16
La predicción de la profesora Trelawney
o he copiado bien.—¿Serviría de algo preguntarte cómo vas a hacer dos exámenes a la vez? —le dijo
Harry.
—No —respondió Hermione lacónicamente—. ¿Habéis visto mi ejemplar de
Numerología y gramática?
—Sí, lo cogí para leer en la cama —dijo Ron en voz muy baja.
Hermione empezó a revolver entre montañas de pergaminos en busca del libro.
Entonces se oyó un leve roce en la ventana. Hedwig entró aleteando, con un sobre
fuertemente atenazado en el pico.
—Es de Hagrid —dijo Harry, abriendo el sobre—. La apelación de Buckbeak se ha
fijado parael día 6.
—Es el día que terminamos los exámenes —observó Hermione, que seguía
buscando el libro de Aritmancia.
—Y tendrá lugar aquí. Vendrá alguien del Ministerio de Magia y un verdugo.
Hermione levantó la vista, sobresaltada.
—¡Traen a un verdugo a la sesión de apelación! Es como si ya estuviera decidido.
—Sí, eso parece —dijo Harry pensativo.
—¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He pasado años leyendo cosas para su
defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto!
Pero Harry tenía la horrible sensación de que laComisión para las Criaturas
Peligrosas había tomado ya su decisión, presionada por el señor Malfoy. Draco, que
había estado notablemente apagado desde el triunfo de Gryffindor en la final de
quidditch, había recuperado parte de su anterior petulancia.Por los comentarios
socarrones que entreoía Harry, Malfoy estaba seguro de que matarían a Buckbeak, y
parecía encantado de ser el causante. Lo único que podía hacer Harry era contenerse
para no imitar a Hermione cuando abofeteó a Malfoy. Y lo peor de todo era que no
tenían tiempo ni ocasión de visitar a Hagrid, porque las nuevas y estrictas medidas de
seguridad no se habían levantado, y Harry no se atrevía a recoger la capa invisible del
interior de la estatua de la bruja.
Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Los
alumnos de tercero salieron del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la
comida, agotados y lívidos, comparando lo que habían hecho y quejándose de la
dificultad de los ejercicios, consistentes en transformar una tetera en tortuga. Hermione
irritó a todos porque juraba que su tortuga era mucho más galápago, cosa que a los
demás les traía sin cuidado.
—La mía tenía un pitorro en vez de cola. ¡Qué pesadilla...!
—¿Las tortugas echan vapor por la boca?
—La mía seguía teniendo un sauce dibujado en el caparazón. ¿Creéis que me
quitarán puntos?
Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen de
Encantamientos. Hermione había tenido razón: el profesor Flitwick puso en el examen
los encantamientos estimulantes. Harry, por los nervios, exageró un poco el suyo, y
Ron, que era su pareja en el ejercicio, se echó a reír como un histérico. Tuvieron que
llevárselo a un aula vacía y dejarlo allí una hora, hasta que estuvo en condiciones de
llevar a cabo el encantamiento. Después de cenar; los alumnos se fueron
inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar
Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía.
Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas, que se celebró la
mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra
parte. Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar
tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían
mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido nunca, y
además concedió a Harry, a Ron y a Hermione muchas oportunidades de hablar con
Hagrid.
—Buckbeak está algo deprimido —les dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo
como que comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado
demasiado tiempo. Pero... en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.
Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones: un absoluto desastre. Por más que lo
intentó, Harry no consiguió que espesara su «receta para confundir», y Snape,
vigilándolo con aire de vengativo placer, garabateó en el espacio de la nota, antes de
alejarse, algo que parecía un cero.
A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles
por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Harry escribió todo lo que Florean
Fortescue le había contado acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media, y
hubiera dado cualquier cosa porpoderse tomar además en aquella aula sofocante uno de
sus helados de nueces y chocolate. El miércoles por la tarde tenían el examen de
Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Luego volvieron a la sala
común, con la nuca quemada por el soly deseosos de encontrarse al día siguiente a
aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado.
El penúltimo examen, la mañana del jueves, fue el de Defensa Contra las Artes
Oscuras. El profesor Lupin había preparado el examen más raro que habían tenidohasta
la fecha. Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que vadear
un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow; atravesar una serie de
agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin prestar oídos a las
engañosas indicaciones de un hinkypunk; y meterse dentro del tronco de un árbol para
enfrentarse con otro boggart.
—Estupendo, Harry —susurró Lupin, cuando el joven bajó sonriente del tronco—.
Nota máxima.
Sonrojado por el éxito, Harry se quedó para ver a Ron y a Hermione. Ron lo hizo
muy bien hasta llegar al hinkypunk, que logró confundirlo y que se hundiese en la
ciénaga hasta la cintura. Hermione lo hizo perfectamente hasta llegar al árbol del
boggart. Después de pasar un minuto dentro del tronco, salió gritando.
—¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—. ¿Qué ocurre?
—La pro... profesora McGonagall —dijo Hermione con voz entrecortada,
señalando al interior del tronco—. Me... ¡me ha dicho que me han suspendido en todo!
Costó un rato tranquilizar a Hermione. Cuando por fin se recuperó, ella, Harry y
Ron volvieron al castillo. Ron seguía riéndose del boggart de Hermione, pero cuando
estaban a punto de reñir, vieron algo al final de las escaleras.
Cornelius Fudge, sudando bajo su capa de rayas, contemplaba desde arriba los
terrenos del colegio. Se sobresaltó al ver a Harry.
—¡Hola, Harry! —dijo—. ¿Vienes de un examen? ¿Te falta poco para acabar?
—Sí —dijo Harry. Hermione y Ron, como no tenían trato con el ministro de
Magia, se quedaron un poco apartados.
—Estupendo día —dijo Fudge, contemplando el lago—. Es una pena..., es una
pena... —suspiró ampliamente y miró a Harry—. Me trae un asunto desagradable,
Harry, La Comisión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un testigo presenciase la
ejecución de un hipogrifo furioso. Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me
pidieron que entrara.
—¿Significa eso que la revisión del caso ya ha tenido lugar? —interrumpió Ron,
dando un paso adelante.
—No, no. Está fijada para la tarde —dijo Fudge, mirando a Ron con curiosidad.
—¡Entonces quizá no tenga que presenciar ninguna ejecución! —dijo Ron
resueltamente—. ¡El hipogrifo podría ser absuelto!
Antes de que Fudge pudiera responder; dos magos entraron por las puertas del
castillo que había a su espalda. Uno era tan anciano que parecía descomponerse ante sus
ojos; el otro era alto y fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Harry entendió que
eran representantes de la Comisión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano miró
de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil:
—Santo Dios, me estoy haciendo viejo para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge?
El hombre del bigote negro toqueteaba algo que llevaba al cinto; Harry advirtió que
pasaba el ancho pulgar por el filo de un hacha. Ron abrió la boca para decir algo, pero
Hermione le dio con el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza.
—¿Por qué no me has dejado? —dijo enfadado Ron, entrando en el Gran Comedor
para almorzar—. ¿Los has visto? ¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia!
—Ron, tu padre trabaja en el Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su
jefe —respondió Hermione, aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid
conserva esta vez la cabeza y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no
ejecuten a Buckbeak...
Pero a Harry le parecía que Hermione no creía en realidad lo que decía. A su
alrededor, todos hablaban animados, saboreando por adelantado el final de los
exámenes, que tendría lugar aquella tarde, pero Harry; Ron y Hermione, preocupados
por Hagrid y Buckbeak, permanecieron al margen.
El último examen de Harry y Ron era de Adivinación. El último de Hermione,
Estudios Muggles. Subieron juntos la escalera de mármol. Hermione los dejó en el
primer piso, y Harry y Ron continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase
estaban sentados en la escalera de caracol que conducía al aula de la profesora
Trelawney, repasando en el último minuto.
—Nos va a examinar por separado —les informó Neville, cuando se sentaron a su
lado. Tenía Disipar las nieblas del futuro abierto sobre los muslos, por las páginas
dedicadas a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la bola de cristal?
—preguntó desanimado.
—Nanay —dijo Ron.
Miraba el reloj de vez en cuando. Harry se dio cuenta de que calculaba lo que
faltaba para el comienzo de la revisión del caso de Buckbeak.
La cola de personas que había fuera del aula se reducía muy despacio. Cada vez
que bajaba alguien por la plateada escalera de mano, los demás le preguntaban entre
susurros:
—¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha ido?
