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La «bludger» loca
Después del desastroso episodio de los duendecillos de Cornualles, el profesor Lockhartno había vuelto a llevar a clase seres vivos. Por el contrario, se dedicaba a leer a los
alumnos pasajes de sus libros, y en ocasiones representaba alguno de los momentos más
emocionantes de su biografía. Habitualmente sacaba a Harry para que lo ayudara en
aquellas reconstrucciones; hasta el momento, Harry había tenido que representar los
papeles de un ingenuo pueblerino transilvano al que Lockhart había curado de una
maldición que le hacía tartamudear, un yeti con resfriado y un vampiro que, cuando
Lockhart acabó con él, no pudo volver a comer otra cosa que lechuga.
En la siguiente clase de Defensa Contra las Artes Oscuras sacó de nuevo a Harry,
esta vez para representar a un hombre lobo. Si no hubiera tenido una razón muy
importante para no enfadar a Lockhart, se habría negado.
—Aúlla fuerte, Harry (eso es...), y en aquel momento, creedme, yo salté (así)
tirándolo contra el suelo (así) con una mano, y logré inmovilizarle. Con la otra, le puse
la varita en la garganta y, reuniendo las fuerzas que me quedaban, llevé a cabo el
dificilísimo hechizo Homorphus; él emitió un gemido lastimero(venga, Harry..., más
fuerte..., bien) y la piel desapareció..., los colmillos encogieron y... se convirtió en
hombre. Sencillo y efectivo. Otro pueblo que me recordará siempre como el héroe que
les libró de la terrorífica amenaza mensual de los hombres lobo.
Sonó el timbre y Lockhart se puso en pie.
—Deberes: componer un poema sobre mi victoria contra el hombre lobo Wagga
Wagga. ¡El autor del mejor poema será premiado con un ejemplar firmado de El
encantador!
Los alumnos empezaron a salir. Harry volvió al fondo de la clase, donde lo
esperaban Ron y Hermione.
—¿Listos? —preguntó Harry.
—Espera que se hayan ido todos —dijo Hermione, asustada—. Vale, ahora.
Se acercó a la mesa de Lockhart con un trozo de papel en la mano. Harry y Ron
iban detrás de ella.
—Esto... ¿Profesor Lockhart? —tartamudeó Hermione—. Yo querría... sacar este
libro de la biblioteca. Sólo para una lectura preparatoria. —Le entregó el trozo de papel
con mano ligeramente temblorosa—. Pero el problema es que está en la Sección
Prohibida, así que necesito el permiso por escrito de un profesor. Estoy convencida de
que este libro me ayudaría a comprender lo que explica usted en Una vuelta con los
espíritus malignos sobre los venenos de efecto retardado.
—¡Ah, Una vuelta con los espíritus malignos! —dijo Lockhart, cogiendo la nota de
Hermione y sonriéndole francamente—. Creo que es mi favorito. ¿Te gustó?
—¡Sí! —dijo Hermione emocionada—. ¡Qué gran idea la suya de atrapar al último
con el colador del té...!
—Bueno, estoy seguro que a nadie le parecerá mal que ayude un poco a la mejor
estudiante del curso —dijo Lockhart afectuosamente, sacando una pluma de pavo
real—. Sí, es bonita, ¿verdad? —dijo, interpretando al revés la expresión de desagrado
de Ron—. Normalmente la reservo para firmar libros.
Garabateó una floreteada firma sobre el papel y se lo devolvió a Hermione.
—Así que, Harry —dijo Lockhart, mientras Hermione plegaba la nota con dedos
torpes y se la metía en la bolsa—, mañana se juega el primer partido de quidditch de la
temporada,¿verdad? Gryffindor contra Slytherin, ¿no? He oído que eres un jugador
fundamental. Yo también fui buscador. Me pidieron que entrara en la selección
nacional, pero preferí dedicar mi vida a la erradicación de las Fuerzas Oscuras. De todas
maneras, si necesitaras unas cuantas clases particulares de entrenamiento, no dudes en
decírmelo. Siempre me satisface dejar algo de mi experiencia a jugadores menos
dotados...
Harry hizo un ruido indefinido con la garganta y luego salió del aula a toda prisa,
detrás de Ron y Hermione.
—Es increíble —dijo ella, mientras examinaban los tres la firma en el papel—. Ni
siquiera ha mirado de qué libro se trataba.
—Porque es un completo imbécil —dijo Ron—. Pero ¿a quién le importa? Ya
tenemos lo que necesitábamos.
—El no es un completo imbécil —chillé Hermione, mientras iban hacia la
biblioteca a paso ligero.
—Ya, porque ha dicho que eres la mejor estudiante del curso...
Bajaron la voz al entrar en la envolvente quietud de la biblioteca.
La señora Pince, la bibliotecaria, erauna mujer delgada e irascible que parecía un
buitre mal alimentado.
—¿Moste Potente Potions?—repitió recelosa, tratando de coger la nota de
Hermione. Pero Hermione no la soltaba.
—Desearía poder guardarla —dijo la chica, aguantando la respiración.
—Venga —dijo Ron, arrancándole la nota y entregándola a la señora Pince—. Te
conseguiremos otro autógrafo. Lockhart firmará cualquier cosa que se esté quieta el
tiempo suficiente.
La señora Pince levantó el papel a la luz, como dispuesta a detectar una posible
falsificación, pero la nota pasó la prueba. Caminó orgullosamente por entre las elevadas
estanterías y regresó unos minutos después llevando con ella un libro grande de aspecto
mohoso. Hermione se lo metió en la bolsa con mucho cuidado, e intentó no caminar
demasiado rápido ni parecer demasiado culpable.
Cinco minutos después, se encontraban de nuevo refugiados en los aseos fuera de
servicio de Myrtle la Llorona. Hermione había rechazado las objeciones de Ron
argumentando que aquél sería el último lugar en el que entraría nadie en su sano juicio,
así que allí tenían garantizada la intimidad. Myrtle la Llorona lloraba estruendosamente
en su retrete, pero ellos no le prestaban atención, y ella a ellos tampoco.
Hermione abrió con cuidado el Moste Potente Potions, y los tres se encorvaron
sobre las páginas llenas de manchas de humedad. De un vistazo quedó patente por qué
pertenecía a la Sección Prohibida. Algunas de las pociones tenían efectos demasiado
horribles incluso para imaginarlos, y había ilustraciones monstruosas, como la de un
hombre que parecía vuelto de dentro hacia fuera y una bruja con varios pares de brazos
que le salían de la cabeza.
—¡Aquí está! —dijo Hermione emocionada, al dar con la página que llevaba por
título La poción multijugos. Estaba decorada con dibujos de personas que iban
transformándose en otras distintas. Harry imploró que la apariencia de dolor intenso que
había en los rostros de aquellas personas fuera fruto de la imaginación del artista.
»Ésta es la poción más complicada quehe visto nunca —dijo Hermione, al mirar la
receta—. Crisopos, sanguijuelas, Descurainia sophia y centinodia —murmuró, pasando
el dedo por la lista de los ingredientes—. Bueno, no son difíciles de encontrar, están en
el armario de los estudiantes, podemos conseguirlos. ¡Vaya, mirad, polvo de cuerno de
bicornio! No sé dónde vamos a encontrarlo..., piel en tiras de serpiente arbórea
africana..., eso también será peliagudo... y por supuesto, algo de aquel en quien
queramos convertirnos.
—Perdona —dijo Ron bruscamente—. ¿Qué quieres decir con «algo de aquel en
quien queramos convertirnos»? Yo no me voy a beber nada que contenga las uñas de los
pies de Crabbe.
Hermione continuó como si no lo hubiera oído.
—De momento, todavía no tenemos que preocuparnos porque esos ingredientes los
echaremos al final.
Sin saber qué decir, Ron se volvió a Harry, que tenía otra preocupación.
—¿No te das cuenta de cuántas cosas vamos a tener que robar, Hermione? Piel de
serpiente arbórea africana en tiras, desde luego eso no está en el armario de los
estudiantes, ¿qué vamos a hacer? ¿Forzar los armarios privados de Snape? No sé si es
buena idea...
Hermione cerró el libro con un ruido seco.
—Bueno, si vais a acobardaros los dos, pues vale —dijo. Tenía las mejillas
coloradas y los ojos más brillantes de lo normal—. Yo no quiero saltarme las normas,
ya lo sabéis, pero pienso que aterrorizar a los magos de familia muggle es mucho peor
que elaborar un poco de poción. Pero si no tenéis interés en averiguar si el heredero es
Malfoy, iré derecha a la señora Pince y le devolveré el libro inmediatamente.
—No creí que fuera a verte nunca intentando persuadirnos de que incumplamos las
normas —dijo Ron—. Está bien, lo haremos, pero nada de uñas de los pies, ¿vale?
—Pero ¿cuánto nos llevará hacerlo? —preguntó Harry, cuando Hermione,
satisfecha, volvió a abrir el libro.
—Bueno, como hay que coger la Descurainia sophia con luna llena, y los crisopos
han de cocerse durante veintiún días..., yo diría que podríamos tenerla preparada en un
mes, si podemos conseguir todos los ingredientes.
—¿Un mes? —dijo Ron—. ¡En ese tiempo, Malfoy puede atacar a la mitad de los
hijos de muggles! —Hermione volvió a entornar los ojos amenazadoramente, y él
añadió sin vacilar—: Pero es el mejor plan que tenemos, así que adelante a toda
máquina.
Sin embargo, mientras Hermione comprobaba que no había nadie a la vista para
poder salir del aseo, Ron susurró a Harry:
—Sería mucho más sencillo que mañana tiraras a Malfoy de la escoba.
Harry se despertó pronto el sábado por la mañana y se quedó un rato en la cama
pensando en el partido de quidditch. Se ponía nervioso, sobre todo al imaginar lo que
diría Wood si Gryffindor perdía, pero también al pensar que tendrían que enfrentarse a
un equipo que iría montado en las escobas de carreras más veloces que había en el
mercado. Nunca había tenido tantas ganas de vencer a Slytherin. Después de estar
tumbado media hora con las tripas revueltas, se levantó, se vistió y bajó temprano a
desayunar. Allí encontró al resto del equipode Gryffindor, apiñado en torno a la gran
mesa vacía. Todos estaban nerviosos y apenas hablaban.
Cuando faltaba poco para las once, el colegio en pleno empezó a dirigirse hacia el
estadio de quidditch. Hacía un día bochornoso que amenazaba tormenta. Cuando Harry
iba hacia los vestuarios, Ron y Hermione se acercaron corriendo a desearle buena
suerte. Los jugadores se vistieron sus túnicas rojas de Gryffindor y luego se sentaron a
recibir la habitual inyección de ánimo que Wood les daba antes de cada partido.
—Los de Slytherin tienen mejores escobas que nosotros —comenzó—, eso no se
puede negar. Pero nosotros tenemos mejores jugadores sobre las escobas. Hemos
entrenado más que ellos y hemos volado bajo todas las circunstancias climatológicas
(«¡y tanto! —murmuró George Weasley—, no me he secado del todo desde agosto»), y
vamos a hacer que se arrepientan del día en que dejaron que ese pequeño canalla,
Malfoy, les comprara un puesto en el equipo.
Con la respiración agitada por la emoción, Wood se volvió a Harry.
—Es misión tuya, Harry, demostrarles que un buscador tiene que tener algo más
que un padre rico. Tienes que coger la snitch antes que Malfoy, o perecer en el intento,
porque hoy tenemos que ganar.
—Así que no te sientas presionado, Harry —le dijo Fred, guiñándole un ojo.
Cuando salieron al campo, fueron recibidos con gran estruendo; eran sobre todo
aclamaciones de Hufflepuff y de Ravenclaw, cuyos miembros y seguidores estaban
deseosos de ver derrotado al equipo de Slytherin, aunque la afición de Slytherin también
hizo oír sus abucheos y silbidos. La señora Hooch, que era la profesora de quidditch,
hizo que Flint y Wood se dieran la mano, y los dos contrincantes aprovecharon para
dirigirse miradas desafiantes y apretar bastante más de lo necesario.
—Cuando toque el silbato —dijo la señora Hooch—: tres..., dos..., uno...
Animados por el bramido de la multitud que les apoyaba, los catorce jugadores se
elevaron hacia el cielo plomizo. Harry ascendió más que ningún otro, aguzando la vista
en busca de la snitch.
—¿Todo bien por ahí, cabeza rajada? —le gritó Malfoy, saliendo disparado por
debajo de él para demostrarle la velocidad de su escoba.
Harry no tuvo tiempo de replicar. En aquel preciso instante iba hacia él una bludger
negra y pesada; faltó tan poco para que le golpeara, que al pasar le despeinó.
—¡Por qué poco, Harry! —le dijo George, pasando por su lado como un
relámpago, con el bate en la mano, listo para devolver la bludger contra Slytherin.
Harry vio que George daba un fuerte golpe a la bludger dirigiéndola hacia Adrian
Pucey, pero la bludger cambió de dirección en medio del aire y se fue directa, otra vez,
contra Harry.
Harry descendió rápidamente para evitarla, y George logró golpearla fuerte contra
Malfoy. Una vez más, la bludger viró bruscamente como si fuera un bumerán y se
encaminó como una bala hacia la cabeza de Harry.
Harry aumentó la velocidad y salió zumbando hacia el otro extremo del campo. Oía
a la bludger silbar a su lado. ¿Qué ocurría? Las bludger nunca se enconaban de aquella
manera contra un único jugador, su misión era derribar a todo el que pudieran...
Fred Weasley aguardaba en el otro extremo. Harry se agachó para que Fred
golpeara la bludger con todas sus fuerzas.
—¡Ya está! —gritó Fred contento, pero se equivocaba: como si fuera atraída
magnéticamente por Harry, la bludger volvió a perseguirlo y Harry se vio obligado a
alejarse a toda velocidad.
Había empezado a llover. Harry notaba las gruesas gotas en la cara, que chocaban
contra los cristales de las gafas. No tuvo ni idea de lo que pasaba con los otros
jugadores hasta que oyó la voz de Lee Jordan, que era el comentarista, diciendo:
«Slytherin en cabeza por seis a cero.»
