miércoles, 2 de julio de 2014

Harry Potter y el Cáliz de Fuego Cap. 31-33

31
La tercera prueba

—¿También Dumbledore cree que Quien-tú-sabes está recuperando fuerzas?
—murmuró Ron.
Harry ya había hecho partícipes a Ron y Hermione de todo cuanto había visto en el
pensadero y de casi todo lo que Dumbledore le había dicho y mostrado después. Y,
naturalmente, también había hecho partícipe a Sirius, a quien había enviado una lechuza
en cuanto salió del despacho de Dumbledore. Aquella noche los tres volvieron a
quedarse hasta tarde hablando de todas esas cosas en la sala común, hasta que a  Harry
empezó a darle vueltas la cabeza y comprendió a qué se refería Dumbledore cuando le
había dicho que tenía tantos pensamientos en la cabeza que resultaba un alivio sacarlos.
Ron miraba la chimenea. A Harry le pareció que su amigo temblaba un poco,
aunque la noche era cálida.
—¿Y confía en Snape?  —preguntó Ron—. ¿De verdad confía en Snape, aunque
sabe que fue un mortífago?
—Sí —respondió Harry.
Hermione llevaba diez minutos sin hablar. Estaba sentada con la frente apoyada en
las manos y mirando al suelo. A Harry se le ocurrió que también a ella le hubiera sido
útil un pensadero.
—Rita Skeeter —murmuró al final.
—¿Cómo puedes preocuparte ahora por ella?  —exclamó Ron, sin dar crédito a sus
oídos.
—No me preocupo por ella  —dijo Hermione sin dejar de mirar  al suelo—. Sólo
estoy pensando... ¿Recordáis lo que me dijo en Las Tres Escobas? «Yo sé cosas sobre
Ludo Bagman que te pondrían los pelos de punta...» Supongo que se refería a eso. Ella
hizo la crónica del juicio, sabía que les había pasado información  alos mortífagos. Y
Winky también lo sabía, ¿os acordáis? «¡El señor Bagman es un mago malo!» Seguro
que el señor Crouch se puso furioso cuando lo dejaron en libertad y lo comentó en su
casa.
—Ya, pero Bagman no pasó la información a sabiendas, ¿o sí?
Hermione se encogió de hombros.
—¿Y Fudge cree que Madame Máxime atacó a Crouch?  —preguntó Ron,
volviéndose hacia Harry.
—Sí  —repuso Harry—, pero sólo porque Crouch desapareció junto al carruaje de
Beauxbatons.
—Nosotros nunca sospechamos de ella  —comentó Ronpensativo—. Tiene sangre
de gigante, y no quiere admitirlo...
—Claro que no quiere admitirlo  —dijo Hermione bruscamente, levantando la
mirada—. Mira lo que le pasó a Hagrid cuando Rita se enteró de lo de su madre. Mira a
Fudge, llegando a rápidas conclusiones sobre ella, sólo porque es semigigante. ¿Para
qué iba a querer que lo supieran?, ¿para hacerse víctima de ese tipo de prejuicios? En su
lugar, sabiendo lo que me esperaba por decir la verdad, también yo diría que tengo el
esqueleto grande.  —De pronto Hermione miró el reloj y exclamó asustada—: ¡No
hemos practicado nada! ¡Tendríamos que haber preparado el embrujo obstaculizador!
¡Mañana tendremos que ponernos a ello muy en serio! Vamos, Harry, tienes que dormir.
Harry y Ron subieron despacio al dormitorio. Al ponerse el pijama, Harry miró la
cama de Neville. Fiel a la palabra que le había dado a Dumbledore, no había contado a
Ron ni a Hermione nada sobre los padres de Neville. Mientras se quitaba las gafas y se
metía en la cama adoselada, se imaginó cómo sería tener unos padres aún vivos pero
incapaces de reconocer a su hijo. A menudo él inspiraba conmiseración por ser
huérfano, pero mientras escuchaba los ronquidos de Neville pensó que éste se la
merecía más. Allí acostado, a oscuras, Harry sintió un acceso de ira y odio contra los
que habían torturado al señor y la señora Longbottom. Recordó los insultos de la
multitud mientras el hijo de Crouch y sus compañeros eran retirados de la sala por los
dementores... y comprendió cómo se sentía la gente. Luego recordó las súplicas del
muchacho y su cara blanca como la leche, y con un estremecimiento pensó que había
muerto un año más tarde...
Era Voldemort, se dijo Harry mirando en la oscuridad el dosel de su cama, todo era
culpa de Voldemort: él habíaroto aquellas familias y arruinado todas aquellas vidas...
Ron y Hermione tenían que estudiar para los exámenes, que terminarían el día de la
tercera prueba, pero gastaban la mayor parte de sus energías en ayudar a Harry a
prepararse.
—No te preocupes por nosotros  —le dijo Hermione, cuando Harry se lo hizo ver y
les aseguró que no le importaba entrenarse él solo por un rato—. Al menos tendremos
sobresaliente en Defensa Contra las Artes Oscuras: en clase nunca habríamos aprendido
tantos maleficios.
—Es  un buen entrenamiento para cuando seamos aurores  —comentó Ron
entusiasmado, utilizando el embrujo obstaculizador contra una avispa que acababa de
entrar en el aula, que quedó paralizada en pleno vuelo.
Al empezar junio, volvieron la excitación y el nerviosismo al castillo. Todos
esperaban con impaciencia la tercera prueba, que tendría lugar una semana antes de fin
de curso. Harry aprovechaba cualquier momento para practicar los maleficios, y se
sentía más confiado ante aquella prueba que ante las anteriores. Aunque indudablemente
sería difícil y peligrosa, Moody tenía razón: él ya se las había apañado en ocasiones
anteriores con engendros monstruosos y barreras encantadas, y por lo menos aquella vez
lo sabía de antemano y tenía posibilidades de prepararse para lo que le esperaba.
Harta de pillarlos por todas partes, la profesora McGonagall había dado permiso a
Harry para usar el aula vacía de Transformaciones durante la hora de comer. No tardó
en dominar el embrujo obstaculizador, un conjuro que servía  para detener a los
atacantes; la maldición reductora, que le permitiría apartar de su camino objetos sólidos,
y el encantamiento brújula, un útil descubrimiento de Hermione que haría que la varita
señalara justo hacia el norte y, por lo tanto, le permitiría comprobar si iba en la
dirección correcta hacia el centro del laberinto. Sin embargo, seguía teniendo problemas
con el encantamiento escudo. Se suponía que creaba alrededor del que lo conjuraba un
muro temporal e invisible capaz de desviar maldiciones no muy potentes, pero
Hermione logró romperlo con un embrujo piernas de gelatina bien lanzado. Harry
anduvo tambaleándose durante diez minutos por el aula antes de que ella diera con el
contramaleficio.
—Pero si lo estás haciendo estupendamente —lo animó Hermione, comprobando la
lista y tachando los encantamientos que ya tenían bien aprendidos—. Algunos de éstos
te pueden ir muy bien.
—Venid a ver esto —dijo Ron desde la ventana. Estaba observando los terrenos del
colegio—. ¿Qué estará haciendo Malfoy?
Fueron a ver. Malfoy, Crabbe y Goyle estaban abajo, a la sombra de un árbol. Los
dos últimos sonreían de satisfacción, al parecer vigilando algo, mientras Malfoy hablaba
cubriéndose la boca con la mano.
—Parece como si estuviera usando un walkie-talkie —comentó Harry intrigado.
—Es imposible  —repuso Hermione—. Os lo he dicho: ese tipo de aparatos no
funcionan en Hogwarts. Vamos, Harry  —añadió enérgicamente, dejando la ventana y
volviendo al centro del aula—, repitamos el encantamiento escudo.
Por aquellos días, Sirius les enviaba lechuzas a diario. Al igual que Hermione, parecía
que su interés primordial era ayudar a que Harry pasara la tercera prueba, antes de
preocuparse por otros asuntos. En cada carta le recordaba que, ocurriera lo que ocurriera
fuera de los muros de Hogwarts, ni era asunto suyo, ni podía hacer nada al respecto.
Si Voldemort está realmente recobrando fuerzas  —escribía—,  lo primero para mí es tu
seguridad. No te puede ponerlas manos encima mientras estés bajo la protección de
Dumbledore; pero, aun así, es mejor no arriesgarse: entrénate para el laberinto, y
luego ya nos ocuparemos de otros asuntos.
Harry fue poniéndose más nervioso conforme se acercaba el 24 de junio, pero no
tanto como ante las dos pruebas anteriores: por un lado,tenía la confianza de que, esta
vez, había hecho cuanto estaba en su mano para prepararse para la prueba; por otro,
aquél era el último tramo, y, lo hiciera bien o mal, el Torneo iba a finalizar, lo que sería
un gran alivio.
El desayuno fue muy bullicioso en la mesa de Gryffindor la mañana de la tercera
prueba. Las lechuzas llevaron a Harry una tarjeta de Sirius para desearle buena suerte.
No era más que un trozo de pergamino doblado con la huella de una pata de perro, pero
Harry la agradeció de todas  maneras. Llegó una lechuza para Hermione llevándole su
acostumbrado ejemplar de  El Profeta.  Lo desplegó, miró la primera página y escupió
sin querer el zumo de calabaza que tenía en la boca.
—¿Qué...? —preguntaron al mismo tiempo Harry y Ron, mirándola.
—Nada  —se apresuró a contestar ella, intentando retirar el periódico de la vista.
Pero Ron lo cogió.
Miró el titular, y dijo:
—No puede ser. Hoy no. Esa vieja rata...
—¿Qué? —preguntó Harry—. ¿Otra vez Rita Skeeter?
—No —dijo Ron, e, igual que había hecho Hermione, intentó retirar el periódico.
—Es sobre mí, ¿verdad?
—No —contestó Ron, en un tono nada convincente.
Pero, antes de que Harry pudiera pedirles el periódico, Draco Malfoy gritó desde la
mesa de Slytherin:
—¡Eh, Potter! ¿Qué tal te encuentras? ¿Te sientes bien? ¿Estás seguro de que no te
vas a poner furioso con nosotros?
También Malfoy tenía en la mano un ejemplar de El Profeta. A lo largo de la mesa,
los de Slytherin se reían y se volvían en las sillas para ver cómo reaccionaba Harry.
—Déjame verlo —le dijo Harry a Ron—. Dámelo.
A regañadientes, Ron le entregó el periódico. Harry le dio la vuelta y vio su propia
fotografía bajo un titular muy destacado:
HARRY POTTER, «TRASTORNADO Y PELIGROSO»
El muchacho que derrotó a El-que-no-debe-ser-nombrado  es inestable y
probablemente peligroso, escribe Rita Skeeter, nuestra corresponsal especial.
Recientemente han salido a la luz evidencias alarmantes del extraño
comportamiento de Harry Potter que arrojan dudas sobre su idoneidad para
competir en algo que  exige tanto de sus participantes como el Torneo de los
tres magos, e incluso para estudiar en Hogwarts.
Potter, como revela en exclusiva  El Profeta,  pierde el conocimiento con
frecuencia en las clases, y a menudo se le oye quejarse de que le duele la
cicatriz que tiene en la frente, vestigio de la maldición con la que Quienustedes-saben intentó matarlo. El pasado lunes, en medio de una clase de
Adivinación, nuestra corresponsal de  El Profeta  presenció que Potter salía de
la clase como un huracán, gritando que la cicatriz le dolía tanto que no podía
seguir estudiando.
