lunes, 30 de junio de 2014

Harry Potter y la Piedra Filosofal Cap. 10-12

10
Halloween

Malfoy no podía creer lo que veían sus ojos, cuando vio que Harry y  Ron todavía
estaban en Hogwarts al día siguiente, con aspecto cansado pero muy alegres. En
realidad, por la mañana Harry y Ron pensaron que el encuentro con el perro de tres
cabezas había sido una excelente aventura, y ya estaban preparados para tener otra.
Mientras tanto, Harry le habló a Ron del paquete que había sido llevado de Gringotts a
Hogwarts, y pasaron largo rato preguntándose qué podía ser aquello para necesitar una
protección así.
—Es algo muy valioso, o muy peligroso —dijo Ron.
—O las dos cosas —opinó Harry
Pero como lo único que sabían con seguridad del misterioso objeto era que tenía
unos cinco centímetros de largo, no tenían muchas posibilidades de adivinarlo sin otras
pistas.
Ni Neville ni Hermione demostraron el menor interés en lo que había debajo del
perro y la trampilla. Lo único que le importaba a Neville era no volver a acercarse
nunca más al animal.
Hermione se negaba a hablar con Harry y Ron, pero como era una sabihonda
mandona, los chicos lo consideraron como un premio. Lo que realmente deseaban en
aquel momento era poder vengarse de Malfoy y, para su gran satisfacción, la posibilidad
llegó una semana más tarde, por correo.
Mientras las lechuzas volaban por el Gran Comedor, como de costumbre, la
atención de todos se fijó de inmediato en un paquete largo y delgado, que llevaban seis
lechuzas blancas. Harry estaba tan interesado como los demás en ver qué contenía, y se
sorprendió mucho cuando las lechuzas bajaron y dejaron el paquete frente a él, tirando
al suelo su tocino. Se estaban alejando, cuando otra lechuza dejó caer una carta sobre el
paquete.
Harry abrió el sobre para leer primero la carta y fue una suerte, porque decía:
NO ABRAS EL PAQUETE EN LA MESA  Contiene tu nueva Nimbus 2.000,
pero no quiero que todos sepan que te han comprado una escoba, porque
también querrán una. Oliver Wood te esperará esta noche en el campo de
quidditch a las siete, para tu primera sesión de entrenamiento.
Profesora McGonagall
Harry tuvo dificultades para ocultar su alegría, mientras le alcanzaba la nota a Ron.
—¡Una Nimbus 2.000! —gimió Ron con envidia—. Yo nunca he tocado ninguna.
Salieron rápidamente del comedor para abrir el paquete en privado, antes de la
primera clase, pero a mitad de camino se encontraron con Crabbe y Goyle, que les
cerraban el camino. Malfoy le quitó el paquete a Harry y lo examinó.
—Es una escoba  —dijo, devolviéndoselo bruscamente, con una mezcla de celos y
rencor en su cara—. Esta vez lo has hecho, Potter. Los de primer año no tienen permiso
para tener una.
Ron no pudo resistirse.
—No es ninguna escoba vieja  —dijo—. Es una Nimbus 2.000. ¿Cuál dijiste que
tenías en casa, Malfoy, una Comet 260?  —Ron rió con aire burlón—. Las Comet
parecen veloces, pero no tienen nada que hacer con las Nimbus.
—¿Qué sabes tú, Weasley,  si no puedes comprar ni la mitad del palo?  —replicó
Malfoy—. Supongo que tú y tus hermanos tenéis que ir reuniendo la escoba ramita a
ramita.
Antes de que Ron pudiera contestarle, el profesor Flitwick apareció detrás de
Malfoy
—No os estaréis peleando, ¿verdad, chicos? —preguntó con voz chillona.
—A Potter le han enviado una escoba, profesor —dijo rápidamente Malfoy.
—Sí, sí, está muy bien  —dijo el profesor Flitwick, mirando radiante a Harry—. La
profesora McGonagall me habló de las circunstancias especiales, Potter. ¿Y qué modelo
es?
—Una Nimbus 2.000, señor —dijo Harry, tratando de no reír ante la cara de horror
de Malfoy—. Y realmente es gracias a Malfoy que la tengo.
Harry y Ron subieron por la escalera, conteniendo la risa ante la evidente furia y
confusión de Malfoy.
—Bueno, es verdad  —continuó Harry cuando llegaron al final de la escalera de
mármol—. Si él no hubiera robado la Recordadora de Neville, yo no estaría en el
equipo...
—¿Así que crees que es un premio por quebrantar las reglas?  —Se oyóuna voz
irritada a sus espaldas. Hermione subía la escalera, mirando con aire de desaprobación
el paquete de Harry
—Pensaba que no nos hablabas —dijo Harry.
—Sí, continúa así —dijo Ron—. Es mucho mejor para nosotros.
Hermione se alejó con la nariz haciaarriba.
Durante aquel día, Harry tuvo que esforzarse por atender a las clases. Su mente
volvía al dormitorio, donde su escoba nueva estaba debajo de la cama, o se iba al campo
de quidditch, donde aquella misma noche aprendería a jugar. Durante la cena comió sin
darse cuenta de lo que tragaba, y luego se apresuró a subir con Ron, para sacar; por fin,
a la Nimbus 2.000 de su paquete.
—Oh —suspiró Ron, cuando la escoba rodó sobre la colcha de la cama de Harry.
Hasta Harry, que no sabía nada sobre las diferencias en las escobas, pensó que
parecía maravillosa. Pulida y brillante, con el mango de caoba, tenía una larga cola de
ramitas rectas y, escrito en letras doradas: «Nimbus 2.000».
Cerca de las siete, Harry salió del castillo y se encaminó hacia el campo  de
quidditch. Nunca había estado en aquel estadio deportivo. Había cientos de asientos
elevados en tribunas alrededor del terreno de juego, para que los espectadores
estuvieran a suficiente altura para ver lo que ocurría. En cada extremo del campo había
tres postes dorados con aros en la punta. Le recordaron los palitos de plástico con los
que los niños muggles hacían burbujas, sólo que éstos eran de quince metros de alto.
Demasiado deseoso de volver a volar antes de que llegara Wood, Harry montó en
su escoba y dio una patada en el suelo. Qué sensación. Subió hasta los postes dorados y
luego bajó con rapidez al terreno de juego. La Nimbus 2.000 iba donde él quería con
sólo tocarla.
—¡Eh, Potter, baja!
Había llegado Oliver Wood. Llevaba una caja grande de madera debajo del brazo.
Harry aterrizó cerca de él.
—Muy bonito  —dijo Wood, con los ojos brillantes—. Ya veo lo que quería decir
McGonagall, realmente tienes un talento natural. Voy a enseñarte las reglas esta noche y
luego te unirás al equipo, para el entrenamiento, tres veces por semana.
Abrió la caja. Dentro había cuatro pelotas de distinto tamaño.
—Bueno —dijo Wood—. El  quidditch  es fácil de entender; aunque no tan fácil de
jugar. Hay siete jugadores en cada equipo. Tres se llaman cazadores.
—Tres cazadores  —repitió Harry, mientras Wood sacaba una pelota rojo brillante,
del tamaño de un balón de fútbol.
—Esta pelota se llama  quaffle  —dijo Wood—. Los cazadores se tiran la  quaffle  y
tratan de pasarla por uno de los aros de gol. Obtienen diez puntos cadavez que la
quaffle pasa por un aro. ¿Me sigues?
—Los cazadores tiran la  quaffle  y la pasan por los aros de gol  —recitó Harry—.
Entonces es una especie de baloncesto, pero con escobas y seis canastas.
—¿Qué es el baloncesto? —preguntó Wood.
—Olvídalo —respondió rápidamente Harry
—Hay otro jugador en cada lado, que se llama guardián. Yo soy guardián de
Gryffindor. Tengo que volar alrededor de nuestros aros y detener los lanzamientos del
otro equipo.
—Tres cazadores y un guardián  —dijo Harry, decidido a recordarlo todo—. Y
juegan con la  quaffle. Perfecto, ya lo tengo. ¿Y para qué son ésas?  —Señaló las tres
pelotas restantes.
—Ahora te lo enseñaré —dijo Wood—. Toma esto.
Dio a Harry un pequeño palo, parecido a un bate de béisbol.
—Voy a enseñarte para qué son —dijo Wood—. Esas dos son las bludgers.
Enseñó a Harry dos pelotas idénticas, pero negras y un poco más pequeñas que la
roja quaffle. Harry notó que parecían querer escapar de las tiras que las sujetaban dentro
de la caja.
—Quédate atrás —previno Wood a Harry. Se inclinó y soltó una de las bludgers.
De inmediato, la pelota negra se elevó en el aire y se lanzó contra la cara de Harry.
Harry la rechazó con el bate, para impedir que le rompiera la nariz, y la mandó volando
por el aire. Pasó zumbando alrededor de ellos y luego se tiró contra Wood, que se las
arregló para sujetarla contra el suelo.
—¿Ves?  —dijo Wood jadeando, metiendo la pelota en la caja a la fuerza y
asegurándola con las tiras—. Las  bludgers  andan por ahí, tratando de derribar a los
jugadores de las escobas. Por eso hay dos golpeadores en cada equipo (los gemelos
Weasley son los nuestros). Su trabajo es proteger a su equipo de las  bludgers  y
desviarlas hacia el equipo contrario. ¿Lo has entendido?
—Tres cazadores tratan de hacer puntos conla  quaffle, el guardián vigila los aros y
los golpeadores mantienen alejadas las bludgers de su equipo —resumió Harry.
—Muy bien —dijo Wood.
—Hum... ¿han matado las  bludgers  alguna vez a alguien?  —preguntó Harry,
deseando que no se le notara la preocupación.
—Nunca en Hogwarts. Hemos tenido algunas mandíbulas rotas, pero nada peor
hasta ahora. Bueno, el último miembro del equipo es el buscador. Ese eres tú. Y no
tienes que preocuparte por la quaffle o las bludgers...
—Amenos que me rompan la cabeza.
—Tranquilo, los Weasley son los oponentes perfectos para las  bludgers. Quiero
decir que ellos son como una pareja de bludgers humanos.
Wood buscó en la caja y sacó la última pelota. Comparada con las otras, era
pequeña, del tamaño de una nuez grande. Era de un dorado brillante y con pequeñas alas
plateadas.
