniestra que Harry había acabado por asociar con un
desastre inminente.
—¿Necesita  ayuda,  profesora  McGonagall?  —preguntó  la  profesora  Umbridge  con  su  dulce  y
venenosa voz.
La sangre se agolpó en la cara de la profesora McGonagall.
—¿Ayuda? —repitió, controlando la voz—. ¿Qué clase de ayuda?
La profesora Umbridge entró en el despacho exhibiendo su repugnante sonrisa y se situó junto a la
mesa de la profesora McGonagall.
—Verá, me ha parecido que agradecería la intervención de alguien con autoridad.
A Harry no le habría sorprendido ver salir chispas por las aletas de la nariz de la profesora McGonagall.
—Pues se ha equivocado —replicó ésta, y siguió hablando con los chicos como si la profesora
Umbridge no estuviera allí—. Y vosotros dos a ver si me escucháis bien. ¡No me importa que Malfoy
os  haya  provocado,  por  mí  puede  haber  insultado  a  todos  los  miembros  de  vuestras  respectivas
familias; vuestro comportamiento ha sido lamentable y voy a poneros a los dos una semana de castigos!
¡No me mires así, Potter, tú te lo has buscado! ¡Y si me entero de que alguno de los dos vuelve a…!
—Ejem, ejem.
La profesora McGonagall cerró los ojos, como si estuviera haciendo un esfuerzo para no perder la
paciencia, y volvió a mirar a la profesora Umbridge.
—¿Sí?
—Creo que merecen algo más que castigos —apuntó Dolores Umbridge, y su sonrisa se hizo más
amplia.
La profesora McGonagall abrió mucho los ojos.
—Pero por desgracia es más importante lo que yo crea, porque estos dos alumnos están en mi casa,
Dolores —dijo forzando una sonrisa que pretendía imitar a la de su interlocutora y que le produjo una
rigidez total en el rostro.
—Perdone, Minerva —replicó la profesora Umbridge con una sonrisa tonta—, pero ahora comprobará
que mi opinión importa más de lo que usted cree. A ver, ¿dónde está? Cornelius acaba de enviármelo…
Bueno —soltó una risita falsa mientras hurgaba en su bolso—, el ministro acaba de enviármelo… ¡Ah,
sí…, aquí está! —Sacó un trozo de pergamino y lo desenrolló, aclarándose la garganta remilgadamente
antes de empezar a leer lo que había escrito en él—. Ejem, ejem… «Decreto de Enseñanza Número
Veinticinco.»
—¡Otro decreto! —exclamó la profesora McGonagall con violencia.
—Pues sí —repuso Dolores Umbridge sin dejar de sonreír—. De hecho, Minerva, fue usted quien me
hizo  ver  que  necesitábamos  una  enmienda…  ¿Recuerda  que  invalidó  mi  orden  cuando  no  quise
permitir que se volviera a formar el equipo dequidditchde Gryffindor? Usted le presentó el caso a
Dumbledore, quien insistió en que se permitiera jugar al equipo, ¿verdad? Pues bien, yo no podía 
tolerar eso. Hablé inmediatamente con el ministro, y coincidió conmigo en que la Suma Inquisidora
debe tener poder para retirar privilegios a los alumnos, porque de no ser así, ella, es decir, yo, tendría
menos autoridad que los simples profesores. Y supongo, Minerva, que ahora entenderá que yo tenía
mucha razón cuando intenté impedir que se volviera a formar el equipo de Gryffindor. ¡Qué genio tan
espantoso!  En  fin,  estaba  leyendo  nuestra  enmienda…  Ejem,  ejem…  «En  lo  sucesivo,  la  Suma
Inquisidora tendrá autoridad absoluta sobre los castigos, las sanciones y la supresión de privilegios de
los estudiantes de Hogwarts, y podrá modificar los castigos, las sanciones y la supresión de privilegios
que hayan podido ordenar otros miembros del profesorado. Firmado, Cornelius Fudge, ministro de
Magia, Orden de Merlín, Primera Clase, etc., etc.» —Enrolló el pergamino y lo guardó en su bolso con
la sonrisa en los labios—. Así pues… Me veo obligada a suspender a estos dos alumnos de por vida —
sentenció, mirando primero a Harry y luego a George.
Harry notó que lasnitchse agitaba furiosa en su mano.
—¿Suspendernos? —repitió, y su voz sonó extrañamente distante—. ¿No podremos volver a jugar al
quidditch… nunca más?
—En efecto, señor Potter, creo que una suspensión de por vida conseguirá su propósito —confirmó la
profesora Umbridge, y su sonrisa se ensanchó aún más mientras observaba a Harry, que intentaba
asimilar lo que ella acababa de decir—. Tanto a usted como a su amigo, el señor Weasley. Y creo que,
para estar seguros, deberíamos suspender también al gemelo de este joven. Si sus compañeros no lo
hubieran sujetado, estoy convencida de que también habría atacado al señor Malfoy. Les confiscaré las
escobas,  por  descontado;  las  guardaré  en  mi  despacho  para  asegurarme  de  que  se  cumpla  mi
prohibición. Pero seré razonable, profesora McGonagall —prosiguió, volviéndose de nuevo hacia ésta,
que estaba de pie y la miraba fijamente, tan quieta como si fuera una estatua de hielo—. El resto del
equipo puede seguir jugando, pues no he detectado señales de violencia en ningún otro jugador. Buenas
tardes.
Y con un aire de máxima satisfacción, la profesora Umbridge salió del despacho dejando tras ella un
silencio espeluznante.
—Suspendidos —dijo Angelina con voz apagada aquella noche en la sala común—. Suspendidos de
por vida… Nos hemos quedado sin buscador y sin golpeadores. ¿Qué vamos a hacer ahora?
No tenían la sensación de haber ganado el partido. Allá donde mirara, Harry sólo veía caras de
desconsuelo y de enfado; los miembros del equipo estaban repantigados alrededor de la chimenea;
todos excepto Ron, al que nadie había visto desde que había finalizado el partido.
—Es una injusticia —declaró Alicia, como atontada—. ¿Qué ha pasado con Crabbe y con esabludger
que te lanzó después de que sonara el silbato? ¿Acaso a él lo han suspendido?
—No —contestó Ginny con tristeza; ella y Hermione estaban sentadas a ambos lados de Harry—. Sólo
tiene que copiar algo, he oído a Montague reírse de eso en la cena.
—¡Y suspender a Fred, cuando él no ha hecho nada! —añadió Alicia, furiosa, golpeándose la rodilla
con el puño.
—No he hecho nada porque no me habéis dejado —intervino él con una expresión muy desagradable
en la cara—. Si no me hubierais sujetado, habría hecho puré a ese cerdo.
Harry, abatido, se quedó mirando la oscura ventana. Estaba nevando. Lasnitchque había atrapado en el
partido volaba en esos momentos describiendo círculos por la sala común; los estudiantes la miraban
como hipnotizados, yCrookshankssaltaba de una butaca a otra intentando cogerla.
—Voy a acostarme —anunció Angelina, y se puso lentamente en pie—. A lo mejor resulta que todo
esto no es más que una pesadilla… A lo mejor mañana me despierto y me doy cuenta de que todavía no
hemos jugado el partido…
Alicia y Katie no tardaron en seguirla. Fred y George se fueron a la cama poco después y fulminaron
con la mirada a todo aquel con el que se cruzaron; Ginny también se marchó enseguida. Harry y
Hermione fueron los únicos que se quedaron junto al fuego.
—¿Has visto a Ron? —le preguntó Hermione con voz queda. Harry negó con la cabeza—. Creo que
nos evita. ¿Dónde crees que…?
Pero en aquel preciso momento oyeron un crujido detrás de ellos. El retrato de la Señora Gorda se abrió
y por el hueco entró Ron. Estaba tremendamente pálido y tenía nieve en el pelo. Al ver a Harry y a
Hermione, se quedó paralizado.
—¿Dónde has estado? —le preguntó ésta con inquietud levantándose de un brinco.
—Paseando —balbuceó Ron. Todavía llevaba puesto el uniforme dequidditch.
—Debes de estar congelado —observó Hermione—. ¡Ven y siéntate aquí!
Ron se acercó a la chimenea, se dejó caer en la butaca más alejada de Harry y esquivó su mirada. La
snitchrobada seguía volando por encima de sus cabezas.
—Perdóname —murmuró Ron mirándose los pies.
—¿Por qué tengo que perdonarte? —preguntó Harry.
—Por creer que podía jugar alquidditch—respondió Ron—. Voy a renunciar mañana por la mañana.
—Si renuncias —repuso Harry con fastidio— sólo quedarán tres jugadores en el equipo. —Como Ron
lo miraba con extrañeza, Harry añadió—: Me han suspendido de por vida. Y también a Fred y a
George.
—¿Qué? —gritó Ron.
Hermione le contó la historia con todo detalle porque Harry se sentía incapaz de volver a explicarla.
Cuando hubo terminado, Ron parecía aún más angustiado.
—Todo ha sido culpa mía…
—Tú no me hiciste pegar a Malfoy —dijo Harry con enfado.
—Si no fuera tan malo jugando alquidditch…
—Eso no tiene nada que ver…
—Es que esa canción me puso histérico…
—Habría puesto histérico a cualquiera… —Hermione se levantó, fue hasta la ventana para retirarse de
la discusión y contempló la nieve que caía formando remolinos detrás del cristal—. Basta, ¿me oyes?
—estalló Harry—. ¡Ya estamos bastante fastidiados, y sólo falta que tú te eches la culpa de todo!
Ron se calló y se quedó mirando, muy triste, el empapado dobladillo de su túnica. Al cabo de un rato,
dijo con un hilo de voz:
—Nunca me había sentido tan mal.
—Ya somos dos —contestó Harry con amargura.
—Bueno —empezó a decir Hermione con voz ligeramente temblorosa—, se me ha ocurrido una cosa
que a lo mejor os anima un poco a los dos.
—No me digas —dijo Harry, escéptico.
—Sí —afirmó Hermione, y se apartó del negro cristal de la ventana salpicado de nieve. Una amplia
sonrisa iluminaba su rostro—. Hagrid ha vuelto.

20
La historia de Hagrid

Harry subió a todo correr al dormitorio de los chicos para coger la capa invisible y el mapa del
merodeador, que guardaba en su baúl; se dio tanta prisa que Ron y él estaban listos para salir por lo
menos cinco minutos antes de que Hermione bajara del dormitorio de las chicas, provista de bufanda,
guantes y uno de los gorros de elfo llenos de nudos.
—¡Es que fuera hace mucho frío! —se justificó cuando Ron chasqueó la lengua con impaciencia.
Salieron por la abertura del retrato y se apresuraron a cubrirse con la capa; Ron había crecido tanto que
ahora tenía que encorvarse para que no le asomaran los pies por debajo. Bajaron despacio y con
cuidado las diferentes escaleras, y se detenían de vez en cuando para comprobar, con ayuda del mapa,
si Filch o laSeñora Norrisandaban cerca. Tuvieron suerte: no vieron a nadie más que a Nick Casi
Decapitado, que se paseaba flotando y tarareando distraídamente «A Weasley vamos a coronar».
Cruzaron el vestíbulo con sigilo y salieron a los silenciosos y nevados jardines. A Harry le dio un
vuelco el corazón cuando vio unos pequeños rectángulos dorados de luz y el humo que salía en
espirales por la chimenea de la cabaña de Hagrid. Echó a andar hacia allí a buen paso, y los otros dos lo
siguieron dando traspiés. Bajaron emocionados por la ladera, donde la capa de nieve cada vez era más
gruesa, y por fin llegaron frente a la puerta de madera de la cabaña. Harry levantó el puño y llamó tres
veces, e inmediatamente se oyeron los ladridos de un perro.
—¡Somos nosotros, Hagrid! —susurró Harry por la cerradura.
—¡Debí imaginármelo! —respondió una áspera voz. Los tres amigos se miraron sonrientes debajo de la
capa invisible; la voz de Hagrid denotaba alegría—. Sólo hace tres segundos que he llegado a casa…
Aparta,Fang, ¡quita de en medio, chucho! —Se oyó cómo descorría el cerrojo, la puerta se abrió con
un chirrido y la cabeza de Hagrid apareció en el resquicio. Hermione no pudo contener un grito—. ¡Por
las barbas de Merlín, no chilles! —se apresuró a decir Hagrid, alarmado, mientras observaba por
encima de las cabezas de los chicos—. Lleváis la capa ésa, ¿no? ¡Vamos, entrad, entrad!
—¡Lo siento! —se disculpó Hermione mientras los tres entraban apretujándose en la cabaña y se
quitaban la capa para que Hagrid pudiera verlos—. Es que… ¡Oh, Hagrid!
—¡No es nada, no es nada! —exclamó él rápidamente. Cerró la puerta y corrió todas las cortinas, pero
Hermione seguía mirándolo horrorizada.
Hagrid tenía sangre coagulada en el enmarañado pelo, y su ojo izquierdo había quedado reducido a un
hinchado surco en medio de un enorme cardenal de color negro y morado. Tenía diversos cortes en la
cara y en las manos, algunos de los cuales todavía sangraban, y se movía con cautela, lo que hizo
sospechar a Harry que Hagrid tenía alguna costilla rota. Era evidente que acababa de llegar a casa.