Es posible (nos dicen los máximos expertos del Hospital San Mungo de
Enfermedades y Heridas Mágicas) que la mente de Potter quedara afectada por
el ataque infligido por Quien-ustedes-saben,  y que la insistencia en que la
cicatriz le sigue doliendo sea expresión de una alteración arraigada en lo más
profundo del cerebro.
«Podría incluso estar fingiendo  —ha dicho un especialista—. Podría
tratarse de una manera de reclamar atención.»
Pero  El Profeta  ha descubierto hechos preocupantes relativos a Harry
Potter que el director de Hogwarts, Albus Dumbledore, ha ocultado
cuidadosamente a la opinión pública del mundo mágico.
«Potter habla la lengua pársel  —nos revela Draco Malfoy, un alumno de
cuarto curso de Hogwarts—. Hace dos años hubo un montón de ataques contra
alumnos, y casi todo el mundo pensaba que Potter era el culpable después de
haberlo visto perder los estribos en el club de duelo y arrojarle una serpiente a
otro compañero. Pero lo taparon todo. También ha hecho amistad con hombres
lobo y con gigantes. En nuestra opinión, sería capaz de cualquier cosa por
conseguir un poco de poder.»
La lengua pársel, con la que se comunican las serpientes, se considera
desde hace mucho tiempo un arte oscura. De hecho, el hablante de pársel más
famoso de nuestros tiempos no es otro que el mismísimo Quien-ustedes-saben.
Un miembro de la Liga para la Defensa contra las Fuerzas Oscuras, que no
desea que su nombre aparezca aquí, asegura que consideraría a cualquier mago
capaz de hablar en pársel «sospechoso a priori: personalmente, no me fiaría de
nadie que hablara con las serpientes, ya que éstas son frecuentemente
utilizadas en los peores tipos de magia tenebrosa y están tradicionalmente
relacionadas con losmalhechores». De forma semejante, añadió: «Cualquiera
que busque la compañía de engendros tales como gigantes y hombres lobo
parece revelar una atracción por la violencia.»
Albus Dumbledore debería tal vez considerar si es adecuado que un
muchacho como éste compita en el Torneo de los tres magos. Hay quien teme
que Potter pueda recurrir a las artes oscuras en su afán por ganar el Torneo,
cuya tercera prueba tendrá lugar esta noche.
—Ya no me tiene tanto cariño, ¿verdad?  —dijo Harry sin darle importancia  y
doblando el periódico.
En la mesa de Slytherin, Malfoy, Crabbe y Goyle se reían de él, atornillándose el
dedo en la sien, poniendo grotescas caras de loco y moviendo la lengua como las
serpientes.
—¿Cómo ha sabido que te dolió la cicatriz en clase de Adivinación?  —preguntó
Ron—;. Ella no podía encontrarse allí, y es imposible que pudiera oír...
—La ventana estaba abierta. La abrí para poder respirar.
—¡Estabas en lo alto de la torre norte!  —objetó Hermione—. ¡Tu voz no pudo
llegar hasta abajo!
—Bueno, eres tú la que se supone que está investigando métodos mágicos de
escucha —dijo Harry—. ¡Dinos tú cómo lo hace!
—Es lo que intento averiguar —admitió Hermione—. Pero... pero...
De repente, la cara de Hermione adquirió una expresión extraña y absorta. Levantó
una mano lentamente y se pasó los dedos por el cabello.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Ron, frunciendo el entrecejo.
—Sí —musitó Hermione.
Volvió a pasarse los dedos por el cabello y luego se llevó la mano a la boca, como
si hablara por un walkie-talkie invisible. Harry y Ron se miraron sin comprender.
—Se me acaba de ocurrir algo  —explicó Hermione, mirando al vacío—. Creo que
sé... porque entonces nadie se daría cuenta... ni siquiera Moody... y ella podría haber
llegado al alféizar de la ventana...Pero no puede hacerlo... lo tiene tajantemente
prohibido... ¡Creo que la he pillado! Necesito ir dos segundos a la biblioteca... ¡Sólo
para asegurarme!
Diciendo esto, Hermione cogió la mochila y salió corriendo del Gran Comedor.
—¡Eh!  —la llamó Ron—. ¡Tenemos el examen de Historia de la Magia dentro de
diez minutos! Vaya  —dijo, volviéndose hacia Harry—, tiene que odiar mucho a esa
Skeeter para arriesgarse a llegar tarde al examen. ¿Qué vas a hacer en clase de Binns,
leer otra vez?
Como estaba exento delos exámenes de fin de curso por ser campeón de Hogwarts,
en todos los que había habido hasta el momento Harry se había sentado al final del aula
y había estudiado nuevos maleficios para la tercera prueba.
—Supongo —contestó Harry.
Pero, justo entonces,  la profesora McGonagall llegó hacia él bordeando la mesa de
Gryffindor.
—Potter, después de desayunar los campeones tenéis que ir a la sala de al lado
—dijo.
—¡Pero la prueba no es hasta la noche!  —exclamó Harry, manchándose de huevo
revuelto la pechera y temiendo haberse confundido de hora.
—Ya lo sé, Potter. Las familias de los campeones están invitadas a la última
prueba, ya sabes. Ahora tienes la oportunidad de saludarlos.
Se fue. Harry se quedó mirándola con la boca abierta.
—No esperará que vengan los Dursley, ¿verdad?  —le preguntó a Ron,
desconcertado.
—Ni idea  —dijo Ron—. Será mejor que me dé prisa, Harry, o llegaré tarde al
examen de Binns. Hasta luego.
Harry terminó de desayunar en el Gran Comedor, que se iba vaciando rápidamente.
Vio que Fleur Delacour se levantaba de la mesa de Ravenclaw y se juntaba con Cedric
para entrar en la sala contigua. Krum se marchó cabizbajo, poco después, para unirse a
ellos. Harry se quedó donde estaba. Realmente, no quería ir a la sala. No tenía familia,
por  lo menos no tenía ningún familiar al que le pudiera importar que arriesgara la vida.
Pero, justo cuando se iba a levantar, pensando en subir a la biblioteca para dar un último
repaso a los maleficios, se abrió la puerta de la sala y Cedric asomó la cabeza.
—¡Vamos, Harry, te están esperando!
Totalmente perplejo, Harry se levantó. No era posible que hubieran llegado los
Dursley, ¿o sí? Cruzó el Gran Comedor y abrió la puerta de la sala.
Cedric y sus padres estaban junto a la puerta. Viktor Krum se hallaba en un rincón,
hablando en veloz búlgaro con su madre, una señora de pelo negro, y con su padre.
Había heredado la nariz ganchuda de éste. Al otro lado de la sala, Fleur conversaba con
su madre en francés. Gabrielle, la hermana pequeña de Fleur, le daba la  mano a su
madre. Saludó con un gesto a Harry, y él respondió de igual manera. Luego vio, delante
de la chimenea, sonriéndole, a Bill y a la señora Weasley.
—¡Sorpresa!  —dijo muy emocionada la señora Weasley, mientras Harry les
sonreía de oreja a oreja y  caminaba hacia ellos—. ¡Pensamos que podíamos venir a
verte, Harry! —se inclinó para darle un beso en la mejilla.
—¿Qué tal?  —lo saludó Bill, sonriéndole y estrechándole la mano—. Charlie
quería venir, pero no han podido darle permiso. Dice que estuviste  increíble con el
colacuerno.
Harry notó que Fleur Delacour miraba a Bill por encima del hombro de su madre
con bastante interés. No parecía que le disgustaran ni el pelo largo ni los pendientes con
colmillos.
—Muchísimas gracias por venir  —murmuró Harry,dirigiéndose a la señora
Weasley—. Por un momento pensé... los Dursley...
—Mmm  —dijo la señora Weasley, frunciendo los labios. Siempre se refrenaba
para no criticar a los Dursley delante de Harry, pero sus ojos refulgían cada vez que
alguien los mencionaba.
—Es estupendo volver aquí —comentó Bill mirando la sala (Violeta, la amiga de la
Señora Gorda, le guiñó un ojo desde su cuadro)—. Hacía cinco años que no veía este
lugar. ¿Sigue por ahí el cuadro del caballero loco, sir Cadogan?
—Sí —contestó Harry, que había conocido a sir Cadogan el curso anterior.
—¿Y la Señora Gorda? —preguntó Bill.
—Ya estaba aquí en mis tiempos  —comentó la señora Weasley—. Me echó una
buena bronca la noche en que volví al dormitorio a las cuatro de la mañana.
—¿Qué hacías fuera  del dormitorio a las cuatro de la mañana?  —quiso saber Bill,
mirando a su madre sorprendido.
La señora Weasley sonrió, y los ojos le brillaron.
—Tu padre y yo fuimos a dar un paseo a la luz de la luna  —explicó—. Lo pilló
Apollyon Pringle, que era el conserje por aquellos días. Tu padre aún conserva las
señales.
—¿Te gustaría dar una vuelta, Harry? —le ofreció Bill.
—Claro —aceptó Harry, y salieron de la sala.
Al pasar al lado de Amos Diggory, éste se volvió hacia ellos.
—Conque estás aquí, ¿eh?  —dijo, mirando a Harry de arriba abajo—. Apuesto a
que no te sientes tan ufano ahora que Cedric te ha alcanzado en puntuación, ¿a que no?
—¿Qué? —preguntó Harry.
—No le hagas caso  —le dijo Cedric a Harry en voz baja, mirando con severidad a
su padre—. Está enfadado  desde que leyó el artículo de Rita Skeeter sobre el Torneo de
los tres magos. Ya sabes, cuando te hizo aparecer como el único campeón de Hogwarts.
—Pero no se preocupó por corregirla, ¿verdad?  —comentó Amos Diggory, lo
bastante alto para que Harry lo oyera mientras se dirigía a la puerta con Bill y la señora
Weasley—. A pesar de todo le darás una lección, Cedric. Ya lo venciste una vez, ¿no?
—¡Rita Skeeter haría cualquier cosa por causar problemas, Amos!  —dijo
malhumorada la señora Weasley—. ¡Creí que lo sabrías, trabajando en el Ministerio!
Dio la impresión de que el señor Diggory iba a decir algo hiriente, pero su mujer le
puso una mano en el brazo, y él no hizo más que encogerse de hombros y apartarse.
Harry disfrutó mucho la mañana caminando por los terrenos soleados con Bill y la
señora Weasley, mostrándoles el carruaje de Beauxbatons y el barco de Durmstrang. La
señora Weasley sentía curiosidad por el sauce boxeador, que había sido plantado
después de que ella había dejado el colegio, y recordaba contodo detalle al
guardabosque que había precedido a Hagrid, un hombre llamado Ogg.
—¿Cómo está Percy? —preguntó Harry cuando caminaban por los invernaderos.
—No muy bien —dijo Bill.
—Está bastante alterado  —explicó la señora Weasley bajando la voz y mirando a
su alrededor—. El Ministerio quiere que no se hable de la desaparición del señor
Crouch, pero a Percy lo han llamado para preguntarle acerca de las instrucciones que
Crouch le ha estado enviando. Piensan que pudieran no haber sido escritas realmente
por él. Percy está sometido a demasiada tensión. No lo han dejado que sustituya esta
noche al señor Crouch en el tribunal. Va a hacerlo Cornelius Fudge.
Volvieron al castillo para la comida.
