lunes, 30 de junio de 2014

Harry Potter y la Piedra Filosofal Cap. 7-9

7
El sombrero seleccionador

La puerta se abrió de inmediato. Una bruja alta, de cabello negro y túnica verde
esmeralda, esperaba allí. Tenía un rostro muy severo, y el primer  pensamiento de Harry
fue que se trataba de alguien con quien era mejor no tener problemas.
—Los de primer año, profesora McGonagall —dijo Hagrid.
—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí.
Abrió bien la puerta. El vestíbulo de entrada era tan grande que hubieran podido
meter toda la casa de los Dursley en él. Las paredes de piedra estaban iluminadas con
resplandecientes antorchas como las de Gringotts, el techo era tan alto que no se veía y
una magnífica escalera de mármol, frente a ellos, conducía a los pisos superiores.
Siguieron a la profesora McGonagall a través de un camino señalado en el suelo de
piedra. Harry podía oír el ruido de cientos de voces, que salían de un portal situado a la
derecha (el resto del colegio debía de estar allí), pero la profesora McGonagall llevó a
los de primer año a una pequeña habitación vacía, fuera del vestíbulo. Se reunieron allí,
más cerca unos de otros de lo que estaban acostumbrados, mirando con nerviosismo a
su alrededor.
—Bienvenidos a Hogwarts  —dijo la  profesora McGonagall—. El banquete de
comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupéis vuestro lugares
en el Gran Comedor deberéis ser seleccionados para vuestras casas. La Selección es una
ceremonia muy importante porque, mientras  estéis aquí, vuestras casas serán como
vuestra familia en Hogwarts. Tendréis clases con el resto de la casa que os toque,
dormiréis en los dormitorios de vuestras casas y pasaréis el tiempo libre en la sala
común de la casa.
»Las cuatro casas se llaman  Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Cada
casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables brujas y magos.
Mientras estéis en Hogwarts, vuestros triunfos conseguirán que las casas ganen puntos,
mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los pierdan. Al finalizar el año,
la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa, un gran honor.
Espero que todos vosotros seréis un orgullo para la casa que os toque.
»La Ceremonia de Selección tendrá lugar  dentro de pocos minutos, frente al resto
del colegio. Os sugiero que, mientras esperáis, os arregléis lo mejor posible.
Los ojos de la profesora se detuvieron un momento en la capa de Neville, que
estaba atada bajo su oreja izquierda, y en la nariz manchada de Ron. Con nerviosismo,
Harry trató de aplastar su cabello.
—Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia  —dijo la profesora
McGonagall—. Por favor, esperad tranquilos.
Salió de la habitación. Harry tragó con dificultad.
—¿Cómo se las arreglan exactamente para seleccionarnos? —preguntó a Ron.
—Creo que es una especie de prueba. Fred dice que duele mucho, pero creo que era
una broma.
El corazón de Harry dio un terrible salto. ¿Una prueba? ¿Delante de todo el
colegio? Pero él no sabía nada  de magia todavía... ¿Qué haría? No esperaba algo así,
justo en el momento en que acababan de llegar. Miró temblando a su alrededor y vio
que los demás también parecían aterrorizados. Nadie hablaba mucho, salvo Hermione
Granger, que susurraba muy deprisa  todos los hechizos que había aprendido y se
preguntaba cuál necesitaría. Harry intentó no escucharla. Nunca había estado tan
nervioso, nunca, ni siquiera cuando tuvo que llevar a los Dursley un informe del colegio
que decía que él, de alguna manera, habíavuelto azul la peluca de su maestro. Mantuvo
los ojos fijos en la puerta. En cualquier momento, la profesora McGonagall regresaría y
lo llevaría a su juicio final.
Entonces sucedió algo que le hizo dar un salto en el aire... Muchos de los que
estaban atrás gritaron.
—¿Qué es...?
Resopló. Lo mismo hicieron los que estaban alrededor. Unos veinte fantasmas
acababan de pasar a través de la pared de atrás. De un color blanco perla y ligeramente
transparentes, se deslizaban por la habitación, hablando unos con otros, casi sin mirar a
los de primer año. Por lo visto, estaban discutiendo. El que parecía un monje gordo y
pequeño, decía:
—Perdonar y olvidar. Yo digo que deberíamos darle una segunda oportunidad...
—Mi querido Fraile, ¿no le hemos dado a Peeves todas las oportunidades que
merece? Nos ha dado mala fama a todos y, usted lo sabe, ni siquiera es un fantasma de
verdad... ¿Y qué estáis haciendo todos vosotros aquí?
El fantasma, con gorguera y medias, se había dado cuenta de pronto de la presencia
de los de primer año.
Nadie respondió.
—¡Alumnos nuevos!  —dijo el Fraile Gordo, sonriendo a todos—. Estáis esperando
la selección, ¿no?
Algunos asintieron.
—¡Espero veros en Hufflepuff—continuó el Fraile—. Mi antigua casa, ya sabéis.
—En marcha —dijo una voz aguda—. La Ceremonia de Selección va a comenzar.
La profesora McGonagall había vuelto. Uno a uno, los fantasmas flotaron a través
de la pared opuesta.
—Ahora formad una hilera —dijo la profesora a los de primer año—y seguidme.
Con la extraña sensación de que sus piernas eran de plomo, Harry se puso detrás de
un chico de pelo claro, con Ron tras él. Salieron de la habitación, volvieron a cruzar el
vestíbulo, pasaron por unas puertas dobles y entraron en el Gran Comedor.
Harry nunca habría imaginado un lugar tan extraño y espléndido. Estaba iluminado
por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los
demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de
oro. En una tarima, en la cabecera del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban
los profesores. La profesora McGonagall condujo allí a los alumnos de primer año y los
hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus
espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas bajo la luz
brillante de las velas. Situados entre los estudiantes, los fantasmas tenían un neblinoso
brillo plateado. Para evitar todas las miradas, Harry levantó la vista y vio un techo de
terciopelo negro,salpicado de estrellas. Oyó susurrar a Hermione: «Es un hechizo para
que parezca como el cielo de fuera, lo leí en la historia de Hogwarts».
Era difícil creer que allí hubiera techo y que el Gran Comedor no se abriera
directamente a los cielos.
Harry bajó la vista rápidamente, mientras la profesora McGonagall ponía en
silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete puso
un sombrero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio.
Tía Petunia no lo habría admitido en su casa.
Tal vez tenían que intentar sacar un conejo del sombrero, pensó Harry algo
irreflexiblemente, eso era lo típico de... Al darse cuenta de que todos los del comedor
contemplaban el sombrero, Harry también lo hizo. Durante unos pocos segundos, se
hizo un silencio completo. Entonces el sombrero se movió. Una rasgadura cerca del
borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero comenzó a cantar:
Oh, podrás pensar que no soy bonito,
pero no juzgues por lo que ves.
Me comeré a mí mismo si puedes encontrar
un sombrero más inteligente que yo.
Puedes tener bombines negros,
sombreros altos y elegantes.
Pero yo soy el Sombrero Seleccionador de Hogwarts
y puedo superar a todos.
No hay nada escondido en tu cabeza
que el Sombrero Seleccionador no pueda ver.
Así que pruébame y te diré
dónde debes estar.
Puedes pertenecer a Gryffindor,
donde habitan los valientes.
Su osadía, temple y caballerosidad
ponen aparte a los de Gryffindor.
Puedes pertenecer a Hufflepuff
donde son justos y leales.
Esos perseverantes Hufflepuff
de verdad no temen el trabajo pesado.
O tal vez a la antigua sabiduría de Ravenclaw,
Si tienes una mente dispuesta,
porque los de inteligencia y erudición
siempre encontrarán allí a sus semejantes.
O tal vez en Slytherin
harás tus verdaderos amigos.
Esa gente astuta utiliza cualquier medio
para lograr sus fines.
¡Así que pruébame! ¡No tengas miedo!
¡Y no recibirás una bofetada!
Estás en buenas manos (aunque yo no las tenga).
Porque soy el Sombrero Pensante.
Todo el comedor estalló en aplausos cuando el sombrero terminó su canción. Éste
se inclinó hacia las cuatro mesas y luego se quedó rígido otra vez.
—¡Entonces sólo hay que probarse el sombrero!  —susurró Ron a Harry—. Voy a
matar a Fred.
Harry sonrió débilmente. Sí,  probarse el sombrero era mucho mejor que tener que
hacer un encantamiento, pero habría deseado no tener que hacerlo en presencia de
todos. El sombrero parecía exigir mucho, y Harry no se sentía valiente ni ingenioso ni
nada de eso, por el momento. Si el sombrero hubiera mencionado una casa para la gente
que se sentía un poco indispuesta, ésa habría sido la suya.
La profesora McGonagall se adelantaba con un gran rollo de pergamino.
—Cuando yo os llame, deberéis poneros el sombrero y sentaros en el taburetepara
que os seleccionen —dijo—. ¡Abbott, Hannah!
Una niña de rostro rosado y trenzas rubias salió de la fila, se puso el sombrero, que
la tapó hasta los ojos, y se sentó. Un momento de pausa.
—¡HUFFLEPUFF!—gritó el sombrero.
La mesa de la derecha aplaudió mientras Hannah iba a sentarse con los de
Hufflepuff. Harry vio al fantasma del Fraile Gordo saludando con alegría a la niña.
—¡Bones, Susan!
—¡HUFFLEPUFF!  —gritó otra vez el sombrero, y Susan se apresuró a sentarse al
lado de Hannah.
—¡Boot, Terry!
—¡RAVENCLAW!
La segunda mesa a la izquierda aplaudió esta vez. Varios Ravenclaws se levantaron
para estrechar la mano de Terry, mientras se reunía con ellos.