—Esta dorada  —continuó Wood—es la  snitch. Es la pelota más importante de
todas. Cuesta mucho de atrapar por lo rápida y difícil de ver que es. El trabajo del
buscador es atraparla. Tendrás que ir y venirentre cazadores, golpeadores, la  quaffle  y
las  bludgers, antes de que la coja el otro buscador, porque cada vez que un buscador la
atrapa, su equipo gana ciento cincuenta puntos extra, así que prácticamente acaba siendo
el ganador. Por eso molestan tantoa los buscadores. Un partido de  quidditch  sólo
termina cuando se atrapa la  snitch, así que puede durar muchísimo. Creo que el record
fue tres meses. Tenían que traer sustitutos para que los jugadores pudieran dormir...
Bueno, eso es todo. ¿Alguna pregunta?
Harry negó con la cabeza. Entendía muy bien lo que tenía que hacer; el problema
era conseguirlo.
—Todavía no vamos a practicar con la  snitch  —dijo Wood, guardándola con
cuidado en la caja—. Está demasiado oscuro y podríamos perderla. Vamos a probar con
unas pocas de éstas.
Sacó una bolsa con pelotas de golf de su bolsillo y, unos pocos minutos más tarde,
Wood y Harry estaban en el aire. Wood tiraba las pelotas de golf lo más fuertemente
que podía en todas las direcciones, para que Harry las atrapara.  Éste no perdió ni una y
Wood estaba muy satisfecho. Después de media hora se hizo de noche y no pudieron
continuar.
—La copa de  quidditch  llevará nuestro nombre este año  —dijo Wood lleno de
alegría mientras regresaban al castillo—. No me sorprendería que  resultaras ser mejor
jugador que Charles Weasley. Él podría jugar en el equipo de Inglaterra si no se hubiera
ido a cazar dragones.
Tal vez fue porque estaba ocupado tres noches a la semana con las prácticas de
quidditch, además de todo el trabajo del colegio, la razón por la que Harry se sorprendió
al comprobar que ya llevaba dos meses en Hogwarts. El castillo era mucho más su casa
de lo que nunca había sido Privet Drive. Sus clases, también, eran cada vez más
interesantes, una vez aprendidos los principios básicos.
En la mañana de Halloween se despertaron con el delicioso aroma de calabaza
asada flotando por todos los pasillos. Pero lo mejor fue que el profesor Flitwick anunció
en su clase de Encantamientos que pensaba que ya estaban listos para empezar a hacer
volar objetos, algo que todos se morían por hacer; desde que vieron cómo hacía volar el
sapo de Neville. El profesor Flitwick puso a la clase por parejas para que practicaran. La
pareja de Harry era Seamus Finnigan (lo que fue un alivio, porque  Neville había tratado
de llamar su atención). Ron, sin embargo, tuvo que trabajar con Hermione Granger. Era
difícil decir quién estaba más enfadado de los dos. La muchacha no les hablaba desde el
día en que Harry recibió su escoba.
—Y ahora no os olvidéis  de ese bonito movimiento de muñeca que hemos estado
practicando  —dijo con voz aguda el profesor; subido a sus libros, como de
costumbre—. Agitar y golpear; recordad, agitar y golpear. Y pronunciar las palabras
mágicas correctamente es muy importante también, no os olvidéis nunca del mago
Baruffio, que dijo «ese» en lugar de «efe» y se encontró tirado en el suelo con un búfalo
en el pecho.
Era muy difícil. Harry y Seamus agitaron y golpearon, pero la pluma que debía
volar hasta el techo no se movía del pupitre. Seamus se puso tan impaciente que la
pinchó con su varita y le prendió fuego, y Harry tuvo que apagarlo con su sombrero.
Ron, en la mesa próxima, no estaba teniendo mucha más suerte.
—¡Wingardium leviosa! —gritó, agitando sus largos brazos como un molino.
—Lo estás diciendo mal.  —Harry oyó que Hermione lo reñía—. Es  Win-gar-dium
levi-o-sa, pronuncia gar más claro y más largo.
—Dilo, tú, entonces, si eres tan inteligente —dijo Ron con rabia.
Hermione se arremangó las mangas de su túnica, agitó la varita y dijo las palabras
mágicas. La pluma se elevó del pupitre y llegó hasta más de un metro por encima de sus
cabezas.
—¡Oh, bien hecho!  —gritó el profesor Flitwick, aplaudiendo—. ¡Mirad, Hermione
Granger lo ha conseguido!
Al finalizar la clase, Ron estaba de muy mal humor.
—No es raro que nadie la aguante  —dijo a Harry, cuando se abrían paso en el
pasillo—. Es una pesadilla, te lo digo en serio.
Alguien chocó contra Harry. Era Hermione. Harry pudo ver su cara y le sorprendió
ver que estaba llorando.
—Creo que te ha oído.
—¿Y qué?  —dijo Ron, aunque parecía un poco incómodo—. Ya debe de haberse
dado cuenta de que no tiene amigos.
Hermione no apareció en la clase siguiente y no la vieron en toda la tarde. De
camino al Gran Comedor, para la fiesta de Halloween, Harry y Ron oyeron que Parvati
Patil le decía a su amiga Lavender que Hermione estaba llorando en el cuarto de baño
de las niñas y que deseaba que la dejaran sola. Ron pareció más molesto aún, pero un
momento más tarde habían entrado en el Gran Comedor; donde las decoraciones de
Halloween les hicieron olvidar a Hermione.
Mil murciélagos aleteaban desde las paredes y el techo, mientras que otro millar
más pasaba entre las mesas, como nubes negras, haciendo temblar las velas de las
calabazas. El festín  apareció de pronto en los platos dorados, como había ocurrido en el
banquete de principio de año.
Harry se estaba sirviendo una patata con su piel, cuando el profesor Quirrell llegó
rápidamente al comedor; con el turbante torcido y cara de terror. Todos lo contemplaron
mientras se acercaba al profesor Dumbledore, se apoyaba sobre la mesa y jadeaba:
—Un trol... en las mazmorras... Pensé que debía saberlo.
Y se desplomó en el suelo.
Se produjo un tumulto. Para que se hiciera el silencio, el profesor Dumbledore tuvo
que hacer salir varios fuegos artificiales de su varita.
—Prefectos  —exclamó—, conducid a vuestros grupos a los dormitorios, de
inmediato.
Percy estaba en su elemento.
—¡Seguidme! ¡Los de primer año, manteneos juntos! ¡No necesitáis temer al trol si
seguís mis órdenes! Ahora, venid conmigo. Haced sitio, tienen que pasar los de primer
año. ¡Perdón, soy un prefecto!
—¿Cómo ha podido entrar aquí un trol?  —preguntó Harry, mientras subían por la
escalera.
—No tengo ni idea, parece ser que son realmente estúpidos —dijo Ron—. Tal vez
Peeves lo dejó entrar; como broma de Halloween.
Pasaron entre varios grupos de alumnos que corrían en distintas direcciones.
Mientras se abrían camino entre un tumulto de confundidos Hufflepuffs, Harry
súbitamente se aferróal brazo de Ron.
—¡Acabo de acordarme... Hermione!
—¿Qué pasa con ella?
—No sabe nada del trol.
Ron se mordió el labio.
—Oh, bueno —dijo enfadado—. Pero que Percy no nos vea.
Se agacharon y se mezclaron con los Hufflepuffs que iban hacia el otro lado, se
deslizaron por un pasillo desierto y corrieron hacia el cuarto de baño de las niñas.
Acababan de doblar una esquina cuando oyeron pasos rápidos a sus espaldas.
—¡Percy! —susurró Ron, empujando a Harry detrás de un gran buitre de piedra.
Sin embargo, al mirar; no vieron a Percy, sino a Snape. Cruzó el pasillo y
desapareció de la vista.
—¿Qué es lo que está haciendo?  —murmuró Harry—. ¿Por qué no está en las
mazmorras, con el resto de los profesores?
—No tengo la menor idea.
Lo más silenciosamente posible,  se arrastraron por el otro pasillo, detrás de los
pasos apagados del profesor.
—Se dirige al tercer piso —dijo Harry, pero Ron levantó la mano.
—¿No sientes un olor raro?
Harry olfateó y un aroma especial llegó a su nariz, una mezcla de calcetines sucios
y baño público que nadie limpia.
Y lo oyeron, un gruñido y las pisadas inseguras de unos pies gigantescos. Ron
señaló al fondo del pasillo, a la izquierda. Algo enorme se movía hacia ellos. Se
ocultaron en las sombras y lo vieron surgir a la luz de la luna.
Era una visión horrible. Más de tres metros y medio de alto y tenía la piel de color
gris piedra, un descomunal cuerpo deforme y una pequeña cabeza pelada. Tenía piernas
cortas, gruesas como troncos de árbol, y pies achatados y deformes. El olor que
despedía era increíble. Llevaba un gran bastón de madera que arrastraba por el suelo,
porque sus brazos eran muy largos.
El monstruo se detuvo en una puerta y miró hacia el interior. Agitó sus largas
orejas, tomando decisiones con su minúsculo cerebro, y luego entró lentamente en la
habitación.
—La llave está en la cerradura —susurró Harry—. Podemos encerrarlo allí.
—Buena idea —respondió Ron con voz agitada.
Se acercaron hacia la puerta abierta con la boca seca, rezando para que el trol no
decidiera salir. De un gran salto, Harry pudo empujar la puerta y echarle la llave.
—¡Sí!
Animados con la victoria, comenzaron a correr por el pasillo para volver, pero al
llegar a la esquina oyeron algo que hizo que sus corazones se detuvieran: un grito agudo
y aterrorizado, que procedía del lugar que acababan de cerrar con llave.
—Oh, no —dijo Ron, tan pálido como el Barón Sanguinario.
—¡Es el cuarto de baño de las chicas! —bufó Harry.
—¡Hermione! —dijeron al unísono.
Era lo último que querían hacer; pero ¿qué opción  les quedaba? Volvieron a toda
velocidad hasta la puerta y dieron la vuelta a la llave, resoplando de miedo. Harry
empujó la puerta y entraron corriendo.
Hermione Granger estaba agazapada contra la pared opuesta, con aspecto de estar a
punto de desmayarse.  El personaje deforme avanzaba hacia ella, chocando contra los
lavamanos.
—¡Distráelo! —gritó Harry desesperado y tirando de un grifo, lo arrojó con toda su
fuerza contra la pared.
El trol se detuvo a pocos pasos de Hermione. Se balanceó, parpadeando con  aire
estúpido, para ver quién había hecho aquel ruido. Sus ojitos malignos detectaron a
Harry Vaciló y luego se abalanzó sobre él, levantando su bastón.