—¡Mamá... Bill!  —exclamó Ron, atónito, acudiendo a la mesa de Gryffindor—.
¿Qué hacéis aquí?
—Hemos venido a ver a Harry en la última prueba  —dijo con alegría la señora
Weasley—. Tengo que decir que me gusta el cambio, no tener que cocinar. ¿Qué tal el
examen?
—Eh... bien —contestó Ron—. No pude recordar todos los nombres de los duendes
rebeldes, así que me inventé algunos. Pero bien  —añadió, sirviéndose empanada de
Cornualles, mientras la señora Weasley lo miraba con severidad—. Todos se llaman
cosas como Bodrod el Barbudo y Urg el Guarro, así que no fue difícil.
Fred,George y Ginny fueron también a sentarse con ellos, y Harry lo pasó tan bien
que le parecía estar de vuelta en La Madriguera. No se acordó de preocuparse por la
prueba de aquella noche, y hasta que Hermione apareció en medio de la comida no
recordó tampoco que ella había tenido una iluminación sobre Rita Skeeter.
—¿Nos vas a decir...?
Hermione negó con la cabeza pidiendo que se callara, y miró a la señora Weasley.
—Hola, Hermione —la saludó ella, mucho menos afectuosa de lo habitual.
—Hola —le respondióHermione, con una sonrisa que vaciló ante la fría expresión
de la señora Weasley.
Harry miró a una y a otra, y luego dijo:
—Señora Weasley, usted no creería esas mentiras que escribió Rita Skeeter en
Corazón de bruja, ¿verdad? Porque Hermione y yo no somos novios.
—¡Ah! —exclamó la señora Weasley—. No... ¡por supuesto que no!
Pero a partir de ese momento empezó a mostrarse más cariñosa con Hermione.
Harry, Bill y la señora Weasley pasaron la tarde dando un largo paseo por el
castillo y volvieron al Gran Comedor para el banquete de la noche. Para entonces, Ludo
Bagman y Cornelius Fudge se habían incorporado a la mesa de los profesores. Bagman
parecía muy contento, pero Cornelius Fudge, que estaba sentado junto a Madame
Máxime, tenía una mirada severa y no hablaba. Madame Máxime no levantaba la vista
del plato, y a Harry le pareció que tenía los ojos enrojecidos. Hagrid no dejaba de
mirarla desde el otro lado de la mesa.
Hubo más platos de lo habitual, pero Harry, que empezaba a estar realmente
nervioso, nocomió mucho. Cuando el techo encantado comenzó a pasar del azul a un
morado oscuro, Dumbledore, en la mesa de los profesores, se puso en pie y se hizo el
silencio.
—Damas y caballeros, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia
el campo  de quidditch para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los tres
magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir ya al señor
Bagman hasta el estadio.
Harry se levantó. A lo largo de la mesa, todos los de Gryffindor lo aplaudieron. Los
Weasley y Hermione le desearon buena suerte, y salió del Gran Comedor, con Cedric,
Fleur y Krum.
—¿Qué tal te encuentras, Harry?  —le preguntó Bagman, mientras bajaban la
escalinata de piedra por la que se salía del castillo—. ¿Estás tranquilo?
—Estoy bien  —dijo Harry. Era bastante cierto: a pesar de sus nervios, seguía
repasando mentalmente los maleficios y encantamientos que había practicado, y saber
que los podía recordar todos lo hacía sentirse mejor.
Llegaron al campo de quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de
seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos: era la entrada
al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.
Cinco minutos después empezaron a ocuparse las tribunas. El aire se llenó de voces
excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios. El
cielo era de un azul intenso pero claro, y empezaban a aparecer las primeras estrellas.
Hagrid, el profesor Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al
estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas
luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su
chaleco de piel de topo.
—Estaremoshaciendo una ronda por la parte exterior del laberinto  —dijo la
profesora McGonagall a los campeones—. Si tenéis dificultades y queréis que os
rescaten, echad al aire chispas rojas, y uno de nosotros irá a salvaros, ¿entendido?
Los campeones asintieron con la cabeza.
—Pues entonces... ya podéis iros  —les dijo Bagman con voz alegre a los cuatro
que iban a hacer la ronda.
—Buena suerte, Harry  —susurró Hagrid, y los cuatro se fueron en diferentes
direcciones para situarse alrededor del laberinto.
Bagman se  apuntó a la garganta con la varita, murmuró  «¡Sonorus!»,  y su voz,
amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:
—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de
los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados
en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y
el señor Harry Potter, ambos del colegio Hogwarts!  —Los aplausos y vítores
provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido  y se
perdieran en el cielo cada vez más oscuro—. En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el
señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang!  —Más aplausos—. Y, en tercer lugar, ¡la
señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!
Harry pudodistinguir a duras penas, en medio de las  tribunas, a la señora Weasley,
Bill, Ron y Hermione, que aplaudían a Fleur por cortesía. Los saludó con la mano, y
ellos le devolvieron el saludo, sonriéndole.
—¡Entonces... cuando sople el silbato, entrarán Harry  y Cedric!  —dijo Bagman—.
Tres... dos... uno...
Dio un fuerte pitido, y Harry y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto.
Los altísimos setos arrojaban en el camino sombras negras y, ya fuera a causa de su
altura y su espesor, o porque estaban encantados, el bramido de la multitud se apagó en
cuanto traspasaron la entrada. Harry se sentía casi corno si volviera a estar sumergido.
Sacó la varita, susurró  «¡Lumos!», y oyó a Cedric que  hacía lo mismo detrás de él.
Después de unos cincuenta metros, llegaron a una bifurcación. Se miraron el uno al
otro.
—Hasta luego  —dijo Harry, y tiró por el de la izquierda, mientras Cedric cogía el
de la derecha.
Harry oyó por segunda vez el silbato de Bagman: Krum acababa de entrar en el
laberinto. Harry se apresuró.  El camino que había escogido parecía completamente
desierto. Giró a la derecha y corrió, sosteniendo la varita por encima de la cabeza para
tratar de ver lo más lejos posible. Pero seguía sin haber nada a la vista.
Se escuchó por tercera vez, distante, elsilbato de Ludo Bagman. Ya estaban todos
los campeones dentro del laberinto.
Harry miraba atrás a cada rato. Sentía la ya conocida sensación de que alguien lo
vigilaba. El laberinto se volvía más oscuro a cada minuto, conforme el cielo se
oscurecía. Llegóa una segunda bifurcación.
—¡Oriéntame! —le susurró a su varita, poniéndola horizontalmente sobre la palma
de la mano.
La varita giró y señaló hacia la derecha, a pleno seto. Eso era el norte, y sabía que
tenía que ir hacia el noroeste para llegar al centro del laberinto. La mejor opción era
tomar la calle de la izquierda, y girar a la derecha en cuanto pudiera.
También aquella calle estaba vacía, y cuando encontró un desvío a la derecha y lo
cogió, volvió a hallar su camino libre de obstáculos. No sabía  por qué, pero aquella
ausencia de problemas lo desconcertaba. ¿No tendría que haberse encontrado ya con
algo? Parecía que el laberinto le estuviera tendiendo una trampa para que se sintiera
seguro y confiado. Luego oyó moverse algo justo tras él. Levantóla varita, lista para el
ataque, pero el haz de luz que salía de ella se proyectó solamente en Cedric, que
acababa de salir de una calle que había a mano derecha. Cedric parecía muy asustado:
llevaba ardiendo una manga de la túnica.
—¡Los escregutos de  cola explosiva de Hagrid!  —dijo entre dientes—. ¡Son
enormes! ¡Acabo de escapar ahora mismo!
Movió la cabeza a los lados, y salió de la vista por otro camino. Deseando poner la
máxima distancia posible entre él y los escregutos, Harry se alejó a toda prisa.Entonces,
al volver una esquina, vio...
Un dementor caminaba hacia él. Avanzaba con sus más  de tres metros de altura, el
rostro tapado por la capucha, las manos extendidas, putrefactas, llenas de pústulas,
palpando a ciegas el camino hacia él. Harry oyó  su respiración ruidosa, sintió que su
húmeda frialdad empezaba a absorberlo, pero sabía lo que tenía que hacer...
Intentó pensar en la cosa más feliz que se le ocurriera;  se concentró con todas sus
fuerzas en la idea de salir del laberinto y celebrarlo  con Ron y Hermione, levantó la
varita y gritó:
—¡Expecto patronum!
Un ciervo de plata salió del extremo de su varita y fue galopando hacia el
dementor, que cayó de espaldas, tropezando en el bajo de la túnica... Harry no había
visto nunca tropezar a un dementor.
—¡Anda!  —exclamó, yendo tras el patronus plateado—,  ¡tú eres un boggart!
¡Riddíkulo!
Se oyó un golpe, y el mutable ser estalló en una voluta  de humo. El ciervo de plata
se desvaneció. A Harry le hubiera gustado que se quedara para acompañarlo... Pero
siguió, avanzando todo lo rápida y sigilosamente que podía, aguzando los oídos, con la
varita en alto.
Izquierda, derecha, de nuevo izquierda... Dos veces se  encontró en callejones sin
salida. Repitió el encantamiento  brújula, y se dio cuenta de que sehabía desviado
demasiado  hacia el este. Volvió sobre sus pasos, tomó una calle a la derecha, y vio una
extraña neblina dorada que flotaba delante de él.
Harry se acercó con cautela, apuntando con el haz de luz de la varita. Parecía algún
tipo de encantamiento. Se preguntó si podría deshacerse de ella.
—¡Reducio! —exclamó.
El encantamiento salió como un disparo y atravesó la niebla, dejándola intacta. Se
lo tendría que haber imaginado: la maldición reductora era sólo para objetos sólidos.
¿Qué ocurriría  si seguía a través de la niebla? ¿Merecía la pena probar, o sería mejor
retroceder?
Seguía dudando cuando un grito agudo quebró el silencio.
—¿Fleur? —gritó Harry.
Nadie contestó. Miró hacia todos lados. ¿Qué le habría sucedido a ella? El grito
parecía proceder de delante. Tomó aire, y se internó corriendo en la niebla encantada.
El mundo se puso boca abajo. Harry estaba colgado del suelo, con el pelo
levantado, las gafas suspendidas en el aire y a punto de caerse al cielo sin fondo. Se las
colocó encima  de la nariz, y comprobó, aterrorizado, su situación: era como si tuviera
los pies pegados con cola al césped, que se había convertido en techo, y bajo él se
extendía el infinito cielo oscuro y estrellado. Pensó que, si trataba de mover un pie, se
caería de la tierra.
«Piensa —se dijo, mientras la sangre le bajaba a la cabeza—. Piensa...»
Pero ninguno de los encantamientos que había estudiado servía para combatir una
repentina inversión del cielo y la tierra. ¿Se atrevería a desplazar un pie? Oía la sangre
latiendo en los oídos. Tenía dos opciones: intentar moverse, o lanzar chispas rojas para
ser rescatado y descalificado.
Cerró los ojos, para no ver el espacio infinito que tenía debajo, y levantó el pie
derecho con todas sus fuerzas, separándolo del techo de césped.
De inmediato, el mundo volvió a colocarse. Harry cayó de rodillas a un suelo
maravillosamente sólido. La impresión lo dejó momentáneamente sin fuerzas. Volvió a
tomar aliento, se levantó y corrió; volvió la vista mientras se alejaba de la niebla dorada,
que, a la luz de la luna, centelleaba con inocencia.