Estaba claro que la superioridad de las escobas de Slytherin daba sus resultados, y
mientras tanto,la bludger loca hacía todo lo que podía para derribar a Harry. Fred y
George se acercaban tanto a él, uno a cada lado, que Harry no podía ver otra cosa que
sus brazos, que se agitaban sin cesar, y le resultaba imposible buscar la snitch, y no
digamos atraparla.
—Alguien... está... manipulando... esta... bludger... —gruñó Fred, golpeándola con
todas sus fuerzas para rechazar un nuevo ataque contra Harry.
—Hay que detener el juego —dijo George, intentando hacerle señas a Wood y al
mismo tiempo evitar que la bludger le partiera la nariz a Harry.
Wood captó el mensaje. La señora Hooch hizo sonar el silbato y Harry, Fred y
George bajaron al césped, todavía tratando de evitar la bludger loca.
—¿Qué ocurre? —preguntó Wood, cuando el equipo de Gryffindor se reunió,
mientras la afición de Slytherin los abucheaba—. Nos están haciendo papilla. Fred,
George, ¿dónde estabais cuando la bludger le impidió marcar a Angelina?
—Estábamos ocho metros por encima de ella, Oliver, para evitar que la otra
bludger matara a Harry —dijo George enfadado—. Alguien la ha manipulado..., no
dejará en paz a Harry, no ha ido detrás de nadie más en todo el tiempo. Los de Slytherin
deben de haberle hecho algo.
—Pero las bludger han permanecido guardadas en el despacho de la señora Hooch
desde nuestro último entrenamiento, y aquel día no les pasaba nada... —dijo Wood,
perplejo.
La señora Hooch iba hacia ellos. Detrás de ella, Harry veía al equipo de Slytherin
que lo señalaban y se burlaban.
—Escuchad —les dijo Harry mientras ella se acercaba—, con vosotros dos volando
todo el rato a mi lado, la única posibilidad que tengo de atrapar la snitch es que se me
meta por la manga. Volved a proteger al resto del equipo y dejadme que me las arregle
solo con esa bludger loca.
—No seas tonto —dijo Fred—, te partirá en dos.
Wood tan pronto miraba a Harry como a los Weasley
—Oliver, esto es una locura —dijo Alicia Spinnet enfadada—, no puedes dejar que
Harry se las apañe solo con la bludger. Esto hay que investigarlo.
—¡Si paramos ahora, perderemos el partido! —argumentó Harry—. ¡Y no vamos a
perder frente a Slytherin sólo por una bludger loca! ¡Venga, Oliver, diles que dejen que
me las apañe yo solo!
—Esto es culpa tuya —dijo George a Wood, enfadado—. «¡Atrapa la snitch o
muere en el intento!» ¡Qué idiotez decir eso!
Llegó la señora Hooch.
—¿Listos para seguir? —preguntó a Wood.
Wood contempló la expresión absolutamente segura del rostro de Harry.
—Bien —dijo—. Fred y George, ya lo habéis oído..., dejad que se enfrente él solo
a la bludger.
La lluviavolvió a arreciar. Al toque de silbato de la señora Hooch, Harry dio una
patada en el suelo que lo propulsó por los aires, y enseguida oyó tras él el zumbido de la
bludger. Harry ascendió más y más. Giraba, daba vueltas, se trasladaba en espiral, en
zigzag, describiendo tirabuzones. Ligeramente mareado, mantenía sin embargo los ojos
completamente abiertos. La lluvia le empañaba los cristales de las gafas y se le metió en
los agujeros de la nariz cuando se puso boca abajo para evitar otra violenta acometida
de la bludger. Podía oír las risas de la multitud; sabía que debía de parecer idiota, pero
la bludger loca pesaba mucho y no podía cambiar de dirección tan rápido como él.
Inició un vuelo a lo montaña rusa por los bordes del campo, intentando vislumbrar a
través de la plateada cortina de lluvia los postes de Gryffindor, donde Adrian Pucey
intentaba pasar a Wood...
Un silbido en el oído indicó a Harry que la bludger había vuelto a pasarle rozando.
Dio media vuelta y voló en la dirección opuesta.
—¿Haciendo prácticas de ballet, Potter? —le gritó Malfoy, cuando Harry se vio
obligado a hacer una ridícula floritura en el aire para evitar la bludger. Harry escapó,
pero la bludger lo seguía a un metro de distancia. Y en el momento en que dirigió a
Malfoyuna mirada de odio, vio la dorada snitch. Volaba a tan sólo unos centímetros por
encima de la oreja izquierda de Malfoy... pero Malfoy, que estaba muy ocupado
riéndose de Harry, no la había visto.
Durante un angustioso instante, Harry permaneció suspendido en el aire, sin
atreverse a dirigirse hacia Malfoy a toda velocidad, para que éste no mirase hacia arriba
y descubriera la snitch.
¡PLAM!
Se había quedado quieto un segundo de más. La bludger lo alcanzó por fin, le
golpeó en el codo, y Harry sintió quele había roto el brazo. Débil, aturdido por el
punzante dolor del brazo, desmontó a medias de la escoba empapada por la lluvia,
manteniendo una rodilla todavía doblada sobre ella y su brazo derecho colgando inerte.
La bludger volvió para atacarle de nuevo, y esta vez se dirigía directa a su cara. Harry
cambió bruscamente de dirección, con una idea fija en su mente aturdida: coger a
Malfoy.
Ofuscado por la lluvia y el dolor, se dirigió hacia aquella cara de expresión
desdeñosa, y vio que Malfoy abría los ojos aterrorizado: pensaba que Harry lo estaba
atacando.
—¿Qué...? —exclamó en un grito ahogado, apartándose del rumbo de Harry.
Harry se soltó finalmente de la escoba e hizo un esfuerzo para coger algo; sintió
que sus dedos se cerraban en torno a la fría snitch, pero sólo se sujetaba a la escoba con
las piernas, y la multitud, abajo, profirió gritos cuando Harry empezó a caer, intentando
no perder el conocimiento.
Con un golpe seco chocó contra el barro y salió rodando, ya sin la escoba. El brazo
le colgaba en un ángulo muy extraño. Sintiéndose morir de dolor, oyó, como si le
llegaran de muy lejos, muchos silbidos y gritos. Miró la snitch que tenía en su mano
buena.
—Ajá —dijo sin fuerzas—, hemos ganado.
Y se desmayó.
Cuando volvió en sí, todavía estabatendido en el campo de juego, con la lluvia
cayéndole en la cara. Alguien se inclinaba sobre él. Vio brillar unos dientes.
—¡Oh, no, usted no! —gimió.
—No sabe lo que dice —explicó Lockhart en voz alta a la expectante multitud de
Gryffindor que se agolpaba alrededor—. Que nadie se preocupe: voy a inmovilizarle el
brazo.
—¡No! —dijo Harry—, me gusta como está, gracias.
Intentó sentarse, pero el dolor era terrible. Oyó cerca un «¡clic!» que le resultó
familiar.
—No quiero que hagas fotos, Colin —dijo alzando la voz.
—Vuelve a tenderte, Harry —dijo Lockhart, tranquilizador—. No es más que un
sencillo hechizo que he empleado incontables veces.
—¿Por qué no me envían a la enfermería? —masculló Harry.
—Así debería hacerse, profesor —dijo Wood, lleno de barro ysin poder evitar
sonreír aunque su buscador estuviera herido—. Fabulosa jugada, Harry, realmente
espectacular, la mejor que hayas hecho nunca, yo diría.
Por entre la selva de piernas que le rodeaba, Harry vio a Fred y George Weasley
forcejeando para meter la bludger loca en una caja. Todavía se resistía.
—Apartaos —dijo Lockhart, arremangándose su túnica verde jade.
—No... ¡no! —dijo Harry débilmente, pero Lockhart estaba revoleando su varita, y
un instante después la apuntó hacia el brazo de Harry
Harry notó una sensación extraña y desagradable que se le extendía desde el
hombro hasta las yemas de los dedos. Sentía como si el brazo se le desinflara, pero no
se atrevía a mirar qué sucedía. Había cerrado los ojos y vuelto la cara hacia el otro lado,
pero vio confirmarse sus más oscuros temores cuando la gente que había alrededor
ahogó un grito y Colin Creevey empezó a sacar fotos como loco. El brazo ya no le
dolía... pero tampoco le daba la sensación de que fuera un brazo.
—¡Ah! —dijo Lockhart—. Sí, bueno, algunas veces ocurre esto. Pero el caso es
que los huesos ya no están rotos. Eso es lo que importa. Así que, Harry, ahora debes ir a
la enfermería. Ah, señor Weasley, señorita Granger, ¿pueden ayudarle? La señora
Pomfrey podrá..., esto..., arreglarlo un poco.
Al ponerse en pie, Harry se sintió extrañamente asimétrico. Armándose de valor,
miró hacia su lado derecho. Lo que vio casi le hace volver a desmayarse.
Por el extremo de la manga de la túnica asomaba lo que parecía un grueso guante
de goma de color carne. Intentó mover los dedos. No le respondieron.
Lockhart no le había recompuesto los huesos: se los había quitado.
A la señora Pomfrey aquello no le hizo gracia.
—¡Tendríais que haber venido enseguida aquí! —dijo hecha una furia y levantando
eltriste y mustio despojo de lo que, media hora antes, había sido un brazo en perfecto
estado—. Puedo recomponer los huesos en un segundo..., pero hacerlos crecer de
nuevo...
—Pero podrá, ¿no? —dijo Harry, desesperado.
—Desde luego que podré, pero será doloroso —dijo en tono grave la señora
Pomfrey, dando un pijama a Harry—. Tendrás que pasar aquí la noche.
Hermione aguardó al otro lado de la cortina que rodeaba la cama de Harry mientras
Ron lo ayudaba a vestirse. Les llevó un buen rato embutir en la manga el brazo sin
huesos, que parecía de goma.
—¿Te atreves ahora a defender a Lockhart, Hermione? —le dijo Ron a través de la
cortina mientras hacía pasar los dedos inanimados de Harry por el puño de la manga—.
Si Harry hubiera querido que lo deshuesaran, lohabría pedido.
—Cualquiera puede cometer un error —dijo Hermione—. Y ya no duele, ¿verdad,
Harry?
—No —respondió Harry—, ni duele ni sirve para nada. —Al echarse en la cama, el
brazo se balanceó sin gobierno.
Hermione y la señora Pomfrey cruzaron la cortina. La señora Pomfrey llevaba una
botella grande en cuya etiqueta ponía «Crecehuesos».
—Vas a pasar una mala noche —dijo ella, vertiendo un líquido humeante en un
vaso y entregándoselo—. Hacer que los huesos vuelvan a crecer es bastante
desagradable.
Lodesagradable fue tomar el crecehuesos. Al pasar, le abrasaba la boca y la
garganta, haciéndole toser y resoplar. Sin dejar de criticar los deportes peligrosos y a los
profesores ineptos, la señora Pomfrey se retiró, dejando que Ron y Hermione ayudaran
a Harry a beber un poco de agua.
—¡Pero hemos ganado! —le dijo Ron, sonriendo tímidamente—. Todo gracias a tu
jugada. ¡Y la cara que ha puesto Malfoy... Parecía que te quería matar!
—Me gustaría saber cómo trucó la bludger —dijo Hermione intrigada.
—Podemos añadir ésta a la lista de preguntas que le haremos después de tomar la
poción multijugos —dijo Harry acomodándose en las almohadas—. Espero que sepa
mejor que esta bazofia...
—¿Con cosas de gente de Slytherin dentro? Estás de broma —observó Ron.
En aquel momento, se abrió de golpe la puerta de la enfermería. Sucios y
empapados, entraron para ver a Harry los demás jugadores del equipo de Gryffindor.
—Un vuelo increíble, Harry —le dijo George—. Acabo de ver a Marcus Flint
gritando a Malfoy algo parecido aque tenía la snitch encima de la cabeza y no se daba
cuenta. Malfoy no parecía muy contento.
Habían llevado pasteles, dulces y botellas de zumo de calabaza; se situaron
alrededor de la cama de Harry, y ya estaban preparando lo que prometía ser una fiesta
estupenda, cuando se acercó la señora Pomfrey gritando:
—¡Este chico necesita descansar, tiene que recomponer treinta y tres huesos!
¡Fuera! ¡FUERA!
Y dejaron solo a Harry, sin nadie que lo distrajera de los horribles dolores de su
brazo inerte.
Horas después, Harry despertó sobresaltado en una total oscuridad, dando un breve grito
de dolor: sentía como si tuviera el brazo lleno de grandes astillas. Por un instante pensó
que era aquello lo que le había despertado. Pero luego se dio cuenta, con horror, de que
alguien, en la oscuridad, le estaba poniendo una esponja en la frente.
—¡Fuera! —gritó, y luego, al reconocer al intruso, exclamó—: ¡Dobby!
Los ojos del tamaño de pelotas de tenis del elfo doméstico miraban desorbitados a
Harry a través de la oscuridad. Una sola lágrima le bajaba por la nariz larga y afilada.
—Harry Potter ha vuelto al colegio —susurró triste—. Dobby avisó y avisó a Harry
Potter. ¡Ah, señor!, ¿por qué no hizo caso a Dobby? ¿Por qué no volvió a casa Harry
Potter cuando perdió el tren?
Harry se incorporó con gran esfuerzo y tiró al suelo la esponja de Dobby.
—¿Qué hace aquí? —dijo—. ¿Y cómo sabe que perdí el tren? —A Dobby le
tembló un labio, y a Harry lo acometió una repentina sospecha—. ¡Fue usted! —dijo
despacio—. ¡Usted impidió que la barrera nos dejara pasar!
—Sí, señor, claro —dijo Dobby, moviendo vigorosamente la cabeza de arriba
abajo y agitando las orejas—. Dobby se ocultó y vigiló a Harry y selló la verja, y Dobby
tuvo que quemarse después las manos con la plancha. —Enseñó a Harry diez largos
dedos vendados—. Pero a Dobby no le importó, señor, porque pensaba que Harry Potter
estaba a salvo, ¡pero no se le ocurrió que Harry Potter pudiera llegar al colegio por otro
medio!
Se balanceaba hacia delante y hacia atrás, agitando su fea cabeza.