Brocklehurst, Mandy también fue a Ravenclaw, pero Brown, Lavender resultó la
primera nueva Gryffindor,en la mesa más alejada de la izquierda, que estalló en vivas.
Harry pudo ver a los hermanos gemelos de Ron, silbando.
Bulstrode, Millicent fue a Slytherin. Tal vez era la imaginación de Harry; después
de todo lo que había oído sobre Slytherin, pero le pareció que era un grupo
desagradable.
Comenzaba a sentirse decididamente mal. Recordó lo que pasaba en las clases de
gimnasia de su antiguo colegio, cuando se escogían a los jugadores para los equipos.
Siempre había sido el último en ser elegido, no porquefuera malo, sino porque nadie
deseaba que Dudley pensara que lo querían.
—¡Finch-Fletchley, Justin!
—¡HUFFLEPUFF!
Harry notó que, algunas veces, el sombrero gritaba el nombre de la casa de
inmediato, pero otras tardaba un poco en decidirse.
—Finnigan, Seamus.  —El muchacho de cabello arenoso, que estaba al lado de
Harry en la fila, estuvo sentado un minuto entero, antes de que el sombrero lo declarara
un Gryffindor.
—Granger, Hermione.
Hermione casi corrió hasta el taburete y se puso el sombrero, muy nerviosa.
—¡GRYFFINDOR! —gritó el sombrero. Ron gruñó.
Un horrible pensamiento atacó a Harry, uno de aquellos horribles pensamientos
que aparecen cuando uno está muy intranquilo. ¿Y si a él no lo elegían para ninguna
casa? ¿Y si se quedaba sentado con el sombrero sobre los ojos, durante horas, hasta que
la profesora McGonagall se lo quitara de la cabeza para decirle que era evidente que se
habían equivocado y que era mejor que volviera en el tren?
Cuando Neville Longbottom, el chico que perdía su sapo, fue llamado, se tropezó
con el taburete. El sombrero tardó un largo rato en decidirse. Cuando finalmente gritó:
¡GRYFFINDOR!, Neville salió corriendo, todavía con el sombrero puesto y tuvo que
devolverlo, entre las risas de todos, a MacDougal, Morag.
Malfoy se adelantó al oír su nombre y de inmediato obtuvo su deseo: el sombrero
apenas tocó su cabeza y gritó: ¡SLYTHERIN!
Malfoy fue a reunirse con sus amigos Crabbe y Goyle, con aire de satisfacción.
Ya no quedaba mucha gente.
Moon... Nott... Parkinson... Después  unas gemelas, Patil y Patil... Más tarde Perks,
Sally-Anne... y, finalmente:
—¡Potter; Harry!
Mientras Harry se adelantaba, los murmullos se extendieron súbitamente como
fuegos artificiales.
—¿Ha dicho Potter?
—¿Ese Harry Potter?
Lo último que Harry vio,  antes de que el sombrero le tapara los ojos, fue el
comedor lleno de gente que trataba de verlo bien. Al momento siguiente, miraba el
oscuro interior del sombrero. Esperó.
—Mm  —dijo una vocecita en su oreja—. Difícil. Muy difícil. Lleno de valor, lo
veo.  Tampoco la mente es mala. Hay talento, oh vaya, sí, y una buena disposición para
probarse a sí mismo, esto es muy interesante... Entonces, ¿dónde te pondré?
Harry se aferró a los bordes del taburete y pensó: «En Slytherin no, en Slytherin
no».
—En Slytherin no, ¿eh?  —dijo la vocecita—. ¿Estás seguro? Podrías ser muy
grande, sabes, lo tienes todo en tu cabeza y Slytherin te ayudaría en el camino hacia la
grandeza. No hay dudas, ¿verdad? Bueno, si estás seguro, mejor que seas
¡GRYFFINDOR!
Harry oyó al sombrero gritar la última palabra a todo el comedor. Se quitó el
sombrero y anduvo, algo mareado, hacia la mesa de Gryffindor. Estaba tan aliviado de
que lo hubiera elegido y no lo hubiera puesto en Slytherin, que casi no se dio cuenta de
que recibía los saludos más calurosos hasta el momento. Percy el prefecto se puso de
pie y le estrechó la mano vigorosamente, mientras los gemelos Weasley gritaban:
«¡Tenemos a Potter! ¡Tenemos a Potter!». Harry se sentó en el lado opuesto al fantasma
que había visto antes. Éste le dio una palmada en el brazo, dándole la horrible sensación
de haberlo metido en un cubo de agua helada.
Podía ver bien la Mesa Alta. En la punta, cerca de él, estaba Hagrid, que lo miró y
levantó los pulgares. Harry le sonrió. Y allí, en el centro  de la Mesa Alta, en una gran
silla de oro, estaba sentado Albus Dumbledore. Harry lo reconoció de inmediato, por el
cromo de las ranas de chocolate. El cabello plateado de Dumbledore era lo único que
brillaba tanto como los fantasmas. Harry también vio al  profesor Quirrell, el nervioso
joven del Caldero Chorreante. Estaba muy extravagante, con un gran turbante púrpura.
Y ya quedaban solamente tres alumnos para seleccionar. A Turpin, Lisa le tocó
Ravenclaw, y después le llegó el turno a Ron. Tenía una palidez verdosa y Harry cruzó
los dedos debajo de la mesa. Un segundo más tarde, el sombrero gritó:
¡GRYFFINDOR!
Harry aplaudió con fuerza, junto con los demás, mientras que Ron se desplomaba
en la silla más próxima.
—Bien hecho, Ron, excelente —dijo pomposamente Percy Weasley, por encima de
Harry, mientras que Zabini, Blaise era seleccionado para Slytherin. La profesora
McGonagall enrolló el pergamino y se llevó el Sombrero Seleccionador.
Harry miró su plato de oro vacío. Acababa de darse cuenta de lo hambriento que
estaba. Los pasteles le parecían algo del pasado.
Albus Dumbledore se había puesto de pie. Miraba con expresión radiante a los
alumnos, con los brazos muy abiertos, como si nada pudiera gustarle más que verlos
allí.
—¡Bienvenidos!  —dijo—. ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de
comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí están,
¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!
Se volvió a sentar. Todos aplaudieron y vitorearon. Harry no sabía si reír o no.
—Está... un poquito loco, ¿no? —preguntó con aire inseguro a Percy.
—¿Loco? —dijo Percy con frivolidad—. ¡Es un genio! ¡El mejor mago del mundo!
Pero está un poco loco, sí. ¿Patatas, Harry?
Harry se quedó con la boca abierta. Los platos que  había frente a él de pronto
estuvieron llenos de comida. Nunca había visto tantas cosas que le gustara comer sobre
una mesa: carne asada, pollo asado, chuletas de cerdo y de ternera, salchichas, tocino y
filetes, patatas cocidas, asadas y fritas, pudín,guisantes, zanahorias, salsa de carne, salsa
de tomate y, por alguna extraña razón, bombones de menta.
Los Dursley nunca habían matado de hambre a Harry, pero tampoco le habían
permitido comer todo lo que quería. Dudley siempre se servía lo que Harry deseaba,
aunque no le gustara. Harry llenó su plato con un poco de todo, salvo los bombones de
menta, y comenzó a comer. Todo estaba delicioso.
—Eso tiene muy buen aspecto  —dijo con tristeza el fantasma de la gola,
observando a Harry mientras éste cortaba sufilete.
—¿No puede...?
—No he comido desde hace unos cuatrocientos años  —dijo el fantasma—. No lo
necesito, por supuesto, pero uno lo echa de menos. Creo que no me he presentado,
¿verdad? Sir Nicholas de Mimsy-Porpington a su servicio. Fantasma Residente  de la
Torre de Gryffindor.
—¡Yo sé quién es usted!  —dijo súbitamente Ron—. Mi hermano me lo contó.
¡Usted es Nick Casi Decapitado!
—Yo preferiría que me llamaran Sir Nicholas de Mimsy...  —comenzó a decir el
fantasma con severidad, pero lo interrumpió Seamus Finnigan, el del pelo color arena.
—¿Casi Decapitado? ¿Cómo se puede estar casi decapitado?
Sir Nicholas pareció muy molesto, como si su conversación no resultara como la
había planeado.
—Así  —dijo enfadado. Se agarró la oreja izquierda y tiró. Teda  su cabeza se
separó de su cuello y cayó sobre su hombro, como si tuviera una bisagra. Era evidente
que alguien había tratado de decapitarlo, pero que no lo había hecho bien. Pareció
complacido ante las caras de asombro y volvió a ponerse la cabeza en su sitio, tosió y
dijo: ¡Así que nuevos Gryffindors! Espero que este año nos ayudéis a ganar el campeonato para la casa. Gryffindor nunca ha estado tanto tiempo sin ganar. ¡Slytherin ha
ganado la copa seis veces seguidas! El Barón Sanguinario se ha vuelto insoportable... Él
es el fantasma de Slytherin.
Harry miró hacia la mesa de Slytherin y vio un fantasma horrible sentado allí, con
ojos fijos y sin expresión, un rostro demacrado y las ropas manchadas de sangre
plateada. Estaba justo al lado de Malfoy que,  como Harry vio con mucho gusto, no
parecía muy contento con su presencia.
—¿Cómo es que está todo lleno de sangre? —preguntó Seamus con gran interés.
—Nunca se lo he preguntado —dijo con delicadeza Nick Casi Decapitado.
Cuando hubieron comido todo lo que  quisieron, los restos de comida
desaparecieron de los platos, dejándolos tan limpios como antes. Un momento más
tarde aparecieron los postres. Trozos de helados de todos los gustos que uno se pudiera
imaginar; pasteles de manzana, tartas de melaza, relámpagos de chocolate, rosquillas de
mermelada, bizcochos borrachos, fresas, jalea, arroz con leche...
