25
El huevo y el ojo
Como Harry no sabía cuánto tiempo tendría que estar bañándose para desentrañar elenigma del huevo de oro, decidió hacerlo de noche, cuando podría tomarse todo el
tiempo que quisiera. Aunque no le hacía gracia aceptar más favores de Cedric, decidió
también utilizar el cuarto de baño de los prefectos, porque muy pocos tenían acceso a él
y era mucho menos probable que lo molestaran allí.
Harry planeó cuidadosamente su incursión. Filch, el conserje, lo había pillado una
vez levantado de la cama y paseando en medio de la noche por donde no debía, y no
quería repetir aquella experiencia. Desde luego, la capa invisible sería esencial, y para
más seguridad Harrydecidió llevar el mapa del merodeador, que, juntamente con la
capa, constituía la más útil de sus pertenencias cuando se trataba de quebrantar normas.
El mapa mostraba todo el castillo de Hogwarts, incluyendo sus muchos atajos y
pasadizos secretos y, lo más importante de todo, señalaba a la gente que había dentro
del castillo como minúsculas motas acompañadas de un cartelito con su nombre. Las
motitas se movían por los corredores en el mapa, de forma que Harry se daría cuenta de
antemano si alguien se aproximaba al cuarto de baño.
El jueves por la noche Harry fue furtivamente a su habitación, se puso la capa,
volvió a bajar la escalera y, exactamente como había hecho la noche en que Hagrid le
mostró los dragones, esperó a que abrieran el hueco del retrato. Esta vez fue Ron quien
esperaba fuera para darle a la Señora Gorda la contraseña («Buñuelos de plátano»).
—Buena suerte —le susurró Ron, entrando en la sala común mientras Harry salía.
En aquella ocasión resultaba difícil moverse bajo la capa con el pesado huevo en un
brazo y el mapa sujeto delante de la nariz con el otro. Pero los corredores estaban
iluminados por la luz de la luna, vacíos y en silencio, y consultando el mapa de vez en
cuando Harry se aseguraba de no encontrarse con nadie a quien quisiera evitar. Cuando
llegó a la estatua de Boris el Desconcertado —un mago con pinta de andar perdido, con
los guantes colocados al revés, el derecho en la mano izquierda y viceversa—localizó
la puerta, se acercó a ella y, tal como le había indicado Cedric, susurró la contraseña:
—«Frescura de pino.»
La puerta chirrió al abrirse. Harry se deslizó por ella, echó el cerrojo después de
entrar y, mirando a su alrededor, se quitó la capa invisible.
Su reacción inmediata fue pensar que merecía la pena llegar a prefecto sólo para
poder utilizar aquel baño. Estaba suavemente iluminado por una espléndida araña llena
de velas, y todo era de mármol blanco, incluyendo lo que parecía una piscina vacía de
forma rectangular, en el centro de la habitación. Por los bordes de la piscina había unos
cien grifos de oro, cada uno de los cuales tenía en la llave una joya de diferente color.
Había asimismo un trampolín, y de las ventanas colgaban largas cortinas de lino blanco.
En un rincón vio un montón de toallas blancas muy mullidas, y en la pared un único
cuadro con marco dorado que representaba una sirena rubia profundamente dormida
sobre una roca; el largo pelo, que le caía sobre el rostro, se agitaba cada vez que
resoplaba.
Harry avanzó mirando a su alrededor. Sus pasos hacían eco en los muros. A pesar
de lo magnífico que era el cuarto de baño, y de las ganas que tenía de abrir algunos de
los grifos, no podía disipar el recelo de que Cedric le hubiera tomado el pelo. ¿En qué
iba a ayudarlo aquello a averiguar el misterio delhuevo? Aun así, puso al lado de la
piscina la capa, el huevo, el mapa y una de las mullidas toallas, se arrodilló y abrió unos
grifos.
Se dio cuenta enseguida de que el agua llevaba incorporados diferentes tipos de gel
de baño, aunque eran geles distintos de cualesquiera que hubiera visto Harry antes. Por
uno de los grifos manaban burbujas de color rosa y azul del tamaño de balones de
fútbol; otro vertía una espuma blanca como el hielo y tan espesa que Harry pensó que
podría soportar su peso si hacia laprueba; de un tercero salía un vapor de color púrpura
muy perfumado que flotaba por la superficie del agua. Harry se divirtió un rato abriendo
y cerrando los grifos, disfrutando especialmente de uno cuyo chorro rebotaba por la
superficie del agua formando grandes arcos. Luego, cuando la profunda piscina estuvo
llena de agua, espuma y burbujas (lo que, considerando su tamaño, llevó un tiempo muy
corto), Harry cerró todos los grifos, se quitó la bata, el pijama y las zapatillas, y se metió
en el agua.
Era tan profunda que apenas llegaba con los pies al fondo, e hizo un par de largos
antes de volver a la orilla y quedarse mirando el huevo. Aunque era muy agradable
nadar en un agua caliente llena de espuma, mientras por todas partes emanaban vapores
de diferentes colores, no le vino a la cabeza ninguna idea brillante ni saltó ninguna
chispa de repentina comprensión.
Harry alargó los brazos, levantó el huevo con las manos húmedas y lo abrió. Los
gemidos estridentes llenaron el cuarto de baño, reverberando en los muros de mármol,
pero sonaban tan incomprensibles como siempre, si no más debido al eco. Volvió a
cerrarlo, preocupado porque el sonido pudiera atraer a Filch y preguntándose si no sería
eso precisamente lo que había pretendido Cedric. Y entonces alguien habló y lo
sobresaltó hasta tal punto que dejó caer el huevo, el cual rodó estrepitosamente por el
suelo del baño.
—Yo que tú lo metería en el agua.
Del susto, Harry acababa de tragarse una considerable cantidad de burbujas. Se
irguió, escupiendo, y vio el fantasma de una chica de aspecto muy triste sentado encima
de uno de los grifos con las piernas cruzadas. Era Myrtle la Llorona, a la que
usualmente se oía sollozar en la cañería de uno de los váteres tres pisos más abajo.
—¡Myrtle! —exclamó Harry, molesto—. ¡Yo... yo no llevo nada!
La espuma era tan densa que aquello realmente no importaba mucho, pero tenía la
desagradable sensación de que Myrtle lo había estado espiando desde que había entrado.
—Cuando te ibas a meter cerré los ojos —dijo ella pestañeando tras sus gruesas
gafas—. Hace siglos que no vienes a verme.
—Sí, bueno... —dijo Harry, doblando ligeramente las rodillas para asegurarse de
que Myrtle sólo pudiera verle la cabeza—. Se supone que no puedo entrar en tu cuarto
de baño, ¿no? Es de chicas.
—Eso no te importaba mucho —dijo Myrtle con voz triste—. Antes te pasabas allí
todo el tiempo.
Era cierto, aunque sólo había sido porque Harry, Ron y Hermione habían
considerado que los servicios de Myrtle, cerrados entonces por avería, eran un lugar
ideal para elaborar en secreto la poción multijugos, una poción prohibida que había
convertido a Harry y Ron durante una hora en réplicas vivas de Crabbe y Goyle, con lo
que pudieron colarse furtivamente en la sala común de Slytherin.
—Me gané una reprimenda por entrar en él —contestó Harry, lo que era verdad a
medias: Percy lo había pillado saliendo en una ocasión de los lavabos de Myrtle—.
Después de eso no he querido volver.
—¡Ah, ya veo! —dijo Myrtle malhumorada, toqueteándose un grano de la
barbilla—. Bueno... da igual... Yo metería el huevo en el agua. Eso es lo que hizo
Cedric Diggory.
—¿También lo espiaste a él? —exclamó Harry indignado—. ¿Te dedicas a venir
aquí por las noches para ver bañarse a los prefectos?
—A veces —respondió Myrtle c on picardía—, pero eres el primero al que le dirijo
la palabra.
—Me siento honrado —dijo Harry—. ¡Tápate los ojos! Se aseguró de que las gafas
de Myrtle estaban lo suficientemente cubiertas antes de salir del baño, envolverse
firmemente la toalla alrededor del cuerpo e ir a recoger el huevo.
Cuando Harry hubo vuelto al agua, Myrtle miró a través de los dedos y lo apremió:
—Vamos... ¡ábrelo bajo el agua!
Harry hundió el huevo por debajo de la superficie de espuma y lo abrió. Aquella
vez no se oyeron gemidos: surgía de él un canto compuesto de gorgoritos, un canto
cuyas palabras era incapaz de apreciar.
—Tendrás que sumergir también la cabeza —le indicó Myrtle, que parecía
encantada con aquello de dar órdenes—. ¡Vamos!
Harry tomó aire y se sumergió. Y entonces, sentado en el suelo de mármol de la
bañera llena de burbujas, oyó un coro de voces misteriosas que cantaban desde el huevo
abierto en sus manos:
Donde nuestras voces suenan, ven a buscarnos,
que sobre la tierra no se oyen nuestros cantos.
Y estaspalabras medita mientras tanto,
pues son importantes, ¡no sabes cuánto!:
Nos hemos llevado lo que más valoras,
y para encontrarlo tienes una hora.
Pasado este tiempo ¡negras perspectivas!
demasiado tarde, ya no habrá salida.
Harry se dejó impulsar hacia arriba por el agua, rompió la superficie de espuma y
se sacudió el pelo de los ojos.
—¿Lo has oído? —preguntó Myrtle.
—Sí... «Donde nuestras voces suenan, ven a buscarnos...» No sé si me convencen...
Espera, quiero escuchar de nuevo. —Y volvió a sumergirse.
Tuvo que escuchar la canción otras tres veces para memorizarla. Luego se quedó
un rato flotando, haciendo un esfuerzo por pensar, mientras Myrtle lo observaba
sentada.
—Tengo que ir en busca de gente que no puede utilizar su voz sobre la tierra —dijo
pensativamente—. Eh... ¿quién puede ser?
—Eres de efecto retardado, ¿no?
Nunca había visto a Myrtle la Llorona tan contenta, excepto el día en que la dosis
de poción multijugos de Hermione le había dejado la cara peluda y cola de gato.
Harry miró a su alrededor, meditando. Si sólo se podían oír las voces bajo el agua,
entonces era lógico que pertenecieran a criaturas submarinas. Así se lo dijo a Myrtle la
Llorona, que sonrió satisfecha.
—Bueno, eso es lo que pensaba Diggory —le explicó—. Estuvo ahí quieto,
hablando solo sobre el tema durante un montón de tiempo. Un montón de tiempo, hasta
que desaparecieron casi todas las burbujas...
—Criaturas submarinas... —reflexionó Harry en voz alta—. Myrtle, ¿qué criaturas
viven en el lago, aparte del calamar gigante?
—¡Uf; de todo! He bajado algunas veces, cuando no me queda más remedio porque
alguien tira de la cadena inesperadamente...
Tratando de no imaginarse a Myrtle la Llorona bajando hacia el lago por una
cañería acompañada del contenido del váter, Harry le preguntó:
—Bueno, ¿hay algo allí que tenga voz humana? Espera... —Harry se acababa de
fijar en el cuadro de la sirena dormida—. Myrtle, ¿hay sirenas allí?
—¡Muy bien! —alabó ella muy contenta—. ¡A Diggory le llevó mucho más
tiempo! Y eso que ella estaba despierta... —con una expresión de disgusto en la cara,
Myrtle señaló con la cabeza a la sirena del cuadro—, riéndose como una tonta,
pavoneándose y aleteando.
—Es eso, ¿verdad? —dijo Harry emocionado—. La segunda prueba consiste en ir a
buscar a las sirenas del lago y... y...
Pero de repente comprendió lo que estaba diciendo, y se vació de toda la emoción
como si él mismo fuera una bañera y le acabaran de quitar el tapón del estómago. No
era muy buen nadador, apenas había practicado. Tía Petunia y tío Vernon habían
enviado a Dudley a clases de natación, pero a él no lo habían apuntado, sin duda con la
esperanza de que se ahogara algún día. Era capaz de hacer dos largos en aquella piscina,
pero el lago era muy grande y profundo... y las sirenas seguramente vivirían en el
fondo...
—Myrtle —dijo Harry pensativamente—, ¿cómo se supone que me las arreglaré
para respirar?
Al oír esto, los ojos de Myrtle se llenaron de lágrimas.
—¡Qué poco delicado! —murmuró ella, tentándose en la túnica en busca de un
pañuelo.
—¿Por qué? —preguntó Harry, desconcertado.
—¡Hablar de respirar delante de mi! —contestó con una voz chillona que resonó
con fuerza en el cuarto de baño—. ¡Cuando sabes que yo no respiro... que no he
respirado desde hace tantos años...! —Se tapó la cara con el pañuelo y sollozó en él de
forma estentórea.
Harry recordó lo susceptible que Myrtle había sido siempre en lo relativo a su
muerte. Ningún otro fantasma que Harry conociera se tomaba su muerte tan a la
tremenda.
—Lo siento. Yo no quería... Seme olvidó...
—¡Ah, claro, es muy fácil olvidarse de que Myrtle está muerta! —dijo ella
tragando saliva y mirándolo con los ojos hinchados—. Nadie me echa de menos, ni me
echaban de menos cuando estaba viva. Les llevó horas descubrir mi cadáver. Lo sé, me
quedé sentada esperándolos. Olive Hornby entró en el baño: «¿Otra vez estás aquí
enfurruñada, Myrtle?», me dijo. «Porque el profesor Dippet me ha pedido que te
busque...» Y entonces vio mi cadáver... ¡Ooooooh, no lo olvidó hasta el día de su
muerte! Ya meencargué yo de que no lo olvidara... La seguía por todas partes para
recordárselo. Me acuerdo del día en que se casó su hermano...
Pero Harry no escuchaba. Otra vez pensaba en la canción de las sirenas: «Nos
hemos llevado lo que más valoras.» Daba la impresión de que iban a robarle algo suyo,
algo que tenía que recuperar. ¿Qué sería?
—.... y entonces, claro, fue al Ministerio de Magia para que yo dejara de seguirla,
así que tuve que volver aquí y vivir en mi váter.
—Bien —dijo Harry vagamente—. Bien, ahora estoy más cerca que antes... Vuelve
a cerrar los ojos, por favor, que quiero salir.
Tras recoger el huevo del fondo de la piscina, salió, se secó y se volvió a poner el
pijama y la bata.
—¿Volverás a visitarme en mis lavabos alguna vez? —preguntó en tono lúgubre
Myrtle la Llorona, cuando Harry cogía la capa invisible.
—Eh... lo intentaré —repuso Harry, pero pensando para sí que no lo haría a menos
que se estropearan todos los demás lavabos del castillo—. Hasta luego, Myrtle... Y
gracias por tu ayuda.
—Adiós —dijo ella con tristeza.
Harry se volvió a poner la capa, y la vio meterse a toda velocidad por el grifo.
Fuera, en el oscuro corredor, Harry consultó el mapa del merodeador para
comprobar que no había moros en la costa. No, las motas que correspondían a Filch y a
la Señora Norris estaban quietas en la conserjería. Aparte de Peeves, que botaba en el
piso de arriba por la sala de trofeos, parecía que no se movía nada más. Harry había ya
emprendido el camino hacia la torre de Gryffindor cuando vio otra cosa en el mapa...
algo evidentemente extraño.
No, Peeves no era lo único que se movía. Había una motita que iba de un lado a
otro en una habitación situada en la esquina inferior izquierda: el despacho de Snape.
Pero la mota no llevaba la inscripción «Severus Snape», sino «Bartemius Crouch».
Harry miró la mota fijamente. Se suponía que el señor Crouch estaba demasiado
enfermo para ir al trabajo o para asistir al baile de Navidad: ¿qué hacía entonces
colándose en Hogwarts a la una de la madrugada? Harry observó atentamente los
movimientos de la mota por el despacho, que se detenía aquí y allá...
Harry dudó, pensando... y luego lo venció la curiosidad. Dio media vuelta, y
continuó andando en sentido contrario, hacia la escalera más cercana. Iba a ver qué se
traía Crouch entre manos.
Bajó la escalera lo más silenciosamente que pudo, aunque algunos retratos volvían
la cara con curiosidad cuando crepitaba alguna tabla del suelo, o hacia frufrú la tela del
pijama. Avanzó muy despacio por el corredor del piso inferior, apartó a un lado un tapiz
que había en la mitad del pasillo, y empezó a bajar por una escalera más estrecha, un
atajo que lo dejaría dos pisos más abajo. Seguía mirando el mapa, reflexionando. La
verdad era que no parecía propio del correcto y legalista señor Crouch meterse
furtivamente en el despacho de otro a aquellas horas de la noche.