—¡Dobby se llevó semejante disgusto cuando se enteró de que Harry Potter estaba
en Hogwarts, que se le quemó la cena de su señor! Dobby nunca había recibido tales
azotes, señor...
Harry se desplomó de nuevo sobre las almohadas.
—Casi consigue que nos expulsen a Ron y a mí —dijo Harry con dureza—. Lo
mejor es que se vaya antes de que mis huesos vuelvan a crecer, Dobby, o podría
estrangularle.
Dobby sonrió levemente.
—Dobby está acostumbrado a las amenazas, señor. Dobby las recibe en casa cinco
veces al día.
Se sonó la nariz con una esquina del sucio almohadón que llevaba puesto; su
aspecto eran tan patético que Harry sintió que se le pasaba el enojo, aunque no quería.
—¿Por qué lleva puesto eso, Dobby? —le preguntó con curiosidad.
—¿Esto, señor? —preguntó Dobby, pellizcándose el almohadón—. Es un símbolo
de la esclavitud del elfo doméstico, señor. A Dobby sólo podrán liberarlo sus dueños un
día si le dan alguna prenda. La familia tiene mucho cuidado de no pasarle a Dobby ni
siquiera un calcetín, porque entonces podría dejar la casa para siempre. —Dobby se
secó los ojos saltones y dijo de repente—: ¡Harry Potter debe volver a casa! Dobby
creía que su bludger bastaría para hacerle...
—¿Su bludger? —dijo Harry, volviendo a enfurecerse—. ¿Qué quiere decir con
«su bludger»? ¿Usted es el culpable de que esa bola intentara matarme?
—¡No, matarle no, señor, nunca! —dijo Dobby, asustado—. ¡Dobby quiere
salvarle la vida a Harry Potter! ¡Mejor ser enviado de vuelta a casa, gravemente herido,
que permanecer aquí, señor! ¡Dobby sólo quería ocasionar a Harry Potter el daño
suficiente para que lo enviaran a casa!
—Ah, ¿eso es todo? —dijo Harry irritado—. Me imagino que no querrá decirme
por qué quería enviarme de vuelta a casa hecho pedazos.
—¡Ah, si Harry Potter supiera...! —gimió Dobby, mientras le caían más lágrimas
en el viejo almohadón—. ¡Si supiera lo que significa para nosotros, los parias, los
esclavizados, la escoria del mundo mágico...! Dobby recuerda cómo era todo cuando Elque-no-debe-nombrarse estaba en la cima del poder, señor. ¡A nosotros los elfos
domésticos se nos trataba como a alimañas, señor! Desde luego, así es como aún tratan
a Dobby, señor —admitió, secándose el rostro en el almohadón—. Pero, señor, en lo
principal la vida ha mejorado para los de mi especie desde que usted derrotó al Que-nodebe-ser-nombrado. Harry Potter sobrevivió, y cayó el poder del Señor Tenebroso,
surgiendo un nuevo amanecer, señor, y Harry Potter brilló como un faro de esperanza
para los que creíamos que nunca terminarían los días oscuros, señor... Y ahora, en
Hogwarts, van a ocurrir cosas terribles, tal vez están ocurriendo ya, y Dobby no puede
consentir que Harry Potter permanezca aquí ahora que la historia va a repetirse, ahora
que la Cámara de los Secretos ha vuelto a abrirse...
Dobby se quedó inmóvil, aterrorizado, y luego cogió la jarra de agua de la mesilla
de Harry y se dio con ella en la cabeza, cayendo al suelo. Un segundo después
reapareció trepando por la cama, bizqueando y murmurando:
—Dobby malo, Dobby muy malo...
—¿Así que es cierto que hay una Cámara de los Secretos? —murmuró Harry—.
Y... ¿dice que se había abierto en anteriores ocasiones? ¡Hable, Dobby! —Sujetó la
huesuda muñeca del elfo a tiempo de impedir que volviera a coger la jarradel agua—.
Además, yo no soy de familia muggle. ¿Por qué va a suponer la cámara un peligro para
mi?
—Ah, señor, no me haga más preguntas, no pregunte más al pobre Dobby
—tartamudeó el elfo. Los ojos le brillaban en la oscuridad—. Se están planeando
acontecimientos terribles en este lugar, pero Harry Potter no debe encontrarse aquí
cuando se lleven a cabo. Váyase a casa, Harry Potter. Váyase, porque no debe verse
involucrado, es demasiado peligroso...
—¿Quién es, Dobby? —le preguntó Harry, manteniéndolo firmemente sujeto por la
muñeca para impedirle que volviera a golpearse con la jarra del agua—. ¿Quién la ha
abierto? ¿Quién la abrió la última vez?
—¡Dobby no puede hablar, señor, no puede, Dobby no debe hablar! —chillé el
elfo—. ¡Váyase a casa, Harry Potter, váyase a casa!
—¡No me voy a ir a ningún lado! —dijo Harry con dureza—. ¡Mi mejor amiga es
de familia muggle, y su vida está en peligro si es verdad que la cámara ha sido abierta!
—¡Harry Potter arriesga su propia vida por sus amigos! —gimió Dobby, en una
especie de éxtasis de tristeza—. ¡Es tan noble, tan valiente...! Pero tiene que salvarse,
tiene que hacerlo, Harry Potter no puede...
Dobby se quedó inmóvil de repente, y temblaron sus orejas de murciélago. Harry
también lo oyó: eran pasos que se acercaban por el corredor.
—¡Dobby tiene que irse! —musitó el elfo, aterrorizado.
Se oyó un fuerte ruido, y el puño de Harry se cerró en el aire. Se echó de nuevo en
la cama, con los ojos fijos en la puerta de la enfermería, mientras los pasos se
acercaban.
Dumbledore entró en el dormitorio, vestido con un camisón largo de lana y un
gorro de dormir. Acarreaba un extremo de lo que parecía una estatua. La profesora
McGonagall apareció un segundo después, sosteniendo los pies. Entre uno y otra,
dejaron la estatua sobre una cama.
—Traiga a la señora Pomfrey —susurró Dumbledore, y la profesora McGonagall
desapareció a toda prisa pasando junto a los pies de la cama de Harry. Harry estaba
inmóvil, haciéndose el dormido. Oyó voces apremiantes, y la profesora McGonagall
volvió a aparecer, seguida por la señora Pomfrey, que se estaba poniendo un jersey
sobre el camisón de dormir. Harry la oyó tomar aire bruscamente.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la señora Pomfrey a Dumbledore en un susurro,
inclinándose sobrela estatua.
—Otra agresión —explicó Dumbledore—. Minerva lo ha encontrado en las
escaleras.
—Tenía a su lado un racimo de uvas —dijo la profesora McGonagall—.
Suponemos que intentaba llegar hasta aquí para visitar a Potter.
A Harry le dio un vuelco el corazón. Lentamente y con cuidado, se alzó unos
centímetros para poder ver la estatua que había sobre la cama. Un rayo de luna le caía
sobre el rostro.
Era Colin Creevey. Tenía los ojos muy abiertos y sus manos sujetaban la cámara de
fotos encima del pecho.
—¿Petrificado? —susurró la señora Pomfrey.
—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Pero me estremezco al pensar... Si Albus
no hubiera bajado por chocolate caliente, quién sabe lo que podría haber...
Los tres miraban a Colin. Dumbledore se inclinó y desprendió la cámara de fotos
de las manos rígidas de Colin.
—¿Cree que pudo sacar una foto a su atacante? —le preguntó la profesora
McGonagall con expectación.
Dumbledore no respondió. Abrió la cámara.
—¡Por favor! —exclamó la señora Pomfrey.
Un chorro de vapor salió de la cámara. A Harry, que se encontraba tres camas más
allá, le llegó el olor agrio del plástico quemado.
—Derretido —dijo asombrada la señora Pomfrey—. Todo derretido...
—¿Qué significa esto, Albus? —preguntó apremiante la profesora McGonagall.
—Significa —contestó Dumbledore—que es verdad que han abierto de nuevo la
Cámara de los Secretos.
La señora Pomfrey se llevó una mano a la boca. La profesora McGonagall miró a
Dumbledore fijamente.
—Pero, Albus..., ¿quién...?
—La cuestión no es quién —dijo Dumbledore, mirando a Colin—; la cuestión es
cómo.
Y a juzgar por lo que Harry pudo vislumbrar de la expresión sombría de la
profesora McGonagall, ella no lo comprendía mejor que él.
11
El club de duelo
Al despertar Harry la mañana del domingo, hallóel dormitorio resplandeciente con la
luz del sol de invierno, y su brazo otra vez articulado, aunque muy rígido. Se sentó
enseguida y miró hacia la cama de Colin, pero estaba oculto tras las largas cortinas que
el propio Harry había corrido el día anterior. Al ver que se había despertado, la señora
Pomfrey se acercó afanosamente con la bandeja del desayuno, y se puso a flexionarle y
estirarle a Harry el brazo y los dedos.
—Todo va bien —le dijo, mientras él apuraba torpemente con su mano izquierda
lasgachas de avena—. Cuando termines de comer, puedes irte.
Harry se vistió lo más deprisa que pudo y salió precipitadamente hacia la torre de
Gryffindor, deseoso de hablar con Ron y Hermione sobre Colín y Dobby, pero no los
encontró allí. Harry dejó de buscarlos, preguntándose adónde podían haber ido y algo
molesto de que no parecieran interesados en saber si él había recuperado o no sus
huesos.
Cuando pasó por delante de la biblioteca, Percy Weasley precisamente salía de ella,
y parecía estar de muchomejor humor que la última vez que lo habían encontrado.
—¡Ah, hola, Harry! —dijo—. Excelente jugada la de ayer, realmente excelente.
Gryffindor acaba de ponerse a la cabeza de la copa de las casas: ¡ganaste cincuenta
puntos!
—¿No has visto a Ron ni a Hermione? —preguntó Harry.
—No, no los he visto —contestó Percy, dejando de sonreír—. Espero que Ron no
esté otra vez en el aseo de las chicas...
Harry forzó una sonrisa, siguió a Percy con la vista hasta que desapareció, y se fue
derecho al aseo de Myrtle la Llorona. No encontraba ningún motivo para que Ron y
Hermione estuvieran allí, pero después de asegurarse de que no merodeaban por el lugar
Filch ni ningún prefecto, abrió la puerta y oyó sus voces provenientes de un retrete
cerrado.
—Soy yo —dijo, entrando en los lavabos y cerrando la puerta. Oyó un golpe
metálico, luego otro como de salpicadura y un grito ahogado, y vio a Hermione mirando
por el agujero de la cerradura.
—¡Harry! —dijo ella—. Vaya susto que nos has dado. Entra. ¿Cómo está tu brazo?
—Bien —dijo Harry, metiéndose en el retrete. Habían puesto un caldero sobre la
taza del inodoro, y un crepitar que provenía de dentro le indicó que habían prendido un
fuego bajo el caldero. Prender fuegos transportables y sumergibles era la especialidad
de Hermione.
—Pensamos ir a verte, pero decidimos comenzar a preparar la poción multijugos
—le explicó Ron, después de que Harry cerrara de nuevo la puerta del retrete. Hemos
pensado que éste es el lugar más seguro para guardarla.
Harry empezó a contarles lo de Colin, pero Hermione lo interrumpió.
—Ya lo sabemos, oímos a la profesora McGonagall hablar con el profesor Flitwick
esta mañana. Por eso pensamos que era mejor darnos prisa.
—Cuanto antes le saquemos a Malfoy una declaración, mejor —gruñó Ron—. ¿No
piensas igual? Se ve que después del partido de quidditch estaba tan sulfurado que la
tomó con Colin.
—Hay alguien más —dijo Harry, contemplando a Hermione, que partía manojos de
centinodia y los echaba a la poción—. Dobby vino en mitad de la noche a hacerme una
visita.
Ron y Hermione levantaron la mirada, sorprendidos. Harry les contó todo lo que
Dobby le había dicho... y lo que no le había querido decir. Ron y Hermione lo
escucharon con la boca abierta.
—¿La Cámara de los Secretos ya fue abierta antes? —le preguntó Hermione.
—Es evidente —dijo Ron con voz de triunfo—. Lucius Malfoy abriría la cámara en
sus tiempos de estudiante y ahora le ha explicado a su querido Draco cómo hacerlo. Está
claro. Sin embargo, me gustaría que Dobby te hubiera dicho qué monstruo hay en ella.
Me gustaría saber cómo es posible que nadie se lo haya encontrado merodeando por el
colegio.
—Quizá pueda volverse invisible —dijo Hermione, empujando unas sanguijuelas
hacia el fondo del caldero—. O quizá pueda disfrazarse, hacerse pasarpor una armadura
o algo así. He leído algo sobre fantasmas camaleónicos...
—Lees demasiado, Hermione —le dijo Ron, echando crisopos encima de las
sanguijuelas. Arrugó la bolsa vacía de los crisopos y miró a Harry—. Así que fue
Dobby el que no nos dejó coger el tren y el que te rompió el brazo... —Movió la
cabeza—. ¿Sabes qué, Harry? Si no deja de intentar salvarte la vida, te va a matar.
La noticia de que habían atacado a Colin Creevey y de que éste yacía como muerto en la
enfermería se extendió por todo el colegio durante la mañana del lunes. El ambiente se
llenó de rumores y sospechas. Los de primer curso se desplazaban por el castillo en
grupos muy compactos, como si temieran que los atacaran si iban solos.
Ginny Weasley, que se sentaba junto a ColinCreevey en la clase de
Encantamientos, estaba consternada, pero a Harry le parecía que Fred y George se
equivocaban en la manera de animarla. Se turnaban para esconderse detrás de las
estatuas, disfrazados con una piel, y asustarla cuando pasaba. Pero tuvieron que parar
cuando Percy se hartó y les dijo que iba a escribir a su madre para contarle que por su
culpa Ginny tenía pesadillas.
Mientras tanto, a escondidas de los profesores, se desarrollaba en el colegio un
mercado de talismanes, amuletos y otroschismes protectores. Neville Longbottom
había comprado una gran cebolla verde, cuyo olor decían que alejaba el mal, un cristal
púrpura acabado en punta y una cola podrida de tritón antes de que los demás chicos de
Gryffindor le explicaran que él no corría peligro, porque tenía la sangre limpia y por
tanto no era probable que lo atacaran.