Mientras Harry se servía una tarta, la conversación se centró en las familias.
—Yo soy mitad y mitad  —dijo Seamus—. Mi padre es  muggle. Mamá no le dijo
que era una bruja hasta que se casaron. Fue una sorpresa algo desagradable para él.
Los demás rieron.
—¿Y tú, Neville? —dijo Ron.
—Bueno, mi abuela me crió y ella es una bruja  —dijo Neville—, pero la familia
creyó que yo era todo un  muggle, durante años. Mitío abuelo Algie trataba de
sorprenderme descuidado y forzarme a que saliera algo de magia de mí. Una vez casi
me ahoga, cuando quiso tirarme al agua en el puerto de Blackpool, pero no pasó nada
hasta que cumplí ocho años. El tío abuelo Algie había ido  atomar el té y me tenía
cogido de los tobillos y colgando de una ventana del piso de arriba, cuando mi tía
abuela Enid le ofreció un merengue y él, accidentalmente, me soltó. Pero yo reboté,
todo el camino, en el jardín y la calle. Todos se pusieron muy  contentos. Mi abuela
estaba tan feliz que lloraba. Y tendríais que haber visto sus caras cuando vine aquí.
Creían que no sería tan mágico como para venir. El tío abuelo Algie estaba tan contento
que me compró mi sapo.
Al otro lado de Harry, Percy Weasley y  Hermione estaban hablando de las clases.
(«Espero que empiecen en seguida, hay mucho que aprender; yo estoy particularmente
interesada en Transformaciones, ya sabes, convertir algo en otra cosa, por supuesto
parece ser que es muy difícil. Hay que empezarcon cosas pequeñas, como cerillas en y
todo eso...»)
Harry, que comenzaba a sentirse reconfortado y somnoliento, miró otra vez hacia la
Mesa Alta. Hagrid bebía copiosamente de su copa. La profesora McGonagall hablaba
con el profesor Dumbledore. El profesor Quirrell, con su absurdo turbante, conversaba
con un profesor de grasiento pelo negro, nariz ganchuda y piel cetrina.
Todo sucedió muy rápidamente. El profesor de nariz ganchuda miró por encima del
turbante de Quirrell, directamente a los ojos de Harry... y un dolor agudo golpeó a Harry
en la cicatriz de la frente.
—¡Ay! —Harry se llevó una mano a la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Percy
—N-nada.
El dolor desapareció tan súbitamente como había aparecido. Era difícil olvidar la
sensación que tuvo Harry cuando el profesor lo miró, una sensación que no le gustó en
absoluto.
—¿Quién es el que está hablando con el profesor Quirrell? —preguntó a Percy.
—Oh, ¿ya conocías a Quirrell, entonces? No es raro que parezca tan nervioso, ése
es el profesor Snape.  Su materia es Pociones, pero no le gusta... Todo el mundo sabe
que quiere el puesto de Quirrell. Snape sabe muchísimo sobre las Artes Oscuras.
Harry vigiló a Snape durante un rato, pero el profesor no volvió a mirarlo.
Por último, también desaparecieron los postres, y el profesor Dumbledore se puso
nuevamente de pie. Todo el salón permaneció en silencio.
—Ejem... sólo unas pocas palabras más, ahora que todos hemos comido y bebido.
Tengo unos pocos anuncios que haceros para el comienzo del año.
»Los de primer año debéis tener en cuenta que los bosques del área del castillo
están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos
también deberán recordarlo.
Los ojos relucientes de Dumbledore apuntaron en dirección a los gemelos Weasley.
—El señor Filch, el celador, me ha pedido que os recuerde que no debéis hacer
magia en los recreos ni en los pasillos.
»Las pruebas de  quidditch  tendrán lugar en la segunda semana del curso. Los que
estén interesados en jugar para los equipos de  sus casas, deben ponerse en contacto con
la señora Hooch.
»Y por último, quiero deciros que este año el pasillo del tercer piso, del lado
derecho, está fuera de los límites permitidos para todos los que no deseen una muerte
muy dolorosa.
Harry rió, pero fue uno de los pocos que lo hizo.
—¿Lo decía en serio? —murmuró a Percy.
—Eso creo  —dijo Percy, mirando ceñudo a Dumbledore—. Es raro, porque
habitualmente nos dice el motivo por el que no podemos ir a algún lugar. Por ejemplo,
el bosque está lleno de animales peligrosos, todos lo saben. Creo que, al menos, debió
avisarnos a nosotros, los prefectos.
—¡Y ahora, antes de que vayamos a acostarnos, cantemos la canción del colegio!
—exclamó Dumbledore. Harry notó que las sonrisas de los otros profesores se habían
vuelto algo forzadas.
Dumbledore agitó su varita, como si tratara de atrapar una mosca, y una larga tira
dorada apareció, se elevó sobre las mesas, se agitó como una serpiente y se transformó
en palabras.
—¡Que cada uno elija su melodía favorita! —dijoDumbledor—. ¡Y allá vamos!
Y todo el colegio vociferó:
Hogwarts, Hogwarts, Hogwarts,
enséñanos algo, por favor.
Aun que seamos viejos y calvos
o jóvenes con rodillas sucias,
nuestras mentes pueden ser llenadas
con algunas materias interesantes.
Porque ahora están vacías y llenas de aire,
pulgas muertas y un poco de pelusa.
Así que enséñanos cosas que valga la pena saber,
haz que recordemos lo que olvidamos,
hazlo lo mejor que puedas, nosotros haremos el resto,
y aprenderemos hasta que nuestros cerebros se consuman.
Cada uno terminó la canción en tiempos diferentes. Al final, sólo los gemelos
Weasley seguían cantando, con la melodía de una lenta marcha fúnebre. Dumbledore
los dirigió hasta las últimas palabras, con su varita y, cuando terminaron, fue uno de los
que aplaudió con más entusiasmo.
—¡Ah, la música!  —dijo, enjugándose los ojos—. ¡Una magia más allá de todo lo
que hacemos aquí! Y ahora, es hora de ir a la cama. ¡Salid al trote!
Los de primer año de Gryffindor siguieron a Percy a través de grupos bulliciosos,
salieron del Gran Comedor y subieron por la escalera de mármol. Las piernas de Harry
otra vez parecían de plomo, pero sólo por el exceso de cansancio y comida. Estaba tan
dormido que ni se sorprendió al ver que la gente de los  retratos, a lo largo de los
pasillos, susurraba y los señalaba al pasar; o cuando Percy en dos oportunidades los hizo
pasar por puertas ocultas detrás de paneles corredizos y tapices que colgaban de las
paredes. Subieron más escaleras, bostezando y arrastrando los pies y, cuando Harry
comenzaba a preguntarse cuánto tiempo más deberían seguir, se detuvieron
súbitamente.
Unos bastones flotaban en el aire, por encima de ellos, y cuando Percy se acercó
comenzaron a caer contra él.
—Peeves  —susurró Percy a los de primer año—. Es un duende, lo que en las
películas llaman poltergeist. —Levantó la voz—: Peeves, aparece.
La respuesta fue un ruido fuerte y grosero, como si se desinflara un globo.
—¿Quieres que vaya a buscar al Barón Sanguinario?
Se produjo un chasquido y un hombrecito, con ojos oscuros y perversos y una boca
ancha, apareció, flotando en el aire con las piernas cruzadas y empuñando los bastones.
—¡Oooooh!  —dijo, con un maligno cacareo—. ¡Los horribles novatos! ¡Qué
divertido!
De pronto se abalanzósobre ellos. Todos se agacharon.
—Vete, Peeves, o el Barón se enterará de esto. ¡Lo digo en serio! —gritó enfadado
Percy
Peeves hizo sonar su lengua y desapareció, dejando caer los bastones sobre la
cabeza de Neville. Lo oyeron alejarse con un zumbido, haciendo resonar las armaduras
al pasar.
—Tenéis que tener cuidado con Peeves  —dijo Percy, mientras seguían
avanzando—. El Barón Sanguinario es el único que puede controlarlo, ni siquiera nos
escucha a los prefectos. Ya llegamos.
Al final del pasillo colgabaun retrato de una mujer muy gorda, con un vestido de
seda rosa.
—¿Santo y seña? —preguntó.
—Caput draconis —dijo Percy, y el retrato se balanceó hacia delante y dejó ver un
agujero redondo en la pared. Todos se amontonaron para pasar (Neville necesitó ayuda)
y se encontraron en la sala común de Gryffindor; una habitación redonda y acogedora,
llena de cómodos sillones.
Percy condujo a las niñas a través de una puerta, hacia sus dormitorios, y a los
niños por otra puerta. Al final de una escalera de caracol  (era evidente que estaban en
una de las torres) encontraron, por fin, sus camas, cinco camas con cuatro postes cada
una y cortinas de terciopelo rojo oscuro. Sus baúles ya estaban allí. Demasiado cansados
para conversar, se pusieron sus pijamas y se metieron en la cama.
—Una comida increíble, ¿no?  —murmuró Ron a Harry, a través de las cortinas—.
¡Fuera, Scabbers! Te estás comiendo mis sábanas.
Harry estaba a punto de preguntar a Ron si le quedaba alguna tarta de melaza, pero
se quedó dormido de inmediato.
Tal vez Harry había comido demasiado, porque tuvo un sueño muy extraño. Tenía
puesto el turbante del profesor Quirrell, que le hablaba y le decía que debía pasarse a
Slytherin de inmediato, porque ése era su destino. Harry contestó al turbante que no
quería estar en Slytherin y el turbante se volvi6 cada vez más pesado. Harry intentó
quitárselo, pero le apretaba dolorosamente, y entonces apareció Malfoy, que se burló de
él mientras luchaba para quitarse el turbante. Luego Malfoy se convirtió en el profesor
de nariz ganchuda, Snape, cuya risa se volvía cada vez más fuerte y fría... Se produjo un
estallido de luz verde y Harry se despertó, temblando y empapado en sudor.