—¡Eh, cerebro de guisante!  —gritó Ron desde el otro extremo, tirándole una
cañería de metal. El ser  deforme no pareció notar que la cañería lo golpeaba en la
espalda, pero sí oyó el aullido y se detuvo otra vez, volviendo su horrible hocico hacia
Ron y dando tiempo a Harry para correr.
—¡Vamos, corre, corre!  —Harry gritó a Hermione, tratando de empujarla hacia la
puerta, pero la niña no se podía mover. Seguía agazapada contra la pared, con la boca
abierta de miedo.
Los gritos y los golpes parecían haber enloquecido al trol. Se volvió y se enfrentó
con Ron, que estaba más cerca y no tenía manera de escapar.
Entonces Harry hizo algo muy valiente y muy estúpido: corrió, dando un gran salto
y se colgó, por detrás, del cuello de aquel monstruo. La atroz criatura no se daba cuenta
de que Harry colgaba de su espalda, pero hasta un ser así podía sentirlo si uno le clavaba
un palito de madera en la nariz, pues la varita de Harry todavía estaba en su mano
cuando saltó y se había introducido directamente en uno de los orificios nasales del trol.
Chillando de dolor; el trol se agitó y sacudió su bastón, con Harry colgado de su
cuello y luchando por su vida. En cualquier momento el monstruo lo destrozaría, o le
daría un golpe terrible con el bastón.
Hermione estaba tirada en el suelo, aterrorizada. Ron empuñó su propia varita, sin
saber qué iba a hacer; y se oyó gritar el primer hechizo que se le ocurrió:
—¡Wingardium leviosa!
El bastón salió volando de las manos del trol, se elevó, muy arriba, y luego dio la
vuelta y se dejó caer con fuerza sobre la cabeza de su dueño. El trol se balanceó y cayó
boca abajo con un ruido que hizo temblar la habitación.
Harry se puso de pie. Le faltaba el aire. Ron estaba allí, con la varita todavía
levantada, contemplando su obra.
Hermione fue la que habló primero.
—¿Está... muerto?
—No lo creo —dijo Harry—. Supongo que está desmayado.
Se inclinó y retiró su varita de la nariz del trol. Estaba cubierta por una gelatina
gris.
—Puaj... qué asco.
La limpió en la piel del trol.
Un súbito portazo y fuertes pisadas hicieron que los tres se sobresaltaran. No se
habían dado cuenta de todo el ruido que habían hecho, pero, por supuesto, abajo debían
haber oído los golpes y los gruñidos del trol. Un momento después, la profesora
McGonagall entraba apresuradamente en la habitación, seguida por Snape y Quirrell,
que cerraban la marcha. Quirrell dirigió una mirada al monstruo, se le escapó un gemido
y se dejó caer en un inodoro, apretándose el pecho.
Snape se inclinó sobre el trol. La profesora McGonagall miraba a Ron y Harry
Nunca la habían visto tan enfadada. Tenía los labios blancos. Las esperanzas de ganar
cincuenta puntos para Gryffindor se desvanecieron rápidamente de la mente de Harry.
—¿En qué estabais pensando, por todos los cielos?  —dijo la profesora
McGonagall, con una furia helada. Harry miró a Ron, todavía con la varita levantada—.
Tenéissuerte de que no os haya matado. ¿Por qué no estabais en los dormitorios?
Snape dirigió a Harry una mirada aguda e inquisidora. Harry clavó la vista en el
suelo. Deseó que Ron pudiera esconder la varita.
Entonces, una vocecita surgió de las sombras.
—Por favor; profesora McGonagall... Me estaban buscando a mí.
—¡Hermione Granger!
Hermione finalmente se había puesto de pie.
—Yo vine a buscar al trol porque yo... yo pensé que podía vencerlo, porque, ya
sabe, había leído mucho sobre el tema.
Ron dejó caer su varita. ¿Hermione Granger diciendo una mentira a su profesora?
—Si ellos no me hubieran encontrado, yo ahora estaría muerta. Harry le clavó su
varita en la nariz y Ron lo hizo golpearse con su propio bastón. No tuvieron tiempo de ir
a buscar ayuda. Estaba a punto de matarme cuando ellos llegaron.
Harry y Ron trataron de no poner cara de asombro.
—Bueno... en ese caso  —dijo la profesora McGonagall, contemplando a los tres
niños—... Hermione Granger; eres una tonta. ¿Cómo creías que ibas a derrotar a un  trol
gigante tú sola?
Hermione bajó la cabeza. Harry estaba mudo. Hermione era la última persona que
haría algo contra las reglas, y allí estaba, fingiendo una infracción para librarlos a ellos
del problema. Era como si Snape empezara a repartir golosinas.
—Hermione Granger, por esto Gryffindor perderá cinco puntos  —dijo la profesora
McGonagall—. Estoy muy desilusionada por tu conducta. Si no te ha hecho daño, mejor
que vuelvas a la torre Gryffindor. Los alumnos están terminando la fiesta en sus casas.
Hermione se marchó.
La profesora McGonagall se volvió hacia Harry y Ron.
—Bueno, sigo pensando que tuvisteis suerte, pero no muchos de primer año
podrían derrumbar a esta montaña. Habéis ganado cinco puntos cada uno para
Gryffindor. El profesor Dumbledore será informado de esto. Podéis iros.
Salieron rápidamente y no hablaron hasta subir dos pisos. Era un alivio estar fuera
del alcance del olor del trol, además del resto.
—Tendríamos que haber obtenido más de diez puntos —se quejó Ron.
—Cinco, querrás decir; una vez que se descuenten los de Hermione.
—Se portó muy bien al sacarnos de este lío  —admitió Ron—. Claro que nosotros
la salvamos.
—No habría necesitado que la salváramos si no hubiéramos encerrado esa cosa con
ella —le recordó Harry.
Habían llegado al retrato de la Dama Gorda.
—Hocico de cerdo —dijeron, y entraron.
La sala común estaba llena de gente y ruidos. Todos comían lo que les habían
subido. Hermione, sin embargo, estaba sola, cerca de la puerta, esperándolos. Se
produjo una pausa muy incómoda.Luego, sin mirarse, todos dieron: «Gracias» y
corrieron a buscar platos para comer.
Pero desde aquel momento Hermione Granger se convirtió  en su amiga. Hay
algunas cosas que no se pueden compartir sin terminar unidos, y derrumbar un trol de
tres metros y medio es una de esas cosas.

11

Quidditch

Cuando empezó el mes de noviembre, el tiempo se volvió muy frío. Las montañas
cercanas al colegio adquirieron un tono gris de hielo y el lago parecía de acero
congelado. Cada mañana, el parque aparecía cubierto de escarcha. Por las ventanas de
arriba veían a Hagrid descongelando las escobas en el campo de  quidditch, enfundado
en un enorme abrigo de piel de topo, guantes de pelo de conejo y enormes botas de piel
de castor.
Iba a comenzar la temporada de  quidditch. Aquel sábado, Harry jugaría su primer
partido, después de semanas de entrenamiento: Gryffindor contra Slytherin. Si
Gryffindor ganaba, pasarían a ser segundos en el campeonato de las casas.
Casi nadie había visto jugar a Harry, porque Wood habíadecidido que sería su
arma secreta. Harry también debía mantenerlo en secreto. Pero la noticia de que iba a
jugar como buscador se había filtrado, y Harry no sabía qué era peor: que le dijeran que
lo haría muy bien o que sería un desastre.
Era realmente  una suerte que Harry tuviera a Hermione como amiga. No sabía
cómo habría terminado todos sus deberes sin la ayuda de ella, con todo el entrenamiento
de  quidditch  que Wood le exigía. La niña también le había prestado  Quidditch a través
de los tiempos, que resultó ser un libro muy interesante.
Harry se enteró de que había setecientas formas de cometer una falta y de que todas
se habían consignado durante los Mundiales de 1473; que los buscadores eran
habitualmente los jugadores más pequeños y veloces, y que los accidentes más graves
les sucedían a ellos; que, aunque la gente no moría jugando al  quidditch, se sabía de
árbitros que habían desaparecido, para reaparecer meses después en el desierto del
Sahara.
Hermione se había vuelto un poco más flexible enlo que se refería a quebrantar las
reglas, desde que Harry y Ron la salvaron del monstruo, y era mucho más agradable. El
día anterior al primer partido de Harry los tres estaban fuera, en el patio helado, durante
un recreo, y la muchacha había hecho aparecer un brillante fuego azul, que podían llevar
con ellos, en un frasco de mermelada. Estaban de espaldas al fuego para calentarse
cuando Snape cruzó el patio. De inmediato, Harry se dio cuenta de que Snape cojeaba.
Los tres chicos se apiñaron para taparel fuego, ya que no estaban seguros de que
aquello estuviera permitido. Por desgracia, algo en sus rostros culpables hizo detener a
Snape. Se dio la vuelta, arrastrando la pierna. No había visto el fuego, pero parecía
buscar una razón para regañarlos.
—¿Qué tienes ahí, Potter?
Era el libro sobre quidditch. Harry se lo enseñó.
—Los libros de la biblioteca no pueden sacarse fuera del colegio  —dijo Snape—.
Dámelo. Cinco puntos menos para Gryffindor.
—Seguro que se ha inventado esa regla  —murmuró Harry con  furia, mientras
Snape se alejaba cojeando—. Me pregunto qué le pasa en la pierna.
—No sé, pero espero que le duela mucho —dijo Ron con amargura.
En la sala común de Gryffindor había mucho ruido aquella noche. Harry, Ron y
Hermione estaban sentados juntos, cerca de la ventana. Hermione estaba repasando los
deberes de Harry y Ron sobre Encantamientos. Nunca los dejaba copiar («¿cómo vais a
aprender?»), pero si le pedían que revisara los trabajos les explicaba las respuestas
correctas.
Harry se sentía inquieto. Quería recuperar su libro sobre  quidditch, para mantener
la mente ocupada y no estar nervioso por el partido del día siguiente. ¿Por qué iba a
temer a Snape? Se puso de pie y dijo a Ron y Hermione que le preguntaría a Snape si
podía devolverle el libro.
—Yo no lo haría  —dijeron al mismo tiempo, pero Harry pensaba que Snape no se
iba a negar, si había otros profesores presentes.
Bajó a la sala de profesores y llamó. No hubo respuesta. Llamó otra vez. Nada.
¿Tal vez Snape había dejado el libro allí? Valía la pena intentarlo. Empujó un poco
la puerta, miró antes de entrar... y sus ojos captaron una escena horrible.
Snape y Filch estaban allí, solos. Snape tenía la túnica levantada por encima de las
rodillas. Una de sus piernas estaba magullada y llena  de sangre. Filch le estaba
alcanzando unas vendas.