Y entonces, cuando había descendido media escalera sin pensar en lo que hacía,
concentrado tan sólo en el peculiar comportamiento del señor Crouch, metió una pierna
en el escalón falso que Neville siempre olvidaba saltar. Se tambaleó, y el huevo de oro,
aún húmedo del baño, se deslizó de debajo de su brazo... Se lanzó hacia delante para
intentar cogerlo, pero era ya demasiado tarde: el huevo caía por la larga escalera,
repicando como un gong en cada uno de los escalones. Al mismo tiempo se le escurrió
la capa invisible. Harry la cogió, pero entonces se le resbaló de la mano el mapa del
merodeador y cayó seis escalones más abajo, donde, atrapado como estaba en el
peldaño por encima de la rodilla, no podía alcanzarlo.
En su caída, el huevo de oro atravesó el tapiz que había al pie de la escalera, se
abrió de golpe y comenzó a gemir estridentemente en el corredor de abajo. Harry sacó la
varita e intentó alcanzar con ella el mapa del merodeador para borrar el contenido, pero
estaba demasiado lejos para llegar hasta él.
Volviéndose a tapar con la capa, Harry escuchó atentamente, arrugando el
entrecejo por el miedo. Casi de inmediato...
—¡PEEVES!
Era el inconfundible grito de caza del conserje Filch. Harry oyó sus pasos
arrastrados acercarse más y más, y su sibilante voz que se elevaba furiosamente.
—¿Qué es este estruendo? ¿Es que quieres despertar a todo el castillo? Te voy a
coger, Peeves, te voy a coger. Tú... Pero ¿qué es esto?
Los pasos de Filch se detuvieron. Se oyó un chasquido producido por metal al
golpear contra otro metal, y los gemidos cesaron. Filch había cogido el huevo y lo había
cerrado. Harry permanecía muy quieto, con la pierna aún atrapada en elescalón mágico,
escuchando. En cualquier momento Filch apartaría a un lado el tapiz esperando ver a
Peeves... y no lo encontraría. Pero si seguía subiendo la escalera vería el mapa del
merodeador y, tuviera o no puesta la capa invisible, el mapa del merodeador mostraría
el letrero «Harry Potter» en el punto exacto en que se hallaba.
—¿Un huevo? —dijo en voz baja Filch al pie de la escalera—. Cielo mío
—evidentemente la Señora Norris se encontraba con él—, ¡esto es el enigma del
Torneo! ¡Estopertenece a uno de los campeones!
Harry empezó a encontrarse mal. El corazón le latía muy aprisa.
—¡PEEVES! —bramó Filch con júbilo—. ¡Has estado robando!
Apartó el tapiz, y Harry vio su horrible cara abotargada, y los ojos claros y saltones
que observaban la escalera oscura y (para él) desierta.
—¿Te escondes? —dijo con voz melosa—. Te voy a atrapar, Peeves... Te has
atrevido a robar uno de los enigmas del Torneo, Peeves. Dumbledore te expulsará por
esto, ratero...
Filch empezó a subir por la escalera, acompañado por su escuálida gata de color
apagado. Los ojos como faros de la Señora Norris, tan parecidos a los de su amo,
estaban fijos en Harry. No era la primera vez que éste se preguntaba si la capa invisible
surtía efecto con los gatos. Muerto de miedo, vio a Filch acercarse poco a poco en su
vieja bata de franela. Intentó sacar el pie del escalón desesperadamente, pero sólo
consiguió hundirlo un poco más. De un momento a otro, Filch vería el mapa o se
tropezaría con él...
—Filch, ¿qué ocurre?
El conserje se detuvo unos escalones por debajo de Harry, y se volvió. Al pie de la
escalera se hallaba la única persona que podía empeorar la situación de Harry: Snape.
Llevaba un largo camisón gris y parecía lívido.
—Es Peeves, profesor —susurró Filch con malevolencia—. Tiró este huevo por la
escalera.
Snape subió aprisa y se detuvo junto a Filch. Harry apretó los dientes, convencido
de que los estruendosos latidos de su corazón no tardarían en delatarlo.
—¿Peeves? —dijo Snape en voz baja, observando el huevoen las manos de
Filch—. Pero Peeves no ha podido entrar en mi despacho...
—¿El huevo estaba en su despacho, profesor?
—Por supuesto que no —replicó Snape—. Oí golpes y luego gemidos...
—Sí, profesor, era el huevo.
—Vine a investigar...
—Peeves lo tiró, señor...
—... y al pasar por mi despacho, ¡vi las antorchas encendidas y la puerta de un
armario abierta de par en par! ¡Alguien ha estado revolviendo en él!
—Pero Peeves no pudo...
—¡Ya sé que no, Filch! —espetó Snape—. ¡Yo cierro mi despacho con un embrujo
que sólo otro mago podría abrir!
—Snape miró escaleras arriba, justo a través de Harry, y luego hacia el corredor de
abajo—. Bueno, ahora quiero que vengas a ayudarme a buscar al intruso, Filch.
—Yo... Sí, profesor, pero...
Filch miró con ansia escaleras arriba, hacia Harry. Evidentemente, se resistía a
renunciar a aquella oportunidad de acorralar a Peeves. «Vete —imploró Harry para sus
adentros—, vete con Snape, vete...» Desde los pies de Filch, la Señora Norris miraba en
torno. Harry tenía la convicción de que lo estaba oliendo... ¿Por qué habría echado tanta
espuma perfumada en el baño?
—El caso es, profesor —dijo Filch lastimeramente—, que el director tendrá que
hacerme caso esta vez. Peeves le ha robado a un alumno, y ésta podría ser mi
oportunidadpara echarlo del castillo de una vez para siempre.
—Filch, me importa un bledo ese maldito poltergeist. Es mi despacho lo que...
Bum, bum, bum.
Snape se calló de repente. Tanto él como Filch miraron al pie de la escalera. A
través del hueco que quedaba entre sus cabezas, Harry vio aparecer cojeando a Ojoloco
Moody. Moody llevaba su vieja capa de viaje puesta sobre el camisón, y se apoyaba en
el bastón, como de costumbre.
—¿Qué es esto, una fiesta nocturna? —gruñó.
—El profesor Snape y yo hemos oído ruidos, profesor —se apresuró a contestar
Filch—. Peeves el poltergeist, que ha estado tirando cosas como de costumbre. Y
además el profesor Snape ha descubierto que alguien ha entrado en su despacho.
—¡Cállate! —le dijo Snape a Filch entre dientes.
Moody dio unpaso más hacia la escalera. Harry vio que el ojo mágico de Moody
se fijaba en Snape, y luego, sin posibilidad de error, en él mismo.
A Harry el corazón le dio un brinco. Moody podía ver a través de las capas
invisibles... Era el único que podía ver todo lo extraño de la escena: Snape en camisón,
Filch agarrando el huevo, y él, Harry, atrapado tras ellos en la escalera. La boca de
Moody, que era como un tajo torcido, se abrió por la sorpresa. Durante unos segundos,
él y Harry se miraron a los ojos. LuegoMoody cerró la boca y volvió a dirigir el ojo
azul a Snape.
—¿He oído bien, Snape? —preguntó—. ¿Ha entrado alguien en tu despacho?
—No tiene importancia —repuso Snape con frialdad.
—Al contrario —replicó Moody con brusquedad—, tiene mucha importancia.
¿Quién puede estar interesado en entrar en tu despacho?
—Supongo que algún estudiante —contestó Snape. Harry vio que le latía una vena
en la grasienta sien—. Ya ha ocurrido antes. Han estado desapareciendo de mi armario
privado ingredientes de pociones... Sin duda, alumnos que tratan de probar mezclas
prohibidas.
—¿Piensas que buscaban ingredientes de pociones? —dijo Moody—. ¿No
escondes nada más en tu despacho?
Harry vio que la cetrina cara de Snape adquiría un desagradable color teja, y la
vena de la sien palpitaba con más rapidez.
—Sabes que no, Moody —respondió en voz peligrosamente suave—, porque tú
mismo lo has examinado exhaustivamente.
La cara de Moody se contorsionó en una terrible sonrisa.
—Privilegio de auror, Snape. Dumbledore me dijo que echara un ojo...
—Resulta que Dumbledore confía en mí —dijo Snape, con los dientes apretados—.
¡Me niego a creer que él te diera órdenes de husmear en mi despacho!
—¡Por supuesto que Dumbledore confía en ti! —gruñó Moody—. Es un hombre
confiado, ¿no? Cree que hay que dar una segunda oportunidad. Yo, en cambio, pienso
que hay manchas que no se quitan. Manchas que no se quitan nunca, ¿me entiendes?
Snape hizo de repente algo muy extraño. Se agarró convulsivamente el antebrazo
izquierdo con la mano derecha, como si algo le doliera.
Moody se rió.
—Vuelve a la cama, Snape.
—¡Tú no tienes autoridad para enviarme a ningún lado! —replicó Snape con furia
contenida, soltando el brazo como enojado consigo mismo—. Tengo tanto derecho
como tú a hacer la ronda nocturna deeste colegio.
—Pues sigue haciendo la ronda —contestó Moody, pero su voz resultaba
amenazante—. Me muero de ganas de pillarte alguna vez en algún oscuro corredor... Se
te ha caído algo, al parecer.
Con una punzada de pánico, Harry vio que Moody señalabael mapa del
merodeador, que seguía tirado en el suelo, seis escalones por debajo de él. Cuando
Snape y Filch se volvieron a mirarlo, Harry abandonó toda prudencia: levantó los brazos
bajo la capa y los movió para llamar la atención de Moody, mientras gesticulaba con la
boca «¡es mío!, ¡mío!».
Snape fue a cogerlo; por la expresión de su cara, parecía que empezaba a entender.
—¡Accio pergamino!
El mapa voló por el aire, se deslizó entre los dedos extendidos de Snape y bajó la
escalera hasta la mano de Moody.
—Disculpa —dijo Moody con calma—. Es mío, se me ha debido de caer antes.
Pero los negros ojos de Snape pasaban del huevo en los brazos de Filch al mapa en
la mano de Moody, y Harry se dio cuenta de que estaba atando cabos, como sólo él
sabía...
—Potter —murmuró.
—¿Qué pasa? —preguntó Moody muy tranquilo, plegando el mapa y
guardándoselo.
—¡Potter! —gruñó Snape, y entonces volvió la cabeza y miró hacia donde estaba
Harry, como si de repente fuera capaz de verlo—. Ese huevo es el de Potter, y ese
pergamino pertenece a Potter. Lo he visto antes, ¡lo reconozco! ¡Potter está por aquí!
¡Potter, con su capa invisible!
Snape extendió las manos como un ciego y comenzó a subir por la escalera. Harry
hubiera jurado que sus narices de por si grandes se dilataban, intentando descubrir a
Harry por el olfato. Atrapado como estaba, Harry se hizo atrás para evitar los dedos de
Snape, pero de un momento a otro...
—¡Ahí no hay nada, Snape! —bramó Moody—. ¡Pero me encantará contarle al
director lo rápido que pensaste en Harry Potter!
—¿Con qué intención? —inquirió Snape, girando el rostro hacia Moody, pero con
las manos todavía extendidas a sólo unos centímetros del pecho de Harry.
—¡Con la intención de darle una pista sobre quién pudo meter a ese muchacho en
el Torneo! —contestó Moody, acercándose más al inicio de la escalera—. Lo mismo
que yo, está muy interesado en el problema. —La luz de la antorcha titiló en su
mutilado rostro, de forma que las cicatrices y el trozo de nariz que le faltaba fueron más
evidentes que nunca.
Snape miraba a Moody, y Harry no pudo ver la expresión de su cara. Durante un
momento nadie se movió ni dijo nada. Luego Snape bajó las manos lentamente.
—Sólo pensé —dijo intentando aparentar calma—que si Potter había vuelto a
pasear por el castillode noche... (es un mal hábito que tiene) habría que impedirlo. Por...
por su propia seguridad.
—¡Ah, ya veo! —repuso Moody en voz baja—. Lo haces por Potter, ¿eh?
Hubo una pausa. Snape y Moody seguían mirándose el uno al otro. La Señora
Norris emitió un sonoro maullido, todavía escudriñando desde los pies de Filch, como si
buscara la fuente del olor del baño de espuma.
—Creo que volveré a la cama —declaró Snape con tono cortante.
—Ésa es la mejor idea que has tenido en toda la noche —dijo Moody—. Ahora,
Filch, si me das ese huevo...
—¡No! —Filch agarraba el huevo como si fuera su primogénito—. ¡Profesor
Moody, ésta es la prueba de la conducta de Peeves!
—Pero pertenece al campeón al que se lo robó —replicó Moody—. Entrégamelo.
Ahora mismo.
Snape bajó la escalera y pasó por al lado de Moody sin decir nada más. Filch le
hizo una especie de marramiau a la Señora Norris, que miró a Harry fijamente, como
sin comprender, antes de volverse y seguir a su amo. Aún con la respiración alterada,
Harry oyó a Snape alejarse por el corredor. Filch le entregó el huevo a Moody, y
también desapareció de la vista, susurrándole a la Señora Norris:
—No importa, cielo mío. Veremos a Dumbledore por la mañana y le diremos lo de
Peeves.
Se oyó un portazo. Quedaron solos Harry y Moody, que apoyó el bastón en el
primer escalón y empezó a ascender con dificultad hacia él, dando un golpe sordo a
cada paso.
—Por un pelo, Potter —murmuró.
—Sí... eh... gracias —dijo Harry débilmente.
—¿Qué es esto? —preguntó Moody, sacando del bolsillo el mapa del merodeador y
desplegándolo.
—Un mapa de Hogwarts —explicó Harry, esperando que Moody no tardara en
sacarlo del escalón falso: le dolía la pierna.
—¡Por las barbas de Merlín! —susurró Moody, mirando el mapa. Su ojo mágico lo
recorría como enloquecido—. Esto... ¡esto si que es un buen mapa, Potter!
—Sí, es... es muy útil —repuso Harry. Estaba a punto de llorar del dolor—. Eh...
profesor Moody, ¿cree que podrá ayudarme?
—¿Qué? ¡Ah!, si, claro.
Moody agarró a Harry de los brazos y tiró. La pierna de Harry se liberó del escalón
falso, y él se subió al inmediatamente superior.
Moody volvió a observar el mapa.
—Potter... —dijo pensativamente—, ¿no verías por casualidad quién entró en el
despacho de Snape? ¿No lo verías en el mapa?
—Eh... sí, lo vi —admitió Harry—. Fue el señor Crouch.
El ojo mágico de Moody recorrió rápidamente toda la superficie del mapa.
—¿Crouch? —preguntó con inquietud—. ¿Estás seguro, Potter?
—Completamente —afirmó Harry.
—Bueno, ya no está aquí —dijo Moody, recorriendo todavía el mapa con su ojo—.
Crouch... Eso es muy, muy interesante.
Quedó en silencio durante más de un minuto, sin dejar de mirar el mapa. Harry
comprendió que aquella noticia le revelaba algo a Moody, y hubiera querido saber qué
era. No sabía si atreverse a preguntar. Moody le daba aún un poco de miedo, pero
acababa de sacarlo de un buen lío.
—Eh... profesor Moody, ¿por qué cree que el señor Crouch ha querido revolver en
el despacho de Snape?
El ojo mágico de Moody abandonó el mapa y se fijó, temblando, en Harry. Era una
mirada penetrante, y Harry tuvo la impresión de que Moody lo estaba evaluando,
considerando si responder o no, o cuánto decir.
—Mira, Potter —murmuró finalmente—, dicen que el viejo Ojoloco está
obsesionado con atrapar magos tenebrosos... perolo de Ojoloco no es nada, nada, al
lado de lo de Barty Crouch.
Siguió mirando el mapa. Harry ardía en deseos de saber más.
—Profesor Moody —dijo de nuevo—, ¿piensa usted que esto podría tener algo que
ver con... eh... tal vez el señor Crouch crea que pasa algo...?
—¿Como qué? —preguntó Moody bruscamente.
Harry se preguntó cuánto podría decir. No quería que Moody descubriera que tenía
una fuente de información externa, porque eso podría llevarlo a hacer insidiosas
preguntas sobre Sirius.
—No lo sé —murmuró Harry—. Últimamente han ocurrido cosas raras, ¿no? Ha
salido en El Profeta. La Marca Tenebrosa en los Mundiales, los mortífagos y todo eso...
Moody abrió de par en par sus dos ojos desiguales.
—Eres agudo, Potter. —El ojo mágico vagó de nuevo por el mapa del
merodeador—. Crouch podría pensar de manera parecida —dijo pensativamente—. Es
muy posible... Últimamente ha habido algunos rumores... incentivados por Rita Skeeter,
claro. Creo que mucha gente se está poniendo nerviosa. —Una forzada sonrisa
contorsionó su boca torcida—. ¡Ah, si hay algo que odio —susurró, más para sí mismo
que para Harry, y su ojo mágico se clavó en la esquina inferior izquierda del mapa—es
un mortífago indultado!
Harry lo miró fijamente. ¿Se estaría refiriendo a lo que él imaginaba?
—Y ahora quiero hacerte una pregunta, Potter —dijo Moody, en un tono mucho
más frío.