—Fueron primero por Filch —dijo Neville, con el miedo escrito en su cara
redonda—, y todo el mundo sabe que yo soy casi un squib.
Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó, como de
costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el colegio en Navidades.
Harry, Ron y Hermione firmaron en la lista; habían oído que Malfoy se quedaba, lo cual
les pareció muy sospechoso. Las vacacionesserían un momento perfecto para utilizar la
poción multijugos e intentar sonsacarle una confesión.
Por desgracia, la poción estaba a medio acabar. Aún necesitaban el cuerno de
bicornio y la piel de serpiente arbórea africana, y el único lugar del que podrían sacarlos
era el armario privado de Snape. A Harry le parecía que preferiría enfrentarse al
monstruo legendario de Slytherin a tener que soportar las iras de Snape si lo pillaba
robándole en el despacho.
—Lo que tenemos que hacer —dijo animadamente Hermione, cuando se acercaba
la doble clase de Pociones de la tarde del jueves—es distraerle con algo. Entonces uno
de nosotros podrá entrar en el despacho de Snape y coger lo que necesitamos. —Harry y
Ron la miraron nerviosos—. Creo que es mejor que meencargue yo misma del robo
—continué Hermione, como si tal cosa—. A vosotros dos os expulsarían si os pillaran
en otra, mientras que yo tengo el expediente limpio. Así que no tenéis más que originar
un tumulto lo suficientemente importante para mantener ocupado a Snape unos cinco
minutos.
Harry sonrió tímidamente. Provocar un tumulto en la clase de Pociones de Snape
era tan arriesgado como pegarle un puñetazo en el ojo a un dragón dormido.
Las clases de Pociones se impartían en una de las mazmorras másespaciosas.
Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre. Veinte calderos
humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de latón y
jarras con los ingredientes. Snape rondaba por entre los fuegos, haciendo comentarios
envenenados sobre el trabajo de los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a
cada crítica. Draco Malfoy, que era el alumno favorito de Snape, hacia burla con los
ojos a Ron y Harry, que sabían que si le contestaban tardarían en ser castigados menos
de lo que se tarda en decir «injusto».
A Harry la pócima infladora le salía demasiado líquida, pero en aquel momento le
preocupaban otras cosas más importantes. Aguardaba una seña de Hermione, y apenas
prestó atención cuando Snape se detuvo amirar con desprecio su poción agnada.
Cuando Snape se volvió y se fue a ridiculizar a Neville, Hermione captó la mirada de
Harry; y le hizo con la cabeza un gesto afirmativo.
Harry se agachó rápidamente y se escondió detrás de su caldero, se sacó de un
bolsillo una de las bengalas del doctor Filibuster que tenía Fred, y le dio un golpe con la
varita. La bengala se puso a silbar y echar chispas. Sabiendo que sólo contaba con unos
segundos, Harry se levantó, apuntó y la lanzó al aire. La bengala aterrizó dentro del
caldero de Goyle.
La poción de Goyle estalló, rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban cuando
los alcanzaba la pócima infladora. A Malfoy le salpicó en toda la cara, y la nariz se le
empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas tapándose los ojos con las
manos, que se le pusieron del tamaño de platos soperos, mientras Snape trataba de
restablecer la calma y de entender qué había sucedido. Harry vio a Hermione
aprovechar la confusión para salir discretamente por la puerta.
—¡Silencio! ¡SILENCIO! —gritaba Snape—. Los que hayan sido salpicados por la
poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto...
Harry intentó contener la risa cuando vio a Malfoy apresurarse hacia la mesa del
profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había llegado a alcanzar
el tamaño de un pequeño melón. Mientras la mitad de la clase se apiñaba en torno a la
mesa de Snape, unos quejándose de sus brazos del tamaño de grandes garrotes, y otros
sin poder hablardebido a la hinchazón de sus labios, Harry vio que Hermione volvía a
entrar en la mazmorra, con un bulto debajo de la túnica.
Cuando todo el mundo se hubo tomado un trago de antídoto y las diversas
hinchazones remitieron, Snape se fue hasta el caldero deGoyle y extrajo los restos
negros y retorcidos de la bengala. Se produjo un silencio repentino.
—Si averiguo quién ha arrojado esto —susurró Snape—, me aseguraré de que lo
expulsen.
Harry puso una cara que esperaba que fuera de perplejidad. Snape lo miraba a él, y
la campana que sonó al cabo de diez minutos no pudo ser mejor bienvenida.
—Sabe que fui yo —dijo Harry a Ron y Hermione, mientras iban deprisa a los
aseos de Myrtle la Llorona—. Podría jurarlo.
Hermione echó al caldero los nuevos ingredientesy removió con brío.
—Estará lista dentro de dos semanas —dijo contenta.
—Snape no tiene ninguna prueba de que hayas sido tú —dijo Ron a Harry,
tranquilizándolo—. ¿Qué puede hacer?
—Conociendo a Snape, algo terrible —dijo Harry, mientras la poción levantaba
borbotones y espuma.
Una semana más tarde, Harry, Ron y Hermione cruzaban el vestíbulo cuando vieron a
un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios para leer un
pergamino que acababan de colgar. Seamus Finnigan y Dean Thomas leshacían señas,
entusiasmados.
—¡Van a abrir un club de duelo! —dijo Seamus—. ¡La primera sesión será esta
noche! No me importaría recibir unas clases de duelo, podrían ser útiles en estos días...
—¿Por qué? ¿Acaso piensas que se va a batir el monstruo de Slytherin? —preguntó
Ron, pero lo cierto es que también él leía con interés el cartel.
—Podría ser útil —les dijo a Harry y Hermione cuando se dirigían a cenar—.
¿Vamos?
Harry y Hermione se mostraron completamente a favor, así que aquella noche, a las
ocho, se dirigieron deprisa al Gran Comedor. Las grandes mesas de comedor habían
desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada,
iluminada por miles de velas que flotaban en el aire. El techo volvía a ser negro, y la
mayor parte de los alumnos parecían haberse reunido debajo de él, portando sus varitas
mágicas y aparentemente entusiasmados.
—Me pregunto quién nos enseñará —dijo Hermione, mientras se internaban en la
alborotada multitud—. Alguien me ha dicho que Flitwick fue campeón de duelo cuando
era joven, quizá sea él.
—Con tal de que no sea... —Harry empezó una frase que terminó en un gemido:
Gilderoy Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente en su túnica color ciruela
oscuro, y lo acompañaba nada menos que Snape, con su usual túnica negra.
Lockhart rogó silencio con un gesto del brazo y dijo:
—¡Venid aquí, acercaos! ¿Me ve todo el mundo? ¿Me oís todos? ¡Estupendo! El
profesor Dumbledore me ha concedido permiso para abrir este modesto club de duelo,
con la intención de prepararos a todos vosotros por si algún día necesitáis defenderos tal
como me ha pasado a mí en incontables ocasiones (para más detalles, consultad mis
obras).
»Permitidme que os presente a mi ayudante, el profesor Snape —dijo Lockhart,
con unaamplia sonrisa—. Él dice que sabe un poquito sobre el arte de batirse, y ha
accedido desinteresadamente a ayudarme en una pequeña demostración antes de
empezar. Pero no quiero que os preocupéis los más jóvenes: no os quedaréis sin
profesor de Pociones después de esta demostración, ¡no temáis!
—¿No estaría bien que se mataran el uno al otro? —susurró Ron a Harry al oído.
En el labio superior de Snape se apreciaba una especie de mueca de desprecio.
Harry se preguntaba por qué Lockhart continuaba sonriendo; si Snape lo hubiera mirado
como miraba a Lockhart, habría huido a todo correr en la dirección opuesta.
Lockhart y Snape se encararon y se hicieron una reverencia. O, por lo menos, la
hizo Lockhart, con mucha floritura de la mano, mientras Snape movía la cabeza de mal
humor. Luego alzaron sus varitas mágicas frente a ellos, como si fueran espadas.
—Como veis, sostenemos nuestras varitas en la posición de combate convencional
—explicó Lockhart a la silenciosa multitud—. Cuando cuente tres, haremos nuestro
primer embrujo. Pero claro está que ninguno de los dos tiene intención de matar.
—Yo no estaría tan seguro —susurró Harry, viendo a Snape enseñar los dientes.
—Una..., dos... y tres.
Ambos alzaron las varitas y las dirigieron a los hombros del contrincante. Snape
gritó:
—¡Expelliarmus!
Resplandeció un destello de luz roja, y Lockhart despegó en el aire, voló hacia
atrás, salió de la tarima, pegó contra el muro y cayó resbalando por él hasta quedar
tendido en el suelo.
Malfoy y algunos otros de Slytherin vitorearon. Hermione se puso de puntillas.
—¿Creéis que estará bien? —chilló por entre los dedos con que se tapaba la cara.
—¿A quién le preocupa? —dijeron Harry y Ron al mismo tiempo.
Lockhart se puso de pie con esfuerzo. Se le había caído el sombrero y su pelo
ondulado se le había puesto de punta.
—¡Bueno, ya lo habéis visto! —dijo, tambaleándose al volver a la tarima—. Eso ha
sido un encantamiento de desarme; como podéis ver, he perdido la varita... ¡Ah, gracias,
señorita Brown! Sí, profesor Snape,ha sido una excelente idea enseñarlo a los alumnos,
pero si no le importa que se lo diga, era muy evidente que iba a atacar de esa manera. Si
hubiera querido impedírselo, me habría resultado muy fácil. Pero pensé que sería
instructivo dejarles que vieran...
Snape parecía dispuesto a matarlo, y quizá Lockhart lo notara, porque dijo:
—¡Basta de demostración! Vamos a colocaros por parejas. Profesor Snape, si es
tan amable de ayudarme...
Se metieron entre la multitud a formar parejas. Lockhart puso a Neville con Justin
Finch-Fletchley, pero Snape llegó primero hasta donde estaban Ron y Harry
—Ya es hora de separar a este equipo ideal, creo —dijo con expresión desdeñosa—
. Weasley, puedes emparejarte con Finnigan. Potter...
Harry se acercó automáticamente a Hermione.
—Me parece que no —dijo Snape, sonriendo con frialdad—. Señor Malfoy, aquí.
Veamos qué puedes hacer con el famoso Potter. La señorita Granger que se ponga con
Bulstrode.
Malfoy se acercó pavoneándose y sonriendo. Detrás de él iba una chica de
Slytherin que le recordó a Harry una foto que había visto en Vacaciones con las brujas.
Era alta y robusta, y su poderosa mandíbula sobresalía agresivamente. Hermione la
saludó con una débil sonrisa que la otra no le devolvió.
—¡Poneos frente a vuestros contrincantes —dijo Lockhart, de nuevo sobre la
tarima—y haced una inclinación!
Harry y Malfoy apenas bajaron la cabeza, mirándose fijamente.
—¡Varitas listas! —gritó Lockhart—. Cuando cuente hasta tres, ejecutad vuestros
hechizos para desarmar al oponente.Sólo para desarmarlo; no queremos que haya ningún accidente. Una, dos y... tres.
Harry apuntó la varita hacia los hombros de Malfoy, pero éste ya había empezado a
la de dos. Su conjuro le hizo el mismo efecto que si le hubieran golpeado en la cabeza
con una sartén. Harry se tambaleó pero aguantó, y sin perder tiempo, dirigió contra
Malfoy su varita, diciendo:
—¡Rictusempra!
Un chorro de luz plateada alcanzó a Malfoy en el estómago, y el chico se retorció,
respirando con dificultad.
—¡He dicho sólo desarmarse! —gritó Lockhart a la combativa multitud cuando
Malfoy cayó de rodillas; Harry lo había atacado con un encantamiento de cosquillas, y
apenas se podía mover de la risa. Harry no volvió a atacar, porque le parecía que no era
deportivo hacerle a Malfoy más encantamientos mientras estaba en el suelo, pero fue un
error. Tomando aire, Malfoy apuntó la varita a las rodillas de Harry, y dijo con voz
ahogada:
—¡Tarantallegra!
Un segundo después, a Harry las piernas se le empezaron a mover a saltos, fuera de
control, como si bailaran un baile velocísimo.
—¡Alto!, ¡alto! —gritó Lockhart, pero Snape se hizo cargo de la situación.
—¡Finite incantatem! —gritó. Los pies de Harry dejaron de bailar, Malfoy dejó de
reír y ambos pudieron levantar la vista.
Una niebla de humo verdoso se cernía sobre la sala. Tanto Neville como Justin
estaban tendidos en el suelo, jadeando; Ron sostenía a Seamus, que estaba lívido, y le
pedía disculpas por los efectos de su varita rota; pero Hermione y Millicent Bulstrode
no se habíandetenido: Millicent tenía a Hermione agarrada del cuello y la hacía gemir
de dolor. Las varitas de las dos estaban en el suelo. Harry se acercó de un salto y apartó
a Millicent. Fue difícil, porque era mucho más robusta que él.
—Muchachos, muchachos... —decía Lockhart, pasando por entre los estudiantes,
examinando las consecuencias de los duelos—. Levántate, Macmillan..., con cuidado,
señorita Fawcett..., pellízcalo con fuerza, Boot, y dejará de sangrar enseguida...
»Creo que será mejor que os enseñe a interceptar los hechizos indeseados —dijo
Lockhart, que se había quedado quieto, con aire azorado, en medio del comedor. Miró a
Snape y al ver que le brillaban los ojos, apartó la vista de inmediato—. Necesito un par
de voluntarios... Longbottom y Finch-Fletchley, ¿qué tal vosotros?
—Mala idea, profesor Lockhart —dijo Snape, deslizándose como un murciélago
grande y malévolo—. Longbottom provoca catástrofes con los hechizos más simples,
tendríamos que enviar a Finch-Fletchley a la enfermería en una caja de cerillas. —La
cara sonrosada de Neville se puso de un rosa aún más intenso—. ¿Qué tal Malfoy y
Potter? —dijo Snape con una sonrisa malvada.