Se detuvo en un cruce y miró buscando algún rastro de Fleur. Estaba seguro de que
había sido ella la que había gritado. ¿Qué era lo que había encontrado? ¿Estaría bien?
No había rastro de chispas rojas: ¿quería eso decir que había logrado salir del peligro, o
que se hallaba en un apuro tan grande que ni siquiera podía utilizar la varita? Harry
tomó el camino de la derecha con una sensación de creciente angustia... pero, al mismo
tiempo, no podía evitar pensar: «una menos».
La Copa tenía que estar cerca, y parecía que Fleur ya no competía. Él había llegado
hasta allí... ¿Y si realmente conseguía ganar? Fugazmente, y por primera vez desde que
se había visto convertido en campeón, se vio a sí  mismo levantando la Copa de los tres
magos ante el resto del colegio.
Pasaron otros diez minutos sin más encuentro que el de las calles sin salida. Dos
veces torció por la misma calle equivocada. Finalmente dio con una ruta distinta, y
comenzó a avanzar  por ella, ya no tan aprisa. La varita se balanceaba en su mano
haciendo oscilar su sombra en los setos. Luego dobló otra esquina, y se encontró ante un
escreguto de cola explosiva.
Cedric tenía razón: era enorme. De unos tres metros de largo, era lo más parecido a
un escorpión gigante: tenía el aguijón curvado sobre la espalda, y su grueso caparazón
brillaba a la luz de la varita de Harry, con la que le apuntaba.
—¡Desmaius!
El encantamiento dio en el caparazón del escreguto y rebotó. Harry se agachó justo
a tiempo, pero le llegó olor de  pelo quemado: el encantamiento le había chamuscado la
parte superior del cabello. El escreguto lanzó una ráfaga de fuego por la cola, y se lanzó
raudo hacia él.
—¡Impedimenta!  —gritó Harry. El embrujo dio de nuevo en el caparazón del
escreguto y rebotó. Harry retrocedió algunos pasos tambaleándose antes de caer—.
¡IMPEDIMENTA!
El escreguto se hallaba a unos centímetros de él en el momento en que quedó
paralizado: había conseguido darle en la parte de abajo, que era carnosa y sin caparazón.
Jadeando, Harry se apartó de él y corrió, con todas sus fuerzas, en la dirección opuesta:
el embrujo obstaculizador no era permanente, y el escreguto recuperaría de un momento
a otro la movilidad de las patas.
Tomó un camino a la izquierda y resultó ser un callejón  sin salida; otro a la
derecha, y dio en otro. No tuvo más remedio que detenerse y volver a utilizar el
encantamiento  brújula. Desanduvo lo andado y escogió un camino que parecía ir al
noroeste.
Llevaba unos minutos caminando  a toda prisa por el nuevo camino, cuando oyó
algo en la calle que iba paralela a la suya que lo hizo detenerse en seco.
—¿Qué vas a hacer?  —gritaba la voz de Cedric—. ¿Qué demonios pretendes
hacer?
Y a continuación se oyó la voz de Krum:
—¡Crucio!
El aire  se llenó de repente con los gritos de Cedric. Horrorizado, Harry echó a
correr, tratando de encontrar la manera de entrar en la calle de Cedric. Como no vio
ningún acceso, intentó utilizar de nuevo la maldición reductora. No resultó muy
efectiva, pero consiguió hacer un pequeño agujero en el seto, a través del cual metió la
pierna y pataleó contra ramas y zarzas hasta conseguir abrir un boquete. Se metió por él
rasgándose la túnica y, al mirar a la derecha, vio a Cedric, que se retorcía y sacudía en el
suelo, y a Krum de pie a su lado.
Harry salió del agujero y se levantó, apuntando a Krum con la varita justo cuando
éste miraba hacia él. Entonces Krum se volvió y echó a correr.
—¡Desmaius! —gritó Harry.
El encantamiento pegó a Krum en la espalda. Se detuvo en seco, cayó de bruces y
se quedó inmóvil, boca abajo, tendido en la hierba. Harry corrió hacia Cedric, que había
dejado de retorcerse y jadeaba con las manos en la cara.
—¿Estás bien? —le preguntó, cogiéndolo del brazo.
—Sí  —dijo Cedric sin aliento—.  Sí... no puedo creerlo... Venía hacia mí por
detrás... Lo oí, me volví y me apuntó con la varita.
Se levantó. Seguía temblando. Los dos miraron a Krum.
—Me cuesta creerlo... Creía que era un tipo legal —dijo Harry, mirando a Krum.
—Yo también lo creía —repuso Cedric.
—¿Oíste antes el grito de Fleur? —preguntó Harry.
—Sí —respondió Cedric—. ¿Crees que Krum la alcanzó también a ella?
—No lo sé.
—¿Lo dejamos aquí? —preguntó Cedric.
—No. Creo que deberíamos lanzar chispas rojas. Alguien vendrá a recogerlo... Si
no, lo más fácil es que se lo coma un escreguto.
—Es lo que se merece  —musitó Cedric, pero aun así levantó la varita y disparó al
aire una lluvia roja que brilló  por encima de Krum, marcando el punto en que se
encontraba.
Harry y Cedric permanecieron por  un momento en la oscuridad, mirando a su
alrededor. Luego Cedric dijo:
—Bueno, supongo que lo mejor es seguir...
—¿Qué? —dijo Harry—. Ah... sí... bien...
Fue un instante extraño: él y Cedric se habían sentido  brevemente unidos contra
Krum, pero enseguida volvieron a comprender que eran contrincantes. Siguieron por el
oscuro camino sin hablar; luego Harry giró a la izquierda, y Cedric a la derecha. Pronto
dejaron de oírse sus pasos.
Harry siguió adelante, usando el encantamiento brújula para asegurarse  de que
caminaba en la dirección correcta. Ahora el reto estaba entre él y Cedric. El deseo de
llegar el primero a la Copa era en aquel momento más intenso que nunca, pero apenas
podía concebir lo que acababa de ver hacer a Krum. El uso de una maldición
imperdonable contra un ser humano se castigaba con cadena perpetua en Azkaban: eso
era lo que les había dicho Moody. No era posible que Krum deseara la Copa de los tres
magos hasta aquel punto... Empezó a caminar más aprisa.
De vez en cuando llegaba a otro callejón sin salida, pero la creciente oscuridad era
una señal inequívoca de que se iba acercando al centro del laberinto. Entonces,
caminando a zancadas por un camino recto y largo, volvió a percibir que algo se movía,
y el haz de luz de la varita iluminóa una criatura extraordinaria, un espécimen al que
sólo había visto en una ilustración de El monstruoso libro de los monstruos.
Era una esfinge: tenía el cuerpo de un enorme león, con  grandes zarpas y una cola
larga, amarillenta, que terminaba en un mechón castaño. La cabeza, sin embargo, era de
mujer. Volvió a Harry sus grandes ojos almendrados cuando él se acercó. Harry levantó
la varita, dudando. No parecía dispuesta a atacarlo, sino que paseaba de un lado a otro
del camino, cerrándole el paso.
Entonces habló con una voz ronca y profunda:
—Estás muy cerca de la meta. El camino más rápido es por aquí.
—Eh... entonces, ¿me dejará pasar, por favor?  —le preguntó Harry, suponiendo
cuál iba a ser la respuesta.
—No —respondió, continuando su paseo—. No a menos que descifres mi enigma.
Si aciertas a la primera, te dejaré pasar. Si te equivocas, te atacaré. Si te quedas callado,
te dejaré marchar sin hacerte ningún daño.
Se le hizo un nudo en la garganta. Era a Hermione a quien se le daban bien aquellas
cosas,no a él. Sopesó sus probabilidades: si el enigma era demasiado difícil, podía
quedarse callado y marcharse incólume para intentar encontrar otra ruta alternativa
hacia la copa.
—Vale —dijo—. ¿Puedo oír el enigma?
La esfinge se sentó sobre sus patas traseras, en el centro mismo del camino, y
recitó:
Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas,
pero eso sólo ocurrirá si no lo captas.
Y no es fácil la respuesta de esta adivinanza,
porque está lejana, en tierras de bonanza,
donde empieza la región delas montañas de arena
y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena.
Y ahora contesta, tú, que has venido a jugar:
¿a qué animal no te gustaría besar?
Harry la miró con la boca abierta.
—¿Podría decírmelo otra vez... mas despacio?  —pidió. Ella parpadeó, sonrió y
repitió el enigma.
—¿Todas las pistas conducen a un animal que no me gustaría besar?  —preguntó
Harry.
Ella se limitó a esbozar su misteriosa sonrisa. Harry tomó aquel gesto por un «sí».
Empezó a darle vueltas al acertijo en la cabeza.  Había muchos animales a los que no le
gustaría besar: de inmediato pensó en un escreguto de cola explosiva, pero intuyó que
no era aquélla la respuesta. Tendría que intentar descifrar las pistas...
—«Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas» —murmuró Harry, mirándola.
«Puede desgarrarme si me come, pero me desgarraría con los colmillos, no con las
zarpas —pensó—. Mejor dejo esta parte para luego...»
—¿Podría repetirme lo que sigue, si es tan amable?
Ella repitió los versos siguientes.
«La respuesta  está donde empieza la región de las montañas de arena y acaba la de
los toros, la sangre, el mar y la verbena.» El país de los toros, la sangre, el mar y la
verbena podría ser España, y la región de las montañas de arena podría ser Marruecos,
el Magreb,  Arabia. Donde acaba España y empieza Marruecos podría ser el estrecho de
Gibraltar, pero no puedo ir ahora tan lejos en busca de la respuesta. Claro que
Marruecos y Magreb empiezan por «ma», Arabia lo hace por «ara», y España acaba en
«ña». Y si me lo hace, si se da maña, no, si me araña... ¿qué animal no me gustaría
besar?»
—¡La araña!
La esfinge pronunció más su sonrisa. Se levantó, extendió sus patas delanteras y se
hizo a un lado para dejarlo pasar.
—¡Gracias! —dijo Harry y, sorprendido de su propia inteligencia, echó a correr.
Ya tenía que estar más cerca, tenía que estarlo... la varita le indicaba que iba bien
encaminado. Si no encontraba nada demasiado horrible, podría...
Llegó a una bifurcación de caminos.
—¡Oriéntame!  —le susurró a la varita, que giró y se paró apuntando al camino de
la derecha. Giró corriendo por él, y vio luz delante.
La Copa de los tres magos brillaba sobre un pedestal a menos de cien metros de
distancia. Harry acababa de echar a correr cuando una mancha oscura salió al camino,
corriendo como una bala por delante de él.
Cedric iba a llegar primero. Corría hacia la copa tan rápido como podía, y Harry
sabía que nunca podría alcanzarlo, porque Cedric era mucho más alto y tenía las piernas
más largas...
Entonces Harry vio algo inmenso que asomaba por encima de un seto que había a
su izquierda y que se movía velozmente por un camino que cruzaba el suyo. Iba tan
rápido que Cedric estaba a punto de chocar contra aquello, y, con los ojos fijos en la
copa, no lo había visto...
—¡Cedric! —gritó Harry—. ¡A tu izquierda!
Cedric miró justo a tiempo de esquivar la cosa y evitar chocar con ella, pero, en su
apresuramiento, tropezó. La varita se le cayó de la mano, mientras la araña gigante
entraba en el camino y se abalanzaba sobre él.
—¡Desmaius! —volvió a gritar Harry.