A Harry le dio un vuelco el corazón. Se lo había estado temiendo. Moody iba a
preguntarle de dónde había sacado el mapa, que era un objeto mágico sumamente
dudoso. Y si contaba cómo había caído en sus manos tendría que acusar a su propio
padre, a Fred y George Weasley, y al profesor Lupin, su anterior profesor de Defensa
Contra las Artes Oscuras. Moody blandió el mapa ante Harry, que se preparó para lo
peor.
—¿Podríasprestármelo?
—¡Ah! —dijo Harry. Le tenía mucho aprecio a aquel mapa pero, por otro lado, se
sentía muy aliviado de que Moody no le preguntara de dónde lo había sacado, y no le
cabía duda de que le debía un favor—. Sí, vale.
—Eres un buen chico —gruñó Moody—. Haré buen uso de esto: podría ser
exactamente lo que yo andaba buscando. Bueno, a la cama, Potter, ya es hora. Vamos...
Subieron juntos la escalera, Moody sin dejar de examinar el mapa como si fuera un
tesoro inigualable. Caminaron en silencio hasta la puerta del despacho de Moody, donde
él se detuvo y miró a Harry.
—¿Alguna vez has pensado en ser auror, Potter?
—No —respondió Harry, desconcertado.
—Tienes que planteártelo —dijo Moody moviendo la cabeza de arriba abajo y
mirando a Harry apreciativamente—. Sí, en serio. Y a propósito... Supongo que no
llevabas ese huevo simplemente para dar un paseo por la noche.
—Eh... no —repuso Harry sonriendo—. He estado pensando en el enigma.
Moody le guiñó un ojo, y luego el ojo mágico volvió a moverse como loco.
—No hay nada como un paseo nocturno para inspirarse, Potter. Te veo por la
mañana.
Entró en el despacho mirando de nuevo el mapa, y cerró la puerta tras él.
Harry volvió despacio hacia la torre de Gryffindor, sumido en pensamientos sobre
Snape y Crouch,y el significado de todo aquello. ¿Por qué fingía Crouch estar enfermo
si podía entrar en Hogwarts cuando quisiera? ¿Qué suponía que ocultaba Snape en su
despacho?
¡Y Moody pensaba que él, Harry, debía hacerse auror! Una idea interesante... Pero
cuando diez minutos después Harry se tendió en la cama silenciosamente, habiendo
dejado el huevo y la capa a buen recaudo en el baúl, pensó que antes de escogerlo como
carrera debía comprobar si todos los aurores estaban tan llenos de cicatrices.
26
La segunda prueba
—¡Dijiste que ya habías descifrado el enigma! —exclamó Hermione indignada.—¡Baja la voz! Sólo me falta... afinar un poco, ¿de acuerdo?
Ocupaban un pupitre justo al final del aula de Encantamientos. Aquel día tenían
que practicar lo contrario del encantamiento convocador: el encantamiento repulsor.
Debido a la posibilidad de que ocurrieran desagradables percances cuando los objetos
cruzaban el aula por los aires, el profesor Flitwick había entregado a cada estudiante una
pila de cojines con los que practicar, suponiendo que éstos no le harían daño a nadie
aunque erraran su diana. No era una idea desacertada, pero no acababa de funcionar. La
puntería de Neville, sin ir más lejos, era tan mala que no paraba de lanzar por el aula
cosas mucho máspesadas: como, por ejemplo, al propio profesor Flitwick.
—Olvidaos por un minuto del huevo ese, ¿queréis? —susurró Harry, mientras el
profesor Flitwick, con aspecto resignado, pasaba volando por su lado e iba a aterrizar
sobre un armario grande—. Lo quequiero es hablaros de Snape y Moody...
Aquella clase era el marco ideal para contar secretos, porque la gente se divertía
demasiado para prestar atención a las conversaciones de otros. Durante la última media
hora, en episodios susurrados, Harry les había relatado su aventura de la noche anterior.
—¿Snape dijo que Moody también había registrado su despacho? —preguntó Ron
con los ojos encendidos de interés, mientras repelía un cojín con un movimiento de la
varita (el almohadón se elevó en el aire y golpeócontra el sombrero de Parvati, el cual
fue a parar al suelo—. Esto... ¿crees que Moody ha venido a vigilar a Snape además de
a Karkarov?
—Bueno, no sé si eso es lo que Dumbledore le pidió hacer, pero desde luego es lo
que está haciendo —dijo Harry, moviendo la varita sin prestar mucha atención, de
forma que el cojín se precipitó del pupitre al suelo—. Moody dijo que si Dumbledore
permitía a Snape quedarse aquí era por darle una segunda oportunidad...
—¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido, mientras su segundo almohadón salía por el
aire rotando, rebotaba en la lámpara del techo y caía pesadamente sobre la mesa de
Flitwick—. Harry... ¡a lo mejor Moody cree que fue Snape el que puso tu nombre en el
cáliz de fuego!
—Vamos, Ron—dijo Hermione, escéptica—, ya creímosen cierta ocasión que
Snape intentaba matar a Harry, y resultó que le estaba salvando la vida, ¿recuerdas?
Mientras hablaba, repelió un cojín, que se fue volando por el aula y aterrizó en la
caja a la que se suponía que estaban apuntando todos. Harry miró a Hermione,
pensando... Era verdad que Snape le había salvado la vida en una ocasión, pero lo raro
era que no había duda alguna de que lo odiaba, lo odiaba tal como había odiado a su
padre cuando estudiaban juntos. Le encantaba quitarle puntos a Gryffindor por su causa,
y nunca había dejado escapar la ocasión de castigarlo, e incluso de sugerir que lo
expulsaran del colegio.
—Me da igual lo que diga Moody —siguió Hermione—. Dumbledore no es tonto.
No se equivocó al confiar en Hagrid y en el profesor Lupin, aunque hay muchos que no
les habrían dado trabajo; así que ¿por qué no va a tener razón también con Snape,
aunque sea un poco...
—... diabólico? —se apresuró a decir Ron—. Vamos, Hermione, a ver, ¿por qué le
registran el despacho todos esos buscadores de magos tenebrosos?
—¿Y por qué se hace el enfermo el señor Crouch? —preguntó a su vez
Hermione—. Es un poco raro que no pueda venir al baile de Navidad pero que, cuando
le apetece, se meta en el castillo en medio de la noche.
—Lo que pasa es que le tienes manía a Crouch por lo de esa elfina, Winky —dijo
Ron lanzando un cojín contra la ventana.
—Y tú sólo quieres creer que Snape trama algo —contestó Hermione metiendo el
suyo en la caja.
—Yo me conformaría con saber qué hizo Snape en su primera oportunidad, si es
que va ya por la segunda —dijo Harry en tono grave. Para su sorpresa, el cojín cruzó el
aula sin desviarse y aterrizó de forma impecable sobre el de Hermione.
Para cumplir el encargo de Sirius de ser informado sobre cualquier cosa rara que
ocurriera en Hogwarts, Harry le envió aquella noche una lechuza parda con una carta en
la que le explicaba todo lo referente a la incursión del señor Crouch en el despacho de
Snape y la conversación entre éste y Moody. Luego dedicó toda la atención al problema
más apremiante que tenía a la vista: cómo sobrevivir bajo el agua durante una hora el
día 24 de febrero.
A Ron le parecía bien la idea de volver a utilizar el encantamiento convocador:
Harry le había hablado de las escafandras, y Ron no veía ningún inconveniente a la idea
de que Harry llamara una desde la ciudad muggle más próxima. Hermione le echó el
plan por los suelos al señalarle que, en el improbable caso de que Harry lograra
desenvolverse con ella en el plazo de una hora, lo descalificarían con toda seguridad por
quebrantar el Estatuto Internacional del Secreto de los Brujos: era demasiado pedir que
ningún muggle viera la escafandra cruzando el aire en veloz vuelo hacia Hogwarts.
—Por supuesto, la solución ideal sería que te transformaras en unsubmarino o algo
así —comentó ella—. ¡Si hubiéramos dado ya la transformación humana! Pero no creo
que empecemos a verla hasta sexto, y si uno no sabe muy bien cómo es la cosa, el
resultado puede ser un desastre...
—Sí, ya. No me hace mucha gracia andar por ahí con un periscopio que me salga
de la cabeza. A lo mejor, si atacara a alguien delante de Moody, él podría convertirme
en uno...
—Sin embargo, no creo que te diera a escoger en qué convertirte —respondió
Hermione con seriedad—. No, creo que lo mejorserá utilizar algún tipo de
encantamiento.
De forma que Harry, diciéndose que pronto habría acumulado bastantes sesiones de
biblioteca para el resto de su vida, se volvió a enfrascar en polvorientos volúmenes,
buscando algún embrujo que capacitara a un ser humano para sobrevivir sin oxígeno.
Pero, a pesar de que él, Ron y Hermione investigaron durante los mediodías, las noches
y los fines de semana, y aunque Harry solicitó a la profesora McGonagall un permiso
para usar la Sección Prohibida, y hasta le pidió ayuda a la irritable señora Pince, que
tenía aspecto de buitre, no encontraron nada en absoluto que capacitara a Harry para
sumergirse una hora en el agua y vivir para contarlo.
Harry estaba empezando a sentir accesos de pánico, que ya le resultaban conocidos,
y volvió a tener dificultad para concentrarse en las clases. El lago, que para Harry había
sido siempre un elemento más de los terrenos del colegio, actuaba como un imán cada
vez que en un aula se sentaba próximo a alguna ventana, y le atrapaba la mirada con su
gran extensión de agua casi congelada de color gris hierro, cuyas profundidades oscuras
y heladas empezaban a parecerle tan distantes como la luna.
Exactamente igual que había ocurrido antes de enfrentarse al colacuerno, el tiempo
se puso a correr como si alguien hubiera embrujado los relojes para que fueran más
aprisa. Faltaba una semana para el 24 de febrero (aún quedaba tiempo); cinco días (tenía
que ir encontrando algo sin demora); tres días (¡por favor, que pueda encontrar algo!,
¡por favor!).
Cuando quedaban dos días, Harry volvió a perder el apetito. Lo único bueno del
desayuno del lunes fue el regreso de la lechuza parda que le había enviado a Sirius. Le
arrancó el pergamino, lo desenrolló y vio la carta más corta que Sirius lehabía escrito
nunca:
Envíame la lechuza de vuelta indicando la fecha de vuestro próximo permiso
para ir a Hogsmeade.
Harry giró la hoja para ver si ponía algo más, pero estaba en blanco.
—Este fin de semana no, el siguiente —susurró Hermione, que había leído la nota
por encima del hombro de Harry—. Toma, ten mi pluma y envíale otra vez la lechuza.
Harry anotó la fecha en el reverso de la carta de Sirius, la ató de nuevo a la pata de
la lechuza parda y la vio remontar el vuelo. ¿Qué esperaba? ¿Algún consejo sobre cómo
sobrevivir bajo el agua? Había estado tan obcecado con contarle a Sirius todo lo relativo
a Snape y Moody que se había olvidado por completo de mencionar el enigma del
huevo.
—¿Para qué querrá saber lo del próximo permiso para ir a Hogsmeade? —preguntó
Ron.
—No lo sé —dijo Harry desanimado. Se había esfumado la momentánea felicidad
que lo había embargado al ver la lechuza—. Vamos, nos toca Cuidado de Criaturas
Mágicas.
Ya fuera porque Hagrid intentara compensarlos por los escregutos de cola
explosiva, o porque sólo quedaran ya dos, o porque intentara demostrar que era capaz de
hacer lo mismo que la profesora Grubbly-Plank, el caso es que desde su vuelta había
proseguido las clases de ésta sobre los unicornios. Resultó que Hagrid sabía de
unicornios tanto como de monstruos, aunque era evidente que encontraba decepcionante
la carencia de colmillos venenosos.
Aquel día había logrado capturar dos potrillos de unicornio, que, a diferencia de los
unicornios adultos, eran de color dorado. Parvati y Lavender se quedaron extasiadas al
verlos, e incluso Pansy Parkinson tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular lo
mucho que le gustaban.
—Son más fáciles de ver que los adultos —explicaba Hagrid a la clase—. Cuando
tienen unos dos años de edad se vuelven de color plateado, y a los cuatro les sale el
cuerno. No se vuelven completamente blancos hasta que son plenamente adultos, más o
menos a los siete años. De recién nacidos son más confiados... admiten incluso a los
chicos. Vamos, acercaos un poco. Si queréis podéis acariciarlos... Dadles unos terrones
de azúcar de ésos.
—¿Estás bien, Harry? —murmuró Hagrid, haciéndose a un lado, mientras la
mayoría se arracimaba en torno a los potros.
—Sí.
—Pero un poco nervioso, ¿verdad?
—Un poco.
—Harry —dijo Hagrid apoyándole en el hombro su enorme mano, lo que hizo que
las rodillas de Harry se doblaran bajo el peso—, me preocuparía por ti si no te hubiera
visto enfrentarte a ese colacuerno. Pero ahora sé que eres capaz de cualquier cosa, así
que no estoy nada preocupado. Lo harás muy bien. Ya has descifrado el enigma, ¿no?
Harry afirmó con la cabeza, pero al hacerlo lo acometió un loco impulso de
confesar que no tenía ni idea de cómo aguantar una hora bajo el agua. Alzó la vista para
mirar a Hagrid. Tal vez fuera de vez en cuando al lago para atender a las criaturas que
vivían en él. Porque cuidaba de todos los animales de los terrenos del colegio...
—Vas a ganar —masculló Hagrid, volviendo a darle palmadas en el hombro, de
forma que Harry sintió que se hundía cinco centímetros en el suelo embarrado—. Lo sé.
Lo presiento. ¡Vas a ganar, Harry!
No tuvo valor para borrar de la cara de Hagrid la feliz sonrisa de confianza.
Fingiendo que se interesaba por los pequeños unicornios, hizo un esfuerzo para sonreír a
suvez y se adelantó para acariciarles el cuello, como hacían todos.
La noche precedente a la segunda prueba, Harry se sintió como atrapado en una
pesadilla. Se daba perfecta cuenta de que, aunque por algún milagro lograra hallar el
encantamiento adecuado, le sería muy difícil aprendérselo durante la noche. ¿Cómo
había podido dejar que pasara aquello? ¿Por qué no habría empezado antes a plantearse
el enigma del huevo? ¿Por qué se había permitido distraerse en las clases? ¿Y si algún
profesor hubiera mencionado en alguna ocasión cómo respirar en el agua?
Él, Ron y Hermione estaban en la biblioteca a la puesta del sol, pasando
febrilmente página tras página de encantamientos, ocultos unos de otros por enormes
pilas de libros amontonados en la mesa. El corazón le daba un vuelco a Harry cada vez
que encontraba en una página la palabra «agua», pero casi siempre era algo así como:
«Prepare un litro de agua, doscientos gramos de hojas de mandrágora cortadas en
juliana y una salamandra...»
—Creo que es imposible —declaró la voz de Ron desde el otro lado de la mesa—.
No hay nada. Nada. Lo que más se aproxima a lo que necesitamos es este
encantamiento desecador para drenar charcos y estanques, pero no es ni mucho menos
lo bastante potente para desecar el lago.
—Tiene que haber alguna manera —murmuró Hermione, acercándose una vela.
Tenía los ojos tan fatigados que escudriñaba la diminuta letra de Encantamientos y
embrujos antiguos caldos en el olvido con la nariz a tres dedos de distancia de la
página—. Nunca habrían puesto una prueba que no se pudiera realizar.
—Ahora lo han hecho —replicó Ron—. Harry, lo que tienes que hacer mañana es
bajar al lago, meter la cabeza dentro, gritarles a las sirenas que te devuelvan lo que sea
que te hayan mangado y ver si te hacen caso. Es tu opción más segura.
—¡Hay una manera de hacerlo! —insistió Hermione enfadada—. ¡Tiene que
haberla!
Parecía tomarse como una afrenta personal la falta de información útil que había
sobre el tema en la biblioteca. Nunca le había fallado.
—Ya sé loque tendría que haber hecho —dijo Harry, dejando descansar la cabeza
en el libro Trucos ingeniosos para casos peliagudos—. Tendría que haber aprendido a
hacerme animago como Sirius.
—¡Claro, así podrías convertirte en carpa cuando quisieras! —corroboró Ron.
—O en una rana —añadió Harry con un bostezo. Estaba exhausto.
—Lleva unos cuantos años convertirse en animago, y después hay que registrarse y
todo eso —dijo Hermione vagamente, echándole un vistazo al índice de Problemas
mágicos extraordinarios y sus soluciones—. La profesora McGonagall nos lo dijo,
¿recordáis? Hay que registrarse en el Departamento Contra el Uso Indebido de la
Magia, y decir en qué animal se convierte uno y con qué marcas, de qué color... para
que no se pueda hacer mal uso de ello.
—Estaba hablando en broma, Hermione —le aclaró Harry cansinamente—. Ya sé
que no me puedo convertir en rana mañana por la mañana.