—¡Excelente idea! —dijo Lockhart, haciéndoles un gesto para que se acercaran al
centro del Salón, al mismo tiempo que la multitud se apartaba para dejarles sitio—.
Veamos, Harry —dijo Lockhart—, cuando Draco te apunte con la varita, tienes que
hacer esto.
Levantó la varita, intentó un complicado movimiento, y se le cayó al suelo. Snape
sonrió y Lockhart se apresuró a recogerla, diciendo:
—¡Vaya, mi varita está un poco nerviosa!
Snape se acercó a Malfoy, se inclinó y le susurró algo al oído. Malfoy también
sonrió. Harry miró asustado a Lockhart y le dijo:
—Profesor, ¿me podría explicar de nuevo cómo se hace eso de interceptar?
—¿Asustado? —murmuró Malfoy, de forma que Lockhart no pudiera oírle.
—Eso quisieras tú —le dijo Harry torciendo la boca.
Lockhart dio una palmada amistosa a Harry en el hombro.
—¡Simplemente, hazlo como yo, Harry!
—¿El qué?, ¿dejar caer la varita?
Pero Lockhart no le escuchaba.
—Tres, dos, uno, ¡ya! —gritó.
Malfoy levantó rápidamente la varita y bramó:
—¡Serpensortia!
Hubo un estallido en el extremo de su varita. Harry vio, aterrorizado, que de ella
salía una larga serpiente negra, caía al sueloentre los dos y se erguía, lista para atacar.
Todos se echaron atrás gritando y despejaron el lugar en un segundo.
—No te muevas, Potter —dijo Snape sin hacer nada, disfrutando claramente de la
visión de Harry, que se había quedado inmóvil, mirando a losojos a la furiosa
serpiente—. Me encargaré de ella...
—¡Permitidme! —gritó Lockhart. Blandió su varita apuntando a la serpiente y se
oyó un disparo: la serpiente, en vez de desvanecerse, se elevó en el aire unos tres metros
y volvió a caer al suelo con un chasquido. Furiosa, silbando de enojo, se deslizó derecha
hacia Finch-Fletchley y se irguió de nuevo, enseñando los colmillos venenosos.
Harry no supo por qué lo hizo, ni siquiera fue consciente de ello. Sólo percibió que
las piernas lo impulsaban hacia delante como si fuera sobre ruedas y que gritaba
absurdamente a la serpiente: «¡Déjale!» Y milagrosa e inexplicablemente, la serpiente
bajó al suelo, tan inofensiva como una gruesa manguera negra de jardín, y volvió los
ojos a Harry. A éste se le pasó elmiedo. Sabía que la serpiente ya no atacaría a nadie,
aunque no habría podido explicar por qué lo sabía.
Sonriendo, miró a Justin, esperando verlo aliviado, o confuso, o agradecido, pero
ciertamente no enojado y asustado.
—¿A qué crees que jugamos? —gritó, y antes de que Harry pudiera contestar, se
había dado la vuelta y abandonaba el salón.
Snape se acercó, blandió la varita y la serpiente desapareció en una pequeña nube
de humo negro. También Snape miraba a Harry de una manera rara; era una mirada
astuta y calculadora que a Harry no le gustó. Fue vagamente consciente de que a su
alrededor se oían unos inquietantes murmullos. A continuación, sintió que alguien le
tiraba de la túnica por detrás.
—Vamos —le dijo Ron al oído—. Vamos...
Ron lo sacó del salón, y Hermione fue con ellos. Al atravesar las puertas, los
estudiantes se apartaban como si les diera miedo contagiarse. Harry no tenía ni idea de
lo que pasaba, y ni Ron ni Hermione le explicaron nada hasta llegar a la sala común de
Gryffindor, que estaba vacía. Entonces Ron sentó a Harry en una butaca y le dijo:
—Hablas pársel. ¿Por qué no nos lo habías dicho?
—¿Que hablo qué? —dijo Harry.
—¡Pársel! —dijo Ron—. ¡Puedes hablar con las serpientes!
—Lo sé —dijo Harry—. Quiero decir, que ésta es la segunda vez que lo hago. Una
vez, accidentalmente, le eché una boa constrictor a mi primo Dudley en el zoo... Es una
larga historia... pero ella me estaba diciendo que no había estado nunca en Brasil, y yo
la liberé sin proponérmelo. Fue antes de saber que era un mago...
—¿Entendiste que una boa constrictor te decía que no había estado nunca en
Brasil? —repitió Ron con voz débil.
—¿Y qué? —preguntó Harry—. Apuesto a que pueden hacerlo montones de
personas.
—Desde luego que no —dijo Ron—. No es un don muy frecuente. Harry, eso no es
bueno.
—¿Que no es bueno? —dijo Harry, comenzando a enfadarse—. ¿Qué le pasa a
todo el mundo? Mira, si no le hubiera dicho a esa serpiente que no atacara a Justin...
—¿Eso es lo que le dijiste?
—¿Qué pasa? Tú estabas allí... Tú me oíste.
—Hablaste en lengua pársel —le dijo Ron—, la lengua de las serpientes. Podías
haber dicho cualquier cosa. No te sorprenda que Justin se asustara, parecía como si
estuvieras incitando a la serpiente, o algo así. Fue escalofriante.
Harry se quedó conla boca abierta.
—¿Hablé en otra lengua? Pero no comprendo... ¿Cómo puedo hablar en una lengua
sin saber que la conozco?
Ron negó con la cabeza. Por la cara que ponían tanto él como Hermione, parecía
como si acabara de morir alguien. Harry no alcanzaba a comprender qué era tan terrible.
—¿Me quieres decir qué hay de malo en impedir que una serpiente grande y
asquerosa arranque a Justin la cabeza de un mordisco? —preguntó—. ¿Qué importa
cómo lo hice si evité que Justin tuviera que ingresar en el Club de Cazadores Sin
Cabeza?
—Sí importa —dijo Hermione, hablando por fin, en un susurro—, porque Salazar
Slytherin era famoso por su capacidad de hablar con las serpientes. Por eso el símbolo
de la casa de Slytherin es una serpiente.
Harry se quedó boquiabierto.
—Exactamente —dijo Ron—. Y ahora todo el colegio va a pensar que tú eres su
tatara-tatara-tatara-tataranieto o algo así.
—Pero no lo soy —dijo Harry, sintiendo un inexplicable terror.
—Te costará mucho demostrarlo —dijo Hermione—. Él vivió hace unos mil años,
así que bien podrías serlo.
Aquella noche, Harry pasó varias horas despierto. Por una abertura en las colgaduras de
su cama, veía que la nieve comenzaba a amontonarse al otro lado de la ventana de la
torre, y meditaba.
¿Era posible que fuera un descendiente de Salazar Slytherin? Al fin y al cabo, no
sabía nada sobre la familia de su padre. Los Dursley nunca le habían permitido hacerles
preguntas sobre sus familiares magos.
En voz baja, trató de decir algo en lengua pársel, pero no encontró las palabras.
Parecía que era requisito imprescindible estar delante de una serpiente.
«Pero estoy en Gryffindor —pensó Harry—. El Sombrero Seleccionador no me
habría puesto en esta casa si tuviera sangre de Slytherin...»
«¡Ah! —dijo en su cerebro una voz horrible—, pero el Sombrero Seleccionador te
quería enviar a Slytherin, ¿lo recuerdas?»
Harry se volvió. Al día siguiente vería a Justin en clase de Herbología y le
explicaría que le había pedido a la serpiente que se apartara de él, no que lo atacara,
algo (pensó enfadado, dando puñetazos a la almohada) de lo que cualquier idiota se
habría dado cuenta.
A la mañana siguiente, sin embargo, la nevada que había empezado a caer por la noche
se había transformado en una tormenta de nieve tan recia que se suspendió la última
clase de Herbología del trimestre. La profesora Sprout quiso tapar las mandrágoras con
pañuelos y calcetines, una operación delicada que no habría confiado a nadie más,
puesto que el crecimiento de las mandrágoras se había convertido en algo tan
importante para revivir a la Señora Norris y a Colin Creevey.
Harry le daba vueltas a aquello, sentado junto a la chimenea, en la sala común de
Gryffindor, mientras Ron y Hermione aprovechaban el hueco dejado por la clase de
Herbología para echar una partida al ajedrez mágico.
—¡Por Dios, Harry! —dijo Hermione, exasperada, mientras uno de los alfiles de
Ron tiraba al suelo al caballero de uno de sus caballos y lo sacaba a rastras del
tablero—. Si es tan importante para ti, ve a buscar a Justin.
De forma que Harry se levantó y salió por el retrato, preguntándose dónde estaría
Justin.
El castillo estaba más oscuro de lo normal en pleno día, a causa de la nieve espesa
y gris que se arremolinaba en todas las ventanas. Tiritando, Harry pasó por las aulas en
que estaban haciendo clase, vislumbrando algunas escenas de lo que ocurría dentro. La
profesora McGonagall gritaba a un alumno que, a juzgar por lo que se oía, había
convertido a su compañero en un tejón. Aguantándose las ganas de echar un vistazo,
Harry siguió su camino, pensando que Justin podría estar aprovechando su hora libre
para hacer alguna tarea pendiente, y decidió mirar antes que nada en la biblioteca.
Efectivamente, algunos de los de Hufflepuff que tenían clase de Herbología
estaban en la parte de atrás de la biblioteca, pero no parecía que estudiasen. Entre las
largas filas de estantes, Harry podía verlos con las cabezas casi pegadas unos a otros, en
lo que parecía una absorbente conversación. No podía distinguir si entre ellos se
encontraba Justin. Se les estaba acercando cuando consiguió entender algo de lo que
decían, y se detuvo a escuchar, oculto tras la sección de «Invisibilidad».
—Así que —decía un muchacho corpulento—le dije a Justin que se ocultara en
nuestro dormitorio. Quiero decir que si Potter lo ha señalado como su próxima víctima,
es mejor que se deje ver poco durante una temporada. Por supuesto, Justin se temía que
algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó decirle a Potter que era de familia
muggle. Lo que Justin le dijo exactamente es que le habían reservado plaza en Eton. No
es el mejor comentario que se le puede hacer al heredero de Slytherin, ¿verdad?
—¿Entonces estás convencido de que es Potter, Ernie? —preguntó asustada una
chica rubia con coletas.
—Hannah —le dijo solemnemente el chico robusto—, sabe hablar pársel. Todo el
mundo sabe que ésa es la marca de un mago tenebroso. ¿Sabes de alguien honrado que
pueda hablar con las serpientes? Al mismo Slytherin lo llamaban «lengua de serpiente».
Esto provocó densos murmullos. Ernie prosiguió:
—¿Recordáis lo que apareció escrito en la pared? «Temed, enemigos del
heredero.» Potter estaba enemistado con Filch. A continuación, el gato de Filch resulta
agredido. Ese chaval de primero, Creevey, molestó a Potter en el partido de quidditch,
sacándole fotos mientras estaba tendido en el barro. Y entonces aparece Creevey
petrificado.
—Pero —repuso Hannah, vacilando—parece tan majo... y, bueno, fue él quien
hizo desaparecer a Quien-vosotros-sabéis. No puede ser tan malo, ¿no creéis?
Ernie bajó la voz para adoptar un tono misterioso. Los de Hufflepuff se inclinaron
y se juntaron más unos a otros, y Harry tuvo que acercarse más para oírlas palabras de
Ernie.
—Nadie sabe cómo pudo sobrevivir al ataque de Quien-vosotros-sabéis. Quiero
decir que era tan sólo un niño cuando ocurrió, y tendría que haber saltado en pedazos.
Sólo un mago tenebroso con mucho poder podría sobrevivir a una maldición como ésa.
—Bajó la voz hasta que no fue más que un susurro, y prosiguió—: Por eso seguramente
es por lo que Quien-vosotros-sabéis quería matarlo antes que a nadie. No quería tener a
otro Señor Tenebroso que le hiciera la competencia. Me pregunto qué otros poderes
oculta Potter.
Harry no pudo aguantar más y salió de detrás de la estantería, carraspeando
sonoramente. De no estar tan enojado, le habría parecido divertida la forma en que lo
recibieron: todos parecían petrificados por su sola visión, y Ernie se puso pálido.
—Hola —dijo Harry—. Busco a Justin Finch-Fletchley.
Los peores temores de los de Hufflepuff se vieron así confirmados. Todos miraron
atemorizados a Ernie.
—¿Para qué lo buscas? —le preguntó Ernie, con voz trémula.
—Quería explicarle lo que sucedió realmente con la serpiente en el club de duelo
—dijo Harry.
Ernie se mordió los labios y luego, respirando hondo, dijo:
—Todos estábamos allí. Vimos lo que sucedió.
—Entonces te darías cuenta de que, después de lo que le dije, la serpiente
retrocedió —le dijo Harry.
—Yo sólo me di cuenta —dijo Ernie tozudamente, aunque temblaba al hablar—de
que hablaste en lengua pársel y le echaste la serpiente a Justin.
—¡Yo no se la eché! —dijo Harry, con la voz temblorosa por el enojo—. ¡Ni
siquiera lo tocó!
—Le anduvo muy cerca —dijo Ernie—. Y por si te entran dudas —añadió
apresuradamente—, he de decirte que puedes rastrear mis antepasados hasta nueve
generaciones de brujas y brujos y no encontrarás una gota de sangre muggle, así que...
—¡No me preocupa qué tipo de sangre tengas! —dijo Harry con dureza—. ¿Por
qué tendría que atacar a los de familia muggle?
—He oído que odias a esos muggles con los que vives —dijo Ernie
apresuradamente.
—No es posible vivir con los Dursley sin odiarlos —dijo Harry—. Me gustaría que
lo intentaras.
Dio media vuelta y salió de la biblioteca, provocando una mirada reprobatoria de la
señora Pince, que estaba sacando brillo a la cubierta dorada de un gran libro de
hechizos. Furioso como estaba, iba dando traspiés por el corredor, sin ser consciente de
adónde iba. Y al fin se dio de bruces contra una mole grande y dura que lo tiró al suelo
de espaldas.
—¡Ah, hola, Hagrid! —dijo Harry, levantando la vista.