—Esa cosa maldita...  —decía Snape—. ¿Cómo puede uno vigilar a tres cabezas al
mismo tiempo?
Harry intentó cerrar la puerta sin hacer ruido, pero...
—¡POTTER!
El rostro de Snape estaba crispado de furia y dejó caer su túnica rápidamente, para
ocultar la pierna herida. Harry tragó saliva.
—Me preguntaba si me podía devolver mi libro —dijo.
—¡FUERA! ¡FUERA DE AQUÍ!
Harry se fue, antes de que Snape pudiera quitarle puntos para Gryffindor. Subió
corriendo la escalera.
—¿Lo has conseguido?  —preguntó Ron, cuando se reunió con ellos—. ¿Qué ha
pasado?
Entre susurros, Harry les contó lo que había visto.
—¿Sabéis lo que quiere decir?  —terminó sin aliento—. ¡Que trató de pasar por
donde estaba el perro de tres cabezas, en Halloween! Allí se dirigía cuando lo vimos...
¡Iba a buscar lo que sea que tengan guardado allí! ¡Y apuesto mi escoba a que fue él
quien dejó entrar al monstruo, para distraer la atención!
Hermione tenía los ojos muy abiertos.
—No, no puede ser —dijo—. Sé que no es muy bueno, pero no iba a tratar de robar
algo que Dumbledore está custodiando.
—De verdad, Hermione, tú crees que todos los profesores son santos o algo
parecido  —dijo enfadado Ron—. Yo estoy con Harry. Creo que Snape es capaz de
cualquier cosa. Pero ¿qué busca? ¿Qué es lo que guarda el perro?
Harry se fue a la cama con aquellas preguntas dando vueltas en su cabeza. Neville
roncaba con fuerza, pero Harry no podía dormir. Trató de no pensar en nada (necesitaba
dormir; debía hacerlo, teníasu primer partido de  quidditch  en pocas horas) pero la
expresión de la cara de Snape cuando Harry vio su pierna era difícil de olvidar.
La mañana siguiente amaneció muy brillante y fría. El Gran Comedor estaba inundado
por el delicioso aroma de las salchichas fritas y las alegres charlas de todos, que
esperaban un buen partido de quidditch.
—Tienes que comer algo para el desayuno.
—No quiero nada.
—Aunque sea un pedazo de tostada —suplicó Hermione.
—No tengo hambre.
Harry se sentía muy mal. En cualquiermomento echaría a andar hacia el terreno de
juego.
—Harry, necesitas fuerza —dijo Seamus Finnigan—. Los únicos que el otro equipo
marca son los buscadores.
—Gracias, Seamus  —respondió Harry, observando cómo llenaba de salsa de
tomate sus salchichas.
A las once de la mañana, todo el colegio parecía estar reunido alrededor del campo
de  quidditch. Muchos alumnos tenían prismáticos. Los asientos podían elevarse pero,
incluso así, a veces era difícil ver lo que estaba sucediendo.
Ron y Hermione se reunieron  con Seamus y Dean en la grada más alta. Para darle
una sorpresa a Harry, habían transformado en pancarta una de las sábanas que  Scabbers
había estropeado. Decía: «Potter; presidente», y Dean, que dibujaba bien, había trazado
un gran león de Gryffindor. Luego Hermione había realizado un pequeño hechizo y la
pintura brillaba, cambiando de color.
Mientras tanto, en los vestuarios, Harry y el resto del equipo se estaban cambiando
para ponerse las túnicas color escarlata de quidditch (Slytherin jugaba de verde).
Wood se aclaró la garganta para pedir silencio.
—Bueno, chicos —dijo.
—Y chicas —añadió la cazadora Angelina Johnson.
—Y chicas —dijo Wood—. Éste es...
—El grande —dijo Fred Weasley
—El que estábamos esperando —dijo George.
—Nos sabemos de memoria el discurso de Oliver  —dijo Fred a Harry—.
Estábamos en el equipo el año pasado.
—Callaos los dos  —ordenó Wood—. Éste es el mejor equipo que Gryffindor ha
tenido en muchos años. Y vamos a ganar.
Les lanzó una mirada que parecía decir: «Si no...».
—Bien. Ya es la hora. Buena suerte a todos.
Harry siguió a Fred y George fuera del vestuario y, esperando que las rodillas no le
temblaran, pisó el terreno de juego entre vítores y aplausos.
La señora Hooch hacía de árbitro. Estaba en el centro del campo, esperando a los
dos equipos, con su escoba en la mano.
—Bien, quiero un partido limpio y sin problemas, por parte de todos —dijo cuando
estuvieron reunidos a su alrededor.
Harry notó que parecía dirigirse especialmente al capitán de Slytherin, Marcus
Flint, un muchachode quinto año. Le pareció que tenía un cierto parentesco con el trol
gigante. Con el rabillo del ojo, vio el estandarte brillando sobre la muchedumbre:
«Potter; presidente». Se le aceleró el corazón. Se sintió más valiente.
—Montad en vuestras escobas, por favor.
Harry subió a su Nimbus 2.000.
La señora Hooch dio un largo pitido con su silbato de plata. Quince escobas se
elevaron, alto, muy alto en el aire. Y estaban muy lejos.
—Y la quaffle es atrapada de inmediato por Angelina Johnson de Gryffindor... Qué
excelente cazadora es esta joven y, a propósito, también es muy guapa...
—¡JORDAN!
—Lo siento, profesora.
El amigo de los gemelos Weasley, Lee Jordan, era el comentarista del partido,
vigilado muy de cerca por la profesora McGonagall.
—Y realmente golpea bien, un buen pase a Alicia Spinnet, el gran descubrimiento
de Oliver Wood, ya que el año pasado estaba en reserva... Otra vez Johnson y.. No,
Slytherin ha cogido la  quaffle, el capitán de Slytherin, Marcus Flint se apodera de la
quaffle  y allá va... Flint vuela como un águila... está a punto de... no, lo detiene una
excelente jugada del guardián Wood de Gryffindor y Gryffindor tiene la  quaffle... Aquí
está la cazadora Katie Bell de Gryffindor; buen vuelo rodeando a Flint, vuelve a
elevarse del terreno de juego y.. ¡Aaayyyy!, eso ha tenido que dolerle, un golpe de
bludger  en la nuca... La  quaffle  en poder de Slytherin... Adrian Pucey cogiendo
velocidad hacia los postes de gol, pero lo bloquea otra  bludger, enviada por Fred o
George Weasley, no sé cuál de los dos... bonita jugada del golpeador de Gryffindor, y
Johnson otra vez en posesión de la  quaffle, el campo libre y allá va, realmente vuela,
evita una  bludger, los postes de gol están ahí... vamos, ahora Angelina... el guardián
Bletchley se lanza... no llega... ¡GOL DE GRYFFINDOR!
Los gritos de los de Gryffindor llenaron el aire frío, junto con los silbidos y
quejidos de Slytherin.
—Venga, dejadme sitio.
—¡Hagrid!
Ron y Hermione se juntaron para dejarle espacio a Hagrid.
—Estaba mirando desde mi cabaña  —dijo Hagrid, enseñando el largo par de
binoculares que le colgaban del cuello—. Pero no es lo mismo que estar con toda la
gente. Todavía no hay señales de la snitch, ¿no?
—No —dijo Ron—. Harry todavía no tiene mucho que hacer.
—Mantenerse fuera de  los problemas ya es algo  —dijo Hagrid, cogiendo sus
binoculares y fijándolos en la manchita que era Harry.
Por encima de ellos, Harry volaba sobre el juego, esperando alguna señal de la
snitch. Eso era parte del plan que tenían con Wood.
—Manténte apartado hasta que veas la  snitch  —le había dicho Wood—. No
queremos que ataques antes de que tengas que hacerlo.
Cuando Angelina anotó un punto, Harry dio unas volteretas para aflojar la tensión,
y volvió a vigilar la llegada de la snitch. En un momento vio unresplandor dorado, pero
era el reflejo del reloj de uno de los gemelos Weasley; en otro, una  bludger  decidió
perseguirlo, como si fuera una bala de cañón, pero Harry la esquivó y Fred Weasley
salió a atraparla.
—¿Está todo bien, Harry?  —tuvo tiempo de gritarle, mientras lanzaba la  bludger
con furia hacia Marcus Flint.
—Slytherin toma posesión  —decía Lee Jordan—. El cazador Pucey esquiva dos
bludgers, a los dos Weasley y al cazador Bell, y acelera... esperen un momento... ¿No es
la snitch?
Un murmullo recorrió la multitud, mientras Adrian Pucey dejaba caer la  quaffle,
demasiado ocupado en mirar por encima del hombro el relámpago dorado, que había
pasado al lado de su oreja izquierda.
Harry la vio. En un arrebato de excitación se lanzó hacia abajo, detrás  del destello
dorado. El buscador de Slytherin, Terence Higgs, también la había visto. Nariz con
nariz, se lanzaron hacia la  snitch... Todos los cazadores parecían haber olvidado lo que
debían hacer y estaban suspendidos en el aire para mirar.
Harry era más veloz que Higgs. Podía ver la pequeña pelota, agitando sus alas,
volando hacia delante. Aumentó su velocidad y..
¡PUM! Un rugido de furia resonó desde los Gryffindors de las tribunas... Marcus
Flint había cerrado el paso de Harry, para desviarle la dirección de la escoba, y éste se
aferraba para no caer.
—¡Falta! —gritaron los Gryffindors.
La señora Hooch le gritó enfadada a Flint, y luego ordenó tiro libre para
Gryffindor; en el poste de gol. Pero con toda la confusión, la snitch dorada, como era de
esperar, había vuelto a desaparecer.
Abajo en las tribunas, Dean Thomas gritaba.
—¡Eh, árbitro! ¡Tarjeta roja!
—Esto no es el fútbol, Dean  —le recordó Ron—. No se puede echar a los
jugadores en quidditch... ¿Y qué es una tarjeta roja?
Pero Hagrid estaba departe de Dean.
—Deberían cambiar las reglas. Flint ha podido derribar a Harry en el aire.
A Lee Jordan le costaba ser imparcial.
—Entonces... después de esta obvia y desagradable trampa...
—¡Jordan! —lo regañó la profesora McGonagall.
—Quiero decir, después de esta evidente y asquerosa falta...
—¡Jordan, no digas que no te aviso...!
