34
El Departamento de Misterios
Harry enredó fuertemente la mano en la crin delthestralque tenía más cerca, puso un pie sobre untocón y se subió con torpeza al sedoso lomo del animal. El thestralno se resistió, pero torció la cabeza
hacia un lado, mostrando los colmillos, e intentó seguir lamiendo la túnica de Harry.
Éste encontró la manera de apoyar las rodillas detrás de las articulaciones de las alas, con lo que se
sentía más seguro; luego se volvió y miró a sus compañeros. Neville se había subido al lomo de otro
thestrale intentaba pasarle una pierna por encima. Luna ya se había montado de lado en el suyo, y se
estaba arreglando la túnica como si hiciera aquello a diario. Ron, Hermione y Ginny, en cambio,
seguían de pie y sin moverse, boquiabiertos y mirando a los demás.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—¿Cómo quieres que los montemos? —dijo Ron con voz queda—. Si nosotros no podemos ver a esos
bichos…
—¡Ah, es muy fácil! —comentó Luna; se bajó solícitamente de suthestraly fue hacia donde estaban
Ron, Hermione y Ginny—. Venid aquí…
Los guió hacia donde se hallaban los otrosthestralsy, uno a uno, los fue ayudando a montar. Los tres
parecían muy nerviosos mientras Luna les enredaba una mano en la crin del animal y les decía que se
sujetaran con fuerza; luego Luna volvió a montar en su corcel.
—Esto es una locura —murmuró Ron palpando con la mano que tenía libre el cuello de su caballo—.
Es una locura… Si al menos pudiera verlo…
—Yo en tu lugar no me quejaría de que siga siendo invisible —dijo Harry siniestramente—. ¿Estáis
preparados? —Todos asintieron, y Harry vio cinco pares de rodillas apretándose bajo las túnicas—. A
ver… —Miró la parte de atrás de la reluciente y negra cabeza de su thestraly tragó saliva—. Bueno,
entonces… Ministerio de Magia, entrada para visitas, Londres —indicó, vacilante—. No sé si…
sabrás…
Al principio elthestralde Harry no se movió, pero poco después desplegó las alas con un contundente
movimiento que casi derribó al chico; el caballo se agachó un poco e inmediatamente salió disparado
hacia arriba; subía tan deprisa y de forma tan vertical que Harry tuvo que sujetarse con brazos y piernas
a su cuerpo para no resbalar hacia atrás por la huesuda grupa. Cerró los ojos y pegó la cara a la sedosa
crin delthestral, y ambos subieron volando entre las ramas más altas de los árboles y se elevaron hacia
una puesta de sol de color rojo sangre.
Harry no recordaba haber volado jamás a tanta velocidad; el animal pasó como una centella por encima
del castillo, batiendo apenas las grandes alas; el fresco viento azotaba el rostro de Harry que, con los
ojos entrecerrados, miró hacia atrás y vio a sus cinco compañeros volando tras él. Todos iban pegados
cuanto podían al cuello de sus monturas para protegerse de la estela que dejaba elthestralde Harry.
Dejaron atrás los terrenos de Hogwarts y sobrevolaron Hogsmeade; Harry veía montañas y valles a sus
pies. Como estaba oscureciendo, distinguió también pequeños grupos de luces de otros pueblos, y
luego una sinuosa carretera que discurría entre colinas y por la que circulaba un solo coche…
—¡Qué cosa tan rara! —oyó que Ron decía tras él, y trató de imaginar lo que debía de sentirse al volar
a semejante altura y a tal velocidad en un medio de transporte invisible.
Se puso el sol, y el cielo, salpicado de diminutas estrellas plateadas, se tiñó de color morado; al poco
rato las luces de las ciudades demuggleseran lo único que les daba una idea de lo lejos que estaban del
suelo y de lo rápido que se desplazaban. Harry rodeaba fuertemente el cuello de su thestralcon ambos
brazos. Le habría gustado ir aún más deprisa. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que vio a Sirius
tumbado en el suelo del Departamento de Misterios? ¿Y cuánto tiempo podría seguir aguantando su
padrino las torturas de Voldemort? Lo único de lo que Harry estaba seguro era de que Sirius no había
hecho lo que Voldemort quería que hiciera, y de que no había muerto, porque estaba convencido de que
cualquiera de esos dos desenlaces habría conseguido que sintiera el júbilo o la furia de Voldemort
correr por su cuerpo, y habría hecho que la cicatriz le doliera tanto como le había dolido la noche en
que fue atacado el señor Weasley.
Siguieron volando por un cielo cada vez más oscuro; Harry notaba la cara fría y rígida y tenía las
piernas entumecidas de tanto apretarlas contra las ijadas delthestral, pero no se atrevía a cambiar de
postura por si resbalaba… El ruido del viento en los oídos lo ensordecía, y el frío aire nocturno le
secaba y le helaba la boca. Ya no sabía qué distancia habían recorrido, pero tenía toda su fe puesta en el
animal que lo llevaba, que seguía surcando el cielo con decisión, sin apenas mover las alas.
Si llegaban demasiado tarde… «Todavía está vivo, todavía lucha, puedo sentirlo…» Si Voldemort
llegaba a la conclusión de que Sirius no iba a ceder…
«Yo lo sabría…»
Harry notó una sacudida en el estómago; de pronto la cabeza delthestralapuntó hacia abajo y Harry
resbaló unos centímetros hacia delante por el cuello del animal. Al fin habían empezado a descender.
Entonces le pareció oír un chillido a sus espaldas y se arriesgó a girar la cabeza, pero no vio caer a
nadie… Supuso que el cambio de dirección había cogido desprevenidos a los demás, igual que a él.
En esos momentos, unas brillantes luces de color naranja se hacían cada vez más grandes y más
redondas por todas partes; veían los tejados de los edificios, las hileras de faros que parecían ojos de
insectos luminosos, y los rectángulos de luz amarilla que proyectaban las ventanas. De repente Harry
tuvo la impresión de que se precipitaban hacia el suelo; se agarró al thestralcon todas sus fuerzas y se
preparó para recibir un fuerte impacto, pero el caballo se posó en el suelo suavemente, como una
sombra, y Harry se apeó del lomo. Miró alrededor y vio la calle con el contenedor rebosante y la cabina
telefónica destrozada, ambos descoloridos, bajo el resplandor anaranjado de las farolas.
Ron aterrizó cerca de Harry y cayó inmediatamente de suthestral.
—Nunca más —murmuró poniéndose en pie. Luego echó a andar con la intención de apartarse de su
caballo, pero como no podía verlo chocó contra sus cuartos traseros y estuvo a punto de caer otra vez al
suelo—. Nunca más… Ha sido el peor…
En ese instante, Hermione y Ginny aterrizaron a ambos lados de Ron: bajaron de sus monturas con algo
más de gracia que él, aunque con expresiones de alivio similares por tocar al fin suelo firme; Neville
bajó de un salto temblando de pies a cabeza, y Luna desmontó suavemente.
—¿Y ahora qué hacemos? —le preguntó ésta a Harry con interés, como si todo aquello fuera una
divertida excursión.
—Por aquí —indicó él. Agradecido, acarició un poco a suthestral, y después guió rápidamente a sus
compañeros hasta la desvencijada cabina telefónica y abrió la puerta—. ¡Vamos! —los apremió al ver
que los demás vacilaban.
Ron y Ginny entraron, obedientes; Hermione, Neville y Luna se apretujaron y los siguieron; Harry
echó un vistazo a losthestrals, que se habían puesto a hurgar entre la basura del contenedor, y se metió
en la cabina detrás de Luna.
—¡El que esté más cerca del teléfono, que marque seis, dos, cuatro, cuatro, dos! —ordenó.
El que estaba más cerca era Ron, así que levantó un brazo y lo inclinó con un gesto forzado para llegar
hasta el disco del teléfono. Cuando el disco recuperó la posición inicial, una fría voz femenina resonó
dentro de la cabina.
—Bienvenidos al Ministerio de Magia. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.
—Harry Potter, Ron Weasley, Hermione Granger —dijo Harry muy deprisa—, Ginny Weasley, Neville
Longbottom, Luna Lovegood… Hemos venido a salvar a una persona, a no ser que el Ministerio se nos
haya adelantado.
—Gracias —replicó la voz—. Visitantes, recojan las chapas y colóquenselas en un lugar visible de la
ropa.
Media docena de chapas se deslizaron por la rampa metálica en la que normalmente caían las monedas
devueltas. Hermione las cogió y, sin decir nada, se las pasó a Harry por encima de la cabeza de Ginny;
Harry leyó lo que ponía en la primera: «Harry Potter, Misión de Rescate.»
—Visitantes del Ministerio, tendrán que someterse a un cacheo y entregar sus varitas mágicas para que
queden registradas en el mostrador de seguridad, que está situado al fondo del Atrio.
—¡Muy bien! —respondió Harry en voz alta, y volvió a notar otra punzada en la cicatriz—. ¿Ya
podemos pasar?
El suelo de la cabina telefónica se estremeció y la acera empezó a ascender detrás de las ventanas de
cristal; los thestrals, que seguían hurgando en el contenedor, se perdieron de vista; la cabina quedó
completamente a oscuras y, con un chirrido sordo, empezó a hundirse en las profundidades del
Ministerio de Magia.
Una franja de débil luz dorada les iluminó los pies y, tras ensancharse, fue subiendo por sus cuerpos.
Harry flexionó las rodillas, sostuvo su varita en alto como pudo, pese a lo apretujado que estaba, y miró
a través del cristal para ver si había alguien esperándolos en el Atrio, pero parecía que estaba
completamente vacío. La luz era más tenue que la que había durante el día, y no ardía ningún fuego en
las chimeneas empotradas en las paredes, aunque, cuando la cabina se detuvo con suavidad, Harry vio
que los símbolos dorados seguían retorciéndose sinuosamente en el techo azul eléctrico.
—El Ministerio de Magia les desea buenas noches —dijo la voz de mujer.
La puerta de la cabina telefónica se abrió y Harry salió a trompicones de ella, seguido de Neville y
Luna. Lo único que se oía en el Atrio era el constante susurro del agua de la fuente dorada, donde los
chorros que salían de las varitas del mago y de la bruja, del extremo de la flecha del centauro, de la
punta del sombrero del duende y de las orejas del elfo doméstico seguían cayendo en el estanque que
rodeaba las estatuas.
—¡Vamos! —indicó Harry en voz baja, y los seis echaron a correr por el vestíbulo guiados por él;
pasaron junto a la fuente y se dirigieron hacia la mesa donde se sentaba el mago de seguridad que el día
de la vista disciplinaria había pesado la varita de Harry; sin embargo, en aquel momento la mesa se
hallaba vacía.
Harry estaba seguro de que allí debía haber alguien encargado de la seguridad, e interpretó su ausencia
como un mal presagio, con lo que su aprensión aumentó mientras cruzaban las verjas doradas que
conducían al vestíbulo de los ascensores. Harry pulsó el botón y un ascensor apareció tintineando ante
ellos casi de inmediato. La reja dorada se abrió produciendo un fuerte ruido metálico, y los chicos
entraron precipitadamente en el ascensor. Harry pulsó el botón con el número nueve; la reja volvió a
cerrarse con estrépito y el ascensor empezó a descender, traqueteando y tintineando de nuevo. El día
que fue al Ministerio con el señor Weasley, Harry no se había dado cuenta de lo ruidosos que eran los
ascensores; estaba convencido de que el ruido alertaría a todos los encargados de seguridad del edificio,
pero cuando el ascensor se paró, la voz de mujer anunció: «Departamento de Misterios», y la reja se
abrió. Los chicos salieron al pasillo, donde sólo vieron moverse las antorchas más cercanas, cuyas
llamas vacilaban agitadas por la corriente de aire provocada por el ascensor.
Harry se volvió hacia la puerta negra. Tras meses y meses soñando con ella, por fin la veía.
—¡Vamos! —volvió a susurrar, y guió a sus compañeros por el pasillo; Luna iba pegada a él y miraba
alrededor con la boca entreabierta—. Bueno, escuchad —dijo Harry, y se detuvo otra vez a dos metros
de la puerta—. Quizá… quizá dos de nosotros deberían quedarse aquí para… para vigilar y…
—¿Y cómo vamos a avisarte si viene alguien? —le preguntó Ginny alzando las cejas—. Podrías estar a
kilómetros de aquí.
—Nosotros vamos contigo, Harry —declaró Neville.
—Sí, Harry, vamos —dijo Ron con firmeza.
Harry no quería llevárselos a todos, pero le pareció que no tenía alternativa. Se volvió hacia la puerta y
echó a andar… Como había ocurrido en su sueño, la puerta se abrió y Harry siguió adelante, y los
demás cruzaron el umbral tras él.
Se encontraron en una gran sala circular. Todo era de color negro, incluidos el suelo y el techo;
alrededor de la negra y curva pared había una serie de puertas negras idénticas, sin picaporte y sin
distintivo alguno, situadas a intervalos regulares, e, intercalados entre ellas, unos candelabros con velas
de llama azul. La fría y brillante luz de las velas se reflejaba en el reluciente suelo de mármol causando
la impresión de que tenían agua negra bajo los pies.
—Que alguien cierre la puerta —pidió Harry en voz baja.
En cuanto Neville obedeció su orden, Harry lamentó haberla dado. Sin el largo haz de luz que llegaba
del pasillo iluminado con antorchas que habían dejado atrás, la sala quedó tan oscura que al principio
sólo vieron las temblorosas llamas azules de las velas y sus fantasmagóricos reflejos en el suelo.
En su sueño, Harry siempre había cruzado con decisión aquella sala hasta llegar a la puerta que estaba
justo enfrente de la entrada y había seguido andando. Pero allí había cerca de una docena de puertas.
Mientras contemplaba las que tenía delante, intentando decidir cuál debía abrir, se oyó un fuerte
estruendo y las velas empezaron a desplazarse hacia un lado. La pared circular estaba rotando.
Hermione se aferró al brazo de Harry como si temiera que el suelo también fuera a moverse, pero no lo
hizo. Durante unos segundos, mientras la pared giraba, las llamas azules que los rodeaban se
desdibujaron y trazaron una única línea luminosa que parecía de neón; entonces, tan repentinamente
como había empezado, el estruendo cesó y todo volvió a quedarse quieto.
Harry tenía unas franjas de color azul grabadas en la retina; era lo único que veía.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ron con temor.
—Creo que ha sido para que no sepamos por qué puerta hemos entrado —dijo Ginny en voz baja.