Aunque llevaba la cara completamente tapada por un pasamontañas de lana
cubierto de nieve, no podía tratarse de nadie más que Hagrid, pues ocupaba casi todo el
ancho del corredor con su abrigo de piel de topo. En una de sus grandes manos
enguantadas llevaba un gallo muerto.
—¿Va todo bien, Harry? —preguntó Hagrid, quitándose el pasamontañas para
poder hablar—. ¿Por qué no estás en clase?
—La han suspendido —contestó Harry, levantándose—. ¿Y tú, qué haces aquí?
Hagrid levantó el gallo sin vida.
—El segundo que matan este trimestre —explicó—. O son zorros o chupasangres,
y necesito el permiso del director para poner un encantamiento alrededor del gallinero.
Miró a Harry más de cerca por debajo de sus cejas espesas, cubiertas de nieve.
—¿Estás seguro de que te encuentras bien? Pareces preocupado y alterado.
Harry no pudo repetir lo que decían de él Ernie y el resto de los de Hufflepuff.
—No es nada —repuso—. Mejor será que me vaya, Hagrid, después tengo
Transformaciones y debo recoger los libros.
Se fue con la mente cargada con todo lo que había dicho Ernie sobre él:
«Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó decirle a Potter
que era de familia muggle...»
Harry subió las escaleras y volvió por otro corredor. Estaba mucho más oscuro,
porque el viento fuerte y helado que penetraba por el cristal flojo de una ventana había
apagado las antorchas. Iba por la mitad del corredor cuando tropezó y cayó de cabeza
contra algo que había en el suelo.
Se volvió y afinó la vista para ver qué era aquello sobre lo que había caído, y sintió
que el mundo le venía encima.
Sobre el suelo, rígido y frío, con una mirada de horror en el rostro y los ojos en
blanco vueltos hacia el techo, yacía Justin Finch-Fletchley. Y eso no era todo. A su lado
había otra figura, componiendo la visión más extraña que Harry hubiera contemplado
nunca.
Se trataba de Nick Casi Decapitado, que no era ya transparente ni de color blanco
perlado, sino negro y neblinoso, y flotaba inmóvil, en posición horizontal, a un palmo
del suelo. La cabeza estaba medio colgando, y en la cara tenía una expresión de horror
idéntica a la de Justin.
Harry se puso de pie, con la respiración acelerada y el corazón ejecutando contra
sus costillas lo que parecía un redoble de tambor. Miró enloquecido arriba y abajo del
corredor desierto y vio una hilera de arañas huyendo de los cuerpos a todo correr. Lo
único que se oía eran las voces amortiguadas de los profesores que daban clase a ambos
lados.
Podía salir corriendo, y nadie se enteraría de que había estado allí. Pero no podía
dejarlos de aquella manera..., tenía que hacer algo por ellos. ¿Habría alguien que creyera
que él no había tenido nada que ver?
Aún estaba allí, aterrorizado, cuando se abrió de golpe la puerta que tenía a su
derecha. Peeves el poltergeist surgió de ella a toda velocidad.
—¡Vaya, si es Potter pipí en el pote! —cacareó Peeves, ladeándole las gafas de un
golpe al pasar a su lado dando saltos—. ¿Qué trama Potter? ¿Por qué acecha?
Peeves se detuvo a media voltereta. Boca abajo, vio a Justin y Nick Casi
Decapitado. Cayó de pie, llenó los pulmones y, antes de que Harry pudiera impedirlo,
gritó:
—¡AGRESIÓN! ¡AGRESIÓN! ¡OTRA AGRESIÓN! NINGUN MORTAL NI
FANTASMA ESTÁ A SALVO! SALVESE QUIEN PUEDA! AGREESIÓÓÓÓN!
Pataplún, patapán, pataplún: una puerta tras otra, se fueron abriendo todas las que
había en el corredor, y la gente empezó a salir. Durante varios minutos, hubo tal jaleo
que por poco no aplastan a Justin y atraviesan el cuerpo de Nick Casi Decapitado.
Los alumnos acorralaron a Harry contra la pared hasta que los profesores pidieron
calma. La profesora McGonagall llegó corriendo, seguida por sus alumnos, uno de los
cuales aún tenía el pelo a rayas blancas y negras. La profesora utilizó la varita mágica
para provocar una sonora explosión que restaurase el silencio y ordenó a todos que
volvieran a las aulas. Cuando el lugar se hubo despejado un poco, llegó corriendo Ernie,
el de Hufflepuff.
—¡Te han cogido con las manos en la masa! —gritó Ernie, con la cara
completamente blanca, señalando con el dedo a Harry.
—¡Ya vale, Macmillan! —dijo con severidad la profesora McGonagall.
Peeves se meneaba por encima del grupo con una malvada sonrisa, escrutando la
escena; le encantaba el follón. Mientras los profesores se inclinaban sobre Justin y Nick
Casi Decapitado, examinándolos, Peeves rompió a cantar:
—¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido, te cargas a los estudiantes, y te parece
divertido!
—¡Ya basta, Peeves! —gritó la profesora McGonagall, y Peeves escapó por el
corredor, sacándole la lengua a Harry.
Los profesores Flitwick y Sinistra, del departamento de Astronomía, fueron los
encargados de llevar a Justin a la enfermería, pero nadie parecía saber qué hacer con
Nick Casi Decapitado. Al final, la profesora McGonagall hizo aparecer de la nada un
gran abanico, y se lo dio a Ernie con instrucciones de subir a Nick Casi Decapitado por
las escaleras. Ernie obedeció, abanicando a Nick por el corredor para llevárselo por el
aire como si se tratara de un aerodeslizador silencioso y negro. De esa forma, Harry y la
profesora McGonagall se quedaron a solas.
—Por aquí, Potter —indicó ella.
—Profesora —le dijo Harry enseguida—, le juro que yo no...
—Eso se escapa de mi competencia, Potter —dijo de manera cortante la profesora
McGonagall.
Caminaron en silencio, doblaron una esquina, y ella se paró ante una gárgola de
piedra grande y extremadamente fea.
—¡Sorbete de limón! —dijo la profesora.
Se trataba, evidentemente, de una contraseña, porque de repente la gárgola revivió
y se hizo a un lado, al tiempo que la pared que había detrás se abría en dos. Incluso
aterrorizado como estaba por lo que le esperaba, Harry no pudo dejar de sorprenderse.
Detrás del muro había una escalera de caracol que subía lentamente hacia arriba, como
si fuera mecánica. Al subirse él y la profesora McGonagall, la pared volvió a cerrarse
tras ellos con un golpe sordo. Subieron más y más dando vueltas, hasta que al fin,
ligeramente mareado, Harry vio ante él una reluciente puerta de roble, con una aldaba
de bronce en forma de grifo, el animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de
águila.
Entonces supo adónde lo llevaba. Aquello debía de ser la vivienda de Dumbledore.
12
La poción «multijugos»
Dejaron la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entraron. La profesora McGonagall pidió a Harry que esperara y lo
dejó solo.
Harry miró a su alrededor. Una cosa era segura: de todoslos despachos de
profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era, con mucho, el más
interesante. Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsado del colegio, habría
disfrutado observando todo aquello.
Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y
curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy
extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes
aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que
dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en
forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el
Sombrero Seleccionador.
Harry dudó. Echó un cauteloso vistazo a los magos y brujas que había en las
paredes. Seguramente no haría ningún mal poniéndoselo de nuevo. Sólo para ver si...,
sólo para asegurarse de que lo había colocado en la casa correcta.
Se acercó sigilosamente al escritorio, cogió el sombrero del estante y se lo puso
despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la
anterior ocasión en que se lo había puesto. Harry esperó pero no pasó nada. Luego, una
sutil voz le dijo al oído:
—¿No te lo puedes quitar de la cabeza, eh, Harry Potter?
—Mmm, no —respondió Harry—. Esto..., lamento molestarte, pero quería
preguntarte...
—Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada —dijo
acertadamente el sombrero—. Sí..., tú fuiste bastante difícil de colocar. Pero mantengo
lo que dije... aunque —Harry contuvo la respiración—podrías haber ido a Slytherin.
El corazón le dio un vuelco. Cogió el sombrero por la punta y se lo quitó. Quedó
colgando de su mano, mugriento y ajado. Algo mareado, lo dejó de nuevo enel estante.
—Te equivocas —dijo en voz alta al inmóvil y silencioso sombrero. Éste no se
movió. Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo. Entonces, un ruido como de
arcadas le hizo volverse completamente.
No estaba solo. Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de
aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado. Harry lo miró, y el pájaro le
devolvió una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular ruido. Parecía muy
enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras Harry lomiraba, se le cayeron otras dos
plumas de la cola.
Estaba pensando en que lo único que le faltaba es que el pájaro de Dumbledore se
muriera mientras estaba con él a solas en el despacho, cuando el pájaro comenzó a
arder.
Harry profirió un grito de horror y retrocedió hasta el escritorio. Buscó por si
hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno. El pájaro, mientras tanto, se había
convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no
quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.
La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.
—Profesor —dijo Harry nervioso—, su pájaro..., no pude hacer nada..., acaba de
arder...
Para sorpresa de Harry, Dumbledore sonrió.
—Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que
se diera prisa.
Se rió de la cara atónita que ponía Harry.
—Fawkes es un fénix, Harry. Los fénix se prenden fuego cuando les llega el
momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira...
Harry dirigió la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y
arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Era igual de feo que el antiguo.
—Es una pena que lo hayas tenido que ver el día en que ha ardido —dijo
Dumbledore, sentándose detrás del escritorio—. La mayor parte del tiempo es realmente
precioso, con sus plumas rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden
transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas
muy fieles.
Con el susto del incendio de Fawkes, Harry se había olvidado del motivo por el que
se encontraba allí, pero lo recordó en cuanto Dumbledore se sentó en su silla de
respaldo alto, detrás del escritorio, y fijó en él sus ojos penetrantes, de color azul claro.
Sin embargo, antes de que el director pudiera decir otra palabra, la puerta se abrió
de improviso e irrumpió Hagrid en el despacho con expresión desesperada, el
pasamontañas mal colocado sobre su pelo negro, y el gallo muerto sujeto aún en una
mano.
—¡No fue Harry, profesor Dumbledore! —dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba con
él segundos antes de que hallaran al muchacho, señor, él no tuvo tiempo...
Dumbledore trató de decir algo, pero Hagrid seguía hablando, agitando el gallo en
su desesperación y esparciendo las plumas por todas partes.
—... No puede haber sido él, lo juraré ante el ministro de Magia si es necesario...
—Hagrid, yo...
—Usted se confunde de chico, yo sé que Harry nunca...
—¡Hagrid! —dijo Dumbledore con voz potente—, yo no creo que Harry atacara a
esas personas.
—¿Ah, no? —dijo Hagrid, y el gallo dejó de balancearse a su lado—. Bueno, en
ese caso, esperaré fuera, señor director.
Y, con cierto embarazo, salió del despacho.
—¿Usted no cree que fui yo, profesor? —repitió Harry esperanzado, mientras
Dumbledore limpiaba la mesa de plumas.
—No, Harry —dijo Dumbledore, aunque su rostro volvía a ensombrecerse—. Pero
aun así quiero hablar contigo.
Harry aguardó con ansia mientras Dumbledore lo miraba, juntando las yemas de
sus largos dedos.
—Quiero preguntarte, Harry, si hay algo que te gustaría contarme —dijo con
amabilidad—. Lo que sea.
Harry no supo qué decir. Pensó en Malfoy gritando: «¡Los próximos seréis los
sangre sucia!», y en la poción multijugos, que hervía a fuego lento en los aseos de
Myrtle la Llorona. Luego pensó en la voz que no salía de ningún sitio, oída en dos
ocasiones, y recordó lo que Ron le había dicho: «Oír voces que nadie más puede oír no
es buena señal, ni siquiera en el mundo de los magos.» Pensó, también, en lo que todo el
mundo comentaba sobre él, y en su creciente temor a estar de alguna manera
relacionado con Salazar Slytherin...
—No —respondió Harry—, no tengo nada que contarle.
La doble agresión contra Justin y Nick Casi Decapitado convirtió en auténtico pánico lo
que hastaaquel momento había sido inquietud. Curiosamente, resultó ser el destino de
Nick Casi Decapitado lo que preocupaba más a la gente. Se preguntaban unos a otros
qué era lo que podía hacer aquello a un fantasma; qué terrible poder podía afectar a
alguien que ya estaba muerto. La gente se apresuró a reservar sitio en el expreso de
Hogwarts para volver a casa en Navidad.
—Si sigue así la cosa, sólo nos quedaremos nosotros —dijo Ron a Harry y
Hermione—. Nosotros, Malfoy, Crabbe y Goyle. Serán unas vacaciones deliciosas.
Crabbe y Goyle, que siempre hacían lo mismo que Malfoy, habían firmado también
para quedarse en vacaciones. Pero Harry estaba contento de que la mayor parte de la
gente se fuera. Estaba harto de que se hicieran a un lado cuando circulaba por los
pasillos, como si fueran a salirle colmillos o a escupir veneno; harto de que a su paso los
demás murmuraran, le señalaran y hablaran en voz baja.
Fred y George, sin embargo, encontraban todo aquello muy divertido. Le salían al
paso y marchaban delante de él por los corredores gritando:
—Abran paso al heredero de Slytherin, aquí llega el brujo malvado de veras...
Percy desaprobaba tajantemente este comportamiento.
—No es asunto de risa —decía con frialdad.
—Quítate del camino, Percy —decía Fred—. Harry tiene prisa.
—Sí, va a la Cámara de los Secretos a tomar el té con su colmilludo sirviente
—decía George, riéndose.
Ginny tampoco lo encontraba divertido.
—¡Ah, no! —gemía cada vez que Fred preguntaba a Harry a quién planeaba atacar
a continuación, o cuando, al encontrarse con Harry, George hacía como que se protegía
de Harry con un gran diente de ajo.
A Harry no le importaba; incluso le aliviaba que Fred y George pensaran que la
idea del heredero de Slytherin era para tomársela a guasa. Pero sus payasadas parecían
enervar a Draco Malfoy, que se amargaba más cada vez que los veía con aquel pitorreo.