Había una gruesa capa negra de viaje colgada en el respaldo de una silla, y una mochila donde habrían
cabido varios niños pequeños apoyada en la pared, junto a la puerta. Hagrid, que medía dos veces lo 
que mide un hombre normal, fue cojeando hasta la chimenea y colocó una tetera de cobre sobre el
fuego.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Harry mientrasFangdanzaba alrededor de los chicos intentando
lamerles la cara.
—Ya os lo he dicho, nada —contestó Hagrid con firmeza—. ¿Queréis una taza de té?
—¡Vamos, Hagrid! —le espetó Ron—. ¡Si estás hecho polvo!
—Os digo que estoy bien —insistió Hagrid enderezándose y volviéndose para mirarlos sonriente, pero
sin poder disimular una mueca de dolor—. ¡Vaya, cuánto me alegro de volver a veros a los tres!
¿Habéis pasado un buen verano?
—¡Hagrid, te han atacado! —exclamó Ron.
—¡Por última vez: no es nada! —repitió Hagrid con rotundidad.
—¿Acaso dirías que no es nada si alguno de nosotros apareciera con casi medio kilo de carne picada
donde antes tenía la cara? —inquirió Ron.
—Deberías ir a ver a la señora Pomfrey, Hagrid —terció Hermione, preocupada—. Algunos de esos
cortes tienen mala pinta.
—Ya me estoy encargando de ellos, ¿de acuerdo? —respondió Hagrid intentando imponerse.
Entonces fue hacia la enorme mesa de madera que había en el centro de la cabaña y levantó un trapo de
cocina que había encima. Debajo del trapo había un filete de color verdoso, crudo y sangrante, del
tamaño de un neumático de coche.
—No  pensarás  comerte  eso,  ¿verdad,  Hagrid?  —preguntó  Ron  inclinándose  sobre  el  filete  para
examinarlo—. Tiene aspecto venenoso.
—Tiene un aspecto perfectamente normal, es carne de dragón —replicó Hagrid—. Y no pensaba
comérmelo. —Cogió el filete y se lo colocó sobre la parte izquierda de la cara. Un hilo de sangre
verdosa resbaló por su barba y Hagrid emitió un débil gemido de satisfacción—. Así está mejor. Va
muy bien para aliviar el dolor.
—¿Piensas contarnos lo que te ha pasado, o no? —inquirió Harry
—No puedo, Harry. Es secreto. Si os lo cuento me juego el empleo.
—¿Te han atacado los gigantes, Hagrid? —preguntó Hermione con voz queda.
Los dedos de Hagrid resbalaron por el filete de dragón, que descendió hasta el pecho haciendo un ruido
parecido al de la succión.
—¿Los gigantes? —repitió Hagrid mientras agarraba el filete antes de que le llegara al cinturón y se lo
colocaba  de  nuevo  en  la  cara—.  ¿Quién  ha  dicho  nada  de  gigantes?  ¿Con  quién  habéis  estado
hablando? ¿Quién os ha dicho que he…? ¿Quién os ha dicho que estaba…?
—Nos lo imaginamos nosotros —respondió Hermione en tono de disculpa.
—¿Ah, sí? —dijo Hagrid mirándola fijamente con el ojo que el filete no le tapaba.
—Era… evidente —añadió Ron, y Harry asintió con la cabeza.
Hagrid los miró a los tres con severidad; entonces dio un resoplido, dejó el filete en la mesa y fue a
grandes zancadas hasta la tetera, que había empezado a silbar.
—No sé qué os pasa, pero siempre tenéis que saber más de lo que deberíais —masculló mientras vertía
agua hirviendo en tres tazas con forma de cubo—. Y no os creáis que es un cumplido. Sois unos
entrometidos. Y muy indiscretos.
Sin embargo, le temblaban los pelos de la barba.
—Entonces ¿es verdad que fuiste a buscar a los gigantes? —preguntó Harry, sonriente, al mismo
tiempo que se sentaba a la mesa.
Hagrid colocó una taza de té delante de cada uno de los chicos, se sentó, volvió a coger el filete y se lo
puso de nuevo en la cara.
—Sí, es verdad —gruñó.
—¿Y los encontraste? —inquirió Hermione con un hilo de voz.
—Verás,  los  gigantes  no  son  muy  difíciles  de  encontrar,  francamente  —contestó  Hagrid—.  Son
bastante grandes, ¿sabes?
—¿Dónde viven? —preguntó Ron.
—En las montañas —respondió Hagrid a regañadientes.
—Entonces, ¿cómo es que losmugglesno…?
—Te equivocas —se adelantó Hagrid—. Lo que pasa es que sus muertes siempre se atribuyen a
accidentes de alpinismo.
Se ajustó un poco el filete para que le tapara la parte más magullada de la cara y Ron insistió:
—¡Vamos, Hagrid, cuéntanos lo que has estado haciendo! Si nos dices lo que te pasó con los gigantes,
Harry te explicará cómo lo atacaron losdementores…
Hagrid se atragantó con el té y al mismo tiempo se le cayó el filete de la cara; una gran cantidad de
saliva, té y sangre de dragón salpicó la mesa mientras Hagrid tosía y farfullaba. El filete resbaló y cayó
al suelo produciendo un fuerte ¡paf!
—¿Qué es eso de que te atacaron losdementores? —masculló Hagrid.
—¿No lo sabías? —le preguntó Hermione con los ojos como platos.
—No sé nada de lo que ha pasado desde que me marché. Tenía una misión secreta, ¿de acuerdo? Y no
era cuestión de que las lechuzas me siguieran por todas partes. ¡Esos malditos dementores!… ¿Lo dices
en serio?
—Sí, claro. Fueron a Little Whinging y nos atacaron a mi primo y a mí, y entonces el Ministerio de
Magia me expulsó…
—¿QUÉ?
—…y tuve que presentarme a una vista y todo, pero primero cuéntanos lo de los gigantes.
—¿Que te expulsaron del colegio?
—Cuéntanos lo que te ha pasado este verano y yo te contaré lo que me ha ocurrido a mí.
Hagrid lo fulminó con la mirada de su único ojo sano y Harry le sostuvo la mirada con una expresión
que era mezcla de inocencia y determinación.
—Está bien —aceptó Hagrid, resignado.
Se agachó y le arrancó el filete de dragón aFangde la boca.
—¡No hagas eso, Hagrid, es antihigiénico…! —exclamó Hermione, pero él ya se había vuelto a poner
el enorme trozo de carne en la hinchada cara.
Bebió otro tonificante sorbo de té y comenzó:
—Bueno, salimos de aquí en cuanto terminó el curso…
—Entonces, ¿Madame Máxime iba contigo? —lo interrumpió Hermione.
—Sí, exacto —confirmó Hagrid, y una expresión más suave apareció en los pocos centímetros del
rostro que no estaban tapados ni por la barba ni por aquel filete verde—. Sí, íbamos los dos solos. Y he
de decir que a Olympe no le importa prescindir de las comodidades. Veréis, ella es muy fina y siempre
va muy bien vestida, y como yo sabía adónde íbamos, me preguntaba cómo encajaría eso de trepar por
rocas y dormir en cuevas, pero os aseguro que no la oí rechistar ni una sola vez.
—¿Sabías adónde ibais? —le preguntó Harry—. ¿Sabías dónde viven los gigantes?
—Bueno, Dumbledore lo sabía y nos lo dijo.
—¿Están escondidos? —inquirió Ron—. ¿Es un lugar secreto?
—No, no del todo —respondió Hagrid moviendo la greñuda cabeza—. Lo que pasa es que a la mayoría
de los magos no les interesa saber dónde están, con tal de que estén bien lejos. Pero es muy difícil
llegar hasta allí, al menos para los humanos, así que necesitábamos las instrucciones de Dumbledore.
Tardamos cerca de un mes en llegar a…
—¡¿Un mes?! —exclamó Ron, como si no concibiera que un viaje pudiera durar tanto—. Pero… ¿por
qué no utilizasteis un traslador o algo así?
Hagrid entrecerró el ojo que no estaba hinchado y miró a Ron con una expresión extraña, casi de
lástima.
—Nos vigilaban, Ron —respondió con brusquedad.
—¿Qué quieres decir?
—Vosotros no lo entendéis. El Ministerio vigila de cerca a Dumbledore y a todos los que están a su
favor, y…
—Eso ya lo sabemos —intervino Harry, ansioso por escuchar el resto de la historia de Hagrid—, ya
sabemos que el Ministerio vigila a Dumbledore…
—¿Y no podíais utilizar la magia para llegar hasta allí? —terció Ron, estupefacto—. ¿Teníais que
comportaros comomugglestodo el tiempo?
—Bueno, no siempre —puntualizó Hagrid cautelosamente—. Pero teníamos que ir con mucho cuidado,
porque Olympe y yo… destacamos un poco… —Ron hizo un ruidito ahogado, un sonido entre un
bufido y un resuello, y rápidamente bebió un sorbo de té—, de modo que no resulta muy difícil
seguirnos la pista. Fingimos que nos íbamos de vacaciones juntos. Llegamos a Francia e hicimos ver
que  nos  dirigíamos  al  colegio  de  Olympe,  porque  sabíamos  que  alguien  del  Ministerio  estaba
siguiéndola. Teníamos que avanzar muy despacio porque no debíamos emplear la magia, pues también
sabíamos  que  el  Ministerio  buscaba  cualquier  excusa  para  echarnos  el  guante.  Pero  en  Dijon
conseguimos dar esquinazo al imbécil que nos seguía…
—¿En Dijon? —repitió Hermione, emocionada—. ¡Yo estuve allí de vacaciones! ¿Visteis el…?
Hermione se calló al ver la expresión de Ron.
—Después de eso pudimos hacer un poco de magia y el viaje no estuvo tan mal. En la frontera polaca
nos topamos con un par de trols chiflados, y yo tuve un pequeño percance con un vampiro en una
taberna de Minsk, pero aparte de eso el viaje fue pan comido.
»Entonces llegamos a las montañas y empezamos a buscar señales de los gigantes…
»Cuando nos acercábamos a donde estaban, tuvimos que dejar de emplear la magia. En parte porque a
ellos  no  les  gustan  los  magos  y  no  queríamos  irritarlos  antes  de  tiempo,  pero  también  porque
Dumbledore nos había advertido que Quien-vosotros-sabéis también debía de andar buscando a los
gigantes. Dijo que lo más probable era que ya les hubiera enviado un mensajero. Nos aconsejó que
tuviéramos mucho cuidado y no llamáramos la atención cuando estuviéramos cerca, por si había
mortífagospor allí.
Hagrid hizo una pausa y bebió un largo sorbo de té.
—¡Sigue! —le pinchó Harry.
—Los encontramos —continuó Hagrid sin andarse con rodeos—. Una noche alcanzamos la cresta de
una montaña y allí estaban, diseminados a nuestros pies. Allá abajo ardían pequeñas hogueras y unas
sombras inmensas… Era como si viéramos moverse trozos de montaña.
—¿Son muy grandes? —murmuró Ron.
—Miden unos seis metros —respondió Hagrid con indiferencia—. Los más altos llegan a medir casi
ocho metros.
—¿Y cuántos había? —preguntó Harry.
—Calculo que setenta u ochenta.
—¿Sólo? —se extrañó Hermione.
—Sí —confirmó Hagrid con tristeza—. Sólo quedan ochenta, y eso que antes había muchísimos. Debía
de haber unas cien tribus diferentes en todo el mundo, pero hace años que se están extinguiendo. Los
magos  mataron  a  unos  cuantos,  desde  luego,  pero  básicamente  se  mataron  entre  ellos,  y  ahora
desaparecen más rápido que nunca porque no están hechos para vivir amontonados de esa forma.
Dumbledore opina que es culpa nuestra, es decir, que fuimos los magos los que los obligamos a irse a
vivir tan lejos de nosotros, y que ellos no tuvieron más remedio que unirse para protegerse.
—Bueno —intervino Harry—, los visteis, y entonces, ¿qué?
—Esperamos a que se hiciera de día; no queríamos aparecer entre ellos a oscuras porque era peligroso
—prosiguió Hagrid—. Hacia las tres de la madrugada se quedaron dormidos donde estaban, aunque
nosotros no nos atrevimos a dormir. Primero, porque no queríamos que ninguno despertara y nos 
descubriera, y además, porque los ronquidos eran increíbles. Antes del amanecer provocaron un alud.
En fin, cuando se hizo de día, bajamos a verlos.
—¿Así, sin más? —preguntó Ron, perplejo—. ¿Bajasteis como si tal cosa a un campamento de
gigantes?
—Bueno, Dumbledore nos explicó cómo teníamos que hacerlo —puntualizó Hagrid—. Había que
llevarle regalos al Gurg y mostrarse respetuoso con él, ya sabéis.
—¿Llevarle regalos a quién? —preguntó Harry.
—¡Ah, al Gurg! Significa «jefe».
—¿Y cómo supisteis cuál de ellos era el Gurg? —inquirió Ron.
Hagrid soltó una risotada.