Harry admitió enseguida que Ginny tenía razón: identificar la puerta de salida habría sido tan difícil
como localizar una hormiga en aquel suelo negro como el azabache; además, la puerta por la que tenían
que continuar podía ser cualquiera de las que los rodeaban.
—¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntó Neville con inquietud.
—Eso ahora no importa —contestó Harry, enérgico. Pestañeó intentando borrar las líneas azules de su
visión y sujetó su varita más fuerte que nunca—; ya pensaremos cómo salir de aquí cuando hayamos
encontrado a Sirius.
—¡Ahora no se te ocurra llamarlo! —se apresuró a decir Hermione; pero Harry no necesitaba aquel
consejo, pues su instinto le recomendaba hacer el menor ruido posible.
—Entonces, ¿por dónde vamos, Harry? —preguntó Ron.
—No lo… —empezó a decir él. Luego tragó saliva—. En los sueños entraba por la puerta que hay al
final del pasillo, viniendo desde los ascensores, y pasaba a una habitación oscura, o sea, esta
habitación; luego entraba por otra puerta que daba a un cuarto lleno de una especie de… destellos.
Tendremos que probar algunas puertas —decidió—. Cuando vea lo que hay detrás sabré cuál es la
correcta. ¡Vamos!
Se dirigió hacia la puerta que tenía enfrente y los demás lo siguieron de cerca; puso la mano izquierda
sobre su fría y brillante superficie, levantó la varita, preparado para atacar en el momento en que se
abriera, y empujó.
La puerta se abrió con facilidad.
En contraste con la oscuridad de la primera habitación, aquella sala, larga y rectangular, parecía mucho
más luminosa; del techo colgaban unas lámparas suspendidas de cadenas doradas, aunque Harry no vio
las luces destellantes que había visto en sus sueños. La sala estaba casi vacía: sólo había unas cuantas
mesas y, en medio de la habitación, un enorme tanque de cristal, lo bastante grande para que los seis
nadaran en él, lleno de un líquido verde oscuro en el que se movían perezosamente a la deriva unos
cuantos objetos de un blanco nacarado.
—¿Qué son esas cosas? —murmuró Ron.
—No lo sé —contestó Harry.
—¿Son peces? —aventuró Ginny.
—¡Gusanosaquavirius! —exclamó Luna, emocionada—. Mi padre me dijo que el Ministerio estaba
criando…
—No —la atajó Hermione con un tono de voz extraño, acercándose al tanque para mirar a través del
cristal—. Son cerebros.
—¿Cerebros?
—Sí… ¿Qué estarán haciendo con ellos?
Harry se acercó también al tanque. Y, en efecto, ahora que los veía de cerca no tenía ninguna duda.
Brillaban con una luz tenue, se sumergían en el líquido verde y volvían a emerger; parecían coliflores
pegajosas.
—¡Vámonos! —dijo Harry—. Aquí no es, tendremos que probar otra puerta.
—Aquí también hay puertas —observó Ron señalando las paredes. Harry se desanimó: aquel sitio era
enorme.
—En mi sueño yo cruzaba esa habitación oscura y entraba en otra —explicó—. Creo que deberíamos
retroceder e intentarlo desde allí.
Así que volvieron apresuradamente a la sala oscura y circular; en ese momento, las espeluznantes
formas de los cerebros nadaban ante los ojos de Harry en lugar de las llamas azules de las velas.
—¡Esperad! —exclamó Hermione cuando Luna se disponía a cerrar la puerta de la habitación de los
cerebros—.¡Flagrate!
Hizo un dibujo en el aire con la varita mágica y una X roja, luminosa como el fuego, apareció en la
puerta. Tan pronto como ésta volvió a cerrarse tras ellos, oyeron otra vez un fuerte estruendo, y la pared
empezó a girar muy deprisa, pero ahora veían una línea roja y borrosa además de la línea azul; cuando
todo volvió a quedarse quieto, la equis seguía encendida marcando la puerta que ya habían abierto.
—Buena idea —comentó Harry—. Bien, vamos a probar ésta…
Una vez más, Harry caminó con decisión hacia la puerta que tenía delante y la empujó, con la varita en
ristre, mientras sus compañeros lo seguían de cerca.
Entraron en otra habitación, más grande que la anterior, rectangular y débilmente iluminada, cuyo
centro estaba hundido y formaba un enorme foso de piedra de unos seis metros de profundidad. Los
chicos estaban de pie en el banco más alto de lo que parecían unas gradas de piedra que discurrían
alrededor de la sala y descendían como en un anfiteatro, similares a las de la sala del tribunal en la que
el Wizengamot había juzgado a Harry. En el centro del foso, sin embargo, en lugar de la silla con
cadenas había una tarima de piedra sobre la que se alzaba un arco, asimismo de piedra, que parecía tan
antiguo, resquebrajado y a punto de desmoronarse que a Harry le sorprendió que se tuviera en pie. El
arco, que no se apoyaba en nada, tenía colgada una andrajosa cortina; era una especie de velo negro
que, pese a la quietud del ambiente, ondeaba un poco, como si acabaran de tocarlo.
—¿Quién hay ahí? —preguntó Harry, y bajó de un salto al siguiente banco de las gradas. Nadie le
contestó, pero el velo siguió ondeando.
—¡Cuidado! —susurró Hermione.
Harry bajó los bancos uno a uno hasta que llegó al suelo de piedra del foso. Sus pasos resonaban con
fuerza mientras caminaba hacia la tarima. El arco, acabado en punta, parecía mucho más alto desde
donde estaba en ese momento que cuando lo contemplaba desde arriba. El velo seguía agitándose
suavemente, como si alguien acabara de pasar a su lado.
—¿Sirius? —se atrevió a decir Harry, pero en voz más baja, ya que estaba muy cerca.
Tenía la extraña sensación de que había alguien de pie detrás del velo, al otro lado del arco. Agarró con
fuerza su varita y fue rodeando lentamente la tarima, pero detrás no había nadie; lo único que se veía
era la otra cara del raído velo negro.
—¡Vámonos! —exclamó Hermione, que había descendido unos cuantos bancos—. No es esta
habitación, Harry, vámonos.
Hermione parecía asustada, mucho más asustada que en la habitación del tanque donde flotaban los
cerebros, y, sin embargo, Harry pensó que el arco encerraba una extraña belleza, pese a lo viejo que era.
Además, el velo que ondeaba suavemente lo intrigaba; estaba tentado de subir a la tarima y rozarlo.
—Vámonos, Harry —insistió Hermione.
—Está bien —cedió él, pero no se movió. Acababa de percibir algo. Se oían débiles susurros,
murmullos que provenían del otro lado del velo—. ¿Qué dices? —preguntó Harry en voz alta, y sus
palabras resonaron por las gradas de piedra.
—¡Nadie ha dicho nada, Harry! —exclamó Hermione, que había bajado hasta donde estaba él.
—He oído susurrar a alguien detrás del velo —aseguró su amigo, apartándose de ella y examinando el
velo con el entrecejo fruncido—. ¿Eres tú, Ron?
—Estoy aquí, Harry —contestó Ron, que también había bajado al fondo del foso.
—¿No lo oís? —preguntó Harry, pues los susurros y los murmullos cada vez eran más intensos; sin
proponérselo, puso un pie sobre la tarima.
—Yo lo oigo —dijo Luna con un hilo de voz; también había bajado y contemplaba el velo—. ¡Ahí
dentro hay gente!
—¿Qué significa «ahí dentro»? —inquirió Hermione, que bajó de un salto desde el último banco de las
gradas. Parecía mucho más enfadada de lo que requería la ocasión—. No puede haber nadie «ahí
dentro», eso sólo es un arco, no hay sitio para que haya nadie. ¡Basta, Harry, vámonos! —Lo agarró por
el brazo y tiró de él, pero Harry se resistió—. ¡Hemos venido a buscar a Sirius, Harry! —le recordó con
voz chillona, cargada de tensión.
—Sirius —repitió Harry sin dejar de contemplar, hipnotizado, el sinuoso velo negro—. Sí… —De
pronto el cerebro volvió a funcionarle con normalidad: Sirius, capturado, atado y torturado, y él estaba
contemplando aquel arco… Retrocedió alejándose de la tarima y apartó los ojos del velo—. ¡Vámonos!
—dijo.
—Precisamente eso era lo que intentaba… ¡Bueno, da lo mismo, vámonos! —exclamó Hermione, y
rodeó la tarima. Los demás la siguieron. Al llegar al otro lado, vio que Ginny y Neville también
contemplaban el velo, aparentemente alucinados. Sin decir nada, Hermione asió a Ginny por el brazo, y
Ron agarró a Neville; los arrastraron hacia el primer banco de piedra y subieron hasta lo alto de las
gradas.
—¿Qué crees que puede ser ese arco? —le preguntó Harry a Hermione cuando llegaron todos a la
oscura sala circular.
—No lo sé, pero, sea lo que sea, es peligroso —contestó Hermione enérgicamente, y volvió a trazar una
equis luminosa sobre la puerta.
Una vez más, la pared giró y volvió a quedarse quieta. Harry se acercó a otra puerta al azar y empujó.
La puerta no se abrió.
—¿Qué pasa? —inquirió Hermione.
—Está… cerrada… —contestó Harry, y apoyó todo su peso sobre la puerta, pero ésta no cedió ni un
milímetro.
—Entonces debe de ser ésta, ¿no? —concluyó Ron, emocionado, e intentó ayudar a Harry a abrirla—.
¡Tiene que serlo!
—¡Apartaos! —les ordenó Harry. Apuntó con la varita hacia donde habría estado la cerradura de haber
sido aquélla una puerta normal y dijo—:¡Alohomora!—Pero no sucedió nada—. ¡La navaja de Sirius!
—exclamó después, y la sacó del interior de su túnica y la deslizó por el resquicio que había entre la
puerta y la pared.
Los otros observaban expectantes mientras Harry deslizaba la navaja desde arriba hasta abajo, la
retiraba y luego volvía a empujar la puerta con el hombro. Pero ésta seguía firmemente cerrada. Es
más, cuando Harry miró la navaja, vio que la hoja se había fundido.
—Bueno, esta habitación la dejamos —afirmó Hermione muy decidida.
—Pero ¿y si es la que buscamos? —aventuró Ron contemplando la puerta con una mezcla de aprensión
y curiosidad.
—No puede serlo; en sus sueños Harry podía entrar por todas las puertas —argumentó Hermione, y
trazó otra equis de fuego mientras Harry se guardaba el mango de la navaja de Sirius, ya inservible, en
el bolsillo.
—¿Tenéis idea de qué puede haber ahí dentro? —preguntó Luna, intrigada, al tiempo que la pared
empezaba a girar otra vez.
—Blibbersmaravillosos, sin duda —contestó Hermione en voz baja, y Neville soltó una risita nerviosa.
La pared se detuvo y Harry, cada vez más desesperado, abrió de un empujón la siguiente puerta.
—¡Es ésta!
Lo supo al instante por la hermosa, danzarina y centelleante luz que había dentro. Cuando sus ojos se
adaptaron al resplandor, vio unos relojes que brillaban sobre todas las superficies; eran grandes y
pequeños, de pie y de sobremesa, y estaban colgados en los espacios que había entre las librerías o
reposaban sobre las mesas; era por eso por lo que un intenso e incesante tintineo llenaba aquella
habitación, como si por ella desfilaran miles de minúsculos pies. La fuente de la luz era una altísima
campana de cristal que había al fondo de la sala.
—¡Por aquí!
A Harry le latía muy deprisa el corazón porque sabía que iban por buen camino; guió a sus compañeros
por el reducido espacio que había entre las filas de mesas y se dirigió, como había hecho en su sueño,
hacia la fuente de la luz: la campana de cristal, tan alta como él, que estaba sobre una mesa y en cuyo
interior se arremolinaba una fulgurante corriente de aire.
—¡Oh, mirad! —exclamó Ginny conforme se acercaban a la campana de cristal, y señaló su interior.
Flotando en la luminosa corriente del interior había un diminuto huevo que brillaba como una joya. Al
ascender, el huevo se resquebrajó y se abrió, y de dentro salió un colibrí que fue transportado hasta lo
alto de la campana, pero al ser atrapado de nuevo por el aire, sus plumas se empaparon y se
enmarañaron; luego, cuando descendió hasta la base de la campana, volvió a quedar encerrado en su
huevo.
—¡No os paréis! —dijo Harry con aspereza, porque Ginny parecía dispuesta a quedarse allí mirando
cómo el colibrí volvía a salir del huevo.
—¡Pues tú te has entretenido un buen rato contemplando ese arco viejo! —protestó Ginny, pero siguió
a Harry hasta la única puerta que había detrás de la campana de cristal.
—Es ésta —repitió Harry. El corazón le latía con tal violencia que apenas podía hablar—. Es por
aquí…
Echó un vistazo a sus compañeros; todos llevaban la varita en la mano y de pronto habían adoptado una
expresión muy seria y vigilante. Harry se colocó frente a la puerta, que se abrió en cuanto la empujó.
Habían encontrado lo que buscaban: una sala de techo elevadísimo, como el de una iglesia, donde no
había más que hileras de altísimas estanterías llenas de pequeñas y polvorientas esferas de cristal. Estas
brillaban débilmente, bañadas por la luz de unos candelabros dispuestos a intervalos a lo largo de las
estanterías. Las llamas de las velas, como las de la habitación circular que habían dejado atrás, eran
azules. En aquella sala hacía mucho frío.
Harry avanzó con sigilo y escudriñó uno de los oscuros pasillos que había entre dos hileras de
estanterías. No oyó nada ni vio señal alguna de movimiento.
—Dijiste que era el pasillo número noventa y siete —susurró Hermione.
—Sí —confirmó Harry, y miró hacia el extremo de la estantería que tenía más cerca. Debajo del
candelabro con velas de llama azulada vio una cifra plateada: cincuenta y tres.
—Creo que tenemos que ir hacia la derecha —apuntó Hermione mientras miraba con los ojos
entornados hacia la siguiente hilera—. Sí, ésa es la cincuenta y cuatro…
—Tened las varitas preparadas —les advirtió Harry.
El grupo avanzó con lentitud girando la cabeza hacia atrás a medida que recorría los largos pasillos de
estanterías, cuyos extremos quedaban casi completamente a oscuras. Había unas diminutas y
amarillentas etiquetas pegadas bajo cada una de las esferas de cristal que reposaban en los estantes.
Algunas despedían un extraño resplandor acuoso; otras estaban tan apagadas como una bombilla
fundida.