Se dio la vuelta y se volvió a dormir. Al día siguiente, cuando se despertó, no
recordaba nada de aquel sueño.

8

El profesor de pociones

—Allí, mira.
—¿Dónde?
—Al lado del chico alto y pelirrojo.
—¿El de gafas?
—¿Has visto su cara?
—¿Has visto su cicatriz?
Los murmullos siguieron a Harry desde el momento en que, al día siguiente, salió
del dormitorio. Los alumnos que esperaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para
mirarlo, o se daban la vuelta en los pasillos, observándolo con atención. Harry deseaba
que no lo hicieran, porque intentaba concentrarse para encontrar el camino de su clase.
En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y
destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón
que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había
puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera
cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes
que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que
parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos
seguían visitándose unos a otros, y Harry estaba seguro de que las armaduras podían
andar.
Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que
alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir. Nick Casi
Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino indicado a los nuevos
Gryffindors, pero Peeves  el Duende  se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras
con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase. También les tiraba papeleras
a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o,
invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU
NARIZ!
Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus Filch. Harry y
Ron se las arreglaron para chocar con él, en la primera mañana. Filch los encontró
tratando de pasar por una puerta que, desgraciadamente, resultó ser laentrada al pasillo
prohibido del tercer piso. No les creyó cuando dijeron que estaban perdidos, estaba
convencido de que querían entrar a propósito y los amenazó con encerrarlos en los
calabozos, hasta que el profesor Quirrell, que pasaba por allí, los rescató.
Filch tenía una gata llamada  Señora Norris, una criatura flacucha y de color
polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch. Patrullaba sola por
los pasillos. Si uno infringía una regla delante de ella, o ponía un pie fuera  de la línea
permitida, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde.
Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez
los gemelos Weasley), y podía aparecer tan súbitamente como cualquiera de los
fantasmas. Todos los estudiantes lo detestaban, y la más soñada ambición de muchos
era darle una buena patada a la Señora Norris.
Y después, cuando por fin habían encontrado las aulas, estaban las clases. Había
mucho más que magia, como Harry descubrió muy pronto, mucho más que agitar la
varita y decir unas palabras graciosas.
Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada miércoles a
medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los
planetas. Tres veces por semana iban a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar
Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendían a
cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas.
Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por
un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la
chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para darclase,
dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y
fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.
El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que
tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio. Al
comenzar la primera clase, sacó la lista y, cuando llegó al nombre de Harry, dio un
chillido de excitación y desapareció de la vista.
La profesora McGonagall era siempre diferente. Harry había tenido razón al pensar
que no era una profesora con quien se pudiera tener problemas. Estricta e inteligente, les
habló en el primer momento en que se sentaron, el día de su primera clase.
—Transformaciones es una de las magias más complejasy peligrosas que
aprenderéis en Hogwarts  —dijo—. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá
que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.
Entonces transformó un escritorio en un cerdo y luego le devolvió su forma
original. Todos estaban muy impresionados y no aguantaban las ganas de empezar, pero
muy pronto se dieron cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudieran
transformar muebles en animales. Después de hacer una cantidad de complicadas
anotaciones, les dio a cada uno una cerilla para que intentaran convertirla en una aguja.
Al final de la clase, sólo Hermione Granger había hecho algún cambio en la cerilla. La
profesora McGonagall mostró a todos cómo se había vuelto plateada y puntiaguda, y
dedicó a la niña una excepcional sonrisa.
La clase que todos esperaban era Defensa Contra las Artes Oscuras, pero las
lecciones de Quirrell resultaron ser casi una broma. Su aula tenía un fuerte olor a ajo, y
todos decían que era para protegerse de un vampiro que había conocido en Rumania  y
del que tenía miedo de que volviera a buscarlo. Su turbante, les dijo, era un regalo de un
príncipe africano como agradecimiento por haberlo liberado de un molesto zombi, pero
ninguno creía demasiado en su historia. Por un lado, porque cuando Seamus Finnigan se
mostró deseoso de saber cómo había derrotado al zombi, el profesor Quirrell se ruborizó
y comenzó a hablar del tiempo, y por el otro, porque habían notado que el curioso olor
salía del turbante, y los gemelos Weasley insistían en que estaba lleno  de ajo, para
proteger a Quirrell cuando el vampiro apareciera.
Harry se sintió muy aliviado al descubrir que no estaba mucho más atrasado que
los demás. Muchos procedían de familias  muggle  y, como él, no tenían ni idea de que
eran brujas y magos. Había tantas cosas por aprender que ni siquiera un chico como
Ron tenía mucha ventaja.
El viernes fue un día importante para Harry y Ron. Por fin encontraron el camino
hacia el Gran Comedor a la hora del desayuno, sin perderse ni una vez.
—¿Qué tenemos hoy?  —preguntó Harry a Ron, mientras echaba azúcar en sus
cereales.
—Pociones Dobles con los de Slytherin  —respondió Ron—. Snape es el Jefe de la
Casa Slytherin. Dicen que siempre los favorece a ellos... Ahora veremos si es verdad.
—Ojalá McGonagall nos favoreciera a  nosotros  —dijo Harry La profesora
McGonagall era la jefa de la casa Gryffindor; pero eso no le había impedido darles una
gran cantidad de deberes el día anterior.
Justo en aquel momento llegó el correo. Harry ya se había acostumbrado, pero la
primera mañana se impresionó un poco cuando unas cien lechuzas entraron súbitamente
en el Gran Comedor durante el desayuno, volando sobre las mesas hasta encontrar a sus
dueños, para dejarles caer encima cartas y paquetes.
Hedwig  no le había llevado nada hasta aqueldía. Algunas veces volaba para
mordisquearle una oreja y conseguir una tostada, antes de volver a dormir en la
lechucería, con las otras lechuzas del colegio. Sin embargo, aquella mañana pasó
volando entre la mermelada y la azucarera y dejó caer un sobreen el plato de Harry Este
lo abrió de inmediato.
Querido Harry (decía con letra desigual),
sé que tienes las tardes del viernes libres, así que ¿te gustaría venir a
tomar una taza de té conmigo, a eso de las tres? Quiero que me cuentes todo
lo de tu primera semana. Envíame la respuesta con Hedwig.
Hagrid
Harry cogió prestada la pluma de Ron y contestó:  «Sí, gracias, nos veremos más
tarde», en la parte de atrás de la nota, y la envió con Hedwig.
Fue una suerte que Hagrid hubiera invitado a Harry a tomar el té, porque la clase de
Pociones resultó ser la peor cosa que le había ocurrido allí, hasta entonces.
Al comenzar el banquete de la primera noche, Harry había pensado que no le caía
bien al profesor Snape. Pero al final de la primera clase de Pociones supo que no se
había equivocado. No era sólo que a Snape no le gustara Harry: lo detestaba.
Las clases de Pociones se daban abajo, en un calabozo. Hacía mucho más frío allí
que arriba, en la parte principal del castillo, y habría sido igualmente tétrico sin  todos
aquellos animales conservados, flotando en frascos de vidrio, por todas las paredes.
Snape, como Flitwick, comenzó la clase pasando lista y, como Flitwick, se detuvo
ante el nombre de Harry
—Ah, sí —murmuró—. Harry Potter. Nuestra nueva... celebridad.
Draco Malfoy y sus amigos Crabbe y Goyle rieron tapándose la boca. Snape
terminó de pasar lista y miró a la clase. Sus ojos eran tan negros como los de Hagrid,
pero no tenían nada de su calidez. Eran fríos y vacíos y hacían pensar en túneles
oscuros.
—Vosotros estáis aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer
pociones  —comenzó. Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo. Como la
profesora McGonagall, Snape tenía el don de mantener a la clase en silencio, sin ningún
esfuerzo—. Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de
vosotros dudaréis que esto sea magia. No espero que lleguéis a entender la belleza de un
caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los
líquidos quese deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando
los sentidos... Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta
detener la muerte... si sois algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo
que enseñar.
Más silencio siguió a aquel pequeño discurso. Harry y Ron intercambiaron miradas
con las cejas levantadas. Hermione Granger estaba sentada en el borde de la silla, y
parecía desesperada por empezar a demostrar que ella no era un alcornoque.
—¡Potter!  —dijo de pronto Snape—. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de
asfódelo a una infusión de ajenjo?
¿Raíz en polvo de qué a una infusión de qué? Harry miró de reojo a Ron, que
parecía tan desconcertado como él. La mano de Hermione se agitaba en el aire.
—No lo sé, señor —contestó Harry.
Los labios de Snape se curvaron en un gesto burlón.
—Bah, bah... es evidente que la fama no lo es todo.
No hizo caso de la mano de Hermione.
—Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que me
encuentres un bezoar?
Hermione agitaba la mano tan alta en el aire que no necesitaba levantarse del
asiento para que la vieran, pero Harry no tenía la menor idea de lo que era un bezoar.
Trató de no mirar a Malfoy y a sus amigos, que se desternillaban de risa.
—No lo sé, señor.
—Parece que no has abierto ni un libro antes de venir. ¿No es así, Potter?
Harry se obligó a seguir mirando directamente aquellos ojos fríos. Sí había mirado
sus libros en casa de los Dursley, pero ¿cómo esperaba Snape que se acordara de todo lo
que había en Mil hierbas mágicas y hongos?
Snape seguía haciendo caso omiso de la mano temblorosa de Hermione.
—¿Cuál es la diferencia, Potter; entre acónito y luparia?
Ante eso, Hermione se puso de pie, con el brazo extendido hacia el techo de  la
mazmorra.
—No lo sé  —dijo Harry con calma—. Pero creo que Hermione lo sabe. ¿Por qué
no se lo pregunta a ella?
