19
El vasallo de lord Voldemort
Hermione dio un grito. Black se puso en pie de un salto. Harry saltó también como sihubiera recibido una descarga eléctrica.
—He encontradoesto al pie del sauce boxeador —dijo Snape, arrojando la capa a
un lado y sin dejar de apuntar al pecho de Lupin con la varita—. Muchas gracias, Potter,
me ha sido muy útil.
Snape estaba casi sin aliento, pero su cara rebosaba sensación de triunfo.
—Tal vez os preguntéis cómo he sabido que estabais aquí —dijo con los ojos
relampagueantes—. Acabo de ir a tu despacho, Lupin. Te olvidaste de tomar la poción
esta noche, así que te llevé una copa llena. Fue una suerte. En tu mesa había cierto
mapa. Me bastó un vistazo para saber todo lo que necesitaba. Te vi correr por el
pasadizo.
—Severus... —comenzó Lupin, pero Snape no lo oyó.
—Le he dicho una y otra vez al director que ayudabas a tu viejo amigo Black a
entrar en el castillo, Lupin. Y aquí está la prueba. Nisiquiera se me ocurrió que
tuvierais el valor de utilizar este lugar como escondrijo.
—Te equivocas, Severus —dijo Lupin, hablando aprisa—. No lo has oído todo.
Puedo explicarlo. Sirius no ha venido a matar a Harry.
—Dos más para Azkaban esta noche —dijo Snape, con los ojos llenos de odio—.
Me encantará saber cómo se lo toma Dumbledore. Estaba convencido de que eras
inofensivo, ¿sabes, Lupin? Un licántropo domesticado...
—Idiota —dijo Lupin en voz baja—. ¿Vale la pena volver a meter en Azkaban a un
hombre inocente por una pelea de colegiales?
¡PUM!
Del final de la varita de Snape surgieron unas cuerdas delgadas, semejantes a
serpientes, que se enroscaron alrededor de la boca, las muñecas y los tobillos de Lupin.
Este perdió el equilibrio y cayó al suelo, incapaz de moverse. Con un rugido de rabia,
Black se abalanzó sobre Snape, pero Snape apuntó directamente a sus ojos con la varita.
—Dame un motivo —susurró—. Dame un motivo para hacerlo y te juro que lo
haré.
Black se detuvo en seco. Era imposible decir qué rostro irradiaba más odio. Harry
se quedó paralizado, sin saber qué hacer ni a quién creer. Dirigió una mirada a Ron y a
Hermione. Ron parecía tan confundido como él, intentando todavía retener a Scabbers.
Hermione, sin embargo, dio hacia Snape un paso vacilante y dijo casi sin aliento:
—Profesor Snape, no... no perdería nada oyendo lo que tienen que decir; ¿no cree?
—Señorita Granger; me temo que vas a ser expulsada del colegio —dijo Snape—.
Tú, Potter y Weasley os encontráis en un lugar prohibido, en compañía de un asesino
escapado y de un licántropo. Y ahora te ruego que, por una vez en tu vida, cierres la
boca.
—Pero si... si fuera todo una confusión...
—¡CALLATE, IMBÉCIL! —gritó de repente Snape, descompuesto—. ¡NO
HABLES DE LO QUE NO COMPRENDES! —Del final de su varita, que seguía
apuntando a la cara de Black, salieron algunas chispas. Hermione guardó silencio,
mientras Snape proseguía—. La venganza es muy dulce —le dijo a Black en voz
baja—. ¡Habría dado un brazo por ser yo quien te capturara!
—Eres tú quien no comprende, Severus —gruñó Black—. Mientras este muchacho
meta su rata en el castillo —señaló a Ron con la cabeza—, entraré en él sigilosamente.
—¿En el castillo? —preguntó Snape con voz melosa—. No creo que tengamos que
ir tan lejos. Lo único que tengo que hacer es llamar a los dementores en cuanto
salgamos del sauce. Estarán encantados de verte, Black... Tanto que te darán un besito,
me atrevería a decir...
El rostro de Black perdió el escaso color que tenía.
—Tienes que escucharme —volvió a decir—. La rata, mira la rata...
Pero había un destello de locura en la expresión de Snape que Harry no había visto
nunca. Parecía fuera de sí.
—Vamos todos —ordenó. Chascó los dedos y las puntas de las cuerdas con que
había atado a Lupin volvieron a sus manos—. Arrastraré al licántropo. Puede que los
dementores lo besen también a él.
Sin saber lo que hacía, Harry cruzó la habitación con tres zancadas y bloqueó la
puerta.
—Quítate de en medio, Potter. Ya estás metido en bastantes problemas —gruñó
Snape—. Si no hubiera venido para salvarte...
—El profesor Lupin ha tenido cientos de oportunidades de matarme este curso
—explicó Harry—. He estado solo con él un montón de veces, recibiendo clases de
defensa contra los dementores. Si es un compinche de Black, ¿por qué no acabó
conmigo?
—No me pidas que desentrañe la mente de un licántropo —susurró Snape—.
Quítate de en medio, Potter.
—¡DA USTED PENA! —gritó Harry—. ¡SE NIEGA A ESCUCHAR SÓLO
PORQUE SE BURLARON DE USTED EN EL COLEGIO!
—¡SILENCIO! ¡NO PERMITIRÉ QUE ME HABLES ASÍ! —chilló Snape, más
furioso que nunca—. ¡De tal palo tal astilla, Potter! ¡Acabo de salvarte el pellejo,
tendrías que agradecérmelo de rodillas! ¡Te estaría bien empleado si te hubiera matado!
Habrías muerto como tu padre, demasiado arrogante para desconfiar de Black. Ahora
quítate de en medio o te quitaré yo. ¡APARTATE, POTTER!
Harry se decidió en una fracción de segundo. Antes de que Snape pudiera dar un
paso hacia él había alzado la varita.
—¡Expeliarmo! —gritó.
Pero lasuya no fue la única voz que gritó. Una ráfaga de aire movió la puerta sobre
sus goznes. Snape fue alzado en el aire y lanzado contra la pared. Luego resbaló hasta el
suelo, con un hilo de sangre que le brotaba de la cabeza. Estaba sin conocimiento.
Harrymiró a su alrededor. Ron y Hermione habían intentado desarmar a Snape en
el mismo momento que él. La varita de Snape planeó trazando un arco y aterrizó sobre
la cama, al lado de Crookshanks.
—No deberías haberlo hecho —dijo Black mirando a Harry—. Tendrías que
habérmelo dejado a mí...
Harry rehuyó los ojos de Black. No estaba seguro, ni si—quiera en aquel momento,
de haber hecho lo que debía.
—¡Hemos agredido a un profesor...! ¡Hemos agredido a un profesor...!
—gimoteaba Hermione, mirando asustada a Snape, que parecía muerto—. ¡Vamos a
tener muchos problemas!
Lupin forcejeaba para librarse de las ligaduras. Black se inclinó para desatarlo.
Lupin se incorporó, frotándose los lugares entumecidos por las cuerdas.
—Gracias, Harry —dijo.
—Aún no creo en usted —repuso Harry.
—Entonces es hora de que te ofrezcamos alguna prueba —dijo Black—.
Muchacho, entrégame a Peter. Ya.
Ron apretó a Scabbers aún más fuertemente contra el pecho.
—Venga —respondió débilmente—, ¿quiere que me crea que escapó usted de
Azkaban sólo para atrapar a Scabbers? Quiero decir... —Miró a Harry y a Hermione en
busca de apoyo—. De acuerdo, supongamos que Pettigrew pueda transformarse en
rata... Hay millones de ratas. ¿Cómo sabía, estando en Azkaban, cuál era la, que
buscaba?
—¿Sabes, Sirius? Ésa es una buena pregunta —observó Lupin, volviéndose hacia
Black y frunciendo ligeramente el entrecejo—. ¿Cómo supiste dónde estaba?
Black metió dentro de la túnica una mano que parecía una garra y sacó una página
arrugada de periódico, la alisó y se la enseñó a todos. Era la foto de Ron y su familia
que había aparecido en el diario El Profeta el verano anterior. Sobre el hombro de Ron
se encontraba Scabbers.
—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó Lupin a Black, estupefacto.
—Fudge —explicó Black—. Cuando fue a inspeccionar Azkaban el año pasado,
me dio el periódico. Y ahí estaba Peter, en primera plana... en el hombro de este chico.
Lo reconocí enseguida. Cuántas veces lo vi transformarse. Y el pie de foto decía que el
muchacho volvería aHogwarts, donde estaba Harry...
—¡Dios mío! —dijo Lupin en voz baja, mirando a Scabbers, luego la foto y otra
vez a Scabbers—. Su pata delantera...
—¿Qué le ocurre? —preguntó Ron, poniéndose chulito.
—Le falta un dedo —explicó Black.
—Claro —dijo Lupin—. Sencillo... e ingenioso. ¿Se lo cortó él?
—Poco antes de transformarse —dijo Black—. Cuando lo arrinconé, gritó para que
toda la calle oyera que yo había traicionado a Lily y a James. Luego, para que no
pudiera echarle ninguna maldición, abrió la calle con la varita en su espalda, mató a
todos los que se encontraban a siete metros a la redonda y se metió a toda velocidad por
la alcantarilla, con las demás ratas...
—¿Nunca lo has oído, Ron? —le preguntó Lupin—. El mayor trozo que
encontraron de Peter fue el dedo.
—Mire, seguramente Scabbers tuvo una pelea con otra rata, o algo así. Ha estado
con mi familia desde siempre.
—Doce años exactamente ¿No te has preguntado nunca por qué vive tanto?
—Bueno, la hemos cuidado muy bien —dijo Ron.
—Pero ahora no tiene muy buen aspecto, ¿verdad? —observó Lupin—. Apostaría a
que su salud empeoró cuando supo que Sirius se había escapado.
—¡La ha asustado ese gato loco! —repuso Ron, señalando con la cabeza a
Crookshanks, que seguía ronroneando en la cama.
Pero no había sido así, pensó Harry inmediatamente. Scabbers ya tenía mal aspecto
antes de encontrar a Crookshanks. Desde que Ron volvió de Egipto. Desde que Black
escapó...
—Este gato no está loco —dijo Black con voz ronca. Alargó una mano huesuda y
acarició la cabezamullida de Crookshanks—. Es el más inteligente que he visto en mi
vida. Reconoció a Peter inmediatamente. Y cuando me encontró supo que yo no era un
perro de verdad. Pasó un tiempo antes de que confiara en mí. Finalmente, me las arreglé
para hacerle entender qué era lo que pretendía, y me ha estado ayudando...
—¿Qué quiere decir? —preguntó Hermione en voz baja.
—Intentó que Peter se me acercara, pero no pudo... Así que se apoderó de las
contraseñas para entrar en la torre de Gryffindor. Según creo, las cogió de la mesilla de
un muchacho...
El cerebro de Harry empezaba a hundirse por el peso de las muchas cosas que oía.
Era absurdo... y sin embargo...
—Sin embargo, Peter se olió lo que ocurría y huyó. Este gato, ¿decís que se llama
Crookshanks?, me dijo que Peter había dejado sangre en las sábanas. Supongo que se
mordió... Simular su propia muerte ya había resultado en otra ocasión.