Pasaron por la estantería número ochenta y cuatro…, por la ochenta y cinco… Harry aguzaba el oído,
atento al más leve sonido que indicara movimiento, pero Sirius podía estar amordazado, o inconsciente,
o… «Podría estar muerto», dijo espontáneamente una vocecilla en su cabeza.
«Lo habría sentido —se dijo Harry, que notaba los latidos del corazón en la garganta—, lo habría
sabido…»
—¡Noventa y siete! —susurró entonces Hermione.
Se apiñaron alrededor del final de la estantería y miraron hacia el fondo del pasillo correspondiente.
Allí no había nadie.
—Está al final de todo —dijo Harry, y notó que tenía la boca un poco seca—. Desde aquí no se ve bien.
Y los guió entre las dos altísimas estanterías llenas de esferas de cristal, algunas de las cuales relucían
débilmente cuando ellos pasaban por delante.
—Tendría que estar por aquí cerca —afirmó Harry en voz baja, convencido de que cada paso que daba
era el último, y de que iba a ver la irregular silueta de Sirius sobre el oscuro suelo—. Podríamos
tropezar con él en cualquier momento…
—Harry… —insinuó Hermione, vacilante, pero él no se molestó en contestar. Ahora tenía la boca
como el cartón.
—Por aquí… Estoy seguro… —repitió. Habían llegado al final de la estantería, donde había otro
candelabro. Allí no había nadie. Sólo se percibía un silencio resonante y misterioso, cargado del polvo
que había en aquel lugar—. Podría estar… —susurró Harry con voz ronca escudriñando el siguiente
pasillo—. O quizá… —Corrió a mirar en el siguiente.
—Harry… —insistió Hermione.
—¿Qué? —gruñó él.
—Me parece… que Sirius no está aquí.
Nadie dijo nada. Harry se resistía a mirar a sus compañeros. Estaba muy angustiado. No entendía por
qué Sirius no estaba allí. Tenía que estar allí. Allí era donde Harry lo había visto…
Recorrió el espacio que había al final de las filas de estanterías y miró entre ellas. Ante sus ojos se
sucedían pasillos y más pasillos, pero todos estaban vacíos. Corrió hacia el otro lado pasando junto a
sus amigos, que lo observaban sin hacer comentarios. No había rastro de Sirius por ninguna parte, ni
señales de que se hubiera producido allí alguna pelea.
—¡Harry! —exclamó entonces Ron.
—¿Qué?
Harry no quería oír a su amigo; no quería oírle decir que aquella aventura había sido una estupidez y
que tenían que regresar a Hogwarts; le ardían las mejillas y lo único que deseaba era quedarse un rato
escondido en aquel lugar, a oscuras, antes de enfrentarse a la claridad del Atrio y a las miradas
acusadoras de sus amigos…
—¿Has visto esto? —le preguntó Ron.
—¿Qué? —repitió Harry, pero esta vez con interés: tenía que ser alguna señal de que Sirius había
estado en esa habitación, una pista. Se acercó a donde estaban los demás, un poco más allá de la hilera
número noventa y siete, pero sólo vio a Ron, que examinaba atentamente las esferas de cristal que
había en la estantería.
—¿Qué ocurre? —inquirió Harry con desánimo.
—Lleva…, lleva tu nombre —contestó Ron.
Harry se acercó un poco más. Ron señalaba una de las pequeñas esferas de cristal que relucía con una
débil luz interior, aunque estaba cubierta de polvo y parecía que nadie la había tocado durante años.
—¿Mi nombre? —se extrañó Harry.
Se acercó a la estantería. Como no era tan alto como Ron, tuvo que estirar el cuello para leer la etiqueta
amarillenta que estaba pegada en el estante, justo debajo de una de las esferas. Había una fecha de unos
dieciséis años atrás escrita con trazos finos, y debajo la siguiente inscripción:
S.P.T. a A.P.W.B.D.
Señor Tenebroso
y (?) Harry Potter
Harry se quedó mirando la etiqueta.
—¿Qué es? —preguntó Ron con inquietud—. ¿Por qué está escrito ahí tu nombre? —Echó un vistazo a
las otras etiquetas de aquel estante—. Mi nombre no está —observó con perplejidad—. Ni los vuestros.
—Creo que no deberías tocarla, Harry —opinó Hermione al ver que Harry estiraba un brazo.
—¿Por qué no? —repuso él—. Tiene algo que ver conmigo, ¿no?
—No lo hagas, Harry —dijo de pronto Neville. Harry lo miró. El redondo rostro de su compañero
estaba cubierto de sudor. Daba la impresión de que ya no podía aguantar más misterio.
—Lleva mi nombre —insistió Harry.
Y con la vaga sensación de que estaba cometiendo una imprudencia, puso las manos alrededor de la
polvorienta bola de cristal. Esperaba encontrarla fría, pero no fue así. Al contrario, era como si hubiera
estado expuesta al sol durante horas, o como si el resplandor interior la calentara. Intuyendo que estaba
a punto de suceder algo extraordinario, casi deseando que pasara algo emocionante que al menos
justificara el largo y peligroso viaje, Harry levantó la bola de cristal y la miró fijamente.
Pero no pasó nada. Los demás se colocaron alrededor de Harry y contemplaron la esfera mientras él le
quitaba el polvo.
Y entonces, a sus espaldas, una voz que arrastraba las palabras dijo:
—Muy bien, Potter. Ahora date la vuelta, muy despacio, y dame eso.
35
Detrás del velo
Los rodearon unas siluetas negras salidas de la nada, que les cerraron el paso a derecha e izquierda;varios pares de ojos brillaban detrás de las rendijas de unas máscaras, y una docena de varitas
encendidas les apuntaban directamente al corazón; Ginny soltó un grito de horror.
—Dame eso, Potter —repitió la voz de Lucius Malfoy, que había estirado un brazo con la palma de la
mano hacia arriba. Harry notó un espantoso vacío en el estómago. Estaban atrapados, y los doblaban en
número—. Dame eso —dijo Malfoy una vez más.
—¿Dónde está Sirius? —preguntó Harry.
Variosmortífagosrieron; una áspera voz de mujer surgió de entre las oscuras figuras, hacia la izquierda
de Harry, y sentenció con tono triunfante:
—¡El Señor Tenebroso nunca se equivoca!
—No, nunca —apostilló Malfoy con voz queda—. Y ahora, entrégame la profecía, Potter.
—¡Quiero saber dónde está Sirius!
—«¡Quiero saber dónde está Sirius!» —se burló la mujer que estaba a su izquierda. Ella y el resto de
losmortífagosse habían acercado más a Harry y a sus amigos, de los que ahora sólo los separaban unos
palmos, y la luz de sus varitas deslumbraba a Harry.
—Sé que lo han capturado —afirmó él tratando de no hacer caso de la creciente sensación de pánico
que notaba en el pecho, el terror que había estado combatiendo desde que habían puesto un pie en el
pasillo de la estantería número noventa y siete—. Está aquí. Sé que está aquí.
—El bebé se ha despertado asustado y ha confundido el sueño con la realidad —dijo la mujer imitando
la voz de un niño pequeño. Harry notó que Ron, que estaba a su lado, se movía.
—No hagas nada —murmuró Harry—. Todavía no…
La mujer que lo había imitado soltó una ruidosa carcajada.
—¿Lo habéis oído? ¿Lo habéis oído? ¡Está dando instrucciones a los otros niños, como si pensara
atacarnos!
—¡Ah, tú no conoces a Potter tan bien como yo, Bellatrix! —exclamó Malfoy quedamente—. Tiene
complejo de héroe; el Señor Tenebroso ya lo sabe. Y ahora dame la profecía, Potter.
—Sé que Sirius está aquí —insistió Harry pese a que el pánico le oprimía el pecho y le costaba respirar
—. ¡Sé que lo han cogido!
Unos cuantosmortífagosvolvieron a reír, aunque la mujer fue la que rió más fuerte.
—Ya va siendo hora de que aprendas a distinguir la vida de los sueños, Potter —dijo Malfoy—. Dame
la profecía inmediatamente, o empezaremos a usar las varitas.
—Adelante —lo retó Harry, y levantó su varita mágica hasta la altura del pecho.
En cuanto lo hizo, las cinco varitas de Ron, Hermione, Neville, Ginny y Luna se alzaron a su alrededor.
El nudo que Harry notaba en el estómago se apretó aún más. Si de verdad Sirius no estaba allí, habría
conducido a sus amigos a la muerte para nada…
Pero losmortífagosno atacaron.
—Entrégame la profecía y nadie sufrirá ningún daño —aseguró Malfoy fríamente.
Ahora le tocaba reír a Harry.
—¡Sí, claro! —exclamó—. Yo le doy esta… profecía, ¿no? Y ustedes nos dejan irnos a casa, ¿verdad?
Tan pronto como Harry terminó la frase, la mortífaga chilló:
—¡Accio prof…! —Pero Harry estaba preparado, y gritó: «¡Protego!» antes de que ella hubiera
terminado de pronunciar su hechizo; la esfera de cristal le resbaló hasta las yemas de los dedos, aunque
consiguió sujetarla—. ¡Vaya, el pequeño Potter sabe jugar! —dijo la mortífaga fulminando a Harry con
la mirada tras las rendijas de su máscara—. Muy bien, pues entonces…
—¡TE HE DICHO QUE NO!—le gritó Lucius Malfoy a la mujer—. ¡Si la rompes…!
Harry se exprimía el cerebro. Los mortífagos querían aquella polvorienta esfera de cristal. A él, sin
embargo, no le interesaba. Lo único que le interesaba era sacar a sus amigos de allí con vida y
asegurarse de que ninguno de ellos pagara cara su estupidez…
La mujer dio un paso hacia delante, separándose de sus compañeros, y se quitó la máscara. Azkaban
había dejado su huella en el rostro de Bellatrix Lestrange, demacrado y marchito como una calavera,
aunque lo avivaba un resplandor fanático y febril.
—¿Vamos a tener que aplicarte nuestros métodos de persuasión? —preguntó mientras su tórax ascendía
y descendía rápidamente—. Como quieras. Coged a la más pequeña —ordenó a los mortífagos que
tenía detrás—. Que vea cómo torturamos a su amiguita. Ya me encargo yo.
Harry notó que los demás se apiñaban alrededor de Ginny; él dio un paso hacia un lado y se colocó
justo delante de ella, abrazado a la esfera.
—Si quiere atacar a alguno de nosotros tendrá que romper esto —le advirtió— No creo que su amo se
ponga muy contento si la ve regresar sin ella, ¿no? —La mujer no se movió; se limitó a mirar fijamente
a Harry mientras se pasaba la punta de la lengua por los delgados labios—. Por cierto —continuó Harry
—, ¿qué profecía es ésa?
No se le ocurría otra cosa que hacer que seguir hablando. El brazo de Neville se apretaba contra el
suyo, y Harry lo notaba temblar; también percibía la acelerada respiración de otro de sus amigos en la
nuca. Confiaba en que todos estuvieran esforzándose por encontrar una manera de salir de aquel apuro,
porque él tenía la mente en blanco.
—¿Que qué profecía es ésa? —repitió Bellatrix, y la sonrisa burlona se borró de sus labios—.
¿Bromeas, Potter?
—No, no bromeo —respondió Harry, que pasó la mirada de unmortífagoa otro buscando un punto
débil, un hueco que les permitiera escapar—. ¿Para qué la quiere Voldemort?
Variosmortífagossoltaron débiles bufidos.
—¿Te atreves a pronunciar su nombre? —susurró Bellatrix.
—Sí —contestó Harry, y sujetó con fuerza la bola de cristal por si Bellatrix volvía a intentar
arrebatársela—. Sí, no tengo ningún problema en decir Vol…
—¡Cierra el pico! —le ordenó Bellatrix—. Cómo te atreves a pronunciar su nombre con tus indignos
labios, cómo te atreves a mancillarlo con tu lengua de sangre mestiza, cómo te atreves…
—¿Sabía usted que él también es un sangre mestiza? —preguntó Harry con temeridad. Hermione soltó
un débil gemido—. Me refiero a Voldemort. Sí, su madre era bruja, pero su padre era muggle. ¿Acaso
les ha contado que es un sangre limpia?
—¡DESMA..!
—¡NO!
Un haz de luz roja había salido del extremo de la varita mágica de Bellatrix Lestrange, pero Malfoy lo
había desviado; el hechizo de Malfoy hizo que el de Bellatrix diera contra un estante, a un palmo hacia
la izquierda de donde estaba Harry, y varias esferas de cristal se rompieron.
Dos figuras, nacaradas como fantasmas y fluidas como el humo, se desplegaron entre los trozos de
cristal roto que habían caído al suelo, y ambas empezaron a hablar; sus voces se sobreponían una a otra,
de modo que entre los gritos de Malfoy y Bellatrix sólo se oían fragmentos de la profecía.
—… el día del solsticio llegará un nuevo… —decía la figura de un anciano con barba.
—¡NO LO ATAQUES! ¡NECESITAMOS LA PROFECÍA!
—Se ha atrevido…, se atreve —chilló Bellatrix con incoherencia—. Este repugnante sangre mestiza…
Míralo, ahí plantado…
—¡ESPERA HASTA QUE TENGAMOS LA PROFECÍA!—bramó Malfoy.
—… y después no habrá ninguno más… —dijo la figura de una mujer joven.
Las dos figuras que habían salido de las esferas rotas se disolvieron en el aire. Lo único que quedaba de
ellas y de sus antiguos receptáculos eran unos trozos de cristal en el suelo. Sin embargo, aquellas
figuras le habían dado una idea a Harry. El problema era cómo transmitírsela a los demás.
—No me han explicado ustedes todavía qué tiene de especial esta profecía que pretenden que les
entregue —dijo para ganar tiempo mientras desplazaba lentamente un pie hacia un lado, buscando el de
alguno de sus compañeros.
—No te hagas el listo con nosotros, Potter —le previno Malfoy.
—No me hago el listo —replicó él mientras concentraba la mente tanto en la conversación como en el
tanteo del suelo. Y entonces encontró un pie y lo pisó. Una brusca inhalación a sus espaldas le indicó
que se trataba del de Hermione.
—¿Qué? —susurró ella.
—¿Dumbledore nunca te ha contado que el motivo por el que tienes esa cicatriz estaba escondido en
las entrañas del Departamento de Misterios? —inquirió Malfoy con sorna.
—¿Cómo? —se extrañó Harry, y por un momento se olvidó de su plan—. ¿Qué dice de mi cicatriz?
—¡¿Qué?! —susurró Hermione con impaciencia.