—No resultó difícil —respondió—. Era el más grande, el más feo y el más vago de todos. Estaba allí
sentado esperando a que los otros le llevaran la comida. Cabras muertas y cosas así. Se llamaba Karkus.
Debía de medir unos siete metros y pesar como dos elefantes macho. Y tenía una piel que parecía de
rinoceronte.
—¿Y fuiste tranquilamente a hablar con él? —le preguntó Hermione, impresionada.
—Bueno, más o menos. Los gigantes estaban instalados en una hondonada entre cuatro montañas muy
altas, junto a un lago, y Karkus estaba tumbado a orillas del lago y les gritaba a los otros que les
llevaran comida a él y a su esposa. Olympe y yo bajamos por la ladera de la montaña…
—Pero ¿no intentaron mataros cuando os vieron? —preguntó Ron, incrédulo.
—Estoy seguro de que a unos cuantos se les ocurrió esa idea —dijo Hagrid encogiéndose de hombros
—, pero nosotros hicimos lo que nos había recomendado Dumbledore: sostener en alto nuestro regalo,
mirar siempre al Gurg e ignorar a los demás. Y eso fue lo que hicimos. Los otros gigantes se quedaron
callados al vernos pasar, y nosotros llegamos a donde estaba Karkus, lo saludamos con una reverencia
y dejamos nuestro regalo en el suelo, a sus pies.
—¿Qué se le regala a un gigante? —preguntó Ron con impaciencia—. ¿Comida?
—No, ellos ya se las apañan solos para conseguir comida. Le llevamos magia. A los gigantes les
encanta la magia, lo que no les gusta es que nosotros la utilicemos contra ellos. El primer día le
llevamos una rama de fuego de Gubraith.
—¡Vaya! —exclamó Hermione con voz queda, pero Harry y Ron miraron a Hagrid sin comprender.
—¿Una rama de…?
—Fuego eterno —explicó Hermione con irritación—. Ya deberíais saberlo. ¡El profesor Flitwick lo ha
mencionado al menos dos veces en las clases!
—Veréis —continuó rápidamente Hagrid, interviniendo antes de que Ron tuviera ocasión de replicar—,
Dumbledore hechizó aquella rama para que ardiera eternamente, algo que no todos los magos son
capaces de hacer. La dejé sobre la nieve, a los pies de Karkus, y dije: «Un regalo de Albus Dumbledore
para el Gurg de los gigantes, con sus cordiales saludos.»
—¿Y qué dijo Karkus? —preguntó Harry con avidez.
—Nada. No sabía hablar nuestro idioma.
—¡No me digas!
—Pero no tuvo importancia —comentó Hagrid, imperturbable—. Dumbledore ya nos había advertido
sobre esa posibilidad. Karkus entendió lo suficiente para llamar a gritos a un par de gigantes que sí
sabían, y ellos hicieron de intérpretes.
—¿Y le gustó el regalo? —inquirió Ron.
—Ya lo creo, se puso loco de contento cuando comprendió qué era —contestó Hagrid mientras le daba
la vuelta al filete de dragón y se ponía la parte que estaba más fresca sobre el ojo hinchado—. Estaba
entusiasmado. Y entonces le dije: «Albus Dumbledore ruega al Gurg que hable con su mensajero
cuando mañana regrese con otro regalo.»
—¿Por qué no podías hablar con ellos aquel día? —preguntó Hermione.
—Dumbledore quería tomarse las cosas con calma para que vieran que cumplíamos nuestras promesas.
Si  les  dices  «Mañana  volveremos  con  otro  regalo»,  y  al  día  siguiente  cumples  con  lo  que  has
prometido, les causas una buena impresión, ¿entendéis? Además, así tienen tiempo de probar el primer
regalo y comprobar que es un buen obsequio, y entonces quieren más. En fin, si los agobias con mucha
información, los gigantes como Karkus te matan aunque sólo sea para simplificar las cosas. Así que nos
marchamos de allí, haciendo reverencias, y buscamos una bonita cueva donde pasar la noche; a la
mañana siguiente volvimos al campamento de los gigantes, y esta vez encontramos a Karkus sentado
muy tieso, esperándonos impaciente.
—¿Y hablasteis con él?
—Sí, sí. Primero le entregamos un precioso yelmo fabricado por duendes, indestructible. Luego nos
sentamos a hablar con él.
—¿Y qué dijo?
—No gran cosa —contestó Hagrid—. En realidad se limitó a escuchar. Pero vimos algunos buenos
indicios. Karkus había oído hablar de Dumbledore y sabía que no había estado de acuerdo con el
exterminio de los últimos gigantes de Gran Bretaña. Le interesaba mucho enterarse de lo que quería
decirle  Dumbledore. Algunos  gigantes,  sobre  todo  los  que  entendían  algo  de  nuestro  idioma,  se
acercaron a escuchar. Aquel día nos marchamos muy esperanzados. Prometimos volver a la mañana
siguiente con otro regalo. Pero aquella noche todo salió mal.
—¿Qué quieres decir? —preguntó rápidamente Ron.
—Ya os he dicho que los gigantes no están hechos para vivir en grupos tan numerosos —respondió
Hagrid, apesadumbrado—. No pueden evitarlo, se pelean a cada momento. Los hombres riñen entre sí,
y las mujeres, entre ellas; del mismo modo, los que quedan de las antiguas tribus riñen entre ellos, y eso
sin que haya discusiones por la comida, ni por las mejores hogueras ni por los mejores enclaves para
dormir. Lo lógico sería que vivieran en paz, dado que su raza está a punto de extinguirse, pero… —
Hagrid suspiró profundamente—. Aquella noche se armó una pelea —prosiguió—. Nosotros lo vimos
todo desde la entrada de nuestra cueva, que estaba orientada hacia el valle. Duró varias horas, y no os
imagináis el ruido que hacían. Cuando salió el sol, vimos que la nieve se había teñido de rojo y que su
cabeza estaba en el fondo del lago.
—¿La cabeza de quién? —preguntó Hermione entrecortadamente.
—De Karkus —dijo Hagrid, apenado—. Había un nuevo Gurg, Golgomath—. Suspiró de nuevo—.
Nosotros no habíamos contado con tener que tratar con un nuevo Gurg dos días después de haber
establecido contacto con el primero, e intuíamos que Golgomath no iba a mostrarse tan dispuesto a
escucharnos, pero de todos modos debíamos intentarlo.
—¿Fuisteis a hablar con él? —inquirió Ron, fascinado—. ¿Después de ver cómo le arrancaba la cabeza
a otro gigante?
—Pues  claro  —contestó  Hagrid—.  ¡No  habíamos  ido  hasta  allí  para  abandonar  al  segundo  día!
Bajamos hasta el campamento con el siguiente regalo que teníamos preparado para Karkus. Antes de
abrir la boca, yo ya sabía que no conseguiríamos nada. Golgomath estaba sentado con el yelmo de
Karkus puesto, y nos miraba con una sonrisa irónica en los labios. Era inmenso, uno de los gigantes
más grandes del campamento. Tenía el cabello negro, a juego con los dientes, y llevaba un collar hecho
de huesos. Algunos parecían humanos. Bueno, a pesar de todo decidí intentarlo: saqué un gran rollo de
piel de dragón y dije: «Un regalo para el Gurg de los gigantes…» Pero antes de que acabara la frase
estaba colgado cabeza abajo, pues dos de sus amigos me habían cogido por los pies.
Hermione se tapó la boca con ambas manos.
—¿Cómo te libraste de ésa? —preguntó Harry.
—No habría podido si Olympe no hubiera estado allí —respondió Hagrid—. Sacó su varita mágica y
los atacó con una rapidez que yo jamás había visto. Estuvo magnífica. A los dos gigantes que me
sujetaban  les  echó  una  maldición  de  conjuntivitis,  y  entonces  me  soltaron  inmediatamente.  Pero
estábamos metidos en un buen lío porque habíamos utilizado la magia contra ellos, y eso es lo que los 
gigantes no soportan de los magos. Tuvimos que poner pies en polvorosa, y sabíamos que ya no íbamos
a poder volver al campamento.
—Caramba, Hagrid… —dijo Ron con voz queda.
—¿Y cómo es que has tardado tanto en volver a casa si sólo estuviste tres días allí? —inquirió
Hermione.
—¡No nos marchamos al cabo de tres días! —contestó Hagrid, ofendido—. ¡Dumbledore confiaba en
nosotros!
—Pero ¡si acabas de decir que ya no podíais volver al campamento!
—No, de día no. Teníamos que replantearnos la estrategia. Pasamos un par de días escondidos en la
cueva observando a los gigantes. Y lo que vimos no nos gustó nada.
—¿Arrancó más cabezas Golgomath? —preguntó Hermione con aprensión.
—No. ¡Ojalá lo hubiera hecho!
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que pronto comprendimos que no le caían mal todos los magos, que sólo éramos
nosotros.
—¿Mortífagos?—insinuó Harry rápidamente.
—Sí —confirmó Hagrid con amargura—. Un par visitaban al Gurg todos los días y le llevaban regalos,
y el Gurg no los colgaba por los pies.
—¿Cómo supisteis que eranmortífagos? —preguntó Ron.
—Porque a uno lo reconocí —gruñó Hagrid—. Macnair, ¿os acordáis de él? El tipo al que enviaron
para matar aBuckbeak.Está loco de remate. Disfruta tanto como Golgomath matando; no me extraña
que se llevaran tan bien.
—¿Y Macnair convenció a los gigantes de que se unieran a Quien-tú-sabes? —inquirió Hermione,
desesperada.
—¡Un momentito, todavía no he terminado mi historia! —dijo Hagrid, indignado. Teniendo en cuenta
que al principio se había resistido a contarles nada, era curioso que ahora disfrutara tanto con su propio
relato—. Olympe y yo estuvimos cambiando impresiones y llegamos a la conclusión de que el hecho
de que el Gurg prefiriera a Quien-vosotros-sabéis no significaba que los demás también lo prefirieran.
Teníamos que intentar convencer a unos cuantos de los otros, es decir, a los que no querían tener a
Golgomath como Gurg.
—¿Y cómo sabíais cuáles eran? —preguntó Ron.
—Pues mira, dedujimos que eran los que habían quedado hechos papilla —respondió Hagrid con
paciencia—. Los que tenían un poco de sensatez se mantenían alejados de Golgomath y estaban
escondidos en las cuevas que había alrededor del barranco, como nosotros. Así que decidimos ir a
fisgonear allí por la noche para intentar convencer a algunos.
—¿Fuisteis a fisgonear por las cuevas a oscuras en busca de gigantes? —preguntó Ron con una voz que
denotaba un profundo respeto.
—Bueno, los gigantes no eran lo que más nos preocupaba —contestó Hagrid—, sino losmortífagos.
Antes de que partiéramos, Dumbledore nos había advertido que no nos enfrentáramos a ellos si
podíamos evitarlo, y el problema era que losmortífagossabían que estábamos por allí, porque lo lógico
era que Golgomath se lo hubiera contado. Por la noche, cuando los gigantes dormían y nosotros
queríamos ir a inspeccionar las cuevas, Macnair y el otromortífagonos buscaban por las montañas. Me
costó trabajo impedir que Olympe se abalanzara sobre ellos —prosiguió Hagrid, y al sonreír se le subió
la enmarañada barba—. Estaba ansiosa por atacarlos… Olympe es increíble cuando se enfada…, se
pone furiosa de verdad… Debe de ser la sangre francesa que lleva en las venas…
Hagrid  se  quedó  mirando  el  fuego  con  ojos  llorosos.  Harry  le  permitió  treinta  segundos  de
embelesamiento, pero luego se aclaró ruidosamente la garganta y dijo:
—¿Y qué pasó? ¿Encontrasteis a alguno de los otros gigantes?
—¿Qué? ¡Ah, sí! Sí, los encontramos. La tercera noche después de que mataran a Karkus, salimos de la
cueva donde estábamos escondidos y bajamos al barranco, con los ojos muy abiertos por si rondaba por
allí algúnmortífago. Entramos en algunas cuevas, pero sin éxito. Y entonces, creo que fue en la sexta,
encontramos a tres gigantes escondidos.
—Debían de estar muy apretujados —observó Ron.
—Era una cueva muy grande; había espacio para columpiar a unkneazle—concretó Hagrid.
—¿No os atacaron cuando os vieron? —preguntó Hermione.
—Probablemente lo habrían hecho si se hubieran hallado en mejores condiciones —contestó Hagrid—,
pero estaban los tres malheridos porque los secuaces de Golgomath los habían apaleado hasta dejarlos
inconscientes. Tras  recobrar  el  conocimiento,  se  habían  refugiado  en  el  primer  sitio  que  habían
encontrado. En fin, uno de ellos sabía un poco nuestro idioma e hizo de intérprete para los otros, y lo
que les dijimos no les pareció mal. Así que más tarde volvimos a su cueva para visitar a los heridos…
Creo que hubo un momento en que tuvimos convencidos a seis o siete.
—¿Seis o siete? —repitió Ron con entusiasmo—. No está nada mal… ¿Van a venir aquí para pelear a
nuestro lado contra Quien-tú-sabes?
Pero Hermione dijo:
—¿Qué quieres decir con eso de que «hubo un momento», Hagrid?