Estas palabras impresionaron a Harry y lo sacaron de su ensimismamiento.
—¿Y por qué fingió su muerte? —preguntó furioso—. Porque sabía que usted lo
quería matar; como mató a mis padres.
—No, Harry —dijo Lupin.
—Y ahora ha venido para acabar con él.
—Sí, es verdad —dijo Black, dirigiendo a Scabbers una mirada diabólica.
—Entonces yo tendría que haber permitido que Snape lo entregara —gritó Harry.
—Harry —dijo Lupin apresuradamente—, ¿no te das cuenta? Durante todo este
tiempo hemos pensado que Sirius había traicionado a tus padres y que Peter lo había
perseguido. Pero fue al revés, ¿no te das cuenta? Peter fue quien traicionóa tus padres.
Sirius le siguió la pista y...
—¡ESO NO ES CIERTO! —gritó Harry—. ¡ERA SU GUARDIÁN SECRETO!
¡LO RECONOCIÓ ANTES DE QUE USTED APARECIESE! ¡ADMITIÓ QUE LOS
MATÓ!
Señalaba a Black, que negaba lentamente con la cabeza. Sus ojos hundidos
brillaron de repente.
—Harry..., la verdad es que fue como si los hubiera matado yo —gruñó—.
Persuadí a Lily y a James en el último momento de que utilizaran a Peter. Los persuadí
de que lo utilizaran a él como guardián secreto y no a mí. Yo tengo la culpa, lo sé. La
noche que murieron había decidido vigilar a Peter, asegurarme de que todavía era de
fiar. Pero cuando llegué a su guarida, ya se había ido. No había señal de pelea alguna.
No me dio buena espina. Me asusté. Me puse inmediatamente en camino hacia lacasa
de tus padres. Y cuando la vi destruida y sus cuerpos... me di cuenta de lo que Peter
había hecho. Y de lo que había hecho yo.
Su voz se quebró. Se dio la vuelta.
—Es suficiente —dijo Lupin, con una nota de acero en la voz que Harry no le
había oído nunca—. Hay un medio infalible de demostrar lo que verdaderamente
sucedió. Ron, entrégame la rata.
—¿Qué va a hacer con ella si se la doy? —preguntó Ron con nerviosismo.
—Obligarla a transformarse —respondió Lupin—. Si de verdad es sólo una rata, no
sufrirá ningún daño.
Ron dudó. Finalmente puso a Scabbers en las manos de Lupin. Scabbers se puso a
chillar sin parar; retorciéndose y agitándose. Sus ojos diminutos y negros parecían
salirse de las órbitas.
—¿Preparado, Sirius? —preguntó Lupin.
Black ya habíarecuperado la varita de Snape, que había caído en la cama. Se
aproximó a Lupin y a la rata. Sus ojos húmedos parecían arder.
—¿A la vez? —preguntó en voz baja.
—Venga —respondió Lupin, sujetando a Scabbers con una mano y la varita con la
otra—. A la de tres. ¡Una, dos y... TRES!
Un destello de luz azul y blanca salió de las dos varitas. Durante un momento
Scabbers se quedó petrificada en el aire, torcida, en posición extraña. Ron gritó. La rata
golpeó el suelo al caer. Hubo otro destello cegador y entonces...
Fue como ver la película acelerada del crecimiento de un árbol. Una cabeza brotó
del suelo. Surgieron las piernas y los brazos. Al cabo de un instante, en el lugar de
Scabbers se hallaba un hombre, encogido y retorciéndose las manos. Crookshanks
bufaba y gruñía en la cama, con el pelo erizado.
Era un hombre muy bajito, apenas un poco más alto que Harry y Hermione. Tenía
el pelo ralo y descolorido, con calva en la coronilla. Parecía encogido, como un gordo
que hubiera adelgazado rápidamente. Su piel parecía roñosa, casi como la de Scabbers,
y le quedaba algo de su anterior condición roedora en lo puntiagudo de la nariz y en los
ojos pequeños y húmedos. Los miró a todos, respirando rápida y superficialmente.
Harry vio que sus ojos iban rápidamente haciala puerta.
—Hola, Peter —dijo Lupin con voz amable, como si fuera normal que las ratas se
convirtieran en antiguos compañeros de estudios—. Cuánto tiempo sin verte.
—Si... Sirius. Re... Remus —incluso la voz de Pettigrew era como de rata. Volvió a
mirara la puerta—. Amigos, queridos amigos...
Black levantó el brazo de la varita, pero Lupin lo sujetó por la muñeca y le echó
una mirada de advertencia. Entonces se volvió a Pettigrew con voz ligera y
despreocupada.
—Acabamos de tener una pequeña charla, Peter, sobre lo que sucedió la noche en
que murieron Lily y James. Quizás te hayas perdido alguno de los detalles más
interesantes mientras chillabas en la cama.
—Remus —dijo Pettigrew con voz entrecortada, y Harry vio gotas de sudor en su
pálido rostro—, no lo creerás, ¿verdad? Intentó matarme a mí...
—Eso es lo que hemos oído —dijo Lupin más fríamente—. Me gustaría aclarar
contigo un par de puntos, Peter; si fueras tan...
—¡Ha venido porque otra vez quiere matarme! —chilló Pettigrew señalando a
Black, yHarry vio que utilizaba el dedo corazón porque le faltaba el índice—. ¡Mató a
Lily y a James, y ahora quiere matarme a mí...! ¡Tienes que protegerme, Remus!
El rostro de Black semejaba más que nunca una calavera, mientras miraba a Peter
Pettigrew con sus ojos insondables.
—Nadie intentará matarte antes de que aclaremos algunos puntos —dijo Lupin.
—¿Aclarar puntos? —chilló Pettigrew, mirando una vez más a su alrededor; hacia
las ventanas cegadas y hacia la única puerta—. ¡Sabía que me perseguiría! ¡Sabía que
volvería a buscarme! ¡He temido este momento durante doce años!
—¿Sabías que Sirius se escaparía de Azkaban cuando nadie lo había conseguido
hasta ahora? —preguntó Lupin, frunciendo el entrecejo.
—¡Tiene poderes oscuros con los que los demás sólo podemos soñar! —chilló
Pettigrew con voz aguda—. ¿Cómo, si no, iba a salir de allí? Supongo que El Que No
Debe Nombrarse le enseñó algunos trucos.
Black comenzó a sacudirse con una risa triste y horrible que llenó la habitación.
—¿Que Voldemort me enseñó trucos? —dijo y Peter Pettigrew retrocedió como si
Black acabara de blandir un látigo en su dirección—. ¿Qué te ocurre? ¿Te asustas al oír
el nombre de tu antiguo amo? —preguntó Black—. No te culpo, Peter. Sus secuaces no
están muy contentos de ti, ¿verdad?
—No sé... qué quieres decir, Sirius —murmuró Pettigrew, respirando más aprisa
aún. Todo su rostro brillaba de sudor.
—No te has estado ocultando durante doce años de mí —dijo Black—. Te has
estado ocultando de los viejos seguidores de Voldemort. En Azkaban oí cosas. Todos
piensan que si no estás muerto, deberías aclararles algunas dudas. Les he oído gritar en
sueños todo tipo de cosas. Cosas como que el traidor les había traicionado. Voldemort
acudió a la casa de los Potter por indicación tuya y allí conoció la derrota. Y no todos
los seguidores de Voldemort han terminado en Azkaban, ¿verdad? Aún quedan muchos
libres, esperando su oportunidad, fingiendo arrepentimiento... Si supieran que sigues
vivo...
—No entiendo de qué hablas... —dijo de nuevo Pettigrew, con voz más chillona
que nunca. Se secó la cara con la manga y miró a Lupin—. No creerás nada de eso, de
esa locura...
—Tengo que admitir; Peter, que me cuesta comprender por qué un hombre
inocente se pasa doce años convertido en rata —dijo Lupin impasible.
—¡Inocente, pero asustado! —chilló Pettigrew—. Si los seguidores de Voldemort
me persiguen es porque yo metí en Azkaban a uno de sus mejores hombres: el espía
Sirius Black.
El rostro de Black se contorsionó.
—¿Cómo te atreves? —gruñó, y su voz se asemejó de repente a la del perro
enorme que había sido—. ¿Yo, espía de Voldemort? ¿Cuándo he husmeado yo a los que
eran más fuertes y poderosos? Pero tú, Peter... no entiendo cómo no comprendí desde el
primer momento que eras tú el espía. Siempre te gustó tener amigos corpulentos para
que te protegieran, ¿verdad? Ese papel lo hicimos nosotros: Remus y yo... y James...
Pettigrew volvió a secarse el rostro; le faltaba el aire.
—¿Yo, espía...? Estás loco. No sé cómo puedes decir...
—Lily y James te nombraron guardián secreto sólo porque yo se lo recomendé
—susurró Black con tanto odio que Pettigrew retrocedió—. Pensé que era una idea
perfecta... una trampa. Voldemort iría tras de mí, nunca pensaría que los Potter
utilizarían a alguien débil y mediocrecomo tú... Sin duda fue el mejor momento de tu
miserable vida, cuando le dijiste a Voldemort que podías entregarle a los Potter.
Pettigrew murmuraba cosas, aturdido. Harry captó palabras como «inverosímil» y
«locura», pero no podía dejar de fijarse sobretodo en el color ceniciento de la cara de
Pettigrew y en la forma en que seguía mirando las ventanas y la puerta.
—¿Profesor Lupin? —dijo Hermione, tímidamente—. ¿Puedo decir algo?
—Por supuesto, Hermione —dijo Lupin cortésmente.
—Pues bien, Scabbers...,quiero decir este... este hombre... ha estado durmiendo en
el dormitorio de Harry durante tres años. Si trabaja para Quien Usted Sabe, ¿cómo es
que nunca ha intentado hacerle daño?
—Eso es —dijo Pettigrew con voz aguda, señalando a Hermione con la mano
lisiada—. Gracias. ¿Lo ves, Remus? ¡Nunca le he hecho a Harry el más leve daño! ¿Por
qué no se lo he hecho?
—Yo te diré por qué —dijo Black—. Porque no harías nada por nadie si no te
reporta un beneficio. Voldemort lleva doce años escondido, dicen que estámedio
muerto. Tú no cometerías un asesinato delante de Albus Dumbledore por servir a una
piltrafa de brujo que ha perdido todo su poder; ¿a que no? Tendrías que estar seguro de
que es el más fuerte en el juego antes de volver a ponerte de su parte. ¿Paraqué, si no,
te alojaste en una familia de magos? Para poder estar informado, ¿verdad, Peter? Sólo
por si tu viejo protector recuperaba las fuerzas y volvía a ser conveniente estar con él.
Pettigrew abrió y cerró la boca varias veces. Se había quedado sinhabla.
—Eh... ¿Señor Black... Sirius? —preguntó tímidamente Hermione. —A Black le
sorprendió que lo interpelaran de esta manera, y miró a Hermione fijamente, como si
nadie se hubiera dirigido a él con tal respeto en los últimos años—. Si no le importa que
le pregunte, ¿cómo escapó usted de Azkaban? Si no empleó magia negra...