—¿Cómo puede ser? —continuó Malfoy regodeándose maliciosamente; losmortífagosvolvieron a reír,
y Harry aprovechó la ocasión para susurrarle a Hermione, sin apenas mover los labios:
—Destrozad… las estanterías…
—¿Dumbledore nunca te lo ha contado? —repitió Malfoy—. Claro, eso explica por qué no viniste
antes, Potter, el Señor Tenebroso se preguntaba por qué…
—… cuando diga «ya»…
—… no viniste corriendo cuando él te mostró en tus sueños el lugar donde estaba escondida. Creyó que
te vencería la curiosidad y que querrías escuchar las palabras exactas…
—¿Ah, sí? —dijo Harry. Entonces oyó, o más bien notó, cómo detrás de él Hermione pasaba el
mensaje a los demás, y siguió hablando para distraer a los mortífagos—.Y quería que viniera a
buscarla, ¿verdad? ¿Por qué?
—¿Por qué? —repitió Malfoy, incrédulo y admirado—. Porque las únicas personas a las que se les
permite retirar una profecía del Departamento de Misterios, Potter, son aquellas a las que se refiere la
profecía, como descubrió el Señor Tenebroso cuando envió a otros a robarla.
—¿Y por qué quería robar una profecía que hablaba de mí?
—De los dos, Potter, hablaba de los dos… ¿Nunca te has preguntado por qué el Señor Tenebroso
intentó matarte cuando eras un crío?
Harry miró fijamente las rendijas detrás de las que brillaban los grises ojos de Malfoy. ¿Era esa
profecía la causa de que hubieran muerto sus padres, la causa de que él tuviera la cicatriz con forma de
rayo en la frente? ¿Tenía la respuesta a esas preguntas en las manos?
—¿Que alguien hizo una profecía sobre Voldemort y sobre mí? —preguntó con un hilo de voz mirando
a Lucius Malfoy, y sus dedos se apretaron contra la caliente esfera de cristal que tenía en las manos. No
era mucho más grande que unasnitch, y todavía estaba cubierta de polvo—. ¿Y me ha hecho venir a
buscarla para él? ¿Por qué no venía y la cogía él mismo?
—¿Cogerla él mismo? —chilló Bellatrix mezclando las palabras con una sonora carcajada—. ¿Cómo
iba a entrar el Señor Tenebroso en el Ministerio de Magia, precisamente ahora que no quieren admitir
que ha regresado? ¿Cómo iba a mostrarse el Señor Tenebroso ante losaurores, ahora que pierden tan
generosamente el tiempo buscando a mi querido primo?
—Ya, y les obliga a hacer a ustedes el trabajo sucio, ¿no? —se burló Harry—. Del mismo modo que
envió a Sturgis a robarla, y a Bode, ¿verdad?
—Muy bien, Potter, muy bien… —dijo Malfoy lentamente—. Pero el Señor Tenebroso sabe que no
eres ton…
—¡YA!—gritó entonces Harry.
—¡REDUCTO!—gritaron cinco voces distintas detrás de Harry.
Cinco maldiciones salieron volando en cinco direcciones distintas, y las estanterías que tenían enfrente
recibieron los impactos; la enorme estructura se tambaleó al tiempo que estallaban cientos de esferas de
cristal y las figuras de blanco nacarado se desplegaban en el aire y se quedaban flotando; sus voces
resonaban, procedentes de un misterioso y remoto pasado, entre el torrente de cristales rotos y madera
astillada que caía al suelo.
—¡CORRED!—gritó Harry mientras las estanterías oscilaban peligrosamente y seguían cayendo esferas
de cristal.
Agarró a Hermione por la túnica y tiró de ella hacia delante, a la vez que se cubría la cabeza con un
brazo para protegerse de los trozos de madera y cristal que se les echaban encima. Un mortífago
arremetió contra ellos en medio de la nube de polvo, y Harry le dio un fuerte codazo en la enmascarada
cara; todos chillaban, se oían gritos de dolor y un fuerte estruendo, y las estanterías se derrumbaron en
medio del eco de los fragmentos de profecías liberadas de las esferas.
Harry se dio cuenta de que tenía espacio libre para salir y vio que Ron, Ginny y Luna pasaban
corriendo a su lado con los brazos sobre la cabeza; una cosa dura le golpeó en la mejilla, pero Harry
agachó la cabeza y echó a correr. Una mano lo agarró por el hombro; entonces Harry oyó a Hermione
gritar:«¡Desmaius!»,y la mano lo soltó inmediatamente.
Estaban al final del pasillo número noventa y siete; Harry torció a la derecha y salió corriendo a toda
velocidad mientras oía pasos a su espalda y la voz de Hermione, que apremiaba a Neville. Delante de
Harry, la puerta por la que habían entrado estaba entreabierta, y él veía la centelleante luz de la
campana de cristal. Agarrando con fuerza la profecía, pasó disparado por el umbral y esperó a que sus
compañeros también lo cruzaran antes de cerrar.
—¡Fermaportus!—gritó Hermione casi sin aliento, y la puerta se selló y produjo un extraño ruido de
succión.
—¿Dónde… dónde están los demás? —preguntó Harry jadeando.
Creía que Ron, Luna y Ginny iban delante de ellos, y que estarían esperándolos en aquella habitación,
pero allí no había nadie.
—¡Deben de haberse equivocado de camino! —susurró Hermione con el terror reflejado en la cara.
—¡Escuchad! —exclamó Neville.
Detrás de la puerta que acababan de sellar se oían gritos y pasos; Harry pegó una oreja para escuchar, y
oyó que Lucius Malfoy gritaba:
—Dejad a Nott, ¡he dicho que lo dejéis! Sus heridas no serán nada para el Señor Tenebroso comparadas
con perder esa profecía. ¡Jugson, ven aquí, tenemos que organizamos! Iremos por parejas y haremos un
registro, y no lo olvidéis: no hagáis daño a Potter hasta que tengamos la profecía, pero a los demás
podéis matarlos si es necesario. ¡Bellatrix, Rodolphus, id por la izquierda! ¡Crabbe, Rabastan, por la
derecha! ¡Jugson, Dolohov, por esa puerta de ahí enfrente! ¡Macnair y Avery, por aquí! ¡Rookwood, por
allí! ¡Mulciber, ven conmigo!
—¿Qué hacemos? —le preguntó Hermione a Harry temblando de pies a cabeza.
—Bueno, lo que no vamos a hacer es quedarnos aquí plantados esperando a que nos encuentren —
contestó Harry—. Alejémonos de esta puerta.
Corrieron procurando no hacer ruido, pasaron junto a la brillante campana de cristal que contenía el
pequeño huevo que se abría y se volvía a cerrar, y se dirigieron hacia la puerta del fondo que conducía
a la sala circular. Cuando casi habían llegado, Harry oyó que algo grande y pesado chocaba contra la
puerta que Hermione había sellado mediante un encantamiento.
—¡Aparta! —dijo una áspera voz—.¡Alohomora!
La puerta se abrió y Harry, Hermione y Neville se escondieron debajo de unas mesas. Enseguida vieron
acercarse el dobladillo de las túnicas de dosmortífagosque caminaban deprisa.
—Quizá hayan salido al vestíbulo —dijo la voz áspera.
—Mira debajo de las mesas —sugirió otra voz.
Harry observó que losmortífagosdoblaban las rodillas, así que sacó la varita de debajo de la mesa y
gritó:
—¡DESMAIUS!
Un haz de luz roja dio contra elmortífagoque tenía más cerca; éste cayó hacia atrás, chocó contra un
reloj de pie y lo derribó. El segundo mortífago, sin embargo, se había apartado de un salto para
esquivar el hechizo de Harry y apuntaba con su varita a Hermione, que salía arrastrándose de debajo de
la mesa para poder apuntar mejor.
—¡Avada…!
Entonces Harry se lanzó por el suelo y agarró por las rodillas almortífago, que perdió el equilibrio y no
pudo apuntar a Hermione. Neville volcó una mesa con las prisas por ayudar, y apuntando con furia al
mortífagoque forcejeaba con Harry, gritó:
—¡EXPELLIARMUS!
La varita de Harry y la delmortífagosaltaron de sus manos y fueron volando hacia la entrada de la Sala
de las Profecías; Harry y su oponente se pusieron en pie y corrieron tras ellas; el mortífagoiba delante,
pero Harry le pisaba los talones, y Neville iba detrás, horrorizado por lo que acababa de hacer.
—¡Apártate, Harry! —gritó Neville, dispuesto a reparar el daño causado.
Harry se lanzó hacia un lado y su compañero volvió a apuntar y gritó:
—¡DESMAIUS!
El haz de luz roja pasó justo por encima del hombro delmortífagoy fue a parar contra una vitrina que
había en la pared, llena de relojes de arena de diferentes formas; la vitrina cayó al suelo y se reventó, y
trozos de cristal saltaron por los aires; luego se levantó, como accionada por un resorte, y se pegó de
nuevo a la pared, perfectamente reparada; pero a continuación cayó de nuevo y se hizo añicos.
Elmortífago, mientras tanto, había cogido su varita, que estaba en el suelo junto a la brillante campana
de cristal. Cuando el individuo se dio la vuelta, Harry se escondió detrás de otra mesa, y como al
mortífagose le había movido la máscara y no veía nada, se la quitó con la mano que tenía libre y gritó:
—¡DES…!
—¡DESMAIUS!—bramó entonces Hermione, que los había alcanzado.
Esa vez el haz de luz roja golpeó en medio del pecho al mortífago, que se quedó paralizado con los
brazos en alto; entonces la varita se le cayó al suelo y él se derrumbó hacia atrás sobre la campana de
cristal. Harry creyó que oiría un fuerte¡CLONC!cuando elmortífagochocara contra el sólido cristal de
la campana y resbalara por ella hasta desplomarse en el suelo, pero, en lugar de eso, la cabeza del
hombre atravesó la superficie de la campana como si ésta fuera una pompa de jabón, y quedó tirado
boca arriba sobre la mesa con la cabeza dentro de la campana llena de aquella relumbrante corriente de
aire.
—¡Accio varita!—gritó Hermione, y la varita de Harry salió volando de un oscuro rincón y fue a parar
a la mano de la chica, que se la lanzó a su amigo.
—Gracias —dijo él—. Bueno, hemos de salir de…
—¡Cuidado! —exclamó Neville, horrorizado. Miraba la cabeza delmortífago, que seguía en el interior
de la campana de cristal.
Los tres volvieron a levantar sus varitas, pero ninguno atacó: se quedaron contemplando, boquiabiertos
y aterrados, lo que le ocurría a la cabeza de aquel hombre: se encogía muy deprisa y se estaba
quedando calva; el negro cabello y la barba rala se replegaban hacia el interior del cráneo; las mejillas
se volvían lisas, y el cráneo, redondeado, y se cubría de una pelusilla como de piel de melocotón…
En aquel momento, el grueso y musculoso cuello delmortífagosostenía una cabeza de recién nacido, y
el hombre intentaba levantarse; pero mientras los chicos lo observaban, estupefactos, la cabeza volvió a
aumentar de tamaño y empezó a crecerle pelo en el cuero cabelludo y en la barbilla…
—Es el Tiempo —dijo Hermione, atemorizada—. El Tiempo…
Elmortífagovolvió a mover la fea cabeza intentando despejarse, pero antes de que pudiera levantarse,
se le empezó a encoger otra vez hasta adoptar de nuevo la forma de la de un recién nacido…
Entonces oyeron gritar a alguien en una habitación cercana; luego, un estrépito y un chillido.
—¿RON?—gritó Harry, y apartó rápidamente la vista de la monstruosa transformación que tenía lugar
ante ellos—.¿GINNY? ¿LUNA?
—¡Harry! —gritó Hermione.
El mortífago había sacado la cabeza de la campana de cristal. Ofrecía un aspecto grotesco, pues su
diminuta cabeza de bebé berreaba escandalosamente mientras agitaba los gruesos brazos en todas
direcciones, y estuvo a punto de darle un golpe a Harry, que se agachó justo a tiempo. Harry levantó su
varita mágica, pero para su sorpresa Hermione le sujetó el brazo.
—¡No puedes hacer daño a un bebé!
No había tiempo para discutir; Harry volvía a oír pasos, cada vez más fuertes, provenientes de la Sala
de las Profecías, y comprendió, aunque demasiado tarde, que había cometido un error al gritar, porque
había delatado su posición.
—¡Vamos! —dijo.
Dejaron almortífagocon cabeza de bebé tambaleándose detrás de ellos, y salieron por la puerta que
estaba abierta en el otro extremo de la habitación, y que conducía a la sala circular negra.
Cuando habían recorrido la mitad de la habitación, a través de la puerta abierta Harry vio a otros dos
mortífagos que entraban corriendo por la puerta negra e iban hacia ellos; entonces giró hacia la
izquierda, entró precipitadamente en un despacho pequeño, oscuro y abarrotado, y en cuanto hubieron
entrado Hermione y Neville, cerró.
—¡Ferma…!—empezó a decir Hermione, pero antes de que pudiera terminar el hechizo, la puerta se
abrió de par en par y los dosmortífagosirrumpieron en el despacho.
Ambos gritaron triunfantes:
—¡IMPEDIMENTA!
Harry, Hermione y Neville cayeron hacia atrás; Neville se derrumbó sobre una mesa y desapareció de
la vista; Hermione cayó sobre una estantería y recibió una cascada de gruesos libros encima; Harry se
golpeó la parte posterior de la cabeza contra la pared de piedra que tenía detrás: unas luces diminutas
aparecieron ante sus ojos y por un momento se quedó demasiado aturdido y mareado para reaccionar.
—¡YA LOS TENEMOS!—gritó elmortífagoque estaba más cerca de él—.¡ESTÁN EN UN DESPACHO
QUE HAY EN…!
—¡Silencius!—gritó Hermione, y el hombre se quedó sin voz. Siguió moviendo los labios detrás del
agujero de la máscara que tenía sobre la boca, pero no emitió ningún sonido. El otro mortífago lo
apartó bruscamente.
—¡Petrificus totalus!—gritó Harry cuando el segundomortífagolevantaba su varita. Los brazos y las
piernas del hombre se pegaron y cayó de bruces sobre la alfombra que Harry tenía a sus pies, rígido
como una tabla e incapaz de moverse.
—Bien hecho, Ha…
Pero elmortífagoal que Hermione acababa de dejar mudo dio un repentino latigazo con la varita y un
haz de llamas de color morado atravesó el pecho de Hermione. La chica soltó un débil: «¡Oh!» de
sorpresa, se le doblaron las rodillas y se derrumbó.
—¡HERMIONE!