—¡Ah, esto no sirve de nada! —se quejó Hermione cerrando de un golpe los
Problemas mágicos extraordinarios—. Pero ¡quién demonios va a querer hacerse
tirabuzones en los pelos de la nariz!
—A mí no me importaría —dijo la voz de Fred Weasley—. Daría que hablar, ¿no?
Harry, Ron y Hermione levantaron la vista. Fred y George acababan de salir de
detrás de unas estanterías.
—¿Qué hacéis aquí? —les preguntó Ron.
—Buscaros —repuso George—. McGonagall quiere que vayas, Ron. Y tú también,
Hermione.
—¿Por qué? —dijo Hermione, sorprendida.
—Ni idea... pero estaba muy seria —contestó Fred.
—Tenemos que llevaros a su despacho —explicó George.
Ron y Hermione miraron a Harry, que sintió un vuelco en el estómago. ¿Iría a
echarles una reprimenda? A lo mejor se había dado cuenta de lo mucho que lo
ayudaban, cuando se suponía que tenía que arreglárselas él solo.
—Nos veremos en la sala común —le dijo Hermione a Harry al levantarse con
Ron. Los dos parecían nerviosos—. Llévate todos los libros que puedas, ¿vale?
—Bien —asintió Harry, incómodo.
Hacia las ocho, la señora Pince había apagado todas las luces y le metía prisa para
que saliera de la biblioteca. Tambaleándose por el peso de todos los libros que pudo
coger, volvió a la sala común de Gryffindor, se llevó una mesa a un rincón y siguió
buscando. No encontró nada en Magia disparatada para brujos disparatados, ni
tampoco en Guía de la brujeríamedieval, ni una mención a proezas submarinas en la
Antología de los encantamientos del siglo XVIII, ni en Los espantosos moradores de las
profundidades, ni en Poderes que no sabías que tenías y lo que puedes hacer con ellos
ahora que te has enterado.
Crookshanks se subió al regazo de Harry y se ovilló, ronroneando. La sala común
se fue vaciando poco a poco. No paraban de desearle suerte para la mañana siguiente
con voces tan alegres y confiadas como la de Hagrid: todos parecían convencidos de
que estabaa punto de llevar a cabo otra sorprendente actuación como la de la primera
prueba. Harry no les podía contestar; sólo movía la cabeza de arriba abajo, como si
tuviera una pelota de goma en mitad de la garganta. Cuando faltaban diez minutos para
las doce de la noche, se quedó en la sala a solas con Crookshanks. Había mirado ya en
todos los libros que tenía, y Ron y Hermione seguían sin volver.
«Me rindo —se dijo a sí mismo—. No puedo. No tendré más remedio que bajar al
lago mañana y decírselo a los jueces...»
Se imaginó explicando que no podía hacer la prueba: vio ante sí la cara de sorpresa
de Bagman, sus ojos como platos; y la sonrisa de satisfacción de Karkarov, con sus
dientes amarillos; casi oyó realmente decir a Fleur Delacour: «Lo sabía... Es demasiado
joven, no es más que un niño»; vio a Malfoy, al frente de la multitud, exhibiendo la
insignia donde decía «POTTER APESTA»; vio la cara de tristeza y decepción de
Hagrid...
Olvidando que tenía a Crookshanks en el regazo, se levantó de repente. El gato
bufó molesto al caer al suelo, le dirigió a Harry una mirada de enfado y se marchó
ofendido con su cola de cepillo levantada, pero en esos momentos Harry subía ya a toda
prisa por la escalera de caracol que llevaba al dormitorio. Cogería la capa invisible y
volvería a la biblioteca. Si no había más remedio, pasaría la noche en ella.
—¡Lumos! —susurró Harry quince minutos después, al abrir la puerta de la
biblioteca.
Con la luz de la punta de la varita encendida, pasó por entre las estanterías,
cogiendo más libros: libros sobre maleficios y encantamientos, sobre sirenas, tritones y
monstruos marinos, sobre brujas y magos famosos, sobre inventos mágicos, sobre
cualquier cosa que pudiera incluir una referencia de pasada a la supervivencia bajo el
agua. Se los llevó a una mesa y se puso a trabajar, hojeando los libros al delgado haz de
luz de la varita. De vez en cuando consultaba el reloj.
La una de la madrugada... las dos de la madrugada... la única forma de aguantar era
repetirse una y otra vez: «En elpróximo libro, lo encontraré en el próximo libro...»
La sirena del cuadro del baño de los prefectos se estaba riendo. Harry salía a flote como
un corcho y se volvía a hundir en el agua espumosa que rodeaba la roca, mientras ella
sujetaba la Saeta de Fuego por encima de la cabeza de él.
—¡Ven a cogerla! —le decía entre risas—. ¡Vamos, salta!
—¡No puedo! —respondía jadeando Harry, que intentaba alcanzar la Saeta de
Fuego mientras hacía lo imposible por no hundirse—. ¡Dámela!
Pero ella se limité a punzarlo en un costado con el palo de la escoba, riéndose.
—Me haces daño... quita... ¡ay!
—¡Harry Potter debe despertar, señor!
—¡Deja de golpearme!
—¡Dobby debe golpear a Harry Potter para que despierte, señor!
Abrió los ojos. Seguía en la biblioteca. La capa invisible se le había caído al
dormirse, y la mejilla que tenía apoyada en el libro Donde hay una varita, hay una
manera se le había pegado a la página. Se incorporó y se colocó bien las gafas,
parpadeando ante la brillante luz del día.
—¡Harry Potter tiene que darse prisa! —chilló Dobby—. La segunda prueba
comienza dentro de diez minutos, y Harry Potter...
—¿Diez minutos? —repitió Harry con voz ronca—. ¿Diez... diez minutos?
Miró su reloj. Dobby tenía razón: eran las nueve y veinte. Un enorme peso muerto
le cayó del pecho al estómago.
—¡Aprisa, Harry Potter! —lo apremió Dobby, tirándole de la manga—. ¡Se supone
que tiene que bajar al lago con los otros campeones, señor!
—Es demasiado tarde, Dobby —dijo Harry desesperanzado—. No puedo afrontar
la prueba, porque no sé como...
—¡Harry Potter afrontará la prueba! —exclamó el elfo con su aguda vocecita—.
Dobby sabía que Harry no había encontrado el libro adecuado, así que Dobby lo ha
hecho por él.
—¿Qué? Pero tú no sabes en qué consiste la segunda prueba.
—¡Claro que Dobby lo sabe, señor! Harry Potter tiene que entrar en el lago, buscar
su prenda...
—¿Buscar mi qué?
—... y liberarla de las sirenas y los tritones.
—¿Qué quiere decir «prenda»?
—Su prenda, señor, su prenda. ¡La prenda que le dio este jersey a Dobby!
Dobby tiraba del encogido jersey de color rojo oscuro que llevaba encima de los
pantalones cortos.
—¿Qué? —dijo Harry con un hilo de voz—. ¿Tienen... tienen a Ron?
—¡Lo que Harry Potter más puede valorar, señor! —chilló Dobby—. Y pasada una
hora...
—«... ¡negras perspectivas!» —recitó Harry, mirando horrorizado al elfo—;
«demasiado tarde, ya no habrá salida...» ¿Qué tengo que hacer, Dobby?
—¡Tiene que comerse esto, señor! —dijo el elfo, y, metiéndose la mano en el
bolsillo de los pantalones, sacó una bola de algo que parecían viscosas colas de rata de
color gris verdoso—. Justo antes de entrar en el lago, señor: ¡branquialgas!
—¿Para qué? —preguntó Harry, mirando las branquialgas.
—¡Gracias a ellas, Harry Potter podrá respirar bajo el agua, señor!
—Dobby —le dijo Harry frenético—, escucha... ¿estás seguro de eso?
No era fácil olvidar que la última vez que Dobby había intentado ayudarlo había
acabado sin huesos en el brazo derecho.
—¡Dobby está completamente seguro, señor! —contestó el elfo muy serio—.
Dobby oye cosas, señor. Es un elfo doméstico, y recorre el castillo encendiendo
chimeneas y fregando suelos. Dobby oyó a la profesora McGonagall y al profesor
Moody en la sala de profesores, hablando sobre la próxima prueba... ¡Dobby no puede
permitir que Harry Potter pierda su prenda!
Las dudas de Harry quedaron despejadas. Poniéndose en pie de un salto, se quitó la
capa invisible, la guardó en la mochila, cogió las branquialgas y se las metió en el
bolsillo, y luego salió a toda velocidad de la biblioteca, con Dobby pisándole los
talones.
—¡Dobby tiene que volver a las cocinas, señor! —chilló Dobby al entrar en el
corredor—. Si no, se darán cuenta de que no está. ¡Buena suerte, Harry Potter, señor,
buena suerte!
—¡Hasta luego, Dobby! —gritó Harry, queechó a correr lo más aprisa que podía
por el corredor, y luego bajó los peldaños de la escalera de tres en tres.
En el vestíbulo se encontró con algunos rezagados que dejaban el Gran Comedor
después de desayunar y, traspasando las puertas de roble, se dirigían al lago para
contemplar la segunda prueba. Se quedaron mirando a Harry, que pasó a su lado como
una flecha, arrollando a Colin y Dennis Creevey al sortear de un salto la breve
escalinata de piedra, para luego salir al frío y claro exterior.
Al bajar a la carrera por la explanada, vio que las mismas tribunas que habían
rodeado en noviembre el cercado de los dragones estaban ahora dispuestas a lo largo de
una de las orillas del lago. Las gradas, llenas a rebosar, se reflejaban en el agua. El eco
de la algarabía de la emocionada multitud se propagaba de forma extraña por la
superficie del agua y llegaba hasta la orilla por la que Harry corría a toda velocidad
hacia el tribunal, que estaba sentado en el borde del lago a una mesa cubierta con tela
dorada. Cedric, Fleur y Krum se hallaban junto a la mesa, y lo observaban acercarse.
—Estoy... aquí... —dijo sin aliento Harry, que patinó en el barro al tratar de
detenerse en seco y salpicó sin querer la túnica de Fleur.
—¿Dónde estabas? —inquirió una voz severa y autoritaria—. ¡La prueba está a
punto de dar comienzo!
Miró hacia el lugar del que provenía la voz. Era Percy Weasley, sentado a la mesa
del tribunal. Nuevamente faltaba el señor Crouch.
—¡Bueno, bueno, Percy! —dijo Ludo Bagman, que parecía muy contento de ver a
Harry—. ¡Dejémoslo que recupere el aliento!
Dumbledore le sonrió, pero Karkarov y Madame Maxime no parecían nada
contentos de verlo... Por las caras, resultaba obvio que habían pensado que no
aparecería.
Se inclinó hacia delante poniendo las manos en las rodillas, y respiró hondo. Tenía
flato en el costado, que le dolía como un cuchillo clavado entre las costillas, pero no
había tiempo para esperar a que se le pasara. Ludo Bagman iba en aquel momento entre
los campeones, espaciándolos porla orilla del lago a una distancia de tres metros. Harry
quedó en un extremo, al lado de Krum, que se había puesto el bañador y sostenía en la
mano la varita.
—¿Todo bien, Harry? —susurró Bagman, distanciándolo un poco más de Krum—.
¿Tienes algún plan?
—Sí —musitó Harry, frotándose las costillas.
Bagman le dio un apretón en el hombro y volvió a la mesa del tribunal. Apuntó a la
garganta con la varita como había hecho en los Mundiales, dijo «¡Sonorus!», y su voz
retumbó por las oscuras aguas hasta las tribunas.
—Bien, todos los campeones están listos para la segunda prueba, que comenzará
cuando suene el silbato. Disponen exactamente de una hora para recuperar lo que se les
ha quitado. Así que, cuando cuente tres: uno... dos... ¡tres!
El silbato sonó en el aire frío y calmado. Las tribunas se convirtieron en un
hervidero de gritos y aplausos. Sin pararse a mirar lo que hacían los otros campeones,
Harry se quitó zapatos y calcetines, sacó del bolsillo el puñado de branquialgas, se lo
metió en la boca y entró en el lago.
El agua estaba tan fría que sintió que la piel de las piernas le quemaba como si
hubiera entrado en fuego. A medida que se adentraba, la túnica empapada le pesaba
cada vez más. El agua ya le llegaba a las rodillas, y los entumecidos pies sedeslizaban
por encima de sedimentos y piedras planas y viscosas. Masticaba las branquialgas con
toda la prisa y fuerza de que era capaz. Eran desagradablemente gomosas, como
tentáculos de pulpo. Cuando el agua helada le llegaba a la cintura, se detuvo,tragó las
branquialgas y esperó a que sucediera algo.
Se dio cuenta de que había risas entre la multitud, y sabía que debía de parecer
tonto, entrando en el agua sin mostrar ningún signo de poder mágico. En la parte del
cuerpo que aún no se le había mojado tenía carne de gallina. Medio sumergido en el
agua helada y con la brisa levantándole el pelo, empezó a tiritar. Evitó mirar hacia las
tribunas. La risa se hacía más fuerte, y los de Slytherin lo silbaban y abucheaban...
Entonces, de repente, sintió como si le hubieran tapado la boca y la nariz con una
almohada invisible. Intentó respirar, pero eso hizo que la cabeza le diera vueltas. Tenía
los pulmones vacíos, y notaba un dolor agudo a ambos lados del cuello.
Se llevó las manos a la garganta, y notó dos grandes rajas justo debajo de las
orejas, agitándose en el aire frío: ¡eran agallas! Sin pararse a pensarlo, hizo lo único que
tenía sentido en aquel momento: se echó al agua.
El primer trago de agua helada fue como respirar vida. La cabeza dejó de darle
vueltas. Tomó otro trago de agua, y notó cómo pasaba suavemente por entre las
branquias y le enviaba oxígeno al cerebro. Extendió las manos y se las miró: parecían
verdes y fantasmales bajo el agua, y le habían nacido membranas entre los dedos. Se
retorció para verse los pies desnudos: se habían alargado y también les habían salido
membranas: era como si tuviera aletas.
El agua ya no parecía helada. Al contrario, resultaba agradablemente fresca y muy
fácil de atravesar... Harry nadó, asombrándose de lolejos y rápido que lo propulsaban
por el agua sus pies con aspecto de aletas, y también de lo claramente que veía, y de que
no necesitara parpadear. Se había alejado tanto de la orilla que ya no veía el fondo. Se
hundió en las profundidades.
Al deslizarse por aquel paisaje extraño, oscuro y neblinoso, el silencio le
presionaba los oídos. No veía más allá de tres metros a la redonda, de forma que,
mientras nadaba velozmente, las cosas surgían de repente de la oscuridad: bosques de
algas ondulantes y enmarañadas, extensas planicies de barro con piedras iluminadas por
un levísimo resplandor. Bajó más y más hondo hacia las profundidades del lago, con los
ojos abiertos, escudriñando, entre la misteriosa luz gris que lo rodeaba, las sombras que
había más allá, donde el agua se volvía opaca.
Pequeños peces pasaban en todas direcciones como dardos de plata. Una o dos
veces creyó ver algo más grande ante él, pero al acercarse descubría que no era otra
cosa que algún tronco grande y ennegrecido o un denso macizo de algas. No había ni
rastro de los otros campeones, de sirenas ni tritones, de Ron ni, afortunadamente,
tampoco del calamar gigante.
Unas algas de color esmeralda de sesenta centímetros de altura se extendían ante él
hasta donde le alcanzaba la vista, como un prado de hierba muy crecida. Miraba hacia
delante sin parpadear, intentando distinguir alguna forma en la oscuridad... y entonces,
sin previo aviso, algo lo agarró por el tobillo.
Se retorció para mirar y vio que un grindylow, un pequeño demonio marino con
cuernos, le había aferrado la pierna con sus largos dedos y le enseñaba los afilados
colmillos. Se apresuró a meterse en el bolsillo la mano membranosa, y buscó a tientas la
varita mágica. Pero, para cuando logró hacerse con ella, otros dos grindylows habían
salido de las algas y, cogiéndolo de la túnica, intentaban arrastrarlo hacia abajo.
—¡Relaxo! —gritó Harry.
Pero no salió ningún sonido de la boca, sino una burbuja grande, y la varita, en vez
de lanzar chispas contra los grindylows, les arrojó lo que parecía un chorro de agua
hirviendo, porque donde les daba les producía en la piel verde unas ronchas rojas de
aspecto infeccioso. Harry se soltó el tobillo del grindylow y escapó tan rápido como
pudo, echando a discreción de vez en cuando más chorros de agua hirviendo por encima
del hombro. Cada vez que notaba que alguno de los grindylows le volvía a agarrar el
tobillo, le lanzaba una patada muy fuerte. Por fin, sintió que su pie había golpeado una
cabeza con cuernos; volviéndose a mirar, vio al aturdido grindylow alejarse en el agua,
bizqueando, mientras sus compañeros amenazaban a Harry con el puño y se hundían
otra vez entre las algas.