Éste la miró con tristeza.
—Los secuaces de Golgomath asaltaron las cuevas. Después de eso, los que sobrevivieron no quisieron
saber nada más de nosotros.
—Entonces…, entonces ¿no va a venir ningún gigante? —dijo Ron, decepcionado.
—No —contestó Hagrid, y soltó un hondo suspiro. Volvió a dar la vuelta al filete y se colocó de nuevo
la parte más fresca sobre la cara—, pero cumplimos con lo que habíamos ido a hacer: les llevamos el
mensaje de Dumbledore, y algunos lo oyeron y espero que lo recuerden. A lo mejor los que no quieran
quedarse con Golgomath se marchan de las montañas, y quizá recuerden que Dumbledore se mostró
amable con ellos… Es posible que aún vengan.
La nieve estaba acumulándose en la ventana y entonces Harry se dio cuenta de que su túnica estaba
empapada a la altura de las rodillas:Fangbabeaba con la cabeza apoyada en su regazo.
—Hagrid… —dijo Hermione al cabo de un rato.
—¿Humm?
—¿Encontraste…,  viste…,  oíste  algo  de…  tu…  madre  mientras  estabas  allí?  —Hagrid  miró  a
Hermione con su ojo sano, y ella se asustó—. Lo siento…, yo… Olvídalo…
—Murió —gruñó Hagrid—. Murió hace muchos años. Me lo dijeron.
—Oh…  Lo  siento  mucho  —replicó  Hermione  con  un hilo de voz.  Hagrid  encogió  sus  enormes
hombros.
—No pasa nada —dijo de manera cortante—. Casi no me acuerdo de ella. No era muy buena madre.
Volvieron a quedarse callados. Hermione miró nerviosa a Harry y a Ron; era evidente que estaba
deseando que dijeran algo.
—Pero todavía no nos has explicado cómo te pusieron así, Hagrid —comentó Ron señalando la cara
manchada de sangre de su amigo.
—Ni por qué has tardado tanto en volver —añadió Harry—. Sirius dice que Madame Máxime regresó
hace mucho tiempo…
—¿Quién te atacó? —le preguntó Ron.
—¡No me han atacado! —exclamó Hagrid enérgicamente—. Es que…
Pero unos súbitos golpes en la puerta acallaron el resto de sus palabras. Hermione dio un grito ahogado
y la taza se le cayó de las manos y se rompió al chocar contra el suelo. Fangdio un gañido. Los cuatro
se quedaron mirando la ventana que había junto a la puerta. La sombra de una persona bajita y
rechoncha ondeaba a través de la delgada cortina.
—¡Es ella! —susurró Ron.
—¡Rápido, escondámonos! —dijo Harry. Cogió la capa invisible y se la echó encima cubriendo
también a Hermione, mientras Ron rodeaba la mesa y corría a refugiarse bajo la capa. Apretujados,
retrocedieron hacia un rincón.Fangladraba furioso mirando la puerta. Hagrid estaba muy aturdido—.
¡Esconde nuestras tazas, Hagrid!
Éste cogió las tazas de Harry y de Ron y las puso debajo del cojín del cesto deFang.El perro arañaba
la puerta con las patas delanteras, y Hagrid lo apartó con un pie y abrió.
La profesora Umbridge estaba plantada en el umbral, con su capa verde de tweed y un sombrero a
juego con orejeras. Se echó hacia atrás con los labios fruncidos para ver la cara de Hagrid, a quien
apenas le llegaba a la altura del ombligo.
—Usted es Hagrid, ¿verdad? —dijo despacio y en voz muy alta, como si hablara con un sordo. A
continuación entró en  la  cabaña sin  esperar  una  respuesta,  dirigiendo sus saltones ojos  en todas
direcciones—. ¡Largo! —exclamó con brusquedad agitando su bolso frente a  Fang, que se le había
acercado dando saltos e intentaba lamerle la cara.
—Oiga, no querría parecer grosero —dijo Hagrid mirándola fijamente—, pero ¿quién demonios es
usted?
—Me llamo Dolores Umbridge.
La profesora Umbridge recorrió la cabaña con la mirada. En dos ocasiones fijó la vista en el rincón
donde estaba Harry apretado entre Ron y Hermione.
—¿Dolores Umbridge? —repitió Hagrid absolutamente confundido—. Creía que era una empleada del
Ministerio. ¿No trabaja con Fudge?
—Sí, antes era la subsecretaría del ministro —confirmó la bruja, y empezó a pasearse por la cabaña
reparando en todo, desde la mochila que había apoyada en la pared hasta la capa de viaje colgada del
respaldo de la silla—. Ahora soy la profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras…
—Es usted valiente —comentó Hagrid—. Ya no hay mucha gente dispuesta a ocupar esa plaza.
—… y la Suma Inquisidora de Hogwarts —añadió Dolores Umbridge como si no hubiera oído el
comentario de Hagrid.
—¿Qué es eso? —preguntó él frunciendo el entrecejo.
—Precisamente iba a preguntarle lo mismo —dijo la profesora Umbridge señalando los trozos de
porcelana de la taza de Hermione que había en el suelo.
—¡Ah! —exclamó Hagrid, y sin poder evitarlo miró hacia el rincón donde estaban escondidos Harry,
Ron y Hermione—. ¡Ah, eso! Ha sidoFang.Ha roto una taza. Por eso he tenido que usar esa otra.
Hagrid señaló la taza con la que había estado bebiendo. Todavía se sujetaba con una mano el filete de
dragón contra el ojo magullado. La profesora Umbridge dejó de pasearse y miró a Hagrid, fijándose en
todos los detalles de su apariencia.
—He oído voces —comentó con calma.
—Estaba hablando conFang—aseguró Hagrid con firmeza.
—¿Y él le contestaba?
—Bueno, en cierto modo… —dijo Hagrid, que parecía un poco incómodo—. A veces digo queFanges
casi humano…
—Hay tres rastros en la nieve que conducen desde la puerta del castillo hasta su cabaña —declaró la
profesora Umbridge con parsimonia.
Hermione  ahogó  un  grito  y  Harry  le  tapó  la  boca  con  una  mano.  Por  fortuna, Fang olfateaba
ruidosamente el bajo de la túnica de la profesora Umbridge, que no pareció haber oído nada.
—Mire, yo acabo de llegar —explicó Hagrid señalando su mochila con una enorme mano—. A lo
mejor ha venido alguien antes y no me ha encontrado.
—No hay huellas que salgan de la puerta de la cabaña.
—Bueno…, no sé por qué será —dijo Hagrid, nervioso, tocándose la barba, y volvió a mirar hacia el
rincón donde estaban Harry, Ron y Hermione, como pidiéndoles ayuda—. No sé…
La profesora Umbridge se dio la vuelta y volvió a recorrer la cabaña, estudiando atentamente todo lo
que la rodeaba. Se agachó y miró debajo de la cama. Abrió los armarios de Hagrid. Pasó a sólo cinco
centímetros de donde estaban Harry, Ron y Hermione, pegados contra la pared; Harry hasta encogió el
estómago cuando ella pasó por su lado. Tras examinar detenidamente el interior del inmenso caldero
que Hagrid utilizaba para cocinar, volvió a darse la vuelta y preguntó:
—¿Qué le ha ocurrido? ¿Cómo se ha hecho esas heridas?
Hagrid se apresuró a quitarse el filete de dragón de la cara, lo cual, en opinión de Harry, fue un error,
porque dejó al descubierto el tremendo cardenal que tenía alrededor del ojo, por no mencionar la gran
cantidad de sangre fresca y coagulada que le cubría la cara.
—Es que… he sufrido un pequeño accidente —contestó sin convicción.
—¿Qué tipo de accidente?
—Pues… tropecé.
—Tropezó —repitió la profesora Umbridge con frialdad.
—Sí, eso es. Con…, con la escoba de un amigo mío. Yo no vuelo. Comprenderá que con mi estatura…
No creo que haya escobas adecuadas para mí. Tengo un amigo que se dedica a la cría de caballos
abraxan, no sé si los habrá visto alguna vez, son unas bestias enormes, con alas, ¿sabe? Una vez monté
uno y fue…
—¿Dónde ha estado? —lo interrumpió la profesora Umbridge, cortando por lo sano el balbuceo de
Hagrid.
—¿Que dónde he…?
—Estado, sí —acabó de decir ella—. El curso empezó hace dos meses. Otra profesora ha tenido que
hacerse cargo de sus clases. Ninguno de sus colegas ha sabido darme ninguna información acerca de su
paradero. No dejó usted ninguna dirección. ¿Dónde ha estado?
Entonces se produjo una pausa durante la cual Hagrid miró a la profesora Umbridge con el ojo que
acababa de destapar. A Harry le pareció que podía oír el cerebro de su amigo trabajando a toda
máquina.
—Pues… he estado fuera por motivos de salud —aclaró al fin.
—Por motivos de salud —repitió la profesora Umbridge recorriendo con la mirada la descolorida e
hinchada cara de Hagrid; la sangre de dragón goteaba lenta y silenciosamente sobre su chaleco—. Ya.
—Sí, necesitaba un poco de aire fresco, ¿sabe?
—Claro, porque como guardabosques no debe de tener ocasión de respirar mucho aire fresco —replicó
la profesora Umbridge con dulzura. El único trozo de la cara de Hagrid que no estaba de color negro ni
morado se puso rojo.
—Bueno, me convenía un cambio de ambiente…
—¿Ambiente de montaña? —sugirió la profesora Umbridge con rapidez.
«Lo sabe», pensó Harry desesperado.
—¿De montaña? —repitió Hagrid exprimiéndose el cerebro—. No, no, fui al sur de Francia. Me
apetecía un poco de sol… y de mar…
—¡No me diga! —saltó la profesora Umbridge—. Pues no está muy moreno.
—Sí,  ya…  Es  que  tengo  una  piel  muy  sensible  —dijo  Hagrid  intentando  forzar  una  sonrisa
conciliadora.
Harry se fijó en que le faltaban dos dientes. La profesora Umbridge se quedó mirándolo fríamente, y la
sonrisa de Hagrid flaqueó. Entonces la bruja se subió un poco más el bolso, hasta el codo, y dijo:
—Informaré al Ministerio de su tardanza, como es lógico.
—Claro —repuso Hagrid, y asintió con la cabeza.
—También debería usted saber que como Suma Inquisidora es mi deber supervisar a los profesores de
este colegio. De modo que me imagino que volveremos a vernos muy pronto —añadió, dando la vuelta
bruscamente y dirigiéndose hacia la puerta.
—¿Que nos está supervisando? —preguntó Hagrid, desconcertado, mirando la espalda de la profesora
Umbridge.
—En efecto —afirmó ésta girando la cabeza cuando ya tenía una mano en el picaporte—. El Ministerio
está decidido a descartar a los profesores insatisfactorios, Hagrid. Buenas noches.
Y a continuación salió de la cabaña y cerró la puerta, que hizo un ruido seco. Harry fue a quitarse la
capa invisible, pero Hermione le agarró la muñeca.
—Todavía no —le susurró al oído—. Quizá aún no se haya ido.
Hagrid debía de estar pensando lo mismo, porque cruzó la habitación y apartó un poco la cortina para
mirar afuera.
—Vuelve al castillo —dijo en voz baja—. Caramba, así que está supervisando a los profesores, ¿eh?
—Sí —afirmó Harry quitándose la capa—. La profesora Trelawney ya está en periodo de prueba…
—Oye, Hagrid, ¿qué tienes pensado hacer en nuestras clases? —preguntó Hermione.
—Oh,  no  te  preocupes  por  eso,  tengo  un  montón  de  clases  planeadas  —respondió  Hagrid  con
entusiasmo. Cogió el filete de dragón de la mesa y volvió a ponérselo sobre el ojo—. Tenía un par de
criaturas guardadas para vuestro año delTIMO. Ya veréis, son muy especiales.
—Especiales… ¿en qué sentido? —inquirió Hermione, vacilante.
—No pienso decíroslo —repuso Hagrid alegremente—. Quiero que sea una sorpresa.
—Mira,  Hagrid  —dijo  la  chica  con  tono  apremiante,  pues  no  podía  seguir  disimulando—,  a  la
profesora Umbridge no le va a hacer ninguna gracia que lleves bichos peligrosos a las clases.
—¿Bichos peligrosos? —se extrañó Hagrid, risueño—. ¡No seas tonta, jamás se me ocurriría llevar
nada peligroso! Bueno, vale, saben cuidarse solitos…
—Hagrid, tienes que aprobar la supervisión de la profesora Umbridge, y para ello sería preferible que
viera cómo nos enseñas a cuidarporlocks, a distinguir a los knarlsde los erizos, y cosas así —expuso
Hermione con mucha seriedad.
—Es que eso no es interesante, Hermione —argumentó Hagrid—. Lo que tengo preparado es mucho
más impresionante. Llevo años criándolos, creo que tengo la única manada doméstica de Gran Bretaña.
—Por favor, Hagrid —le suplicó Hermione con verdadera desesperación en la voz—. La profesora
Umbridge está buscando excusas para deshacerse de los profesores que estén, según ella, demasiado
vinculados a Dumbledore. Por favor, Hagrid, enséñanos algo aburrido que pueda salir en elTIMO.