Harry se arrodilló a su lado mientras Neville salía de debajo de la mesa y se arrastraba rápidamente
hacia ella, con la varita en ristre. Elmortífagolanzó una patada hacia la cabeza de Neville en cuanto
éste se asomó, rompiendo por la mitad la varita del chico y acertándole en la cara. Neville soltó un
aullido de dolor y retrocedió tapándose la boca y la nariz con ambas manos. Harry se volvió con la
varita en alto y vio que elmortífagose había quitado la máscara y lo apuntaba; Harry reconoció la
larga, pálida y contrahecha cara que había visto en El Profeta:era Antonin Dolohov, el mago que había
matado a los Prewett.
Dolohov sonrió burlonamente. Con la mano que tenía libre, apuntó a la profecía que Harry seguía
apretando en la mano; luego lo apuntó a él y seguidamente a Hermione. Aunque ya no podía hablar, el
significado de aquellos gestos no podía estar más claro: «Dame la profecía, o correrás la misma suerte
que ella…»
—¡Como si no nos fueran a matar de todos modos en cuanto les entregue esto! —exclamó Harry.
Harry percibía un silbido de pánico en el cerebro que le impedía pensar; tenía una mano sobre el
hombro de Hermione, que todavía estaba caliente, aunque no se atrevía a mirarla a la cara. «Que no
esté muerta, que no esté muerta, si se muere será culpa mía…»
—¡Haz lo que sea, Harry —urgió Neville con fiereza desde debajo de la mesa, y se quitó las manos del
rostro, dejando al descubierto la nariz rota y la sangre que le chorreaba por la boca y la barbilla—, pero
no se la des!
Entonces se oyó un estrépito detrás de la puerta y Dolohov giró la cabeza: el mortífagocon cara de
bebé había aparecido berreando en el umbral y seguía agitando desesperadamente los enormes puños
mientras golpeaba todo lo que encontraba a su paso. Harry no desperdició aquella oportunidad.
—¡PETRIFICUS TOTALUS!—gritó. El hechizo golpeó a Dolohov antes de que éste pudiera neutralizarlo,
y cayó hacia delante sobre su compañero, ambos rígidos como tablas e incapaces de moverse ni un
milímetro.
—Hermione —dijo Harry entonces, zarandeándola, mientras elmortífagocon cabeza de recién nacido
se alejaba de nuevo dando tumbos—. Despierta, Hermione…
—¿Qué le ha hecho? —preguntó Neville; salió arrastrándose de debajo de la mesa y se arrodilló al otro
lado de Hermione. Al chico le chorreaba sangre por la nariz, que se hinchaba por momentos.
—No lo sé…
Neville cogió una de las muñecas de Hermione.
—Todavía tiene pulso, Harry, estoy seguro.
Harry sintió una oleada de alivio, tan intensa que al principio se mareó.
—¿Está viva?
—Sí, creo que sí.
Se callaron un momento; Harry aguzó el oído por si se oían más pasos, pero sólo percibió los gemidos
y los topetazos delmortífagocon cabeza de bebé en la habitación de al lado.
—Neville, no estamos muy lejos de la salida —dijo Harry en un susurro—, estamos justo al lado de la
sala circular… Si consiguieras llegar hasta allí y encontrar la puerta de salida antes de que lleguen más
mortífagos, podrías llevar a Hermione por el pasillo hasta el ascensor… Y entonces podrías buscar a
alguien…, dar la alarma…
—¿Y qué vas a hacer tú? —preguntó Neville secándose la sangrante nariz con la manga y mirando
ceñudo a su compañero.
—Yo tengo que encontrar a los otros —contestó Harry.
—Quiero ayudarte a buscarlos —dijo Neville con firmeza.
—Pero Hermione…
—Podemos llevarla con nosotros —propuso Neville sin vacilar—. Puedo llevarla yo, tú eres más hábil
con la varita…
Se incorporó y agarró a Hermione por un brazo, sin dejar de mirar con fiereza a Harry, que todavía
dudaba; entonces Harry la agarró por el otro brazo y ayudó a Neville a colgarse el cuerpo inerte de
Hermione sobre los hombros.
—Espera —dijo Harry recuperando del suelo la varita de Hermione y poniéndosela a Neville en la
mano—, será mejor que cojas esto.
Neville apartó de una patada los trozos de su varita y echaron a andar despacio hacia la puerta.
—Mi abuela me matará —afirmó Neville con voz pastosa escupiendo sangre al hablar—; ésa era la
varita de mi padre.
Harry asomó cautelosamente la cabeza por la puerta y echó un vistazo alrededor. El mortífago con
cabeza de bebé chillaba y se daba golpes contra todo, derribaba relojes de pie y volcaba mesas; se
desgañitaba y parecía confuso, mientras la vitrina seguía cayendo, destrozándose y reparándose por sí
sola una y otra vez, por lo que Harry dedujo que debía de contener giratiempos.
—No nos verá —susurró—. Vamos, pégate a mí…
Salieron con sigilo del despacho y fueron hacia la puerta que conducía a la sala circular negra, que
parecía completamente desierta. Avanzaron unos pasos; Neville se tambaleaba un poco a causa del peso
de Hermione. La puerta de la Estancia del Tiempo se cerró tras ellos y la pared empezó a rotar otra vez.
Harry estaba un poco mareado del golpe que se había dado en la cabeza, así que entornó los ojos y notó
que oscilaba ligeramente, hasta que la pared dejó de moverse. Entonces vio que las equis luminosas que
Hermione había trazado en las puertas habían desaparecido, y se le cayó el alma a los pies.
—¿Tú por dónde crees que…?
Pero antes de que pudieran decidir por qué puerta iban a intentar salir, se abrió de par en par una que
había a la derecha y por ella entraron tres personas dando traspiés.
—¡Ron! —exclamó Harry, y corrió hacia ellos—. Ginny… ¿Estáis todos…?
—Harry —dijo Ron con una risita; se abalanzó sobre él, lo agarró por la túnica y lo miró como si no
pudiera enfocar bien su cara—, estás aquí. ¡Ji, ji, ji! ¡Qué raro estás, Harry, vas muy despeinado!
Ron estaba muy pálido y le goteaba una sustancia oscura por una comisura de la boca. Entonces se le
doblaron las rodillas, y al estar todavía agarrado a la túnica de Harry, éste se inclinó por la cintura como
si hiciera una reverencia.
—Ginny —dijo Harry con temor—. ¿Qué ha pasado?
Pero Ginny movió la cabeza de un lado a otro y resbaló por la pared hasta quedar sentada en el suelo, al
tiempo que jadeaba y se sujetaba un tobillo.
—Creo que se ha roto el tobillo; he oído un crujido —susurró Luna, que se había agachado a su lado;
era la única que parecía ilesa—. Cuatro mortífagos nos han perseguido hasta una habitación oscura
llena de planetas; era un sitio muy raro, a veces nos quedábamos flotando en la oscuridad.
—¡Hemos visto Urano de cerca, Harry! —exclamó Ron, que seguía riendo débilmente—. ¿Me has
oído, Harry? Hemos visto Urano. ¡Ji, ji, ji!
Una burbuja de sangre se infló en la comisura de la boca de Ron, por donde le goteaba aquella
sustancia oscura, y explotó poco después.
—Uno de los mortífagos ha agarrado a Ginny por el tobillo —prosiguió Luna—; he utilizado la
maldición reductora y le he lanzado Plutón a la cara, pero…
Luna señaló a Ginny, que respiraba entrecortadamente y mantenía los ojos cerrados.
—¿Y a Ron qué le ha pasado? —preguntó Harry atemorizado; su amigo seguía riendo tontamente,
colgado de la túnica de Harry.
—No sé qué le han hecho —respondió Luna con tristeza—, pero se comporta de una forma muy
extraña; me ha costado lo mío traerlo hasta aquí.
—Harry —continuó Ron sin parar de reír, y tiró de él hacia abajo hasta que la oreja de éste le quedó a
la altura de la boca—, ¿sabes quién es ésta, Harry? Es Lunática, Lunática Lovegood, ¡ji, ji, ji!
—Tenemos que salir de aquí como sea —dijo Harry con firmeza—. Luna, ¿puedes ayudar a Ginny?
—Sí —contestó la chica, y se colocó la varita mágica detrás de una oreja. A continuación, rodeó a
Ginny por la cintura y la levantó del suelo.
—¡Sólo me duele un poco el tobillo, puedo levantarme yo sola! —protestó Ginny, pero al cabo de un
momento se cayó hacia un lado y tuvo que sujetarse a Luna. Harry se colocó el brazo de Ron sobre los
hombros, como meses atrás había hecho con el de Dudley, y miró a su alrededor: tenían una posibilidad
entre doce de encontrar la salida correcta a la primera.
Arrastró a Ron hacia una puerta, y estaban sólo a unos palmos de alcanzarla cuando otra se abrió de
repente en el lado opuesto de la sala y por ella entraron tres mortífagos. Bellatrix Lestrange iba en
cabeza.
—¡Están aquí! —gritó la mortífaga.
Losmortífagoslanzaron varios hechizos aturdidores; Harry entró apresuradamente por la puerta que
tenía enfrente, se liberó sin miramientos de Ron y volvió sobre sus pasos para ayudar a Neville a que
entrara a Hermione. Cruzaron todos el umbral justo a tiempo para cerrarle la puerta en las narices a
Bellatrix.
—¡Fermaportus!—gritó Harry, y oyó cómo tres cuerpos, al otro lado, chocaban contra la puerta.
—¡No importa! —exclamó una voz de hombre—. ¡Hay otras entradas!¡LOS TENEMOS, ESTÁN AQUÍ!
Harry se dio la vuelta; volvían a estar en la Estancia de los Cerebros, y efectivamente, también allí
había varias puertas. Enseguida oyó pasos en la sala circular: otrosmortífagosllegaban para sumarse a
los primeros.
—¡Luna, Neville, ayudadme!
Los tres recorrieron la habitación y sellaron una a una las puertas; Harry chocó contra una mesa y rodó
por encima de ella con las prisas por llegar a la siguiente puerta.
—¡Fermaportus!
Se oían pasos que corrían por detrás de las puertas, y de vez en cuando algún cuerpo se lanzaba con
fuerza contra una de ellas y la hacía crujir y temblar; Luna y Neville, mientras tanto, encantaban las
puertas de la pared de enfrente. Entonces, cuando Harry llegó al final de la habitación, oyó que Luna
gritaba:
—¡Ferma…aaaaaaah!
Se volvió y la vio saltar por los aires mientras cincomortífagosentraban en la habitación por la puerta
que ella no había logrado cerrar a tiempo. Luna chocó contra una mesa, resbaló por su superficie y cayó
al suelo por el otro lado, donde se quedó desmadejada, tan quieta como Hermione.
—¡Coged a Potter! —chilló Bellatrix, y corrió hacia él; Harry la esquivó y salió disparado hacia el otro
extremo de la habitación; estaría a salvo mientras losmortífagostemieran destrozar la profecía.
—¡Eh! —gritó Ron, que se había puesto en pie y avanzaba dando tumbos hacia Harry, sin parar de reír
—. ¡Eh, Harry, ahí hay cerebros, ji, ji, ji! Qué raro, ¿verdad, Harry?
—Quítate de en medio, Ron, agáchate…
Pero Ron apuntaba al tanque con su varita.
—En serio, Harry, son cerebros. Mira,¡accio cerebro!
La escena se detuvo momentáneamente. Harry, Ginny, Neville y los mortífagos se dieron la vuelta
instintivamente para observar el tanque, y vieron que un cerebro salía como un pez volador del líquido
verde: en un primer momento se quedó suspendido en el aire, pero a continuación se dirigió volando
hacia Ron, mientras giraba sobre sí mismo, y unas cintas de algo que parecían imágenes en movimiento
salieron despedidas de él, desenrollándose como rollos de película.
—¡Ji, ji, ji! Mira, Harry —dijo Ron contemplando cómo el cerebro desparramaba sus llamativas tripas
por el aire—. Ven a tocarlo, Harry, seguro que tiene un tacto genial…
—¡NO, RON!
Harry ignoraba qué podía pasar si Ron tocaba los tentáculos de pensamiento que volaban detrás del
cerebro, pero estaba convencido de que no podía ser nada bueno. Corrió enseguida hacia donde se
encontraba su amigo, pero éste ya había atrapado el cerebro con ambas manos.
En cuanto entraron en contacto con su piel, los tentáculos empezaron a enroscarse en los brazos de Ron
como si fueran cuerdas.
—Harry, mira lo que está pasan… No… no… no me gusta… No… basta… ¡Basta!
Las delgadas cintas se enrollaron alrededor del tórax de Ron, que tiraba de ellas, pero sin lograr
impedir que el cerebro se aferrara a él como un pulpo.
—¡Diffindo! —gritó Harry tratando en vano de cortar los tentáculos que se enrollaban con fuerza
alrededor del cuerpo de Ron ante sus ojos. Éste cayó al suelo e intentó librarse de sus ataduras.
—¡Lo va a asfixiar, Harry! —gritó Ginny, que seguía en el suelo sin poder moverse por culpa del
tobillo roto. Entonces un haz de luz roja salió de la varita de uno de los mortífagosy le dio de lleno en
la cara. Ginny se desplomó hacia un lado y quedó inconsciente.
—¡DESMAIUS! —gritó Neville mientras agitaba la varita de Hermione hacia los mortífagos que se
aproximaban—.¡DESMAIUS, DESMAIUS!
Pero no pasó nada.
Otromortífagolanzó un hechizo aturdidor a Neville y falló por los pelos. En ese momento, Harry y
Neville eran los únicos que seguían luchando contra cincomortífagos, dos de los cuales les lanzaban
haces de luz plateada como flechas que no daban en el blanco, pero dejaban cráteres en la pared, detrás
de los chicos. Bellatrix Lestrange echó a correr hacia Harry, que salió disparado levantando la mano
con la que sujetaba la profecía y se dirigió hacia el otro extremo de la habitación; lo único que se le
ocurría era alejar a losmortífagosde sus amigos.
Por lo visto, su plan había funcionado: losmortífagoslo persiguieron y derribaron sillas y mesas, pero
sin atreverse a atacarlo por si dañaban la profecía, y Harry salió a toda velocidad por la única puerta
que seguía abierta, aquella por la que habían entrado los mortífagos, confiando en que Neville se
quedase con Ron y encontrase la forma de librarlo del cerebro. Entró en la siguiente habitación e
inmediatamente notó que el suelo desaparecía bajo sus pies…
Cayó rodando por los altos escalones de piedra, rebotó en cada uno de ellos hasta llegar al final y allí
sufrió un fuerte impacto que le cortó la respiración. Quedó tumbado boca arriba en el foso donde se
alzaba el arco sobre su tarima.