Unos pocos rieron. Harry captó la mirada de Seamus, que le guiñó un ojo. Snape,
sin embargo, no estaba complacido.
—Siéntate  —gritó a Hermione—. Para tu información, Potter; asfódelo y ajenjo
producen una poción para dormir tan poderosa que es conocida como Filtro de Muertos
en Vida. Un bezoar es una piedra sacada del estómago de una cabra y sirve para salvarte
de la mayor parte de los venenos.  En lo que se refiere a acónito y luparia, es la misma
planta. Bueno, ¿por qué no lo estáis apuntando todo?
Se produjo un súbito movimiento de plumas y pergaminos. Por encima del ruido,
Snape dijo:
—Y se le restará un punto a la casa Gryffindor por tu descaro, Potter.
Las cosas no mejoraron para los Gryffindors a medida que continuaba la clase de
Pociones. Snape los puso en parejas, para que mezclaran una poción sencilla para curar
forúnculos. Se paseó con su larga capa negra, observando cómo pesaban ortiga seca y
aplastaban colmillos de serpiente, criticando a todo el mundo salvo a Malfoy, que
parecía gustarle. En el preciso momento en que les estaba diciendo a todos que miraran
la perfección con que Malfoy había cocinado a fuego lento los pedazos de cuernos,
multitud de nubes de un ácido humo verde y un fuerte silbido llenaron la mazmorra. De
alguna forma, Neville se las había ingeniado para convertir el caldero de Seamus en un
engrudo hirviente que se derramaba sobre el suelo, quemando y haciendo agujeros en
los zapatos de los alumnos. En segundos, toda la clase estaba subida a sus taburetes,
mientras que Neville, que se había empapado en la poción al volcarse sobre él el
caldero, gemía de dolor; por sus brazos y piernas aparecían pústulas rojas.
—¡Chico idiota!  —dijo Snape con enfado, haciendo desaparecer la poción con un
movimiento de su varita—. Supongo que añadiste las púas de erizo antes de sacar el
caldero del fuego, ¿no?
Neville lloriqueaba, mientras las pústulas comenzaban a aparecer en su nariz.
—Llévelo a la enfermería  —ordenó Snape a Seamus. Luego se acercó a Harry y
Ron, que habían estado trabajando cerca de Neville.
—Tu, Harry Potter. ¿Por qué no le dijiste que no pusiera las púas? Pensaste que si
se equivocaba quedarías bien, ¿no es cierto? Éste es otro punto que pierdes para
Gryffindor.
Aquello era tan injusto que Harry abrió la boca para discutir, pero Ron le dio una
patada por debajo del caldero.
—No lo provoques  —murmuró—. He oído decir que Snape puede ser muy
desagradable.
Una hora más tarde, cuando subían por la escalera para salir de las mazmorras, la
mente de Harry era un torbellino y su ánimo estaba por los suelos. Había perdido dos
puntos para Gryffindor en su primera semana... ¿Por qué Snape lo odiaba tanto?
—Anímate  —dijo  Ron—. Snape siempre le quitaba puntos a Fred y a George.
¿Puedo ir a ver a Hagrid contigo?
Salieron del castillo cinco minutos antes de las tres y cruzaron los terrenos que lo
rodeaban. Hagrid vivía en una pequeña casa de madera, en el borde del bosque
prohibido. Una ballesta y un par de botas de goma estaban al lado de la puerta delantera.
Cuando Harry llamó a la puerta, oyeron unos frenéticos rasguños y varios ladridos.
Luego se oyó la voz de Hagrid, diciendo:
—Atrás, Fang, atrás.
La gran cara peluda de Hagrid apareció al abrirse la puerta.
—Entrad —dijo—Atrás, Fang.
Los dejó entrar, tirando del collar de un imponente perro negro.
Había una sola estancia. Del techo colgaban jamones y faisanes, una cazuela de
cobre hervía en el fuego y en un rincón había una cama enorme con una manta hecha de
remiendos.
—Estáis en vuestra casa —dijo Hagrid, soltando a Fang, que se lanzó contra Ron y
comenzó a lamerle las orejas. Como Hagrid,  Fang  era evidentemente mucho menos
feroz de lo que parecía.
—Éste es Ron —dijoHarry a Hagrid, que estaba volcando el agua hirviendo en una
gran tetera y sirviendo pedazos de pastel.
—Otro Weasley, ¿verdad?  —dijo Hagrid, mirando de reojo las pecas de Ron—.
Me he pasado la mitad de mi vida ahuyentando a tus hermanos gemelos del bosque.
El pastel casi les rompió los dientes, pero Harry y Ron fingieron que les gustaba,
mientras le contaban a Hagrid todo lo referente a sus primeras clases.  Fang  tenía la
cabeza apoyada sobre la rodilla de Harry y babeaba sobre su túnica.
Harry y Ron  se quedaron fascinados al oír que Hagrid llamaba a Filch «ese viejo
bobo».
—Y en lo que se refiere a esa gata, la  Señora Norris, me gustaría presentársela un
día a  Fang. ¿Sabéis que cada vez que voy al colegio me sigue todo el tiempo? No me
puedo librar deella. Filch la envía a hacerlo.
Harry le contó a Hagrid lo de la clase de Snape. Hagrid, como Ron, le dijo a Harry
que no se preocupara, que a Snape no le gustaba ninguno de sus alumnos.
—Pero realmente parece que me odie.
—¡Tonterías! —dijo Hagrid—. ¿Porqué iba a hacerlo?
Sin embargo, Harry no podía dejar de pensar en que Hagrid había mirado hacia
otro lado cuando dijo aquello.
—¿Y cómo está tu hermano Charlie?  —preguntó Hagrid a Ron—. Me gustaba
mucho, era muy bueno con los animales.
Harry se preguntó  si Hagrid no estaba cambiando de tema a propósito. Mientras
Ron le hablaba a Hagrid del trabajo de Charles con los dragones, Harry miró el recorte
del periódico que estaba sobre la mesa. Era de El Profeta.
RECIENTE ASALTO EN GRINGOTTS
Continúan las investigaciones del asalto que tuvo lugar en Gringotts el 31 de
julio. Se cree que se debe al trabajo de oscuros magos y brujas desconocidos.
Los gnomos de Gringotts insisten en que no se han llevado nada. La
cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día.
«Pero no vamos a decirles qué había allí, así que mantengan las narices
fuera de esto, si saben lo que les conviene», declaró esta tarde un gnomo
portavoz de Gringotts.
Harry recordó que Ron le había contado en el tren que alguien había tratado  de
robar en Gringotts, pero su amigo no había mencionado la fecha.
—¡Hagrid!  —dijo Harry—. ¡Ese robo en Gringotts sucedió el día de mi
cumpleaños! ¡Pudo haber sucedido mientras estábamos allí!
Aquella vez no tuvo dudas: Hagrid decididamente evitó su mirada. Gruñó y le
ofreció más pastel. Harry volvió a leer la nota. «La cámara que se registró había sido
vaciada aquel mismo día.» Hagrid había vaciado la cámara setecientos trece, si puede
llamarse vaciarla a sacar un paquetito arrugado. ¿Sería eso lo que estaban buscando los
ladrones?
Mientras Harry y Ron regresaban al castillo para cenar, con los bolsillos llenos del
pétreo pastel que fueron demasiado amables para rechazar; Harry pensaba que ninguna
de las clases le había hecho reflexionar tanto como aquella merienda con Hagrid.
¿Hagrid habría sacado el paquete justo a tiempo? ¿Dónde podía estar? ¿Sabría algo
sobre Snape que no quería decirle?

9
El duelo a medianoche

Harry nunca había creído que pudiera existir un chico al que detestara más que a
Dudley, pero eso era antes de haber conocido a Draco Malfoy. Sin embargo, los de
primer año de Gryffindor sólo compartían con los de Slytherin la clase de Pociones, así
que no tenía que encontrarse mucho con él. O, al menos, así era hasta que apareció una
noticia en la sala común de Gryffindor; que los hizo protestar a todos. Las lecciones de
vuelo comenzarían el jueves... y Gryffindor y Slytherin aprenderían juntos.
—Perfecto  —dijo en tono sombrío Harry—. Justo lo que siempre he deseado.
Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.
Deseaba aprender a volar más que ninguna otra cosa.
—No sabes aún si vas a hacer un papelón  —dijo razonablemente Ron—. De todos
modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en  quidditch, pero seguro que
es pura palabrería.
La verdad es que Malfoy hablaba mucho sobre volar. Se quejaba en voz alta porque
los de primer año nunca estaban en los equipos de  quidditch  y contaba largas y
jactanciosas historias, que siempre acababan con él escapando de helicópteros pilotados
por  muggles. Pero no era el único: por la forma de hablar de Seamus Finnigan, parecía
que había pasado toda la infancia volando por el campo con su escoba. Hasta Ron podía
contar a quien quisiera oírlo que una vez casi había chocado contra un planeador con la
vieja escoba de Charles. Todos los que procedían de familias de magos hablaban
constantemente de  quidditch. Ron ya había tenido una gran discusión con Dean
Thomas, que compartía el dormitorio con ellos, sobre fútbol. Ron no podía ver qué tenía
de excitante un juego con una sola pelota, donde nadie podía volar. Harry había
descubierto a Ron tratando de animar un cartel de Dean en que aparecía el equipo de
fútbol de West Ham, para hacer que los jugadores se movieran.
Neville no había tenido una escoba en toda su vida, porque su abuela no se lo
permitía. Harry pensó que ella había actuado correctamente, dado que Neville se las
ingeniaba para tener un número extraordinario de accidentes, incluso con los dos pies en
tierra.
Hermione Granger estaba casi tan nerviosa como Neville con el tema del vuelo.