Pero nadie aclaraba nada.
—¡Me ha dicho que, según la bola de cristal, sufriré un accidente horrible si revelo
algo! —chilló Neville, bajando la escalera hacia Harry y Ron, que acababa de llegar al
rellano en ese momento.
—Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo a pensar que Hermione tenía razón
—dijo señalando la trampilla con el dedo—: es una impostora.
—Sí—dijo Harry, mirando su reloj. Eran las dos—. Ojalá se dé prisa.
Parvati bajó la escalera rebosante de orgullo.
—Me ha dicho que tengo todas las características de una verdadera vidente —dijo
a Ron y a Harry—. He visto muchísimas cosas... Bueno, que os vaya bien.
Bajó aprisa por la escalera de caracol, hasta llegar junto a Lavender.
—Ronald Weasley —anunció desde arriba la voz conocida y susurrante. Ron hizo
un guiño a Harry y subió por la escalera de plata.
Harry era el único que quedaba por examinarse. Se sentó en el suelo, con la espalda
contra la pared, escuchando una mosca que zumbaba en la ventanasoleada. Su mente
estaba con Hagrid, al otro lado de los terrenos del colegio.
Por fin, después de unos veinte minutos, los pies grandes de Ron volvieron a
aparecer en la escalera.
—¿Qué tal? —le preguntó Harry, levantándose.
—Una porquería —dijo Ron—. No conseguía ver nada, así que me inventé algunas
cosas. Pero no creo que la haya convencido...
—Nos veremos en la sala común —musitó Harry cuando la voz de la profesora
Trelawney anunció:
—¡Harry Potter!
En la sala de la torre hacia más calor que nunca. Las cortinas estaban echadas, el
fuego encendido, y el habitual olor mareante hizo toser a Harry mientras avanzaba entre
las sillas y las mesas hasta el lugar en que la profesora Trelawney lo aguardaba sentada
ante una bola grande de cristal.
—Buenos días, Harry —dijo suavemente—. Si tuvieras la amabilidad de mirar la
bola... Tómate tu tiempo, y luego dime lo que ves dentro de ella...
Harry se inclinó sobre la bola de cristal y miró concentrándose con todas sus
fuerzas, buscando algo más que la niebla blanca que se arremolinaba dentro, pero sin
encontrarlo.
—¿Y bien? —le preguntó la profesora Trelawney con delicadeza—. ¿Qué ves?
El calor y el humo aromático que salía del fuego que había a su lado resultaban
asfixiantes. Pensó en lo que Ron le había dicho y decidió fingir.
—Eeh... —dijo Harry—. Una forma oscura...
—¿A qué se parece? —susurró la profesora Trelawney—. Piensa...
La mente de Harry echó a volar y aterrizó en Buckbeak.
—Un hipogrifo —dijo con firmeza.
—¿De verdad? —susurró la profesora Trelawney, escribiendo deprisa y con
entusiasmo en el pergamino que tenía en las rodillas—. Muchacho, bien podrías estar
contemplando la solución del problema de Hagrid con el Ministerio de Magia. Mira más
detenidamente... El hipogrifo ¿tiene cabeza?
—Sí —dijoHarry con seguridad.
—¿Estás seguro? —insistió la profesora Trelawney—. ¿Totalmente seguro, Harry?
¿No lo ves tal vez retorciéndose en el suelo y con la oscura imagen de un hombre con
un hacha detrás?
—No —dijo Harry, comenzando a sentir náuseas.
—¿No hay sangre? ¿No está Hagrid llorando?
—¡No! —contestó Harry, con crecientes deseos de abandonar la sala y aquel
calor—. Parece que está bien. Está volando...
La profesora Trelawney suspiró.
—Bien, querido. Me parece que lo dejaremos aquí... Un poco decepcionante, pero
estoy segura de que has hecho todo lo que has podido.
Aliviado, Harry se levantó, cogió la mochila y se dio la vuelta para salir. Pero
entonces oyó detrás de él una voz potente y áspera:
—Sucederá esta noche.
Harry dio media vuelta. La profesora Trelawney estaba rígida en su sillón. Tenía la
vista perdida y la boca abierta.
—¿Cómo dice? —preguntó Harry.
Pero la profesora Trelawney no parecía oírle. Sus pupilas comenzaron a moverse.
Harry estaba asustado. La profesora parecía a punto de sufrir un ataque. El muchacho no
sabía si salir corriendo hacia la enfermería. Y entonces la profesora Trelawney volvió a
hablar con la misma voz áspera, muy diferente a la suya:
—El Señor de las Tinieblas está solo y sin amigos, abandonado por sus seguidores.
Su vasallo ha estado encadenado doce años. Hoy, antes de la medianoche, el vasallo se
liberará e irá a reunirse con su amo. El Señor de las Tinieblas se alzará de nuevo, con
la ayuda de su vasallo, más grande y más terrible que nunca. Hoy... antes de la
medianoche... el vasallo... irá... a reunirse... con su amo...
Su cabeza cayó hacia delante, sobre el pecho. La profesora Trelawney emitió un
gruñido. Luego, repentinamente, volvió a levantar la cabeza.
—Lo siento mucho, chico —añadió con voz soñolienta—. El calor del día,
¿sabes...? Me he quedado traspuesta.
Harry se quedó allí un momento, mirándola.
—¿Pasa algo, Harry?
—Usted... acaba de decirme que... el Señor de las Tinieblas volverá a alzarse, que
su vasallo va a regresar con él...
La profesora Trelawney se sobresaltó.
—¿El Señor de las Tinieblas? ¿El que no debe nombrarse? Querido muchacho, no
se puede bromear con ese tema... Alzarse de nuevo, Dios mío...
—¡Pero usted acaba de decirlo! Usted ha dicho que el Señor de las Tinieblas...
—Creo que tú también te has quedado dormido —repuso la profesora Trelawney—
. Desde luego, nunca predeciría algo así.
Harry bajó la escalera de mano y la de caracol, haciéndose preguntas... ¿Acababa
de oír a la profesora Trelawney haciendo una verdadera predicción? ¿O había querido
acabar el examen con un final impresionante?
Cinco minutos más tarde pasaba aprisa por entre los troles de seguridad que
estaban a la puerta de la torre de Gryffindor. Las palabras de la profesora Trelawney
resonaban aún en su cabeza. Se cruzó con muchos que caminaban a zancadas, riendo y
bromeando, dirigiéndose hacia los terrenos del colegio y hacia una libertad largamente
deseada. Cuando llegó al retrato y entró en la sala común, estaba casi desierta. En un
rincón, sin embargo, estaban sentados Ron y Hermione.
—La profesora Trelawney me acaba de decir...
Pero se detuvo al fijarse en sus caras.
—Buckbeak ha perdido —dijo Ron con voz débil—. Hagrid acaba de enviar esto.
La nota de Hagrid estaba seca esta vez: no había lágrimas en ella. Pero su mano
parecía haber temblado tanto al escribirla que apenas resultaba legible.
Apelación perdida. La ejecución será a la puesta del sol. No se puede hacer
nada. No vengáis. No quiero que lo veáis.
Hagrid
—Tenemos que ir —dijo Harry de inmediato—. ¡No puede estar allí solo,
esperando al verdugo!
—Pero es a la puesta del sol —dijo Ron, mirando por la ventana con los ojos
empañados—. No nos dejarán salir, y menos a ti, Harry...
Harry se tapó la cabeza con las manos, pensando.
—Si al menos tuviéramos la capa invisible...
—¿Dónde está? —dijo Hermione.
Harry le explicó que la había dejado en el pasadizo, debajo de la estatua de la bruja
tuerta.
—... Si Snape me vuelve a ver por allí, me veré en un serio aprieto —concluyó.
—Eso es verdad —dijo Hermione, poniéndose en pie—. Si te ve... ¿Cómo se abre
la joroba de la bruja?
—Se le dan unos golpecitos y se dice «¡Dissendio!» —explicó Harry—. Pero...
Hermione no aguardó a que terminara la frase; atravesó la sala con decisión, abrió
el retrato y se perdió de vista.
—¿Habrá ido a cogerla? —dijo Ron, mirando el punto por donde había
desaparecido la muchacha.
A eso había ido. Hermione regresó al cuarto de hora, con la capa plateada
cuidadosamente doblada y escondida bajo la túnica.
—¡Hermione, no sé qué te pasa últimamente! —dijo Ron, sorprendido—. Primero
le pegas a Malfoy, luego te vas de la clase de la profesora Trelawney...