Las risas de losmortífagosresonaban en la sala. Harry miró hacia arriba y vio que los cinco que lo
habían perseguido desde la Estancia de los Cerebros bajaban hacia donde él se hallaba, mientras
muchosmortífagosmás entraban por diferentes puertas y empezaban a saltar de una grada a otra. Harry
se levantó del suelo, aunque le temblaban tanto las piernas que apenas lo sostenían. Aún tenía la
profecía, intacta, en la mano izquierda, y la varita fuertemente agarrada con la derecha. Era un milagro
que la esfera de cristal no se hubiera roto. Retrocedió mientras miraba a su alrededor intentando
mantener a todos losmortífagosdentro de su campo visual. Entonces dio con la parte de atrás de las
piernas contra algo sólido: había llegado a la tarima donde estaba el arco. Sin girarse, subió a ella.
Losmortífagosse habían quedado quietos y lo miraban. Algunos jadeaban tanto como Harry. Había
uno que sangraba mucho; Dolohov, libre ya de la maldición de la inmovilidad total, reía
socarronamente mientras apuntaba a la cara de Harry con su varita mágica.
—Se acabó la carrera, Potter —dijo Lucius Malfoy arrastrando las palabras, y se quitó la máscara—.
Ahora sé bueno y entrégame la profecía.
—¡Deje… deje marchar a los demás y se la daré! —exclamó Harry, desesperado.
Unos cuantosmortífagosrieron.
—No estás en situación de negociar, Potter —replicó Lucius Malfoy, y el placer que sentía hizo que el
rubor coloreara su pálido rostro—. Verás, nosotros somos diez, y tú estás solo… ¿Acaso Dumbledore
no te ha enseñado a contar?
—¡No está solo! —gritó una voz en la parte más alta de la sala—. ¡Todavía me tiene a mí!
A Harry le dio un vuelco el corazón: Neville bajaba como podía hacia ellos por los escalones de piedra,
con la varita mágica de Hermione firmemente agarrada con una temblorosa mano.
—No, Neville, no… Vuelve con Ron…
—¡DESMAIUS! —volvió a gritar Neville apuntando uno a uno a los mortífagos con la varita—.
¡DESMAIUS! ¡DESMA…!
Uno de losmortífagosmás corpulentos agarró a Neville por detrás, le sujetó los brazos y lo inmovilizó.
Neville forcejeaba y daba patadas; losmortífagosreían.
—Ése es Longbottom, ¿verdad? —preguntó Lucius Malfoy con desdén—. Bueno, tu abuela ya está
acostumbrada a perder a miembros de la familia a favor de nuestra causa… Tu muerte no la
sorprenderá demasiado.
—¿Longbottom? —repitió Bellatrix, y una sonrisa verdaderamente repugnante se dibujó en su
descarnado rostro—. Vaya, yo tuve el placer de conocer a tus padres, chico.
—¡Ya lo sé! —rugió Neville, y forcejeó con tanto ímpetu para intentar soltarse de su captor que el
mortífagogritó:
—¡Que alguien lo aturda!
—No, no, no —repitió Bellatrix, que estaba extasiada; miró arrebatada a Harry y luego a Neville—.
No, vamos a ver cuánto tarda Longbottom en derrumbarse como sus padres… A menos que Potter
quiera entregarnos la profecía.
—¡NO SE LA DES!—bramó Neville, que estaba fuera de sí, dando patadas y retorciéndose mientras
Bellatrix se le acercaba con la varita en alto—.¡NO SE LA DES POR NADA DEL MUNDO, HARRY!
Bellatrix levantó la varita y exclamó:
—¡Crucio!
Neville soltó un aullido y encogió las piernas hacia el pecho, de modo que el mortífagoque lo sujetaba
tuvo que mantenerlo en el aire unos instantes. Luego el hombre soltó a Neville, que cayó al suelo
mientras se retorcía y chillaba de dolor.
—¡Eso no ha sido más que un aperitivo! —exclamó Bellatrix al tiempo que levantaba de nuevo la
varita. Neville dejó de chillar y se quedó tumbado a sus pies, sollozando. La mortífaga se dio la vuelta
y miró a Harry—. Y ahora, Potter, danos la profecía o tendrás que contemplar la lenta muerte de tu
amiguito.
Esta vez Harry no tuvo que pensar: no le quedaba alternativa. Estiró el brazo y les tendió la profecía,
que se había calentado con el calor de sus manos. Lucius Malfoy se adelantó para cogerla.
Pero entonces, de repente, en la parte más elevada de la sala se abrieron dos puertas y cinco personas
entraron corriendo en la sala: Sirius, Lupin, Moody, Tonks y Kingsley.
Malfoy se volvió y levantó la varita, pero Tonks ya le había lanzado un hechizo aturdidor. Harry no
esperó a ver si había dado en el blanco, sino que saltó de la tarima y se apartó con rapidez. Los
mortífagosestaban completamente distraídos con la aparición de los miembros de la Orden, que los
acribillaban a hechizos desde arriba mientras descendían por las gradas hacia el foso. Entre cuerpos que
corrían y destellos luminosos, Harry vio que Neville se arrastraba por el suelo, así que esquivó otro haz
de luz roja y se tiró a tierra para llegar hasta donde estaba su amigo.
—¿Estás bien? —le gritó mientras un hechizo pasaba rozándoles la cabeza.
—Sí —contestó Neville, e intentó incorporarse.
—¿Y Ron?
—Creo que está bien. Cuando lo he dejado seguía peleando con el cerebro.
En ese momento, un hechizo dio contra el suelo entre ellos dos, produjo una explosión y dejó un cráter
justo donde Neville tenía la mano hasta unos segundos antes. Ambos se alejaron de allí arrastrándose;
pero entonces un grueso brazo salió de la nada, agarró a Harry por el cuello y tiró de él hacia arriba.
Harry apenas tocaba el suelo con las puntas de los pies.
—¡Dámela! —le gruñó una voz al oído—. ¡Dame la profecía!
El hombre le apretaba el cuello con tanta fuerza que Harry no podía respirar. Con los ojos llorosos, vio
que Sirius se batía con unmortífagoa unos tres metros de distancia; Kingsley peleaba contra dos a la
vez; Tonks, que todavía no había llegado al pie de las gradas, le lanzaba hechizos a Bellatrix. Por lo
visto, nadie se había dado cuenta de que Harry se estaba muriendo. Entonces dirigió la varita mágica
hacia atrás, hacia el costado de su agresor, pero no le quedaba aliento para pronunciar un conjuro y el
hombre buscaba con la mano que tenía libre la mano de Harry que sujetaba la profecía.
—¡AAAAHHHH!—oyó de pronto.
Neville también había surgido de la nada e, incapaz de pronunciar un hechizo, le había clavado con
todas sus fuerzas la varita de Hermione almortífagoen una de las rendijas de la máscara. El hombre
soltó a Harry de inmediato y profirió un aullido de dolor. Harry se dio la vuelta, lo miró y dijo, casi sin
aliento:
—¡DESMAIUS!
Elmortífagose desplomó hacia atrás y la máscara le resbaló por la cara: era Macnair, el que había
intentado matar a Buckbeak. Tenía un ojo hinchado e inyectado en sangre.
—¡Gracias! —le dijo Harry a Neville, y enseguida tiró de él hacia sí, pues Sirius y su mortífago
pasaban a su lado dando bandazos y peleando tan encarnizadamente que sus varitas no eran más que
una mancha borrosa.
Entonces Harry tocó con el pie algo redondo y duro y resbaló. Al principio creyó que se le había caído
la profecía, pero entonces vio que el ojo mágico de Moody rodaba por el suelo.
Su propietario estaba tumbado sobre un costado sangrando por la cabeza, y su agresor arremetía en ese
momento contra Harry y Neville: era Dolohov, a quien el júbilo crispaba el alargado y pálido rostro.
—¡Tarantallegra! —gritó apuntando con la varita a Neville, cuyas piernas empezaron de pronto a
bailar una especie de frenético claque que le hizo perder el equilibrio y caer de nuevo al suelo—.
Bueno, Potter…
Entonces realizó con la varita el mismo movimiento cortante que había utilizado con Hermione, pero
Harry gritó:
—¡Protego!
Notó que algo que parecía un cuchillo desafilado le golpeaba la cara; el impacto lo empujó hacia un
lado y fue a caer sobre las convulsas piernas de Neville, aunque el encantamiento escudo había
detenido en gran medida el hechizo.
Dolohov volvió a levantar la varita.
—¡Accio profe…!—exclamó, pero entonces Sirius surgió de improviso, empujando a Dolohov con el
hombro y desplazándolo varios metros.
La esfera había vuelto a resbalar hasta las yemas de los dedos de Harry, pero él había conseguido
sostenerla. En esos momentos, Sirius y Dolohov peleaban; sus varitas brillaban como espadas, y por
sus extremos salían despedidas chispas.
Dolohov llevó la varita hacia atrás para repetir aquel movimiento cortante que había empleado contra
Harry y Hermione, pero entonces Harry se levantó de un brinco y gritó:
—¡Petrificus totalus!
Una vez más, las piernas y los brazos de Dolohov se juntaron y el mortífago cayó hacia atrás
desplomándose en el suelo con un fuerte estruendo.
—¡Bien hecho! —gritó Sirius, y le hizo agachar la cabeza al ver que un par de hechizos aturdidores
volaban hacia ellos—. Ahora quiero que salgas de…
Volvieron a agacharse, pues un haz de luz verde había pasado rozando a Sirius. Harry vio que Tonks se
precipitaba desde la mitad de las gradas, y su cuerpo inerte golpeó los bancos de piedra mientras
Bellatrix, triunfante, volvía al ataque.
—¡Harry, sujeta bien la profecía, coge a Neville y corre! —gritó Sirius, y fue al encuentro de Bellatrix.
Harry no vio lo que pasó a continuación, pero ante su vista apareció Kingsley que, aunque se
tambaleaba, estaba peleando con Rookwood, quien ya no llevaba la máscara y tenía el marcado rostro
al descubierto. Otro haz de luz verde pasó rozándole la cabeza a Harry, que se lanzó hacia Neville…
—¿Puedes tenerte en pie? —le chilló al oído mientras las piernas de su amigo se sacudían y se
retorcían incontroladamente—. Ponme un brazo alrededor de los hombros…
Neville obedeció, y Harry tiró de él. Las piernas de Longbottom seguían moviéndose en todas
direcciones y no lo sostenían; entonces un hombre se abalanzó sobre ellos y ambos cayeron hacia atrás.
Neville se quedó boca arriba agitando las piernas como un escarabajo que se ha dado la vuelta, y Harry,
con el brazo izquierdo levantado intentando impedir que se rompiera la pequeña bola de cristal.
—¡La profecía! ¡Dame la profecía, Potter! —gruñó la voz de Lucius Malfoy en su oído, y Harry notó la
punta de una varita clavándosele entre las costillas.
—¡No! ¡Suélteme! ¡Neville! ¡Cógela, Neville!
Harry echó a rodar la esfera y Neville giró sobre la espalda, la atrapó y se la sujetó con fuerza contra el
pecho. Malfoy apuntó con la varita a Neville, pero Harry lo apuntó a él con la suya por encima del
hombro y gritó:
—¡Impedimenta!
Malfoy se separó inmediatamente de Harry y éste se levantó, se dio la vuelta y vio que Malfoy chocaba
contra la tarima sobre la que Sirius y Bellatrix se batían en duelo. Malfoy volvió a apuntar con la varita
a Harry y Neville, pero antes de que pudiera tomar aliento para atacar, Lupin, de un salto, se había
colocado entre Lucius y los dos chicos.
—¡Harry, recoge a los otros y sal de aquí!
Harry agarró a Neville de la túnica por un hombro y lo subió al primer banco de piedra de las gradas;
las piernas de su compañero se sacudían, daban patadas y no lo sostenían en pie; Harry tiró de nuevo de
él con todas sus fuerzas y subieron otro escalón…
Entonces un hechizo golpeó el banco de piedra donde Harry tenía apoyados los pies; el banco se vino
abajo y él cayó al escalón inferior. Neville también cayó al suelo, sin dejar de agitar las piernas, y se
metió la profecía en el bolsillo.
—¡Vamos! —gritó Harry, desesperado, tirando de la túnica de Neville—. Intenta empujar con las
piernas…
Dio otro fuerte tirón y la túnica de Neville se descosió por la costura izquierda. La pequeña esfera de
cristal soplado se le salió del bolsillo y, antes de que alguno de los dos pudiera atraparla, Neville la
golpeó sin querer con un pie. La profecía saltó por los aires unos tres metros y chocó contra el escalón
inferior. Harry y Neville se quedaron mirando el lugar donde se había roto, horrorizados por lo que
acababa de pasar, y vieron que una figura de un blanco nacarado con ojos inmensos se elevaba
flotando. Ellos dos eran los únicos que la veían. Harry observó que la figura movía la boca, pero con la
cantidad de golpes, gritos y aullidos que se producían a su alrededor, no pudo oír ni una sola palabra de
lo que decía. Finalmente, la figura dejó de hablar y se disolvió en el aire.
—¡Lo siento, Harry! —gritó Neville, muy angustiado, y siguió agitando las piernas—. Lo siento,
Harry, no quería…
—¡No importa! —gritó él—. Intenta mantenerte en pie, hemos de salir de…
—¡Dumbledore! —exclamó entonces Neville, sudoroso, mirando embelesado por encima del hombro
de Harry.
—¿Qué?
—¡DUMBLEDORE!
Harry se volvió y dirigió la vista hacia donde miraba su amigo. Justo encima de ellos, enmarcado por el
umbral de la Estancia de los Cerebros, estaba Albus Dumbledore, con la varita en alto, pálido y
encolerizado. Harry sintió una especie de descarga eléctrica que recorrió cada partícula de su cuerpo.
¡Estaban salvados!
Dumbledore bajó a toda prisa los escalones pasando junto a Neville y Harry, que ya no pensaban en
salir de allí. Dumbledore había llegado al pie de las gradas cuando los mortífagos que estaban más
cerca se percataron de su presencia y avisaron a gritos a los demás. Uno de ellos intentó huir trepando
como un mono por los escalones del lado opuesto a donde se encontraban. Sin embargo, el hechizo de
Dumbledore lo hizo retroceder con una facilidad asombrosa, como si lo hubiera pescado con una caña
invisible.
Sólo había una pareja que seguía luchando; al parecer no se habían dado cuenta de que había llegado
Dumbledore. Harry vio que Sirius esquivaba el haz de luz roja de Bellatrix y se reía de ella.