—Eso es porque está rabiando de ganas de decir que es él —dijo Ron
sentenciosamente—. Ya sabéis cómo aborrece que se le gane en cualquier cosa, y tú te
estás llevando toda la gloria de su sucio trabajo.
—No durante mucho tiempo —dijo Hermione en tono satisfecho—. La poción
multijugos ya está casi lista. Cualquier día revelaremos la verdad sobre él.
Por fin concluyó el trimestre, y sobre el colegio cayó unsilencio tan vasto como la
nieve en los campos. Más que lúgubre, a Harry le pareció tranquilizador, y se alegró de
que él, Hermione y los Weasley pudieran gobernar la torre de Gryffindor, lo que quería
decir que podían jugar al snap explosivo dando voces y sin molestar a nadie, o podían
batirse en privado. Fred, George y Ginny habían preferido quedarse en el colegio a ir a
visitar a Bill a Egipto con sus padres. Percy, que desaprobaba lo que llamaba su infantil
comportamiento, no pasaba mucho tiempo enla sala común de Gryffindor. Ya les había
dicho en tono presuntuoso que se quedaba en Navidad porque era el deber de un
prefecto ayudar a los profesores durante los períodos difíciles.
Amaneció el día de Navidad, frío y blanco. Hermione despertó temprano a Harry y
Ron, los únicos que quedaban en aquel dormitorio. Iba ya vestida y llevaba regalos para
ambos.
—¡Despertad! —dijo en voz alta, abriendo las cortinas de la ventana.
—Hermione..., sabes que no puedes entrar aquí —dijo Ron, protegiéndose los ojos
de la luz.
—Feliz Navidad a ti también —le dijo Hermione, arrojándole su regalo—. Me he
levantado hace casi una hora, para añadir más crisopos a la poción. Ya está lista.
Harry se sentó en la cama, despertando por completo de repente.
—¿Estás segura?
—Deltodo —dijo Hermione, apartando a la rata Scabbers para poder sentarse a los
pies de la cama—. Si nos decidimos a hacerlo, creo que tendría que ser esta noche.
En aquel momento, Hedwig aterrizó en el dormitorio, llevando en el pico un
paquete muy pequeño.
—Hola —dijo contento Harry, cuando la lechuza se posó en su cama—, ¿me
hablas de nuevo?
La lechuza le picó en la oreja de manera afectuosa, gesto que resultó ser mucho
mejor regalo que el que le llevaba, que era de los Dursley. Éstos le enviaban un
mondadientes y una nota en la que le pedían que averiguara si podría quedarse en
Hogwarts también durante las vacaciones de verano.
El resto de los regalos de Navidad de Harry fueron bastante más generosos. Hagrid
le enviaba un bote grande de caramelos de cafécon leche que Harry decidió ablandar al
fuego antes de comérselos; Ron le regaló un libro titulado Volando con los Cannons,
que trataba de hechos interesantes de su equipo favorito de quidditch; y Hermione le
había comprado una lujosa pluma de águila para escribir. Harry abrió el último regalo
y encontró un jersey nuevo, tejido a mano por la señora Weasley, y un plumcake. Cogió
la tarjeta con un renovado sentimiento de culpa, acordándose del coche del señor
Weasley, que no habían vuelto a ver desde la colisión con el sauce boxeador, y de la
cantidad de infracciones que habían planeado para el futuro inmediato.
Nadie podía dejar de asistir a la comida de Navidad en Hogwarts, aunque estuviera
atemorizado por tener que tomar luego la poción multijugos.
El Gran Comedor relucía por todas partes. No sólo había una docena de árboles de
Navidad cubiertos de escarcha, y gruesas serpentinas de acebo y muérdago que se
entrecruzaban en el techo, sino que de lo alto caía nieve mágica, cálida y seca. Cantaron
villancicos, y Dumbledore los dirigió en algunos de sus favoritos. Hagrid gritaba más
fuerte a cada copa de ponche que tomaba. Percy, que no se había dado cuenta de que
Fred le había encantado su insignia de prefecto, en la que ahora podía leerse «Cabeza de
Chorlito», no paraba de preguntar a todos de qué se reían. Harry ni siquiera se
preocupaba por los insidiosos comentarios que desde la mesa de Slytherin hacía Draco
Malfoy, en voz alta, sobre su nuevo jersey. Con un poco de suerte, Malfoy recibiría su
merecido unas horas después.
Harry y Ron apenas habían terminado su tercer trozo de tarta de Navidad, cuando
Hermione les hizo salir del salón con ella para ultimar los planes para la noche.
—Aún nos falta conseguir algo de las personas en que os vais a convertir —dijo
Hermione sin darle importancia, como si los enviara al supermercado a comprar
detergente—. Y, desde luego, lo mejor será que podáis conseguir algo de Crabbe y de
Goyle; como son los mejores amigos de Malfoy, él les contaría cualquier cosa. Y
también tenemos que asegurarnos de que los verdaderos Crabbe y Goyle no aparecen
mientras lo interrogamos.
»Lo tengo todo solucionado —siguió ella tranquilamente y sin hacer caso de las
caras atónitas de Harry y Ron. Les enseñó dos pasteles redondos de chocolate—. Los he
rellenado con una simple pócima para dormir. Todo lo que tenéis que hacer es
aseguraros de que Crabbe y Goyle los encuentran. Ya sabéis lo glotones que son; seguro
que se los tragan. Cuando estén dormidos, los esconderemos en uno de los armarios de
la limpieza y les arrancaremos unos pelos.
Harry y Ron se miraron incrédulos.
—Hermione, no creo...
—Podría salir muy mal...
Pero Hermione los miró con expresión severa, como la que habían visto a veces
adoptar a la profesora McGonagall.
—La poción no nos servirá de nada si no tenemos unos pelos de Crabbe y Goyle
—dijo con severidad—. Queréis interrogar a Malfoy, ¿no?
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Harry—. Pero ¿y tú? ¿A quién se lo vas a
arrancar tú?
—¡Yo ya tengo el mío! —dijo Hermione alegre, sacando una botellita diminuta de
un bolsillo y enseñándoles un único pelo que había dentro de ella—. ¿Os acordáis de
que me batí con Millicent Bulstrode en el club de duelo? ¡Al estrangularme se dejó esto
en mi túnica! Y se ha ido a su casa a pasar las Navidades. Así que lo único que tengo
que decirles a los de Slytherin es que he decidido volver.
Al marcharse Hermione corriendo para ver cómo iba la poción multijugos, Ron se
volvió hacia Harry con una expresión fatídica.
—¿Habías oído alguna vez un plan en el que pudieran salir mal tantas cosas?
Pero, para sorpresa de Harry y de Ron, la primera fase de la operación resultó tan
sencilla como Hermione había supuesto. Se escondieron en el vacío vestíbulo después
de la merienda de Navidad, esperando aCrabbe y a Goyle, que se habían quedado solos
en la mesa de Slytherin, acometiendo cuatro porciones de bizcocho. Harry había dejado
los pasteles de chocolate en el extremo del pasamanos. Al ver a Crabbe y Goyle salir del
Gran Comedor, Harry y Ron se ocultaron rápidamente detrás de una armadura, junto a
la puerta principal.
—¿Cuánto puede llegar uno a engordar? —susurró Ron entusiasmado al ver que
Crabbe, lleno de alegría, señalaba a Goyle los pasteles y los cogía. Sonriendo de forma
estúpida, se metieron los pasteles enteros en la boca. Los masticaron glotonamente
durante un momento, poniendo cara de triunfo. Luego, sin el más leve cambio en la
expresión, se desplomaron de espaldas en el suelo.
Lo más difícil fue arrastrarlos hasta el armario, al otro lado del vestíbulo. En cuanto
los tuvieron bien escondidos entre las fregonas y los calderos, Harry arrancó un par de
pelos como cerdas, de los que Goyle tenía bien avanzada la frente, y Ron arrancó a
Crabbe también algunos. Les cogieron asimismo los zapatos, porque los suyos eran
demasiado pequeños para el tamaño de los pies de Crabbe y Goyle. Luego, todavía
aturdidos por lo que acababan de hacer, corrieron hasta los aseos de Myrtle la Llorona.
Apenas podían ver nada a través del espeso humo negro que salía del retrete en que
Hermione estaba removiendo el caldero. Subiéndose las túnicas para taparse la cara,
Harry y Ron llamaron suavemente a la puerta.
—¿Hermione?
Se oyó el chirrido del cerrojo y salió Hermione, con la cara sudorosa y una mirada
inquieta. Tras ella se oía el gluglu de la poción que hervía, espesa como melaza. Sobre
la taza del retrete había tres vasos de cristal ya preparados.
Harry sacó el pelo de Goyle.
—Bien. Y yo he cogido estas túnicas de la lavandería —dijo Hermione,
enseñándoles una pequeña bolsa—. Necesitaréis tallas mayores cuando os hayáis
convertido en Crabbe y Goyle.
Los tres miraron el caldero. Vista de cerca, la poción parecía barro espeso y oscuro
que borboteaba lentamente.
—Estoy segura de que lo he hecho todo bien —dijoHermione, releyendo
nerviosamente la manchada página de Moste Potente Potions—. Parece que es tal como
dice el libro... En cuanto la hayamos bebido, dispondremos de una hora antes de volver
a convertirnos en nosotros mismos.
—¿Qué se hace ahora? —murmuró Ron.
—La separamos en los tres vasos y echamos los pelos. Hermione sirvió en cada
vaso una cantidad considerable de poción. Luego, con mano temblorosa, trasladó el pelo
de Millicent Bulstrode de la botella al primero de los vasos.
La poción emitió un potente silbido, como el de una olla a presión, y empezó a salir
muchísima espuma. Al cabo de un segundo, se había vuelto de un amarillo asqueroso.
—Aggg..., esencia de Millicent Bulstrode —dijo Ron, mirándolo con aversión—.
Apuesto a que tiene un sabor repugnante.
—Echad los vuestros, venga —les dijo Hermione.
Harry metió el pelo de Goyle en el vaso del medio, y Ron, el pelo de Crabbe en el
último. Una y otra poción silbaron y echaron espuma, la de Goyle se volvió del color
caqui de los mocos, y la de Crabbe, de un marrón oscuro y turbio.
—Esperad —dijo Harry, cuando Ron y Hermione cogieron sus vasos—. Será mejor
que no los bebamos aquí juntos los tres: al convertirnos en Crabbe y Goyle ya no
estaremos delgados. Y Millicent Bulstrode tampoco es una sílfide.
—Bien pensado —dijo Ron, abriendo la puerta—. Vayamos a retretes separados.
Con mucho cuidado para no derramar una gota de poción multijugos, Harry pasó al
del medio.
—¿Listos? —preguntó.
—Listos —le contestaron las voces de Ron y Hermione.
—A la una, a las dos, a las tres...
Tapándose la nariz, Harry se bebió la poción en dos grandes tragos. Sabía a col
muy cocida.
Inmediatamente, se le empezaron a retorcer las tripas como si acabara de tragarse
serpientes vivas. Se encogió y temió ponerse malo. Luego, un ardor surgido del
estómago se le extendió rápidamente hasta las puntas de los dedos de manos y pies.
Jadeando, se puso a cuatro patas y tuvo la horrible sensación de estarse derritiendo al
notar que la piel de todo el cuerpo le quemaba como cera caliente, y antes de que los
ojos y las manos le empezaran a crecer, los dedos se le hincharon, las uñas se le
ensancharon y los nudillos se le abultaron como tuercas. Los hombros se le separaron
dolorosamente, y un picor en la frente le indicó que el pelo sele caía sobre las cejas. Se
le rasgó la túnica al ensanchársele el pecho como un barril que reventara los cinchos.
Los pies le dolían dentro de unos zapatos cuatro números menos de su medida...
Todo concluyó tan repentinamente como había comenzado. Harryse encontró
tendido boca abajo, sobre el frío suelo de piedra, oyendo a Myrtle sollozar de tristeza al
fondo de los aseos. Con dificultad, se desprendió de los zapatos y se puso de pie. O sea
que así se sentía uno siendo Goyle. Con una gran mano temblorosa se desprendió de su
antigua túnica, que le quedaba a un palmo de los tobillos, se puso la otra y se abrochó
los zapatos de Goyle, que eran como barcas. Se llevó una mano a la frente para retirarse
el pelo de los ojos, y se encontró sólo con unos pelos cortos, como cerdas, que le nacían
en la misma frente. Entonces comprendió que las gafas le nublaban la vista, porque
obviamente Goyle no las necesitaba. Se las quitó y preguntó:
—¿Estáis bien? —De su boca surgió la voz baja y áspera de Goyle.
—Sí —contestó, proveniente de su derecha, el gruñido de Crabbe.
Harry abrió su puerta y se acercó al espejo quebrado. Goyle le devolvió la mirada
con ojos apagados y hundidos en las cuencas. Harry se rascó una oreja, tal como hacía
Goyle.
Se abrió la puerta de Ron. Se miraron. Salvo por estar pálido y asustado, Ron era
idéntico a Crabbe en todo, desde el pelo cortado con tazón hasta los largos brazos de
gorila.
—Es increíble —dijo Ron, acercándose al espejo y pinchando con el dedo la nariz
chata de Crabbe—. Increíble.
—Mejor que nos vayamos —dijo Harry, aflojándose el reloj que oprimía la gruesa
muñeca de Goyle—. Aún tenemos que averiguar dónde se encuentra la sala común de
Slytherin. Espero que demos con alguien a quien podamos seguir hasta allí.
Ron dijo, contemplando a Harry:
—No sabes lo raro que se me hace ver a Goyle pensando.
Golpeó en la puerta de Hermione.
—Vamos, tenemos que irnos... Una voz aguda le contestó:
—Me... me temo que no voy a poder ir. Id vosotros sin mí.
—Hermione, ya sabemos que Millicent Bulstrode es fea, nadie va a saber que eres
tú.
—No, de verdad... no puedo ir. Daos prisa vosotros, no perdáis tiempo.
Harry miró a Ron, desconcertado.
—Pareces Goyle —dijo Ron—. Siempre pone esta cara cuando un profesor
pregunta.
—Hermione, ¿estás bien? —preguntó Harry a través de la puerta.