El encantamiento dio de lleno en el gigantesco cuerpo, negro y peludo, pero fue
como si le hubiera tirado una piedra: el bicho dio una sacudida, se balanceó un
momento y luego corrió hacia Harry, en lugar de hacerlo haciaCedric.
—¡Desmaius! ¡Impedimenta! ¡Desmaius!
Pero no servía de nada: la araña era tan grande, o tan mágica, que los
encantamientos no hacían más que provocaría. Antes de que estuviera sobre él, Harry
sólo vio la imagen horrible de ocho patas negras brillantes y de pinzas afiladas como
cuchillas.
Lo levantó en el aire con sus patas delanteras. Forcejeando como loco, Harry
intentaba darle patadas: su pierna pegó en las pinzas del animal, y sintió de inmediato
un dolor insoportable. Oyó que Cedric tambiéngritaba  «¡Desmaius!», pero sin más
éxito que él. Cuando la araña volvió a abrir las pinzas, Harry levantó la varita y gritó:
—¡Expelliarmus!
Funcionó: el encantamiento de desarme hizo que el bicho lo soltara, pero eso
supuso una caída de casi cuatro metros de altura sobre la pierna herida, que se aplastó
bajo su peso. Sin detenerse a pensar, apuntó hacia arriba, a la panza de la araña, tal
como había hecho con el escreguto, y gritó «¡Desmaius!» al mismo tiempo que Cedric.
Combinados, los dos encantamientos lograron lo que uno solo no podía: el animal
se desplomó de lado, sobre un seto, y quedó obstruyendo el camino con una maraña de
patas peludas.
—¡Harry! —oyó gritar a Cedric—. ¿Estás bien? ¿Cayó sobre ti?
—¡No! —respondió Harry, jadeando.
Se miró la  pierna: sangraba mucho; tenía la túnica manchada con una secreción
viscosa de las pinzas. Trató de levantarse, pero la pierna le temblaba y se negaba a
soportar el peso de su cuerpo. Se apoyó en el seto, falto de aire, y miró a su alrededor.
Cedric estabaa muy poca distancia de la Copa de los tres magos, que brillaba tras
él.
—Cógela —le dijo Harry sin aliento—. Vamos, cógela. Ya has llegado.
Pero Cedric no se movió. Se quedó allí, mirando a Harry. Luego se volvió para
observarla. Harry vio la expresión  de anhelo en su rostro, iluminado por el resplandor
dorado de la Copa. Cedric volvió a mirar a Harry, que se agarraba ahora al seto para
sostenerse en pie.
Cedric respiró hondo y dijo:
—Cógela tú. Tú mereces ganar: me has salvado la vida dos veces.
—No es así el Torneo —replicó Harry.
Estaba irritado: la pierna le dolía muchísimo, y tenía todo el cuerpo magullado por
sus forcejeos con la araña; pero, después de todos sus esfuerzos, Cedric había llegado
antes, igual que había llegado antes a pedirle a Cho quefuera su pareja de baile.
—El primero que llega a la Copa gana. Y el primero has sido tú. Te lo estoy
diciendo: yo no puedo ganar ninguna competición con esta pierna.
Cedric se acercó un poco más a la araña desmayada, alejándose de la Copa y
negando con la cabeza.
—No —dijo.
—¡Deja de hacer alardes de nobleza!  —exclamó Harry irritado—. No tienes más
que cogerla, y podremos salir de aquí.
Cedric observó cómo se agarraba al seto para mantenerse en pie.
—Tú me dijiste lo de los dragones  —recordó Cedric—. Yohabría caído en la
primera prueba si no me lo hubieras dicho.
—A mí también me lo dijeron  —espetó Harry, tratando de limpiarse con la túnica
la sangre de la pierna—. Y luego tú me ayudaste con el huevo: estamos en paz.
—También a mí me ayudaron con el huevo.
—Seguimos estando en paz  —repuso Harry, probando con cautela la pierna, que
tembló violentamente al apoyar el peso sobre ella. Se había torcido el tobillo cuando la
araña lo había dejado caer.
—Te merecías más puntos en la segunda prueba  —dijo Cedric  tercamente—. Te
rezagaste porque querías salvar a todos los rehenes. Es lo que tendría que haber hecho
yo.
—¡Sólo yo fui lo bastante tonto para tomarme en serio la canción!  —contestó
Harry con amargura—. ¡Coge la Copa!
—No —contestó Cedric, dando unos pasos más hacia Harry.
Éste vio que Cedric era sincero. Quería renunciar a un tipo de gloria que la casa de
Hufflepuff no había conquistado desde hacía siglos.
—Vamos, cógela tú  —dijo Cedric. Era como si le costara todas sus fuerzas, pero
había cruzado los brazos y su rostro no dejaba lugar a dudas: estaba decidido.
Harry miró alternativamente a Cedric y a la Copa. Por un instante esplendoroso, se
vio saliendo del laberinto con ella. Se vio sujetando en alto la Copa de los tres magos,
oyó el clamor de la multitud, vio el rostro de Cho embriagado de admiración, más nítido
de lo que lo había visto nunca... y luego la imagen se desvaneció y volvió a ver la
expresión seria y firme de Cedric.
—Vamos los dos —propuso Harry.
—¿Qué?
—La cogeremos los dos al mismo tiempo. Será la victoria de Hogwarts.
Empataremos.
Cedric observó a Harry. Descruzó los brazos.
—¿Es... estás seguro?
—Sí  —afirmó Harry—. Sí... Nos hemos ayudado el uno al otro, ¿no? Los dos
hemos llegado hasta aquí. Tenemos que cogerla juntos.
Por un momentopareció que Cedric no daba crédito a sus oídos. Luego sonrió.
—Adelante, pues —dijo—. Vamos.
Cogió a Harry del brazo, por debajo del hombro, y lo ayudó a ir hacia el pedestal
en que descansaba la Copa. Al llegar, uno y otro acercaron sendas manos a las
relucientes asas.
—A la de tres, ¿vale? —propuso Harry—. Uno... dos... tres...
Cedric y él agarraron las asas de la Copa.
Al instante, Harry sintió una sacudida en el estómago. Sus pies despegaron del
suelo. No podía aflojar la mano que sostenía la Copa de  los tres magos: lo llevaba hacia
delante, en un torbellino de viento y colores, y Cedric iba a su lado.

32
Hueso, carne y sangre

Harry sintió que los pies daban contra el suelo. La pierna herida flaqueó, y cayó de
bruces. La mano, por fin, soltó la Copa de los tres magos.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
Cedric sacudió la cabeza. Se levantó, ayudó a Harry a ponerse en pie, y los dos
miraron en torno.
Habían abandonado los terrenos de Hogwarts. Era evidente que habían viajado
muchos kilómetros, porque ni  siquiera se veían las montañas que rodeaban el castillo.
Se hallaban en el cementerio oscuro y descuidado de una pequeña iglesia, cuya silueta
se podía ver tras un tejo grande que tenían a la derecha. A la izquierda se alzaba una
colina. En la ladera de  aquella colina se distinguía apenas la silueta de una casa antigua
y magnífica.
Cedric miró la Copa y luego a Harry.
—¿Te dijo alguien que la Copa fuera un traslador? —preguntó.
—Nadie  —respondió Harry, mirando el cementerio. El silencio era total y algo
inquietante—. ¿Será esto parte de la prueba?
—Ni idea —dijo Cedric. Parecía nervioso—. ¿No deberíamos sacar la varita?
—Sí —asintió Harry, contento de que Cedric se hubiera anticipado a sugerirlo.
Las sacaron. Harry seguía observando a su alrededor. Teníaotra vez la extraña
sensación de que los vigilaban.
—Alguien viene —dijo de pronto.
Escudriñando en la oscuridad, vislumbraron una figura que se acercaba caminando
derecho hacia ellos por entre las tumbas. Harry no podía distinguirle la cara; pero, por la
forma en que andaba y la postura de los brazos, pensó que llevaba algo en ellos.
Quienquiera que fuera, era de pequeña estatura, y llevaba sobre la cabeza una capa con
capucha que le ocultaba el rostro. La distancia entre ellos se acortaba a cada paso,
permitiéndoles ver que lo que llevaba el encapuchado parecía un bebé... ¿o era
simplemente una túnica arrebujada?
Harry bajó un poco la varita y echó una ojeada a Cedric. Éste le devolvió una
mirada de desconcierto. Uno y otro volvieron a observar al quese acercaba, que al fin se
detuvo junto a una enorme lápida vertical de mármol, a dos metros de ellos. Durante un
segundo, Harry, Cedric y el hombrecillo no hicieron otra cosa que mirarse.
Y entonces, sin previo aviso, la cicatriz empezó a dolerle. Fue  un dolor más fuerte
que ningún otro que hubiera sentido en toda su vida. Al llevarse las manos a la cara la
varita se le resbaló de los dedos. Se le doblaron las rodillas. Cayó al suelo y se quedó sin
poder ver nada, pensando que la cabeza le iba a estallar.
Desde lo lejos, por encima de su cabeza, oyó una voz fría y aguda que decía:
—Mata al otro.
Entonces escuchó un silbido y una segunda voz, que gritó al aire de la noche estas
palabras:
—¡Avada Kedavra!
A través de los párpados cerrados, Harry percibió  el destello de un rayo de luz
verde, y oyó que algo pesado caía al suelo, a su lado. El dolor de la cicatriz alcanzó tal
intensidad que sintió arcadas, y luego empezó a disminuir. Aterrorizado por lo que
vería, abrió los ojos escocidos.
Cedric yacía a sulado, sobre la hierba, con las piernas y los brazos extendidos.
Estaba muerto.
Durante un segundo que contuvo toda una eternidad,  Harry miró la cara de Cedric,
sus ojos abiertos, inexpresivos  como las ventanas de una casa abandonada, su boca
medio abierta, que parecía expresar sorpresa. Y entonces, antes de que su mente hubiera
aceptado lo que veía, antes de que pudiera sentir otra cosa que aturdimiento e
incredulidad, alguien lo levantó.
El hombrecillo de la capa había posado su lío de ropa y, con la varita encendida,
arrastraba a Harry hacia la lápida de mármol. A la luz de la varita, Harry vio el nombre
inscrito en la lápida antes de ser arrojado contra ella:
TOM RYDDLE
El hombre de la capa hizo aparecer por arte de magia unas cuerdas que sujetaron
firmemente a Harry, atándolo a la lápida desde el cuello a los tobillos. Harry podía oír el
sonido de una respiración rápida y superficial que provenía de dentro de la capucha.
Forcejeó, y el hombre lo golpeó: lo golpeó con una mano a la que le faltaba un dedo, y
entonces Harry comprendió quién se ocultaba bajo la capucha: Colagusano.
—¡Tú! —dijo jadeando.
Pero Colagusano, que había terminado de sujetarlo, no contestó: estaba demasiado
ocupado comprobando la firmeza de las cuerdas, y sus dedos temblaban
incontrolablemente hurgando en los nudos. Cuando estuvo seguro de que Harry había
quedado tan firmemente atado a la lápida que no podía moverse ni un centímetro,
Colagusano sacó de la capa una tira larga de tela negra y se la metió a Harry en la boca.
Luego, sin decir una palabra, le dio la espalda y se marchó a toda prisa. Harry no podía
decir nada, ni podía ver adónde había ido Colagusano. No podía volver la cabeza para
mirar al otro lado de la lápida: sólo podía ver lo que había justo delante de él.