Pero Hagrid se limitó a abrir la boca en un enorme bostezo y a mirar con languidez con su ojo sano la
inmensa cama que había en un rincón.
—Mira, ha sido un día muy largo y se hace tarde —dijo, dándole unas palmaditas en el hombro a
Hermione, a quien se le doblaron las rodillas y cayó al suelo con un ruido sordo—. ¡Oh, lo siento! —La
ayudó a levantarse tirando del cuello de su túnica—. No te preocupes por mí, te prometo que tengo
cosas estupendas pensadas para las clases ahora que he vuelto… Será mejor que regreséis cuanto antes
al castillo, ¡y no olvidéis borrar vuestras huellas!
—No sé si habrás conseguido que lo capte —comentó Ron poco después, cuando, tras comprobar que
no había peligro, volvían al castillo por la espesa capa de nieve sin dejar rastro tras ellos gracias al
encantamiento de obliteración que Hermione realizaba a medida que avanzaban.
—Pues mañana iré a verlo otra vez —afirmó ésta muy decidida—. Si es necesario, le programaré las
clases. ¡No me importa que echen a la profesora Trelawney, pero no voy a permitir que despidan a
Hagrid!

21
El ojo de la serpiente

El domingo por la mañana, Hermione volvió a la cabaña de Hagrid caminando con dificultad por la
capa de medio metro de nieve que cubría los jardines. A Harry y a Ron les habría gustado acompañarla,
pero la montaña de deberes había vuelto a alcanzar una altura alarmante, así que se quedaron de mala
gana en la sala común e intentaron ignorar los gritos de alegría provenientes de los jardines, donde los
alumnos se divertían patinando en el lago helado, deslizándose en trineo y, lo peor de todo, encantando
bolas de nieve que volaban a toda velocidad hacia la torre de Gryffindor y golpeaban con fuerza los
cristales de las ventanas.
—¡Ya está bien! —estalló Ron, que finalmente había perdido la paciencia, y sacó la cabeza por la
ventana—. Soy prefecto, y si una de esas bolas de nieve vuelve a golpear esta ventana… ¡Ay! —Metió
la cabeza rápidamente. Tenía la cara cubierta de nieve—. Son Fred y George —dijo con amargura, y
cerró la ventana—. ¡Imbéciles!
Hermione volvió de la cabaña de Hagrid poco antes de la hora de comer, temblando ligeramente y con
la túnica mojada hasta las rodillas.
—¿Y bien? —le preguntó Ron, que levantó la cabeza al verla llegar—. ¿Ya le has programado las
clases?
—Bueno, lo he intentado —contestó ella con desánimo, y se sentó en una butaca al lado de Harry.
Luego sacó su varita mágica e hizo un complicado movimiento con ella. Del extremo salió un chorro
de aire caliente que Hermione dirigió hacia su túnica, y ésta empezó a despedir vapor hasta que se secó 
por completo—. Ni siquiera estaba en la cabaña cuando he llegado, y he pasado media hora llamando a
la puerta. Hasta que he visto que venía del bosque…
Harry soltó un gemido. El Bosque Prohibido estaba lleno del tipo de criaturas que podían hacer perder
el empleo a Hagrid.
—¿Qué tiene guardado allí? ¿Te lo ha dicho? —inquirió.
—No  —respondió  Hermione  tristemente—.  Dice  que  quiere  que  sea  una  sorpresa.  He  intentado
explicarle qué clase de persona es la profesora Umbridge, pero él no lo entiende. Insiste en que nadie
en su sano juicio preferiría estudiar losknarlsa las quimeras. No, no creo que tenga una quimera —
añadió al ver las caras de horror de Harry y de Ron—, pero no será porque no lo haya intentado, pues
ha hecho un comentario sobre lo difícil que es conseguir sus huevos. No sé cuántas veces le habré
dicho que haría mejor siguiendo el programa de la profesora Grubbly-Plank. Francamente, creo que ni
siquiera me escuchaba. Está un poco raro, la verdad. Y sigue sin querer explicar cómo se hizo esas
heridas.
La reaparición de Hagrid en la mesa de los profesores al día siguiente no fue recibida con entusiasmo
por parte de todos los alumnos. Algunos, como Fred, George y Lee, gritaron de alegría y echaron a
correr por el pasillo que separaba la mesa de Gryffindor y la de Hufflepuff para estrecharle la enorme
mano; otros, como Parvati y Lavender, intercambiaron miradas lúgubres y movieron la cabeza. Harry
sabía que muchos estudiantes preferían las clases de la profesora Grubbly-Plank, y lo peor era que en el
fondo, si era objetivo, reconocía que tenían buenas razones: para la profesora Grubbly-Plank una clase
interesante no era aquella en la que existía el riesgo de que alguien acabara con la cabeza seccionada.
El martes, Harry, Ron y Hermione, muy atribulados, se encaminaron hacia la cabaña de Hagrid a la
hora  de  Cuidado  de  Criaturas  Mágicas,  bien  abrigados  para  protegerse  del  frío.  Harry  estaba
preocupado no sólo por lo que a Hagrid se le habría ocurrido enseñarles, sino también por cómo se
comportaría el resto de la clase, y en particular Malfoy y sus amigotes, si los observaba la profesora
Umbridge.
Con todo, no vieron a la Suma Inquisidora cuando avanzaban trabajosamente por la nieve hacia la
cabaña de Hagrid, que los esperaba de pie al inicio del bosque. Hagrid no presentaba una imagen muy
tranquilizadora: los cardenales, que el sábado por la noche eran de color morado, estaban en ese
momento matizados de verde y amarillo, y algunos de los cortes que tenía todavía sangraban. Aquello
desconcertó a Harry; la única explicación que se le ocurría era que a su amigo lo había atacado alguna
criatura  cuyo  veneno  impedía  que  las  heridas  que  producía  cicatrizaran.  Para  completar  aquel
lamentable cuadro, Hagrid llevaba sobre el hombro un bulto que parecía la mitad de una vaca muerta.
—¡Hoy vamos a trabajar aquí! —anunció alegremente a los alumnos que se le acercaban, señalando
con la cabeza los oscuros árboles que tenía a su espalda—. ¡Estaremos un poco más resguardados!
Además, ellos prefieren la oscuridad.
—¿Quién prefiere la oscuridad? —preguntó Malfoy ásperamente a Crabbe y a Goyle con un deje de
pánico en la voz—. ¿Quién ha dicho que prefiere la oscuridad? ¿Vosotros lo habéis oído?
Harry recordó la única ocasión en que Malfoy había entrado en el bosque; aquella vez tampoco
demostró mucha valentía. Sonrió; después del partido de quidditch, a Harry le parecía magnífica
cualquier cosa que produjera malestar a Malfoy.
—¿Listos? —preguntó Hagrid festivamente mirando a sus estudiantes—. Muy bien, he preparado una
excursión al bosque para los de quinto año. He pensado que sería interesante que observarais a esas
criaturas en su hábitat natural. Veréis, las criaturas que vamos a estudiar hoy son muy raras, creo que
soy el único en toda Gran Bretaña que ha conseguido domesticarlas.
—¿Seguro que están domesticadas? —preguntó Malfoy, y el deje de pánico de su voz se hizo más
pronunciado—. Porque no sería la primera vez que nos trae bestias salvajes a la clase.
Los de Slytherin murmuraron en señal de adhesión, y unos cuantos estudiantes de Gryffindor también
parecían opinar que Malfoy tenía razón.
—Claro que están domesticadas —contestó Hagrid frunciendo el entrecejo y colocándose bien la vaca
muerta sobre el hombro.
—Entonces, ¿qué le ha pasado en la cara? —inquirió Malfoy.
—¡Eso no es asunto tuyo! —respondió Hagrid con enojo—. Y ahora, si ya habéis acabado de hacerme
preguntas estúpidas, ¡seguidme!
Se dio la vuelta y entró en el bosque, pero nadie se mostraba muy dispuesto a seguirlo. Harry miró a
Ron y a Hermione, que suspiraron y asintieron con la cabeza, y los tres echaron a andar detrás de su
amigo, precediendo al resto de la clase.
Caminaron unos diez minutos hasta llegar a un sitio donde los árboles estaban tan pegados que no
había ni un copo de nieve en el suelo y parecía que había caído la tarde. Hagrid, con un gruñido,
depositó la media vaca en el suelo, retrocedió y se volvió para mirar a los alumnos, la mayoría de los
cuales pasaban sigilosamente de un árbol a otro hacia donde estaba él, escudriñando nerviosos los
alrededores como si fueran a atacarlos en cualquier momento.
—Agrupaos, agrupaos —les aconsejó Hagrid—. Bueno, el olor de la carne los atraerá, pero de todos
modos voy a llamarlos porque les gusta saber que soy yo.
Se dio la vuelta, movió la desgreñada cabeza para apartarse el cabello de la cara y dio un extraño y
estridente grito que resonó entre los oscuros árboles como el reclamo de un pájaro monstruoso. Nadie
rió: la mayoría de los estudiantes estaban demasiado asustados para emitir sonido alguno.
Hagrid volvió a pegar aquel chillido. Luego pasó un minuto, durante el cual los alumnos, inquietos,
siguieron escudriñando los alrededores por si veían acercarse algo. Y entonces, cuando Hagrid se echó
el cabello hacia atrás por tercera vez e infló su enorme pecho, Harry le dio un codazo a Ron y señaló un
espacio que había entre dos retorcidos tejos.
Un par de ojos blancos y relucientes empezaron a distinguirse en la penumbra, poco después la cara y
el cuello de un dragón, y luego el esquelético cuerpo de un enorme y negro caballo alado surgió de la
oscuridad. El animal se quedó mirando a los niños unos segundos mientras agitaba su larga y negra
cola; a continuación agachó la cabeza y empezó a arrancar carne de la vaca muerta con sus afilados
colmillos.
Harry sintió un alivio inmenso. Por fin tenía pruebas de que no se había imaginado aquellas criaturas,
de que eran reales: Hagrid también las conocía. Miró ansioso a Ron, pero su amigo seguía observando
entre los árboles, y pasados unos segundos dijo en un susurro:
—¿Por qué no sigue llamando Hagrid?
El resto de los alumnos de la clase ponían la misma cara de aturdimiento y de nerviosa expectación que
Ron, y miraban en todas direcciones menos al caballo que tenían delante. Al parecer, sólo había otras
dos personas que podían verlo: un muchacho nervudo de Slytherin, que estaba detrás de Goyle y
contemplaba al caballo con una expresión de profundo disgusto en la cara, y Neville, que seguía con la
mirada los movimientos oscilantes de la larga cola negra del animal.
—¡Ah, aquí llega otro! —exclamó Hagrid con orgullo cuando otro caballo negro salió de entre los
oscuros árboles. El animal plegó sus coriáceas alas, las pegó al cuerpo, agachó la cabeza y también se
puso a comer—. A ver, que levanten la mano los que puedan verlos.
Harry la levantó. Estaba muy contento porque por fin iban a desvelarle el misterio de aquellos caballos.
Hagrid le hizo una seña con la cabeza.
—Sí, claro, ya sabía que tú los verías, Harry —dijo con seriedad—. Y tú también, ¿eh, Neville? Y…
—Perdone —dijo Malfoy con una voz socarrona—, pero ¿qué es exactamente eso que se supone que
tendríamos que ver?
Por toda respuesta, Hagrid señaló el cuerpo de la vaca muerta que yacía en el suelo. Los alumnos la
contemplaron unos segundos; entonces varios de ellos ahogaron un grito y Parvati se puso a chillar.
Harry entendió por qué: lo único que veían eran trozos de carne que se separaban solos de los huesos y
desaparecían, y era lógico que lo encontraran muy extraño.
—¿Quién lo hace? —preguntó Parvati, aterrada, retirándose hacia el árbol más cercano—. ¿Quién se
está comiendo esa carne?
—Sonthestrals—respondió Hagrid con orgullo, y Hermione, que estaba al lado de Harry, soltó un
débil «¡Oh!» porque sabía de qué se trataba—. Hay una manada en Hogwarts. Veamos, ¿quién sabe…?
—Pero ¡si traen muy mala suerte! —lo interrumpió Parvati, alarmada—. Dicen que causan todo tipo de
desgracias a quien los ve. Una vez la profesora Trelawney me contó…
—¡No, no, no! —negó Hagrid chasqueando la lengua—. ¡Eso no son más que supersticiones! Los
thestralsno traen mala suerte. Son inteligentísimos y muy útiles. Bueno, estos de aquí no tienen mucho
trabajo, sólo tiran de los carruajes del colegio, a menos que Dumbledore tenga que hacer un viaje largo
y no quiera aparecerse. Mirad, ahí llega otra pareja…
Dos caballos más salieron despacio de entre los árboles; uno de ellos pasó muy cerca de Parvati, que se
estremeció y se pegó más al árbol, diciendo:
—¡Me parece que noto algo! ¡Creo que está cerca de mí!
—No te preocupes, no te hará ningún daño —le aseguró Hagrid con paciencia—. Bueno, ¿quién puede
decirme por qué algunos de vosotros los veis y otros no?