—¡Gracias! —dijo Pettigrew, asintiendo con la cabeza—. ¡Exacto! ¡Eso es
precisamente lo que yo...!
Pero Lupin lo silenció con una mirada. Black fruncía ligeramente el entrecejo con
los ojos puestos en Hermione, pero no como si estuviera enfadado con ella: más bien
parecía meditar la respuesta.
—No sé cómo lo hice —respondió—. Creo que la única razón por la que nunca
perdí la cabeza es que sabía que era inocente. No era un pensamiento agradable, así que
los dementores no me lo podían absorber... Gracias a eso conservé la cordura y no
olvidé quién era... Gracias a eso conservé mis poderes... así que cuando ya no pude
aguantar más me convertí en perro. Los dementores son ciegos, comosabéis. —Tragó
saliva—. Se dirigen hacia la gente porque perciben sus emociones... Al convertirme en
perro, notaron que mis sentimientos eran menos humanos, menos complejos, pero
pensaron, claro, que estaba perdiendo la cabeza, como todo el mundo, así queno se
preocuparon. Pero yo me encontraba débil, muy débil, y no tenía esperanza de alejarlos
sin una varita. Entonces vi a Peter en aquella foto... comprendí que estaba en Hogwarts,
con Harry... en una situación perfecta para actuar si oía decir que el Señor de las
Tinieblas recuperaba fuerzas... —Pettigrew negó con la cabeza y movió la boca sin
emitir sonido alguno, mirando a Black como hipnotizado—... Estaba dispuesto a hacerlo
en cuanto estuviera seguro de sus aliados..., estaba dispuesto a entregarles al último de
los Potter. Si les entregaba a Harry, ¿quién se atrevería a pensar que había traicionado a
lord Voldemort? Lo recibirían con honores...
—Así que ya veis, tenía que hacer algo. Yo era el único que sabía que Peter estaba
vivo...
Harry recordó lo que el padre de Ron le había dicho a su esposa: «Los guardianes
dicen que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas
palabras: “Está en Hogwarts.”»
—Era como si alguien hubiera prendido una llama en mi cabeza, y los dementores
no podían apagarla. No era un pensamiento agradable..., era una obsesión... pero me
daba fuerzas, me aclaraba la mente. Por eso, una noche, cuando abrieron la puerta para
dejarme la comida, salí entre ellos, en forma de perro. Les resulta tan difícil percibir las
emociones animales que se confundieron. Estaba delgado, muy delgado... Lo bastante
delgado para pasar a través de los barrotes. Nadé como un perro. Viajé hacia el norte y
me metí en Hogwarts con la forma de perro... He vivido en el bosque desde entonces...
menos cuando iba a ver el partido de quidditch, claro... Vuelas tan bien como tu padre,
Harry... —Miró al muchacho, que esta vez no apartó la vista—. Créeme —añadió
Black—. Créeme. Nunca traicioné a James y a Lily. Antes habría muerto.
Y Harry lo creyó. Asintió con la cabeza, con un nudo en la garganta.
—¡No!
Pettigrew se había arrodillado, como si el gesto de asentimiento de Harry hubiera
sido su propia sentencia de muerte. Fue arrastrándose de rodillas, humillándose, con las
manos unidas enactitud de rezo.
—Sirius, soy yo, soy Peter... tu amigo. No..., tú no...
Black amagó un puntapié y Pettigrew retrocedió.
—Ya hay bastante suciedad en mi túnica sin que tú la toques.
—¡Remus! —chilló Pettigrew volviéndose hacia Lupin, retorciéndose ante él,
implorante—. Tú no lo crees. ¿No te habría contado Sirius que habían cambiado el
plan?
—No si creía que el espía era yo, Peter —dijo Lupin—. Supongo que por eso no
me lo contaste, Sirius —dijo Lupin despreocupadamente, mirándolo por encima de
Pettigrew.
—Perdóname, Remus —dijo Black.
—No hay por qué, Canuto, viejo amigo —respondió Lupin, subiéndose las
mangas—. Y a cambio, ¿querrás perdonar que yo te creyera culpable?
—Por supuesto —respondió Black, y un asomo de sonrisa apareció en su
demacrado rostro. También empezó a remangarse—. ¿Lo matamos juntos?
—Creo que será lo mejor —dijo Lupin con tristeza.
—No lo haréis, no seréis capaces... —dijo Pettigrew. Y se volvió hacia Ron,
arrastrándose—. Ron, ¿no he sido un buen amigo?, ¿una buena mascota? No dejesque
me maten, Ron. Estás de mi lado, ¿a que sí?
Pero Ron miraba a Pettigrew con repugnancia.
—¡Te dejé dormir en mi cama! —dijo.
—Buen muchacho... buen amo... —Pettigrew siguió arrastrándose hacia Ron—. No
lo consentirás... yo era tu rata... fui una buenamascota...
—Si eras mejor como rata que como hombre, no tienes mucho de lo que alardear
—dijo Black con voz ronca.
Ron, palideciendo aún más a causa del dolor; alejó su pierna rota de Pettigrew.
Pettigrew giró sobre sus rodillas, se echó hacia delante y asió el borde de la túnica de
Hermione.
—Dulce criatura... inteligente muchacha... no lo consentirás... ayúdame...
Hermione tiró de la túnica para soltarla de la presa de Pettigrew y retrocedió
horrorizada.
Pettigrew temblaba sin control y volvió lentamente la cabeza hacia Harry
—Harry, Harry.. qué parecido eres a tu padre... igual que él...
—¿CÓMO TE ATREVES A HABLAR A HARRY? —bramó Black—. ¿CÓMO
TE ATREVES A MIRARLO A LA CARA? ¿CÓMO TE ATREVES A MENCIONAR
A JAMES DELANTE DE ÉL?
—Harry —susurró Pettigrew, arrastrándose hacia él con las manos extendidas—,
Harry, James no habría consentido que me mataran... James habría comprendido,
Harry... Habría sido clemente conmigo...
Tanto Black como Lupin se dirigieron hacia él con paso firme, lo cogieron por los
hombros y lo tiraron de espaldas al suelo. Allí quedó, temblando de terror; mirándolos
fijamente.
—Vendiste a Lily y a James a lord Voldemort —dijo Black, que también
temblaba—. ¿Lo niegas?
Pettigrew rompió a llorar. Era lamentable verlo: parecía un niño grande y calvo que
se encogía de miedo en el suelo.
—Sirius, Sirius, ¿qué otra cosa podía hacer? El Señor de las Tinieblas... no tienes
ni idea... Tiene armas que no podéis imaginar... Estaba aterrado, Sirius. Yo nunca fui
valiente como tú, como Remus y como James. Nunca quise que sucediera... El Que No
Debe Nombrarse me obligó.
—¡NO MIENTAS! —BRAMÓ BLACK—. ¡LE HABÍAS ESTADO PASANDO
INFORMACIÓN DURANTE UN AÑO ANTES DE LA MUERTE DE LILY Y DE
JAMES! ¡ERAS SU ESPÍA!
—¡Estaba tomando el poder en todas partes! —dijoPettigrew entrecortadamente—
. ¿Qué se ganaba enfrentándose a él?
—¿Qué se ganaba enfrentándose al brujo más malvado de la Historia? —preguntó
Black, furioso—. ¡Sólo vidas inocentes, Peter!
—¡No lo comprendes! —gimió Pettigrew—. Me habría matado, Sirius.
—¡ENTONCES DEBERÍAS HABER MUERTO! —bramó Black—. ¡MEJOR
MORIR QUE TRAICIONAR A TUS AMIGOS! ¡TODOS HABRÍAMOS
PREFERIDO LA MUERTE A TRAICIONARTE A TI!
Black y Lupin se mantenían uno al lado del otro, con las varitas levantadas.
—Tendrías que haberte dado cuenta —dijo Lupin en voz baja—de que si
Voldemort no te mataba lo haríamos nosotros. Adiós, Peter.
Hermione se cubrió el rostro con las manos y se volvió hacia la pared.
—¡No! —gritó Harry Se adelantó corriendo y se puso entre Pettigrew y las
varitas—.¡No podéis matarlo! —dijo sin aliento—. No podéis.
Tanto Black como Lupin se quedaron de piedra.
—Harry, esta alimaña es la causa de que no tengas padres —gruñó Black—. Este
ser repugnante te habría visto morir a ti también sin mover ni un dedo. Ya lo has oído.
Su propia piel maloliente significaba más para él que toda tu familia.
—Lo sé —jadeó Harry—. Lo llevaremos al castillo. Lo entregaremos a los
dementores. Puede ir a Azkaban. Pero no lo matéis.
—¡Harry! —exclamó Pettigrew entrecortadamente, y rodeólas rodillas de Harry
con los brazos—. Tú... gracias. Es más de lo que merezco. Gracias.
—Suéltame —dijo Harry, apartando las manos de Pettigrew con asco—. No lo
hago por ti. Lo hago porque creo que mi padre no habría deseado que sus mejores
amigos se convirtieran en asesinos por culpa tuya.
Nadie se movió ni dijo nada, salvo Pettigrew, que jadeaba con la mano crispada en
el pecho. Black y Lupin se miraron. Y bajaron las varitas a la vez.
—Tú eres la única persona que tiene derecho a decidir; Harry —dijo Black—. Pero
piensa, piensa en lo que hizo.
—Que vaya a Azkaban —repitió Harry—. Si alguien merece ese lugar; es él.
Pettigrew seguía jadeante detrás de él.
—De acuerdo —dijo Lupin—. Hazte a un lado, Harry
—Harry dudó—. Voy a atarlo —añadió Lupin—. Nadamás, te lo juro.
Harry se quitó de en medio. Esta vez fue de la varita de Lupin de la que salieron
disparadas las cuerdas, y al cabo de un instante Pettigrew se retorcía en el suelo, atado y
amordazado.
—Pero si te transformas, Peter —gruñó Black, apuntando a Pettigrew con su
varita—, te mataremos. ¿Estás de acuerdo, Harry?
Harry bajó la vista para observar la lastimosa figura, y asintió de forma que lo viera
Pettigrew.
—De acuerdo —dijo de repente Lupin, como cerrando un trato—. Ron, no sé
arreglar huesos como la señora Pomfrey pero creo que lo mejor será que te
entablillemos la pierna hasta que te podamos dejar en la enfermería.
Se acercó a Ron aprisa, se inclinó, le golpeó en la pierna con la varita y murmuró:
—¡Férula!
Unas vendas rodearon la pierna de Ron y se la ataron a una tablilla. Lupin lo ayudó
a ponerse en pie. Ron se apoyó con cuidado en la pierna y no hizo ni un gesto de dolor.
—Mejor —dijo—. Gracias.
—¿Y qué hacemos con el profesor Snape? —preguntó Hermione, en voz baja,
mirando a Snape postrado en el suelo.
—No le pasa nada grave —explicó Lupin, inclinándose y tomándole el pulso—.
Sólo os pasasteis un poco. Sigue sin conocimiento. Eh... tal vez sea mejor dejarlo así
hasta que hayamos vuelto al castillo. Podemos llevarlo tal como está. —Luego
murmuro—: Mobilicorpus.