El cuerpo de Cedric yacía a unos seis metros de distancia. Un poco más allá,
brillando a la luz de las estrellas, estaba la Copa de los tres magos. La varita de Harry se
encontraba en el suelo, a sus pies. El lío de ropa que Harry había pensado que sería un
bebé se hallaba cerca de él, junto a la sepultura. Se agitaba de manera inquietante. Harry
lo miró, y la cicatriz le volvió a doler... y de pronto comprendió que no quería ver lo que
había dentro de aquella ropa... no quería que el lío se abriera...
Oyó un  ruido a sus pies. Bajó la mirada, y vio una serpiente gigante que se
deslizaba por la hierba, rodeando la lápida a la que estaba atado. Volvió a oír, cada vez
más fuerte, la respiración rápida y dificultosa de Colagusano, que soñaba como si
estuviera acarreando algo pesado. Entonces entró en el campo de visión de Harry, que lo
vio empujando hasta la sepultura algo que parecía un caldero de piedra, aparentemente
lleno de agua. Oyó que salpicaba al suelo, y era más grande que ningún caldero que él
hubiera utilizado nunca: era una especie de pila de piedra capaz de contener a un
hombre adulto sentado.
La cosa que había dentro del lío de ropa, en el suelo, se agitaba con más
persistencia, como si tratara de liberarse. En aquel momento, Colagusano hacía algo en
el fondo del caldero con la varita. De repente brotaron bajo él unas llamas crepitantes.
La serpiente se alejó reptando hasta adentrarse en la oscuridad.
El líquido que contenía el caldero parecía calentarse muy rápidamente. La
superficie comenzó no sóloa borbotear, sino que también lanzaba chispas abrasadoras,
como si estuviera ardiendo. El vapor se espesaba emborronando la silueta de
Colagusano, que atendía el fuego. El lío de ropa empezó a agitarse más fuerte, y Harry
volvió a oírla voz fría y aguda:
—¡Date prisa!
La entera superficie del agua relucía por las chispas. Parecía incrustada de
brillantes.
—Ya está listo, amo.
—Ahora... —dijo la voz fría.
Colagusano abrió el lío de ropa, que parecía una túnica, revelando lo que había
dentro, y Harry soltó  un grito que fue ahogado por lo que Colagusano le había metido
en la boca.
Era como si Colagusano hubiera levantado una piedra y dejado a la vista algo
oculto, horrendo y viscoso... pero cien veces peor de lo que se pueda decir. Lo que
Colagusano había llevado con él tenía la forma de un niño agachado, pero Harry no
había visto nunca nada menos parecido a un niño: no tenía pelo, y la piel era de aspecto
escamoso, de un negro rojizo oscuro, como carne viva; los brazos y las piernas eran
muy delgados y débiles; y la cara... Ningún niño vivo tendría nunca una cara parecida a
aquélla: era plana y como de serpiente, con ojos rojos brillantes.
Parecía incapaz de valerse por sí mismo: levantó los brazos delgados, se los echó al
cuello a Colagusano, y éste lo levantó. Al hacerlo se le cayó la capucha, y Harry
percibió, a la luz de la fogata, una expresión de asco en el pálido rostro de Colagusano
mientras lo llevaba hasta el borde del caldero. Luego vio, por un momento, el rostro
plano y malvado iluminado por las  chispas que saltaban de la superficie de la poción, y
oyó el golpe sordo del frágil cuerpo contra el fondo del caldero.
«Que se ahogue  —pensó Harry, mientras la cicatriz le dolía casi más de lo que
podía resistir—. Por favor... que se ahogue...»
Colagusano  habló. La voz le salió temblorosa, y parecía aterrorizado. Levantó la
varita, cerró los ojos y habló a la noche:
—¡Hueso del padre, otorgado sin saberlo, renovarás a tu hijo!
La superficie de la sepultura se resquebrajó a los pies de Harry. Horrorizado, vio
que salía de debajo un fino chorro de polvo y caía suavemente en el caldero. La
superficie diamantina del agua se agitó y lanzó un chisporroteo; arrojó chispas en todas
direcciones, y se volvió de un azul vivido de aspecto ponzoñoso.
En aquel momento,  Colagusano estaba lloriqueando. Sacó del interior de su túnica
una daga plateada, brillante, larga y de hoja delgada. La voz se le quebraba en sollozos
de espanto.
—¡Carne... del vasallo... voluntariamente ofrecida... revivirás a tu señor!
Extendió su mano derecha, la mano a la que le faltaba un dedo. Agarró la daga muy
fuerte con la mano izquierda, y la levantó.
Harry comprendió lo que iba a hacer tan sólo un segundo antes de que ocurriera.
Cerró los ojos con todas sus fuerzas, pero no pudo taparse los oídos para evitar oír el
grito que perforó la noche y que atravesó a Harry como si él también hubiera sido
acuchillado con la daga. Oyó un golpe contra el suelo, oyó los jadeos de angustia, y
luego el ruido de una salpicadura que le dio asco, como de algoque caía dentro del
caldero. Harry no se atrevía a mirar, pero la poción se había vuelto de un rojo ardiente, y
producía una luz que traspasaba los párpados de Harry.
Colagusano sollozaba y gemía de dolor. Hasta que notó en la cara su agitada
respiración, Harry no se dio cuenta de que se encontraba justo delante de él.
—Sa... sangre del enemigo... tomada por la fuerza... resucitarás al que odias.
Harry no pudo hacer nada para evitarlo, tan firmemente estaba atado. Mirando
hacia abajo de soslayo, forcejeando inútilmente con las cuerdas que lo sujetaban a la
lápida, vio la brillante daga plateada, temblando en la mano que le quedaba a
Colagusano. Sintió la punta penetrar en el pliegue del codo del brazo derecho, y la
sangre escurriendo por la manga de larasgada túnica. Colagusano, sin dejar de jadear de
dolor, se hurgó en el bolsillo en busca de una redoma de cristal y la colocó bajo el corte
que le había hecho a Harry de forma que entrara dentro un hilillo de sangre.
Tambaleándose, llevó la sangre de  Harry hasta el caldero y la vertió en su interior.
Al instante el liquido adquirió un color blanco cegador. Habiendo concluido el trabajo,
Colagusano cayó de rodillas al lado del caldero; luego se desplomó de lado y quedó
tendido en la hierba, agarrándose el muñón ensangrentado, sollozando y dando gritos
ahogados...
El caldero hervía a borbotones, salpicando en todas direcciones chispas de un brillo
tan cegador que todo lo demás parecía de una negrura aterciopelada. Nada sucedió...
«Que se haya ahogado —pensó Harry—, que haya salido mal...»
Y entonces, de repente, se extinguieron las chispas que saltaban del caldero. Una
enorme cantidad de vapor blanco surgió formando nubes espesas y lo envolvió todo, de
forma  que no pudo ver ni a Colagusano ni a Cedricni ninguna otra  cosa aparte del
vapor suspendido en el aire.
«Ha ido mal —pensó—. Se ha ahogado... Por favor... por favor, que esté muerto...»
Pero entonces, a través de la niebla, vio, aterrorizado, que del interior del caldero se
levantaba lentamente laoscura silueta de un hombre, alto y delgado como un esqueleto.
—Vísteme —dijo por entre el vapor la voz fría y aguda, y Colagusano, sollozando
y gimiendo, sin dejar de agarrarse el brazo mutilado, alcanzó con dificultad la túnica
negra del suelo, se pusoen pie, se acercó a su señor y se la colocó por encima con una
sola mano.
El hombre delgado salió del caldero, mirando a Harry fijamente... y Harry
contempló el rostro que había nutrido sus pesadillas durante los últimos tres años. Más
blanco que una calavera, con ojos de un rojo amoratado, y la nariz tan aplastada como la
de una serpiente, con pequeñas rajas en ella en vez de orificios.
Lord Voldemort había vuelto.

33
Los mortífagos

Voldemort apartó la vista de Harry y empezó a examinar su propio cuerpo. Las manos
eran como grandes arañas blancas; con los largos dedos se acarició el pecho, los brazos,
la cara. Los rojos ojos, cuyas pupilas eran alargadas como las de un gato, refulgieron en
la oscuridad. Levantó las manos y flexionó los dedos con expresión embelesada y
exultante. No hizo el menor caso de Colagusano, que se retorcía sangrando por el suelo,
ni de la enorme serpiente, que otra vez había aparecido y daba vueltas alrededor de
Harry, emitiendo sutiles silbidos. Voldemort deslizó una de aquellas manos de dedos
anormalmente largos en un bolsillo de la túnica, y sacó una varita mágica. También la
acarició suavemente, y luego la levantó y apuntó con ella a Colagusano, que se elevó en
el aire y fue a estrellarse contra la tumba a  la que Harry  estaba atado. Cayó a sus pies y
quedó allí, desmadejado y llorando. Voldemort volvió hacia Harry sus rojos ojos, y
soltó una risa sin alegría, fría, aguda.
La túnica de Colagusano tenía manchas sanguinolentas, pues éste se había envuelto
con ella el muñón del brazo.
—Señor... —rogó con voz ahogada—, señor... me prometisteis... me prometisteis...
—Levanta el brazo —dijo Voldemort con desgana.
—¡Ah, señor... gracias, señor...!
Alargó el muñón ensangrentado, pero Voldemort volvió a reírse.
—¡El otro brazo,Colagusano!
—Amo, por favor... por favor...
Voldemort se inclinó hacia él y tiró de su brazo izquierdo. Le retiró la manga por
encima del codo, y Harry vio algo en la piel, algo como un tatuaje de color rojo intenso:
una calavera con una serpiente que  le salía de la boca, la misma imagen que había
aparecido en el cielo en los Mundiales de quidditch: la Marca Tenebrosa. Voldemort la
examinó cuidadosamente, sin hacer caso del llanto incontrolable de Colagusano.
—Ha retornado  —dijo con voz suave—. Todos  se habrán dado cuenta... y ahora
veremos... ahora sabremos...
Apretó con su largo índice blanco la marca del brazo de Colagusano.
La cicatriz volvió a dolerle, y Colagusano dejó escapar un nuevo alarido.
Voldemort retiró los dedos de la marca de Colagusano, y Harry vio que se había vuelto
de un negro azabache.
Con expresión de cruel satisfacción, Voldemort se irguió, echó atrás la cabeza y
contempló el oscuro cementerio.
—Al notarlo, ¿cuántos tendrán el valor de regresar?  —susurró, fijando en las
estrellas sus brillantes ojos rojos—. ¿Y cuántos serán lo bastante locos para no hacerlo?
Comenzó a pasear de un lado a otro ante Harry y Colagusano, barriendo el
cementerio con los ojos sin cesar. Después de un minuto volvió a mirar a Harry, y una
cruel sonrisatorció su rostro de serpiente.
—Estás sobre los restos de mi difunto padre, Harry  —dijo con un suave siseo—.
Era muggle y además idiota... como tu querida madre. Pero los dos han tenido su
utilidad, ¿no? Tu madre murió para defenderte cuando eras niño...  A mi padre lo maté
yo, y ya ves lo útil que me ha sido después de muerto.
Voldemort volvió a reírse. Seguía paseando, observándolo todo mientras andaba,
en tanto la serpiente describía círculos en la hierba.
—¿Ves la casa de la colina, Potter? En ella vivió mi padre. Mi madre, una bruja
que vivía en la aldea, se enamoró de él. Pero mi padre la abandonó cuando supo lo que
era ella: no le gustaba la magia.