—¡Vamos, tú sabes hacerlo mejor! —le gritó Sirius, y su voz resonó por la enorme y tenebrosa
habitación. El segundo haz le acertó de lleno en el pecho. Él no había dejado de reír del todo, pero
abrió mucho los ojos, sorprendido.
Harry soltó a Neville, aunque sin darse cuenta de que lo hacía. Volvió a bajar por las gradas y sacó su
varita mágica al tiempo que Dumbledore también se volvía hacia la tarima.
Dio la impresión de que Sirius tardaba una eternidad en caer: su cuerpo se curvó describiendo un
majestuoso círculo, y en su caída hacia atrás atravesó el raído velo que colgaba del arco.
Harry vio la expresión de miedo y sorpresa del consumido rostro de su padrino, antes apuesto, mientras
caía por el viejo arco y desaparecía detrás del velo, que se agitó un momento como si lo hubiera
golpeado una fuerte ráfaga de viento y luego quedó como al principio.
Entonces Harry oyó el grito de triunfo de Bellatrix Lestrange, pero comprendió que no significaba
nada: Sirius sólo había caído a través del arco y aparecería al otro lado en cuestión de segundos…
Sin embargo, Sirius no reapareció.
—¡SIRIUS!—gritó Harry—.¡SIRIUS!
Harry había llegado al fondo del foso respirando entrecortadamente. Sirius debía estar tras el velo;
Harry iría y lo ayudaría a levantarse…
Pero cuando llegó al suelo y corrió hacia la tarima, Lupin lo rodeó con los brazos y lo retuvo.
—No puedes hacer nada, Harry…
—¡Vamos a buscarlo, tenemos que ayudarlo, sólo ha caído al otro lado del arco!
—Es demasiado tarde, Harry.
—No, todavía podemos alcanzarlo… —Harry luchó con todas sus fuerzas, pero Lupin no lo soltaba.
—No puedes hacer nada, Harry, nada. Se ha ido.
36
El único al que temió
—¡No se ha ido! —bramó Harry.No lo creía; no quería creerlo. Harry seguía forcejeando con Lupin con toda la fuerza que le quedaba,
pero Lupin no lo entendía: había gente escondida detrás de aquella especie de cortina. Harry la había
oído susurrar la primera vez que había entrado en la habitación. Sirius estaba escondido, sencillamente,
estaba oculto detrás del velo…
—¡SIRIUS!—gritó—.¡SIRIUS!
—No puede volver, Harry —insistió Lupin; la voz se le quebraba mientras intentaba retener al chico—.
No puede volver, porque está m…
—¡NO ESTÁ MUERTO!—rugió Harry—.¡SIRIUS!
Alrededor de Harry reinaba una gran agitación y surgían destellos de nuevos hechizos; pero era un
bullicio sin sentido. Aquel ruido no tenía ningún significado para él porque ya no le importaban las
maldiciones desviadas que pasaban volando a su lado, no le importaba nada; lo único que le interesaba
era que Lupin dejara de fingir que Sirius, que estaba al otro lado del viejo velo tan sólo a unos palmos
de ellos, no saldría de allí en cualquier momento, echándose hacia atrás el pelo negro, deseoso de
volver a entrar en combate.
Lupin alejó a Harry de la tarima, pero él, que no apartaba los ojos del arco, no entendía por qué Sirius
lo hacía esperar tanto, y empezaba a enfadarse…
Sin embargo, mientras seguía intentando soltarse de Lupin, a Harry se le ocurrió pensar que hasta
entonces su padrino nunca lo había hecho esperar. Su padrino siempre lo había arriesgado todo para
verlo, para ayudarlo. La única explicación posible a que Sirius no saliese de detrás del arco cuando
Harry lo llamaba a voz en grito, como si su vida dependiera de ello, era que no podía regresar, que era
verdad que estaba…
Dumbledore tenía a casi todos los otrosmortífagosagrupados en el centro de la sala, aparentemente
inmovilizados mediante cuerdas invisibles;OjolocoMoody había cruzado la sala arrastrándose hasta
donde estaba tirada Tonks e intentaba reanimarla; detrás de la tarima todavía se producían destellos de
luz, gruñidos y gritos: Kingsley había ido hasta allí para relevar a Sirius en el duelo con Bellatrix.
—Harry…
Neville había bajado uno a uno los bancos de piedra hasta llegar a donde estaba su compañero, que ya
no peleaba con Lupin, quien de todos modos seguía sujetándole el brazo, por si acaso.
—Harry…, lo siento mucho… —dijo Neville. Todavía agitaba las piernas de modo incontrolable—.
Ese hombre…, Sirius Black…, ¿era amigo tuyo?
Harry asintió con la cabeza.
—Ven aquí —le indicó Lupin a Neville con voz queda, y apuntando con la varita a sus piernas, dijo—:
¡Finite!—Así cesó el efecto del hechizo. Neville por fin pudo poner los pies en el suelo y sus piernas
dejaron de moverse. Lupin estaba muy pálido—. Vamos…, vamos a buscar a los demás. ¿Dónde están,
Neville?
Mientras preguntaba eso, Lupin fue apartándose del arco. Daba la impresión de que cada palabra que
pronunciaba le causaba un profundo dolor.
—Están todos allí —afirmó Neville—. A Ron lo ha atacado un cerebro, pero creo que está bien. Y
Hermione continúa inconsciente, pero le hemos encontrado el pulso…
Entonces se oyó un fuerte golpetazo y un grito detrás de la tarima. Harry vio que Kingsley caía al suelo
aullando de dolor: Bellatrix Lestrange empezó a huir, pero Dumbledore se volvió y le lanzó un hechizo
que ella desvió para luego comenzar a subir por las gradas…
—¡No, Harry! —gritó Lupin, pero él ya se había soltado de Lupin, que había bajado la guardia.
—¡HA MATADO A SIRIUS!—rugió Harry—.¡HA SIDO ELLA! ¡VOY A MATARLA!
Echó a correr y trepó por los bancos de piedra; todos lo llamaban, pero no les hizo caso. El borde de la
túnica de Bellatrix se perdió de vista, pero Harry entró tras la mortífaga en la sala del tanque de
cerebros…
Bellatrix giró la cabeza, lanzó una maldición y el tanque se elevó por los aires y se inclinó. Harry
quedó empapado de la apestosa poción que había dentro, y los cerebros cayeron sobre él y empezaron a
desplegar sus largos tentáculos de colores, pero entonces gritó:«¡Wingardium leviosa!», y se alejaron
de él por el aire. Resbalando y dando traspiés, el chico se precipitó hacia la puerta; saltó por encima de
Luna, que gemía en el suelo; por encima de Ginny, que dijo: «Harry, ¿qué…?»; por encima de Ron, que
soltó una débil risita; y por encima de Hermione, que seguía inconsciente. Abrió de un tirón la puerta
que daba a la sala circular negra y vio que Bellatrix desaparecía por una de las puertas. Harry alcanzó a
distinguir, más allá de la figura de la mujer, el pasillo que conducía a los ascensores.
Echó a correr de nuevo, pero la mortífaga había cerrado al salir y la pared ya había comenzado a rotar.
Una vez más, Harry se vio rodeado de los haces de luz azul de los candelabros.
—¿Dónde está la salida? —gritó, desesperado, cuando la pared volvió a detenerse—. ¡Dónde está la
salida!
Fue como si la habitación estuviera esperando que Harry formulara aquella pregunta. La puerta que
tenía justo detrás se abrió de par en par, y Harry vio el pasillo de los ascensores, que se extendía ante él,
con las antorchas encendidas pero vacío. Atravesó la puerta rápidamente…
Entonces oyó que un poco más allá un ascensor traqueteaba; recorrió veloz el pasillo, dobló la esquina
y dio un puñetazo en el botón para llamar otro ascensor. Éste descendió produciendo un ruido metálico;
luego la reja se abrió, Harry se metió dentro y golpeó el botón del Atrio. Las puertas se cerraron y el
ascensor empezó a subir…
Harry salió antes de que la reja se hubiera abierto por completo y observó lo que lo rodeaba. Bellatrix
casi había llegado al ascensor de la cabina telefónica, que estaba al final del vestíbulo, pero miró hacia
atrás cuando Harry iba a toda velocidad hacia ella, y entonces le lanzó otro hechizo. Harry se escondió
detrás de la Fuente de los Hermanos Mágicos: el hechizo pasó rozándolo y, al dar contra las rejas de
oro labrado que había al fondo del Atrio, produjo un sonido de campanas. No se oían más pasos.
Bellatrix había dejado de correr. Harry se agachó detrás de las estatuas y aguzó el oído.
—¡Sal, pequeño Harry, sal! —gritó Bellatrix imitando una voz infantil que rebotó contra el brillante
suelo de madera—. ¿Para qué me buscabas, si no? ¡Creía que habías venido para vengar a mi querido
primo!
—¡Así es! —chilló Harry, y su respuesta se repitió por la sala como un eco fantasmagórico: «¡Así es!
¡Así es! ¡Así es!»
—¡Aaaah! ¿Lo querías mucho, pequeño Potter?
Harry notó que lo invadía un odio que jamás había sentido; de un salto salió de detrás de la fuente y
bramó:
—¡Crucio!
Bellatrix gritó: el hechizo la había derribado, pero no se retorcía ni chillaba de dolor como había hecho
Neville. Volvió a levantarse, jadeante; había parado de reír. Harry se cobijó otra vez detrás de la fuente
dorada. El contrahechizo de la mortífaga dio en la cabeza del apuesto mago, que se desprendió de la
estatua y fue a parar unos seis metros más allá, arañando el suelo de madera.
—Nunca habías empleado una maldición imperdonable, ¿verdad, chico? —gritó Bellatrix, que había
abandonado aquella entonación infantil—. ¡Tienes que sentirlas, Potter! Tienes que desear de verdad
causar dolor, disfrutar con ello. La rabia sin más no me hará mucho daño. Voy a enseñarte cómo se
hace, ¿de acuerdo? Voy a darte una lección…
Harry caminaba sigilosamente hacia el otro lado de la fuente cuando Bellatrix gritó: «¡Crucio!», y tuvo
que agacharse otra vez, mientras uno de los brazos del centauro, el que sostenía el arco, saltaba por los
aires y aterrizaba con un fuerte estrépito en el suelo, a poca distancia de la dorada cabeza del mago.
—¡No vas a poder conmigo, Potter! —bramó la mortífaga. Harry oyó que ella se movía hacia la
derecha para apuntarle bien; mientras tanto, él rodeó la estatua en la dirección opuesta y se agachó
detrás de las patas del centauro manteniendo la cabeza a la altura de la del elfo doméstico—. Era y sigo
siendo la servidora más leal del Señor Tenebroso. Él me enseñó las artes oscuras, y conozco hechizos
poderosísimos con los que tú, patético mocoso, no puedes ni soñar en competir…
—¡Desmaius!—gritó Harry.
Había llegado, paso a paso, hasta donde estaba el duende, que sonreía al recién decapitado mago, y
había apuntado a la espalda de Bellatrix mientras ella se asomaba por el otro lado de la fuente. La
mortífaga reaccionó tan deprisa que Harry apenas tuvo tiempo de agacharse.
—¡Protego!—El haz de luz roja del hechizo aturdidor de Harry rebotó y se dirigió contra él. Harry
retrocedió para protegerse detrás de la fuente, y una de las orejas del duende saltó por los aires—. ¡Te
voy a dar una oportunidad, Potter! —gritó Bellatrix—. ¡Entrégame la profecía, lánzamela rodando por
el suelo, y quizá te perdone la vida!
—¡Tendrá que matarme porque ya no la tengo! —chilló Harry, y mientras pronunciaba aquellas
palabras notó un intenso dolor en la frente; volvía a arderle la cicatriz, y sintió que lo invadía un
sentimiento de ira que no estaba relacionado con su propia rabia—. ¡Y él lo sabe! —añadió Harry
soltando una risotada que no tenía nada que envidiar a las de Bellatrix—. ¡Su querido amigo Voldemort
sabe que la profecía se ha perdido! No creo que esté muy contento con usted, ¿eh?
—¿Cómo? ¿Qué dices? —chilló la mortífaga, y por primera vez su voz denotaba miedo.
—¡La profecía se ha roto cuando intentaba ayudar a Neville a subir las gradas! ¿Cómo cree que le
sentará eso a Voldemort?
Notaba fuertes punzadas en la cicatriz; le dolía tanto que se le estaban llenando los ojos de lágrimas…
—¡ESO ES MENTIRA! —exclamó Bellatrix gritando, pero ahora Harry percibía el terror detrás de la
rabia—. ¡LA TIENES TÚ, POTTER, Y VAS A DÁRMELA AHORA MISMO! ¡Accio profecía! ¡ACCIO
PROFECÍA!
Harry volvió a reír porque sabía que eso la pondría furiosa, pero su dolor de cabeza aumentaba de tal
modo que creyó que le estallaría el cráneo. Mostró una mano vacía por detrás del duende, al que sólo le
quedaba una oreja, la movió y la escondió rápidamente cuando la mortífaga le lanzó otro haz de luz
roja.
—¡No tengo nada! —gritó Harry—. ¡No tengo nada que entregarle! La profecía se ha roto y nadie ha
oído lo que ha dicho, ¡explíqueselo a su amo!
—¡No! —aulló ella—. ¡No es verdad, estás mintiendo!¡LO HE INTENTADO, AMO, LO HE INTENTADO!
¡NO ME CASTIGUE!
—¡Gasta saliva inútilmente! —exclamó Harry, y cerró fuertemente los ojos para combatir el dolor de la
cicatriz, más espantoso que nunca—. ¡Él no puede oírla!
—¿Ah, no, Potter? —dijo una voz fría y aguda.
Harry abrió los ojos.
Alto, delgado, tocado con una capucha negra, el aterrador rostro con rasgos de serpiente era blanco y
demacrado, y unos ojos rojos con sendas rendijas por pupilas miraban atentamente a Harry… Lord
Voldemort había aparecido en medio del vestíbulo y apuntaba con su varita al muchacho, que se había
quedado petrificado.
—¿Qué dices, que has roto mi profecía? —preguntó Voldemort con voz queda observando a Harry con
ojos rojos y despiadados—. No, Bella, no miente… Veo la verdad mirándome desde dentro de su
despreciable mente… Meses de preparación, meses de esfuerzo…, y mis mortífagoshan dejado que
Harry Potter vuelva a desbaratar mis planes…
—¡Lo siento, amo, no lo sabía, yo estaba peleando con el animago Black! —gimoteó Bellatrix, y se
arrodilló a los pies de Voldemort mientras él se le acercaba lentamente—. Amo, deberíais saber que…
—Cállate, Bella —le ordenó Voldemort con crueldad—. Enseguida me encargaré de ti. ¿Acaso crees
que he entrado en el Ministerio de Magia para escuchar tus penosas disculpas?