El cuerpo inconsciente de Snape se incorporó como si tiraran de él unas cuerdas
invisibles atadas a las muñecas, el cuello y las rodillas. La cabeza le colgaba como a una
marioneta grotesca. Estaba levantado unos centímetros del suelo y los pies le colgaban.
Lupin cogió la capa invisible y se la guardó en el bolsillo.
—Dos de nosotros deberían encadenarse a esto —dijo Black, dándole a Pettigrew
un puntapié—, sólo para estar seguros.
—Yo lo haré —se ofreció Lupin.
—Y yo —dijo Ron, con furia y cojeando.
Black hizo aparecer unas esposas macizas. Pettigrew volvió a encontrarse de pie,
con el brazo izquierdo encadenado al derecho de Lupin y el derecho al izquierdo de
Ron. El rostro de Ron expresaba decisión. Se había tomado la verdadera identidad de
Scabbers como un insulto. Crookshanks saltó ágilmente de la cama y se puso el
primero, con la cola alegremente levantada.
20
El Beso del dementor
Harry no había formado nunca parte de un grupo tan extraño. Crookshanks bajaba lasescaleras en cabeza de la comitiva. Lupin, Pettigrew y Ron lo seguían, como si
participaran en una carrera. Detrás iba el profesor Snape, flotando de manera fantasmal,
tocando cada peldaño con los dedos de los pies y sostenido en el aire por su propia
varita, con la que Sirius le apuntaba. Harry y Hermione cerraban la marcha.
Fue difícil volver a entrar en el túnel. Lupin, Pettigrew y Ron tuvieron que ladearse
para conseguirlo.
Lupin seguía apuntando a Pettigrew con su varita. Harry los veía avanzar de lado,
poco a poco, en hilera. Crookshanks seguía en cabeza. Harry iba inmediatamente detrás
de Sirius, que continuaba dirigiendo a Snape con la varita. Éste, de vez en cuando, se
golpeaba la cabeza en el techo, y Harry tuvo la impresión de que Sirius no hacía nada
por evitarlo.
—¿Sabes lo que significa entregar a Pettigrew? —le dijo Sirius a Harry
bruscamente, mientras avanzaban por el túnel.
—Que tú quedarás libre —respondió Harry
—Sí... —dijo Sirius—. No sé si te lo ha dicho alguien, pero yo también soy tu
padrino.
—Sí, ya lo sabía —respondió Harry
—Bueno, tus padres me nombraron tutor tuyo —dijo Sirius solemnemente—, por
si les sucedía algo a ellos... —Harry esperó. ¿Quería decir Sirius lo que él se
imaginaba?—Por supuesto —prosiguió Black—, comprendo que prefieras seguir con
tus tíos. Pero... medítalo. Cuando mi nombre quede limpio... si quisieras cambiar de
casa...
A Harry se le encogió el estómago.
—¿Qué? ¿Vivir contigo? —preguntó, golpeándose accidentalmente la cabeza
contra una piedra que sobresalíadel techo—. ¿Abandonar a los Dursley?
—Claro, ya me imaginaba que no querrías —dijo inmediatamente Sirius—. Lo
comprendo. Sólo pensaba que...
—Pero ¿qué dices? —exclamó Harry; con voz tan chirriante como la de Sirius—.
¡Por supuesto que quiero abandonar a los Dursley! ¿Tienes casa? ¿Cuándo me puedo
mudar?
Sirius se volvió hacia él. La cabeza de Snape rascó el techo, pero a Sirius no le
importó.
—¿Quieres? ¿Lo dices en serio?
—¡Sí, muy en serio!
En el rostro demacrado de Sirius se dibujó la primera sonrisa auténtica que Harry
había visto en él. La diferencia era asombrosa, como si una persona diez años más joven
se perfilase bajo la máscara del consumido. Durante un momento se pudo reconocer en
él al hombre que sonreía en la boda de los padres de Harry.
No volvieron a hablar hasta que llegaron al final del túnel. Crookshanks salió el
primero, disparado. Evidentemente había apretado con la zarpa el nudo del tronco,
porque Lupin, Pettigrew y Ron salieron sin que se produjera ningún rumor de ramas
enfurecidas.
Sirius hizo salir a Snape por el agujero y luego se detuvo para ceder el paso a Harry
y a Hermione. No quedó nadie dentro. Los terrenos estaban muy oscuros. La única luz
venía de las ventanas distantes del castillo. Sin decir una palabra, emprendieron el
camino. Pettigrew seguía jadeando y gimiendo de vez en cuando. A Harry le zumbaba
la cabeza. Iba a dejar a los Dursley, iría a vivir con Sirius Black, el mejor amigo de sus
padres... Estaba aturdido. ¡Cuando dijera a los Dursley que se iba a vivir con el
presidiario que habían visto en la tele...!
—Un paso en falso, Peter; y... —dijo Lupin delante de ellos, amenazador;
apuntando con la varita al pecho de Pettigrew.
Atravesaron los terrenos del colegio en silencio, con pesadez. Las luces del castillo
se dilataban poco a poco. Snape seguía inconsciente, fantasmalmente transportado por
Sirius, la barbilla rebotándole en el pecho. Y entonces...
Una nube se desplazó. De repente, aparecieron en el suelo unas sombras oscuras.
La luz de la luna caía sobre el grupo.
Snape tropezó con Lupin, Pettigrew y Ron, que se habían detenido de repente.
Sirius se quedó inmóvil. Con un brazo indicó a Harry y a Hermione que no avanzaran.
Harry vio la silueta de Lupin. Se puso rígido y empezó a temblar.
—¡Dios mío! —dijo Hermione con voz entrecortada—. ¡No se ha tomado la poción
esta noche! ¡Es peligroso!
—Corred —gritó Sirius—. ¡Corred! ¡Ya!
Pero Harry no podía correr. Ron estaba encadenado a Pettigrew y a Lupin. Saltó
hacia delante, pero Sirius lo agarró por el pecho y lo echó hacia atrás.
—Dejádmelo a mí. ¡CORRED!
Oyeron un terrible gruñido. La cabeza de Lupin se alargaba, igual que su cuerpo.
Los hombros le sobresalían. El pelo le brotaba en el rostro y las manos, que se retorcían
hasta convertirse en garras. A Crookshanks se le volvió a erizar el pelo. Retrocedió.
Mientras el licántropo retrocedía, abriendo y cerrando las fauces, Sirius desapareció
del lado de Harry. Se había transformado. El perro grande como un oso saltó hacia
delante. Cuando el licántropo se liberó de las esposas que lo sujetaban, el perro lo atrapó
por el cuello y lo arrastró hacia atrás, alejándolo de Ron y de Pettigrew. Estaban
enzarzados, mandíbula con mandíbula, rasgándose el uno al otro con las zarpas.
Harry se quedó como hipnotizado. Estaba demasiado atento a la batalla para darse
cuenta de nada más. Fue el grito de Hermione lo que lo alertó.
Pettigrew había saltado para coger la varita caída de Lupin. Ron, inestable a causa
de la pierna vendada, se desplomó en el suelo. Se oyó un estallido, se vio un relámpago
y Ron quedó inmóvil en tierra. Otro estallido: Crookshanks saltó por el aire y volvió a
caer al suelo.
—¡Expeliarmo! —exclamó Harry, apuntando a Pettigrew con su varita. La varita
de Lupin salió volando y se perdió de vista—. ¡Quédate donde estás! —gritó Harry
mientras corría.
Demasiado tarde. Pettigrew también se había transformado. Harry vio su cola
pelona azotar el antebrazo de Ron a través de las esposas, y lo oyó huir a toda prisa por
la hierba. Oyeron un aullido y un gruñidosordo. Al volverse, Harry vio al hombre lobo
adentrándose en el bosque a la carrera.
—Sirius, ha escapado. ¡Pettigrew se ha transformado! —gritó Harry.
Sirius sangraba. Tenía heridas en el hocico y en la espalda, pero al oír las palabras
de Harry volvió a salir velozmente y al cabo de un instante el rumor de sus patas se
perdió.
Harry y Hermione se acercaron aprisa a Ron.
—¿Qué le ha hecho? —preguntó Hermione.
Ron tenía los ojos entornados, la boca abierta. Estaba vivo. Oían su respiración.
Pero no parecía reconocerlos.
—No sé.
Harry miró desesperado a su alrededor. Black y Lupin habían desaparecido... No
había nadie cerca salvo Snape, que seguía flotando en el aire, inconsciente.
—Será mejor que los llevemos al castillo y se lo digamos a alguien —dijo Harry,
apartándose el pelo de los ojos y tratando de pensar—. Vamos...
Oyeron un aullido que venía de la oscuridad: un perro dolorido.
—Sirius —murmuró Harry, mirando hacia la negrura.
Tuvo un momento de indecisión, pero no podían hacer nada por Ron en aquel
momento, y a juzgar por sus gemidos, Black se hallaba en apuros.
Harry echó a correr; seguido por Hermione. El aullido parecía proceder de los
alrededores del lago. Corrieron en aquella dirección y Harry notó un frío intenso sin
darse cuenta de lo que podía suponer.
El aullido se detuvo. Al llegar al lago vieron por qué: Sirius había vuelto a
transformarse en hombre. Estaba en cuclillas, con las manos en la cabeza.
—¡Noooo! —gemía—. ¡Noooooo, por favor!
Y entonces los vio Harry. Eran los dementores. Al menos cien, y se acercaban a
ellos como una masa negra. Se dio la vuelta. Aquel frío ya conocido penetró en su
interior y la niebla empezó a oscurecerle la visión. Por cada lado surgían de la oscuridad
más y más dementores. Los estaban rodeando...
—¡Hermione, piensa en algo alegre! —gritó Harry levantando la varita y
parpadeando con rapidez para aclararse la visión, sacudiendo la cabeza para alejar el
débil grito que había empezado a oír por dentro...
«Voy a vivir con mi padrino. Voy a dejar a los Dursley.»
Se obligó a no pensar más que en Sirius y comenzó a repetir a gritos:
—¡Expecto patronum! ¡Expecto patronum!
Black se estremeció. Rodó por el suelo y se quedó inmóvil, pálido como la muerte.
«Todo saldrá bien. Me iré a vivir con él.»
—¡Expecto patronum! ¡Ayúdame, Hermione! ¡Expecto patronum!
—¡Expecto...! —susurró Hermione—. ¡Expecto... expecto!
Pero no era capaz. Los dementores se aproximaban y ya estaban a tres metros
escasos de ellos. Formaban una sólida barrera en torno a Harry y Hermione, y seguían
acercándose...
—¡EXPECTO PATRONUM! —gritó Harry, intentando rechazar los gritos de sus
oídos—. ¡EXPECTO PATRONUM!
Un delgado hilo de plata salió de su varita y bailoteó delante de él, como si fuera
niebla. En ese instante, Harry notó que Hermione sedesmayaba a su lado. Estaba solo,
completamente solo...
—¡Expecto...! ¡Expecto patronum!
Harry sintió que sus rodillas golpeaban la hierba fría. La niebla le nublaba los ojos.