»La abandonó y se marchó con sus padres muggles antes incluso de que yo naciera,
Potter, y ella murió dándome a luz, así que me crié en un orfanato muggle... pero juré
encontrarlo... Me vengué de él, de este loco que me dio su nombre, Tom Ryddle.
Siguió paseando, dirigiendo sus rojos ojos de una tumba a otra.
—Lo que son las cosas: yo reviviendo mi historia familiar...  —dijo en voz baja—.
Vaya, me estoy volviendo sentimental... ¡Pero mira, Harry! Ahí vuelve mi verdadera
familia...
El aire se llenó repentinamente de ruido de capas. Por entre las tumbas, detrás del
tejo, en cada rincón umbrío, se aparecían magos, todos encapuchados y con máscara. Y
uno a uno se iban acercando lenta, cautamente, como si apenas pudieran dar crédito a
sus ojos. Voldemort permaneció en silencio, aguardando a que llegaran junto a él.
Entonces uno de los mortífagos cayó de rodillas, se arrastró hacia Voldemort y le besó
el bajo de la negra túnica.
—Señor... señor... —susurró.
Los mortífagos que estaban tras él hicieron lo mismo. Todos se le fueron acercando
de rodillas, y le besaron la túnica antes de retroceder y levantarsepara formar un círculo
silencioso en torno a la tumba de Tom Ryddle, de forma que Harry, Voldemort y
Colagusano, que yacía en el suelo sollozando y retorciéndose, quedaron en el centro.
Dejaban huecos en el círculo, como si esperaran que apareciera más  gente. Voldemort,
sin embargo, no parecía aguardar a nadie más. Miró a su alrededor los rostros
encapuchados y, aunque no había viento, un ligero temblor recorrió el círculo, haciendo
crujir las túnicas.
—Bienvenidos, mortífagos  —dijo Voldemort en voz baja—. Trece años... trece
años han pasado desde la última vez que nos encontramos. Pero seguís acudiendo a mi
llamada como si fuera ayer... ¡Eso quiere decir que seguimos unidos por la Marca
Tenebrosa!, ¿no es así?
Echó atrás su terrible cabeza y aspiró, abriendo los agujeros de la nariz, que tenían
forma de rendijas.
—Huelo a culpa —dijo—. Hay un hedor a culpa en el ambiente.
Un segundo temblor recorrió el círculo, como si cada uno de sus integrantes
sintiera la tentación de retroceder pero no se atreviera.
—Os veo a todos sanos y salvos, con vuestros poderes intactos... ¡qué apariciones
tan rápidas!... y me pregunto: ¿por qué este grupo de magos no vino en ayuda de su
señor, al que juraron lealtad eterna?
Nadie habló. Nadie se movió salvo Colagusano, que  no dejaba de sollozar por su
brazo sangrante.
—Y me respondo  —susurró Voldemort—: debieron de pensar que yo estaría
acabado, que me había ido. Volvieron ante mis enemigos, adujeron que habían actuado
por inocencia, por ignorancia, por encantamiento...
»Y  entonces me pregunto a mí mismo: ¿cómo pudieron creer que no volvería?
¿Cómo pudieron creerlo ellos, que sabían las precauciones que yo había tomado, tiempo
atrás, para preservarme de la muerte? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que habían sido
testigos de mi  poder, en los tiempos en que era más poderoso que ningún otro mago
vivo?
»Y me respondo: quizá creyeron que existía alguien aún más fuerte, alguien capaz
de derrotar incluso a lord Voldemort. Tal vez ahora son fieles a ese alguien... ¿tal vez a
ese paladínde la gente común, de los sangre sucia y de los muggles, Albus
Dumbledore?
A la mención del nombre de Dumbledore, los integrantes del círculo se agitaron, y
algunos negaron con la cabeza o murmuraron algo.
Voldemort no les hizo caso.
—Me resulta decepcionante. Lo confieso, me siento decepcionado...
Uno de los hombres avanzó hacia Voldemort, rompiendo el círculo. Temblando de
pies a cabeza, cayó a sus pies.
—¡Amo! —gritó—. ¡Perdonadme, señor! ¡Perdonadnos a todos!
Voldemort rompió a reír. Levantó la varita.
—¡Crucio!
El mortífago que estaba en el suelo se retorció y gritó. Harry pensó que los aullidos
llegarían a las casas vecinas. «Que venga la policía  —pensó desesperado—; cualquiera,
quien sea...»
Voldemort levantó la varita. El mortífago torturado yacía en el suelo, jadeando.
—Levántate, Avery  —dijo Voldemort con suavidad—. Levántate. ¿Ruegas
clemencia? Yo no tengo clemencia. Yo  no olvido. Trece largos años... Te exigiré que
me pagues por estos trece años antes de perdonarte. Colagusano ya ha pagado  parte de
su deuda, ¿no es así, Colagusano?
Bajó la vista hacia éste, que seguía sollozando.
—No volviste a mí por lealtad sino por miedo a tus antiguos amigos. Mereces el
dolor, Colagusano. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, señor —gimió Colagusano—. Por favor, señor, por favor...
—Aun así, me ayudaste a recuperar mi cuerpo  —dijo fríamente Voldemort,
mirándolo sollozar en la hierba—. Aunque eres inútil y traicionero, me ayudaste... y
lord Voldemort recompensa a los que lo ayudan.
Volvió a levantar la varita e hizo con ella una floritura en el aire. Un rayo de lo que
parecía plata derretida salió brillando de ella. Sin forma durante un momento, adquirió
luego la de una brillante mano humana, de color semejante a la luz de la luna, que
descendió y se adhirió a la muñeca sangrante de Colagusano.
Los sollozos de éste se detuvieron de pronto. Respirando irregular y
entrecortadamente, levantó la cabeza y  contempló la mano de plata como si no pudiera
creerlo.  Se había unido al brazo limpiamente, sin señales, como si se hubiera puesto un
guante resplandeciente. Flexionó los brillantes dedos y luego, temblando, cogió del
suelo una pequeña ramita seca y la estrujó hasta convertirla en polvo.
—Señor —susurró—. Señor... es hermosa... Gracias... mil gracias.
Avanzó de rodillas y besó el bajo de la túnica de Voldemort.
—Que tu lealtad no vuelva a flaquear, Colagusano —le advirtió Voldemort.
—No, mi señor... nunca.
Colagusano se levantó y ocupó su lugar en el círculo, sin dejar de mirarse la mano
nueva. En la cara aún le brillaban las lágrimas. Voldemort se acercó entonces al hombre
que estaba a la derecha de Colagusano.
—Lucius, mi escurridizo amigo  —susurró, deteniéndose ante él—. Me han dicho
que no has renunciado a los viejos modos, aunque ante el mundo presentas un rostro
respetable. Tengo entendido que sigues dispuesto a tomar la iniciativa en una sesión de
tortura de muggles. Sin embargo, nunca intentaste encontrarme, Lucius. Tu
demostración en los Mundiales de quidditch estuvo bien, divertida, me atrevería a
decir... pero  ¿no hubieras hecho mejor en emplear tus energías en encontrar y ayudar a
tu señor?
—Señor, estuve en constante alerta  —dijo con rapidez la voz de Malfoy, desde
debajo de la capucha—. Si hubiera visto cualquier señal vuestra, una pista sobre vuestro
paradero, habría acudido inmediatamente a vuestro lado. Nada me lo habría impedido...
—Y aun así escapaste de la Marca Tenebrosa cuando un fiel mortífago la proyectó
en el aire el verano pasado —lo interrumpió Voldemort con suavidad, y el señor Malfoy
dejó bruscamente de hablar—. Sí, lo sé todo, Lucius. Me has decepcionado... Espero un
servicio más leal en el futuro.
—Por supuesto, señor, por supuesto... Sois misericordioso, gracias.
Voldemort se movió, y se detuvo mirando fijamente al hueco que separaba a
Malfoy del siguiente hombre, en el que hubieran cabido bien dos personas.
—Aquí deberían encontrarse los Lestrange  —dijo Voldemort en voz baja—. Pero
están en Azkaban, sepultados en vida. Fueron fieles, prefirieron Azkaban a renunciar a
mí... Cuando asaltemosAzkaban, los Lestrange recibirán más honores de los que
puedan imaginarse. Los dementores se unirán a nosotros: son nuestros aliados naturales.
Y llamaremos a los gigantes desterrados. Todos mis vasallos devotos volverán a mí, y
un ejército de criaturasa quienes todos temen...
Siguió su recorrido. Pasaba ante algunos mortífagos sin decir nada, pero se detenía
ante otros y les hablaba:
—Macnair... Colagusano me ha dicho que ahora te dedicas a destruir bestias
peligrosas para el Ministerio de Magia. Pronto dispondrás de mejores víctimas,
Macnair. Lord Voldemort te proveerá de ellas.
—Gracias, señor... gracias —musitó Macnair.
—Y aquí —Voldemort llegó ante las dos figuras más grandes—tenemos a Crabbe.
Esta vez lo harás mejor, ¿no, Crabbe? ¿Y tú, Goyle?
Se inclinaron torpemente, musitando:
—Sí, señor...
—Así será, señor...
—Te digo lo mismo que a ellos, Nott —dijo Voldemort en voz baja, desplazándose
hasta una figura encorvada que estaba a la sombra del señor Goyle.
—Señor, me postro ante vos. Soy vuestro más fiel servidor...
—Eso espero —repuso Voldemort.
Llegó ante el hueco más grande de todos, y se quedó mirándolo con sus rojos ojos,
inexpresivos, como si pudiera ver a los que faltaban.
—Y aquí tenemos a seis mortífagos desaparecidos... tres de ellos  muertos en mi
servicio. Otro, demasiado cobarde para venir, lo pagará. Otro que creo que me ha dejado
para siempre... ha de morir, por supuesto. Y otro que sigue siendo mi vasallo más fiel, y
que ya se ha reincorporado a mi servicio.
Los mortífagos se agitaron. Harry vio que se dirigían miradas unos a otros a través
de las máscaras.
—Ese fiel vasallo está en Hogwarts, y gracias a sus esfuerzos ha venido aquí esta
noche nuestro joven amigo...
»Sí  —continuó Voldemort, y una sonrisa le torció la boca sin labios, mientras los
ojos de todos se clavaban en Harry—. Harry Potter ha tenido la bondad de venir a mi
fiesta de renacimiento. Me atrevería a decir que es mi invitado de honor.
Se hizo el silencio. Luego, el mortífago que se encontraba a la derecha de
Colagusano avanzó, y la voz de Lucius Malfoy habló desde debajo de la máscara.
—Amo, nosotros ansiamos saber... Os rogamos que nos digáis... como habéis
logrado... este milagro... cómo habéis logrado volver con nosotros...
—Ah, ésa es una historia sorprendente, Lucius  —contestó Voldemort—. Una
historia que comienza... y termina... con el joven amigo que tenemos aquí.
Se acercó a Harry con desgana, y ambos fueron entonces el centro de atención. La
serpiente seguía dando vueltas alrededor de Harry.
—Naturalmente, sabéis que a este muchacho lo han llamado «mi caída»  —dijo
Voldemort suavemente, clavando sus rojos ojos en Harry; la cicatriz empezó a dolerle
tanto que éste estuvo a punto de chillar de dolor—. Todos sabéis que, la noche en que
perdí mis poderes y micuerpo, había querido matarlo. Su madre murió para salvarlo, y
sin saberlo fue para él un escudo que yo no había previsto... No pude tocarlo.