—Muy bien, muy bien. Flint casi mata al buscador de Gryffindor, cosa que le
podría suceder a cualquiera, estoy seguro, así que penalti para Gryffindor; la coge
Spinnet, que tira, no sucede nada, y continúa el juego, Gryffindor todavía en posesión
de la pelota.
Cuando Harry esquivó otra  bludger, que pasó peligrosamente cerca de su cabeza,
ocurrió. Su escoba dio una súbita y aterradora sacudida. Durante un segundo pensó que
iba  a caer. Se aferró con fuerza a la escoba con ambas manos y con las rodillas. Nunca
había experimentado nada semejante.
Sucedió de nuevo. Era como si la escoba intentara derribarlo. Pero las Nimbus
2.000 no decidían súbitamente tirar a sus jinetes. Harry  trató de dirigirse hacia los
postes de Gryffindor para decirle a Wood que pidiera una suspensión del partido, y
entonces se dio cuenta de que su escoba estaba completamente fuera de control. No
podía dar la vuelta. No podía dirigirla de ninguna manera. Iba en zigzag por el aire y, de
vez en cuando, daba violentas sacudidas que casi lo hacían caer.
Lee seguía comentando el partido.
—Slytherin en posesión... Flint con la  quaffle... la pasa a Spinnet, que la pasa a
Bell... una  bludger  le da con fuerza en la cara, espero que le rompa la nariz (era una
broma, profesora), Slytherin anota un tanto, oh, no...
Los de Slytherin vitoreaban. Nadie parecía haberse dado cuenta de la conducta
extraña de la escoba de Harry Lo llevaba cada vez más alto, lejos del juego,
sacudiéndose y retorciéndose.
—No sé qué está haciendo Harry  —murmuró Hagrid. Miró con los binoculares—.
Si no lo conociera bien, diría que ha perdido el control de su escoba... pero no puede
ser...
De pronto, la gente comenzó a señalar hacia Harry por encima de las gradas. Su
escoba había comenzado a dar vueltas y él apenas podía sujetarse. Entonces la multitud
jadeó. La escoba de Harry dio un salto feroz y Harry quedó colgando, sujeto sólo con
una mano.
—¿Le sucedió algo cuando Flint le cerró el paso? —susurró Seamus.
—No puede ser —dijo Hagrid, con voz temblorosa—. Nada puede interferir en una
escoba, excepto la poderosa magia tenebrosa... Ningún chico le puede hacer eso a una
Nimbus 2.000.
Ante esas palabras, Hermione cogió los binoculares de Hagrid,  pero en lugar de
enfocar a Harry comenzó a buscar frenéticamente entre la multitud.
—¿Qué haces? —gimió Ron, con el rostro grisáceo.
—Lo sabía —resopló Hermione—. Snape... Mira.
Ron cogió los binoculares. Snape estaba en el centro de las tribunas frente a  ellos.
Tenía los ojos clavados en Harry y murmuraba algo sin detenerse.
—Está haciendo algo... Mal de ojo a la escoba —dijo Hermione.
—¿Qué podemos hacer?
—Déjamelo a mí.
Antes de que Ron pudiera decir nada más, Hermione había desaparecido. Ron
volvió a enfocar a Harry. La escoba vibraba tanto que era casi imposible que pudiera
seguir colgado durante mucho más tiempo. Todos miraban aterrorizados, mientras los
Weasley volaban hacía él, tratando de poner a salvo a Harry en una de las escobas. Pero
aquello  fue peor: cada vez que se le acercaban, la escoba saltaba más alto. Se dejaron
caer y comenzaron a volar en círculos, con el evidente propósito de atraparlo si caía.
Marcus Flint cogió la quaffle y marcó cinco tantos sin que nadie lo advirtiera.
—Vamos, Hermione —murmuraba desesperado Ron.
Hermione había cruzado las gradas hacia donde se encontraba Snape y en aquel
momento corría por la fila de abajo. Ni se detuvo para disculparse cuando atropelló al
profesor Quirrell y, cuando llegó donde estaba Snape,  se agachó, sacó su varita y
susurró unas pocas y bien elegidas palabras.
Unas llamas azules salieron de su varita y saltaron a la túnica de Snape. El profesor
tardó unos treinta segundos en darse cuenta de que se incendiaba. Un súbito aullido le
indicó a  la chica que había hecho su trabajo. Atrajo el fuego, lo guardó en un frasco
dentro de su bolsillo y se alejó gateando por la tribuna. Snape nunca sabría lo que le
había sucedido.
Fue suficiente. Allí arriba, súbitamente, Harry pudo subir de nuevo a su escoba.
—¡Neville, ya puedes mirar! —dijo Ron. Neville había estado llorando dentro de la
chaqueta de Hagrid aquellos últimos cinco minutos.
Harry iba a toda velocidad hacia el terreno de juego cuando vieron que se llevaba la
mano a la boca, como si fuera a marearse. Tosió y algo dorado cayó en su mano.
—¡Tengo la  snitch!  —gritó,  agitándola sobre su cabeza; el partido terminó en una
confusión total.
—No es que la haya atrapado, es que casi se la traga  —todavía gritaba Flint veinte
minutos más tarde. Pero aquello no cambió nada. Harry no había faltado a ninguna regla
y Lee Jordan seguía proclamando alegremente el resultado. Gryffindor había ganado por
ciento setenta puntos a sesenta. Pero Harry no oía nada. Tomaba una taza de té fuerte,
en la cabaña de Hagrid, con Ron y Hermione.
—Era Snape  —explicaba Ron—. Hermione y yo lo vimos. Estaba maldiciendo tu
escoba. Murmuraba y no te quitaba los ojos de encima.
—Tonterías  —dijo Hagrid, que no había oído una palabra de lo que había
sucedido—. ¿Por qué iba a haceralgo así Snape?
Harry, Ron y Hermione se miraron, preguntándose qué le iban a decir. Harry
decidió contarle la verdad.
—Descubrimos algo sobre él  —dijo a Hagrid—. Trató de pasar ante ese perro de
tres cabezas, en Halloween. Y el perro lo mordió. Nosotrospensamos que trataba de
robar lo que ese perro está guardando.
Hagrid dejó caer la tetera.
—¿Qué sabéis de Fluffy? —dijo.
—¿Fluffy?
—Ajá... Es mío... Se lo compré a un griego que conocí en el bar el año pasado... y
se lo presté a Dumbledore para guardar...
—¿Sí? —dijo Harry con nerviosismo.
—Bueno, no me preguntéis más —dijo con rudeza Hagrid—. Es un secreto.
—Pero Snape trató de robarlo.
—Tonterías  —repitió Hagrid—. Snape es un profesor de Hogwarts, nunca haría
algo así.
—Entonces ¿por qué trató de matara Harry? —gritó Hermione.
Los acontecimientos de aquel día parecían haber cambiado su idea sobre Snape.
—Yo conozco un maleficio cuando lo veo, Hagrid. Lo he leído todo sobre ellos.
¡Hay que mantener la vista fija y Snape ni pestañeaba, yo lo vi!
—Os digo que estáis equivocados  —dijo ofuscado Hagrid—. No sé por qué la
escoba de Harry reaccionó de esa manera. .. ¡Pero Snape no iba a tratar de matar a un
alumno! Ahora, escuchadme los tres, os estáis metiendo en cosas que no os conciernen
y eso es peligroso. Olvidaos de ese perro y olvidad lo que está vigilando. En eso sólo
tienen un papel el profesor Dumbledore y Nicolás Flamel...
—¡Ah!  —dijo Harry—. Entonces hay alguien llamado Nicolás Flamel que está
involucrado en esto, ¿no?
Hagrid pareció enfurecerseconsigo mismo.

12
El espejo de Oesed

Se acercaba la Navidad. Una mañana de mediados de diciembre Hogwarts se descubrió
cubierto por dos metros de nieve. El lago estaba sólidamente congelado y los gemelos
Weasley fueron castigados por hechizar varias bolas de nieve para que siguieran a
Quirrell y lo golpearan en la parte de atrás de su turbante. Las pocas lechuzas que
habían podido llegar a través del cielo tormentoso para dejar el correo tuvieron que
quedar al cuidado de Hagrid hasta recuperarse, antes de volar otra vez.
Todos estaban impacientes de que empezaran las vacaciones. Mientras que la sala
común de Gryffindor y el Gran Comedor tenían las chimeneas encendidas, los pasillos,
llenos de corrientes de aire, se habían vuelto helados, y un viento cruel golpeaba las
ventanas de las aulas. Lo peor de todo eran las clases del profesor Snape, abajo en las
mazmorras, en donde la respiración subía como niebla y los hacía mantenerse lo más
cerca posible de sus calderos calientes.
—Me da mucha lástima  —dijo Draco Malfoy, en una de las clases de Pociones—
toda esa gente que tendrá que quedarse a pasar la Navidad en Hogwarts, porque no los
quieren en sus casas.
Mientras hablaba, miraba en dirección a Harry. Crabbe y Goyle lanzaron risitas
burlonas. Harry, que estaba pesando polvo de espinas de pez león, no les hizo caso.
Después del partido de  quidditch, Malfoy se había vuelto más desagradable que nunca.
Disgustado por la derrota de Slytherin, había tratado de hacer que todos se rieran
diciendo que un  sapo conuna gran boca podía reemplazar a Harry como buscador. Pero
entonces se dio cuenta de que nadie lo encontraba gracioso, porque estaban muy
impresionados por la forma en que Harry se había mantenido en su escoba. Así que
Malfoy; celoso y enfadado, había vuelto a fastidiar a Harry por no tener una familia
apropiada.
Era verdad que Harry no iría a Privet Drive para las fiestas. La profesora
McGonagall había pasado la semana antes, haciendo una lista de los alumnos que iban a
quedarse allí para Navidad, y Harry puso su nombre de inmediato. Y no se sentía triste,
ya que probablemente ésa sería la mejor Navidad de su vida. Ron y sus hermanos
también se quedaban, porque el señor y la señora Weasley se marchaban a Rumania, a
visitar a Charles.
Cuando abandonaron los calabozos, al finalizar la clase de Pociones, encontraron
un gran abeto que ocupaba el extremo del pasillo. Dos enormes pies aparecían por
debajo del árbol y un gran resoplido les indicó que Hagrid estaba detrás de él.
—Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda?  —preguntó Ron, metiendo la cabeza entre las
ramas.
—No, va todo bien. Gracias, Ron.
—¿Te importaría quitarte de en medio?  —La voz fría y gangosa de Malfoy llegó
desde atrás—. ¿Estás tratando de ganar algún dinero extra, Weasley? Supongo que
quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts... Esa choza de Hagrid debe de
parecerte un palacio, comparada con la casa de tu familia.