Eso era algo que no se podía aprender de memoria en los libros, aunque lo había
intentado. En el desayuno del jueves, aburrió a todos con estúpidas notas sobre el vuelo
que había encontrado en un libro  de la biblioteca, llamado  Quidditch a través de los
tiempos. Neville estaba pendiente de cada palabra, desesperado por encontrar algo que
lo ayudara más tarde con su escoba, pero todos los demás se alegraron mucho cuando la
lectura de Hermione fue interrumpida por la llegada del correo.
Harry no había recibido una sola carta desde la nota de Hagrid, algo que Malfoy ya
había notado, por supuesto. La lechuza de Malfoy siempre le llevaba de su casa
paquetes con golosinas, que el muchacho abría con perversa  satisfacción en la mesa de
Slytherin.
Un lechuzón entregó a Neville un paquetito de parte de su abuela. Lo abrió
excitado y les enseñó una bola de cristal, del tamaño de una gran canica, que parecía
llena de humo blanco.
—¡Es una Recordadora!  —explicó—. La  abuela sabe que olvido cosas y esto te
dice si hay algo que te has olvidado de hacer. Mirad, uno la sujeta así, con fuerza, y si se
vuelve roja... oh...  —se puso pálido, porque la Recordadora súbitamente se tiñó de un
brillo escarlata—... es que has olvidado algo...
Neville estaba tratando de recordar qué era lo que había olvidado, cuando Draco
Malfoy que pasaba al lado de la mesa de Gryffindor; le quitó la Recordadora de las
manos.
Harry y Ron saltaron de sus asientos. En realidad, deseaban tener un motivo para
pelearse con Malfoy, pero la profesora McGonagall, que detectaba problemas más
rápido que ningún otro profesor del colegio, ya estaba allí.
—¿Qué sucede?
—Malfoy me ha quitado mi Recordadora, profesora.
Con aire ceñudo, Malfoy dejó rápidamente la Recordadora sobre la mesa.
—Sólo la miraba —dijo, y se alejó, seguido por Crabbe y Goyle.
Aquella tarde, a las tres y media, Harry, Ron y los otros Gryffindors bajaron corriendo
los escalones delanteros, hacia el parque, para asistir a su primera clase de vuelo. Era un
día claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo sus pies mientras marchaban por el terreno
inclinado en dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, cuyos
árboles se agitaban tenebrosamente en la distancia.
Los Slytherins ya estaban allí, y también las veinte escobas, cuidadosamente
alineadas en el suelo. Harry había oído a Fred y a George Weasley quejarse de las
escobas del colegio, diciendo que algunas comenzaban a vibrar si uno volaba muy alto,
o que siempre volaban ligeramente torcidas hacia la izquierda.
Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y ojos
amarillos como los de un halcón.
—Bueno ¿qué estáis esperando?  —bramó—. Cada uno al lado de una escoba.
Vamos, rápido.
Harry miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja sobresalían
formando ángulos extraños.
—Extended la mano derecha sobre la escoba  —les indicó la señora Hooch—y
decid «arriba».
—¡ARRIBA! —gritaron todos.
La escoba de Harry saltó de inmediato en sus manos, pero fue uno de los pocos que
lo consiguió. La de Hermione Granger no hizo más que rodar por el suelo y la de
Neville no se movió en absoluto. «A lo mejor las escobas saben, como los caballos,
cuándo tienes miedo», pensó Harry, y había un temblor en la voz de Neville que
indicaba, demasiado claramente, que deseaba mantener sus pies en la tierra.
Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin deslizarse
hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla. Harry y Ron se
alegraron muchísimo cuando la profesora dijo a Malfoy que lo había estado haciendo
mal durante todos esos años.
—Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada  —dijo la señora
Hooch—. Mantened las escobas firmes, elevaos un metro o dos  y luego bajad
inclinándoos suavemente. Preparados... tres... dos...
Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada antes de que
sonara el silbato.
—¡Vuelve, muchacho!  —gritó, pero Neville subía en línea recta, como el corcho
de una botella... Cuatro metros... seis metros... Harry le vio la cara pálida y asustada,
mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear; deslizarse hacia un lado de la
escoba y..
BUM... Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su escoba  seguía
subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y
desapareció de la vista.
La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco como el del
chico.
—La muñeca fracturada  —la oyó murmurar Harry—. Vamos,  muchacho... Está
bien... A levantarse.
Se volvió hacia el resto de la clase.
—No debéis moveros mientras llevo a este chico a la enfermería. Dejad las escobas
donde están o estaréis fuera de Hogwarts más rápido de lo que tardéis en decir
quidditch. Vamos, hijo.
Neville, con la cara surcada de lágrimas y agarrándose la muñeca, cojeaba al lado
de la señora Hooch, que lo sostenía.
Casi antes de que pudieran marcharse, Malfoy ya se estaba riendo a carcajadas.
—¿Habéis visto la cara de ese gran zoquete?
Los otros Slytherins le hicieron coro.
—¡Cierra la boca, Malfoy! —dijo Parvati Patil en tono cortante.
—Oh, ¿estás enamorada de Longbottom?  —dijo Pansy Parkinson, una chica de
Slytherin de rostro duro. Nunca pensé que te podían gustar los gorditos llorones,
Parvati.
—¡Mirad!  —dijo Malfoy, agachándose y recogiendo algo de la hierba—. Es esa
cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.
La Recordadora brillaba al sol cuando la cogió.
—Trae eso aquí, Malfoy  —dijo Harry con calma. Todos dejaron de hablar para
observarlos.
Malfoy sonrió con malignidad.
—Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque... ¿Qué os
parece... en la copa de un árbol?
—¡Tráela aquí!  —rugió Harry, pero Malfoy había subido a su escoba y se alejaba.
No había mentido, sabía volar. Desde las ramas más altas de un roble lo llamó:
—¡Ven a buscarla, Potter!
Harry cogió su escoba.
—¡No!  —gritó Hermione Granger—. La señora Hooch dijo que no nos
moviéramos. Nos vas a meter en un lío.
Harry no le hizo caso. Le ardían las orejas. Se montó en su escoba, pegó una fuerte
patada y subió. El aire agitaba su pelo y su túnica, silbando tras él y, en un relámpago de
feroz alegría, se dio cuenta de que había descubierto algo que podía hacer sin que se lo
enseñaran. Era fácil, era maravilloso. Empujó su escoba un poquito más, para volar más
alto, y oyó los gritos y gemidos de las chicas que lo miraban desde abajo, y una
exclamación admirada de Ron.
Dirigió su escoba para enfrentarse a Malfoy en el aire. Éste lo miró asombrado.
—¡Déjala —gritó Harry—o te bajaré de esa escoba!
—Ah, ¿sí? —dijo Malfoy, tratando de burlarse, pero con tono preocupado.
Harry sabía, de alguna manera, lo que tenía que hacer. Se inclinó hacia delante,
cogió la escoba con las dos manos y se lanzó sobre Malfoy como una  jabalina. Malfoy
pudo apartarse justo a tiempo, Harry dio la vuelta y mantuvo firme la escoba. Abajo,
algunos aplaudían.
—Aquí no están Crabbe y Goyle para salvarte, Malfoy —exclamó Harry
Parecía que Malfoy también lo había pensado.
—¡Atrápala si puedes,  entonces!  —gritó. Giró la bola de cristal hacia arriba y bajó
a tierra con su escoba.
Harry vio, como si fuera a cámara lenta, que la bola se elevaba en el aire y luego
comenzaba a caer. Se inclinó hacia delante y apuntó el mango de la escoba hacia abajo.
Al momento siguiente, estaba ganando velocidad en la caída, persiguiendo a la bola, con
el viento silbando en sus orejas mezclándose con los gritos de los que miraban.
Extendió la mano y, a unos metros del suelo, la atrapó, justo a tiempo para enderezar su
escoba y descender suavemente sobre la hierba, con la Recordadora a salvo.
—¡HARRY POTTER!
Su corazón latió más rápido que nunca. La profesora McGonagall corría hacia
ellos. Se puso de pie, temblando.
—Nunca... en todo mis años en Hogwarts...
La profesora McGonagall estaba casi muda de la impresión, y sus gafas
centelleaban de furia.
—¿Cómo te has atrevido...? Has podido romperte el cuello...
—No fue culpa de él, profesora...
—Silencio, Parvati.
—Pero Malfoy..
—Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter,ven conmigo.
En aquel momento, Harry pudo ver el aire triunfal de Malfoy, Crabbe y Goyle,
mientras andaba inseguro tras la profesora McGonagall, de vuelta al castillo. Lo iban a
expulsar; lo sabía. Quería decir algo para defenderse, pero no podía controlar su voz. La
profesora McGonagall andaba muy rápido, sin siquiera mirarlo. Tenía que correr para
alcanzarla. Esta vez sí que lo había hecho. No había durado ni dos semanas. En diez
minutos estaría haciendo su maleta. ¿Qué dirían los Dursley cuando lo vieran llegar a la
puerta de su casa?
Subieron por los peldaños delanteros y después por la escalera de mármol. La
profesora McGonagall seguía sin hablar. Abría puertas y andaba por los pasillos, con
Harry corriendo tristemente tras ella. Tal vez lo llevabaante Dumbledore. Pensó en
Hagrid, expulsado, pero con permiso para quedarse como guardabosque. Quizá podría
ser el ayudante de Hagrid. Se le revolvió el estómago al imaginarse observando a Ron y
los otros convirtiéndose en magos, mientras él andaba por  ahí, llevando la bolsa de
Hagrid.
La profesora McGonagall se detuvo ante un aula. Abrió la puerta y asomó la
cabeza.
—Discúlpeme, profesor Flitwick. ¿Puedo llevarme a Wood un momento?
«¿Wood?  —pensó Harry aterrado—. ¿Wood sería el encargado de aplicar los
castigos físicos?»