Voldemort levantó uno de sus largos dedos blancos, y lo puso muy cerca de la
mejilla de Harry.
—Su madre dejó en  él las huellas de su sacrificio... esto es magia antigua; tendría
que haberlo recordado, no me explico cómo lo pasé por alto... Pero no importa: ahora sí
que puedo tocarlo.
Harry sintió el contacto de la fría yema del dedo largo y blanco, y creyó que la
cabeza le iba a estallar de dolor.
Voldemort rió suavemente en su oído; luego retiró el dedo y siguió dirigiéndose a
los mortífagos.
—Me equivoqué, amigos, lo admito. Mi maldición fue desviada por el loco
sacrificio de la mujer y rebotó contra mí. Aaah...  un dolor por encima de lo imaginable,
amigos. Nada hubiera podido prepararme para soportarlo. Fui arrancado del cuerpo,
quedé convertido en algo que era menos que espíritu, menos que el más sutil de los
fantasmas... y, sin embargo, seguía vivo. Lo que fui e ntonces, ni siquiera yo lo sé... Yo,
que he ido más lejos que nadie en el camino hacia la inmortalidad. Vosotros conocéis
mi meta: conquistar la muerte. Y entonces fui puesto a prueba, y resultó que alguno de
mis experimentos funcionó bien... porque no llegué a morir aunque la maldición debiera
haberme matado. No obstante, quedé tan desprovisto de poder como la más débil
criatura viva, y sin ningún recurso que me ayudara... porque no tenía cuerpo, y cualquier
hechizo que pudiera haberme ayudado requería la utilización de una varita.
»Sólo recuerdo que me obligué a mí mismo a existir, sin desfallecer. Me establecí
en un lugar alejado, en un bosque, y esperé... Sin duda, alguno de mis fieles mortífagos
trataría de encontrarme... alguno de ellos vendría y practicaría la magia que yo no podía,
para devolverme a un cuerpo. Pero esperé en vano.
Un estremecimiento recorrió de nuevo el círculo de los mortífagos. Voldemort dejó
que aquel estremecimiento creciera horriblemente antes de continuar:
—Sólo conservaba  uno de mis poderes: el de ocupar los cuerpos de otros. Pero no
me atrevía a ir a donde hubiera abundancia de humanos, porque sabía que los aurores
seguían buscándome por el extranjero. En ocasiones habité el  cuerpo de animales (por
supuesto, las serpientesfueron mis preferidos), pero en ellos no estaba mucho mejor que
siendo  puro espíritu, porque sus cuerpos son poco aptos para realizar magia... y,
además, mi posesión de ellos les acortaba la vida. Ninguno duró mucho.
»Luego... hace cuatro años... encontré algo que parecía  asegurarme el retorno. Un
mago joven y confiado vagaba por el camino del bosque que había convertido en mi
hogar.  Era la oportunidad con la que había estado soñando, pues se trataba de un
profesor del colegio de Dumbledore. Fue fácil doblegarlo a mi voluntad... Me trajo de
vuelta a este país, y después de un tiempo ocupé su cuerpo para vigilarlo de cerca
mientras cumplía mis órdenes. Pero el plan falló: no logré robar la piedra filosofal. Perdí
la oportunidad de asegurarme la vida inmortal. Una vez más, Harry Potter frustró mi
intento...
Volvió a hacerse el silencio. Nada se movía, ni siquiera las hojas del tejo. Los
mortífagos estaban completamente  inmóviles, y en las máscaras les brillaban los ojos,
fijos en Voldemort y en Harry.
—Mi  vasallo murió cuando dejé su cuerpo, y yo quedé tan debilitado como antes
—prosiguió Voldemort—. Volví a mi lejano refugio temiendo que nunca recuperaría
mis poderes. Sí, aquéllos fueron mis peores días: no podía esperar encontrarme otro
mago cuyo cuerpo  pudiera ocupar... y ya había perdido toda esperanza de que mis
mortífagos se preocuparan por lo que hubiera sido de mí.
Uno o dos de los enmascarados hicieron gestos de incomodidad, pero Voldemort
no hizo caso.
—Y entonces, no hace ni un año, cuando ya había abandonado toda esperanza,
sucedió al fin: un vasallo volvió a mí. Colagusano, aquí presente, que había fingido su
propia muerte para huir de la justicia, fue descubierto y decidió volver junto a su señor.
Me buscó por el país en que se rumoreaba queme había ocultado... ayudado, claro, por
las ratas  que fue encontrando por el camino. Colagusano tiene una  curiosa afinidad con
las ratas, ¿no es así? Sus sucios amiguitos le dijeron que, en las profundidades de un
bosque albanés, había un lugar que evitaban, en el que animales pequeños como ellas
habían encontrado la muerte al quedar poseídos por una sombra oscura.
»Pero su viaje de regreso a mí no careció de tropiezos, ¿verdad, Colagusano?
Porque una noche, hambriento, en las lindes del mismo bosque  en que esperaba
encontrarme, paró imprudentemente en una posada para comer algo... ¿y a quién diríais
que halló allí? A la mismísima Bertha Jorkins, una bruja del Ministerio de Magia.
»Ahora veréis cómo el hado favorece a lord Voldemort: aquél podría habersido el
final de Colagusano y de mi última esperanza de regeneración, pero Colagusano
(demostrando una presencia de ánimo que nunca habría esperado hallar en él) convenció
a Bertha Jorkins de que lo acompañara a un paseo a la luz de la luna; la dominó... y la
trajo hasta mí. Y Bertha Jorkins, que podría haberlo echado todo a perder, resultó ser un
regalo mejor del que hubiera podido soñar... porque, con un poco de persuasión, se
convirtió en una verdadera mina de información.
»Fue ella la que me dijo que el Torneo de los tres magos tendría lugar en Hogwarts
durante este curso, y también la que me habló de un fiel mortífago que estaría deseando
ayudarme, si conseguía ponerme en contacto con él. Me dijo muchas cosas... pero los
medios que utilicé a fin  de romper el encantamiento que le habían echado para borrarle
la memoria fueron demasiado fuertes, y, cuando le hube sacado toda la información útil,
tenía la mente y el cuerpo en tan mal estado que no había arreglo posible. Ya me había
servido. No podíaencarnarme en su cuerpo, así que me deshice de ella.
Voldemort sonrió con su horrenda sonrisa. Sus rojos ojos tenían una mirada cruel y
extraviada.
—El cuerpo de Colagusano, por supuesto, era poco adecuado para mi encarnación,
puesto que todos lo creían  muerto y, de ser visto, atraería demasiado la atención. Sin
embargo, él fue el vasallo que yo necesitaba, dotado de un  cuerpo que puso a mi
servicio. Y, aunque no es un gran mago, pudo seguir las instrucciones que le daba y que
me fueron devolviendo a un  cuerpo, al mío propio, aunque débil y rudimentario; un
cuerpo que podía habitar mientras aguardaba los ingredientes esenciales para el
verdadero renacimiento... Uno o dos encantamientos de mi invención, un poco de ayuda
de mi querida  Nagini...  —los ojos deVoldemort se dirigieron a la serpiente, que no
dejaba de dar vueltas—, una poción elaborada con sangre de unicornio, y el veneno de
reptil que  Nagini  nos proporcionó... y retomé enseguida una forma casi humana, y me
encontré lo bastante fuerte para viajar.
»Ya no había esperanza de robar la piedra filosofal, porque sabía que Dumbledore
se habría ocupado de destruirla. Pero estaba deseando abrazar de nuevo la vida mortal,
antes de buscar la inmortal. Así que me propuse expectativas más modestas: me
conformaría con retornar a mi antiguo cuerpo, y a mi antigua fuerza.
»Sabía que para lograrlo (la poción que me ha revivido esta noche es una vieja joya
de la magia oscura) necesitaría tres ingredientes muy poderosos. Bueno, uno de ellos ya
estaba a mano, ¿verdad, Colagusano? Carne ofrecida por un vasallo...
»El hueso de mi padre, naturalmente, nos obligaba a desplazarnos a este lugar,
donde está enterrado. Pero la sangre de un enemigo... Si por Colagusano hubiera sido,
habría utilizado la de cualquier mago,  ¿verdad? Cualquier mago que me odiara... ¡y hay
tantos que todavía lo hacen! Pero yo sabía a quién tenía que usar si quería ser aun más
fuerte de lo que había sido antes de mi caída: quería la sangre de Harry Potter, quería la
sangre del que me había desprovisto de fuerza trece años antes, para que la persistente
protección que una vez le dio su madre residiera también en mis venas.
»Pero ¿cómo atrapar a Harry Potter? Porque ha estado mejor protegido de lo que
incluso él imagina, protegido por medios ingeniados hace tiempo por Dumbledore,
cuando se ocupó del futuro del muchacho. Dumbledore invocó magia muy antigua para
asegurarse de que el niño no sufría daño mientras se hallaba al cuidado de sus parientes.
Ni siquiera yo podía tocarlo allí... Luego, naturalmente, estaban los Mundiales de
quldditch. Pensé que su protección se debilitaría en el estadio, lejos de sus parientes y
de Dumbledore, pero yo todavía no me encontraba lo bastante fuerte para intentar
secuestrarlo en medio de una horda de magos del Ministerio. Y después el muchacho
volvería a Hogwarts, donde desde la mañana a la noche estaría bajo la nariz aguileña de
ese loco amigo de los muggles. Así que ¿cómo podía atraparlo?
»Pues, por supuesto, aprovechándome de la información de Bertha: usando  ami
único mortífago fiel, establecido en Hogwarts, para asegurarme de que el nombre del
muchacho entraba en el cáliz de fuego, usándolo para asegurarme de que el muchacho
ganaba el Torneo... de que era el primero en tocar la copa, la Copa que mi mortífago
habría convertido en un traslador que lo traería aquí, lejos de la protección de
Dumbledore, a mis brazos expectantes.  Y aquí está... el muchacho que todos vosotros
creíais que había sido «mi caída».
Voldemort avanzó lentamente, y volvió su rostro a Harry. Levantó su varita.
—¡Crucio!
Fue un dolor muy superior a cualquier otro que Harry hubiera sufrido nunca: los
huesos le ardieron, la cabeza parecía que se le iba a partir por la cicatriz, los ojos le
daban vueltas como locos. Deseó que terminara... perder el conocimiento... morir...
Y luego cesó. Su cuerpo quedó colgado, sin fuerzas, de  las cuerdas que lo ataban a
la lápida del padre de Voldemort, y miró aquellos brillantes ojos rojos a través de una
especie de niebla. Las carcajadas de los mortífagos resonaban en la noche.
—Creo que veis lo estúpido que es pensar que este niño haya sido alguna vez más
fuerte que yo  —dijo Voldemort—. Pero no quiero que queden dudas en la mente de
nadie.
Harry Potter se libró de mí por pura suerte. Y ahora demostraré  mi poder
matándolo, aquí y ahora, delante de todos vosotros, sin un Dumbledore que lo ayude ni
una madre que muera por él. Le daré una oportunidad. Tendrá que luchar,  y no os
quedará ninguna duda de quién de nosotros es el más fuerte. Sólo un poquito más,
Nagini  —susurró, y la serpiente se retiró deslizándose por la hierba hacia los
mortífagos—. Ahora, Colagusano, desátalo y devuélvele la varita.

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