Ron se lanzó contra Malfoy justo cuando aparecía Snape en lo alto de las escaleras.
—¡WEASLEY!
Ron soltó el cuello de la túnica de Malfoy.
—Lo han provocado, profesor Snape —dijo Hagrid, sacando su gran cabeza peluda
por encima del árbol—. Malfoy estaba insultando a su familia.
—Lo que sea, pero pelear está contra las reglas de Hogwarts, Hagrid  —dijo Snape
con voz amable—. Cinco puntos menos para Gryffindor; Weasley, y agradece que no
sean más. Y ahora marchaos todos.
Malfoy, Crabbe y Goyle pasaron bruscamente, sonriendo con presunción.
—Voy a atraparlo  —dijo Ron, sacando los dientes ante la espalda de Malfoy—.
Uno de estos días lo atraparé...
—Los detesto a los dos —añadió Harry—. A Malfoy y a Snape.
—Vamos, arriba el ánimo, ya es casi Navidad —dijo Hagrid—. Os voy a decir qué
haremos: venid conmigo al Gran Comedor; está precioso.
Así que los tres siguieron a Hagrid y suabeto hasta el Gran Comedor, donde la
profesora McGonagall y el profesor Flitwick estaban ocupados en la decoración.
El salón estaba espectacular. Guirnaldas de muérdago y acebo colgaban de las
paredes, y no menos de doce árboles de Navidad estaban distribuidos por el lugar,
algunos brillando con pequeños carámbanos, otros con cientos de velas.
—¿Cuántos días os quedan para las vacaciones? —preguntó Hagrid.
—Sólo uno  —respondió Hermione—. Y eso me recuerda... Harry, Ron, nos queda
media hora para el almuerzo, deberíamos ir a la biblioteca.
—Sí, claro, tienes razón  —dijo Ron, obligándose a apartar la vista del profesor
Flitwick, que sacaba burbujas doradas de su varita, para ponerlas en las ramas del árbol
nuevo.
—¿La biblioteca?  —preguntó Hagrid, acompañándolos hasta la puerta—. ¿Justo
antes de las fiestas? Un poco triste, ¿no creéis?
—Oh, no es un trabajo  —explicó alegremente Harry—. Desde que mencionaste a
Nicolás Flamel, estamos tratando de averiguar quién es.
—¿Qué?  —Hagrid parecía impresionado—. Escuchadme... Ya os lo dije... No os
metáis. No tiene nada que ver con vosotros lo que custodia ese perro.
—Nosotros queremos saber quién es Nicolás Flamel, eso es todo —dijo Hermione.
—Salvo que quieras ahorrarnos el trabajo —añadió Harry—. Ya hemos buscadoen
miles de libros y no hemos podido encontrar nada... Si nos das una pista... Yo sé que leí
su nombre en algún lado.
—No voy a deciros nada —dijo Hagrid con firmeza.
—Entonces tendremos que descubrirlo nosotros  —dijo Ron. Dejaron a Hagrid
malhumorado y fueron rápidamente a la biblioteca.
Habían estado buscando el nombre de Flamel desde que a Hagrid se le escapó,
porque ¿de qué otra manera podían averiguar lo que quería robar Snape? El problema
era la dificultad de buscar; sin saber qué podía haber hechoFlamel para figurar en un
libro. No estaba en Grandes magos del siglo XX, ni en Notables nombres de la magia de
nuestro tiempo; tampoco figuraba en Importantes descubrimientos en la magia moderna
ni en  Un estudio del reciente desarrollo de la hechicería. Y además, por supuesto,
estaba el tamaño de la biblioteca, miles y miles de libros, miles de estantes, cientos de
estrechas filas...
Hermione sacó una lista de títulos y temas que había decidido investigar; mientras
Ron se paseaba entre una fila de libros y los sacaba al azar. Harry se acercó a la Sección
Prohibida. Se había preguntado si Flamel no estaría allí. Pero por desgracia, hacía falta
un permiso especial, firmado por un profesor, para mirar alguno de los libros de aquella
sección, y sabía que  no iba a conseguirlo. Allí estaban los libros con la poderosa Magia
del Lado Oscuro, que nunca se enseñaba en Hogwarts y que sólo leían los alumnos
mayores, que estudiaban cursos avanzados de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¿Qué estás buscando, muchacho?
—Nada —respondió Harry.
La señora Pince, la bibliotecaria, empuñó un plumero ante su cara.
—Entonces, mejor que te vayas. ¡Vamos, fuera!
Harry salió de la biblioteca, deseando haber sido más rápido en inventarse algo. Él,
Ron y Hermione se habían puesto de acuerdo en que era mejor no consultar a la señora
Pince sobre Flamel. Estaban seguros de que ella podría decírselo, pero no podían
arriesgarse a que Snape se enterara de lo que estaban buscando.
Harry los esperó en el pasillo, para ver si los otros habían encontrado algo, pero no
tenía muchas esperanzas. Después de todo, buscaban sólo desde hacía quince días y en
los pocos momentos libres, así que no era raro que no encontraran nada. Lo que
realmente necesitaban era una buena investigación, sin laseñora Pince pegada a sus
nucas.
Cinco minutos más tarde, Ron y Hermione aparecieron negando con la cabeza. Se
marcharon a almorzar.
—Vais a seguir buscando cuando yo no esté, ¿verdad?  —dijo Hermione—. Si
encontráis algo, enviadme una lechuza.
—Y tú podrás preguntarle a tus padres si saben quién es Flamel  —dijo Ron—.
Preguntarle a ellos no tendrá riesgos.
—Ningún riesgo, ya que ambos son dentistas —respondió Hermione.
Cuando comenzaron las vacaciones, Ron y Harry tuvieron mucho tiempo para pensar en
Flamel. Tenían el dormitorio para ellos y la sala común estaba mucho más vacía que de
costumbre, así que podían elegir los mejores sillones frente al fuego. Se quedaban
comiendo todo lo que podían pinchar en un tenedor de tostar (pan, buñuelos,
melcochas) y planeaban formas de hacer que expulsaran a Malfoy, muy divertidas, pero
imposibles de llevar a cabo.
Ron también comenzó a enseñar a Harry a jugar al ajedrez mágico. Era igual que el
de los  muggles, salvo que las piezas estaban vivas, lo que lo hacía muy parecido a
dirigir un ejército en una batalla. El juego de Ron era muy antiguo y estaba gastado.
Como todo lo que tenía, había pertenecido a alguien de su familia, en este caso a su
abuelo. Sin embargo, las piezas de ajedrez viejas no eran una desventaja.Ron las
conocía tan bien que nunca tenía problemas en hacerles hacer lo que quería.
Harry jugó con el ajedrez que Seamus Finnigan le había prestado, y las piezas no
confiaron en él. Él todavía no era muy buen jugador, y las piezas le daban distintos
consejos y lo confundían, diciendo, por ejemplo: «No me envíes a mí. ¿No ves el
caballo? Muévelo a él, podemos permitirnos perderlo».
En la víspera de Navidad, Harry se fue a la cama, deseoso de que llegara el día
siguiente, pensando en toda la diversión y  comida que lo aguardaban, pero sin esperar
ningún regalo. Cuando al día siguiente se despertó temprano, lo primero que vio fue
unos cuantos paquetes a los pies de su cama.
—¡Feliz Navidad!  —lo saludó medio dormido Ron, mientras Harry saltaba de la
cama yse ponía la bata.
—Para ti también —contestó Harry—. ¡Mira esto! ¡Me han enviado regalos!
—¿Qué esperabas, nabos? —dijo Ron, volviéndose hacia sus propios paquetes, que
eran más numerosos que los de Harry
Harry cogió el paquete que estaba más arriba. Estaba envuelto en papel de embalar
y tenía escrito: «Para Harry de Hagrid». Contenía una flauta de madera, toscamente
trabajada. Era evidente que Hagrid la había hecho. Harry sopló y la flauta emitió un
sonido parecido al canto de la lechuza.
El segundo, muypequeño, contenía una nota.
«Recibimos tu mensaje y te mandamos tu regalo de Navidad. De tío Vernon y tía
Petunia.» Pegada a la nota estaba una moneda de cincuenta peniques.
—Qué detalle —comentó Harry.
Ron estaba fascinado con los cincuenta peniques.
—¡Qué raro! —dijo—¡Qué forma! ¿Esto es dinero?
—Puedes quedarte con ella  —dijo Harry, riendo ante el placer de Ron—. Hagrid,
mis tíos... ¿Quién me ha enviado éste?
—Creo que sé de quién es ése  —dijo Ron, algo rojo y señalando un paquete
deforme—. Mi madre.Le dije que creías que nadie te regalaría nada y.. oh, no
—gruñó—, te ha hecho un jersey Weasley.
Harry abrió el paquete y encontró un jersey tejido a mano, grueso y color verde
esmeralda, y una gran caja de pastel de chocolate casero.
—Cada  año nos teje un jersey  —dijo Ron, desenvolviendo su paquete—y el mío
siempre es rojo oscuro.
—Es muy amable de parte de tu madre  —dijo Harry probando el pastel, que era
delicioso.
El siguiente regalo también tenía golosinas, una gran caja de ranas de chocolate, de
parte de Hermione.
Le quedaba el último. Harry lo cogió y notó que era muy ligero. Lo desenvolvió.
Algo fluido y de color gris plateado se deslizó hacia el suelo y se quedó brillando.
Ron bufó.
—Había oído hablar de esto  —dijo con voz ronca, dejando caer la caja de grageas
de todos los sabores, regalo de Hermione—. Si es lo que pienso, es algo verdaderamente
raro y valioso.
—¿Qué es?
Harry cogió el género brillante y plateado. El tocarlo producía una sensación
extraña, como si fuera agua convertida en tejido.
—Es una capa invisible  —dijo Ron, con una expresión de temor reverencial—.
Estoy seguro... Pruébatela.
Harry se puso la capa sobre los hombros y Ron lanzó un grito.
—¡Lo es! ¡Mira abajo!
Harry se miró los pies, pero ya no estaban. Se dirigió al espejo. Efectivamente: su
reflejo lo miraba, pero sólo su cabeza suspendida en el aire, porque su cuerpo era
totalmente invisible. Se puso la capa sobre la cabeza y su imagen desapareció por
completo.
—¡Hay una nota! —dijo de pronto Ron—. ¡Ha caídouna nota!
Harry se quitó la capa y cogió la nota. La caligrafía, fina y llena de curvas, era
desconocida para él. Decía:
Tu padre dejó esto en mi poder antes de morir. Ya es tiempo de que te sea
devuelto. Utilízalo bien.