Hermione se sintió halagada.
· · ·
Bajaron a cenar con los demás, pero no regresaron luego a la torre de Gryffindor. Harry
llevaba escondida la capa en la parte delantera de la túnica. Tenía que llevar los brazos
cruzados para que no se viera el bulto. Esperaron en una habitación contigua al
vestíbulo hasta asegurarse de que éste estuviese completamente vacío. Oyeron a los dos
últimos que pasaban aprisa y cerraban dando un portazo. Hermione asomó la cabeza por
la puerta.
—Vale —susurró—. No hay nadie. Podemos taparnos con la capa.
Caminando muy juntos, de puntillas y bajo la capa, para que nadie los viera,
bajaron la escalera y salieron.El sol se hundía ya en el bosque prohibido, dorando las
ramas más altas de los árboles.
Llegaron a la cabaña y llamaron a la puerta. Hagrid tardó en contestar; cuando por
fin lo hizo, miró a su alrededor; pálido y tembloroso, en busca de la persona quehabía
llamado.
—Somos nosotros —susurró Harry—. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas
pasar; nos la quitaremos.
—No deberíais haber venido —dijo Hagrid, también susurrando.
Pero se hizo a un lado, y ellos entraron. Hagrid cerró la puerta rápidamente yHarry
se desprendió de la capa. Hagrid no lloró ni se arrojó al cuello de sus amigos. No
parecía saber dónde se encontraba ni qué hacer. Resultaba más trágico verlo así que
llorando.
—¿Queréis un té? —invitó.
Sus manos enormes temblaban al coger la tetera.
—¿Dónde está Buckbeak, Hagrid? —preguntó Ron, vacilante.
—Lo... lo tengo en el exterior —dijo Hagrid, derramando la leche por la mesa al
llenar la jarra—. Está atado en el huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los
árboles y oler el aire fresco antes de...
A Hagrid le temblaba tanto la mano que la jarra se le cayó y se hizo añicos.
—Yo lo haré, Hagrid —dijo Hermione inmediatamente, apresurándose a limpiar el
suelo.
—Hay otra en el aparador —dijo Hagrid sentándose y limpiándose la frente conla
manga. Harry miró a Ron, que le devolvió una mirada de desesperanza.
—¿No hay nada que hacer; Hagrid? —preguntó Harry sentándose a su lado—.
Dumbledore...
—Lo ha intentado —respondió Hagrid—. No puede hacer nada contra una
sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak es inofensivo, pero tienen miedo.
Ya sabéis cómo es Lucius Malfoy... Me imagino que los ha amenazado... Y el verdugo,
Macnair, es un viejo amigo suyo. Pero será rápido y limpio, y yo estaré a su lado.
Hagrid tragó saliva. Sus ojos recorrían la cabaña buscando algún retazo de
esperanza.
—Dumbledore estará presente. Me ha escrito esta mañana. Dice que quiere estar
conmigo. Un gran hombre, Dumbledore...
Hermione, que había estado rebuscando en el aparador de Hagrid, dejó escapar un
leve sollozo, que reprimió rápidamente. Se incorporó con la jarra en las manos y
esforzándose por contener las lágrimas.
—Nosotros también estaremos contigo, Hagrid —comenzó, pero Hagrid negó con
la despeinada cabeza.
—Tenéis que volver al castillo. Os hedicho que no quería que lo vierais. Y
tampoco deberíais estar aquí. Si Fudge y Dumbledore te pillan fueran sin permiso,
Harry, te verás en un aprieto.
Por el rostro de Hermione corrían lágrimas silenciosas, pero disimuló ante Hagrid
preparando el té. Al coger la botella de leche para verter parte de ella en la jarra, dio un
grito.
—¡Ron! No... no puedo creerlo. ¡Es Scabbers!
Ron la miró boquiabierto.
—¿Qué dices?
Hermione acercó la jarra a la mesa y la volcó. Con un gritito asustado y
desesperado por volver a meterse en el recipiente, Scabbers apareció correteando por la
mesa.
—¡Scabbers! —exclamó Ron desconcertado—. Scabbers, ¿qué haces aquí?
Cogió a la rata, que forcejeaba por escapar; y la levantó para verla a la luz. Tenía
un aspecto horrible. Estaba más delgada que nunca. Se le había caído mucho pelo,
dejándole amplias lagunas, y se retorcía en las manos de Ron, desesperada por escapar.
—No te preocupes, Scabbers —dijo Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer.
De pronto, Hagrid se puso en pie, mirandola ventana fijamente. Su cara,
habitualmente rubicunda, se había puesto del color del pergamino.
—Ya vienen...
Harry, Ron y Hermione se dieron rápidamente la vuelta. Un grupo de hombres
bajaba por los lejanos escalones de la puerta principal del castillo. Delante iba Albus
Dumbledore. Su barba plateada brillaba al sol del ocaso. A su lado iba Cornelius Fudge.
Tras ellos marchaban el viejo y débil miembro de la Comisión y el verdugo Macnair.
—Tenéis que iros —dijo Hagrid. Le temblaba todo el cuerpo—. No deben veros
aquí... Marchaos ya.
Ron se metió a Scabbers en el bolsillo y Hermione cogió la capa.
—Salid por detrás.
Lo siguieron hacia la puerta trasera que daba al huerto. Harry se sentía muy raro y
aún más al ver a Buckbeak a pocos metros, atado a un árbol, detrás de las calabazas.
Buckbeak parecía presentir algo. Volvió la cara afilada de un lado a otro y golpeó el
suelo con la zarpa, nervioso.
—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid con voz suave—. No temas. —Se volvió
hacia los tres amigos—. Venga, marchaos.
Pero no se movieron.
—Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.
—No pueden matarlo...
—¡Marchaos! —ordenó Hagrid con firmeza—. Ya es bastante horrible y sólo
faltaría que además os metierais en un lío.
No tenían opción. Mientras Hermione echaba la capa sobre los otros dos, oyeron
hablar al otro lado de la cabaña. Hagrid miró hacia el punto por el que acababan de
desaparecer.
—Marchaos, rápido —dijo con acritud—. No escuchéis.
Y volvió a entrar en la cabaña al mismo tiempo que alguien llamaba a la puerta de
delante.
Lentamente, como en trance, Harry, Ron y Hermione rodearon silenciosamente la
casa. Al llegar al otro lado, la puerta se cerró con un golpe seco.
—Vámonos aprisa, por favor —susurró Hermione—. No puedo seguir aquí, no lo
puedo soportar...
Empezaron a subir hacia el castillo. El sol se apresuraba a ocultarse; el cielo se
había vuelto de un gris claro teñido de púrpura, pero en el oeste había destellos de rojo
rubí.
Ron se detuvo en seco.
—Por favor; Ron —comenzó Hermione.
—Se trata de Scabbers..., quiere salir.
Ron se inclinaba intentando impedir que Scabbers se escapara, pero la rata estaba
fuera de sí; chillando como loca, se debatía y trataba de morder a Ron en la mano.
—Scabbers, tonta, soy yo —susurró Ron.
Oyeron abrirse una puerta detrás de ellos y luego voces masculinas.
—¡Por favor; Ron, vámonos, están a punto de hacerlo! —insistió Hermione.
—Vale, ¡quédate quieta, Scabbers!
Siguieron caminando; al igual que Hermione, Harry procuraba no oír el sordo
rumor de las voces que sonaban detrás de ellos. Ron volvió a detenerse.
—No la puedo sujetar... Calla, Scabbers, o nos oirá todo el mundo.
La rata chillaba como loca, pero no lo bastante fuerte para eclipsar los sonidos que
llegaban del jardín de Hagrid. Las voces de hombre se mezclaban y se confundían.
Hubo un silencio y luego, sin previo aviso, el inconfundible silbido del hacha rasgando
el aire. Hermione se tambaleó.
—¡Ya está! —susurró a Harry—. ¡No me lo puedo creer; lo han hecho!
17
El perro, el gato y la rata
A Harry se le quedó la mente en blanco a causa de la impresión. Los tres se habíanquedado paralizados bajo la capa invisible. Los últimos rayos del sol arrojaron una luz
sanguinolenta sobre los terrenos, en los que las sombras se dibujaban muy alargadas.
Detrás de ellos oyeron un aullido salvaje.
—¡Hagrid! —susurró Harry. Sin pensar en lo que hacia, fue a darse la vuelta, pero
Ron y Hermione lo cogieron por los brazos.