Hermione levantó la mano.
—Adelante —dijo Hagrid sonriéndole.
—Los únicos que pueden ver a losthestrals—explicó Hermione— son los que han visto la muerte.
—Exacto —confirmó Hagrid solemnemente—. Diez puntos para Gryffindor. Veréis, losthestrals…
—Ejem, ejem.
La profesora Umbridge había llegado. Estaba a unos palmos de Harry, luciendo su capa y su sombrero
verdes, y con el fajo de hojas de pergamino preparado. Hagrid, que nunca había oído aquella tosecilla
falsa de la profesora Umbridge, miró preocupado al thestralque tenía más cerca, creyendo que era el
animal el que había producido aquel sonido.
—Ejem, ejem.
—¡Ah, hola! —saludó Hagrid, sonriendo, cuando por fin localizó el origen de aquel ruidito.
—¿Ha recibido la nota que le he enviado a su cabaña esta mañana? —preguntó la profesora Umbridge
hablando despacio y elevando mucho la voz, como había hecho anteriormente para dirigirse a Hagrid.
Era como si le hablara a un extranjero corto de entendimiento—. La nota en la que le anunciaba que iba
a supervisar su clase.
—Sí, sí —afirmó Hagrid muy contento—. ¡Me alegro de que haya encontrado el sitio! Bueno, como
verá…, o quizá no… No lo sé… Hoy estamos estudiando losthestrals.
—¿Cómo dice? —preguntó la profesora Umbridge en voz alta, llevándose la mano a la oreja y
frunciendo el entrecejo.
Hagrid parecía un poco confundido.
—¡Thestrals!—gritó—. Esos… caballos alados, grandes, ¿sabe?
Hagrid agitó sus gigantescos brazos imitando el movimiento de unas alas. La profesora Umbridge lo
miró arqueando las cejas y murmuró mientras escribía en una de sus hojas de pergamino:
—«Tiene… que… recurrir… a… un… burdo… lenguaje… corporal.»
—Bueno…, en fin… —balbuceó Hagrid, y se volvió hacia sus alumnos. Parecía un poco aturullado—.
Esto…, ¿por dónde iba?
—«Presenta… signos… de… escasa… memoria… inmediata» —murmuró la profesora Umbridge lo
bastante alto para que todos pudieran oírla.
Draco Malfoy estaba exultante, como si las Navidades se hubieran adelantado un mes. Hermione, en
cambio, estaba roja de ira reprimida.
—¡Ah, sí! —exclamó Hagrid, y echó una ojeada a las notas de la profesora Umbridge, inquieto. Pero
siguió adelante con valor—. Sí, os iba a contar por qué tenemos una manada. Pues veréis, empezamos
con un macho y cinco hembras. Éste —le dio unas palmadas al caballo que había aparecido en primer
lugar— se llamaTenebrusy es mi favorito. Fue el primero que nació aquí, en el bosque…
—¿Se da cuenta de que el Ministerio de Magia ha catalogado a losthestralscomo criaturas peligrosas?
—dijo Umbridge en voz alta interrumpiendo a Hagrid.
A Harry se le encogió el corazón, pero Hagrid se limitó a chasquear la lengua.
—¡Qué va, estos animales no son peligrosos! Bueno, quizá te peguen un bocado si los fastidias
mucho…
—«Parece…  que…  la…  violencia…  lo  motiva»  —murmuró  la  profesora  Umbridge,  y  continuó
escribiendo en sus notas.
—¡En serio, no son peligrosos! —dijo Hagrid, que se estaba poniendo un poco nervioso—. Mire, los
perros muerden cuando se los molesta, ¿no? Lo que pasa es que losthestralstienen mala reputación por
eso de la muerte. Antes la gente creía que eran de mal agüero, ¿verdad? Porque no lo entendían, claro.
La profesora Umbridge no hizo ningún comentario más; terminó de escribir la última nota, levantó la
cabeza, miró a Hagrid y volvió a hablar lentamente y en voz alta:
—Continúe dando la clase, por favor. Yo voy a pasearme —con mímica hizo como que caminaba y
Malfoy y Pansy Parkinson rieron a carcajadas, aunque sin hacer ruido— entre los alumnos —señaló a
unos cuantos estudiantes— y les haré preguntas —añadió, señalándose la boca mientras movía los
labios.
Hagrid se quedó mirándola; no se explicaba por qué la profesora Umbridge actuaba como si él no
entendiera su idioma. Hermione tenía lágrimas de rabia en los ojos.
—¡Eres una arpía! —dijo por lo bajo mientras la bruja se acercaba a Pansy Parkinson—. Ya sé lo que
pretendes, asquerosa, retorcida y malvada…
—Bueno… —continuó Hagrid haciendo un esfuerzo por recuperar el hilo de sus ideas—.Thestrals. Sí.
Veréis, losthestralstienen un montón de virtudes…
—¿Te resulta fácil —le preguntó la profesora Umbridge a Pansy Parkinson con voz resonante—
entender al profesor Hagrid cuando habla?
Pansy, como Hermione, tenía lágrimas en los ojos, pero las suyas eran de risa. Cuando contestó, apenas
se la entendió porque, al mismo tiempo que hablaba, intentaba contener una carcajada.
—No…, porque…, bueno…, no pronuncia muy bien…
La profesora Umbridge escribió más notas. Las pocas zonas de la cara de Hagrid que no estaban
amoratadas se pusieron rojas, pero intentó fingir que no había oído la respuesta de Pansy.
—Esto…, sí, son muy buenos chicos, losthestrals. Bueno, una vez que estén domados, como éstos,
nunca volveréis a perderos. Tienen un sentido de la orientación increíble, sólo hay que decirles adónde
quieres ir…
—Lo increíble es que esos caballos lo entiendan a él, desde luego —observó Malfoy en voz alta, y
Pansy Parkinson tuvo otro ataque de risa. La profesora Umbridge les sonrió con indulgencia y luego se
volvió hacia Neville.
—¿Tú puedes ver a losthestrals, Longbottom? —inquirió. Neville asintió con la cabeza—. ¿A quién
has visto morir? —preguntó nuevamente con indiferencia.
—A… mi abuelo —contestó Neville.
—¿Y qué opinas de ellos? —continuó la profesora Umbridge, señalando con una mano pequeña y
regordeta a los caballos, que ya habían arrancado una gran cantidad de carne a la res, dejándola
reducida a los huesos.
—Pues… —dijo Neville, acongojado, y miró a Hagrid—. Pues… están… muy bien.
—«Los… alumnos… están… demasiado… intimidados… para… admitir… que… tienen… miedo» —
murmuró la profesora Umbridge tomando otra nota en sus pergaminos.
—¡No! —protestó Neville—. ¡No, yo no tengo miedo!
—No pasa nada —dijo la profesora Umbridge, y le dio unas palmaditas en el hombro a Neville
mostrando una sonrisa que pretendía ser de comprensión, aunque a Harry le pareció maliciosa—.
Bueno, Hagrid —se volvió hacia él una vez más, y elevó el tono de voz—, creo que ya he recogido
suficiente información. Recibirá —mediante signos hizo como que cogía algo que estaba suspendido en
el aire— los resultados de su supervisión —señaló sus notas— dentro de diez días.
Y levantó ambas manos, extendiendo mucho los dedos, y a continuación amplió más que nunca aquella
sonrisa de sapo bajo el sombrero verde, se abrió paso entre los alumnos y dejó a Malfoy y a Pansy
desternillándose de risa, a Hermione, temblando de ira, y a Neville, muy confundido y disgustado.
—¡Es una repugnante, mentirosa y retorcida gárgola! —vociferaba Hermione media hora más tarde
cuando regresaban al castillo por los senderos que habían abierto en la nieve a la ida—. Habéis visto lo
que pretende, ¿no? Es esa fobia que les tiene a los híbridos. Intenta que parezca que Hagrid es una
especie de trol idiota, y sólo porque tenía una madre giganta. ¡No hay derecho! La clase no ha estado
nada mal. De acuerdo, si hubiera vuelto a traernosescregutosde cola explosiva… Pero losthestrals
son prácticamente inofensivos; de hecho, tratándose de Hagrid, están muy bien.
—La profesora Umbridge dice que son peligrosos —apuntó Ron.
—Bueno, ya lo ha dicho Hagrid, saben cuidarse ellos solitos —repuso Hermione, impaciente—, y
supongo que alguien como la profesora Grubbly-Plank no nos los enseñaría hasta que preparáramos los
ÉXTASIS, pero lo cierto es que son interesantes, ¿verdad? Eso de que algunas personas puedan verlos
y otras no… Me encantaría poder verlos.
—¿Ah, sí? —dijo Harry en voz baja.
Hermione comprendió que había metido la pata.
—Perdona, Harry… Lo siento mucho… No, claro que no… Qué estupidez acabo de decir.
—No pasa nada —replicó él—, no te preocupes.
—A mí me ha sorprendido que pudiera verlos tanta gente —comentó Ron—. Tres personas en una
clase…
—Sí, Weasley, ¿y sabes qué hemos pensado nosotros? —preguntó una sarcástica voz. Malfoy, Crabbe y
Goyle caminaban detrás de ellos, pero la nieve amortiguaba el ruido de sus pasos y no se habían dado
cuenta—. Que, a lo mejor, si contemplaras cómo alguien estira la pata, podrías ver mejor la quaffle.
¿Qué te parece?
Malfoy, Crabbe y Goyle rieron a carcajadas y se separaron de ellos, encaminándose hacia el castillo.
Cuando ya se habían alejado un poco se pusieron a cantar «A Weasley vamos a coronar». A Ron se le
pusieron las orejas coloradas.
—No les hagáis caso. Ignoradlos —les aconsejó Hermione; a continuación, sacó su varita mágica y
volvió a hacer el encantamiento que producía aire caliente para abrir con él un camino en la capa de
nieve intacta que los separaba de los invernaderos.
Llegó diciembre, y dejó más nieve y un verdadero alud de deberes para los alumnos de quinto año. Las
obligaciones como prefectos de Ron y Hermione también se hacían más pesadas a medida que se
aproximaba la Navidad. Los llamaron para que supervisaran la decoración del castillo («Intenta colgar
una tira de espumillón por una punta cuando Peeves sujeta la otra y pretende estrangularte con ella»,
contó Ron), para que vigilaran a los de primero y a los de segundo, que tenían que quedarse dentro del
colegio a la hora del recreo porque fuera hacía demasiado frío («Hay que ver lo descarados que son
esos mocosos; nosotros no éramos tan maleducados cuando íbamos a primero», aseguró Ron), y para
turnarse con Argus Filch para patrullar por los pasillos, pues el conserje sospechaba que el espíritu
navideño podía traducirse en un brote de duelos de magos («Tiene estiércol en lugar de cerebro», dijo
Ron, furioso). Estaban tan ocupados que Hermione tuvo que dejar de tejer gorros de elfo, y estaba muy
nerviosa porque sólo le quedaba lana para hacer otros tres.
—¡No soporto pensar en esos pobres elfos a los que todavía no he liberado y que tendrán que quedarse
aquí en Navidad porque no hay suficientes gorros!
Harry, que no había tenido valor para explicarle que Dobby cogía todas las prendas que ella hacía, se
inclinó aún más sobre su redacción de Historia de la Magia. De todos modos, no le apetecía pensar en
la Navidad. Por primera vez desde que estudiaba en Hogwarts, le habría encantado pasar las vacaciones
lejos del colegio. Entre la prohibición de jugar al quidditchy lo preocupado que estaba por si ponían a
Hagrid en periodo de prueba, le estaba cogiendo manía al colegio. Lo único que de verdad le hacía
ilusión eran las reuniones delED, y durante las vacaciones tendrían que suspenderlas, pues casi todos
los miembros del grupo pasarían las Navidades con sus familias. Hermione se iba a esquiar con sus
padres, lo cual a Ron le hizo mucha gracia, porque no sabía que losmugglesse atan unas estrechas tiras
de madera a los pies para deslizarse por las montañas. Ron se iba a La Madriguera. Harry pasó varios
días tragándose la envidia que sentía, hasta que, cuando le preguntó cómo iría a su casa aquella
Navidad, su amigo exclamó: «Pero ¡si tú también vienes! ¿No te lo había dicho? ¡Mi madre me escribió
hace semanas y me dijo que te invitara!»
Hermione puso los ojos en blanco, pero a Harry la noticia le levantó mucho los ánimos. La perspectiva
de pasar aquellos días en La Madriguera era verdaderamente maravillosa, aunque la estropeaba un poco
el sentimiento de culpa que tenía por no poder pasar las vacaciones con Sirius. Se preguntaba si
conseguiría  convencer  a la  señora Weasley de que  invitara a su padrino  durante las  fiestas. Sin
embargo, había demasiados factores adversos: dudaba que Dumbledore permitiera a Sirius salir de
Grimmauld Place, y no estaba seguro de que la señora Weasley quisiera invitar a su padrino porque
ellos dos siempre estaban en desacuerdo. Sirius no había vuelto a comunicarse con Harry desde su
última aparición en la chimenea, y a pesar de que el chico sabía que habría sido una imprudencia
intentar ponerse en contacto con él, ya que la profesora Umbridge vigilaba constantemente, no le hacía
ninguna gracia imaginar que Sirius estaría solo en la vieja casa de su madre, quién sabe si tirando del
extremo de uno de esos regalos sorpresa que estallan al abrirlos, mientras Kreacher tiraba del otro.