Haciendo un enorme esfuerzo, intentó recordar. Sirius era inocente, inocente... «Todo
saldrá bien. Voy a vivir con él.»
—¡Expecto patronum! —dijo entrecortadamente.
A la débil luz de su informe patronus, vio detenerse un dementor muy cerca de él.
No podía atravesar la niebla plateada que Harry había hecho aparecer, pero sacaba por
debajo de la capa una mano viscosa y pútrida. Hizo un ademán como para apartar al
patronus.
—¡No... no! —exclamó Harry entrecortadamente—. Es inocente. ¡Expecto
patronum!
Sentía sus miradas y oía su ruidosa respiración como un viento demoníaco. El
dementor más cercano parecía haberse fijado en él. Levantó sus dos manos putrefactas y
se bajó la capucha.
En el lugar de los ojos había una membrana escamosa y gris que se extendía por las
cuencas. Pero tenía boca: un agujero informe que aspiraba el aire con unestertor de
muerte.
Un terror de muerte se apoderó de Harry, impidiéndole moverse y hablar. Su
patronus tembló y desapareció. La niebla blanca lo cegaba. Tenía que luchar... Expecto
patronum... No podía ver..., a lo lejos oyó un grito conocido..., expecto patronum...
Palpó en la niebla en busca de Sirius y encontró su brazo. No se lo llevarían...
Pero, de repente, un par de manos fuertes y frías rodearon el cuello de Harry. Lo
obligaron a levantar el rostro. Sintió su aliento..., iban a eliminarlo primero a él... Sintió
su aliento corrupto..., su madre le gritaba en los oídos..., sería lo último que oyera en la
vida.
Y entonces, a través de la niebla que lo ahogaba, le pareció ver una luz plateada
que adquiría brillo. Se sintió caer de bruces en la hierba.
Boca abajo, demasiado débil para moverse, sintiéndose mal y temblando, Harry
abrió los ojos. Una luz cegadora iluminaba la hierba... Habían cesado los gritos, el frío
se iba...
Algo hacía retroceder a los dementores... algo que daba vueltas en torno a él, a
Sirius y a Hermione. Los estertores dejaban de oírse. Se iban. Volvía a hacer calor.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Harry levantó la cabeza unos centímetros y
vio entre la luz a un animal que galopaba por el lago. Con la visión empañada por el
sudor, Harry trató de distinguir de qué se trataba. Era brillante como un unicornio.
Haciendo un esfuerzo por conservar el sentido, Harry lo vio detenerse al llegar a la otra
orilla. Durante un instante vio también, junto al brillo, a alguien que daba la bienvenida
al animal y levantaba la mano para acariciarlo. Alguien que le resultaba familiar. Pero
no podía ser...
Harry no lo entendía. No podía pensar en nada. Sus últimas fuerzas lo abandonaron
y al desmayarse dio con la cabeza en el suelo.
21
El secreto de Hermione
—Asombroso. Verdaderamente asombroso. Fue un milagro que quedaran todos convida. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se encontraba usted allí, Snape...
—Gracias, señor ministro.
—Orden de Merlín, de segunda clase, diríayo. ¡Primera, si estuviese en mi mano!
—Muchísimas gracias, señor ministro.
—Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black.
—En realidad fueron Potter; Weasley y Granger, señor ministro.
—¡No!
—Black los había encantado. Me di cuenta enseguida.A juzgar por su
comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían que
existía una posibilidad de que fuera inocente. No eran responsables de lo que hacían.
Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black escapara... Obviamente,
creyeron que podían atrapar a Black ellos solos. Han salido impunes en tantas ocasiones
anteriores que me temo que se les ha subido a la cabeza... Y naturalmente, el director ha
consentido siempre que Potter goce de una libertad excesiva.
—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a
Potter.
—Ya. Pero ¿es bueno para él que se le conceda un trato tan especial?
Personalmente, intento tratarlo como a cualquier otro. Y cualquier otro sería expulsado,
al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro semejante. Fíjese, señor
ministro: contra todas las normas del colegio... después de todas las precauciones que se
han tomado para protegerlo... Fuera de los límites permitidos, en plena noche, en
compañía de un licántropo y un asesino... y tengo indicios de que también ha visitado
Hogsmeade, pese a la prohibición.
—Bien, bien..., ya veremos, Snape. El muchacho ha sido travieso, sin duda.
Harry escuchaba acostado, con los ojos cerrados. Estaba completamente aturdido.
Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta su cerebro, de forma que le
costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía los miembros como si fueran de plomo.
Sus párpados eran demasiado pesados para levantarlos. Quería quedarse allíacostado,
en aquella cómoda cama, para siempre...
—Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores... ¿Realmente
no sospecha qué pudo ser lo que los hizo retroceder; Snape?
—No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las entradas.
—Extraordinario. Y sin embargo, Black, Harry y la chica...
—Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black, hice
aparecer por arte de magia unas camillas y los traje a todos al castillo.
Hubo una pausa. El cerebro de Harry parecía funcionar un poco más aprisa, y al
hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en su estómago.
Abrió los ojos.
Todo estaba borroso. Alguien le había quitado las gafas. Se hallaba en la oscura
enfermería. Al final de la sala podía vislumbrar ala señora Pomfrey inclinada sobre una
cama y dándole la espalda. Bajo el brazo de la señora Pomfrey, distinguió el pelo rojo
de Ron.
Harry volvió la cabeza hacia el otro lado. En la cama de la derecha se hallaba
Hermione. La luz de la luna caía sobre su cama. También tenía los ojos abiertos. Parecía
petrificada, y al ver que Harry estaba despierto, se llevó un dedo a los labios. Luego
señaló la puerta de la enfermería. Estaba entreabierta y las voces de Cornelius Fudge y
de Snape entraban por ella desde el corredor.
La señora Pomfrey llegó entonces caminando enérgicamente por la oscura sala
hasta la cama de Harry Se volvió para mirarla. Llevaba el trozo de chocolate más grande
que había visto en su vida. Parecía un pedrusco.
—¡Ah, estás despierto! —dijo con voz animada. Dejó el chocolate en la mesilla de
Harry y empezó a trocearlo con un pequeño martillo.
—¿Cómo está Ron? —preguntaron al mismo tiempo Hermione y Harry.
—Sobrevivirá —dijo la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a vosotros dos,
permaneceréis aquí hasta que yo esté bien segura de que estáis... ¿Qué haces, Potter?
Harry se había incorporado, se ponía las gafas y cogió su varita.
—Tengo que ver al director —explicó.
—Potter —dijo con dulzura la señora Pomfrey—, todo se ha solucionado. Han
cogido a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el Beso en cualquier
momento.
—¿QUÉ?
Harry saltó de la cama. Hermione hizo lo mismo. Pero su grito se había oído en el
pasillo de fuera. Un segundo después, entraron en la enfermería Cornelius Fudge y
Snape.
—¿Qué es esto, Harry? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—. Tendrías que
estar en la cama... ¿Ha tomado chocolate? —le preguntó nervioso a la señora Pomfrey
—Escuche, señor ministro —dijo Harry—. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter
Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede permitir que
los dementores le hagan eso a Sirius, es...
Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente.
—Harry, Harry; estás confuso. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a
acostarte. Está todo bajo control.
—¡NADA DE ESO! —gritó Harry—. ¡HAN ATRAPADO AL QUE NO ES!
—Señor ministro, por favor; escuche —rogó Hermione. Se había acercado a Harry
y miraba a Fudge implorante—. Yo también lo vi. Era la rata de Ron. Es un animago.
Pettigrew, quiero decir. Y..
—¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los dos tienen confundidas las
ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos...
—¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —gritó Harry.
—¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de insistir
en que se vayan. ¡Potter es un paciente y no hay que fatigarlo!
—¡No estoy fatigado, estoy intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry
furioso—. Si me escuchan...
Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de chocolate en la
boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad para obligarle a volver a
la cama.
—Ahora, por favor; señor ministro... Estos niños necesitan cuidados. Les ruego que
salgan.
Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Harry tragó con dificultad el trozo de
chocolate y volvió a levantarse.
—Profesor Dumbledore, Sirius Black...
—¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director; he de insistir en
que...
—Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con el señor
Potter y la señorita Granger. He estado hablando con Sirius Black.
—Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la cabeza de
Potter —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que Pettigrew está vivo?
—Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando
detenidamente a Snape por sus gafas de media luna.
—¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter Pettigrew
no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal alguna de él por allí.
—¡Eso es porque usted estaba inconsciente, profesor! —dijo con seriedad
Hermione—. No llegó con tiempo para oír...
—¡Señorita Granger! ¡CIERRE LA BOCA!
—Vamos, Snape —dijo Fudge—. La muchacha está trastornada, hay que ser
comprensivos.
—Me gustaría hablar con Harry y con Hermione a solas —dijo Dumbledore
bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy Se lo ruego, déjennos.
—Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento, necesitan
descanso.
—Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto.
La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho, que estaba
al final de la sala, y dio un portazo al cerrar. Fudge consultó la gran saboneta de oro que
le colgaba del chaleco.
—Los dementores deberían de haber llegado ya. Iré a recibirlos. Dumbledore, nos
veremos arriba.
Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero Snape no se
movió.
—No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los ojos
fijos en Dumbledore.
—Quiero hablar a solas con Harry y con Hermione —repitió Dumbledore.
Snape avanzó un paso hacia Dumbledore.
—Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —dijo
Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó matarme.
—Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió
Dumbledore con tranquilidad.
Snape giró sobre los talones y salió con paso militar por la puerta que Fudge
mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió hacia Harry y
Hermione. Los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.
—Señor profesor; Black dice la verdad: nosotros vimos a Pettigrew
—Escapó cuando el profesor Lupin se convirtió en hombre lobo.
—Es una rata.
—La pata delantera de Pettigrew... quiero decir; el dedo: él mismo se lo cortó.
—Pettigrew atacó a Ron. No fue Sirius.
Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de explicaciones.
—Ahora tenéis que escuchar vosotros y os ruego que no me interrumpáis, porque
tenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene ninguna prueba de
lo que dice, salvo vuestra palabra. Y la palabra de dos brujos de trece años no
convencerá a nadie. Una calle llena de testigos juró haber visto a Sirius matando a
Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio de que Sirius era el guardián secreto de
los Potter.
—El profesor Lupin también puede testificarlo —dijo Harry, incapaz de
mantenerse callado.
—El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del bosque,
incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva aser humano, ya será demasiado tarde.
Sirius estará más que muerto. Y además, la gente confía tan poco en los licántropos que
su declaración tendrá muy poco peso. Y el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos...
—Pero...
—Escúchame, Harry. Es demasiado tarde, ¿lo entiendes? Tienes que comprender
que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que la vuestra.
—Él odia a Sirius —dijo Hermione con desesperación—. Por una broma tonta que
le gastó.
—Sirius no ha obrado como un inocente. La agresión contra la señora gorda...,
entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor... Si no encontramos a Pettigrew, vivo o
muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la sentencia.
—Pero usted nos cree.
—Sí, yo sí —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los demás ni
desautorizar al ministro de Magia.