—Sí, estoy bien... Marchaos.
Harry miró el reloj. Ya habían transcurrido cinco de sus preciosos sesenta minutos.
—Espera aquí hasta que volvamos, ¿vale? —dijo él.
Harry y Ron abrieron con cuidado la puerta de los lavabos, comprobaron que no
había nadie a la vista y salieron.
—No muevas así los brazos —susurró Harry a Ron.
—¿Eh?
—Crabbe los mantiene rígidos...
—¿Así?
—Sí, mucho mejor.
Bajaron por la escalera de mármol. Lo que necesitaban en aquel momento era a
alguien de Slytherin a quien pudieran seguir hasta la sala común, pero no había nadie
por allí.
—¿Tienes alguna idea? —susurró Harry.
—Cuando los de Slytherin bajan a desayunar, creo que vienen de por allí —dijo
Ron, señalando con un gesto de la cabeza la entrada de las mazmorras. Apenas lo había
terminado de decir, cuando una chica de pelo largo rizado salió de la entrada.
—Perdona —le dijo Ron, yendo deprisa hacia ella—, se nos ha olvidado por dónde
se va a nuestra sala común.
—Me parece que no os entiendo —dijo la chica muy tiesa—. ¿Nuestra sala común?
Yo soy de Ravenclaw.
Y se alejó, volviendo recelosa la vista hacia ellos.
Harry y Ron bajaron corriendo los escalones de piedra y se internaron en la
oscuridad. Sus pasos resonaban muy fuerte cuando los grandes pies de Crabbe y Goyle
golpeaban contra el suelo, pero temían que la cosa no resultara tan fácil como se habían
imaginado.
Los laberínticos corredores estaban desiertos. Fueron bajando más y más pisos,
mirando constantemente sus relojes para comprobar el tiempo que les quedaba. Después
de un cuarto de hora, cuando ya estaban empezando a desesperarse, oyeron un ruido
delante.
—¡Eh! —exclamó Ron, emocionado—. ¡Uno de ellos!
La figura salía de una sala lateral. Sin embargo, después de acercarse a toda prisa,
seles cayó el alma a los pies: no se trataba de nadie de Slytherin, era Percy.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, con sorpresa. Percy lo miró ofendido.
—Eso —contestó fríamente—no es asunto de tu incumbencia. Tú eres Crabbe,
¿no?
—Eh... sí —respondió Ron.
—Bueno, id a vuestros dormitorios —dijo Percy con severidad—. En estos días no
es muy prudente merodear por los corredores.
—Pues tú lo haces —señaló Ron.
—Yo —dijo Percy, dándose importancia—soy un prefecto. Nadie va a atacarme.
Repentinamente, resonó una voz detrás de Harry y Ron. Draco Malfoy caminaba
hacia ellos, y por primera vez en su vida, a Harry le encantó verlo.
—Estáis ahí —dijo él, mirándolos—. ¿Os habéis pasado todo el tiempo en el Gran
Comedor, poniéndoos como cerdos? Os estaba buscando, quería enseñaros algo
realmente divertido.
Malfoy echó una mirada fulminante a Percy.
—¿Y qué haces tú aquí, Weasley? —le preguntó con aire despectivo.
Percy se ofendió aún más.
—¡Tendrías que mostrar un poco más de respeto a un prefecto! —dijo—. ¡No me
gustaese tono!
Malfoy lo miró despectivamente e indicó a Harry y a Ron que lo siguieran. A
Harry casi se le escapa disculparse ante Percy, pero se dio cuenta justo a tiempo. Él y
Ron salieron a toda prisa detrás de Malfoy, que les decía, mientras tomaban el siguiente
corredor:
—Ese Peter Weasley...
—Percy —le corrigió automáticamente Ron.
—Como sea —dijo Malfoy—. He notado que últimamente entra y sale mucho por
aquí, a hurtadillas. Y apuesto a que sé qué es lo que pasa. Cree que va a pillar al
heredero de Slytherin él solito.
Lanzó una risotada breve y burlona. Harry y Ron se cambiaron miradas de
emoción.
Malfoy se detuvo ante un trecho de muro descubierto y lleno de humedad.
—¿Cuál es la nueva contraseña? —preguntó a Harry.
—Eh... —dijo éste.
—¡Ah, ya! «¡Sangre limpia!» —dijo Malfoy, sin escuchar, y se abrió una puerta de
piedra disimulada en la pared. Malfoy la cruzó y Harry y Ron lo siguieron.
La sala común de Slytherin era una sala larga, semisubterránea, con los muros y el
techo de piedra basta. Variaslámparas de color verdoso colgaban del techo mediante
cadenas. Enfrente de ellos, debajo de la repisa labrada de la chimenea, crepitaba la
hoguera, y contra ella se recortaban las siluetas de algunos miembros de la casa
Slytherin, acomodados en sillas deestilo muy recargado.
—Esperad aquí —dijo Malfoy a Harry y Ron, indicándoles un par de sillas vacías
separadas del fuego—. Voy a traerlo. Mi padre me lo acaba de enviar.
Preguntándose qué era lo que Malfoy iba a enseñarles, Harry y Ron se sentaron,
intentando aparentar que se encontraban en su casa.
Malfoy volvió al cabo de un minuto, con lo que parecía un recorte de periódico. Se
lo puso a Ron debajo de la nariz.
—Te vas a reír con esto —dijo.
Harry vio que Ron abría los ojos, asustado. Leyó deprisa el recorte, rió muy
forzadamente y pasó el papel a Harry.
Era de El Profeta, y decía:
INVESTIGACIÓN EN EL MINISTERIO DE MAGIA
Arthur Weasley, director del Departamento Contra el Uso Indebido de la
Magia, ha sido multado hoy con cincuenta galeones por embrujar un
automóvil muggle.
El señor Lucius Malfoy, miembro del Consejo Escolar del Colegio
Hogwarts de Magia, en donde el citado coche embrujado se estrelló a
comienzos del presente curso, ha pedido hoy la dimisión del señor Weasley.
«Weasley ha manchado la reputación del Ministerio», declaró el señor
Malfoy a nuestro enviado. «Es evidente que no es la persona adecuada para
redactar nuestras leyes, y su ridícula Ley de defensa de los muggles debería
ser retirada inmediatamente.»
El señor Weasley no ha querido hacer declaraciones, si bien su esposa
amenazó a los periodistas diciéndoles que si no se marchaban, les arrojaría el
fantasma de la familia.
—¿Y bien? —dijo Malfoy impaciente, cuando Harry le devolvió el recorte—. ¿No
os parece divertido?
—Ja, ja —rió Harry lúgubremente.
—Arthur Weasley tiene tanto cariño a los muggles que debería romper su varita
mágica e irse con ellos —dijo Malfoy desdeñosamente—. Por la manera en que se
comportan, nadie diría que los Weasley son de sangre limpia.
A Ron (o, más bien, a Crabbe) se le contorsionaba la cara de la rabia.
—¿Qué te pasa, Crabbe? —dijo Malfoy bruscamente.
—Me duele el estómago —gruñó Ron.
—Bueno, pues id a la enfermería y dadles a todos esos sangre sucia una patada de
mi parte —dijo Malfoy, riéndose—. ¿ Sabéis qué? Me sorprende que El Profeta aún no
haya dicho nada de todos esos ataques —continuó diciendo pensativamente—. Supongo
que Dumbledore está tapándolo todo. Si no para la cosa pronto, tendrá que dimitir. Mi
padre dice siempre que la dirección de Dumbledore es lo peor que le ha ocurrido nunca
a este colegio. Le gustan los que vienen de familia muggle. Un director decente no
habría admitido nunca una basura como el Creevey ése.
Malfoy empezó a sacar fotos con una cámara imaginaria, imitando a Colin,cruel
pero acertadamente.
—Potter, ¿puedo sacarte una foto, Potter? ¿Me concedes un autógrafo? ¿Puedo
lamerte los zapatos, Potter, por favor?
Bajó las manos y se quedó mirando a Harry y a Ron.
—¿Qué os pasa a vosotros dos?
Demasiado tarde, Harry y Ron serieron a la fuerza; sin embargo, Malfoy pareció
satisfecho. Quizá Crabbe y Goyle fueran siempre lentos para comprender las gracias.
—San Potter, el amigo de los sangre sucia —dijo Malfoy lentamente—. Ése es
otro de los que no tienen verdadero sentimiento de mago, de lo contrario no iría por ahí
con esa sangre sucia presuntuosa que es Granger. ¡Y se creen que él es el heredero de
Slytherin!
Harry y Ron estaban con el corazón en un puño; quizás a Malfoy le faltaban unos
segundos para decirles que el heredero era él. Pero en aquel momento...
—Me gustaría saber quién es —dijo Malfoy, petulante—. Podría ayudarle.
A Ron se le quedó la boca abierta, de manera que la cara de Crabbe parecía aún
más idiota de lo usual. Afortunadamente, Malfoy no se dio cuenta, y Harry, pensando
rápido, dijo:
—Tienes que tener una idea de quién hay detrás de todo esto.
—Ya sabes que no, Goyle, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —dijo Malfoy
bruscamente—. Y mi padre tampoco quiere contarme nada sobre la última vez que se
abrió la Cámara de los Secretos. Aunque sucedió hace cincuenta años, y por tanto antes
de su época, él lo sabe todo sobre aquello, pero dice que la cosa se mantuvo en secreto y
asegura que resultaría sospechoso si yo supiera demasiado. Pero sé algo: la última vez
que se abrió la Cámara de los Secretos, murió un sangre sucia. Así que supongo que
sólo es cuestión de tiempo que muera otro esta vez... Espero que sea Granger —dijo con
deleite.
Ron apretaba los grandes puños de Crabbe. Dándose cuenta de que todo se echaría
a perder si pegaba a Malfoy, Harry le dirigió una mirada de aviso y dijo:
—¿Sabes si cogieron al que abrió la cámara la última vez?
—Sí... Quienquiera que fuera, lo expulsaron —dijo Malfoy—. Aún debe de estar
en Azkaban.
—¿En Azkaban? —preguntó Harry, sin entender.
—Claro, en Azkaban, la prisión mágica, Goyle —dijo Malfoy, mirándole, sin dar
crédito a su torpeza—. La verdad es que si fueras más lento irías para atrás.
Se movió nervioso en su silla y dijo:
—Mi padre dice que tengo que mantenerme al margeny dejar que el heredero de
Slytherin haga su trabajo. Dice que el colegio tiene que librarse de toda esa infecta
sangre sucia, pero que yo no debo mezclarme. Naturalmente, él ya tiene bastantes
problemas por el momento. ¿Sabéis que el Ministerio de Magia registró nuestra casa la
semana pasada? —Harry intentó que la inexpresiva cara de Goyle expresara algo de
preocupación—. Sí... —dijo Malfoy—. Por suerte, no encontraron gran cosa. Mi padre
posee algunos objetos de Artes Oscuras muy valiosos. Pero afortunadamente nosotros
también tenemos nuestra propia cámara secreta debajo del suelo del salón.
—¡Ah! —exclamó Ron.
Malfoy lo miró. Harry hizo lo mismo. Ron se puso rojo, incluso el pelo se le volvió
un poco rojo. También se le alargó la nariz. La hora de que disponían llegaba a su fin,
de forma que Ron estaba empezando a convertirse en sí mismo, y a juzgar por la mirada
de horror que dirigía a Harry, a éste le estaba sucediendo lo mismo.
Se pusieron de pie de un salto.
—Necesito algo para el estómago —gruñó Ron, y sin más preámbulos echaron a
correr a lo largo de la sala común de Slytherin, lanzándose contra el muro de piedra y
metiéndose por el corredor, y deseando desesperadamente que Malfoy no se hubiera
dado cuenta de nada. Harry podía notarse los pies sueltos dentro de los grandes zapatos
de Goyle, y tuvo que levantarse los bajos de la túnica al hacerse más pequeño. Subieron
los escalones y llegaron al oscuro vestíbulo de entrada, en que se oían los sordos golpes
que llegaban del armario en que habían encerrado a Crabbe y Goyle. Dejando los zapatos junto a la puerta del armario, subieron corriendo en calcetines hasta los lavabos de
Myrtle la Llorona.
—Bueno, no ha sido completamente inútil —dijo Ron, cerrando tras ellos la puerta
de los aseos—. Ya sé que todavía no hemos averiguado quién ha cometido las
agresiones, pero mañana voy a escribir a mi padre para decirle que miren debajo del
salón de Malfoy.
Harry se miró la cara en el espejo roto. Volvía a la normalidad. Se puso las gafas
mientras Ron llamaba a la puerta del retrete de Hermione.
—Hermione, sal, tenemos muchas cosas que contarte.
—¡Marchaos! —chilló Hermione.
Harry y Ron se miraron el uno al otro.
—¿Qué pasa? —dijo Ron—. Tienes que estar a punto de volver a la normalidad,
nosotros ya...
Pero Myrtle la Llorona salió de repente atravesando la puerta del retrete. Harry
nunca la había visto tan contenta.
—¡Aaaaaaaah, ya la veréis! —dijo—. ¡Es horrible!
Oyeron descorrerse el cerrojo, y Hermione salió, sollozando, tapándose la cara con
la túnica.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, vacilante—. ¿Todavía te queda la nariz de
Millicent o algo así?
Hermione se descubrió la cara y Ron retrocedió hasta darse en los riñones con un
lavabo.
Tenía la cara cubierta de pelo negro. Los ojos se le habían puesto amarillos y unas
orejas puntiagudas le sobresalían de la cabeza.
—¡Era un pelo de gato! —maulló—. ¡Mi-Millicent Bulstrode debe de tener un
gato! ¡Y la poción no está pensada para transformarse en animal!
—¡Eh, vaya! —exclamó Ron.
—Todos se van a reír de ti —dijo Myrtle, muy contenta.
—No te preocupes, Hermione —se apresuró a decir Harry—. Te llevaremos a la
enfermería. La señora Pomfrey no hace nunca demasiadas preguntas...
Les costó mucho trabajo convencer a Hermione de que saliera de los aseos. Myrtle
la Llorona los siguió riéndose con ganas.
—¡Pues ya verás cuando todos se enteren de que tienes cola!
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