Harry llegó con tiempo a la Sala de los Menesteres para la última reunión del ED antes de las
vacaciones, y se alegró de ello porque, cuando las antorchas se encendieron, vio que Dobby se había
tomado la libertad de decorar la sala con motivo de las Navidades; y se dio cuenta de que lo había
hecho el elfo porque a nadie más se le habría ocurrido colgar un centenar de adornos dorados del techo,
cada uno de los cuales iba acompañado de una fotografía de la cara de Harry y la leyenda « ¡FELICES
HARRY-NAVIDADES!».
Cuando Harry descolgó el último adorno, la puerta se abrió con un chirrido y entró Luna Lovegood con
su aire soñador de siempre.
—¡Hola! —dijo distraídamente, y echó una ojeada a lo que quedaba de la decoración—. Qué adornos
tan bonitos. ¿Los has puesto tú?
—No —contestó Harry—, ha sido Dobby, el elfo doméstico.
—Muérdago —comentó Luna en el mismo tono soñador, señalando un ramito lleno de bayas blancas
que Harry tenía casi encima de la cabeza. Él se apartó enseguida—. Bien hecho —comentó Luna muy
seria—. Suele estar infestado denargles.
Harry se libró de tener que preguntar a Luna qué eran losnarglesporque en ese momento llegaron
Angelina, Katie y Alicia. Las tres jadeaban y estaban muertas de frío.
—Bueno —dijo la primera sin mucho ánimo, quitándose la capa y dejándola en un rincón—, por fin os
hemos reemplazado.
—¿Reemplazado? —inquirió Harry sin comprender.
—A ti, a Fred y a George —aclaró Angelina, impaciente—. ¡Tenemos otro buscador!
—¿Quién es?
—Ginny Weasley —dijo Katie.
Harry la miró boquiabierto.
—Sí, ya… —comentó Angelina, que luego sacó su varita y flexionó el brazo—, pero es muy buena, la
verdad. No es que tenga nada contra ti, desde luego —añadió lanzándole una mirada asesina—, pero
como tú no puedes jugar…
Harry se calló la respuesta que estaba deseando darle: ¿acaso se imaginaba que él no lamentaba su
expulsión del equipo cien veces más que ella?
—¿Y los golpeadores? —preguntó intentando controlar su voz.
—Andrew Kirke y Jack Sloper —dijo Alicia sin entusiasmo—. No es que sean muy buenos, pero
comparados con el resto de inútiles que se han presentado…
La llegada de Ron, Hermione y Neville puso fin a aquella deprimente conversación, y unos minutos
más tarde la sala estaba lo bastante llena para impedir que Harry recibiera las incendiarias miradas de
reproche de Angelina.
—Bueno —dijo Harry, y llamó a sus compañeros al orden—. He pensado que esta noche podríamos
repasar lo que hemos hecho hasta ahora, porque ésta es la última reunión antes de las vacaciones, y no
tiene sentido empezar nada nuevo antes de un descanso de tres semanas…
—¿No vamos a hacer nada nuevo? —preguntó Zacharias Smith en un contrariado susurro, aunque lo
bastante alto para que lo oyeran todos—. Si lo llego a saber, no vengo.
—Pues mira, es una lástima que Harry no te lo haya dicho antes —replicó Fred.
Varios estudiantes rieron por lo bajo. Harry observó que Cho también reía y volvió a notar aquella
sensación de vacío en el estómago, como si se hubiera saltado un escalón al bajar por una escalera.
—Practicaremos  por  parejas  —siguió—.  Empezaremos  con  el  embrujo  paralizante  durante  diez
minutos; luego nos sentaremos en los cojines y volveremos a practicar los hechizos aturdidores.
Los alumnos, obedientes, se agruparon de dos en dos; Harry volvió a formar pareja con Neville. La sala
se llenó enseguida de gritos intermitentes de¡Impedimenta!Uno de los integrantes de cada pareja se
quedaba paralizado un minuto, y durante ese tiempo el compañero miraba alrededor para ver lo que
hacían las otras parejas; luego recuperaban el movimiento y les tocaba a ellos practicar el embrujo.
Neville había mejorado hasta límites insospechables. Al cabo de un rato, Harry, después de recuperar la
movilidad tres veces seguidas, le pidió a Neville que practicara con Ron y Hermione para que él
pudiera pasearse por la sala y observar cómo lo hacían los demás. Al pasar junto a Cho, ella le sonrió;
Harry resistió la tentación de pasar por su lado más veces.
Tras  diez  minutos  de  practicar  el  embrujo  paralizante,  esparcieron  los  cojines  por  el  suelo  y  se
dedicaron al hechizo aturdidor. Como no había suficiente espacio para que todos practicaran a la vez, la
mitad del grupo estuvo observando a la otra un rato, y luego cambiaron. Harry se sentía muy orgulloso
mientras los contemplaba. Ciertamente, Neville aturdió a Padma Patil en lugar de a Dean, al que estaba
apuntando, pero tratándose de Neville podía considerarse un fallo menor, y todos los demás habían
mejorado muchísimo.
Al cabo de una hora, Harry les dijo que pararan.
—Lo  estáis  haciendo  muy  bien  —comentó,  sonriente—.  Cuando  volvamos  de  las  vacaciones,
empezaremos a hacer cosas más serias; quizá el encantamientopatronus.
Hubo un murmullo de emoción y luego la sala empezó a quedarse vacía; los estudiantes se marchaban
en grupos de dos y de tres, como de costumbre, y al salir por la puerta deseaban a Harry feliz Navidad.
Éste, muy animado, ayudó a Ron y a Hermione a recoger los cojines, que amontonaron en un rincón.
Ron y Hermione se fueron antes que Harry, que se rezagó un poco porque Cho todavía no se había ido,
y él suponía que también le desearía unas felices fiestas.
—No, ve tú primero —oyó que le decía a su amiga Marietta, y el corazón le dio tal vuelco que pareció
que se lo enviaba a la altura de la nuez.
Harry fingió que enderezaba el montón de cojines. Estaba casi seguro de que se habían quedado solos,
y esperó a que Cho dijera algo. Pero lo que oyó fue un fuerte sollozo.
Se dio la vuelta y vio a Cho, plantada en medio de la sala, con lágrimas en los ojos.
—¿Qué…? —No sabía qué hacer. Cho estaba de pie y lloraba en silencio—. ¿Qué te pasa? —le
preguntó Harry débilmente.
Cho movió la cabeza y se secó las lágrimas con la manga.
—Lo siento… —se excusó—. Supongo que… es que… aprender todas estas cosas… Me imagino…
que si él las hubiera sabido… todavía estaría vivo.
El corazón de Harry volvió a dar un vuelco más violento de lo habitual, y fue a parar a un punto situado
más o menos a la altura de su ombligo. Debió haberlo supuesto. Cho sólo quería hablar de Cedric.
—Él sabía hacer estas cosas —comentó Harry con aplomo—. Era muy bueno en defensa; si no, no
habría llegado al centro de aquel laberinto. Pero si Voldemort se propone matarte, lo tienes muy difícil.
Al oír el nombre de Voldemort, Cho hipó bruscamente, pero siguió mirando a Harry a los ojos, sin
pestañear.
—Tú sobreviviste cuando sólo eras un crío —dijo con un hilo de voz.
—Sí, tienes razón —admitió Harry cansinamente, y fue hacia la puerta—. Pero no sé por qué, no lo
sabe nadie, de modo que no es nada de lo que pueda estar orgulloso.
—¡No, no te vayas! —exclamó Cho adoptando de nuevo una expresión llorosa—. Perdona que me
haya puesto así… No me lo esperaba… —Volvió a hipar. Estaba muy guapa pese a que tenía los ojos
rojos e hinchados. Harry se sentía inmensamente desgraciado. Se habría contentado con un simple
«Feliz Navidad»—. Ya sé que tiene que ser horrible para ti que yo mencione a Cedric, porque tú lo
viste morir… —continuó Cho, y volvió a secarse las lágrimas con la manga de la túnica—. Supongo
que te gustaría olvidarlo. —Harry no dijo nada; Cho tenía razón, pero le parecía cruel confirmárselo—.
Eres un profesor estupendo, Harry —añadió ella forzando una débil sonrisa—. Yo nunca había podido
aturdir a nadie.
—Gracias —dijo él, abochornado.
Se miraron el uno al otro largo rato. Harry sentía un deseo incontrolable de salir corriendo de la sala, y
al mismo tiempo era incapaz de mover los pies.
—Mira, muérdago —dijo Cho con voz queda, y señaló el techo.
—Sí —afirmó Harry. Tenía la boca seca—. Pero debe de estar lleno denargles.
—¿Qué sonnargles?
—No tengo ni idea —confesó Harry. Cho se le había acercado un poco más, y él sintió como si tuviera
el cerebro bajo los efectos de un hechizo aturdidor—. Tendrás que preguntárselo a Luna.
Cho hizo un ruidito raro, entre un sollozo y una risa. Se había acercado todavía un poco más a él. Harry
habría podido contar las pecas que tenía en la nariz.
—Me gustas mucho, Harry.
Él no podía pensar. Un cosquilleo se extendía por todo su cuerpo, paralizándole los brazos, las piernas
y el cerebro.
Cho estaba demasiado cerca, y Harry veía las lágrimas que pendían de sus pestañas…
···
Media hora más tarde, Harry entró en la sala común y encontró a Hermione y a Ron en los mejores
sitios junto a la chimenea; casi todos los demás se habían acostado. Hermione estaba escribiendo una
carta larguísima; ya había llenado medio rollo de pergamino, que colgaba por el borde de la mesa. Ron
estaba  tumbado  sobre  la  alfombrilla  de  la  chimenea  intentando  terminar  sus  deberes  de
Transformaciones.
—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Ron cuando Harry se sentó en la butaca que había al lado de
la de Hermione.
Harry no contestó. Estaba conmocionado. Por una parte quería contarles a sus amigos lo que acababa
de suceder, pero por otra prefería llevarse aquel secreto a la tumba.
—¿Estás bien, Harry? —preguntó Hermione mirándolo con ojos escrutadores por encima del extremo
de la pluma.
Harry se encogió de hombros con poco entusiasmo. La verdad era que no sabía si estaba bien o no.
—¿Qué pasa? —inquirió Ron, y se incorporó un poco apoyándose en el codo para verlo mejor—. ¿Te
ha ocurrido algo?
Harry no estaba seguro de por dónde empezar, y tampoco estaba seguro de que quisiera explicárselo.
Cuando por fin decidió no decir nada, Hermione tomó las riendas de la situación.
—¿Es Cho? —preguntó con seriedad—. ¿Te ha abordado después de la reunión?
Harry, muy sorprendido, asintió con la cabeza. Ron rió por lo bajo, pero paró cuando Hermione lo miró
con severidad.
—¿Y… qué quería? —preguntó Ron fingiendo indiferencia.
—Pues… —empezó a decir Harry con voz ronca; luego se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo—.
Pues… ella…
—¿Os habéis besado? —inquirió Hermione bruscamente.
Ron se incorporó tan deprisa que derramó el tintero sobre la alfombra. Ignorando por completo el
desastre, miró con interés a Harry.
—Bueno, ¿qué? —dijo.
Harry miró a Ron, que lo miraba a su vez entre risueño y curioso; luego dirigió la vista hacia
Hermione, que tenía el entrecejo ligeramente fruncido, y asintió con la cabeza.
—¡Toma!
Ron hizo un ademán de triunfo con el puño y se puso a reír a carcajadas; unos estudiantes de segundo
año de aspecto tímido que estaban más allá, junto a la ventana, se sobresaltaron. Harry esbozó una
sonrisa de mala gana al ver que Ron se revolcaba sobre la alfombra. Hermione, por su parte, lanzó a
Ron una mirada de profundo disgusto y siguió escribiendo su carta.
—¿Y qué? —preguntó Ron por fin mirando a su amigo—. ¿Cómo ha sido?
Harry reflexionó un momento.
—Húmedo —respondió sinceramente. Ron hizo un ruido que podía interpretarse tanto como expresión
de júbilo como de asco, no estaba muy claro—. Porque ella estaba llorando —aclaró Harry.
—¡Ah! —dijo Ron, y su sonrisa se apagó un poco—. ¿Tan malo eres besando?
—No lo sé —contestó Harry, que no se lo había planteado, e inmediatamente lo asaltó la preocupación
—. Quizá sí.
—Claro que no —intervino Hermione distraídamente sin dejar de escribir.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Ron.
—Porque últimamente Cho se pasa el día llorando —respondió Hermione con toda tranquilidad—. En
las comidas, en los lavabos… En todas partes.
—Y tú, Harry, creíste que unos besos la animarían, ¿no? —preguntó Ron, y sonrió burlonamente.
—Ron —dijo Hermione con gravedad mientras mojaba la punta de la pluma en el tintero—, eres el ser
más insensible que jamás he tenido la desgracia de conocer.