—Pero amo… Él está aquí, está abajo…
Voldemort no le prestó atención.
—A ti no tengo nada más que decirte, Potter —dijo sin inmutarse—. Ya me has fastidiado bastante,
llevas demasiado tiempo molestándome.¡AVADA KEDAVRA!
Harry ni siquiera había abierto la boca para defenderse; tenía la mente en blanco y apuntaba al suelo
con la varita que sujetaba con la mano que le colgaba inerte á un lado.
Pero la estatua dorada del mago sin cabeza de la fuente había cobrado vida, y saltó al suelo desde su
pedestal y se colocó entre Harry y Voldemort. El hechizo rebotó en su pecho cuando la estatua extendió
los brazos para proteger a Harry.
—¿Qué…? —gritó Voldemort mirando a su alrededor. Y entonces susurró—: ¡Dumbledore!
Harry miró hacia atrás con el corazón desbocado. Dumbledore estaba de pie frente a las rejas doradas.
Voldemort levantó la varita y otro haz de luz verde golpeó a Dumbledore, que se dio la vuelta y
desapareció en medio del revuelo de su capa. Al cabo de un segundo, apareció de nuevo detrás de
Voldemort y agitó la varita apuntando a lo que quedaba de la fuente. Las otras estatuas también
cobraron vida. La estatua de la bruja corrió hacia Bellatrix, que se puso a gritar y a lanzarle hechizos
que rebotaban en el pecho de la estatua; ésta se abalanzó sobre la mortífaga y finalmente la inmovilizó
contra el suelo. Entre tanto, el duende y el elfo doméstico se escabulleron hasta las chimeneas
empotradas a lo largo de la pared, y el centauro, que ya sólo tenía un brazo, salió al galope hacia
Voldemort, que desapareció y volvió a aparecer junto a la fuente. La estatua del mago empujó a Harry
hacia atrás y lo apartó de la refriega, mientras Dumbledore avanzaba hacia Voldemort y el centauro
galopaba en torno a ellos.
—Has cometido una estupidez viniendo aquí esta noche, Tom —dijo Dumbledore con serenidad—. Los
auroresestán en camino…
—¡Pero cuando lleguen, yo me habré ido y tú estarás muerto! —le espetó Voldemort. Luego lanzó otra
maldición asesina a Dumbledore, pero no dio en el blanco, sino que golpeó la mesa del mago de
seguridad, que se prendió fuego.
Dumbledore también usó su varita, y fue tal la potencia del hechizo que emanó de ella que, pese a estar
protegido por su dorado guardián, a Harry se le pusieron los pelos de punta cuando el rayo pasó a su
lado. Esa vez, Voldemort se vio obligado a crear un reluciente escudo de plata para desviarlo. El
hechizo, fuera el que fuese, no le produjo daños visibles al escudo, aunque le arrancó una fuerte nota
parecida al sonido de un gong, francamente estremecedor.
—¿No quieres matarme, Dumbledore? —le preguntó Voldemort asomando los entrecerrados y rojos
ojos por encima del borde del escudo—. Estás por encima de esa crueldad, ¿verdad?
—Ambos sabemos que existen otras formas de destruir a un hombre, Tom —respondió Dumbledore,
impasible, y siguió caminando hacia Voldemort como si no temiera absolutamente nada, como si no
tuviera ningún motivo para interrumpir su paseo por el vestíbulo—. Reconozco que quitarte la vida no
bastaría para satisfacerme…
—¡No hay nada peor que la muerte, Dumbledore! —gruñó Voldemort.
—Te equivocas —replicó Dumbledore, que continuaba acercándose a Voldemort y hablaba con
despreocupación, como si discutieran tranquilamente aquel asunto mientras se tomaban una copa.
Harry se asustó al ver que Dumbledore caminaba como si tal cosa, expuesto, desprotegido; quería
gritarle algo para prevenirlo, pero su decapitado guardián seguía empujándolo hacia la pared y le
impedía cualquier intento de asomarse por detrás de él—. De hecho, tu incapacidad para comprender
que hay cosas mucho peores que la muerte siempre ha sido tu mayor debilidad.
Otro haz de luz verde surgió de detrás del escudo de plata. Esta vez fue el centauro manco, que
galopaba delante de Dumbledore, el que recibió el impacto y se hizo añicos, pero, antes de que los
fragmentos llegaran al suelo, Dumbledore echó hacia atrás su varita y la sacudió como si blandiera un
látigo. Una larga y delgada llama salió de la punta y se enroscó alrededor de Voldemort, abrazando
también el escudo. Por un instante pareció que Dumbledore había ganado, pero entonces la cuerda
luminosa se convirtió en una serpiente que soltó a Voldemort de inmediato y se dio la vuelta, silbando
furiosa, para enfrentarse a Dumbledore.
Voldemort desapareció, y la serpiente echó hacia atrás la parte del cuerpo que tenía levantada del suelo,
preparada para atacar.
Hubo un fogonazo en el aire, por encima de Dumbledore, y en ese preciso momento reapareció
Voldemort: estaba de pie en el pedestal, en el centro de la fuente donde hasta hacía poco se alzaban las
cinco estatuas.
—¡Cuidado! —gritó Harry.
Pero mientras él gritaba, otro haz de luz verde salió despedido de la varita de Voldemort hacia
Dumbledore, y la serpiente atacó…
EntoncesFawkesdescendió en picado ante Dumbledore, abrió mucho el pico y se tragó todo el haz de
luz verde: estalló en llamas y cayó al suelo, pequeño, encogido e incapaz de volar. De inmediato,
Dumbledore blandió su varita y describió un largo y fluido movimiento: la serpiente, que había estado
a punto de clavarle los colmillos, saltó por los aires y quedó reducida a una voluta de humo negro, y el
agua de la fuente se alzó formando una especie de capullo de cristal fundido y cubrió a Voldemort.
Durante un instante lo único que se vio de él fue una oscura, borrosa y desdibujada figura sin rostro que
se estremecía sobre el pedestal; era evidente que intentaba librarse de aquella sofocante masa…
Pero de pronto desapareció, y el agua cayó con gran estruendo en la fuente, se derramó por el borde e
inundó el suelo.
—¡AMO!—gritó Bellatrix.
Convencido de que todo había terminado y de que Voldemort había decidido huir, Harry intentó salir de
detrás de la estatua que lo protegía, pero Dumbledore le ordenó con voz atronadora:
—¡Quédate donde estás, Harry!
Dumbledore parecía asustado por primera vez. Pero Harry no entendía por qué: en el vestíbulo sólo
estaban ellos dos, Bellatrix, que seguía sollozando, atrapada bajo la estatua de la bruja, y Fawkes
convertido en cría de fénix que graznaba débilmente en el suelo.
Entonces a Harry se le abrió la cicatriz y comprendió que estaba muerto: sentía un dolor inconcebible,
un dolor insoportable…
Ya no se hallaba en el vestíbulo, sino atrapado en el abrazo de una criatura de ojos rojos, tan
fuertemente enroscada a su alrededor que Harry no sabía dónde terminaba su cuerpo y dónde empezaba
el de la criatura: estaban fusionados, unidos por el dolor, y no había escapatoria…
Y cuando la criatura habló, utilizó la boca de Harry, que atenazado por un dolor descomunal notó cómo
se movía su mandíbula:
—Mátame ahora, Dumbledore… —Cegado y moribundo, deseando soltarse con cada centímetro de su
cuerpo, Harry percibió que la criatura volvía a utilizarlo— Si la muerte no es nada, Dumbledore, mata
al chico…
«Que pare este dolor —pensó Harry—. Que nos mate. Acabe ya, Dumbledore. La muerte no es nada
comparada con esto… Así volveré a ver a Sirius…»
El corazón de Harry se llenó de emoción, y entonces el abrazo de la criatura se aflojó y cesó el dolor.
Harry se encontró tumbado boca abajo en el suelo, sin las gafas, temblando como si estuviera tendido
sobre hielo y no sobre madera.
Resonaban voces por el vestíbulo, muchas más de las que debía haber… Harry abrió los ojos y vio sus
gafas tiradas junto al talón de la estatua sin cabeza que lo había protegido, que en ese momento estaba
tumbada boca arriba, resquebrajada e inmóvil. Se puso las gafas y levantó un poco la cabeza, y
entonces descubrió la torcida nariz de Dumbledore a pocos centímetros de la suya.
—¿Estás bien, Harry?
—Sí —contestó él, aunque temblaba tanto que no podía mantener erguida la cabeza—. Sí, estoy…
¿Dónde está Voldemort? ¿Dónde…? ¿Quiénes son ésos, qué…?
El Atrio estaba lleno de gente; en el suelo se reflejaban las llamas de color verde esmeralda que habían
prendido en todas las chimeneas de una de las paredes; y un torrente de brujas y de magos salía por
ellas. Cuando Dumbledore lo ayudó a ponerse en pie, Harry vio las pequeñas estatuas de oro del elfo
doméstico y del duende, que guiaban a un atónito Cornelius Fudge.
—¡Estaba aquí! —gritó un individuo ataviado con una túnica roja y peinado con coleta que señalaba un
montón de trozos dorados que había en el otro extremo del vestíbulo, donde unos momentos antes
había estado atrapada Bellatrix—. ¡Lo he visto con mis propios ojos, señor Fudge, le juro que era
Quien-usted-sabe, ha agarrado a una mujer y se ha desaparecido!
—¡Lo sé, Williamson, lo sé, yo también lo he visto! —farfulló Fudge, que llevaba un pijama bajo la
capa de raya diplomática y jadeaba como si acabara de correr una maratón—. ¡Por las barbas de
Merlín! ¡Aquí! ¡Aquí, en el mismísimo Ministerio de Magia! ¡Por todos los diablos, parece mentira!
¡Caramba! ¿Cómo es posible?
—Si baja al Departamento de Misterios, Cornelius —sugirió Dumbledore, que parecía satisfecho con el
estado en que Harry se encontraba y dio unos pasos hacia delante; al hacerlo, varios de los recién
llegados se percataron de su presencia (unos cuantos levantaron las varitas; otros se quedaron
pasmados; las estatuas del elfo y del duende aplaudieron, y Fudge se llevó tal susto que sus zapatillas
se levantaron un palmo del suelo)—, encontrará a unos cuantos mortífagos fugados retenidos en la
Cámara de la Muerte, inmovilizados mediante un embrujo antidesaparición, que esperan a que decida
qué hacer con ellos.
—¡Dumbledore! —exclamó Fudge con perplejidad—. Usted… aquí… Yo…
Entonces miró salvajemente a losauroresque lo acompañaban y quedó clarísimo que estaba a punto de
gritar: «¡Deténganlo!»
—¡Cornelius, estoy dispuesto a luchar contra sus hombres y volver a ganar! —anunció Dumbledore
con voz atronadora—. Pero hace sólo unos minutos con sus propios ojos ha visto pruebas de que llevo
un año diciéndole la verdad. ¡Lord Voldemort ha regresado, y en cambio hace doce meses que está
usted persiguiendo al hombre equivocado; ya es hora de que empiece a usar la cabeza!
—Yo… no… Bueno… —balbuceó Fudge, y miró alrededor como si esperara que alguien le dijera lo
que tenía que hacer. Como nadie decía nada, añadió—: ¡Muy bien! ¡Dawlish! ¡Williamson! Bajen al
Departamento de Misterios a ver… Dumbledore, usted… usted tendrá que contarme exactamente… La
Fuente de los Hermanos Mágicos, ¿qué ha pasado? —añadió con una especie de gemido contemplando
el suelo del Atrio, por donde estaban esparcidos los restos de las estatuas de la bruja, el mago y el
centauro.
—Ya hablaremos de eso cuando haya enviado a Harry a Hogwarts —dijo Dumbledore.
—¿A Harry? ¿Harry Potter?
Fudge se dio bruscamente la vuelta y se quedó contemplando a Harry, que todavía estaba pegado contra
la pared, junto a la estatua caída que lo había protegido durante el duelo entre Dumbledore y
Voldemort.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó el ministro—. ¿Qué… qué significa esto?
—Se lo explicaré todo cuando Harry haya regresado al colegio —repitió Dumbledore.
Y entonces se apartó de la fuente y se encaminó hacia el lugar donde había caído la cabeza dorada del
mago. La señaló con la varita y musitó:«Portus».La cabeza emitió un resplandor dorado y tembló
ruidosamente contra el suelo de madera durante unos segundos, y luego volvió a quedarse quieta.
—¡Un momento, Dumbledore! —gritó Fudge mientras aquél recogía la cabeza del suelo e iba hacia
Harry—. ¡No tiene autorización para utilizar ese traslador! ¡No puede hacer esas cosas delante del
ministro de Magia como si…, como si…! —exclamó, pero se le entrecortó la voz cuando Dumbledore
lo miró autoritariamente por encima de sus gafas de media luna.
—Quiero que dé la orden de echar a Dolores Umbridge de Hogwarts —sentenció Dumbledore—.
Quiero que diga a susauroresque dejen de buscar a mi profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas para
que pueda volver a su trabajo. Voy a darle… —Dumbledore sacó un reloj con doce manecillas del
bolsillo y lo consultó— media hora de mi tiempo esta noche; creo que con eso bastará para repasar los
puntos más importantes de lo que ha ocurrido aquí. Después tendré que regresar a mi colegio. Si
necesita usted más ayuda de mí, no dude en consultarme en Hogwarts, por favor. Me llegarán todas las
cartas dirigidas al director.
Fudge miraba a Dumbledore con unos ojos más desorbitados que nunca; tenía la boca abierta y su
redondeado rostro estaba cada vez más sonrosado bajo el desordenado cabello gris.
—Yo…, usted…
Dumbledore le dio la espalda.
—Coge este traslador, Harry. —Le tendió la dorada cabeza de la estatua y Harry le puso una mano
encima, sin importarle lo que pudiera hacer a continuación ni adónde iría—. Me reuniré contigo dentro
de media hora —le aseguró Dumbledore quedamente—. Uno, dos, tres…
Harry volvió a notar aquella sensación de que tiraban de un gancho por detrás de su ombligo y el
lustroso suelo de madera desapareció bajo sus pies. El Atrio, Fudge y Dumbledore se habían esfumado,
y él volaba en un torbellino de sonido y color.
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