Harry miró fijamente el rostro serio de Dumbledore y sintió como si se hundiera el
suelo bajo sus pies. Siempre había tenido la idea de que Dumbledore lo podía arreglar
todo. Creía que podía sacar del sombrero una solución asombrosa. Pero no: su última
esperanza se había esfumado.
—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus ojos azul
claro pasaban de Harry a Hermione.
—Pero... —empezó Hermione, poniendo los ojos muy redondos—. ¡AH!
—Ahora prestadme atención —dijo Dumbledore, hablando muy bajo y muy
claro—. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el séptimo piso.
Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va bien, esta noche podréis
salvar más de una vida inocente. Pero recordadlo los dos: no os pueden ver. Señorita
Granger, ya conoces las normas. Sabes lo que está en juego. No deben veros.
Harry no entendía nada. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se volvió.
—Os voy a cerrar con llave. Son —consultó su reloj—las doce menos cinco.
Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.
—¿Buena suerte? —repitió Harry, cuando la puerta se hubo cerrado tras
Dumbledore—. ¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos que hacer?
Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de oro muy
larga y fina.
—Ven aquí, Harry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido!
—Harry, perplejo, se acercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de la túnica
y Harry pudo ver un pequeño reloj de arena que pendía de ella—. Así. —Puso la cadena
también alrededor del cuello de Harry—. ¿Preparado? —dijo jadeante.
—¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender.
Hermione dio tres vueltas al reloj de arena.
La sala oscura desapareció. Harry tuvo la sensación de que volaba muy
rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y colores
borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos. Quiso gritar; pero no podía oír su propia
voz.
Sintió el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse. Se hallaba de pie, al
lado de Hermione, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada bañaba el suelo
pavimentado penetrando por las puertas principales, que estaban abiertas. Miró a
Hermione con la cadena clavándosele en el cuello.
—Hermione, ¿qué...?
—¡Ahí dentro! —Hermione cogió a Harry del brazo y lo arrastró por el vestíbulo
hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, empujó a Harry entre los cubos y
las fregonas, entró ella tras él y cerró la puerta.
—¿Qué..., cómo...? Hermione, ¿qué ha pasado?
—Hemos retrocedido en el tiempo —susurró Hermione, quitándole a Harry, a
oscuras, la cadena del cuello—. Tres horas.
Harry se palpó la pierna y se dio un fuerte pellizco. Le dolió mucho, lo que en
principio descartaba la posibilidad de que estuviera soñando.
—Pero...
—¡Chist! ¡Escucha! ¡Alguien viene! ¡Creo que somos nosotros! —Hermione había
pegado el oído a la puerta del armario—. Pasos por el vestíbulo... Sí, creo que somos
nosotros yendo hacia la cabaña de Hagrid.
—¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también estamos ahí
fuera?
—Sí —respondió Hermione, con el oído aún pegado a la puerta del armario—.
Estoy segura de que somos nosotros. No parecen más de tres personas. Y... vamos
despacio porquevamos ocultos por la capa invisible. —Dejó de hablar; pero siguió
escuchando—. Acabamos de bajar la escalera principal...
Hermione se sentó en un cubo puesto boca abajo. Harry estaba impaciente y quería
que Hermione le respondiera a algunas preguntas.
—¿De dónde has sacado ese reloj de arena?
—Se llama giratiempo —explicó Hermione—. Me lo dio la profesora McGonagall
el día que volvimos de vacaciones. Lo he utilizado durante el curso para poder asistir a
todas las clases. La profesora McGonagall me hizo jurar que no se lo contaría a nadie.
Tuvo que escribir un montón de cartas al Ministerio de Magia para que me dejaran tener
uno. Les dijo que era una estudiante modelo y que no lo utilizaría nunca para otro fin.
Le doy vuelta para volver a disponer de la horade clase. Gracias a él he podido asistir a
varias clases que tenían lugar al mismo tiempo, ¿te das cuenta? Pero, Harry, me temo
que no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Por qué nos ha dicho
que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a Sirius?
Harry la miró en la oscuridad.
—Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora —dijo pensativo—. ¿Qué
puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid...
—Ya estamos tres horas antes, nos dirigimos a la cabaña —explicó Hermione—.
Acabamos de oírnos salir.
Harry frunció el entrecejo. Estaba estrujándose el cerebro.
—Dumbledore dijo simplemente... dijo simplemente que podíamos salvar más de
una vida inocente... —Y entonces se le ocurrió—: ¡Hermione, vamos a salvar a
Buckbeak!
—Pero... ¿en qué ayudará eso a Sirius?
—Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick, donde
tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con Buckbeak hasta la ventana y
rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montadoen Buckbeak. ¡Pueden escapar juntos!
Hermione parecía aterrorizada.
—¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro!
—Bueno, tenemos que intentarlo, ¿no crees? —dijo Harry. Se levantó y pegó el
oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos...
Harry empujó y abrió la puerta del armario. El vestíbulo estaba desierto. Tan en
silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron corriendo los
escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles del bosque prohibido
volvían a brillar con un fulgor dorado.
—¡Si alguien se asomara a la ventana..! —chilló Hermione, mirando hacia atrás,
hacia el castillo.
—Huiremos —dijo Harry con determinación—. Nos internaremos en el bosque.
Tendremos que ocultarnos detrás de un árbol o algo así, y estar atentos.
—¡De acuerdo, pero iremos por detrás de los invernaderos! —dijo Hermione, sin
aliento—. ¡Tenemos que apartarnos de la puerta principal de la cabaña de Hagrid o de lo
contrario nos veremos a nosotros mismos! Ya debemos de estar llegando a la cabaña.
Pensando todavía en las intenciones de Hermione, Harry echó a correr delante de
ella. Atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron un momento detrás
de éstos y reanudaron el camino a toda velocidad, rodeando el sauce boxeador y yendo a
ocultarse en el bosque...
A salvo en la oscuridad de los árboles, Harry se dio la vuelta. Unos segundos más
tarde, llegó Hermione jadeando.
—Bueno —dijo con voz entrecortada—, tenemos que ir a la cabaña sin que se note.
Que no nos vean, Harry
Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al vislumbrar la
fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Se escondieron
tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid apareció en la puerta
tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver quién había llamado. Y Harry oyó
su propia voz que decía:
—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la
quitaremos.
—No deberíais haber venido —susurró Hagrid.
Se hizo a un ladoy cerró rápidamente la puerta.
—Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con
entusiasmo.
—Vamos a adelantarnos un poco —susurró Hermione—. ¡Tenemos que acercarnos
más a Buckbeak!
Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la valla
que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.
—¿Ahora? —susurró Harry
—¡No! —dijo Hermione—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la comisión
creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que lo vean atado!
—Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry. Les empezaba a parecer
irrealizable.
En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana.
—Ya se le ha caído a Hagrid la jarra de leche —dijo Hermione—. Dentro de un
momento encontraré a Scabbers.
Efectivamente, minutos después oyeron el chillido de sorpresa de Hermione.
—Hermione —dijo Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y nos
apoderásemos de Pettigrew?
—¡No! —exclamó Hermione con temor—. ¿No lo entiendes? ¡Estamos rompiendo
una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede cambiar lo ocurrido,
nadie! Ya has oído a Dumbledore... Si nos ven...
—Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos.
—Harry, ¿qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la cabaña de
Hagrid? —dijo Hermione.
—Creería... creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había magia
oscura por medio.
—Exactamente. No lo comprenderías. Incluso puede que te atacaras a ti mismo. La
profesora McGonagall me dijo que han sucedido cosas terribles cuandolos brujos se
han inmiscuido con el tiempo. ¡Muchos terminaron matando por error su propio yo,
pasado o futuro!
—Vale —dijo Harry—, sólo era una idea. Yo pensaba nada más que...
Pero Hermione le dio un codazo y señaló hacia el castillo. Harry movió la cabeza
unos centímetros para tener una visión más clara de la puerta central. Dumbledore,
Fudge, el anciano de la comisión y Macnair, el verdugo, bajaban los escalones.
—¡Estamos a punto de salir! —dijo Hermione en voz baja.
Efectivamente, un momento después se abrió la puerta trasera de la cabaña de
Hagrid y Harry se vio a sí mismo con Ron y con Hermione saliendo por ella con
Hagrid. Sin duda era la situación más rara en que se había visto, permanecer detrás del
árbol y verse a sí mismo en el huerto de lascalabazas.
—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid—. No temas. —Se volvió hacia los tres
amigos—. Venga, marchaos.
—Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.
—No pueden matarlo...
—¡Marchaos! Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un
lío.
Harry vio a Hermione echando la capa invisible sobre los tres en el huerto de
calabazas.
—Marchaos, rápido. No escuchéis.
Llamaron a la puerta principal de la cabaña de Hagrid. El grupo de la ejecución
había llegado. Hagrid dio media vuelta y se metió en la cabaña, dejando entreabierta la
puerta de atrás. Harry vio que la hierba se aplastaba a trechos alrededor de la cabaña y
oyó alejarse tres pares de pies. Él, Ron y Hermione se habían marchado, pero el Harry y
la Hermione que se ocultaban entre los árboles podían ahora escuchar por la puerta
trasera lo que sucedía dentro de la cabaña.
—¿Dónde está la bestia? —preguntó la voz fría de Macnair.
—Fu... fuera contestó Hagrid.
Harry escondió la cabeza cuando Macnair apareció en la ventana de Hagrid para
mirar a Buckbeak. Luego oyó a Fudge.
—Tenemos que leer la sentencia, Hagrid. Lo haré rápido. Y luego tú y Macnair
tendréis que firmar. Macnair, tú también debes escuchar. Es el procedimiento.
El rostro de Macnair desapareció de la ventana. Tendría que ser en ese momento o
nunca.
—Espera aquí —susurró Harry a Hermione—. Yo lo haré.
Mientras Fudge volvía a hablar; Harry salió disparado de detrás del árbol, saltó la
valla del huerto de calabazas y se acercó a Buckbeak.
—«La Comisión para lasCriaturas Peligrosas ha decidido que el hipogrifo
Buckbeak, en adelante el condenado, sea ejecutado el día seis de junio a la puesta del
sol...»
Guardándose de parpadear; Harry volvió a mirar fijamente los feroces ojos naranja
de Buckbeak e inclinó la cabeza. Buckbeak dobló las escamosas rodillas y volvió a
enderezarse. Harry soltó la cuerda que ataba a Buckbeak a la valla.
—«... sentenciado a muerte por decapitación, que será llevada a cabo por el
verdugo nombrado por la Comisión, Walden Macnair...»
—Vamos, Buckbeak —murmuró Harry—, ven, vamos a salvarte. Sin hacer ruido,
sin hacer ruido...
—«... por los abajo firmantes.» Firma aquí, Hagrid.
Harry tiró de la cuerda con todas sus fuerzas, pero Buckbeak había clavado en el
suelo las patas delanteras.
—Bueno, acabemos ya —dijo la voz atiplada del anciano de la Comisión en el
interior de la cabaña de Hagrid—. Hagrid, tal vez fuera mejor que te quedaras aquí
dentro.
—No, quiero estar con él... No quiero que esté solo.
Se oyeron pasos dentro de la cabaña.