—¿Qué se supone que significa eso? —replicó Ron, indignado—. ¿Qué clase de persona llora mientras
están besándola?
—Sí —dijo Harry con un deje de desesperación—. ¿Quién?
Hermione los miró a los dos como si le dieran lástima.
—¿Es que no entendéis cómo debe de sentirse Cho?
—No —contestaron Harry y Ron a la vez.
Hermione suspiró y dejó la pluma sobre la mesa.
—A ver, es evidente que está muy triste por la muerte de Cedric. Supongo que, además, está hecha un
lío porque antes le gustaba Cedric y ahora le gusta Harry, y no puede decidir cuál de los dos le gusta
más. Por otra parte, debe de sentirse culpable, porque a lo mejor cree que es un insulto a la memoria de
Cedric besarse con Harry y esas cosas, y también debe de preocuparle qué dirá la gente si empieza a
salir con Harry. De todos modos, lo más probable es que no esté segura de lo que siente por Harry,
porque él estaba con Cedric cuando éste murió, así que todo es muy complicado y doloroso. ¡Ah, y por
si fuera poco, teme que la echen del equipo de quidditchde Ravenclaw porque últimamente vuela muy
mal!
Cuando Hermione terminó su discurso, se produjo un silencio de perplejidad. Entonces Ron dijo:
—Nadie puede sentir tantas cosas a la vez. ¡Explotaría!
—Que tú tengas la variedad de emociones de una cucharilla de té no significa que los demás seamos
iguales —repuso Hermione con crueldad, y volvió a coger su pluma.
—Fue ella la que empezó —explicó Harry—. Yo no habría… Vino hacia mí y… cuando me di cuenta,
estaba llorando desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer…
—No me extraña, Harry —comentó Ron, alarmado sólo de pensarlo.
—Lo único que tenías que hacer era ser cariñoso con ella —aclaró Hermione levantando la cabeza con
impaciencia—. Lo fuiste, ¿verdad?
—Bueno —contestó Harry, y un desagradable calor se extendió por su cara—, más o menos… Le di
unas  palmaditas  en  la  espalda…  —Parecía  que  Hermione  estaba  conteniéndose  con  muchísima
dificultad para no poner los ojos en blanco.
—Bueno, supongo que pudo ser peor. ¿Vas a volver a verla?
—Me imagino que sí. En las reuniones delED, ¿no?
—Ya sabes a qué me refiero —contestó Hermione, impaciente.
Harry no dijo nada. Las palabras de su amiga le abrían un nuevo mundo de aterradoras posibilidades.
Intentó imaginar que iba a algún sitio con Cho (a Hogsmeade, quizá) y que estaba a solas con ella
durante varias horas seguidas. Después de lo que había pasado, lo lógico era que Cho esperase que le
pidiera salir con él… Aquella idea hizo que el estómago se le encogiera dolorosamente.
—No te preocupes —continuó Hermione, que volvía a estar enfrascada en la redacción de su carta—,
tendrás oportunidades de sobra para pedírselo.
—¿Y si Harry no quiere? —insinuó Ron, que había estado observando a su amigo con una expresión de
perspicacia poco habitual en él.
—No seas tonto —repuso Hermione distraídamente—. Hace siglos que a Harry le gusta Cho, ¿verdad,
Harry?
El no contestó. Sí, Cho le gustaba desde hacía siglos, pero siempre que se había imaginado una escena
en la que aparecían los dos, ella estaba divirtiéndose, y no llorando desconsoladamente sobre su
hombro.
—Oye, ¿para quién es esa novela que estás escribiendo? —le preguntó Ron a Hermione mientras
intentaba leer lo que había escrito en el trozo de pergamino que ya llegaba al suelo. Ella lo subió para
que Ron no pudiera ver nada.
—Para Viktor —contestó.
—¿Viktor Krum?
—¿A cuántos Viktor más conocemos?
Ron no dijo nada, pero parecía contrariado. Permanecieron en silencio durante otros veinte minutos:
Ron  terminaba  su  redacción  de  Transformaciones  entre  resoplidos  de  impaciencia  y  tachaduras;
Hermione escribía sin parar hasta que llegó al final del pergamino, que enrolló y selló con mucho
cuidado; y Harry contemplaba el fuego deseando más que nunca que la cabeza de Sirius apareciera
entre las llamas y le diera algún consejo sobre cómo comportarse con las chicas. Pero las llamas sólo
crepitaban, cada vez más pequeñas, hasta que las brasas quedaron reducidas a cenizas; entonces Harry
giró la cabeza y vio que, una vez más, se habían quedado solos en la sala común.
—Buenas noches —dijo entonces Hermione bostezando, y se marchó por la escalera de los dormitorios
de las chicas.
—No sé qué habrá visto en Krum —comentó Ron cuando Harry y él subían la escalera de los chicos.
—Bueno —dijo Harry deteniéndose a pensarlo—. Es mayor que nosotros, ¿no? Y es un jugador
internacional dequidditch…
—Sí, pero aparte de eso… —continuó Ron, que parecía exasperado—. No sé, es un protestón y un
imbécil, ¿no?
—Un poco protestón sí es —admitió Harry, que seguía pensando en Cho.
Se quitaron las túnicas y se pusieron los pijamas en silencio. Dean, Seamus y Neville ya dormían.
Harry dejó sus gafas en la mesilla y se acostó, pero no cerró las cortinas de su cama adoselada, sino que
se quedó contemplando el trozo de cielo estrellado que se veía por la ventana que había junto a la cama
de Neville. Si la noche anterior a aquella misma hora hubiera sabido que veinticuatro horas más tarde
iba a besar a Cho Chang…
—Buenas noches —gruñó Ron, que dormía a la derecha de Harry.
—Buenas noches —repuso él.
Quizá la próxima vez…, si es que había una próxima vez…, ella estaría un poco más contenta. Debería
haberle pedido salir; seguramente ella estaría esperando que lo hiciera, y en esos momentos debía de
estar furiosa con él… ¿O estaría tumbada en la cama llorando por la muerte de Cedric? Harry no sabía
qué pensar. Las explicaciones que le había dado Hermione sólo habían conseguido que todo pareciera
más complicado en lugar de ayudarlo a entender lo que sucedía.
«Eso es lo que deberían enseñarnos aquí —pensó, y se giró hacia un lado—, cómo funciona el cerebro
de las chicas… Sería mucho más útil que lo que nos enseñan en Adivinación, desde luego…»
Neville gimoteaba en sueños. Se oyó el lejano ulular de una lechuza.
Harry soñó que estaba otra vez en la sala delED. Cho lo acusaba de haberla obligado a ir allí mediante
engaños; decía que había prometido regalarle ciento cincuenta cromos de ranas de chocolate si se
presentaba. Harry protestaba… Cho gritaba: «¡Mira, Cedric me dio cientos de cromos de ranas de
chocolate!» Y sacaba puñados de cromos de la túnica y los lanzaba al aire. Entonces Cho se volvía
hacia Hermione, que decía: «Es verdad, Harry, se lo prometiste… Creo que será mejor que le regales
otra cosa a cambio… ¿Qué te parece si la obsequias con tu Saeta de Fuego?» Y Harry respondía que no
podía darle su Saeta de Fuego a Cho porque la tenía la profesora Umbridge, y que todo aquel]o era
absurdo, que él sólo había ido a la sala del EDpara colgar unos adornos navideños que tenían la forma
de la cabeza de Dobby…
Entonces el sueño cambió…
Harry notaba su cuerpo liso, fuerte y flexible. Se deslizaba entre unos relucientes barrotes de metal,
sobre una fría y oscura superficie de piedra… Iba pegado al suelo y se arrastraba sobre el vientre…
Estaba oscuro, y, sin embargo, él veía a su alrededor brillantes objetos de extraños y vivos colores.
Giraba la cabeza… A primera vista el pasillo estaba vacío, pero no… Había un hombre sentado en el
suelo, enfrente de él, con la barbilla caída sobre el pecho, y su silueta destacaba contra la oscuridad…
Harry  sacaba  la  lengua…  Percibía  el  olor  que  desprendía  aquel  hombre,  que  estaba  vivo  pero
adormilado, sentado frente a una puerta, al final del pasillo…
Harry se moría de ganas de morder a aquel hombre… Pero debía contener el impulso…, tenía cosas
más importantes que hacer…
No obstante, el hombre se movía… Una capa plateada resbalaba de sus piernas cuando se ponía en pie
de un brinco, y Harry veía cómo su oscilante y borrosa silueta se elevaba ante él; veía cómo el hombre
sacaba una varita mágica de su cinturón… No tenía alternativa… Se elevaba del suelo y atacaba una,
dos, tres veces, hundiéndole los colmillos al hombre, y notaba cómo sus costillas se astillaban entre sus
mandíbulas y sentía el tibio chorro de sangre…
El hombre gritaba de dolor… y luego se quedaba callado… Se tambaleaba, se apoyaba en la pared…
La sangre manchaba el suelo…
A Harry le dolía muchísimo la cicatriz… Le dolía como si su cabeza fuera a estallar…
—¡Harry!¡HARRY!—Abrió los ojos. Estaba empapado de pies a cabeza en un sudor frío, las sábanas
de la cama se le enrollaban alrededor del cuerpo como una camisa de fuerza, y notaba un intenso dolor
en la frente, como si le estuvieran poniendo un atizador al rojo vivo—. ¡Harry!
Ron lo miraba muy asustado de pie junto a su cama, donde había también otras personas. Harry se
sujetó la cabeza con ambas manos; el dolor lo cegaba… Giró hacia un lado y vomitó desde el borde del
colchón.
—Está muy enfermo —dijo una voz aterrada—. ¿Llamamos a alguien?
—¡Harry! ¡Harry!
Tenía que contárselo a Ron, era muy importante que se lo contara… Respiró hondo con la boca abierta
y se incorporó en la cama. Esperaba no vomitar otra vez; el dolor casi no le dejaba ver.
—Tu padre —dijo entre jadeos—. Han… atacado… a tu padre.
—¡Qué! —exclamó Ron sin comprender.
—¡Tu padre! Lo han mordido. Es grave. Había sangre por todas partes…
—Voy a pedir ayuda —dijo la misma voz aterrada, y Harry oyó pasos que salían del dormitorio.
—Tranquilo, Harry —lo calmó un Ron titubeante—. Sólo…, sólo era un sueño…
—¡No! —saltó Harry, furioso; era fundamental que su amigo lo entendiera—. No era ningún sueño…,
no era un sueño corriente… Yo estaba allí… y esa cosa… lo atacó.
Oyó que Seamus y Dean cuchicheaban, pero no le importó. El dolor de la frente estaba remitiendo un
poco, aunque todavía sudaba y temblaba como si tuviera fiebre. Volvió a vomitar y Ron se apartó
dando un salto hacia atrás.
—Estás enfermo, Harry —insistió con voz temblorosa—. Neville ha ido a pedir ayuda.
—¡Estoy bien! —dijo él con voz ahogada, y se limpió la boca con el pijama. Temblaba de modo
incontrolable—. No me pasa nada, es por tu padre por quien tienes que preocuparte. Tenemos que
averiguar dónde está… Está sangrando mucho… Yo era… Había una serpiente inmensa.
Intentó levantarse de la cama, pero Ron lo empujó contra ella; Dean y Seamus seguían hablando en
susurros, allí cerca. Harry no supo si había pasado un minuto o diez; seguía allí sentado, temblando, y
notaba que el dolor de la cicatriz remitía lentamente. Entonces oyó pasos que subían a toda prisa por la
escalera y volvió a distinguir la voz de Neville.
—¡Aquí, profesora!
La profesora McGonagall entró corriendo en el dormitorio con su bata de cuadros escoceses y con las
gafas torcidas sobre el puente de la huesuda nariz.
—¿Qué pasa, Potter? ¿Dónde te duele?
Harry nunca se había alegrado tanto de verla, pues lo que necesitaba en ese momento era a alguien que
perteneciera a la Orden del Fénix, y no que lo mimaran ni le recetaran pociones inútiles.
—Es el padre de Ron —afirmó, y volvió a incorporarse—. Lo ha atacado una serpiente y está grave. Lo
he visto todo.
—¿Qué quieres decir con eso de que lo has visto? —preguntó la profesora McGonagall juntando las
oscuras cejas.
—No lo sé… Estaba durmiendo y de pronto estaba allí…
—¿Quieres decir que lo has soñado?
—¡No! —gritó Harry, enojado; ¿es que nadie lo entendía?—. Al principio estaba soñando, pero era un
sueño completamente diferente, una tontería… Y de pronto esa imagen lo ha interrumpido. Era real, no
me lo he imaginado. El señor Weasley estaba dormido en el suelo y lo atacaba una serpiente inmensa,
había  mucha  sangre,  se  desmayaba,  alguien  tiene  que  averiguar  dónde  está…  —La  profesora
McGonagall lo miraba a través de sus torcidas gafas como si le horrorizara lo que estaba viendo—. ¡Ni
estoy mintiendo ni me he vuelto loco! —insistió Harry a voz en grito—. ¡Le digo que lo he visto todo!
—Te creo, Potter —dijo la profesora McGonagall, cortante—. Ponte la bata. Vamos a ver al director.

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