—No podemos —dijo Ron, blanco como una pared—. Se verá en un problema más
serio si sedescubre que lo hemos ido a visitar...
Hermione respiraba floja e irregularmente.
—¿Cómo... han podido...? —preguntó jadeando, como si se ahogase—. ¿Cómo han
podido?
—Vamos —dijo Ron, tiritando.
Reemprendieron el camino hacia el castillo, andando muy despacio para no
descubrirse. La luz se apagaba. Cuando llegaron a campo abierto, la oscuridad se cernía
sobre ellos como un embrujo.
—Scabbers, estate quieta —susurró Ron, llevándose la mano al pecho. La rata se
retorcía como loca. Ron se detuvo, obligando a Scabbers a que se metiera del todo en el
bolsillo—. ¿Qué te ocurre, tonta? Quédate quieta... ¡AY! ¡Me ha mordido!
—¡Ron, cállate! —susurró Hermione—. Fudge se presentará aquí dentro de un
minuto...
—No hay manera.
Scabbers estaba aterrorizada. Se retorcía con todas sus fuerzas, intentando soltarse
de Ron.
—¿Qué le ocurre?
Pero Harry acababa de ver a Crookshanks acercándose a ellos sigilosamente,
arrastrándose y con los grandes ojos amarillos destellando pavorosamente en la
oscuridad. Harry no sabía si elgato los veía o se orientaba por los chillidos de Scabbers.
—¡Crookshanks! —gimió Hermione—. ¡No, vete, Crookshanks! ¡Vete!
Pero el gato se acercaba más...
—Scabbers... ¡NO!
Demasiado tarde... La rata escapó por entre los dedos de Ron, se echó al suelo y
huyó a toda prisa. De un salto, Crookshanks se lanzó tras el roedor; y antes de que
Harry y Hermione pudieran detenerlo, Ron se salió de la capa y se internó en la
oscuridad.
—¡Ron! —gimió Hermione.
Ella y Harry se miraron y lo siguieron a la carrera. Eraimposible correr a toda
velocidad debajo de la capa, así que se la quitaron y la llevaron al vuelo, ondeando
como un estandarte mientras seguían a Ron. Oían delante de ellos el ruido de sus pasos
y los gritos que dirigía a Crookshanks.
—Aléjate de él...,aléjate... Scabbers, ven aquí...
Oyeron un golpe seco.
—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.
Harry y Hermione casi chocaron contra Ron. Estaba tendido en el suelo. Scabbers
había vuelto a su bolsillo y Ron sujetaba con ambas manos el tembloroso bulto.
—Vamos, Ron, volvamos a cubrirnos —dijo Hermione jadeando—. Dumbledore y
el ministro saldrán dentro de un minuto.
Pero antes de que pudieran volver a taparse, antes incluso de que pudieran
recuperar el aliento, oyeron los pasos de unas patas gigantes. Algose acercaba a ellos en
la oscuridad: un enorme perro negro de ojos claros.
Harry quiso coger la varita, pero era ya demasiado tarde. El perro había dado un
gran salto y sus patas delanteras le golpearon el pecho. Harry cayó de espaldas, con un
fardo depelo. Sintió el cálido aliento del fardo, sus dientes de tres centímetros de
longitud...
Pero el empujón lo había llevado demasiado lejos. Se apartó rodando. Aturdido,
sintiendo como si le hubieran roto las costillas, trató de ponerse en pie; oyó rugir al
animal, preparándose para un nuevo ataque.
Ron se levantó. Cuando el perro volvió a saltar contra ellos, Ron empujó a Harry
hacia un lado y el perro mordió el brazo estirado de Ron. Harry embistió y agarró al
animal por el pelo, pero éste arrastraba a Roncon tanta facilidad como si fuera un
muñeco de trapo.
Entonces, algo surgido de no se sabía dónde golpeó a Harry tan fuerte en la cara
que volvió a derribarlo. Oyó a Hermione chillar de dolor y caer también. Harry manoteó
en busca de la varita, parpadeando para quitarse la sangre de los ojos.
—¡Lumos! —susurró.
La luz de la varita iluminó un grueso árbol. Habían perseguido a Scabbers hasta el
sauce boxeador; y sus ramas crujían como azotadas por un fortísimo viento y oscilaban
de atrás adelante para impedir que se aproximaran.
Al pie del árbol estaba el perro, arrastrando a Ron y metiéndolo por un hueco que
había en las raíces. Ron luchaba denodadamente, pero su cabeza y su torso se estaban
perdiendo de vista.
—¡Ron! —gritó Harry, intentando seguirlo, pero una gruesa rama le propinó un
restallante y terrible trallazo que lo obligó a retroceder.
Lo único que podían ver ya de Ron era la pierna con la que el muchacho se había
enganchado en una rama para impedir que el perro lo arrastrase. Un horrible crujido
cortó el aire como un pistoletazo. La pierna de Ron se había roto y el pie desapareció en
aquel momento.
—Harry, tenemos que pedir ayuda —gritó Hermione. Ella también sangraba. El
sauce le había hecho un corte en el hombro.
—¡No! ¡Este ser es lo bastante grande para comérselo! ¡No tenemos tiempo!
—No conseguiremos pasar sin ayuda.
Otra rama les lanzó otro latigazo, con las ramitas enroscadas como puños.
—Si ese perro ha podido entrar, nosotros también —jadeó Harry, corriendo y
zigzagueando, tratando de encontrar un camino a través de las ramas que daban trallazos
al aire, pero era imposible acercarse un centímetro más sin ser golpeados por el árbol.
—¡Socorro, socorro! —gritó Hermione, como una histérica, dando brincos sin
moverse del sitio—. ¡Porfavor...!
Crookshanks dio un salto al frente. Se deslizó como una serpiente por entre las
ramas que azotaban el aire y se agarró con las zarpas a un nudo del tronco.
De repente, como si el árbol se hubiera vuelto de piedra, dejó de moverse.
—¡Crookshanks! —gritó Hermione, dubitativa. Cogió a Harry por el brazo tan
fuerte que le hizo daño—. ¿Cómo sabía...?
—Es amigo del perro —dijo Harry con tristeza—. Los he visto juntos... Vamos.
Ten la varita a punto.
En unos segundos recorrieron la distancia que les separaba del tronco, pero antes
de que llegaran al hueco que había entre las raíces, Crookshanks se metió por él
agitando la cola de brocha. Harry lo siguió. Entró a gatas, metiendo primero la cabeza, y
se deslizó por una rampa de tierra hasta la boca deun túnel de techo muy bajo.
Crookshanks estaba ya lejos de él y sus ojos brillaban a la luz de la varita de Harry. Un
segundo después, entró Hermione.
—¿Dónde está Ron? —le preguntó con voz aterrorizada.
—Por aquí —indicó Harry, poniéndose en camino con la espalda arqueada,
siguiendo a Crookshanks.
—¿Adónde irá este túnel? —le preguntó Hermione, sin aliento.
—No sé... Está señalado en el mapa del merodeador; pero Fred y George creían
que nadie lo había utilizado nunca. Se sale del límite del mapa, pero daba la impresión
de que iba a Hogsmeade...
Avanzaban tan aprisa como podían, casi doblados por la cintura. Por momentos
podían ver la cola de Crookshanks. El pasadizo no se acababa. Parecía tan largo como el
que iba a Honeydukes. Lo único en que podía pensar Harry era en Ron y en lo que le
podía estar haciendo el perrazo... Al correr agachado, le costaba trabajo respirar y le
dolía...
Y entonces el túnel empezó a elevarse, y luego a serpentear; y Crookshanks había
desaparecido. En vez de ver al gato, Harryveía una tenue luz que penetraba por una
pequeña abertura.
Se detuvieron jadeando, para coger aire. Avanzaron con cautela hasta la abertura.
Levantaron las varitas para ver lo que había al otro lado.
Había una habitación, muy desordenada y llena de polvo. El papel se despegaba de
las paredes. El suelo estaba lleno de manchas. Todos los muebles estaban rotos, como si
alguien los hubiera destrozado. Las ventanas estaban todas cegadas con maderas.
Harry miró a Hermione, que parecía muy asustada, pero asintió con la cabeza.
Harry salió por la abertura mirando a su alrededor. La habitación estaba desierta,
pero a la derecha había una puerta abierta que daba a un vestíbulo en sombras.
Hermione volvió a cogerse del brazo de Harry. Miraba de un lado a otro con los ojos
muy abiertos, observando las ventanas tapadas.