—Muévete, Buckbeak —susurró Harry
Harry tiró de la cuerda con más fuerza. El hipogrifo echó a andar agitando un poco
las alas con talante irritado. Aún se hallaban a tres metros del bosque y se les podía ver
perfectamente desde la puerta trasera de la cabaña de Hagrid.
—Un momento, Macnair; por favor —dijo la voz de Dumbledore—. Usted también
tiene que firmar. —Los pasos se detuvieron. Buckbeak dio un picotazo al aire y anduvo
algo más aprisa.
La cara pálida de Hermione asomaba por detrás de un árbol.
—¡Harry; date prisa! —dijo.
Harry aún oía la voz de Dumbledore en la cabaña. Dio otro tirón a la cuerda.
Buckbeak se puso a trotar a regañadientes. Llegaron a los árboles...
—¡Rápido, rápido! —gritó Hermione, saliendo como una flecha de detrás del
árbol, asiendo también la cuerda y tirando con Harry para que Buckbeak avanzara más
aprisa. Harry miró por encima del hombro. Ya estaban fuera del alcance de las miradas.
Desde allí no veían el huerto de Hagrid.
—¡Para! —le dijo a Hermione—. Podrían oírnos.
La puerta trasera de la cabaña de Hagrid se había abierto de golpe. Harry Hermione
y Buckbeak se quedaron inmóviles. Incluso el hipogrifo parecía escuchar con atención.
Silencio. Luego...
—¿Dónde está? —dijo la voz atiplada del anciano de la comisión—. ¿Dónde está
la bestia?
—¡Estaba atada aquí! —dijo con furia el verdugo—. Yo la vi. ¡Exactamente aquí!
—¡Qué extraordinario! —dijo Dumbledore. Había en su voz un dejo de desenfado.
—¡Buckbeak! —exclamó Hagrid con voz ronca.
Se oyó un sonido silbante y a continuación el golpe de un hacha. El verdugo,
furioso, la había lanzado contra la valla. Luego se oyó el aullido y en esta ocasión
pudieron oír también las palabras de Hagrid entre sollozos:
—¡Se ha ido!, ¡se ha ido! Alabado sea, ¡ha escapado! Debe de haberse soltado solo.
Buckbeak, qué listo eres.
Buckbeak empezó a tirar de la cuerda, deseoso de volver con Hagrid. Harry y
Hermione la sujetaron con más fuerza, hundiendo los talones en tierra.
—¡Lo han soltado! —gruñía el verdugo—. Deberíamos rastrear los terrenos y el
bosque.
—Macnair; si alguien ha cogido realmente a Buckbeak, ¿crees que se lo habrá
llevado a pie? —le preguntó Dumbledore, que seguía hablando con desenfado—.
Rastrea el cielo, si quieres... Hagrid, no me iría mal un té. O una buena copa de brandy.
—Por... por supuesto, profesor —dijo Hagrid, al que la alegría parecía haber dejado
flojo—. Entre, entre...
Harry y Hermione escuchaban con atención: oyeron pasos, la leve maldición del
verdugo, el golpe de la puerta y de nuevo el silencio.
—¿Y ahora qué? —susurró Harry, mirando a su alrededor.
—Tendremos que quedarnos aquí escondidos —dijo Hermione con miedo—.
Tenemos que esperar a que vuelvan al castillo. Luego aguardaremos a que pase el
peligro y nos acercaremos a la ventana de Sirius volando con Buckbeak. No volverá por
allí hasta dentro de dos horas... Esto va a resultar difícil...
Miró por encima del hombro, a la espesura del bosque. El sol se ponía en aquel
momento.
—Habrá que moverse —dijo Harry, pensando—. Tenemos que ir donde podamos
ver el sauce boxeador o no nos enteraremos de lo que ocurre.
—De acuerdo —dijo Hermione, sujetando la cuerda de Buckbeak aún más firme—.
Pero hemos de seguir ocultos, Harry, recuérdalo.
Se movieron por el borde del bosque, mientras caía la noche, hasta ocultarse tras un
grupo de árboles entre los cuales podían distinguir el sauce.
—¡Ahí está Ron! —dijo Harry de repente.
Una figura oscura corría por el césped y el aire silencioso de la noche les transmitió
el eco de su grito.
—Aléjate de él..., aléjate... Scabbers, ven aquí...
Y entonces vieron a otras dos figuras que salían de la nada. Harry se vio a sí mismo
y a Hermione siguiendo a Ron. Luego vio a Ron lanzándose en picado.
—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.
—¡Ahí está Sirius! —dijo Harry. El perrazo había surgidode las raíces del sauce.
Lo vieron derribar a Harry y sujetar a Ron—. Desde aquí parece incluso más horrible,
¿verdad? —añadió mientras el perro arrastraba a Ron hasta meterlo entre las raíces—.
¡Eh, mira! El árbol acaba de pegarme. Y también a ti. ¡Qué situación más rara!
El sauce boxeador crujía y largaba puñetazos con sus ramas más bajas. Podían
verse a sí mismos corriendo de un lado para otro en su intento de alcanzar el tronco. Y
de repente el árbol se quedó quieto.
—Crookshanks ya ha apretado el nudo —explicó Hermione.
—Allá vamos... —murmuró Harry—. Ya hemos entrado.
En cuanto desaparecieron, el árbol volvió a agitarse. Unos segundos después,
oyeron pasos cercanos. Dumbledore, Macnair, Fudge y el anciano de la Comisión se
dirigían al castillo.
—¡En cuanto bajamos por el pasadizo! —dijo Hermione—. ¡Ojalá Dumbledore
hubiera venido con nosotros...!
—Macnair y Fudge habrían venido también —dijo Harry con tristeza—. Te
apuesto lo que quieras a que Fudge habría ordenado a Macnair que matara a Siriusallí
mismo.
Vieron a los cuatro hombres subir por la escalera de entrada del castillo y perderse
de vista. Durante unos minutos el lugar quedó vacío. Luego...
—¡Aquí viene Lupin! —dijo Harry al ver a otra persona que bajaba la escalera y se
dirigía corriendo hacia el sauce. Harry miró al cielo. Las nubes ocultaban la luna.
Vieron que Lupin cogía del suelo una rama rota y apretaba con ella el nudo del
tronco. El árbol dejó de dar golpes y también Lupin desapareció por el hueco que había
entre las raíces.
—¡Ojalá hubiera cogido la capa! —dijo Harry—. Está ahí... —Se volvió a
Hermione—. Si saliera ahora corriendo y me la llevara, no la podría coger Snape.
—¡Harry, no nos deben ver!
—¿Cómo puedes soportarlo? —le preguntó a Hermione con irritación—. ¿Estar
aquí y ver lo que sucede sin hacer nada? —Dudó—. ¡Voy a coger la capa!
—¡Harry, no!
Hermione sujetó a Harry a tiempo por la parte trasera de la túnica. En ese momento
oyeron cantar a alguien. Era Hagrid, que se dirigía hacia el castillo, cantando a voz en
grito y oscilando ligeramente al caminar. Llevaba una botella grande en la mano.
—¿Lo ves? —susurró Hermione—. ¿Ves lo que habría ocurrido? ¡Tenemos que
estar donde nadie nos pueda ver! ¡No, Buckbeak!
El hipogrifo hacia intentos desesperados por ir hacia Hagrid. Harry aferró también
la cuerda para sujetar a Buckbeak. Observaron a Hagrid, que iba haciendo eses hacia el
castillo. Desapareció. Buckbeak cejó en sus intentos de escapar. Abatió la cabeza con
tristeza.
Apenas dos minutos después las puertas del castillo volvieron a abrirse y Snape
apareció corriendo hacia el sauce, en pos de ellos.
Harry cerró fuertemente los puños al ver que Snape se detenía cerca del árbol,
mirando a su alrededor. Cogió la capa y la sostuvo en alto.
—Aparta de ella tus asquerosas manos —murmuró Harry entre dientes.
—¡Chist!
Snape cogió la rama que había usado Lupin para inmovilizar el árbol, apretó el
nudo con ella y, cubriéndose con la capa, se perdió de vista.
—Ya está —dijo Hermione en voz baja—. Ahora ya estamos todos dentro. Y ahora
sólo tenemos que esperar a que volvamos a salir...
Cogió el extremo de la cuerda de Buckbeak y lo amarró firmemente al árbol más
cercano. Luego se sentó en el suelo seco, rodeándose las rodillas con los brazos.
—Harry, hay algo que no comprendo... ¿Por qué no atraparon a Sirius los
dementores? Recuerdo que se aproximaban a él antes de que yo me desmayara.
Harry se sentó también. Explicó lo que había visto. Cómo, en el momento en que el
dementor más cercano acercaba la boca a Sirius, algo grande y plateado llegó galopando
por el lago y ahuyentó a los dementores.
Cuando terminó Harry de explicarlo, Hermione tenía la boca abierta.
—Pero ¿qué era?
—Sólo hay una cosa que puede hacer retroceder a los dementores —dijo Harry—.
Un verdadero patronus, unpatronus poderoso.
—Pero ¿quién lo hizo aparecer?
Harry no dijo nada. Volvió a pensar en la persona que había visto en la otra orilla
del lago. Imaginaba quién podía ser... Pero ¿cómo era posible?
—¿No viste qué aspecto tenía? —preguntó Hermione con impaciencia—. ¿Era uno
de los profesores?
—No.
—Pero tuvo que ser un brujo muy poderoso para alejar a todos los dementores... Si
el patronus brillaba tanto, ¿no lo iluminó? ¿No pudiste ver...?
—Sí que lo vi —dijo Harry pensativo—. Aunque tal vez lo imaginase. No pensaba
con claridad. Me desmayé inmediatamente después...
—¿Quién te pareció que era?
—Me pareció —Harry tragó saliva, consciente de lo raro que iba a sonar aquello—,
me pareció mi padre.
Miró a Hermione y vio que estaba con la boca abierta. La muchacha lo miraba con
una mezcla de inquietud y pena.
—Harry, tu padre está..., bueno..., está muerto —dijo en voz baja.
—Lo sé —dijo Harry rápidamente.
—¿Crees que era su fantasma?
—No lo sé. No... Parecía sólido.
—Pero entonces...
—Quizá tuviera alucinaciones —dijo Harry—. Pero a juzgar por lo que vi, se
parecía a él. Tengo fotos suyas... —Hermione seguía mirándolo como preocupada por
su salud mental—. Sé que parece una locura —añadió Harry con determinación. Se
volvió para echar un vistazo a Buckbeak, que metía el pico en la tierra, buscando
lombrices. Pero no miraba realmente al hipogrifo.
Pensaba en su padre y en sus tres amigos de toda la vida. Lunático, Colagusano,
Canuto y Cornamenta... ¿No habrían estado aquella noche los cuatro en los terrenos del
castillo? Colagusano había vuelto a aparecer aquella noche, cuando todo el mundo
pensaba que estaba muerto. ¿Era imposible que su padre hubiera hecho lo mismo?
¿Había visto visiones en el lago? La figura había estado demasiado lejos para
distinguirla bien, y sin embargo, antes de perder el sentido, había estado seguro de lo
que veía.