Aminoró un tanto, guardó la varita en la túnica, y miró en torno, escuchando,
mientras describía en el agua un círculo completo. La presión del silencio contra los
tímpanos se había incrementado. Debía de hallarse a mayor profundidad, pero nada se
movía salvo las ondulantes algas.
—¿Cómo te va?
Harry creyó que le daba un infarto. Se volvió de inmediato, y vio a Myrtle la
Llorona flotando vaporosamente delante de él, mirándolo a través de sus gruesas gafas
nacaradas.
—¡Myrtle! —intentó gritar Harry.
Pero, una vez más, lo único que le salió de la boca fue una burbuja muy grande.
Myrtle la Llorona se rió.
—¡Deberías mirar por allá! —le dijo, señalando en una dirección—. No te
acompaño. No me gustan mucho: me persiguen cada vez que me acerco.
Harry le hizo un gesto de agradecimiento con la mano, y se fue en la dirección
indicada, con cuidado de nadar algo más distanciado de las algas para evitar a otros
grindylows que pudieran estar al acecho.
Siguió nadando durante unos veinte minutos, hasta que llegó a unas vastas
extensiones de barro negro, que enturbiaba el agua en pequeños remolinos cuando él
pasaba aleteando. Luego, por fin, percibió un retazo del canto de las criaturas marinas:
Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora...
Harry nadó más aprisa, y no tardó en ver aparecer frente a él una roca grande que
se alzaba del lodo. Había en ella pinturas de sirenas y tritones que portaban lanzas y
parecían estar tratando de dar caza al calamar gigante. Harry pasó la roca, guiado por la
canción:
... ya ha pasado media hora, así que no nos des largas si no quieres que lo que
buscas se quede criando algas...
De repente, de la oscuridad que lo envolvía todo surgió un grupo de casas de piedra
sin labrar y cubiertas de algas. Harry distinguió rostros en las ventanas, rostros que no
guardaban ninguna semejanza con el del cuadro de la sirena que había en el baño de los
prefectos...
Las sirenas y los tritones tenían la piel cetrina y el pelo verde oscuro, largo y
revuelto. Los ojos eran amarillos, del mismo color que sus dientes partidos, y llevaban
alrededor del cuello unas gruesas cuerdas con guijarros ensartados. Le dirigieron a
Harry sonrisas malévolas. Dos de aquellas criaturas, que enarbolaban una lanza, salieron
de sus moradas para observarlo, mientras batían el agua con sus fuertes colas de pez
plateadas.
Harry siguió, mirando a sualrededor, y enseguida las casas se hicieron más
numerosas. Alrededor de algunas de ellas había jardines de algas, y hasta vio un
grindylow que parecían tener de mascota, atado a una estaca a la puerta de una de las
moradas. Para entonces las sirenas y los tritones salían de todos lados y lo contemplaban
con mucha curiosidad; señalaban sus branquias y las membranas de sus extremidades, y
se tapaban la boca con las manos para hablar entre ellos. Harry dobló muy aprisa una
esquina, y vio de pronto algo muy raro.
Una multitud de sirenas y tritones flotaba delante de las casas que se alineaban en
lo que parecía una versión submarina de la plaza de un pueblo pintoresco. En el medio
cantaba un coro de tritones y sirenas para atraer a los campeones, y tras ellos se erguía
una tosca estatua que representaba a una sirena gigante tallada en una mole de piedra.
Había cuatro personas ligadas con cuerdas a la cola de la sirena.
Ron estaba atado entre Hermione y Cho Chang. Había también una niña que no
parecía contar más de ocho años y cuyo pelo plateado le indicó a Harry que debía de ser
hermana de Fleur Delacour. Daba la impresión de que los cuatro se hallaban sumidos en
un sueño muy profundo: la cabeza les colgaba sobre los hombros, y de la boca les salía
una fina hilera de burbujas.
Se acercó rápidamente a ellos, temiendo que los tritones bajaran las lanzas para
atacarlo, pero no hicieron nada. Las cuerdas de algas que sujetaban a los rehenes a la
estatua eran gruesas, viscosas y muy fuertes. Por una fracción desegundo, pensó en la
navaja que Sirius le había regalado por Navidad y que tenía guardada en el baúl, dentro
del castillo, a cuatrocientos metros de allí, donde no le podía servir de nada en absoluto.
Miró a su alrededor. Muchos de los tritones y sirenas que los rodeaban llevaban
lanzas. Se acercó rápidamente a un tritón de más de dos metros de altura que lucía una
larga barba verde y un collar de colmillos de tiburón, y le pidió por señas la lanza. El
tritón se rió y negó con la cabeza.
—No ayudamos —declaró con una voz ronca.
—¡Vamos! —dijo Harry furioso (aunque sólo le salieron burbujas de la boca), e
intentó arrancarle la lanza al tritón, pero él tiró de ella, sin dejar de negar ni de reírse.
Harry se volvió y buscó algo afilado... algo...
Había piedras en el fondo del lago. Se hundió para coger una particularmente
dentada, y regresó junto a la estatua. Comenzó a cortar las cuerdas que ataban a Ron, y,
tras varios minutos de duro trabajo, lo consiguió. Ron flotó, inconsciente, unos
centímetros por encima del fondo del lago, balanceándose ligeramente con el flujo del
agua.
Harry miró a su alrededor. No había señal de ninguno de los otros campeones.
¿Qué hacían? ¿Por qué no se daban prisa? Se volvió hacia Hermione, levantó la piedra
dentada y se dispuso a cortarle las cuerdas también a ella...
De inmediato lo agarraron varios pares de fuertes manos grises. Media docena de
tritones lo separaban de Hermione, negando con la cabeza y riéndose.
—Llévate el tuyo —le dijo uno de ellos—. ¡Deja a los otros!
—¡De ninguna manera! —respondió Harry furioso... pero de la boca sólo le
salieron dos burbujas grandes.
—Tu misión consiste en liberar a tu amigo... ¡Deja a los otros!
—¡Ella también es amiga mía! —gritó Harry, señalando a Hermione y sin echar
por la boca más que una enorme burbuja plateada—. ¡Y tampoco quiero que ellas
mueran!
La cabeza de Cho se indinaba sobre el hombro de Hermione. La niña del pelo
plateado estaba espectralmente pálida y verdosa. Harry intentó apartar a los tritones,
pero ellos se reíanmás fuerte que antes, deteniéndolo. Harry miró a su alrededor,
desesperado. ¿Dónde estaban los otros? ¿Le daría tiempo de subir con Ron a la
superficie y volver por Hermione y las otras? ¿Podría encontrarlas otra vez? Miró el
reloj para ver cuánto tiempo le quedaba, pero se le había parado.
Entonces los tritones y las sirenas que lo rodeaban señalaron hacia lo alto. Al
levantar la vista, Harry vio a Cedric nadando hacia allí. Tenía una enorme burbuja
alrededor de la cabeza, que agrandaba extrañamente losrasgos de su cara.
—¡Nos perdimos! —dijo moviendo los labios, sin pronunciar ningún sonido, y
estremecido de horror—. ¡Fleur y Krum vienen detrás!
Muy aliviado, Harry vio a Cedric sacar un cuchillo del bolsillo y liberar con él a
Cho, para luego subir con ella hasta perderse de vista.
Harry miró a su alrededor, esperando. ¿Dónde estaban Fleur y Krum? El tiempo se
agotaba y, de acuerdo con la canción, si la hora de plazo concluía, los rehenes se
quedarían allí para siempre.
De pronto, los tritones y las sirenas prorrumpieron en alaridos de excitación. Los
que sujetaban a Harry aflojaron las manos, mirando hacia atrás. Harry se volvió y vio
algo monstruoso que se dirigía hacia ellos abriéndose paso por el agua: el cuerpo de un
hombre en bañador con cabeza de tiburón: era Krum. Parecía que se había
transformado, pero mal.
El hombre-tiburón fue directamente hasta Hermione y empezó a morderle las
cuerdas. El problema estaba en que los nuevos dientes de Krum se hallaban en una
posición poco práctica para mordernada que fuera más pequeño que un delfín, y Harry
se dio cuenta de que, si Krum no ponía mucho cuidado, cortaría a Hermione por la
mitad. Lanzándose hacia Krum, le dio un golpe en el hombro y le entregó la piedra
dentada. Krum la cogió y la usó para liberar a Hermione. Al cabo de unos segundos ya
lo había logrado. Cogió a Hermione por la cintura y, sin una mirada hacia atrás, se
impulsó rápidamente hacia la superficie con ella.
«¿Y ahora qué?», pensó Harry desesperado. Si estuviera seguro de que llegaría
Fleur... pero no había ni rastro de ella.
Cogió la piedra que Krum había tirado al suelo, pero los tritones se acercaron a él y
a la niña, negando con la cabeza.
Harry sacó la varita.
—¡Apartaos!
Sólo le salieron burbujas de la boca, pero tenía la clara impresión de que los
tritones habían comprendido, porque de repente dejaron de reírse. Sus amarillos ojos
estaban fijos en la varita de Harry, y parecían asustados. Podían ser muchos más que él,
pero viendo sus caras comprendió que no sabían más de magiaque el calamar gigante.
—¡Contaré hasta tres! —gritó. Salió una fila de burbujas, pero levantó tres dedos
para asegurarse de que entendían el mensaje—. Uno... —bajó un dedo—, dos... —bajó
el segundo.
Se dispersaron. Harry se lanzó hacia la niña y empezóa cortarle las cuerdas que la
ataban a la estatua. Y al final la liberó. Cogió a la niña por la cintura y a Ron por el
cuello de la túnica, y comenzó a ascender.
El ascenso era muy lento, porque ya no podía usar las manos palmeadas para
avanzar. Movió lasaletas con furia, pero Ron y la hermana de Fleur eran como sacos de
patatas que tiraban de él hacia abajo... Alzó los ojos hacia el cielo, aunque sabía que aún
debía de encontrarse muy hondo porque el agua estaba oscura por encima de él.
Los tritones y las sirenas lo acompañaban en la subida. Los vio girar a su alrededor
con gracilidad, observando cómo él forcejeaba contra las aguas. ¿Lo arrastrarían a las
profundidades cuando el tiempo hubiera concluido? Tal vez devoraban humanos... Las
piernas se le agarrotaban del esfuerzo de nadar, y los hombros le dolían terriblemente de
arrastrar a Ron y a la niña...
Respiraba con dificultad. Volvían a dolerle los lados del cuello, y era muy
consciente de la humedad del agua en la boca... pero, por otro lado, el agua se aclaraba.
Podía ver sobre él la luz del día...
Dio un potente coletazo con las aletas, pero descubrió entonces que ya no eran más
que pies... El agua que le entraba por la boca le inundaba los pulmones. Empezaba a
marearse, pero sabía que la luz y el aire se hallaban sólo a unos tres metros por encima
de él. Tenía que llegar... tenía que conseguirlo...
Hizo tal esfuerzo con las piernas que le pareció que los músculos se quejaban a
gritos. Incluso su cerebro parecía lleno de agua: no podía respirar, necesitaba oxígeno,
tenía que seguir subiendo, no podía parar...
Y entonces notó que rompía con la cabeza la superficie del agua. Un aire limpio,
fresco y maravilloso le produjo escozor en la cara empapada. Tomó una bocanada de
aquel aire, con la sensación de que nunca había respirado de verdad y, jadeando, tiró de
Ron y de la niña hasta la superficie. Alrededor de ellos, por todas partes, emergían unas
primitivas cabezas de pelo verde, pero ahora le sonreían.
Desde las tribunas, la multitud armaba muchísimo jaleo: todos estaban de pie,
gritando y chillando. Tuvo la impresión de que creían que Ron y la niña habían muerto,
pero se equivocaban: tanto uno como otro habían abierto los ojos. La niña parecía
asustada y confusa, pero Ron simplemente echó un chorro de agua por la boca,
parpadeó a la brillante luz del día y se volvió hacia Harry.
—Esto está muy húmedo, ¿eh? —comentó; luego miró a la hermana de Fleur—.
¿Para qué la has traído?
—Fleur no apareció. No podía dejarla allí —contestó Harry jadeando.
—Harry, serás ingenuo... —dijo Ron—. ¡No me digas que te tomaste la canción en
serio! Dumbledore no nos habría dejado ahogarnos allí.
—Pero la canción decía...
—¡Era sólo para asegurarse de que te dabas prisa en volver! —replicó Ron—.
¡Espero que no perdieras el tiempo allí abajo interpretando el papel de héroe!
Harry se sintió al mismo tiempo estúpido y enfadado. Para Ron había sido muy
fácil: había permanecido dormido, no se había dado cuenta de lo sobrecogedor que era
el lago y verse rodeado de tritones y sirenas armados de lanzas, que parecían más que
capaces de asesinar.
—Vamos —dijo Harry—, ayúdame a llevarla. Creo que no nada muy bien.
Con la compañía de veinte sirenas y tritones, que hacían de guardia de honor
cantando sus horribles cánticos que parecían chirridos, llevaron a la hermana de Fleur
por el agua hasta la orilla, desde donde los observaban los miembros del tribunal.
Harry vio a la señora Pomfrey prodigando sus atenciones a Hermione, Krum,
Cedric y Cho, que estaban envueltos en mantas muy gruesas. Desde la orilla a la que se
dirigían, Dumbledore y Ludo Bagman les sonreían, pero Percy, que parecía muy pálido
y, en cierto modo, más joven de lo habitual, fue a su encuentro chapoteando en el agua.
Mientras tanto, Madame Maxime intentaba sujetar a Fleur Delacour, que estaba
completamente histérica y peleaba con uñas y dientes para volver al agua.
—¡«Gabguielle»!, ¡«Gabguielle»! ¿Está viva? ¿Está «heguida»?
—¡Está bien! —intentó decirle Harry, pero llegaba tan cansado que apenas podía
hablar, y mucho menos gritar.
Percy agarró a Ron y tiró de él hacia la orilla («¡Déjame en paz, Percy, estoy
bien!»); Dumbledore y Bagman cogieron a Harry; Fleur se había soltado de Madame
Maxime y corría a abrazar a su hermana.
—Fue «pog» los «guindylows»... Me «atacagon»... ¡Ah, Gabguielle, pensé...
pensé...!
—Tú, ven aquí —dijo la voz de la señora Pomfrey.
Agarró a Harry y, llevándolo hasta donde estaban Hermione y los otros, lo envolvió
tan apretado en una manta que le pareció que le había puesto una camisa de f uerza, y lo
obligó a beber una poción muy caliente que le hizo salir humo por las orejas.
—¡Muy bien, Harry! —gritó Hermione—. ¡Lo hiciste, averiguaste el modo, y todo
por ti mismo!
—Bueno... —contestó Harry. Le hubiera contado lo de Dobby, pero se acababade
dar cuenta de que Karkarov lo miraba. Era el único miembro del tribunal que no se
había levantado de la mesa, el único que no mostraba señales de alivio al ver volver
sanos y salvos a Harry, Ron y la hermana de Fleur—. Sí, es verdad —dijo Harry,
elevando algo la voz para que lo oyera Karkarov.
—Tienes un «escarrabajo» en el pelo, Herr... mío... ne —dijo Krum.
Harry tuvo la impresión de que Krum intentaba recuperar la atención de Hermione,
tal vez para recordarle que había sido él quien la había rescatado del lago, pero
Hermione se quitó el escarabajo del pelo con un gesto de impaciencia y continuó:
—Pero te has pasado un montón del tiempo, Harry... ¿Te costó mucho
encontrarnos?
—No, os encontré sin problemas.
Harry se sentía más idiota a cada momento.Una vez fuera del agua, le parecía
evidente que las medidas de seguridad de Dumbledore no habrían permitido la muerte
de uno de los rehenes sólo porque el campeón no hubiera conseguido llegar a tiempo.
¿Por qué no había cogido a Ron y se había marchado con él? Habría sido el primero...
Ni Cedric ni Krum habían perdido un instante preocupándose por los otros: no se habían
tomado en serio la canción de las sirenas.
Dumbledore estaba agachado en la orilla, trabando conversación con la que parecía
la jefa delas sirenas, que tenía un aspecto especialmente feroz y salvaje. El director
hacía el mismo tipo de ruidos estridentes que las sirenas y los tritones producían fuera
del agua: evidentemente, Dumbledore hablaba sirenio. Finalmente se enderezó, se
volvió hacia los otros miembros del tribunal y les dijo:
—Me parece que tenemos que hablar antes de dar la puntuación.
Los miembros del tribunal hicieron un corrillo para discutir. La señora Pomfrey
había ido a rescatar a Ron de las garras de Percy; lo llevó con Harry y los otros, le dio
una manta y un poco de poción pimentónica, y luego fue en busca de Fleur y su
hermana. Fleur tenía muchos cortes en la cara y los brazos, y la túnica rasgada; pero no
parecía que eso le preocupara, y no permitió que la señora Pomfrey se ocupara de ella.