—Harry —susurró—. Creo que estamos en la Casa de los Gritos.
Harry miró a su alrededor. Posó la mirada en una silla de madera que estaba cerca
de ellos. Le habían arrancado varios trozos y una pata.
—Eso no lo han hecho los fantasmas —observó.
En ese momento oyeron un crujido en lo alto. Algo se había movido en la parte de
arriba. Miraron al techo. Hermione le cogía el brazo con tal fuerza que perdía
sensibilidad en los dedos. La miró. Hermione volvióa asentir con la cabeza y lo soltó.
Tan en silencio como pudieron, entraron en el vestíbulo y subieron por la escalera,
que se estaba desmoronando. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, salvo
el suelo, donde algo arrastrado escaleras arriba había dejado una estela ancha y brillante.
Llegaron hasta el oscuro descansillo.
—Nox —susurraron a un tiempo, y se apagaron las luces de las varitas.
Solamente había una puerta abierta. Al dirigirse despacio hacia ella, oyeron un
movimiento al otro lado. Un suave gemido, y luego un ronroneo profundo y sonoro.
Cambiaron una última mirada y un último asentimiento con la cabeza.
Sosteniendo la varita ante sí, Harry abrió la puerta de una patada.
Crookshanks estaba acostado en una magnífica cama con dosel y colgaduras
polvorientas. Ronroneó al verlos. En el suelo, a su lado, sujetándose la pierna que
sobresalía en un ángulo anormal, estaba Ron. Harry y Hermione se le acercaron
rápidamente.
—¡Ron!, ¿te encuentras bien?
—¿Dónde está el perro?
—No hay perro —gimió Ron. El dolor le hacía apretar los dientes—. Harry, esto es
una trampa...
—¿Qué...?
—Él es el perro. Es un animago...
Ron miraba por encima del hombro de Harry. Harry se dio la vuelta. El hombre
oculto en las sombras cerró la puerta tras ellos.
Una masa de pelo sucio y revuelto le caía hasta los codos. Si no le hubieran
brillado los ojos en las cuencas profundas y oscuras, habría creído que se trataba de un
cadáver. La piel de cera estaba tan estirada sobre los huesos de la cara que parecía una
calavera. Una mueca dejaba al descubierto sus dientes amarillos. Era Sirius Black.
—¡Expeliarmo! —exclamó, dirigiendo hacia ellos la varita de Ron.
Las varitas que empuñaban Harry y Hermione saltaron de sus manos, y Black las
recogió. Dio un paso hacia ellos, con los ojos fijos en Harry.
—Pensé que vendrías a ayudar a tu amigo —dijo con voz ronca. Su voz sonaba
como si no la hubiera empleado en mucho tiempo—. Tu padre habría hecho lo mismo
por mí. Habéis sido muy valientes por no salir corriendo en busca de un profesor.
Muchas gracias. Esto lo hará todo mucho más fácil...
Harry oyó la burla sobre su padre como si Black la hubiera proferido a voces. Notó
la quemazón del odio, que no dejaba lugar al miedo. Por primera vez en su vida habría
querido volver a tener en su mano la varita, no para defenderse, sino para atacar... para
matar. Sin saber lo que hacía, se adelanté, pero algo se movió a sus costados, y dos
pares de manos lo sujetaron y lo hicieron retroceder.
—¡No, Harry! —exclamó Hermione, petrificada.
Ron, sin embargo, se dirigió a Black:
—Si quiere matar a Harry, tendrá que matarnos también a nosotros —dijo con
fiereza, aunque el esfuerzo que había hecho para levantarse lo había dejado aún más
pálido, y oscilaba al hablar.
Algo titiló en los ojos sombríos de Black.
—Échate —le dijo a Ron en voz baja—o será peor para tu pierna.
—¿Me ha oído? —dijo Ron débilmente, apoyándose en Harry para mantenerse en
pie—. Tendrá que matarnos a los tres.
—Sólo habrá un asesinato esta noche —respondió Black, acentuando la mueca.
—¿Por qué? —preguntó Harry, tratando de soltarse de Ron y de Hermione—. No
le importó la última vez, ¿a que no? No le importó matar a todos aquellos muggles al
mismo tiempo que a Pettigrew... ¿Qué ocurre, se ha ablandado usted en Azkaban?
—¡Harry ! —sollozó Hermione—. ¡Cállate!
—¡ÉL MATÓ A MIS PADRES! —gritó Harry.
Y haciendo un último esfuerzo se liberó de Ron y de Hermione, y se lanzó.
Había olvidado la magia. Había olvidado que era bajito y poca cosa y que tenía
trece años, mientras que Black era un hombre adulto y alto. Lo único que sabía Harry
era que quería hacerle a Black todo el daño posible, y que no le importaba el que
recibiera a cambio.
Tal vez fuera por la impresión que le produjo ver a Harry cometiendo aquella
necedad, pero Black no levantó a tiempo las varitas. Harry sujetó por la muñeca la mano
libre de Black, desviando la orientación de las varitas. Tras propinarle un puñetazo en el
pómulo, los dos cayeron hacia atrás, contra la pared.
Hermione y Ron gritaron. Vieron un resplandorcegador cuando las varitas que
Black tenía en la mano lanzaron un chorro de chispas que por unos centímetros no
dieron a Harry en la cara. Harry sintió retorcerse bajo sus dedos el brazo de Black, pero
no lo soltó y golpeó con la otra mano.
Pero Black aferró con su mano libre el cuello de Harry.
—No —susurró—. He esperado demasiado tiempo.
Apretó los dedos. Harry se ahogaba. Las gafas se le habían caído hacia un lado.
Entonces vio el pie de Hermione, salido de no se sabía dónde. Black soltó a Harry
profiriendo un alarido de dolor. Ron se arrojó sobre la mano con que Black sujetaba la
varita y Harry oyó un débil tintineo.
Se soltó del nudo de cuerpos y vio su propia varita en el suelo. Se tiró hacia ella,
pero...
—¡Ah!
Crookshanks se había unido a la lucha, clavándole las zarpas delanteras en el brazo.
Harry se lo sacudió de encima, pero Crookshanks se dirigió como una flecha hacia la
varita de Harry.
—¡NO! —exclamó Harry, y propinó a Crookshanks un puntapié que lo tiró a un
lado bufando. Harry recogió lavarita y se dio la vuelta.
—¡Apartaos! —gritó a Ron y a Hermione.
No necesitaron oírlo dos veces. Hermione, sin aliento y con sangre en el labio, se
hizo a un lado, recogiendo su varita y la de Ron. Ron se arrastró hasta la cama y se
derrumbó sobre ella,jadeando y con la cara ya casi verde, asiéndose la pierna rota con
las manos.
Black yacía de cualquier manera junto a la pared. Su estrecho tórax subía y bajaba
con rapidez mientras veía a Harry aproximarse muy despacio, apuntándole directamente
al corazón con la varita.
—¿Vas a matarme, Harry? —preguntó.
Harry se paró delante de él, sin dejar de apuntarle con la varita, y bajando la vista
para observarle la cara. El ojo izquierdo se le estaba hinchando y le sangraba la nariz.
—Usted mató a mis padres —dijo Harry con voz algo temblorosa, pero con la
mano firme.
Black lo miró fijamente con aquellos ojos hundidos.
—No lo niego —dijo en voz baja—. Pero si supieras toda la historia...
—¿Toda la historia? —repitió Harry, con un furioso martilleo en los oídos—. Los
entregó a Voldemort, eso es todo lo que necesito saber.
—Tienes que escucharme —dijo Black con un dejo de apremio en la voz—. Lo
lamentarás si no... si no comprendes...
—Comprendo más de lo que cree —dijo Harry con la voz cada vez más
temblorosa—. Usted no la ha oído nunca, ¿verdad? A mi madre, impidiendo que
Voldemort me matara... Y usted lo hizo. Lo hizo...
Antes de que nadie pudiera decir nada más, algo canela pasó por delante de Harry
como un rayo. Crookshanks saltó sobre el pecho de Black y sequedó allí, sobre su
corazón. Black cerró los ojos y los volvió a abrir mirando al gato.
—Vete —ordenó Black, tratando de quitarse de encima al animal. Pero
Crookshanks le hundió las garras en la túnica. Volvió a Harry su cara fea y aplastada, y
lo miró con sus grandes ojos amarillos. Hermione, que estaba a su derecha, lanzó un
sollozo.