Una muy Feliz Navidad para ti.
No tenía firma. Harry contempló la nota. Ron admiraba la capa.
—Yo daría cualquier cosa por tener una —dijo—Lo que sea. ¿Qué te sucede?
—Nada  —dijo Harry Se sentía muy extraño. ¿Quién le había enviado la capa?
¿Realmente había pertenecido a su padre?
Antesde que pudiera decir o pensar algo, la puerta del dormitorio se abrió de golpe
y Fred y George Weasley entraron. Harry escondió rápidamente la capa. No se sentía
con ganas de compartirla con nadie más.
—¡Feliz Navidad!
—¡Eh, mira! ¡A Harry también le hanregalado un jersey Weasley!
Fred y George llevaban jerséis azules, uno con una gran letra F y el otro con la G.
—El de Harry es mejor que el nuestro  —dijo Fred cogiendo el jersey de Harry—.
Es evidente que se esmera más cuando no es para la familia.
—¿Por qué no te has puesto el tuyo, Ron?  —quiso saber George—. Vamos,
pruébatelo, son bonitos y abrigan.
—Detesto el rojo oscuro —se quejó Ron, mientras se lo pasaba por la cabeza.
—No tenéis la inicial en los vuestros  —observó George—. Supongo que ella
piensaque no os vais a olvidar de vuestros nombres. Pero nosotros no somos
estúpidos... Sabemos muy bien que nos llamamos Gred y Feorge.
—¿Qué es todo ese ruido?
Percy Weasley asomó la cabeza a través de la puerta, con aire de desaprobación.
Era evidente que había ido desenvolviendo sus regalos por el camino, porque también
tenía un jersey bajo el brazo, que Fred vio.
—¡P de prefecto! Pruébatelo, Percy, vamos, todos nos lo hemos puesto, hasta
Harry tiene uno.
—Yo... no... quiero  —dijo Percy, con firmeza, mientras los gemelos le metían el
jersey por la cabeza, tirándole las gafas al suelo.
—Y hoy no te sentarás con los prefectos  —dijo George—. La Navidad es para
pasarla en familia.
Cogieron a Percy y se lo llevaron de la habitación, con los brazos sujetos por el
jersey.
Harry no había celebrado en su vida una comida de Navidad como aquélla. Un centenar
de pavos asados, montañas de patatas cocidas y asadas, soperas llenas de guisantes con
mantequilla, recipientes de plata con una grasa riquísima y salsa de moras,y muchos
huevos sorpresa esparcidos por todas las mesas. Estos fantásticos huevos no tenían nada
que ver con los flojos artículos de los  muggles, que Dudley habitualmente compraba, ni
con juguetitos de plástico ni gorritos de papel. Harry tiró uno al  suelo y no sólo hizo
¡pum!, sino que estalló como un cañonazo y los envolvió en una nube azul, mientras del
interior salían una gorra de contraalmirante y varios ratones blancos, vivos. En la Mesa
Alta, Dumbledore había reemplazado su sombrero cónico de mago por un bonete
floreado, y se reía de un chiste del profesor Flitwick.
A los pavos les siguieron los pudines de Navidad, flameantes. Percy casi se rompió
un diente al morder un  sickle  de plata que estaba en el trozo que le tocó. Harry
observaba a Hagrid, que cada vez se ponía más rojo y bebía más vino, hasta que
finalmente besó a la profesora McGonagall en la mejilla y, para sorpresa de Harry, ella
se ruborizó y rió, con el sombrero medio torcido.
Cuando Harry finalmente se levantó de la mesa, estaba cargado de cosas de las
sorpresas navideñas, y que incluían globos luminosos que no estallaban, un juego de
Haga Crecer Sus Propias Verrugas y piezas nuevas de ajedrez. Los ratones blancos
habían desaparecido, y Harry tuvo el horrible presentimiento de que  iban a terminar
siendo la cena de Navidad de la Señora Norris.
Harry y los Weasley pasaron una velada muy divertida, con una batalla de bolas de
nieve en el parque. Más tarde, helados, húmedos y jadeantes, regresaron a la sala común
de Gryffindor para sentarse al lado del fuego. Allí Harry estrenó su nuevo ajedrez y
perdió espectacularmente con Ron. Pero sospechaba que no habría perdido de aquella
manera si Percy no hubiera tratado de ayudarlo tanto.
Después de un té con bocadillos de pavo, buñuelos, bizcocho borracho y pastel de
Navidad, todos se sintieron tan hartos y soñolientos que no podían hacer otra cosa que
irse a la cama; no obstante, permanecieron sentados y observaron a Percy, que perseguía
a Fred y George por toda la torre Gryffindor porque  le habían robado su insignia de
prefecto.
Fue el mejor día de Navidad de Harry. Sin embargo, algo daba vueltas en un rincón
de su mente. En cuanto se metió en la cama, pudo pensar libremente en ello: la capa
invisible y quién se la había enviado.
Ron, ahítode pavo y pastel y sin ningún misterio que lo preocupara, se quedó
dormido en cuanto corrió las cortinas de su cama. Harry se inclinó a un lado de la cama
y sacó la capa.
De su padre... Aquello había sido de su padre. Dejó que el género corriera por sus
manos, más suave que la seda, ligero como el aire. «Utilízalo bien», decía la nota.
Tenía que probarla. Se deslizó fuera de la cama y se envolvió en la capa. Miró
hacia abajo y vio sólo la luz de la luna y las sombras. Era una sensación muy curiosa.
«Utilízalo bien.»
De pronto, Harry se sintió muy despierto. Con aquella capa, todo Hogwarts estaba
abierto para él. Mientras estaba allí, en la oscuridad y el silencio, la excitación se
apoderó de él. Podía ir a cualquier lado con ella, a cualquier lado, y Filchnunca lo
sabría.
Ron gruñó entre sueños. ¿Debía despertarlo? Algo lo detuvo. La capa de su padre...
Sintió que aquella vez (la primera vez) quería utilizarla solo.
Salió cautelosamente del dormitorio, bajó la escalera, cruzó la sala común y pasó
por el agujero del retrato.
—¿Quién está ahí?  —chilló la Dama Gorda. Harry no dijo nada. Anduvo
rápidamente por el pasillo.
¿Adónde iría? De pronto se detuvo, con el corazón palpitante, y pensó. Y entonces
lo supo. La Sección Prohibida de la biblioteca. Iba a poder leer todo lo que quisiera,
para descubrir quién era Flamel. Se ajustó la capa y se dirigió hacia allí.
La biblioteca estaba oscura y fantasmal. Harry encendió una lámpara para ver la
fila de libros. La lámpara parecía flotar sola en el aire y hasta elmismo Harry, que
sentía su brazo llevándola, tenía miedo.
La Sección Prohibida estaba justo en el fondo de la biblioteca. Pasando con
cuidado sobre la soga que separaba aquellos libros de los demás, Harry levantó la
lámpara para leer los títulos.
No le  decían mucho. Las letras doradas formaban palabras en lenguajes que Harry
no conocía. Algunos no tenían títulos. Un libro tenía una mancha negra que parecía
sangre. A Harry se le erizaron los pelos de la nuca. Tal vez se lo estaba imaginando, tal
vez no,  pero le pareció que un murmullo salía de los libros, como si supieran que había
alguien que no debía estar allí.
Tenía que empezar por algún lado. Dejó la lámpara con cuidado en el suelo y miró
en una estantería buscando un libro de aspecto interesante.  Le llamó la atención un
volumen grande, negro y plateado. Lo sacó con dificultad, porque era muy pesado y,
balanceándolo sobre sus rodillas, lo abrió.
Un grito desgarrador; espantoso, cortó el silencio... ¡El libro gritaba! Harry lo cerró
de golpe, pero elaullido continuaba, en una nota aguda, ininterrumpida. Retrocedió y
chocó con la lámpara, que se apagó de inmediato. Aterrado, oyó pasos que se acercaban
por el pasillo, metió el volumen en el estante y salió corriendo. Pasó al lado de Filch
casi en lapuerta, y los ojos del celador; muy abiertos, miraron a través de Harry. El
chico se agachó, pasó por debajo del brazo de Filch y siguió por el pasillo, con los
aullidos del libro resonando en sus oídos.
Se detuvo de pronto frente a unas armaduras. Habíaestado tan ocupado en escapar
de la biblioteca que no había prestado atención al camino. Tal vez era porque estaba
oscuro, pero no reconoció el lugar donde estaba. Había armaduras cerca de la cocina,
eso lo sabía, pero debía de estar cinco pisos más arriba.
—Usted me pidió que le avisara directamente, profesor, si alguien andaba dando
vueltas durante la noche, y alguien estuvo en la biblioteca, en la Sección Prohibida.
Harry sintió que se le iba la sangre de la cara. Filch debía de conocer un atajo para
llegar a donde él estaba, porque el murmullo de su voz se acercaba cada vez más y, para
su horror, el que le contestaba era Snape.
—¿La Sección Prohibida? Bueno, no pueden estar lejos, ya los atraparemos.
Harry se quedó petrificado, mientras Filch y Snape se acercaban. No podían verlo,
por supuesto, pero el pasillo era estrecho y, si se acercaban mucho, iban a chocar contra
él. La capa no ocultaba su materialidad.
Retrocedió lo más silenciosamente que pudo. A la izquierda había una puerta
entreabierta.  Era su única esperanza. Se deslizó, conteniendo la respiración y tratando
de no hacer ruido. Para su alivio, entró en la habitación sin que lo notaran. Pasaron por
delante de él y Harry se apoyó contra la pared, respirando profundamente, mientras
escuchaba los pasos que se alejaban. Habían estado cerca, muy cerca. Transcurrieron
unos pocos segundos antes de que se fijara en la habitación que lo había ocultado.
Parecía un aula en desuso. Las sombras de sillas y pupitres amontonados contra las
paredes, una papelera invertida y apoyada contra la pared de enfrente... Había algo que
parecía no pertenecer allí, como si lo hubieran dejado para quitarlo de en medio.
Era un espejo magnífico, alto hasta el techo, con un marco dorado muy trabajado,
apoyado en unos soportes que eran como garras. Tenía una inscripción grabada en la
parte superior: Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse.
Ya no oía ni a Filch ni a Snape, y Harry no tenía tanto miedo. Se acercó al espejo,
deseando mirar para no encontrar su imagen reflejada. Se detuvo frente a él.
Tuvo que llevarse las manos a la boca para no gritar. Giró en redondo. El corazón
le latía más furiosamente que cuando el libro había gritado... Porque no sólo se había
visto en el espejo, sino que había mucha gente detrás de él.