Pero Wood era sólo un muchacho corpulento de quinto año, que salió de la clase de
Flitwick con aire confundido.
—Seguidme los dos  —dijo la profesora McGonagall. Avanzaron por el pasillo,
Wood mirando a Harry con curiosidad.
—Aquí.
La profesora McGonagall señaló un aula en la que sólo estaba Peeves, ocupado en
escribir groserías en la pizarra.
—¡Fuera, Peeves! —dijo con ira la profesora.
Peeves tiró la tiza en un cubo y se marchó maldiciendo. La profesora McGonagall
cerró la puerta y se volvió para encararse con los muchachos.
—Potter, éste es Oliver Wood. Wood, te he encontrado un buscador.
La expresión de intriga de Wood se convirtió en deleite.
—¿Está segura, profesora?
—Totalmente  —dijo la profesora con vigor—. Este chico tiene un talento natural.
Nunca vi nada parecido. ¿Ésta ha sido tu primera vez con la escoba, Potter?
Harry asintió con la cabeza en silencio. No tenía una explicación para lo que estaba
sucediendo, pero le parecía que no lo iban a expulsar y comenzaba a sentirse más
seguro.
—Atrapó esa cosa con la mano, después de un vuelo de quince metros —explicó la
profesora a Wood—. Ni un rasguño. Charlie Weasley no lo habría hecho mejor.
Wood parecía pensar que todos sus sueños se habían hecho realidad.
—¿Alguna vez has visto un partido de quidditch, Potter? —preguntó excitado.
—Wood es el capitán del equipo de Gryffindor —aclaró la profesora McGonagall.
—Y tiene el cuerpo indicado para ser buscador  —dijo Wood, paseando alrededor
de Harry y observándolo con atención—. Ligero,  veloz... Vamos a tener que darle una
escoba decente, profesora, una Nimbus 2.000 o una Cleansweep 7.
—Hablaré con el profesor Dumbledore para ver si podemos suspender la regla del
primer año. Los cielos saben que necesitamos un equipo mejor que el del año pasado.
Fuimos aplastados por Slytherin en ese último partido. No pude mirar a la cara a
Severus Snape en vanas semanas...
La profesora McGonagall observó con severidad a Harry, por encima de sus gafas.
—Quiero oír que te entrenas mucho, Potter, o cambiaré de idea sobre tu castigo.
Luego, súbitamente, sonrió.
—Tu padre habría estado orgulloso  —dijo—. Era un excelente jugador de
quidditch.
—Es una broma.
Era la hora de la cena. Harry había terminado de contarle a Ron todo lo sucedido
cuando dejó el parque con la profesora McGonagall. Ron tenía un trozo de carne y
pastel de riñón en el tenedor; pero se olvidó de llevárselo a la boca.
—¿Buscador?  —dijo—. Pero los de primer año nunca... Serías el jugador más
joven en...
—Un siglo  —terminó Harry, metiéndose un trozo de pastel en la boca. Tenía
muchísima hambre después de toda la excitación de la tarde—. Wood me lo dijo.
Ron estaba tan sorprendido e impresionado que se quedó mirándolo boquiabierto.
—Tengo que empezar a entrenarme la semana que viene  —dijo Harry—. Pero no
se lo digas a nadie, Wood quiere mantenerlo en secreto.
Fred y George Weasley aparecieron en el comedor; vieron a Harry y se acercaron
rápidamente.
—Bien hecho  —dijo George en voz baja—. Wood nos lo contó. Nosotros también
estamos en el equipo. Somos golpeadores.
—Te lo aseguro, vamos a ganar la copa de  quidditch  este curso  —dijo Fred—. No
la ganamos desde que Charlie se fue, pero el equipo de este año será muy bueno. Tienes
que hacerlo bien, Harry. Wood casi saltaba cuando nos lo contó.
—Bueno, tenemos que irnos. Lee Jordan cree que ha descubierto un nuevo
pasadizo secreto, fuera del colegio.
—Seguro que es el que hay detrás de la estatua de Gregory Smarmy, que nosotros
encontramos en nuestra primera semana.
Fred y George acababan de  desaparecer, cuando se presentaron unos visitantes
mucho menos agradables. Malfoy, flanqueado por Crabbe y Goyle.
—¿Comiendo la última cena, Potter? ¿Cuándo coges el tren para volver con los
muggles?
—Eres mucho más valiente ahora que has vuelto a tierrafirme y tienes a tus
«amiguitos» —dijo fríamente Harry. Por supuesto que en Crabbe y Goyle no había nada
que justificara el diminutivo, pero como la Mesa Alta estaba llena de profesores, no
podían hacer más que crujir los nudillos y mirarlo con el ceño fruncido.
—Nos veremos cuando quieras  —dijo Malfoy—. Esta noche, si quieres. Un duelo
de magos. Sólo varitas, nada de contacto. ¿Qué pasa? Nunca has oído hablar de duelos
de magos, ¿verdad?
—Por supuesto que sí —dijo Ron, interviniendo—. Yo soy su segundo. ¿Cuál es el
tuyo?
Malfoy miró a Crabbe y Goyle, valorándolos.
—Crabbe  —respondió—. A medianoche, ¿de acuerdo? Nos encontraremos en el
salón de los trofeos, nunca se cierra con llave.
Cuando Malfoy se fue, Ron y Harry se miraron.
—¿Qué es un duelo de magos?  —preguntó Harry—. ¿Y qué quiere decir que seas
mi segundo?
—Bueno, un segundo es el que se hace cargo, si te matan  —dijo Ron sin darle
importancia. Al ver la expresión de Harry, añadió rápidamente—: Pero la gente sólo
muere en los duelos reales, ya sabes, con magos de verdad. Lo máximo que podéis
hacer Malfoy y tú es mandaros chispas uno al otro. Ninguno sabe suficiente magia para
hacer verdadero daño. De todos modos, seguro que él esperaba que te negaras.
—¿Y si levanto mi varita y no sucede nada?
—La tiras y le das un puñetazo en la nariz —le sugirió Ron.
—Disculpad.
Los dos miraron. Era Hermione Granger.
—¿No se puede comer en paz en este lugar? —dijo Ron.
Hermione no le hizo caso y se dirigió a Harry
—No pude dejar de oír lo que tú y Malfoy estabais diciendo...
—No esperaba otra cosa —murmuró Ron.
—... y no debes andar por el colegio de noche. Piensa en los puntos que perderás
para Gryffindor si te atrapan, y lo harán. La verdad es que es muy egoísta de tu parte.
—Y la verdad es que no es asunto tuyo —respondió Harry.
—Adiós —añadió Ron.
De todos modos, pensó Harry, aquello no era lo que llamaría un perfecto final para el
día. Estaba acostado, despierto, oyendo dormir a Seamus y a Dean (Neville no había
regresado de la enfermería). Ron había pasado  toda la velada dándole consejos del tipo
de: «Si trata de maldecirte, será mejor que te escapes, porque no recuerdo cómo se hace
para pararlo». Tenían grandes probabilidades de que los atraparan Filch o la  Señora
Norris, y Harry sintió que estaba abusandode su suerte al transgredir otra regla del
colegio en un mismo día. Por otra parte, el rostro burlón de Malfoy se le aparecía en la
oscuridad, y aquélla era la gran oportunidad de vencerlo frente a frente. No podía
perderla.
—Once y media —murmuró finalmente Ron—. Mejor nos vamos ya.
Se pusieron las batas, cogieron sus varitas y se lanzaron a través del dormitorio de
la torre. Bajaron la escalera de caracol y entraron en la sala común de Gryffindor.
Todavía brillaban algunas brasas en la chimenea, haciendo que todos los sillones
parecieran sombras negras. Ya casi habían llegado al retrato, cuando una voz habló
desde un sillón cercano.
—No puedo creer que vayas a hacer esto, Harry.
Una luz brilló. Era Hermione Granger; con el rostro ceñudo y una bata rosada.
—¡Tu! —dijo Ron furioso—. ¡Vuelve a la cama!
—Estuve a punto de decírselo a tu hermano  —contestó enfadada Hermione—.
Percy es el prefecto y puede deteneros.
Harry no podía creer que alguien fuera tan entrometido.
—Vamos  —dijo a Ron. Empujó el retrato de la Dama Gorda y se metió por el
agujero.
Hermione no iba a rendirse tan fácilmente. Siguió a Ron a través del agujero,
gruñendo como una gansa enfadada.
—No os importa Gryffindor; ¿verdad? Sólo os importa lo vuestro. Yo no quiero
que Slytherin gane lacopa de las casas y vosotros vais a perder todos los puntos que yo
conseguí de la profesora McGonagall por conocer los encantamientos para cambios.
—Vete.
—Muy bien, pero os he avisado. Recordad todo lo que os he dicho cuando estéis en
el tren volviendo acasa mañana. Sois tan...
Pero lo que eran no lo supieron. Hermione había retrocedido hasta el retrato de la
Dama Gorda, para volver; y descubrió que la tela estaba vacía. La Dama Gorda se había
ido a una visita nocturna y Hermione estaba encerrada, fuera de la torre de Gryffindor.
—¿Y ahora qué voy a hacer? —preguntó con tono agudo.
—Ése es tu problema  —dijo Ron—. Nosotros tenemos que irnos o llegaremos
tarde.
No habían llegado al final del pasillo cuando Hermione los alcanzó.
—Voy con vosotros —dijo.
—No lo harás.
—¿No creeréis que me voy a quedar aquí, esperando a que Filch me atrape? Si nos
encuentra a los tres, yo le diré la verdad, que estaba tratando de deteneros, y vosotros
me apoyaréis.
—Eres una caradura —dijo Ron en voz alta.
—Callaos los dos —dijo Harry en tono cortante—. He oído algo.
Era una especie de respiración.