Harry miró a Black y a Crookshanks, sujetando la varita aún con más fuerza. ¿Y
qué si tenía que matar también al gato? Era un aliado de Black... Si estaba dispuesto a
morir defendiéndolo, no era asunto suyo. Si Black quería salvarlo, eso sólo demostraría
que le importaba más Crookshanks que los padres de Harry...
Harry levantó la varita. Había llegado el momento de vengar a sus padres. Iba a
matar a Black. Tenía que matarlo. Era su oportunidad...
Pasaron unos segundos y Harry seguía inmóvil, con la varita en alto. Black lo
miraba fijamente, con Crookshanks sobre el pecho. En la cama en la que estaba tendido
Ron se oía una respiración jadeante. Hermione permanecía en silencio.
Y entonces oyeron algo que no habían oído hasta entonces.
Unos pasos amortiguados. Alguien caminaba por el piso inferior.
—¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA! —gritó Hermione de pronto—. ¡ESTAMOS
AQUÍ ARRIBA! ¡SIRIUS BLACK! ¡DENSE PRISA!
Black sufrió tal sobresalto que Crookshanks estuvo a punto de caerse. Harry apretó
la varita con una fuerza irracional. ¡Mátalo ya!, dijo una voz en su cabeza. Pero los
pasos que subían las escaleras se oían cada vez más fuertes, y Harry seguía sin moverse.
La puerta de la habitaciónse abrió de golpe entre una lluvia de chispas rojas y
Harry se volvió cuando el profesor Lupin entró en la habitación como un rayo. El
profesor Lupin tenía la cara exangüe, y la varita levantada y dispuesta. Miró a Ron, que
yacía en la cama; a Hermione, encogida de miedo junto a la puerta; a Harry, que no
dejaba de apuntar a Black con la varita; y al mismo Black, desplomado a los pies de
Harry y sangrando.
—¡Expeliarmo! —gritó Lupin.
La varita de Harry salió volando de su mano. También lo hicieron las dosque
sujetaba Hermione. Lupin las cogió todas hábilmente y luego penetró en la habitación,
mirando a Black, que todavía tenía a Crookshanks protectoramente encaramado en el
pecho.
Harry se sintió de pronto como vacío. No lo había matado. Le había faltado valor.
Black volvería a manos de los dementores.
Entonces habló Lupin, con una voz extraña que temblaba de emoción contenida:
—¿Dónde está, Sirius?
Harry miró a Lupin. No comprendía qué quería decir. ¿De quién hablaba? Se
volvió para mirar de nuevo a Black, cuyo rostro carecía completamente de expresión.
Durante unos segundos no se movió. Luego, muy despacio, levantó la mano y señaló a
Ron. Desconcertado, Harry se volvió hacia el sorprendido Ron.
—Pero entonces... —murmuró Lupin, mirando tan intensamente a Black que
parecía leer sus pensamientos—, ¿por qué no se ha manifestado antes? A menos que...
—De repente, los ojos de Lupin se dilataron como si viera algo más allá de Black, algo
que no podía ver ninguno de los presentes—... a menos que fuera él quien... a menos
que te transmutaras... sin decírmelo...
Muy despacio, sin apartar los hundidos ojos de Lupin, Black asintió con la cabeza.
—Profesor Lupin, ¿qué pasa? —interrumpió Harry en voz alta—. ¿Qué...?
Pero no terminó la pregunta, porque lo que vio lo dejó mudo. Lupin bajaba la
varita. Un instante después, se acercó a Black, le cogió la mano, tiró de él para
incorporarlo y para que Crookshanks cayese al suelo, y abrazó a Black —como a un
hermano.
Harry se sintió como si le hubieran agujereado el fondodel estómago.
—¡NO LO PUEDO CREER! —gritó Hermione.
Lupin soltó a Black y se volvió hacia ella. Hermione se había levantado del suelo y
señalaba a Lupin con ojos espantados.
—Usted... usted...
—Hermione...
—¡... usted y él!
—Tranquilízate, Hermione.
—¡Nose lo dije a nadie! —gritó Hermione—. ¡Lo he estado encubriendo!
—¡Hermione, escúchame, por favor! —exclamó Lupin—. Puedo explicarlo...
Harry temblaba, no de miedo, sino de una ira renovada.
—Yo confié en usted —gritó a Lupin, flaqueándole la voz—y en realidad era
amigo de él.
—Estáis en un error —explicó Lupin—. No he sido amigo suyo durante estos doce
años, pero ahora sí... Dejadme que os lo explique...
—¡NO! —gritó Hermione—. Harry, no te fíes de él. Ha ayudado a Black a entrar
en el castillo. También él quiere matarte. ¡Es un hombre lobo!
Se hizo un vibrante silencio. Todos miraban a Lupin, que parecía tranquilo, aunque
estaba muy pálido.
—Estás acertando mucho menos que de costumbre, Hermione —dijo—. Me temo
que sólo una de tres. No es verdad que haya ayudado a Sirius a entrar en el castillo, y te
aseguro que no quiero matar a Harry... —Se estremeció visiblemente—. Pero no negaré
que soy un hombre lobo.
Ron hizo un esfuerzo por volver a levantarse, pero se cayó con un gemido de dolor.
Lupin se le acercó preocupado, pero Ron exclamó:
—¡Aléjate de mí, licántropo!
Lupin se paró en seco. Y entonces, con un esfuerzo evidente, se volvió a Hermione
y le dijo:
—¿Cuánto hace que lo sabes?
—Siglos —contestó Hermione—. Desde que hice el trabajo para el profesor Snape.
—Estará encantado —dijo Lupin con poco entusiasmo—. Os puso ese trabajo para
que alguno de vosotros se percatara de mis síntomas. ¿Comprobaste el mapa lunar y te
diste cuenta de que yo siempre estaba enfermo en luna llena? ¿Te diste cuenta de que el
boggart se transformaba en luna al verme?
—Las dos cosas —respondió Hermione en voz baja.
Lupin lanzó una risa forzada.
—Nunca he conocido una bruja de tu edad tan inteligente, Hermione.
—No soy tan inteligente —susurró Hermione—. ¡Si lo fuera, le habría dicho a todo
el mundo lo que es usted!
—Ya lo saben —dijo Lupin—. Al menos, el personal docente lo sabe.
—¿Dumbledore lo contrató sabiendo que era usted un licántropo? —preguntó Ron
con voz ahogada—. ¿Está loco?
—Hay profesores que opinan que sí —admitió Lupin—. Le costó convencer a
ciertos profesores de que yo era de fiar.
—¡Y ESTABA EN UN ERROR! —gritó Harry—. ¡HA ESTADO
AYUDÁNDOLO TODO ESTE TIEMPO!
Señalaba a Black, que se había dirigido hacia la cama adoselada y se había echado
encima, ocultandoel rostro con mano temblorosa. Crookshanks saltó a su lado y se
subió en sus rodillas ronroneando. Ron se alejó, arrastrando la pierna.
—No he ayudado a Sirius —dijo Lupin—. Si me dejáis, os lo explicaré. Mirad...
—Separó las varitas de Harry, Ron y Hermione y las lanzó hacia sus respectivos
dueños. Harry cogió la suya asombrado—. Ya veis —prosiguió Lupin, guardándose su
propia varita en el cinto—. Ahora vosotros estáis armados y nosotros no. ¿Queréis
escucharme?
Harry no sabía qué pensar. ¿Sería un truco?
—Si no lo ha estado ayudando —dijo mirando furiosamente a Black—, ¿cómo
sabía que se encontraba aquí?
—Por el mapa —explicó Lupin—. Por el mapa del merodeador. Estaba en mi
despacho examinándolo...
—¿Sabe utilizarlo? —le preguntó Harry con suspicacia.
—Por supuesto —contestó Lupin, haciendo con la mano un ademán de
impaciencia—. Yo colaboré en su elaboración. Yo soy Lunático... Es el apodo que me
pusieron mis amigos en el colegio.
—¿Usted hizo...?
—Lo importante es que esta tarde lo estaba examinando porque tenía la idea de que
tú, Ron y Hermione intentaríais salir furtivamente del castillo para visitar a Hagrid antes
de que su hipogrifo fuera ejecutado. Y estaba en lo cierto, ¿a que sí? —Comenzó a
pasear sin dejar de mirarlos, levantando el polvo con los pies—. Supuse que os
cubriríais con la vieja capa de tu padre, Harry.
—¿Cómo sabe lo de la capa?