Las hojas de los árboles susurraban movidas por la brisa. La luna aparecía y
desaparecía tras las nubes. Hermione se sentó de cara al sauce, esperando.
Y entonces, después de una hora...
—¡Ya salen! —exclamó Hermione. Se pusieron en pie. Buckbeak levantó la
cabeza. Vieron a Lupin, Ron y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero de las
raíces. Luego salió Hermione. Luego Snape, inconsciente, flotando. A continuación
iban Harry y Black. Todos echaron a andar hacia el castillo. El corazón de Harry
comenzaba a latir muy fuerte. Levantó la vista al cielo. De un momento a otro pasaría la
nube y la luna quedaría al descubierto...
—Harry —musitó Hermione, como si adivinara lo que pensaba él—, tenemos que
quedarnos aquí. No nos deben ver. No podemos hacer nada.
—¿Y vamos a consentir que Pettigrew vuelva a escaparse? —dijo Harry en voz
baja.
—¿Y cómo esperas encontrar una rata en la oscuridad? —le atajó Hermione—. No
podemos hacer nada. Si hemos regresado es sólo para ayudar a Sirius. ¡No debes hacer
nada más!
—Está bien.
La luna salió de detrás de la nube. Vieron las pequeñas siluetas detenerse en medio
del césped. Luego las vieron moverse.
—¡Mira a Lupin! —susurró Hermione—. Se está transformando.
—¡Hermione! —dijo Harry de repente—. ¡Tenemos que hacer algo!
—No podemos. Te lo estoy diciendo todo el tiempo.
—¡No hablo de intervenir! ¡Es que Lupin se va a adentrar en el bosque y vendrá
hacia aquí!
Hermione ahogó un grito.
—¡Rápido! —gimió, apresurándose a desatar a Buckbeak—. ¡Rápido! ¿Dónde
vamos? ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un momento a otro!
—¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —dijo Harry—. Ahora está vacía. ¡Vamos!
Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a medio galope.
Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas.
Vieron la cabaña. Harry derrapó al llegar a la puerta. La abrió de un tirón y dejó
pasar a Hermione y a Buckbeak, que entraron como un rayo. Harry entró detrás de ellos
y echó el cerrojo. Fang, el perro jabalinero, ladró muy fuerte.
—¡Silencio, Fang, somos nosotros! —dijo Hermione, avanzando rápidamente
hacia él y acariciándole las orejas para que callara—. ¡Nos hemos salvado por poco!
—dijo a Harry.
—Sí...
Harry miró por la ventana. Desde allí era mucho más difícil ver lo que ocurría.
Buckbeak parecía muy contento de volver a casa de Hagrid. Se echó delante del fuego,
plegó las alas con satisfacción y se dispuso a echar un buen sueñecito.
—Será mejor que salga —dijo Harry pensativo—. Desde aquí no veo lo que ocurre.
No sabremos cuándo llega el momento. —Hermione levantó los ojos para mirarlo.
Tenía expresión de recelo—. No voy a intervenir —añadió Harry de inmediato—. Pero
si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuál es el momento de rescatar a Sirius?
—Bueno, de acuerdo. Aguardaré aquí con Buckbeak... Pero ten cuidado, Harry.
Ahí fuera hay un licántropo y multitud de dementores.
Harry salió y bordeó la cabaña. Oyó gritos distantes. Aquello quería decir que los
dementores se acercaban a Sirius... El otro Harry y la otra Hermione irían hacia él en
cualquier momento...
Miró hacia el lago, con el corazón redoblando como un tambor. Quienquiera que
hubiese enviado al patronus, haría aparición enseguida.
Durante una fracción de segundo se quedó ante la puerta de la cabaña de Hagrid sin
saber qué hacer. «No deben verte.» Pero no quería que lo vieran, quería ver él. Tenía
que enterarse...
Ya estaban allí los dementores. Surgían de la oscuridad, llegaban de todas partes.
Se deslizaban por las orillas del lago. Se alejaban de Harry hacia la orilla opuesta... No
tendría que acercarse a ellos.
Echó a correr. No pensaba más que en su padre... Si era él, si era él realmente, tenía
que saberlo, tenía que averiguarlo.
Cada vez estaba más cerca del lago, pero no se veía a nadie. En la orilla opuesta
veía leves destellos de plata: eran sus propios intentos de conseguir un patronus.
Había un arbusto en la misma orilla del agua. Harry se agachó detrás de él y miró
por entre las hojas. En la otra orilla los destellos de plata se extinguieron de repente.
Sintió emoción y terror: faltaba muy poco.
—¡Vamos! —murmuró, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? Vamos, papá.
Pero nadie acudió. Harry levantó la cabeza para mirar el círculo de los dementores
del otro lado del lago. Uno de ellos se bajaba la capucha. Era el momento de que
apareciera el salvador. Pero no veía a nadie.
Y entonces lo comprendió. No había visto a su padre, se había visto a sí mismo.
Harry salió de detrás del arbusto y sacó la varita.
—¡EXPECTO PATRONUM! —exclamó.
Y de la punta de su varita surgió, no una nube informe, sino un animal plateado,
deslumbrante y cegador. Frunció el entrecejo tratando de distinguir lo que era. Parecía
un caballo. Galopaba en silencio, alejándose de él por la superficie negra del lago. Lo
vio bajar la cabeza y cargar contra los dementores... En ese momento galopaba en torno
a las formas negras que estaban tendidas en el suelo, y los dementores retrocedían, se
dispersaban y huían en la oscuridad. Y se fueron.
El patronus dio media vuelta. Volvía hacia Harry a medio galope, cruzando la
calma superficie del agua. No era un caballo. Tampoco un unicornio. Era un ciervo.
Brillaba tanto como la luna... Regresaba hacia él.
Se detuvo en la orilla. Sus pezuñas no dejaban huellas en la orilla. Miraba a Harry
con sus ojos grandes y plateados. Lentamente reclinó la cornamenta. Y Harry
comprendió:
—Cornamenta —susurró.
Pero se desvaneció cuando alargó hacia él las temblorosas yemas de sus dedos.
Harry se quedó así, con la mano extendida. Luego, con un vuelco del corazón, oyó
tras él un ruido de cascos. Se dio la vuelta y vio a Hermione, que se acercaba a toda
prisa, tirando de Buckbeak.
—¿Qué has hecho? —dijo enfadada—. Dijiste que no intervendrías.
—Sólo he salvado nuestra vida... Ven aquí, detrás de este arbusto: te lo explicaré.
Hermione escuchó con la boca abierta el relato de lo ocurrido.
—¿Te ha visto alguien?
—Sí. ¿No me has oído? ¡Me vi a mí mismo, pero creí que era mi padre!
—No puedo creerlo... ¡Hiciste aparecer un patronus capaz de ahuyentar a todos los
dementores! ¡Eso es magia avanzadísima!
—Sabía que lo podía hacer —dijo Harry—, porque ya lo había hecho... ¿No es
absurdo?
—No lo sé... ¡Harry, mira a Snape!
Observaron la otra orilla desde amboslados del arbusto. Snape había recuperado el
conocimiento. Estaba haciendo aparecer por arte de magia unas camillas y subía a ellas
los cuerpos inconscientes de Harry, Hermione y Black. Una cuarta camilla, que sin duda
llevaba a Ron, flotaba ya a su lado. Luego, apuntándolos con la varita, los llevó hacia el
castillo.
—Bueno, ya es casi el momento —dijo Hermione, nerviosa, mirando el reloj—.
Disponemos de unos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con llave la puerta de
la enfermería. Tenemos que rescatar a Sirius y volver a la enfermería antes de que nadie
note nuestra ausencia.
Aguardaron. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa
susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado. Aburrido, Buckbeak había
vuelto a buscar lombrices en la tierra.
—¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora. Levantó
la mirada hacia el castillo y empezó a contar las ventanas de la derecha de la torre oeste.
—¡Mira! —susurró Hermione—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del castillo!
Harry miró en la oscuridad. El hombre se apresuraba por los terrenos del colegio
hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón.
—¡Macnair! —dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!
Hermione puso las manos en el lomo de Buckbeak y Harry la ayudó a montar.
Luego apoyó el pie en una rama baja del arbusto y montó delante de ella. Pasó la cuerda
por el cuello de Buckbeak y la ató también al otro lado, como unas riendas.
—¿Preparada? —susurró a Hermione—. Será mejor que te sujetes a mí.
Espoleó a Buckbeak con los talones.
Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo. Harry le presionó los costados
con las rodillas y notó que levantaba las alas. Hermione se sujetaba con fuerza a la
cintura de Harry, que la oía murmurar:
—Ay, ay, qué poco me gusta esto, ay, ay, qué poco me gusta.
Planeaban silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo. Harry tiró de la
rienda de la izquierda y Buckbeak viró. Harry trataba de contar las ventanas que pasaban
como relámpagos.
—¡Sooo! —dijo, tirando de las riendas todo lo que pudo.
Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho de que
subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas, podía decirse que
estaban inmóviles.
—¡Ahí está! —dijo Harry, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la
ventana. Sacó la mano y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas, golpeó en el
cristal.
Black levantó la mirada. Harry vio que se quedaba boquiabierto. Saltó de la silla,
fue aprisa hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave.
—¡Échate hacia atrás! —le gritó Hermione, y sacó su varita, sin dejar de sujetarse
con la mano izquierda a la túnica de Harry.
—¡Alohomora!
La ventana se abrió de golpe.
—¿Cómo... cómo... ? —preguntó Black casi sin voz, mirando al hipogrifo.
—Monta, no hay mucho tiempo —dijo Harry, abrazándose al cuello liso y brillante
de Buckbeak, para impedir que se moviera—. Tienes que huir, los dementores están a
punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos.
Black se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros. Fue una
suerte que estuviera tan delgado. En unos segundos pasó una pierna por el lomo de
Buckbeak y montó detrás de Hermione.
—¡Arriba, Buckbeak! —dijo Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la torre.
¡Vamos!
El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Navegaron a la altura del
techo de la torre oeste. Buckbeak aterrizó tras las almenas con mucho alboroto, y Harry
y Hermione se bajaron inmediatamente.
—Será mejor que escapes rápido, Sirius —dijo Harry jadeando—. No tardarán en
llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida.
Buckbeak dio una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza.
—¿Qué le ocurrió al otro chico? A Ron —preguntó Sirius.
—Se pondrábien. Está todavía inconsciente, pero la señora Pomfrey dice que se
curará. ¡Rápido, vete!
Pero Black seguía mirando a Harry.
—¿Cómo te lo puedo agradecer?
—¡VETE! —gritaron a un tiempo Harry y Hermione.
Black dio la vuelta a Buckbeak, orientándolo haciael cielo abierto.
—¡Nos volveremos a ver! —dijo—. ¡Verdaderamente, Harry, te pareces a tu padre!
Presionó los flancos de Buckbeak con los talones. Harry y Hermione se echaron
atrás cuando las enormes alas volvieron a batir. El hipogrifo emprendió el vuelo...
Animal y jinete empequeñecieron conforme Harry los miraba... Luego, una nube pasó
ante la luna... y se perdieron de vista.
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