—Atienda a «Gabguielle» —le dijo, y luego se volvió hacia Harry—. Tú la has
salvado —le dijo casi sin resuello—. Aunque no «ega» tu «gueén».
—Sí —asintió Harry, que en ese momento estaba muy arrepentido de no haber
dejado a las tres atadas a la estatua.
Fleur se inclinó, besó a Harry dos veces en cada mejilla (él sintió que la cara le
ardía, y no le habría extrañado que le hubiera vuelto a salir humo por las orejas), y luego
le dijo a Ron:
—Tú también la ayudaste.
—Sí —dijo Ron muyilusionado—, un poco.
Fleur se abalanzó también sobre él para besarlo. Hermione parecía furiosa, pero
justo entonces la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman retumbó junto a ellos
y los sobresaltó. En las gradas, la multitud se quedó de repente en silencio.
—Damas y caballeros, hemos tomado una decisión. Murcus, la jefa sirena, nos ha
explicado qué ha ocurrido exactamente en el fondo del lago, y hemos puntuado en
consecuencia. El total de nuestras puntuaciones, que se dan sobre un máximo de
cincuenta puntos a cada uno de los campeones, es el siguiente:
»La señorita Delacour, aunque ha demostrado un uso excelente del encantamiento
casco-burbuja, fue atacada por los grindylows cuando se acercaba a su meta, y no
consiguió recuperar a su hermana. Le concedemos veinticinco puntos.
Aplaudieron en las tribunas.
—Me «meguezco» un «cego» —dijo Fleur con voz ronca, agitando su magnífica
cabellera.
—El señor Diggory, que también ha utilizado el encantamiento casco-burbuja, ha
sido el primero en volver con su r ehén, aunque lo hizo un minuto después de concluida
la hora.
Se escucharon unos vítores atronadores procedentes de la zona de Hufflepuff.
Harry vio que, entre la multitud, Cho le dirigía a Cedric una mirada entusiasmada.
—Por tanto le concedemos cuarenta ysiete puntos.
A Harry se le cayó el alma a los pies. Si Cedric había llegado demasiado tarde, él
desde luego mucho más.
—El señor Viktor Krum ha utilizado una forma de transformación incompleta, que
sin embargo dio buen resultado, y ha sido el segundo envolver con su rescatada. Le
concedemos cuarenta puntos.
Karkarov aplaudió muy fuerte y de manera muy arrogante.
—El señor Harry Potter ha utilizado con mucho éxito las branquialgas —prosiguió
Bagman—. Volvió en último lugar, y mucho después de terminado el plazo de una hora.
Pero la jefa sirena nos ha comunicado que el señor Potter fue el primero en llegar hasta
los rehenes, y que el retraso en su vuelta se debió a su firme decisión de salvarlos a
todos, no sólo al suyo.
Tanto Ron como Hermione dirigierona Harry miradas que eran en parte de
exasperación, en parte de compasión.
—La mayoría de los miembros del tribunal —y aquí Bagman le dirigió a Karkarov
una mirada muy desagradable—están de acuerdo en que esto demuestra una gran altura
moral y que merece ser recompensado con la máxima puntuación. No obstante... la
puntuación del señor Potter son cuarenta y cinco puntos.
A Harry le dio un vuelco el estómago. Estaba empatado en el primer puesto con
Cedric Diggory. Ron y Hermione, muy sorprendidos, miraron a Harry; luego se rieron y
empezaron a aplaudir muy fuerte con el resto de la multitud.
—¿Has visto, Harry? —le gritó Ron por encima del estruendo—. ¡Después de todo,
no fuiste tan tonto! ¡Estabas demostrando gran altura moral!
Fleur también aplaudíacon mucho entusiasmo. Krum, en cambio, no parecía nada
contento. Volvió a intentar entablar conversación con Hermione, pero ella estaba
demasiado ocupada vitoreando a Harry para escuchar.
—La tercera y última prueba tendrá lugar al anochecer del día veinticuatro de junio
—continuó Bagman—. A los campeones se les notificará en qué consiste dicha prueba
justo un mes antes. Gracias a todos por el apoyo que les brindáis.
«Ya ha pasado», pensaba Harry algo aturdido mientras la señora Pomfrey se lo
llevaba conel resto de los campeones y los rehenes de regresó al castillo, para que se
pusieran ropa seca. Ya había pasado todo: había superado la prueba, y no tenía que
preocuparse por nada más hasta el 24 de junio...
Mientras subía la escalinata de piedra que daba acceso al castillo, decidió que en
cuanto volviera a Hogsmeade le compraría a Dobby un par de calcetines para cada día
del año.
27
El regreso de Canuto
Una de las mejores consecuencias de la prueba fue que después todo el mundo estabadeseando conocer los detalles de lo ocurrido bajo el agua, lo que supuso que por una vez
Ron compartiera el protagonismo con Harry. Éste notó que la versión que Ron daba de
los hechos cambiaba sutilmente cada vez que los contaba. Al principio dijo lo que
parecía ser más o menos la verdad; por lo menos, coincidía con la versión de Hermione:
Dumbledore había reunido en el despacho de la profesora McGonagall a todos los
futuros rehenes y, después de asegurarles que no les pasaría nada y que despertarían al
salir del agua, los había dormido mediante un hechizo. Una semana después, sin
embargo, Ron contaba un emocionante relato de secuestro en el que se enfrentaba él
solo a cincuenta tritones armados hasta los dientes, que habían tenido que reducirlo
antes de poder atarlo.
—Pero yo tenía la varita oculta en la manga —le aseguraba a Padma Patil, que
parecía haberse vuelto más amable con Ron cuando éste se convirtió en el centro de
atención, y le hablaba cada vez que se cruzaba con él por los corredores—. Si hubiera
querido, podría haber raptado yo a esos atontados.
—¿Cuándo los ibas a raptar? ¿Mientras se mondaban de risa? —le preguntó
Hermione mordazmente. Estaba muy irritable porque le tomaban mucho el pelo a
propósito de que fuera ella la persona a la que Viktor Krum más valoraba.
Ron enrojeció hasta las orejas, y en adelante retomó la primera versión de los
hechos.
Había empezado marzo, y el tiempo se hizo más seco, pero un viento terrible
parecía despellejarles manos y cara cada vez que salían del castillo. Había retrasos en el
correo porque el viento desviaba a las lechuzas del camino. La lechuza parda que Harry
había enviado a Sirius con la fecha del permiso para ir a Hogsmeade volvió el viernes
por la mañana a la hora del desayuno con la mitad de las plumas revueltas. En cuanto
Harry le desprendió la carta de Sirius se escapó, temiendo que la enviaran otra vez.
La carta de Sirius era casi tan corta como la anterior:
Id al paso de la cerca que hay al final de la carretera que sale de Hogsmeade
(más allá de Dervish yBanges) el sábado a las dos en punto de la tarde.
Llevad toda la comida que podáis.
—¡No habrá vuelto a Hogsmeade! —exclamó Ron, sorprendido.
—Eso parece —observó Hermione.
—No puedo creerlo —dijo Harry muy preocupado—. Si lo cogen...
—Hasta ahora no lo han conseguido —le recordó Ron—. Y el lugar ya no está
lleno de dementores.
Harry plegó la carta, pensando. La verdad era que quería volver a ver a Sirius. De
forma que fue a la última clase de la tarde (doble hora de Pociones) mucho más
contento de lo que normalmente se sentía cuando bajaba la escalera que llevaba a las
mazmorras.
Malfoy, Crabbe y Goyle habían formado un corrillo a la puerta de la clase con la
pandilla de chicas de Slytherin a la que pertenecía Pansy Parkinson. Todos miraban algo
que Harry no alcanzó a distinguir, y se reían por lo bajo con muchas ganas. La cara de
Pansy asomó por detrás de la ancha espalda de Goyle y los vio acercarse.
—¡Ahí están, ahí están! —anunció con una risa tonta, y el corro se rompió.
Harry vio que Pansy tenía en las manos un ejemplar de la revista Corazón de bruja.
La foto con movimiento de la portada mostraba a una bruja de pelo rizado que sonreía
enseñando los dientes y apuntaba a un bizcocho grande con la varita.
—¡A lo mejor encuentras aquí algo de tu interés, Granger! —dijo Pansy en voz
alta, y le tiró la revista a Hermione, que la cogió algo sobresaltada.
En aquel momento se abrió la puerta de la mazmorra, y Snape les hizo señas de que
entraran.
Hermione, Harry y Ron se encaminaron hacia su pupitre al final de la mazmorra.
En cuanto Snape volvió la espalda para escribir en la pizarra los ingredientes de la
poción de aquel día, Hermione se apresuró a hojear la revista bajo el pupitre. Al fin, en
las páginas centrales, encontró lo que buscaba. Harry y Ron se inclinaron un poco para
ver mejor. Una fotografía en color de Harry encabezaba un pequeño artículo titulado
«La pena secreta de Harry Potter»:
Tal vez sea diferente. Pero, aun así, es un muchacho que padece todos los
sufrimientos típicos de la adolescencia, nos revela Rita Skeeter. Privado de
amor desde la trágica pérdida de sus padres, a sus catorce años Harry Potter
creía haber encontrado consuelo en Hogwarts en su novia, Hermione Granger,
una muchacha hija de muggles. Poco sospechaba que no tardaría en sufrir otro
golpe emocional en una vida cuajada de pérdidas.
La señorita Granger, una muchacha nada agraciada pero sí muy
ambiciosa, parece sentir debilidad por los magos famosos, debilidad que ni
siquiera Harry ha podido satisfacer por sí solo. Desde la llegada a Hogwarts de
Viktor Krum, el buscador búlgaro y héroe de los últimos Mundiales de
quidditch, la señorita Granger ha jugado con los afectos de ambos muchachos.
Krum, que está abiertamente enamorado de la taimada señorita Granger, la ha
invitado ya a visitarlo en Bulgaria durante las vacaciones de verano, no sin
antes declarar que jamás había sentido lo mismo por ninguna otra chica.
Sin embargo, podrían no ser los dudosos encantos naturales de la señorita
Granger los que han conquistado el interés de estos pobres chicos.
«Es fea con ganas —nos declara Pansy Parkinson, una bonita y vivaracha
alumna de cuarto curso—, pero es perfectamente capaz de preparar un filtro
amoroso, porque es una sabelotodo. Supongo que así lo consigue.»
Como esnatural, los filtros amorosos están prohibidos en Hogwarts, y no
cabe duda de que Albus Dumbledore estará interesado en investigar estas
sospechas. Mientras tanto, las admiradoras de Harry Potter tendremos que
conformarnos con esperar que la próxima vez le entregue su corazón a una
candidata más digna de él.
—¡Te lo advertí! —le dijo Ron a Hermione entre dientes, mientras ella seguía con
la vista fija en el artículo—. ¡Te advertí que no debías picarla! ¡Te ha presentado como
una especie de... de mujer fatal!
Del rostro de Hermione desapareció la expresión de aturdimiento, y en su lugar
soltó una risotada.
—¿Mujer fatal? —repitió, conteniendo la risa.
—Es como las llama mi madre —murmuró Ron, ruborizándose.
—Si Rita no es capaz más que de esto, es que está perdiendo sus habilidades —dijo
Hermione, volviendo a reírse y dejando el número de Corazón de bruja sobre una silla
vacía—. ¡Qué montón de basura!
Miró a los de Slytherin, que los observaban detenidamente para ver si se enfadaban
con el artículo. Hermione les dirigió una sonrisa sarcástica y un gesto de la mano, y
tanto ella como Ron y Harry empezaron a sacar los ingredientes que necesitarían para la
poción agudizadora del ingenio.
—Pero hay algo muy curioso —dijo Hermione diez minutos después, deteniendo la
mano de mortero sobre el almirez lleno de escarabajos—. ¿Cómo puede haberse
enterado Rita Skeeter...?
—¿De qué? —se apresuró a preguntar Ron—. Tú no has preparado filtros
amorosos, ¿no?
—No seas idiota —le soltó Hermione, comenzando a machacar los escarabajos—.
Quiero decir... ¿cómo se habrá enterado de que Viktor Krum me ha invitado a visitarlo
este verano?
Hermione se puso como un tomate al explicar esto, y evitó por todos los medios la
mirada de Ron.
—¿Qué? —exclamó éste, dejando caer la mano de mortero, que hizo bastante
ruido.
—Me lo pidió justo después de sacarme del lago —susurró Hermione—. Después
de volver a transformarse la cabeza. La señora Pomfrey nos dio una manta a cada uno, y
luego él me llevó aparte para que no pudieran oírnos, y me dijo que si no tenía nada
pensado para el verano, tal vez me gustaría...
—¿Y qué le respondiste? —preguntó Ron, que había recuperado la mano de
mortero y lo estaba usando sobre la mesa, bastante lejos de donde tenía el almirez,
porque no apartaba los ojos de Hermione.
—Y dijo que nunca había sentido lo mismo por ninguna otra chica —siguió
Hermione, poniéndose tan colorada que en aquel momento Ron casi notaba el calor que
desprendía—. Pero ¿cómo pudo oírlo Rita Skeeter? Ella no estaba por allí, ¿o sí? A lo
mejor tiene una capa invisible, a lo mejor se infiltró en los terrenos del colegio para ver
la segunda prueba...
—¿Y qué le respondiste tú? —repitió Ron, pegando tan fuerte con la mano de
mortero que hizo una marca en el pupitre.
—Bueno, yo estaba demasiado ocupada intentando averiguar si vosotros dos
estabais bien.
—Por fascinante que sea su vida social, señorita Granger —dijo una voz fría detrás
de ellos—, le rogaría que no tratara sobre ella en mi clase. Diez puntos menos para
Gryffindor.
Snape se había ido acercando sigilosamente a su pupitre mientras hablaban. En
aquel momento, toda la clase los observaba. Malfoy aprovechó para lucir ante Harry la
inscripción «POTTER APESTA» de su insignia.
—¡Ah...! ¿También leyendo revistas bajo la mesa? —añadió Snape, cogiendo el
ejemplar de Corazón de bruja—. Otros diez puntos menos para Gryffindor... Ah, claro...
—Los negros ojos de Snape relucieron al dar con el artículo de Rita Skeeter—. Potter
tiene que estar al día de sus apariciones en la prensa...
Las carcajadas de los de Slytherin resonaron en el aula, y una desagradable sonrisa
dibujó una mueca en los delgados labios de Snape. Para indignación de Harry, comenzó
a leer el artículo en voz alta.
—«La pena secreta de Harry Potter...» Vaya, vaya, Potter, ¿de qué sufre usted
ahora? «Tal vez sea diferente. Pero, aun así...»
Harry notaba que le ardía la cara. Snape se paraba al final de cada frase para dejar
que los de Slytherin se rieran. Leído por Snape, el artículo sonaba diez veces peor.
—«... las admiradoras de Harry Potter tendremos que conformarnos con esperar
que la próxima vez le entregue su corazón a una candidata más digna de él.» ¡Qué
conmovedor! —dijo Snape con desprecio, cerrando y enrollando la revista ante las risas
continuadas de los de Slytherin—. Bueno, creo que lo mejor será que los separe a los
tres para que puedan pensar en sus pociones y olvidar por un momento sus enmarañadas
vidas amorosas. Weasley, quédese donde está; señorita Granger, allá, con la señorita
Parkinson; Potter, a la mesa que está enfrente de la mía. Muévase, ya.
Furioso, Harry echó los ingredientes y la mochila en el caldero, y lo llevó hasta la
mesa vacía que había en la parte de delante de la mazmorra. Snape lo siguió, se sentó a
su mesa y observó a Harry vaciando el caldero. Decidido a no mirarlo, Harry reanudó la
tarea de machacar escarabajos, imaginándose la cara de Snape en cada uno de ellos.
—Toda esta atención por parte de la prensa parece habérsele subido a la cabeza,
que ya estaba bastante llena de presunción, Potter —dijo Snape en voz baja, cuando el
resto de la clase había vuelto a lo suyo.
Harry no respondió. Sabía que Snape trataba de provocarlo, tal como había hecho
en otras ocasiones. Sin duda, quería una excusa para quitarle a Gryffindor cincuenta
puntos antes del final de la clase.
—Podrías tener la equivocada impresión de que todo el mundo mágico está
pendiente de ti —siguió Snape, pasando a tutearlo y en voz tan baja que nadie más
podía oírlo (Harry siguió machacando los escarabajos, aunque ya los había reducido a
un polvo finísimo), pero me da igual cuántas veces aparezca tu foto en los periódicos.
Para mí, Potter, no eres más que un niño desagradable que cree estar por encima de las
reglas.
Harry echó el polvo de escarabajo en el caldero y sepuso a cortar las raíces de
jengibre. Las manos le temblaban un poco de la cólera, pero no levantaba los ojos, como
si no oyera lo que Snape le decía.
—Así que te advertiré algo, Potter —prosiguió Snape, con la voz aún más suave y
ponzoñosa—, seas o no una diminuta celebridad: si te pillo volviendo a entrar en mi
despacho...
—¡Yo no me he acercado nunca a su despacho! —replicó Harry enojado,
olvidando su fingida sordera.
—No me mientas —dijo Snape entre dientes, perforando a Harry con sus
insondables ojos negros—. Piel de serpiente arbórea africana, branquialgas... Tanto una
como otra salieron de mi armario privado, y sé quién las robó.
Harry le devolvió la mirada a Snape, intentando no pestañear ni parecer culpable.
La verdad era que él no le había robado ninguna de aquellas cosas. Era Hermione quien
le había cogido la piel de serpiente arbórea africana cuando estaban en segundo: la
necesitaban para la poción multijugos. Y, aunque aquella vez Snape había sospechado
de Harry, no había podido demostrarlo. En cuanto a las branquialgas, era evidente que
las había robado Dobby.
—No sé de qué me habla —contestó Harry fríamente.
—¡No estabas en el dormitorio la noche en que entraron en mi despacho! —le dijo
Snape en voz baja—. ¡Lo sé, Potter! ¡Y aunque Ojoloco Moody haya ingresado en tu
club de admiradores, no por eso toleraré tu comportamiento! Una nueva incursión
nocturna en mi despacho, Potter, ¡y lo pagarás!
—Bien —repuso Harry con serenidad, volviendo a sus raíces de jengibre—, lo
tendré en cuenta por si alguna vez siento impulsos de entrar.
Hubo un brillo en los ojos de Snape. Se metió la mano en la túnica negra, y por un
momento Harry temió que sacara la varita y le echara una maldición allí mismo. Luego
vio que lo que sacaba era un pequeño tarro de cristal con una poción que parecía agua.
Harry la observó.
—¿Sabes qué es esto, Potter? —preguntó Snape, y sus ojos volvieron a brillar
malévolamente.
—No —respondió Harry, aquella vez con total sinceridad.
—Es Veritaserum, una poción de la verdad tan poderosa que tres gotas bastarían
para que descubrieras tus más íntimos secretos ante toda la clase —dijo Snape con la
voz impregnada de odio—. Desde luego, el uso de esta poción está severamente
controlado por normativa ministerial. Pero, si no vigilas tus pasos, podrías descubrir que
mi mano se desliza subrepticiamente —movió un poco el tarro de cristal—hasta el
zumo de calabaza de tu cena. Y entonces, Potter... sabremos si has estado o no en mi
despacho.
Harry no dijo nada. Una vez más, volvió su atención a las raíces de jengibre, cogió
el cuchillo y las partió en rodajas. No le hacía ni pizca de gracia lo de la poción de la
verdad, y no dudaba de que Snape fuera capaz de echársela en el zumo. Reprimió un
estremecimiento al imaginar todo lo que podría decir en ese caso. Aparte de meter en
problemas a un montón de gente (para empezar, a Hermione y a Dobby), estaban todas
las otras cosas que ocultaba... como el hecho de mantener contacto con Sirius y (las
tripas le dieron un retortijón sólo de pensarlo) lo que sentía por Cho. Metió también en
el caldero las raíces de jengibre, preguntándose si debería tomar ejemplo de Moody y
limitarse a beber de su propia petaca.
Llamaron a la puerta de la mazmorra.
—Pase —dijo Snape en su tono habitual.
Toda la clase miró hacia la puerta. Entró el profesor Karkarov y se dirigió a la mesa
de Snape, enroscándose el pelo de la barbilla en el dedo. Parecía nervioso.
—Tenemos que hablar —dijo Karkarov abruptamente, cuando hubo llegado hasta
Snape. Parecía tan interesado en quenadie más entendiera lo que decía, que apenas
movía los labios: daba la impresión de ser un ventrílocuo de poca monta. Sin apartar los
ojos de las raíces de jengibre, Harry trató de escuchar.
—Hablaremos después de clase, Karkarov... —susurró Snape, pero Karkarov lo
interrumpió.
—Quiero hablar ahora, no quiero que te escabullas, Severus. Me has estado
evitando.
—Después de clase —repitió Snape.
Con el pretexto de levantar una taza de medición para ver si había echado en ella
suficiente bilis de armadillo,Harry les echó a ambos una mirada de soslayo. Karkarov
parecía sumamente preocupado, y Snape, molesto.
Karkarov permaneció detrás de la mesa de Snape durante el resto de la doble clase.
Al parecer, quería evitar que Snape se le escapara al final. Interesado en escuchar lo que
Karkarov tenía que decir, Harry derramó adrede su frasco de bilis de armadillo dos
minutos antes de que sonara la campana, lo que le dio una excusa para agacharse tras el
caldero a limpiar el suelo mientras el resto de la clase se dirigía ruidosamente hacia la
puerta.
—¿Qué es eso tan urgente? —oyó que Snape le preguntaba a Karkarov en un
susurro.
—Esto —dijo Karkarov.
Echando un vistazo por el borde del caldero, Harry vio que Karkarov se subía la
manga izquierda de la túnica y le mostraba a Snape algo situado en la parte interior del
antebrazo.
—¿Qué te parece? —añadió Karkarov, haciendo aún el mismo esfuerzo por mover
los labios lo menos posible—. ¿Ves? Nunca había estado tan clara, nunca desde...
—¡Tapa eso! —gruñó Snape, recorriendo la clase con los ojos.
—Pero tú también tienes que haber notado... —comenzó Karkarov con voz agitada.
—¡Podemos hablar después, Karkarov! —lo cortó Snape—. ¡Potter! ¿Qué está
haciendo?
—Limpiando la bilis de armadillo, profesor —contestó haciéndoseel inocente, al
tiempo que se levantaba y le enseñaba el trapo empapado que tenía en la mano.
Karkarov giró sobre los talones y salió de la mazmorra a zancadas. Parecía tan
preocupado como enojado. Como no quería quedarse a solas con un Snape
excepcionalmente airado, Harry echó los libros y los ingredientes de Pociones en la
mochila y salió a toda pastilla para contarles a Ron y Hermione lo que había
presenciado.
A las doce del día siguiente salieron del castillo bajo un débil sol plateado que brillaba
sobre los campos. El tiempo era más suave de lo que había sido en lo que llevaban de
año, y cuando llegaron a Hogsmeade los tres se habían quitado la capa y se la habían
echado al hombro. En la mochila de Harry llevaban la comida que Sirius les había
pedido: una docena de muslos de pollo, una barra de pan y un frasco de zumo de
calabaza que les habían servido en la comida.
Fueron a Tiroslargos Moda a comprar un regalo para Dobby, y se divirtieron
eligiendo los calcetines más estrambóticos que vieron, incluido un par con un dibujo de
refulgentes estrellas doradas y plateadas y otro que chillaba mucho cuando empezaba a
oler demasiado. A la una y media subieron por la calle principal, pasaron Dervish y
Banges y salieron hacia las afueras del pueblo.
Harry nunca había ido por allí. El ventoso callejón salía del pueblo hacia el campo
sin cultivar que rodeaba Hogsmeade. Las casas estaban por allí más espaciadas y tenían
jardines más grandes. Caminaron hacia el pie de la montaña que dominaba Hogsmeade,
doblaron una curva y vieron al final del camino unas tablas puestas para ayudar a pasar
una cerca. Con las patas delanteras apoyadas en la tabla más alta y unos periódicos en la
boca, un perro negro, muy grande y lanudo, parecía aguardarlos. Lo reconocieron
enseguida.
—Hola, Sirius —saludó Harry, cuando llegaron hasta él.
El perro olió con avidez la mochila de Harry, meneó la cola, y luego se volvió y
comenzó a trotar por el campo cubierto de maleza que subía hacia el rocoso pie de la
montaña. Harry, Ron y Hermione traspasaron la cerca y lo siguieron.
Sirius los condujo a la base misma de la montaña, donde el suelo estaba cubierto de
rocas y cantos rodados, y empezó a ascender por la ladera: un camino fácil para él, con
sus cuatro patas; pero Harry, Ron y Hermione se quedaron pronto sin aliento. Siguieron
subiendo tras Sirius durante casi media hora por el mismo camino pedregoso, empinado
y serpenteante. El perro movía la cola mientras ellos sudaban bajo el sol. A Harry le
dolían los hombros por las correas de la mochila.
Al final Sirius se perdió de vista, y, cuando llegaron al lugar en que había
desaparecido, vieron una estrecha abertura en la piedra. Se metieron por ella con
dificultad y se encontraron en una cueva fresca y oscura. Al fondo, atado a una roca, se
hallaba el hipogrifo Buckbeak. Mitad caballo gris y mitad águila gigante, sus fieros ojos
naranja brillaron al verlos. Los tres se inclinaron notoriamente ante él, y, después de
observarlos por un momento, Buckbeak dobló sus escamosas rodillas delanteras y
permitió que Hermione se acercara y le acariciara el cuello con plumas. Harry, sin
embargo, miraba al perro negro, que acababa de convertirse en su padrino.
Sirius llevaba puesta una túnica gris andrajosa, la misma que llevaba al dejar
Azkaban, y estaba muy delgado. Tenía el pelo más largo que cuando se había aparecido
en la chimenea, y sucio y enmarañado como el curso anterior.
—¡Pollo! —exclamó con voz ronca, después de haberse quitado de la boca los
números atrasados de El Profeta y haberlos echado al suelo de la cueva.
Harry sacó de la mochila el pan y el paquete de muslos de pollo y se lo entregó.
—Gracias —dijo Sirius, que lo abrió de inmediato, cogió un muslo y se puso a
devorarlo sentado en el suelo de la cueva—. Me alimento sobre todo de ratas. No quiero
robar demasiada comida en Hogsmeade, porque llamaría la atención.
Sonrió a Harry, pero a éste le costó esfuerzo devolverle la sonrisa.
—¿Qué haces aquí, Sirius? —le preguntó.
—Cumplir con mi deber de padrino —respondió Sirius, royendo el hueso de pollo
de forma muy parecida a como lo habría hecho un perro—. No te preocupes por mí: me
hago pasar por un perro vagabundo de muy buenos modales.
Seguía sonriendo; pero, al ver la cara de preocupación de Harry, dijo más
seriamente:
—Quiero estar cerca. Tu última carta... Bueno, digamos simplemente que cada vez
me huele todo más a chamusquina. Voy recogiendo los periódicos que la gente tira, y, a
juzgar por las apariencias, no soy el único que empieza a preocuparse.
Señaló con la cabeza los amarillentos números de El Profeta que estaban en el
suelo. Ron los cogió y los desplegó.
Harry, sin embargo, siguió mirando a Sirius.
—¿Y si te atrapan? ¿Qué pasará si te descubren?
—Vosotros tres y Dumbledore sois los únicos por aquí que saben que soy un
animago —dijo Sirius, encogiéndose de hombros y siguiendo con el pollo.
Ron le dio un codazo a Harry y le pasó los ejemplares de El Profeta. Eran dos: el
primero llevaba el titular «La misteriosa enfermedad de Bartemius Crouch»; el segundo,
«La bruja delMinisterio sigue desaparecida. El ministro de Magia se ocupa ahora
personalmente del caso».
Harry miró el artículo sobre Crouch. Las frases le saltaban a los ojos: «No se lo ha
visto en público desde noviembre... la casa parece desierta... El Hospital San Mungo de
Enfermedades y Heridas Mágicas rehúsa hacer comentarios... El Ministerio se niega a
confirmar los rumores de enfermedad crítica...»
—Suena como si se estuviera muriendo —comentó Harry—. Pero no puede estar
tan enfermo si se ha colado en Hogwarts...
—Mi hermano es el ayudante personal de Crouch —informó Ron a Sirius—. Dice
que lo que tiene Crouch se debe al exceso de trabajo.
—Eso sí, la última vez que lo vi de cerca parecía enfermo —añadió Harry
pensativamente, sin dejar el periódico—. La noche en que salió mi nombre del cáliz...
—Se está llevando su merecido por despedir a Winky —dijo Hermione con
frialdad. Estaba acariciando a Buckbeak, que mascaba los huesos de pollo que Sirius iba
dejando—. Apuesto a que se arrepiente de haberlo hecho. Apuesto a que ahora que ella
no está para cuidarlo se da cuenta de lo que valía.
—Hermione está obsesionada con los elfos domésticos —le explicó Ron a Sirius,
dirigiendo a Hermione una mirada severa.
Pero Sirius parecía interesado.
—¿Crouch despidió a su elfina doméstica?
—Sí, en los Mundiales de quidditch —repuso Harry, y se puso a contar la historia
de la aparición de la Marca Tenebrosa y de que habían encontrado a Winky con la varita
de él en la mano, y del enojo del señor Crouch.
Cuando Harry hubo concluido, Sirius se puso de nuevo en pie y comenzó a pasear
de un lado a otro de la cueva.
—A ver si lo he entendido todo bien —dijo después de un rato, blandiendo un
nuevo muslo de pollo—. Primero visteis en la tribuna principal a la elfina, que le estaba
guardando un sitio a Crouch, ¿no es así?
—Sí —respondieron los tres al mismo tiempo.
—Pero Crouch no apareció en todo el partido.
—No —confirmó Harry—. Me parece que dijo que había estado muy ocupado.
Sirius paseó en silencio por la cueva. Luego preguntó:
—¿Miraste en los bolsillos si estaba la varita después de dejar la tribuna principal,
Harry?
—Eh... —Harry intentó recordar—. No —contestó por fin—. No la necesité antes
de llegar al bosque. Entonces metí la mano en el bolsillo, y lo único que encontré fueron
los omniculares. —Miró a Sirius—. ¿Crees que el que hizo aparecer la Marca
Tenebrosa me robó la varita en la tribuna principal?
—Tal vez —dijo Sirius.
—¡Winky no robó esa varita! —aseguró Hermione con vehemencia.
—La elfina no estaba sola en la tribuna principal, ¿verdad? —dijo Sirius
frunciendo el entrecejo mientras seguía paseando—. ¿Quién más había sentado detrás
de ti?
—Mucha gente —explicó Harry—. Funcionarios búlgaros... Cornelius Fudge... los
Malfoy...
—¡Los Malfoy! —exclamó Ron de repente, tan alto que su voz retumbó en la
cueva. Buckbeak sacudió la cabeza nervioso—. ¡Seguro que fue Lucius Malfoy!
—¿Nadie más?
—Nadie —dijo Harry.
—Sí, había alguien más: Ludo Bagman —recordó Hermione.
—¡Ah, sí...!
—No sé nada de Bagman, salvo que fue golpeador en las Avispas de Wimbourne
—comentó Sirius, sin dejar de pasear—. ¿Cómo es?
—Guay. Se empeña en ofrecerme ayuda para el Torneo de los tres magos.
—¿De verdad? —El ceño de Sirius se hizo más profundo—. ¿Por qué lo hará?
—Dice que tiene debilidad por mí.
—Mmm. —Sirius se quedó pensativo.
—Lo vimos en el bosque justo antes de que apareciera la Marca Tenebrosa —le
dijo Hermione a Sirius—. ¿Os acordáis? —añadió volviéndose a Ron y Harry.
—Sí, pero no se quedó en el bosque —observó Ron—. En cuanto le hablamos del
altercado, se fue al campamento.
—¿Cómo lo sabes? —objetó Hermione—. ¿Cómo sabes adónde fue al
desaparecerse?
—¡Vamos! —exclamó Ron en tono escéptico—. ¿Es que crees que fue Bagman el
que hizo aparecer la Marca Tenebrosa?
—Antes sospecho de él que de Winky —replicó Hermione con testarudez.
—Ya te lo he dicho —señaló Ron, dirigiendo a Sirius una significativa mirada—,
está obsesionada con los elfos dom...
Pero Sirius levantó la mano para que se callara.
—¿Qué hizo Crouch después de que apareció la Marca Tenebrosa y de que
hubieron descubierto a su elfina con la varita de Harry?
—Se fue a mirar entre los arbustos —explicó Harry—, pero no encontró a nadie
más.
—Claro —susurró Sirius, paseando de un lado a otro—, claro, quería encontrar a
cualquier otroque no fuera su elfina doméstica... ¿Y entonces la despidió?
—Sí —contestó Hermione muy acalorada—, la despidió sólo porque no se había
quedado en la tienda y dejado que la pisotearan.
—¡Deja en paz a la elfina, Hermione! —le dijo Ron.
Pero Sirius negó con la cabeza.
—Ella ha calado a Crouch mejor que tú, Ron. Si quieres saber cómo es alguien,
mira de qué manera trata a sus inferiores, no a sus iguales.
Se pasó una mano por la cara sin afeitar, intentando pensar.
—Todas esas ausencias de Barty Crouch... Se toma la molestia de enviar a su elfina
doméstica para que le guarde un asiento en los Mundiales, pero no aparece para ver el
partido; trabaja muy duro para reinstaurar el Torneo, y luego también se ausenta... Nada
de eso es propio de él. Si antes de esto había dejado alguna vez de ir al trabajo por
enfermedad, me como a Buckbeak.
—¿Conoces a Crouch, entonces? —le preguntó Harry.
La cara de Sirius se ensombreció. De pronto pareció tan amenazador como la noche
en que Harry lo había visto por primera vez, cuando aún creía que era un asesino.
—Conozco a Crouch muy bien —dijo en voz baja—. Fue el que ordenó que me
llevaran a Azkaban... sin juicio.
—¿Qué? —exclamaron a la vez Ron y Hermione.
—¡Bromeas! —dijo Harry.
—No, no bromeo —respondió Sirius, arrancando otro bocado al muslo de pollo—.
Crouch era director del Departamento de Seguridad Mágica, ¿no lo sabíais?
Harry, Ron y Hermione negaron con la cabeza.
—Todos pensaban que sería el siguiente ministro de Magia —explicó Sirius—.
Barty Crouch es un gran mago y está sediento de poder. Ah, no, nunca apoyó a
Voldemort —añadió, comprendiendo lo que significaba la expresión de Harry—. No,
Barty Crouch fue siempre un declarado enemigo del lado tenebroso. Pero, entonces, un
montón de gente que estaba también contrael lado tenebroso... Bueno, no lo
entenderíais: sois demasiado jóvenes...
—Eso es lo que dijo mi padre en los Mundiales —dijo Ron con un dejo de
irritación en la voz—. ¿Por qué no lo intentas?
Sirius sonrió un instante.
—Vale, lo intentaré... —Paseó unosmomentos por la cueva, y luego empezó a
hablar—: Imaginaos que Voldemort está ahora mismo en su momento de máximo
poder. No sabéis quiénes lo apoyan, no sabéis quién es de los suyos y quién no, pero
sabéis que puede controlar a la gente para que haga cosas terribles sin poder evitarlo.
Tenéis miedo por vosotros mismos, por vuestra familia y por vuestros amigos. Cada
semana llegan las noticias de nuevas muertes, nuevas desapariciones, nuevas torturas...
El Ministerio de Magia está sumido en el caos, no sabe qué hacer, intenta que los
muggles no se den cuenta de nada, pero, entre tanto, también van muriendo muggles. El
terror, el pánico y la confusión cunden por todas partes... Así estaban las cosas.
»Bueno, esas situaciones sacan a la luz lo mejor de algunas personas y lo peor de
otras. Las intenciones de Crouch tal vez fueran buenas al principio, no lo sé. Ascendió
rápidamente en el Ministerio y empezó a aplicar medidas muy duras contra los
partidarios de Voldemort. Concedió nuevos poderes a los aurores: por ejemplo, permiso
para matar en vez de capturar. Y yo no fui el único al que entregaron a los dementores
sin juicio previo. Crouch empleó la violencia contra la violencia, y autorizó el uso de las
maldiciones imperdonables contra los sospechosos. Diría que llegó a ser tan cruel y
despiadado como los que estaban en el lado tenebroso. Tenía sus partidarios, por
supuesto: mucha gente que pensaba que aquél era el mejor modo de hacer las cosas, y
muchos magos y brujas pedían que asumiera el poder como nuevo ministro de Magia.
Cuando desapareció Voldemort, parecía que era sólo cuestión de tiempo que Crouch
ocupara el cargo más alto del escalafón, pero entonces sucedió algo bastante inoportuno.
—Sirius sonrió con tristeza—. El propio hijo de Crouch fue descubierto con un grupo
de mortífagos que se las habían arreglado para salir de Azkaban. Según parecía,
buscaban a Voldemort para reinstaurar su poder.
—¿Pillaron al hijo de Crouch? —preguntó Hermione con voz entrecortada.
—Sí —contestó Sirius, tirándole a Buckbeak el hueso de pollo; luego se apresuró a
coger la barra de pan y partirla por la mitad—. Un golpe duro para Barty, me imagino.
Tal vez debería haber dedicado más tiempo a la familia, tal vez debería haber trabajado
algo menos y vuelto a su casa antes, de vez en cuando, para conocer a su propio hijo.
Empezó a devorar el pan a grandes bocados.
—¿Su propio hijo era un mortífago? inquino Harry.
—No lo sé realmente —repuso Sirius, metiéndose más pan en la boca—. Yo ya
estaba en Azkaban cuando lo llevaron. Éstas son cosas que en su mayor parte he
averiguado después de haber salido. Desde luego, el muchacho fue descubierto en
compañía de gente que me apostaría el cuello a que eran mortífagos, pero tal vez sólo
estuviera en el lugar equivocado en el momento equivocado, como la elfina doméstica.
—¿Intentó liberar a su hijo? —susurró Hermione.
Sirius soltó una risa que sonó casi como un ladrido.
—¿Liberar a su hijo? ¡Creía que habías entendido cómo es, Hermione! Quería
apartar del camino todo lo que pudiera manchar su reputación; había dedicado su vida
entera a escalar puestos para llegar a ministro de Magia. Ya lo viste despedir a su elfina
doméstica porque lo había vuelto a asociar con la Marca Tenebrosa... ¿No te da eso a
entender cómo es? El amor paternal de Crouch se limitó a concederle un juicio y, según
parece, no fue más que una oportunidad para demostrar lo mucho que aborrecía al
muchacho... Luego lo mandó derecho a Azkaban.
—¿Entregó a su propio hijo a los dementores? —preguntó Harry en voz baja.
—Sí —respondió Sirius, y ya no estaba nada sonriente—. Vi cuando los
dementores lo condujeron, los vi a través de los barrotes de mi celda. Lo metieron en
una cercana a la mía. No tendría más de diecinueve años. Al caer la noche gritaba
llamando a su madre. Al cabo de unos días se calmó, sin embargo... Todos terminan
calmándose... salvo cuando gritan en sueños.
Por un momento, al rememorar la prisión, la mirada triste de Sirius resultó más
triste que nunca.
—Entonces, ¿sigue en Azkaban? —inquirió Harry.
—No —contestó Sirius con voz apagada—. No, ya no está allí. Murió un año
después de entrar.
—¿Murió?
—No fue el único —dijo Sirius con amargura—. La mayoría se vuelven locos, y
muchos terminan por dejar de comer. Pierden la voluntad de vivir. Se sabía cuándo iba a
morir alguien porque los dementores lo sentían, se excitaban. El muchacho parecía
bastante enfermo cuando llegó. Como Crouch era un importante miembro del
Ministerio, él y su mujer pudieron visitarlo en el lecho de muerte. Fue la última vez que
vi a Barty Crouch, casi llevando a rastras a su mujer cuando pasaron por delante de mi
celda. Según parece, ella murió también poco después. De pena. Se consumió igual que
el muchacho. Crouch no fue a buscar el cadáver de su hijo. Los propios dementoreslo
enterraron junto a la fortaleza: yo los vi hacerlo.
Sirius dejó a un lado el pan que acababa de levantar para llevárselo a la boca, y en
su lugar cogió el frasco de zumo de calabaza y lo apuró.
—Y de esa forma Crouch lo perdió todo justo cuando parecía que ya lo había
alcanzado —continuó, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Había sido un
héroe, preparado para convertirse en ministro de Magia; y un instante más tarde su hijo
había muerto, su mujer también, el nombre de su familia estaba deshonrado y, según he
escuchado después de salir de la cárcel, su popularidad había caído en picado. Cuando
el chico murió, a la gente empezó a darle pena y se preguntaron por qué un chico de tan
buena familia se había descarriado de aquella manera. La respuesta que encontraron fue
que su padre nunca se había preocupado mucho por él. Y por eso el cargo lo consiguió
Cornelius Fudge, y a Crouch lo relegaron al Departamento de Cooperación Mágica
Internacional.
Hubo un prolongado silencio. Harry recordó la manera en que a Crouch se le salían
los ojos de las órbitas al encontrar en el bosque a su desobediente elfina doméstica, la
noche de los Mundiales de quidditch. Aquél, pues, era el motivo por el que Crouch se
había excedido de tal manera al encontrar a Winky bajo la Marca Tenebrosa. Le había
recordado a su hijo, el antiguo escándalo y su caída en desgracia en el Ministerio.
—Moody dice que Crouch está obsesionado con atrapar magos tenebrosos —le
dijo Harry a Sirius.
—Sí, he oído que se ha convertido en una especie de manía suya —repuso Sirius,
asintiendo con la cabeza—. Seguramente piensa que todavía tiene esperanzas de
recobrar su antigua popularidad si atrapa algún mortífago.
—¡Y se coló en Hogwarts para registrar el despacho de Snape! —exclamó Ron
eufórico, mirando a Hermione.
—Sí, y eso no tiene ningún sentido —dijo Sirius.
—¡Claro que lo tiene! —exclamó Ron emocionado.
Pero Sirius negó con la cabeza.
—Mira, si Crouch quiere investigar a Snape, ¿por qué no va a las pruebas del
Torneo? Sería una excusa ideal para hacer visitas regulares a Hogwarts y tenerlo
vigilado.
—O sea, que crees que Snape se trae algo entre manos —dijo Harry, pero
Hermione lo interrumpió:
—Me da igual lo que digáis. Dumbledore confía en Snape...
—Vamos, Hermione —dijo Ron impaciente—, ya sabemos que Dumbledore es
muy inteligente y todo eso, pero siempre es posible que un mago tenebroso realmente
listo lo pueda engañar.
—Entonces, ¿por qué Snape salvó a Harry la vida en primero, eh? ¿Por qué no lo
dejó morir?
—No lo sé. A lo mejor ledaba miedo que Dumbledore lo pusiera de patitas en la
calle.
—¿Qué piensas tú, Sirius? —preguntó Harry, y Ron y Hermione dejaron de
discutir para escuchar.
—Pienso que los dos tenéis algo de razón —contestó Sirius, mirándolos
pensativamente—. En cuanto supe que Snape daba clase aquí me pregunté por qué
Dumbledore lo había contratado. Snape siempre ha sentido fascinación por las artes
oscuras; ya en el colegio era famoso por ello. Era un pelota empalagoso de pelo
grasiento —añadió, y Harry y Ron se sonrieron el uno al otro—. Cuando llegó al
colegio conocía más maldiciones que la mayoría de los que estaban en séptimo, y formó
parte de una pandilla de Slytherin que luego resultaron casi todos mortífagos. —Sirius
levantó los dedos y comenzó a contar con ellos los nombres—. Rosier y Wilkes: a los
dos los mataron los aurores un año antes de la caída de Voldemort; los Lestrange, que
son matrimonio, están en Azkaban; Avery, del que he oído que se quitó de en medio
diciendo que había actuado bajo los efectos de la maldición imperius, todavía anda
suelto. Pero, que yo sepa, contra Snape no hubo denuncias. No es que eso signifique
gran cosa: son muchos los que nunca fueron atrapados. Y desde luego Snape es lo
bastante listo y astuto para mantenerse al margen de los problemas.
—Snape conoce muy bien a Karkarov, pero lo disimula —dijo Ron.
—¡Sí, tendrías que haber visto la cara que puso Snape cuando Karkarov entró ayer
en Pociones! —se apresuró a añadir Harry—. Karkarov quería hablar con Snape, y lo
acusó de estar evitándolo. Parecía realmente preocupado. Le mostró a Snape algo que
tenía en el brazo, pero no vi qué era.
—¿Que le mostró a Snape algo que tenía en el brazo? —repitió Sirius,
desconcertado. Se pasó los dedos distraídamente por el pelo sucio, y volvió a encogerse
de hombros—. Bueno, no tengo ni idea de qué puede ser... pero si Karkarov está de
verdad preocupado y acude a Snape en busca de soluciones... —Sirius miró la pared de
la cueva, y luego hizo una mueca de frustración—. Aún queda el hecho de que
Dumbledore confía en Snape, y ya sé que Dumbledore confía en personas de las que
otros no se fiarían, pero no creo que le permitiera dar clase en Hogwarts si hubiera
estado alguna vez al servicio de Voldemort.
—Entonces, ¿por qué están tan interesados Moody y Crouch en su despacho?
—insistió Ron.
—Bueno —dijo Sirius pensativamente—, no me extrañaría que Ojoloco hubiera
entrado en el despacho de todos los profesores en cuanto llegó a Hogwarts. Se toma la
Defensa Contra las Artes Oscuras muy en serio. No creo que confíe absolutamente en
nadie, y no me sorprende después de todo lo que ha visto. Sin embargo, tengo que decir
una cosa de Moody, y es que nunca mató si podía evitarlo: siempre cogía a todo el
mundo vivo si era posible. Era un tipo duro, pero nuncadescendió al nivel de los
mortífagos. Crouch, en cambio, es harina de otro costal... ¿Estará de verdad enfermo? Si
lo está, ¿cómo hace el esfuerzo de entrar en el despacho de Snape? Y si no lo está...
¿qué se trae entre manos? ¿Qué era tan importante en los Mundiales para que no
apareciera en la tribuna principal? ¿Y qué ha estado haciendo mientras se suponía que
tenía que juzgar las pruebas del Torneo?
Sirius se quedó en silencio, aún mirando la pared de la cueva. Buckbeak husmeaba
por el suelo pedregoso, buscando algún hueso que hubiera pasado por alto.
Al cabo, Sirius levantó la vista y miró a Ron.
—Dices que tu hermano es el ayudante personal de Crouch... ¿Podrías preguntarle
si ha visto a Crouch últimamente?
—Puedo intentarlo —respondió Ron dudando—. Pero mejor que no parezca que
sospecho que Crouch puede estar tramando algo chungo. Percy lo adora.
—¿Y podrías intentar averiguar si tienen alguna pista sobre Bertha Jorkins? —dijo
Sirius, señalando el segundo ejemplar de El Profeta.
—Bagman me dijo que no —observó Harry.
—Sí, lo citan en este artículo —dijo Sirius, señalando el periódico con un gesto de
cabeza—. Se toma a broma lo de Bertha, y comenta su mala memoria. Bueno, puede
que haya cambiado desde que yo la conocí, pero la Bertha de entonces no era nada
olvidadiza, todo lo contrario. No tenía muchas luces, pero sí una memoria excelente
para el chismorreo. Eso le daba un montón de problemas, porque nunca sabía tener la
boca cerrada. Me imagino que en el Ministerio de Magia sería más un estorbo que otra
cosa. Tal vez por eso Bagman no se ha molestado demasiado en buscarla...
Sirius exhaló un profundo suspiro y se frotó los ojos.
—¿Qué hora es?
Harry miró el reloj. Luego recordó que no funcionaba desde que se había
sumergido en el lago.
—Son las tres y media —informó Hermione.
—Será mejor que volváis al colegio —dijo Sirius, poniéndose en pie—. Ahora
escuchad. —Le dirigió a Harry una mirada especialmente dura—. No quiero que os
escapéis del colegio para venir a verme, ¿de acuerdo? Conformaos con enviarme notas.
Sigo queriendo conocer cualquier cosa rara que ocurra. Pero no salgas de Hogwarts sin
permiso: resultaría una oportunidad ideal para atacarte.
—Nadie ha intentado atacarme hasta ahora, salvo un dragón y un par de grindylows
—contestó Harry.
Pero Sirius lo miró con severidad.
—Me da igual... No respiraré tranquilo hasta que el Torneo haya finalizado, y eso
no será hasta junio. Y no lo olvidéis: si hablais de mí entre vosotros, llamadme Hocicos,
¿vale?
Le entregó a Harry el frasco y la servilleta vacíos, y se despidió de Buckbeak
dándole unas palmadas en el cuello.
—Iré con vosotros hasta la entrada del pueblo —dijo—, a ver si me puedo hacer
con otro periódico.
Antes de salir de la cueva volvió a transformarse en el perro grande y negro, y
todos juntos descendieron por la ladera de la montaña, cruzaron el campo pedregoso y
volvieron al punto de la cerca donde estaban las tablas para pasarla con más facilidad.
Allí les permitió que le dieran unas palmadas en el cuello en señal de despedida, antes
de volverse y salir para dar una vuelta por los alrededores del pueblo.
Los tres emprendieron el camino de vuelta al castillo pasando de nuevo por
Hogsmeade.
—Me pregunto si Percy sabrá todo eso de Crouch —dijo Ron, de camino al
castillo—. Pero a lo mejor le da igual... a lo mejor lo admiraría más por ello. Sí, Percy
adora las normas. Diría que Crouch se negó a saltárselas incluso por su propio hijo.
—Percy no entregaría a los dementores a nadie de su familia —afirmó Hermione
severamente.
—No lo sé —dijo Ron—. Si pensara que nos interponíamos en su camino de
ascenso... Percy es muy ambicioso, ¿sabes?
Subieron la escalinata de piedra de acceso al castillo, y, al entrar en el vestíbulo, les
llegó un delicioso olor a comida procedente del Gran Comedor.
—¡Pobre Hocicos! —dijo Ron, suspirando—. Tiene que quererte mucho, Harry...
¡Imagínate, vivir a base de ratas!
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