—¡La de veces que vi a James desaparecer bajo ella! —dijo Lupin, repitiendo el
ademán de impaciencia—. Que llevéis una capa invisible no os impide aparecer en el
mapa del merodeador. Os vi cruzar los terrenos del colegio y entrar en la cabaña de
Hagrid. Veinte minutos más tarde dejasteis a Hagrid y volvisteis hacia el castillo. Pero
en aquella ocasión os acompañaba alguien.
—¿Qué dice? —interrumpió Harry—. Nada de eso. No nos acompañaba nadie.
—No podía creer lo que veía —prosiguió Lupin, todavía paseando, sin escuchar a
Harry—. Creía que el mapa estaría estropeado. ¿Cómo podía estar con vosotros?
—¡No había nadie con nosotros!
—Y entonces vi otro punto que se os acercaba rápidamente, con la inscripción
«Sirius Black». Vi que chocaba con vosotros, vi que arrastraba a dos de vosotros hasta
el interior del sauce boxeador.
—¡A uno de nosotros! —dijo Ron enfadado.
—No, Ron —dijo Lupin—. A dos.
Dejó de pasearse y miró a Ron.
—¿Me dejas echarle un vistazo a la rata? —dijo con amabilidad.
—¿Qué? —preguntó Ron—. ¿Qué tiene que ver Scabbers en todo esto?
—Todo —respondió Lupin—. ¿Podría echarle un vistazo, por favor?
Ron dudó. Metió la mano en la túnica. Scabbers salió agitándose como loca. Ron
tuvo que agarrarla por la larga cola sin pelo para impedirle escapar. Crookshanks,
todavía en las rodillas de Black, se levantó y dio un suave bufido.
Lupin se acercó más a Ron. Contuvo el aliento mientras examinaba detenidamente
a Scabbers.
—¿Qué? —volvió a preguntar Ron, con cara de asustado y manteniendo a
Scabbers junto a él—. ¿Qué tiene que ver la rata en todo esto?
—No es una rata —graznó de repente Sirius Black.
—¿Qué quiere decir? ¡Claro que es una rata!
—No lo es —dijoLupin en voz baja—. Es un mago.
—Un animago —aclaró Black—llamado Peter Pettigrew.
18
Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta
Era tan absurdo que les costó un rato comprender lo que había dicho. Luego, Ron dijolo mismo que Harry pensaba:
—Estánustedes locos.
—¡Absurdo! —dijo Hermione con voz débil.
—¡Peter Pettigrew está muerto! ¡Lo mató hace doce años!
Señaló a Black, cuya cara sufría en ese momento un movimiento espasmódico.
—Tal fue mi intención —explicó, enseñando los dientes amarillos—, pero el
pequeño Peter me venció. ¡Pero esta vez me vengaré!
Y dejó en el suelo a Crookshanks antes de abalanzarse sobre Scabbers; Ron gritó
de dolor cuando Black cayó sobre su pierna rota.
—¡Sirius, NO! —gritó Lupin, corriendo hacia ellos y separando a Black de Ron—.
¡ESPERA! ¡No puedes hacerlo así! ¡Tienen que comprender! ¡Tenemos que
explicárselo!
—Podemos explicarlo después —gruñó Black, intentando desprenderse de Lupin y
dando un zarpazo al aire para atrapar a Scabbers, que gritaba como un cochinillo y
arañaba a Ron en la cara y en el cuello, tratando de escapar.
—¡Tienen derecho... a saberlo... todo! —jadeó Lupin sujetando a Black—. ¡Es la
mascota de Ron! ¡Hay cosas que ni siquiera yo comprendo! ¡Y Harry...! ¡Tienes que
explicarle la verdad a Harry, Sirius!
Black dejó de forcejear; aunque mantuvo los hundidos ojos fijos en Scabbers, a la
que Ron protegía con sus manos arañadas, mordidas y manchadas de sangre.
—De acuerdo, pues —dijo Black, sin apartar la mirada de la rata—. Explícales lo
que quieras, pero date prisa, Remus. Quiero cometer el asesinato por el que fui
encarcelado...
—Están locos los dos —dijo Ron con voz trémula, mirando a Harry y a Hermione,
en busca de apoyo—. Ya he tenido bastante. Me marcho.
Intentó incorporarse sobre su pierna sana,pero Lupin volvió a levantar la varita
apuntando a Scabbers.
—Me vas a escuchar hasta el final, Ron —dijo en voz baja—. Pero sujeta bien a
Peter mientras escuchas.
—¡NO ES PETER, ES SCABBERS! —gritó Ron, obligando a la rata a meterse en
su bolsillo delantero, aunque se resistía demasiado. Ron perdió el equilibrio. Harry lo
cogió y lo tendió en la cama. Sin hacer caso de Black, Harry se volvió hacia Lupin.
—Hubo testigos que vieron morir a Pettigrew —dijo—. Toda una calle llena de
testigos.
—¡No vieron, creyeron ver! —respondió Black con furia, vigilando a Scabbers,
que se debatía en las manos de Ron.
—Todo el mundo creyó que Sirius mató a Peter —confirmó Lupin—. Yo mismo lo
creía hasta que he visto el mapa esta noche. Porque el mapa del merodeador nunca
miente... Peter está vivo. Ron lo tiene entre las manos, Harry.
Harry bajó la mirada hacia Ron, y al encontrarse sus ojos, se entendieron sin
palabras: indudablemente, Black y Lupin estaban locos. Nada de lo que decían tenía
sentido. ¿Cómo iba Scabbers a ser Peter Pettigrew? Azkaban debía de haber trastornado
a Black, después de todo. Pero ¿por qué Lupin le seguía la corriente?
Entonces habló Hermione, con una voz temblorosa que pretendía parecer calmada,
como si quisiera que el profesor Lupin recobrara la sensatez.
—Pero profesor Lupin: Scabbers no puede ser Pettigrew... Sencillamente es
imposible, usted lo sabe.
—¿Por qué no puede serlo? —preguntó Lupin tranquilamente, como si estuvieran
en clase y Hermione se limitara a plantear un problema en un experimento con
grindylows.
—Porque si Peter Pettigrew hubiera sido un animago, la gente lo habría sabido.
Estudiamos a los animagos con la profesora McGonagall. Y yo los estudié en la
enciclopedia cuando preparaba el trabajo. El Ministerio vigila a los magos quepueden
convertirse en animales. Hay un registro que indica en qué animal se convierten y las
señales que tienen. Yo busqué «Profesora McGonagall» en el registro, y vi que en este
siglo sólo ha habido siete animagos. El nombre de Peter Pettigrew no figuraba en la
lista.
Iba a asombrarse Harry de la escrupulosidad con que Hermione hacía los deberes
cuando Lupin se echó a reír.
—¡Bien otra vez, Hermione! —dijo—. Pero el Ministerio ignora la existencia de
otros tres animagos en Hogwarts.
—Si se lo vas a contar; date prisa, Remus —gruñó Black, que seguía vigilando
cada uno de los frenéticos movimientos de Scabbers—. He esperado doce años. No voy
a esperar más.
—De acuerdo, pero tendrás que ayudarme, Sirius —dijo Lupin—. Yo sólo sé cómo
comenzó...
Lupin se detuvo en seco. Había oído un crujido tras él. La puerta de la habitación
acababa de abrirse. Los cinco se volvieron hacia ella. Lupin se acercó y observó el
rellano.
—No hay nadie.
—¡Este lugar está encantado! —dijo Ron.
—No lo está —dijo Lupin, que seguía mirando a la puerta, intrigado—. La Casa de
los Gritos nunca ha estado embrujada. Los gritos y aullidos que oían los del pueblo los
producía yo. —Se apartó el ceniciento pelo de los ojos. Meditó un instante y añadió—:
Con eso empezó todo... cuando me convertí en hombre lobo. Nada de esto habría
sucedido si no me hubieran mordido... y si no hubiera sido yo tan temerario.
Estaba tranquilo pero fatigado. Iba Ron a interrumpirle cuando Hermione, que
observaba a Lupin muy atentamente, se llevó el dedo a la boca.
—¡Chitón!