—¿La Señora Norris? —resopló Ron, tratando de ver en la oscuridad.
No era la  Señora Norris. Era Neville. Estaba enroscado en el suelo, medio
dormido, pero se despertó súbitamente al oírlos.
—¡Gracias a Dios que me habéis encontrado! Hace horas que estoy aquí. No podía
recordar el nuevo santo y seña para irme a la cama.
—No hables tan alto, Neville. El santo y seña es «hocico de cerdo», pero ahora no
te servirá, porque la Dama Gorda se ha ido no sé dónde.
—¿Cómo está tu muñeca? —preguntó Harry
—Bien  —contestó, enseñándosela—. La señora Pomfrey me la arregló en un
minuto.
—Bueno, mira, Neville, tenemos que ir a otro sitio. Nos veremos más tarde...
—¡No me dejéis!  —dijo Neville, tambaléandose—. No quiero quedarme aquí solo.
El Barón Sanguinario ya ha pasado dos veces.
Ron miró su reloj y luego echó una mirada furiosa a Hermione y Neville.
—Si nos atrapan por vuestra culpa, no descansaré hasta aprender esa Maldición de
los Demonios, de la que nos habló Quirrell, y la utilizaré contra vosotros.
Hermione abrió la boca, tal vez para decir a Ron cómo utilizar la Maldición de los
Demonios, pero Harry susurró que se callara y les hizo señas para que avanzaran.
Se deslizaron por pasillos iluminados por el claro de luna, que entraba por los altos
ventanales. En cada esquina, Harry esperaba chocar con Filch o la  Señora Norris, pero
tuvieron suerte. Subieron rápidamente por una escalera hasta el tercer piso y entraron de
puntillas en el salón de los trofeos.
Malfoy y Crabbe todavía no habían llegado. Las vitrinas con trofeos brillaban
cuando las iluminaba la luz de la luna. Copas, escudos, bandejas y estatuas, oro y plata
reluciendo en la oscuridad. Fueron bordeando las paredes, vigilando las puertas en cada
extremo del salón. Harry empuñó su varita, por si Malfoy aparecía de golpe. Los
minutos pasaban.
—Se está retrasando, tal vez se ha acobardado —susurró Ron.
Entonces un ruido en la habitación de al lado los hizo saltar. Harry ya había
levantadosu varita cuando oyeron unas voces. No era Malfoy.
—Olfatea por ahí, mi tesoro. Pueden estar escondidos en un rincón.
Era Filch, hablando con la  Señora Norris. Aterrorizado, Harry gesticuló
salvajemente para que los demás lo siguieran lo más rápido posible. Se escurrieron
silenciosamente hacia la puerta más alejada de la voz de Filch. Neville acababa de
pasar, cuando oyeron que Filch entraba en el salón de los trofeos.
—Tienen que estar en algún lado  —lo oyeron murmurar—. Probablemente se han
escondido.
—¡Por aquí!  —señaló Harry a los otros y, aterrados, comenzaron a atravesar una
larga galería, llena de armaduras. Podían oír los pasos de Filch, acercándose a ellos.
Súbitamente, Neville dejó escapar un chillido de miedo y empezó a correr, tropezó, se
aferró a la muñeca de Ron y se golpearon contra una armadura.
Los ruidos eran suficientes para despertar a todo el castillo.
—¡CORRED! —exclamó Harry, y los cuatro se lanzaron por la galería, sin darse la
vuelta para ver si Filch los seguía. Pasaron por elquicio de la puerta y corrieron de un
pasillo a otro, Harry delante, sin tener ni idea de dónde estaban o adónde iban. Se
metieron a través de un tapiz y se encontraron en un pasadizo oculto, lo siguieron y
llegaron cerca del aula de Encantamientos, que  sabían que estaba a kilómetros del salón
de trofeos.
—Creo que lo hemos despistado  —dijo Harry, apoyándose contra la pared fría y
secándose la frente. Neville estaba doblado en dos, respirando con dificultad.
—Te... lo... dije —añadió Hermione, apretándose el pecho—. Te... lo... dije.
—Tenemos que regresar a la torre Gryffindor —dijo Ron—lo más rápido posible.
—Malfoy te engañó  —dijo Hermione a Harry—. Te has dado cuenta, ¿no? No
pensaba venir a encontrarse contigo. Filch sabía que iba a haber gente en  el salón de los
trofeos. Malfoy debió de avisarle.
Harry pensó que probablemente tenía razón, pero no iba a decírselo.
—Vamos.
No sería tan sencillo. No habían dado más de una docena de pasos, cuando se
movió un pestillo y alguien salió de un aula que estaba frente a ellos.
Era Peeves. Los vio y dejó escapar un grito de alegría.
—Cállate, Peeves, por favor... Nos vas a delatar.
Peeves cacareó.
—¿Vagabundeando a medianoche, novatos? No, no, no. Malitos, malitos, os
agarrarán del cuellecito.
—No, si no nos delatas, Peeves, por favor.
—Debo decírselo a Filch, debo hacerlo  —dijo Peeves, con voz de santurrón, pero
sus ojos brillaban malévolamente—. Es por vuestro bien, ya lo sabéis.
—Quítate de en medio  —ordenó Ron, y le dio un golpe a Peeves. Aquello fue un
granerror.
—¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA!  —gritó Peeves—. ¡ALUMNOS FUERA
DE LA CAMA, EN EL PASILLO DE LOS ENCANTAMIENTOS!
Pasaron debajo de Peeves y corrieron como para salvar sus vidas, recto hasta el
final del pasillo, donde chocaron contra una puerta... que estaba cerrada.
—¡Estamos listos!  —gimió Ron, mientras empujaban inútilmente la puerta—.
¡Esto es el final!
Podían oír las pisadas: Filch corría lo más rápido que podía hacia el lugar de donde
procedían los gritos de Peeves.
—Oh, muévete  —ordenó Hermione.  Cogió la varita de Harry, golpeó la cerradura
y susurró—: ¡Alohomora!
El pestillo hizo un clic y la puerta se abrió. Pasaron todos, la cerraron rápidamente
y se quedaron escuchando.
—¿Adónde han ido, Peeves? —decía Filch—. Rápido, dímelo.
—Di «por favor».
—No me fastidies, Peeves. Dime adónde fueron.
—No diré nada si me lo pides por favor —dijo Peeves, con su molesta vocecita.
—Muy bien... por favor.
—¡NADA! Ja, ja. Te dije que no te diría nada si me lo pedías por favor. ¡Ja, ja!
—Y oyeron a Peeves alejándose y a Filch maldiciendo enfurecido.
—Él cree que esta puerta está cerrada  —susurro Harry—. Creo que nos vamos a
escapar. ¡Suéltame, Neville!  —Porque Neville le tiraba de la manga desde hacia un
minuto—. ¿Qué pasa?
Harry se dio la vuelta y vio, claramente, lo que pasaba. Durante un momento,
pensó que estaba en una pesadilla: aquello era demasiado, después de todo lo que había
sucedido.
No estaban en una habitación, como él había pensado. Era un pasillo. El pasillo
prohibido del tercer piso. Y ya sabían por qué estaba prohibido.
Estaban mirando directamente a los ojos de un perro monstruoso, un perro que
llenaba todo el espacio entre el suelo y el techo. Tenía tres cabezas, seis ojos
enloquecidos, tres narices que olfateaban en dirección a ellos y tres bocas chorreando
saliva entre los amarillentos colmillos.
Estaba casi inmóvil, con los seis ojos fijos en ellos, y Harry supo que la única razón
por la que no los había matado ya era porque la súbita aparición lo había cogido por
sorpresa. Pero se recuperaba rápidamente: sus profundos gruñidos eran inconfundibles.
Harry abrió la puerta. Entre Filch y la muerte, prefería a Filch.
Retrocedieron y Harry cerró la puerta tras ellos. Corrieron, casi volaron por el
pasillo. Filch debía de haber ido a buscarlos a otro lado, porque no lo vieron. Pero no les
importaba: lo único que querían era alejarse del monstruo. No dejaron de correr hasta
que alcanzaron el retrato de la Dama Gorda en el séptimo piso.
—¿Dónde os habíais metido?  —les preguntó, mirando sus rostros  sudorosos y
rojos y sus batas desabrochadas, colgando de sus hombros.
—No importa... Hocico de cerdo, hocico de cerdo  —jadeó Harry, y el retrato se
movió para dejarlos pasar. Se atropellaron para entrar en la sala común y se
desplomaron en los sillones.
Pasó un rato antes de que nadie hablara. Neville, por otra parte, parecía que nunca
más podría decir una palabra.
—¿Qué pretenden, teniendo una cosa así encerrada en el colegio?  —dijo
finalmente Ron—. Si algún perro necesita ejercicio, es ése.
Hermione había recuperado el aliento y el mal carácter.
—¿Es que no tenéis ojos en la cara?  —dijo enfadada—. ¿No visteis lo que había
debajo de él?
—¿El suelo?  —sugirió Harry—. No miré sus patas, estaba demasiado ocupado
observando sus cabezas.
—No, el suelo no. Estaba encima de una trampilla. Es evidente que está vigilando
algo.
Se puso de pie, mirándolos indignada.
—Espero que estéis satisfechos. Nos podía haber matado. O peor, expulsado.
Ahora, si no os importa, me voy a la cama.
Ron la contempló boquiabierto.
—No, no nos importa —dijo—Nosotros no la hemos arrastrado, ¿no?
Pero Hermione le había dado a Harry algo más para pensar, mientras se metía en la
cama. El perro vigilaba algo... ¿Qué había dicho Hagrid? Gringotts era el lugar más
seguro del mundo para cualquier cosa que uno quisiera ocultar... excepto tal vez
Hogwarts.
Parecía que Harry había descubierto dónde estaba el paquetito arrugado de la
cámara setecientos trece.

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