Pero la habitación estaba vacía. Respirando agitadamente, volvió a mirar el espejo.
Allí estaba él, reflejado, blanco y con mirada de miedo y allí, reflejados detrás de
él, había al menos otros diez. Harry miró por encima del hombro, pero no había nadie
allí. ¿O también eran todos invisibles? ¿Estaba en una habitación llena de gente
invisible y la trampa del espejo era que los reflejaba, invisibles o no?
Miró otra vez al espejo. Una mujer, justo detrás de su reflejo, le sonreía y agitaba la
mano. Harry levantó una mano y sintió el aire que pasaba. Si ella estaba realmente allí,
debía de poder tocarla, sus reflejos estaban tan cerca... Pero sólo sintió aire: ella y los
otros existían sólo en el espejo.
Era una mujer muy guapa. Tenía el cabello  rojo oscuro y sus ojos... «Sus ojos son
como los míos», pensó Harry, acercándose un poco más al espejo. Verde brillante,
exactamente la misma forma, pero entonces notó que ella estaba llorando, sonriendo y
llorando al mismo tiempo. El hombre alto, delgadoy de pelo negro que estaba al lado
de ella le pasó el brazo por los hombros. Llevaba gafas y el pelo muy desordenado. Y se
le ponía tieso en la nuca, igual que a Harry.
Harry estaba tan cerca del espejo que su nariz casi tocaba su reflejo.
—¿Mamá? —susurró—. ¿Papá?
Entonces lo miraron, sonriendo. Y lentamente, Harry fue observando los rostros de
las otras personas, y vio otro par de ojos verdes como los suyos, otras narices como la
suya, incluso un hombre pequeño que parecía tener las mismas rodillas nudosas de
Harry. Estaba mirando a su familia por primera vez en su vida.
Los Potter sonrieron y agitaron las manos, y Harry permaneció mirándolos
anhelante, con las manos apretadas contra el espejo, como si esperara poder pasar al
otro lado y alcanzarlos.  En su interior sentía un poderoso dolor, mitad alegría y mitad
tristeza terrible.
No supo cuánto tiempo estuvo allí. Los reflejos no se desvanecían y Harry miraba y
miraba, hasta que un ruido lejano lo hizo volver a la realidad. No podía quedarse allí,
tenía que encontrar el camino hacia el dormitorio. Apartó los ojos de los de su madre y
susurró: «Volveré». Salió apresuradamente de la habitación.
—Podías haberme despertado —dijo malhumorado Ron.
—Puedes venir esta noche. Yo voy a volver; quiero enseñarte el espejo.
—Me gustaría ver a tu madre y a tu padre —dijo Ron con interés.
—Y yo quiero ver a toda tu familia, todos los Weasley. Podrás enseñarme a tus
otros hermanos y a todos.
—Puedes verlos cuando quieras —dijo Ron—. Ven a mi casa este verano. De todos
modos, a lo mejor sólo muestra gente muerta. Pero qué lástima que no encontraste a
Flamel. ¿No quieres tocino o alguna otra cosa? ¿Por qué no comes nada?
Harry no podía comer. Había visto a sus padres y los vería otra vez aquella noche.
Casi se había olvidado de Flamel. Ya no le parecía tan importante. ¿A quién le
importaba lo que custodiaba el perro de tres cabezas? ¿Y qué más daba si Snape lo
robaba?
—¿Estás bien? —preguntó Ron—. Te veo raro.
Lo que Harry más temía era no poder encontrar la habitación del espejo. Aquella noche,
con Ron también cubierto por la capa, tuvieron que andar con más lentitud. Trataron de
repetir el camino de Harry desde la biblioteca, vagando por oscuros pasillos durante casi
una hora.
—Estoy congelado —se quejó Ron—. Olvidemos esto y volvamos.
—¡No! —susurró Harry—. Sé que está por aquí.
Pasaron al lado del fantasma de una bruja alta, que se deslizaba en dirección
opuesta, pero no vieron a nadie más.
Justo cuando Ron se quejaba de que tenía los pies helados, Harry divisó la pareja
de armaduras.
—Es allí... justo allí... ¡sí!
Abrieron la puerta. Harry dejó caer la capa de sus hombros y corrió al espejo.
Allí estaban. Su madre y su padre sonrieron felices al verlo.
—¿Ves? —murmuró Harry.
—No puedo ver nada.
—¡Mira! Míralos a todos... Son muchos...
—Sólo puedo verte a ti.
—Pero mira bien, vamos, ponte donde estoy yo.
Harry dio un paso a un lado, pero con Ron frente al espejo ya no podía ver a su
familia, sólo a Ron con su pijama de colores.
Sin embargo, Ron parecía fascinado con su imagen.
—¡Mírame! —dijo.
—¿Puedes ver a toda tu familia contigo?
—No... estoy solo... pero soy diferente... mayor... ¡y soy delegado!
—¿Cómo?
—Tengo... tengo un distintivo como el de Bill y estoy levantando la copa de la casa
y la copa de quidditch... ¡Y también soy capitán de quidditch!
Ron apartó los ojos de aquella espléndida visión y miró excitado a Harry.
—¿Crees que este espejo muestra el futuro?
—¿Cómo puede ser? Si toda mi familia está muerta... déjame mirar de nuevo...
—Lo has tenido toda la noche, déjame un ratito más.
—Pero si estás sosteniendo la copa de  quidditch, ¿qué tiene eso de interesante?
Quiero ver a mis padres.
—No me empujes.
Un súbito ruido en el pasillo puso fin a la discusión. No se habían dado cuenta de
que hablaban en voz alta.
—¡Rápido!
Ron tiró la capa sobre ellos justo cuando los luminosos ojos de la  Señora Norris
aparecieron en la puerta. Ron y Harry permanecieron inmóviles, los dos pensando lo
mismo: ¿la capa funcionaba con los gatos? Después de lo que pareció una eternidad, la
gata dio la vuelta y se marchó.
—No estamos seguros... Puede haber ido a buscar a Filch, seguro que nos ha oído.
Vamos.
Y Ron empujó a Harry para que salieran de la habitación.
La nieve todavía no se había derretido a la mañana siguiente.
—¿Quieres jugar al ajedrez, Harry? —preguntó Ron.
—No.
—¿Por qué no vamos a visitar a Hagrid?
—No... ve tú...
—Sé en qué estás pensando, Harry, en ese espejo. No vuelvas esta noche.
—¿Por qué no?
—No lo sé. Pero tengo un mal presentimiento y, de todos modos, ya has tenido
muchos encuentros. Filch, Snape y la  Señora Norris  andan vigilando por ahí ¿Qué
importa si no te ven? ¿Y si tropiezan contigo? ¿Y si chocas con algo?
—Pareces Hermione.
—Te lo digo en serio, Harry, no vayas
Pero Harry sólo tenía un pensamiento en su mente, volver a mirar en el espejo. Y
Ron no lo detendría.
La tercera noche encontró el camino más rápidamente que las veces anteriores. Andaba
más rápido de lo que habría sido prudente, porque sabía que estaba haciendo ruido, pero
no se encontró con nadie.
Y allí estaban su madre y su padre, sonriéndole otra vez, y uno de sus abuelos lo
saludaba muy contento. Harry se dejó caer al suelo para sentarse frente al espejo. Nadie
iba a impedir que pasara la noche con su familia. Nadie.
Excepto...
—Entonces de vuelta otra vez, ¿no, Harry?
Harry sintió como si se le helaran las entrañas. Miró para atrás. Sentado en un
pupitre, contra la pared, estaba nada menos que Albus Dumbledore. Harry debió de
haber pasado justo por su lado, y estaba tan desesperado por llegar hasta el espejo que
no había notado su presencia.
—No... no lo había visto, señor.
—Es curioso lo miope que se puede volver uno al ser invisible —dijo Dumbledore,
y Harry se sintió aliviado al ver que le sonreía—. Entonces  —continuó Dumbledore,
bajando del pupitre para sentarse en el suelo con Harry—, tú, como cientos antes que tú,
has descubierto las delicias del espejo de Oesed.
—No sabía que se llamaba así, señor.
—Pero espero que te habrás dado cuenta de lo que hace, ¿no?
—Bueno... me mostró a mi familia y...
—Y a tu amigo Ron lo reflejó como capitán.
—¿Cómo lo sabe...?
—No necesito una capa para ser invisible  —dijo amablemente Dumbledore—. Y
ahora ¿puedes pensar qué es lo que nos muestra el espejo de Oesed a todos nosotros?
Harry negó con la cabeza.
—Déjame explicarte. El hombre más feliz de la tierra puede utilizar el espejo de
Oesed como un espejo normal, es decir, se mirará y se verá exactamente como es. ¿Eso
te ayuda?
Harry pensó. Luego dijo lentamente:
—Nos muestra lo que queremos... lo que sea que queramos...
—Sí y no  —dijo con calma Dumbledore—. Nos muestra ni más ni menos que el
más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón. Para ti, que nunca conociste a tu
familia, verlos rodeándote. Ronald Weasley, que siempre ha sido  sobrepasado por sus
hermanos, se ve solo y el mejor de todos ellos. Sin embargo, este espejo no nos dará
conocimiento o verdad. Hay hombres que se han consumido ante esto, fascinados por lo
que han visto. O han enloquecido, al no saber si lo que muestra  es real o siquiera
posible.
Continuó:
—El espejo será llevado a una nueva casa mañana, Harry, y te pido que no lo
busques otra vez. Y si alguna vez te cruzas con él, deberás estar preparado. No es bueno
dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir,recuérdalo. Ahora ¿por que no te
pones de nuevo esa magnífica capa y te vas a la cama?
Harry se puso de pie.
—Señor... profesor Dumbledore... ¿Puedo preguntarle algo?
—Es evidente que ya lo has hecho  —sonrió Dumbledore—. Sin embargo, puedes
hacerme una pregunta más.
—¿Qué es lo que ve, cuando se mira en el espejo?
—¿Yo? Me veo sosteniendo un par de gruesos calcetines de lana.
Harry lo miró asombrado.
—Uno nunca tiene suficientes calcetines  —explicó Dumbledore—. Ha pasado otra
Navidad y no me han regalado ni un solo par. La gente sigue insistiendo en regalarme
libros.
En cuanto Harry estuvo de nuevo en su cama, se le ocurrió pensar que tal vez
Dumbledore no había sido sincero. Pero es que, pensó mientras sacaba a Scabbers de su
almohada, había sido una pregunta muy personal.

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