—Era muy pequeño cuando me mordieron —prosiguió Lupin—. Mis padres lo
intentaron todo, pero en aquellos días no había cura. La poción que me ha estado dando
el profesor Snape es un descubrimiento muy reciente. Me vuelve inofensivo, ¿os dais
cuenta? Si la tomo la semana anterior a la luna llena, conservo mi personalidad al
transformarme... Me encojo en mi despacho, convertido en un lobo inofensivo, y
aguardo a que la luna vuelva a menguar. Sin embargo, antes de que se descubriera la
poción de matalobos, me convertía una vez al mes en un peligroso lobo adulto. Parecía
imposible que pudiera venir a Hogwarts. No era probable que los padres quisieran que
sus hijos estuvieran a mi merced. Pero entonces Dumbledore llegó a director y se hizo
cargo de mi problema. Dijo que mientras tomáramos ciertas precauciones, no había
motivo para que yo no acudiera a clase. —Lupin suspiró y miró a Harry—. Te dije hace
meses que el sauce boxeador lo plantaron el año que llegué a Hogwarts. La verdad es
que lo plantaron porque vine a Hogwarts. Esta casa —Lupin miró a su alrededor
melancólicamente—, el túnel que conduce a ella... se construyeron para que los usara
yo. Una vez al mes me sacaban del castillo furtivamente y me traían a este lugar para
que me transformara.El árbol se puso en la boca del túnel para que nadie se encontrara
conmigo mientras yo fuera peligroso.
Harry no sabía en qué pararía la historia, pero aun así escuchaba con gran interés.
Lo único que se oía, aparte de la voz de Lupin, eran los chillidos asustados de Scabbers.
—En aquella época mis transformaciones eran... eran terribles. Es muy doloroso
convertirse en licántropo. Se me aislaba de los humanos para que no los mordiera, de
forma que me arañaba y mordía a mí mismo. En el pueblo oían los ruidos y los gritos, y
creían que se trataba de espíritus especialmente violentos. Dumbledore alentó los
rumores... Ni siquiera ahora que la casa lleva años en silencio se atreven los del pueblo
a acercarse. Pero aparte de eso, yo era más feliz que nunca. Porprimera vez tenía
amigos, tres estupendos amigos: Sirius Black, Peter Pettigrew y tu padre, Harry, James
Potter. Mis tres amigos no podían dejar de darse cuenta de mis desapariciones
mensuales. Yo inventaba historias de todo tipo. Les dije que mi madre estaba enferma y
que tenía que ir a casa a verla... Me aterrorizaba que pudieran abandonarme cuando
descubrieran lo que yo era. Pero al igual que tú, Hermione, averiguaron la verdad. Y no
me abandonaron. Por el contrario, convirtieron mis metamorfosis no sólo en
soportables, sino en los mejores momentos de mi vida. Se hicieron animagos.
—¿Mi padre también? —preguntó Harry atónito.
—Sí, claro —respondió Lupin—. Les costó tres años averiguar cómo hacerlo. Tu
padre y Sirius eran los alumnos más inteligentes del colegio y tuvieron suerte porque la
transformación en animago puede salir fatal. Es la razón por la que el Ministerio vigila
estrechamente a los que lo intentan. Peter necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener
de James y Sirius. Finalmente, en quinto, lo lograron. Cada cual tuvo la posibilidad de
convertirse a voluntad en un animal diferente.
—Pero ¿en qué le benefició a usted eso? —preguntó Hermione con perplejidad.
—No podían hacerme compañía como seres humanos, así que me la hacían como
animales —explicó Lupin—. Un licántropo sólo es peligroso para las personas. Cada
mes abandonaban a hurtadillas el castillo, bajo la capa invisible de James. Peter, como
era el más pequeño, podía deslizarse bajo las ramas del sauce y tocar el nudo que las
deja inmóviles. Entonces pasaban por el túnel y se reunían conmigo. Bajo su influencia
yo me volvía menos peligroso. Mi cuerpo seguía siendo de lobo, pero mi mente parecía
más humana mientras estaba con ellos.
—Date prisa, Remus —gritó Black, que seguía mirando a Scabbers con una
horrible expresión de avidez.
—Ya llego, Sirius, ya llego... Al transformarnos se nos abrían posibilidades
emocionantes. Abandonábamos la Casa de los Gritos y vagábamos de noche por los
terrenos del colegio y por el pueblo. Sirius y James se transformaban en animales tan
grandes que eran capaces de tener a raya a un licántropo. Dudo que ningún alumno de
Hogwarts haya descubierto nunca tantas cosas sobre el colegio como nosotros. Y de esa
manera llegamos a trazar el mapa del merodeador ylo firmamos con nuestros apodos:
Sirius era Canuto, Peter Colagusano y James Cornamenta.
—¿Qué animal...? —comenzó Harry, pero Hermione lo interrumpió:
—¡Aun así, era peligroso! ¡Andar por ahí, en la oscuridad, con un licántropo! ¿Qué
habría ocurrido siles hubiera dado esquinazo a los otros y mordido a alguien?
—Ése es un pensamiento que aún me reconcome —respondió Lupin en tono de
lamentación—. Estuve a punto de hacerlo muchas veces. Luego nos reíamos. Éramos
jóvenes e irreflexivos. Nos dejábamos llevar por nuestras ocurrencias. A menudo me
sentía culpable por haber traicionado la confianza de Dumbledore. Me había admitido
en Hogwarts cuando ningún otro director lo habría hecho, y no se imaginaba que yo
estuviera rompiendo las normas que había establecido para mi propia seguridad y la de
otros. Nunca supo que por mi culpa tres de mis compañeros se convirtieron ilegalmente
en animagos. Pero olvidaba mis remordimientos cada vez que nos sentábamos a planear
la aventura del mes siguiente. Y no he cambiado... —Las facciones de Lupin se habían
tensado y se le notaba en la voz que estaba disgustado consigo mismo—. Todo este
curso he estado pensando si debería decirle a Dumbledore que Sirius es un animago.
Pero no lo he hecho. ¿Por qué? Porque soy demasiadocobarde. Decírselo habría
supuesto confesar que yo traicionaba su confianza mientras estaba en el colegio, habría
supuesto admitir que arrastraba a otros conmigo... y la confianza de Dumbledore ha sido
muy importante para mí. Me dejó entrar en Hogwarts de niño y me ha dado un trabajo
cuando durante toda mi vida adulta me han rehuido y he sido incapaz de encontrar un
empleo remunerado debido a mi condición. Y por eso supe que Sirius entraba en el
colegio utilizando artes oscuras aprendidas de Voldemort y de que su condición de
animago no tenía nada que ver... Así que, de alguna manera, Snape tenía razón en lo que
decía de mí.
—¿Snape? —dijo Black bruscamente, apartando los ojos de Scabbers por primera
vez desde hacía varios minutos, y mirando a Lupin—. ¿Qué pinta Snape?
—Está aquí, Sirius —dijo Lupin con disgusto—. También da clases en Hogwarts.
—Miró a Harry, a Ron y a Hermione—. El profesor Snape era compañero nuestro. —Se
volvió otra vez hacia Black—: Ha intentado por todos los medios impedir que me
dieran el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Le ha estado diciendo
a Dumbledore durante todo el curso que no soy de fiar. Tiene motivos... Sirius le gastó
una broma que casi lo mató, una broma en la que me vi envuelto.
—Le estuvo bien empleado. —Black se rió con una mueca—. Siempre husmeando,
siempre queriendo saber lo que tramábamos... para ver si nos expulsaban.
—Severus estaba muy interesado por averiguar adónde iba yo cada mes —explicó
Lupin a los tres jóvenes—. Estábamos en el mismo curso, ¿sabéis? Y no nos caíamos
bien. En especial, le tenía inquina a James. Creo que era envidia por lo bien que se le
daba el quidditch... De todas formas, Snape me había visto atravesar los terrenos del
colegio con la señora Pomfrey cierta tardeque me llevaba hacia el sauce boxeador para
mi transformación. Sirius pensó que sería divertido contarle a Snape que para entrar
detrás de mí bastaba con apretar el nudo del árbol con un palo largo. Bueno, Snape,
como es lógico, lo hizo. Si hubiera llegado hasta aquí, se habría encontrado con un
licántropo completamente transformado. Pero tu padre, que había oído a Sirius, fue tras
Snape y lo obligó a volver, arriesgando su propia vida, aunque Snape me entrevió al
final del túnel. Dumbledore le prohibió contárselo a nadie, pero desde aquel momento
supo lo que yo era...
—Entonces, por eso lo odia Snape —dijo Harry—. ¿Pensó que estaba usted metido
en la broma?
—Exactamente —admitió una voz fría y burlona que provenía de la pared, a
espaldas de Lupin.
Severus Snape se desprendió de la capa invisible y apuntó a Lupin con la varita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario