lunes, 30 de junio de 2014

Harry Potter y la Piedra Filosofal Cap. 16 y 17

16
A través de la trampilla

En años venideros, Harry nunca pudo recordar cómo se las había arreglado para hacer
sus exámenes, cuando una parte de él esperaba que Voldemort entrara por la puerta en
cualquier momento. Sin embargo, los días pasaban y no había dudas de que  Fluffy
seguía bien y con vida, detrás de la puerta cerrada.
Hacía mucho calor, en especial en el aula grande donde se examinaban por escrito.
Les habían entregado plumas nuevas, especiales, que habían sido hechizadas con un
encantamiento antitrampa.
También tenían exámenes prácticos. El profesor Flitwick los llamó uno a uno al
aula, para ver si podían hacer que una piña bailara claqué encima del escritorio. La
profesora McGonagall los observó mientras convertían un ratón en una caja de rapé.
Ganaban puntos las cajas más bonitas, pero los perdían si tenían bigotes. Snape los puso
nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas mientras trataban de recordar cómo hacer
una poción para olvidar.
Harry lo hizo todo lo mejor que pudo, tratando de hacer caso omiso de las
punzadas que sentía en la frente, un dolor que le molestaba desde la noche que había
estado en el bosque. Neville pensaba que Harry era un caso grave de nerviosismo,
porque no podía dormir por las noches. Pero la verdad era que Harry se despertaba por
culpa de su vieja pesadilla, que se había vuelto peor, porque la figura encapuchada
aparecía chorreando sangre.
Tal vezporque ellos no habían visto lo que Harry vio en el bosque, o porque no
tenían cicatrices ardientes en la frente, Ron y Hermione no parecían tan preocupados
por la Piedra como Harry. La idea de Voldemort los atemorizaba, desde luego, pero no
los visitaba en sueños y estaban tan ocupados repasando que no les quedaba tiempo para
inquietarse por lo que Snape o algún otro estuvieran tramando.
El último examen era Historia de la Magia. Una hora respondiendo preguntas sobre
viejos magos chiflados que habían  inventado calderos que revolvían su contenido, y
estarían libres, libres durante toda una maravillosa semana, hasta que recibieran los
resultados de los exámenes. Cuando el fantasma del profesor Binns les dijo que dejaran
sus plumas y enrollaran sus pergaminos, Harry no pudo dejar de alegrarse con el resto.
—Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensé  —dijo Hermione, cuando se
reunieron con los demás en el parque soleado—. No necesitaba haber estudiado el
Código de Conducta de los Hombres Lobo de 1637 o  el levantamiento de Elfrico  el
Vehemente.
A Hermione siempre le gustaba volver a repetir los exámenes, pero Ron dijo que
iba a ponerse malo, así que se fueron hacia el lago y se dejaron caer bajo un árbol. Los
gemelos Weasley y Lee Jordan se dedicaban a  pinchar los tentáculos de un calamar
gigante que tomaba el sol en la orilla.
—Basta de repasos  —suspiró aliviado Ron, estirándose en la hierba—. Puedes
alegrarte un poco, Harry, aún falta una semana para que sepamos lo mal que nos fue, no
hace falta preocuparse ahora.
Harry se frotaba la frente.
—¡Me gustaría saber qué significa esto!  —estalló enfadado—. Mi cicatriz sigue
doliéndome. Me ha sucedido antes, pero nunca tanto tiempo seguido como ahora.
—Ve a ver a la señora Pomfrey —sugirió Hermione.
—No estoy enfermo —dijo Harry—. Creo que es un aviso... significa que se acerca
el peligro...
Ron no podía agitarse, hacía demasiado calor.
—Harry, relájate, Hermione tiene razón, la Piedra está segura mientras
Dumbledore esté aquí. De todos modos, nunca hemos tenido pruebas de que Snape
encontrara la forma de burlar a  Fluffy. Casi le arrancó la pierna una vez, no va a
intentarlo de nuevo. Y Neville jugará al  quidditch  en el equipo de Inglaterra antes de
que Hagrid traicione a Dumbledore.
Harry asintió, pero no pudo evitar la furtiva sensación de que se había olvidado de
hacer algo, algo importante. Cuando trató de explicarlo, Hermione dijo:
—Eso son los exámenes. Yo me desperté anoche y estuve a punto de mirar mis
apuntes de Transformación, cuando me acordé de queya habíamos hecho ese examen.
Pero Harry estaba seguro de que aquella sensación inquietante nada tenía que ver
con los exámenes. Vio una lechuza que volaba hacia el colegio, por el brillante cielo
azul, con una nota en el pico. Hagrid era el único que  le había enviado cartas. Hagrid
nunca traicionaría a Dumbledore. Hagrid nunca le diría a nadie cómo pasar ante Fluffy...
nunca... Pero...
Harry, súbitamente, se puso de pie de un salto.
—¿Adónde vas? —preguntó Ron con aire soñoliento.
—Acabo de pensar en algo —dijo Harry. Se había puesto pálido—. Tenemos que ir
a ver a Hagrid ahora.
—¿Por qué? —suspiró Hermione, levantándose.
—¿No os parece un poco raro  —dijo Harry, subiendo por la colina cubierta de
hierba—que lo que más deseara Hagrid fuera un dragón, y  que de pronto aparezca un
desconocido que casualmente tiene un huevo en el bolsillo? ¿Cuánta gente anda por ahí
con huevos de dragón, que están prohibidos por las leyes de los magos? Qué suerte tuvo
al encontrar a Hagrid, ¿verdad? ¿Por qué no se me ocurrió antes?
—¿En qué estás pensando?  —preguntó Ron, pero Harry echó a correr por los
terrenos que iban hacia el bosque, sin contestarle.
Hagrid estaba sentado en un sillón, fuera de la casa, con los pantalones y las
mangas de la camisa arremangados, y desgranaba guisantes en un gran recipiente.
—Hola —dijo sonriente—. ¿Habéis terminado los exámenes? ¿Tenéis tiempo para
beber algo?
—Sí, por favor —dijo Ron, pero Harry lo interrumpió.
—No, tenemos prisa, Hagrid, pero tengo que preguntarte algo ¿Te acuerdas de  la
noche en que ganaste a  Norberto? ¿Cómo era el desconocido con el que jugaste a las
cartas?
—No lo sé —dijo Hagrid sin darle importancia—. No se quitó la capa.
Vio que los tres chicos lo miraban asombrados y levantó las cejas.
—No es tan inusual, hay mucha gente rara en el Cabeza de Puerco, el bar de la
aldea. Podría ser un traficante de dragones, ¿no? No llegué a verle la cara porque no se
quitó la capucha.
Harry se dejó caer cerca del recipiente de los guisantes.
—¿De qué hablaste con él, Hagrid? ¿Mencionaste Hogwarts?
—Puede ser  —dijo Hagrid, con rostro ceñudo, tratando de recordar—. Sí... Me
preguntó qué hacía y le dije que era guardabosques aquí... Me preguntó de qué tipo de
animales me ocupaba... se lo expliqué... y le conté que siempre había querido tener un
dragón... y luego... no puedo recordarlo bien, porque me invitó a muchas copas. Déjame
ver... ah sí, me dijo que tenía el huevo de dragón y que podía jugarlo a las cartas si yo
quería... pero que tenía que estar seguro de que iba a poder con él, no quería dejarlo en
cualquier lado... Así que le dije que, después de Fluffy, un dragón era algo fácil.
—¿Y él... pareció interesado en  Fluffy? —preguntó Harry, tratando de conservar la
calma.
—Bueno... sí... es normal. ¿Cuántos perros con tres cabezashas visto? Entonces le
dije que  Fluffy  era buenísimo si uno sabía calmarlo: tocando música se dormía en
seguida...
De pronto Hagrid pareció horrorizado.
—¡No debí decir eso! —estalló—. ¡Olvidad que lo dije! Eh... ¿adónde vais?
Harry, Ron y Hermione no se  hablaron hasta llegar al vestíbulo de entrada, que
parecía frío y sombrío, después de haber estado en el parque.
—Tenemos que ir a ver a Dumbledore  —dijo Harry—. Hagrid le dijo al
desconocido cómo pasar ante  Fluffy, y sólo podía ser Snape o Voldemort, debajo de la
capa... No fue difícil, después de emborrachar a Hagrid. Sólo espero que Dumbledore
nos crea. Firenze nos respaldará, si Bane no lo detiene. ¿Dónde está el despacho de
Dumbledore?
Miraron alrededor, como si esperaran que alguna señal se lo indicara. Nunca les
habían dicho dónde vivía Dumbledore, ni conocían a nadie a quien hubieran enviado a
verlo.
—Tendremos que...  —empezó a decir Harry pero súbitamente una voz cruzó el
vestíbulo.
—¿Qué estáis haciendo los tres aquí dentro?
Era la profesora McGonagall, que llevaba muchos libros.
—Queremos ver al profesor Dumbledore  —dijo Hermione con valentía, según les
pareció a Ron y Harry.
—¿Ver al profesor Dumbledore?  —repitió la profesora, como si pensara que era
algo inverosímil—. ¿Por qué?
Harry tragó: «¿Y ahora qué?».
—Es algo secreto  —dijo, pero de inmediato deseó no haberlo hecho, porque la
profesora McGonagall se enfadó.
—El profesor Dumbledore se fue hace diez minutos —dijo con frialdad—. Recibió
una lechuza urgente del ministro de Magia y salió volando para Londres de inmediato.
—¿Se fue? —preguntó Harry con aire desesperado—. ¿Ahora?
—El profesor Dumbledore es un gran mago, Potter, y tiene muchos compromisos...
—Pero esto es importante.
—¿Algo que tú tienes que decir es más importante que el ministro de Magia,
Potter?
—Mire  —dijo Harry dejando de lado toda precaución—, profesora, se trata de la
Piedra Filosofal...
Fue evidente que la profesora McGonagall no esperaba aquello. Los libros que
llevaba se deslizaron al suelo y no se molestó en recogerlos.
—¿Cómo es que sabes...? —farfulló.
—Profesora, creo... sé... que Sna... que alguien va a tratar de robar la Piedra. Tengo
que hablar con el profesor Dumbledore.
La profesora lo miró entre impresionada y suspicaz.
—El profesor Dumbledore regresará mañana  —dijo finalmente—. No sé cómo
habéis descubierto lo de la Piedra, pero quedaos tranquilos. Nadie puede robarla, está
demasiado bien protegida.
—Pero profesora...
—Harry sé de lo que estoy hablando  —dijo en tono cortante. Se inclinó y recogió
sus libros—. Os sugiero que salgáis y disfrutéis del sol.
Pero no lo hicieron.
—Será esta noche  —dijo Harry una vez que se aseguraron de que la profesora
McGonagall no podía oírlos—. Snape pasará por la trampilla esta noche. Ya ha
descubierto todo lo que necesitaba saber y ahora ha conseguido quitar de en medio a
Dumbledore. Él envió esa nota, seguro que el ministro de Magia tendrá una verdadera
sorpresa cuando aparezca Dumbledore.
—Pero ¿qué podemos...?
Hermione tosió. Harry y Ron se volvieron.
Snape estaba allí.
—Buenas tardes —dijo amablemente. Lo miraron sin decir nada.
—No deberíais estar dentro en un día así —dijo con una rara sonrisa torcida.
—Nosotros... —comenzó Harry, sin idea de lo que diría.
—Debéis ser más cuidadosos  —dijo Snape—. Si os ven andando por aquí, pueden
pensar que vais a hacer alguna cosa mala. Y Gryffindor no puede perder más puntos,
¿no es cierto?
Harry se ruborizó. Se dieron media vuelta para irse, pero Snape los llamó.
—Ten cuidado, Potter, otra noche de vagabundeos y yo personalmente me
encargaré de que te expulsen. Que pases un buen día.
Se alejó en dirección a la sala de profesores.
Una vez fuera, en la escalera de piedra, Harry se volvió hacia sus amigos.
—Bueno, esto es lo que tenemos que hacer —susurró con prisa—. Uno de nosotros
tiene que vigilar a Snape, esperar fuera de la sala de profesores y seguirlo si sale.
Hermione, mejor que eso lo hagas tú.
—¿Por qué yo?
—Es obvio  —intervino Ron—. Puedes fingir que estás esperando al profesor
Flitwick, ya sabes cómo  —la imitó con voz  aguda—: «Oh, profesor Flitwick, estoy tan
preocupada, creo que tengo mal la pregunta catorce b...».
—Oh, cállate —dijo Hermione, pero estuvo de acuerdo en ir a vigilar a Snape.
—Y nosotros iremos a vigilar el pasillo del tercer piso  —dijo Harry a Ron—.
Vamos.
Pero aquella parte del plan no funcionó. Tan pronto como llegaron a la puerta que
separaba a Fluffy del resto del colegio, la profesora McGonagall apareció otra vez, salvo
que ya había perdido la paciencia.
—Supongo que creeréis que sois los mejores para vencer todos los encantamientos
—dijo con rabia—. ¡Ya son suficientes tonterías! Si me entero de que habéis vuelto por
aquí, os quitaré otros cincuenta puntos para Gryffindor. ¡Sí, Weasley, de mi propia casa!
Harry y Ron regresaron a la sala común. Justo cuando Harry acababa de decir: «Al
menos Hermione está detrás de Snape», el retrato de la Dama Gorda se abrió y apareció
la muchacha.
—¡Lo siento, Harry!  —se quejó—. Snape apareció y me preguntó qué estaba
haciendo, así que le dije que esperaba al profesor Flitwick. Snape fue a buscarlo, yo
tuve que irme y no sé adónde habrá ido Snape.
—Bueno, no queda otro remedio, ¿verdad?
Los otros dos lo miraron asombrados. Estaba pálido y los ojos le brillaban.
—Iré esta noche y trataré de llegar antes y conseguir laPiedra.
—¡Estás loco! —dijo Ron.
—¡No puedes!  —dijo Hermione—. ¿Después de todo lo que han dicho Snape y
McGonagall? ¡Te van a expulsar!
—¿Y qué?  —gritó Harry—. ¿No comprendéis? ¡Si Snape consigue la Piedra, es la
vuelta de Voldemort! ¿No habéis oído cómoeran las cosas cuando él trataba de
apoderarse de todo? ¡Ya no habrá ningún colegio para que nos expulsen! ¡Lo destruirá o
lo convertirá en un colegio para las Artes Oscuras! ¿No os dais cuenta de que perder
puntos ya no importa? ¿Creéis que él dejará  que vosotros y vuestras familias estéis
tranquilos, si Gryffindor gana la copa de la casa? Si me atrapan antes de que consiga la
Piedra, bueno, tendré que volver con los Dursley y esperar a que Voldemort me
encuentre allí. Será sólo morir un poquito más tarde de lo que debería haber muerto,
porque nunca me pasaré al lado tenebroso. Voy a entrar por esa trampilla, esta noche, y
nada de lo que digáis me detendrá. Voldemort mató a mis padres, ¿lo recordáis?
Los miró con furia.
—Tienes razón, Harry —dijo Hermione, casi sin voz.
—Voy a llevar la capa invisible —dijo Harry—. Es una suerte haberla recuperado.
—Pero ¿nos cubrirá a los tres? —preguntó Ron.
—¿A... nosotros tres?
—Oh, vamos, ¿no pensarás que te vamos a dejar ir solo?
—Por supuesto que no  —dijo Hermione con voz enérgica—. ¿Cómo crees que vas
a conseguir la Piedra sin nosotros? Será mejor que vaya a buscar en mis libros, tiene que
haber algo que nos sirva...
—Pero si nos atrapan, también os expulsarán a vosotros.
—No, si yo puedo evitarlo  —dijo Hermionecon severidad—. Flitwick me dijo en
secreto que en su examen tengo ciento doce sobre cien. No me van a expulsar después
de eso.
Tras la cena, los tres se sentaron en la sala común, lejos de todos. Nadie los molestó:
después de todo, ninguno de los de  Gryffindor hablaba con Harry, pero ésa fue la
primera noche que no le importó. Hermione revisaba sus apuntes, confiando en
encontrar algunos de los encantamientos que deberían conjurar. Harry y Ron no
hablaban mucho. Ambos pensaban en lo que harían.
Poco a poco, la sala se fue vaciando y todos se fueron a acostar.
—Será mejor que vayas a buscar la capa  —murmuró Ron, mientras Lee Jordan
finalmente se iba, bostezando y desperezándose. Harry corrió por las escaleras hasta su
dormitorio oscuro. Sacó la capa yentonces su mirada se fijó en la flauta que Hagrid le
había regalado para Navidad. La guardó para utilizarla con  Fluffy: no tenía muchas
ganas de cantar...
Regresó a la sala común.
—Es mejor que nos pongamos la capa aquí y nos aseguremos de que nos cubraa
los tres... si Filch descubre a uno de nuestros pies andando solo por ahí...
—¿Qué vais a hacer? —dijo una voz desde un rincón. Neville apareció detrás de un
sillón, aferrado al sapo Trevor, que parecía haber intentado otro viaje a la libertad.
—Nada, Neville, nada —dijo Harry, escondiendo la capa detrás de la espalda.
Neville observó sus caras de culpabilidad.
—Vais a salir de nuevo —dijo.
—No, no, no —aseguró Hermione—. No, no haremos nada. ¿Por qué no te vas a la
cama, Neville?
Harry miró al reloj depie que había al lado de la puerta. No podían perder más
tiempo, Snape ya debía de estar haciendo dormir a Fluffy.
—No podéis iros  —insistió Neville—. Os volverán a atrapar. Gryffindor tendrá
más problemas.
—Tú no lo entiendes —dijo Harry—. Esto es importante.
Pero era evidente que Neville haría algo desesperado.
—No dejaré que lo hagáis  —dijo, corriendo a ponerse frente al agujero del
retrato—. ¡Voy... voy a pelear con vosotros!
—¡Neville! —estalló Ron—. ¡Apártate de ese agujero y no seas idiota!
—¡No  me llames idiota!  —dijo Neville—. ¡No me parece bien que sigáis faltando
a las reglas! ¡Y tú fuiste el que me dijo que hiciera frente a la gente!
—Sí, pero no a nosotros  —dijo irritado Ron—. Neville, no sabes lo que estás
haciendo.
Dio un paso hacia Neville y el chico dejó caer al sapo Trevor, que desapareció de la
vista.
—¡Ven entonces, intenta pegarme!  —dijo Neville, levantando los puños—. ¡Estoy
listo!
Harry se volvió hacia Hermione.
—Haz algo —dijo desesperado. Hermione dio un paso adelante.
—Neville —dijo—, de verdad, siento mucho, mucho, esto.
Levantó la varita.
—¡Petrificus totalus! —gritó, señalando a Neville.
Los brazos de Neville se pegaron a su cuerpo. Sus piernas se juntaron. Todo el
cuerpo se le puso rígido, se balanceó y luego cayó bocabajo, rígido como un tronco.
Hermione corrió a darle la vuelta. Neville tenía la mandíbula rígida y no podía
hablar. Sólo sus ojos se movían, mirándolos horrorizado.
—¿Qué le has hecho? —susurró Harry.
—Es la Inmovilización Total —dijo Hermione angustiada—.Oh, Neville, lo siento
tanto...
—Lo comprenderás después, Neville  —dijo Ron, mientras se alejaban para
cubrirse con la capa invisible.
Pero dejar a Neville inmóvil en el suelo no parecía un buen augurio. En aquel
estado de nervios, cada sombra de una estatua les parecía que era Filch, y cada silbido
lejano del viento les parecía Peeves que los perseguía.
Al pie de la primera escalera, divisaron a la Señora Norris.
—Oh, vamos a darle una patada, sólo una vez —murmuró Ron en el oído de Harry,
que negó con  la cabeza. Mientras pasaban con cuidado al lado de la gata, ésta volvió la
cabeza con sus ojos como linternas, pero no los vio.
No se encontraron con nadie más, hasta que llegaron a la escalera que iba al tercer
piso. Peeves estaba flotando a mitad de camino, aflojando la alfombra para que la gente
tropezara.
—¿Quién anda por ahí?  —dijo súbitamente, mientras subían hacia él. Entornó sus
malignos ojos negros—. Sé que estáis aquí, aunque no pueda veros. ¿Aparecidos,
fantasmas o estudiantillos detestables?
Se elevó en el aire y flotó, mirándolos de soslayo.
—Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por ahí y es invisible.
Harry tuvo súbitamente una idea.
—Peeves  —dijo en un ronco susurró—, el Barón Sanguinario tiene sus propias
razones para ser invisible.
Peeves casi se cayó del aire de la impresión. Se sostuvo a tiempo y quedó a unos
centímetros de la escalera.
—Lo siento mucho, sanguinaria señoría  —dijo en tono meloso—. Fue por mi
culpa, ha sido una equivocación... no lo vi... por supuesto que no, usted esinvisible,
perdone al viejo Peeves por su broma, señor.
—Tengo asuntos aquí, Peeves  —gruñó Harry—. Manténte lejos de este lugar esta
noche.
—Lo haré, señoría, desde luego que lo haré  —dijo Peeves, elevándose otra vez en
el aire—. Espero que los asuntos  del señor barón salgan a pedir de boca, yo no lo
molestaré.
Y desapareció.
—¡Genial, Harry! —susurró Ron.
Unos pocos segundos más tarde estaban allí, en el pasillo del tercer piso. La puerta
ya estaba entreabierta.
—Bueno, ya lo veis —dijo Harry con calma—. Snape ya ha pasado ante Fluffy.
Ver la puerta abierta les hizo tomar plena conciencia de aquello a lo que tenían que
enfrentarse. Por debajo de la capa, Harry se volvió hacia los otros dos.
—Si queréis regresar, no os lo reprocharé  —dijo—. Podéis llevaros la capa, no la
voy a necesitar.
—No seas estúpido —dijo Ron.
—Vamos contigo —dijo Hermione.
Harry empujó la puerta.
Cuando la puerta crujió, oyeron unos gruñidos. Los tres hocicos del perro
olfateaban en dirección a ellos, aunque no podía verlos.
—¿Qué tiene en los pies? —susurró Hermione.
—Parece un arpa —dijo Ron—. Snape debe de haberla dejado ahí.
—Debe despertarse en el momento en que se deja de tocar —dijo Harry—. Bueno,
empecemos...
Se llevó a los labios la flauta de Hagrid y sopló. No era exactamente una melodía,
pero desde la primera nota los ojos de la bestia comenzaron a cerrarse. Harry casi ni
respiraba. Poco a poco, los gruñidos se fueron apagando, se balanceó, cayó de rodillas y
luego se derrumbó en el suelo, profundamente dormido.
—Sigue  tocando  —advirtió Ron a Harry, mientras salía de la capa y se arrastraba
hasta la trampilla. Podía sentir la respiración caliente y olorosa del perro, mientras se
aproximaba a las gigantescas cabezas.
—Creo que podemos abrir la trampilla  —dijo Ron, espiando por encima del lomo
del perro—. ¿Quieres ir delante, Hermione?
—¡No, no quiero!
—Muy bien.  —Ron apretó los dientes y anduvo con cuidado sobre las patas del
perro. Se inclinó y tiró de la argolla de la trampilla, que se levantó y abrió.
—¿Qué puedes ver? —preguntó Hermione con ansiedad.
—Nada... sólo oscuridad... no hay forma de bajar, hay que dejarse caer.
Harry, que seguía tocando la flauta, hizo un gesto para llamar la atención de Ron y
se señaló a sí mismo.
—¿Quieres ir primero? ¿Estás seguro?  —dijo  Ron—. No sé cómo es de profundo
ese lugar. Dale la flauta a Hermione, para que pueda seguir haciéndolo dormir.
Harry le entregó la flauta y, en esos segundos de silencio, el perro gruñó y se estiró,
pero en cuanto Hermione comenzó a tocar volvió a su sueñoprofundo.
Harry se acercó y miró hacia abajo. No se veía el fondo.
Se descolgó por la abertura y quedó suspendido de los dedos. Miró a Ron y dijo:
—Si algo me sucede, no sigáis. Id directamente a la lechucería y enviad a Hedwig a
Dumbledore. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondió Ron.
—Nos veremos en un minuto, espero...
Y Harry se dejó caer. Frío, aire húmedo mientras caía, caía, caía y..
¡PAF! Aterrizó en algo mullido, con un ruido suave y extraño. Se incorporó y miró
alrededor, con ojos desacostumbrados  a la penumbra. Parecía que estaba sentado sobre
una especie de planta.
—¡Todo bien!  —gritó al cuadradito de luz del tamaño de un sello, que era la
abertura de la trampilla—. ¡Fue un aterrizaje suave, puedes saltar!
Ron lo siguió de inmediato. Aterrizó al lado de Harry
—¿Qué es esta cosa? —fueron sus primeras palabras.
—No sé, alguna clase de planta. Supongo que está aquí para detener la caída.
¡Vamos, Hermione!
La música lejana se detuvo. Se oyó un fuerte ladrido, pero Hermione ya había
saltado. Cayó al otro lado de Harry.
—Debemos de estar a kilómetros debajo del colegio —dijo la niña.
—Me alegro de que esta planta esté aquí —dijo Ron.
—¿Te alegras? —gritó Hermione—. ¡Miraos!
Hermione saltó y chocó contra una pared húmeda. Tuvo que luchar porque, en el
momento en que cayó, la planta comenzó a extenderse como una serpiente para sujetarle
los tobillos. Harry y Ron, mientras tanto, ya tenían las piernas totalmente cubiertas, sin
que se hubieran dado cuenta.
Hermione pudo liberarse antes de que la planta la  atrapara. En aquel momento
miraba horrorizada, mientras los chicos luchaban para quitarse la planta de encima, pero
mientras más luchaban, la planta los envolvía con más rapidez.
—¡Dejad de moveros!  —ordenó Hermione—. Sé lo que es esto. ¡Es Lazo del
Diablo!
—Oh, me alegro mucho de saber cómo se llama, es de gran ayuda  —gruñó Ron,
tratando de evitar que la planta trepara por su cuello.
—¡Calla, estoy tratando de recordar cómo matarla! —dijo Hermione.
—¡Bueno, date prisa, no puedo respirar!  —jadeó Harry, mientras la planta le
oprimía el pecho.
—Lazo del Diablo, Lazo del Diablo... ¿Qué dijo el profesor Sprout?... Le gusta la
oscuridad y la humedad...
—¡Entonces enciende un fuego! —dijo Harry.
—Sí... por supuesto... ¡pero no tengo madera! —gimió Hermione, retorciéndose las
manos.
—¿TE HAS VUELTO LOCA? —preguntó Ron—. ¿ERES UNA BRUJA O NO?
—¡Oh, de acuerdo!  —dijo Hermione. Agitó su varita, murmuró algo y envió a la
planta unas llamas azules como las que había utilizado con Snape. En segundos, los dos
muchachossintieron que se aflojaban las ligaduras, mientras la planta se retiraba a causa
de la luz y el calor. Retorciéndose y alejándose, se desprendió de sus cuerpos y pudieron
moverse.
—Me alegro de que hayas aprendido bien Herbología, Hermione  —dijo Harry,
mientras se acercaba a la pared, secándose el sudor de la cara.
—Sí  —dijo Ron—, y yo me alegro de que Harry no pierda la cabeza en las crisis.
Porque eso de «no tengo madera»... francamente...
—Por aquí —dijo Harry, señalando un pasadizo de piedra que erael único camino.
Lo único que podían oír, además de sus pasos, era el goteo del agua en las paredes.
El pasadizo bajaba oblicuamente y Harry se acordó de Gringotts. Con un desagradable
sobresalto, recordó a los dragones que decían que custodiaban las cámaras, en el banco
de los magos. Si encontraban un dragón, un dragón más grande... Con  Norberto  ya
habían tenido suficiente...
—¿Oyes algo? —susurró Ron.
Harry escuchó. Un leve tintineo y un crujido, que parecían proceder de delante.
—¿Crees que será un fantasma?
—No lo sé... a mí me parecen alas.
Llegaron hasta el final del pasillo y vieron ante ellos una habitación brillantemente
iluminada, con el techo curvándose sobre ellos. Estaba llena de pajaritos brillantes que
volaban por toda la habitación. En el lado opuesto, había una pesada puerta de madera.
—¿Crees que nos atacarán si cruzamos la habitación? —preguntó Ron.
—Es probable —contestó Harry—. No parecen muy malos, pero supongo que si se
tiran todos juntos... Bueno, no hay nada que hacer... voy a correr.
Respiró profundamente, se cubrió la cara con los brazos y cruzó corriendo la
habitación. Esperaba sentir picos agudos y garras desgarrando su cuerpo, pero no
sucedió nada. Alcanzó la puerta sin que lo tocaran. Movió la manija, pero estaba cerrada
con llave.
Los otros dos lo imitaron. Tiraron y empujaron, pero la puerta no se movía, ni
siquiera cuando Hermione probó con su hechizo de Alohomora.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ron.
—Esos pájaros... no pueden estar sólo por decoración —dijo Hermione.
Observaron los pájaros, que volaban sobre sus cabezas, brillando... ¿Brillando?
—¡No son pájaros!  —dijo de pronto Harry—. ¡Son llaves! Llaves aladas, mirad
bien. Entonces eso debe significar...  —Miró alrededor de la habitación, mientras los
otros observaban la bandada de llaves—. Sí... mirad ahí. ¡Escobas! ¡Tenemos que
conseguir la llave de la puerta!
—¡Pero hay cientos de llaves!
Ron examinó la cerradura de la puerta.
—Tenemos que buscar una llave grande, antigua, de plata, probablemente, como la
manija.
Cada uno cogió una escoba y de una patada estuvieron en el aire, remontándose
entre la nube de llaves. Trataban de atraparlas, pero las llaves hechizadas se movían tan
rápidamente que era casi imposible sujetarlas.
Pero no por nada Harry era el más joven buscador del siglo. Tenía un don especial
para detectar cosas que la otra gente no veía. Después de unos minutos moviéndose
entre el remolino de plumas de todos los colores, detectó una gran llave de plata, con un
ala torcida, como si ya la hubieran atrapado y la hubieran introducido con brusquedad
en la cerradura.
—¡Es ésa!  —gritó a los otros—. Esa grande... allí... no, ahí... Con alas azul
brillante... las plumas están aplastadas por un lado.
Ron se lanzó a toda velocidad en aquella dirección, chocó contra el techo y casi se
cae de la escoba.
—¡Tenemos que encerrarla!  —gritó Harry, sin quitar los ojos de la llave con el ala
estropeada—. Ron, ven desde arriba, Hermione, quédate abajo y no la dejes descender.
Yo trataré de atraparla. Bien: ¡AHORA!
Ron se lanzó en picado, Hermione subió en vertical, la llave los esquivó a ambos, y
Harry se lanzó tras ella. Iban a toda velocidad hacia la pared, Harry se inclinó hacia
delante y, con un ruido desagradable, la aplastó contra la piedra con una sola mano. Los
vivas de Ron y Hermione retumbaron por la habitación.
Aterrizaron rápidamente y Harry corrió a la puerta, con la llave retorciéndose en su
mano. La metió en la cerradura y le dio la vuelta... Funcionaba. En el momento en que
se abrió la cerradura, la llavesalió volando otra vez, con aspecto de derrotada, pues ya
la habían atrapado dos veces.
—¿Listos? —preguntó Harry a los otros dos, con la mano en la manija de la puerta.
Asintieron. Abrió la puerta.
La habitación siguiente estaba tan oscura que no pudieron ver nada. Pero cuando
estuvieron dentro la luz súbitamente inundó el lugar, para revelar un espectáculo
asombroso.
Estaban en el borde de un enorme tablero de ajedrez, detrás de las piezas negras,
que eran todas tan altas como ellos y construidas en lo que parecía piedra. Frente a ellos,
al otro lado de la habitación, estaban las piezas blancas. Harry, Ron y Hermione se
estremecieron: las piezas blancas no tenían rostros.
—¿Ahora qué hacemos? —susurró Harry
—Está claro, ¿no? —dijo Ron—. Tenemos que jugar para cruzar la habitación.
Detrás de las piezas blancas pudieron ver otra puerta.
—¿Cómo? —dijo Hermione con nerviosismo.
—Creo —contestó Ron—que vamos a tener que ser piezas.
Se acercó a un caballero negro y levantó la mano para tocar el caballo. De
inmediato, la piedra cobró vida. El caballo dio una patada en el suelo y el caballero se
levantó la visera del casco, para mirar a Ron.
—¿Tenemos que... unirnos a ustedes para poder cruzar?
El caballero negro asintió con la cabeza. Ron se volvió a los otros dos.
—Esto hay que pensarlo...  —dijo—. Supongo que tenemos que ocupar el lugar de
tres piezas negras.
Harry y Hermione esperaron en silencio, mientras Ron pensaba. Por fin dijo:
—Bueno, no os ofendáis, pero ninguno de vosotros es muy bueno en ajedrez...
—No nos ofendemos  —dijo rápidamente Harry—. Simplemente dinos qué
tenemos que hacer.
—Bueno, Harry, tú ocupa el lugar de ese alfil y tú, Hermione, ponte en lugar de esa
torre, al lado de Harry.
—¿Y qué pasa contigo?
—Yo seré un caballo.
Las piezas parecieron haber escuchado porque, ante esas palabras, un caballo, un
alfil y una torre dieron la espalda a las piezas blancas y salieron del tablero, dejando
libres tres cuadrados que Harry, Ron y Hermione ocuparon.
—Las blancas siempre juegan primero en el  ajedrez  —dijo Ron, mirando al otro
lado del tablero—. Sí... mirad.
Un peón blanco se movió hacia delante.
Ron comenzó a dirigir a las piezas negras. Se movían silenciosamente cuando los
mandaba. A Harry le temblaban las rodillas. ¿Y si perdían?
—Harry...muévete en diagonal, cuatro casillas a la derecha.
La primera verdadera impresión llegó cuando el otro caballo fue capturado. La
reina blanca lo golpeó contra el tablero y lo arrastró hacia fuera, donde se quedó
inmóvil, bocabajo.
—Tuve que dejar que sucediera —dijo Ron, conmovido—. Te deja libre para coger
ese alfil. Vamos, Hermione.
Cada vez que uno de sus hombres perdía, las piezas blancas no mostraban
compasión. Muy pronto, hubo un grupo de piezas negras desplomadas a lo largo de la
pared. Dos veces, Ron se dio cuenta justo a tiempo para salvar a Harry y Hermione del
peligro. Él mismo jugó por todo el tablero, atrapando casi tantas piezas blancas como
las negras que habían perdido.
—Ya casi estamos —murmuró de pronto—. Dejadme pensar... dejadme pensar.
La reina blanca volvió su cara sin rostro hacia Ron.
—Sí... —murmuró Ron—. Es la única forma... tengo que dejar que me cojan.
—¡NO! —gritaron Harry y Hermione.
—¡Esto es ajedrez! —dijo enfadado Ron—. ¡Hay que hacer algunos sacrificios! Yo
daré un paso  adelante y ella me cogerá... Eso te dejará libre para hacer jaque mate al
rey, Harry.
—Pero...
—¿Quieres detener a Snape o no?
—Ron...
—¡Si no os dais prisa va a conseguir la Piedra!
No había nada que hacer.
—¿Listo?  —preguntó Ron, con el rostro pálido pero decidido—. Allá voy, y no os
quedéis una vez que hayáis ganado.
Se movió hacia delante y la reina blanca saltó. Golpeó a Ron con fuerza en la
cabeza con su brazo de piedra y el chico se derrumbó en el suelo. Hermione gritó, pero
se quedó en su casillero. La reina blanca arrastró a Ron a un lado. Parecía desmayado.
Muy conmovido, Harry se movió tres casilleros a la izquierda. El rey blanco se
quitó la corona y la arrojó a los pies de Harry. Habían ganado. Las piezas saludaron y se
fueron, dejando libre  la puerta. Con una última mirada de desesperación hacia Ron,
Harry y Hermione corrieron hacia la salida y subieron por el siguiente pasadizo.
—¿Y si él está...?
—Él estará bien  —dijo Harry, tratando de convencerse a sí mismo—. ¿Qué crees
que nos queda?
—Tuvimos a Sprout en el Lazo del Diablo, Flitwick debe de haber hechizado las
llaves, y McGonagall transformó a las piezas de ajedrez. Eso nos deja el hechizo de
Quirrell y el de Snape...
Habían llegado a otra puerta.
—¿Todo bien? —susurró Harry.
—Adelante.
Harry empujó y abrió.
Un tufo desagradable los invadió, haciendo que se taparan la nariz con la túnica.
Con ojos que lagrimeaban debido al olor, vieron, aplastado en el suelo frente a ellos, un
trol más grande que el que habían derribado, inconsciente y con un bulto sangrante en la
cabeza.
—Me alegro de que no tengamos que pelear con éste  —susurró Harry, mientras
pasaban con cuidado sobre una de las enormes piernas—. Vamos, no puedo respirar.
Abrió la próxima puerta, los dos casi sin atreverse a ver lo que seguía... Pero no
había nada terrorífico allí, Sólo una mesa con siete botellas de diferente tamaño puestas
en fila.
—Snape —dijo Harry—. ¿Qué tenemos que hacer?
Pasaron el umbral y de inmediato un fuego se encendió detrás de ellos. No era un
fuego común, era púrpura. Al mismo tiempo, llamas negras se encendieron delante.
Estaban atrapados.
—¡Mira!  —Hermione cogió un rollo de papel, que estaba cerca de las botellas.
Harry miró por encima de su hombro para leerlo:
El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está detrás,
dos queremos ayudarte, cualquiera que encuentres,
una entre nosotras siete te dejará adelantarte,
otra llevará al que lo beba para atrás,
dos contienen sólo vino de ortiga,
tres son mortales, esperando escondidos en la fila.
Elige, a menos que quieras quedarte para siempre,
para ayudarte en tu elección, te damos cuatro claves:
Primera, por más astucia que tenga el veneno para ocultarse siempre
encontrarás alguno al lado izquierdo del vino de ortiga;
Segunda, son diferentes las que están en los extremos, pero si quieres moverte
hacia delante, ninguna es tu amiga;
Tercera, como claramente ves, todas tenemos tamaños diferentes: Ni el enano
ni el gigante guardan la muerte en su interior;
Cuarta, la segunda a la izquierda y la segunda  a la derecha son gemelas una
vez que las pruebes, aunque a primera vista sean diferentes.
Hermione dejó escapar un gran suspiro y Harry, sorprendido, vio que sonreía, lo
último que había esperado que hiciera.
—Muy bueno  —dijo Hermione—. Esto no es magia... es lógica... es un acertijo.
Muchos de los más grandes magos no han tenido una gota de lógica y se quedarían aquí
para siempre.
—Pero nosotros también, ¿no?
—Por supuesto que no  —dijo Hermione—. Lo único que necesitamos está en este
papel. Siete botellas: tres con veneno, dos con vino, una nos llevará a salvo a través del
fuego negro y la otra hacia atrás, por el fuego púrpura.
—Pero ¿cómo sabremos cuál beber?
—Dame un minuto.
Hermione leyó el papel varias veces. Luego paseó de un lado al otro de la fila de
botellas, murmurando y señalándolas. Al fin, se golpeó las manos.
—Lo tengo  —dijo—. La más pequeña nos llevará por el fuego negro, hacia la
Piedra.
Harry miró a la diminuta botella.
—Aquí hay sólo para uno de nosotros —dijo—. No hay más que un trago.
Se miraron.
—¿Cuál nos hará volver por entre las llamas púrpura?
Hermione señaló una botella redonda del extremo derecho de la fila.
—Tú bebe de ésa  —dijo Harry—. No: vuelve, busca a Ron y coge las escobas del
cuarto de las llaves voladoras. Con ellas  podréis salir por la trampilla sin que os vea
Fluffy. Id directamente a la lechucería y enviad a  Hedwig  a Dumbledore, lo
necesitamos. Puede ser que yo detenga un poco a Snape, pero la verdad es que no puedo
igualarlo.
—Pero Harry... ¿y si Quien-tú-sabes está con él?
—Bueno, ya tuve suerte una vez, ¿no?  —dijo Harry, señalando su cicatriz—.
Puede ser que la tenga de nuevo.
Los labios de Hermione temblaron, y de pronto se lanzó sobre Harry y lo abrazó.
—¡Hermione!
—Harry.. Eres un gran mago, ya lo sabes.
—No soy tan bueno como tú —contestó muy incómodo, mientras ella lo soltaba.
—¡Yo!  —exclamó Hermione—. ¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho más
importantes, amistad y valentía y... ¡Oh, Harry, ten cuidado!
—Bebe primero —dijo Harry—. Estás segura de cuál es cuál, ¿no?
—Totalmente  —dijo Hermione. Se tomó de un trago el contenido de la botellita
redondeada y se estremeció.
—No es veneno, ¿verdad? —dijo Harry con voz anhelante.
—No... pero parece hielo.
—Rápido, vete, antes de que se termine el efecto.
—Buena suerte... ten cuidado...
—¡VETE!
Hermione giró en redondo y pasó directamente a través del fuego púrpura.
Harry respiró profundamente y cogió la más pequeña de las botellas. Se enfrentó a
las llamas negras.
—Allá voy —dijo, y se bebió el contenido de un trago.
Era realmente como si tragara hielo. Dejó la botella y fue hacia delante. Se dio
ánimo al ver que las llamas negras lamían su cuerpo pero no lo quemaban. Durante un
momento no pudo ver más que fuego oscuro. Luego se encontró al otro lado, en la
últimahabitación.
Ya había alguien allí. Pero no era Snape. Y tampoco era Voldemort.

17
El hombre con dos caras

Era Quirrell.
—¡Usted! —exclamó Harry.
Quirrell sonrió. Su rostro no tenía ni sombra del tic.
—Yo —dijo con calma—me preguntaba si me iba a encontrar contigo aquí, Potter.
—Pero yo pensé... Snape...
—¿Severus?  —Quirrell rió, y no fue con su habitual sonido tembloroso y
entrecortado, sino con una risa fría y aguda—. Sí, Severus parecía ser el indicado, ¿no?
Fue muy útil tenerlo dando vueltas  como un murciélago enorme. Al lado de él ¿quién
iba a sospechar del po-pobre tar-tamudo p-profesor Quirrell?
Harry no podía aceptarlo. Aquello no podía ser verdad, no podía ser.
—¡Pero Snape trató de matarme!
—No, no, no. Yo traté de matarte. Tu amiga, la  señorita Granger, accidentalmente
me atropelló cuando corría a prenderle fuego a Snape, en ese partido de  quidditch. Y
rompió el contacto visual que yo tenía contigo. Unos segundos más y te habría hecho
caer de esa escoba. Y ya lo habría conseguido, si Snape no hubiera estado murmurando
un contramaleficio, tratando de salvarte.
—¿Snape trataba de salvarme a mí?
—Por supuesto —dijo fríamente Quirrell—. ¿Por qué crees que quiso ser árbitro en
el siguiente partido? Estaba tratando de asegurarse de que yo no  pudiera hacerlo otra
vez. Gracioso, en realidad... no necesitaba molestarse. No podía hacer nada con
Dumbledore mirando. Todos los otros profesores creyeron que Snape trataba de impedir
que Gryffindor ganase, se ha hecho muy impopular... Y qué pérdida de  tiempo cuando,
después de todo eso, voy a matarte esta noche.
Quirrell chasqueó los dedos. Unas sogas cayeron del aire y se enroscaron en el
cuerpo de Harry, sujetándolo con fuerza.
—Eres demasiado molesto para vivir, Potter. Deslizándote por el colegio, como en
Halloween, porque me descubriste cuando iba a ver qué era lo que vigilaba la Piedra.
—¿Usted fue el que dejó entrar al trol?
—Claro. Yo tengo un don especial con esos monstruos. ¿No viste lo que le hice al
que estaba en la otra habitación? Desgraciadamente, cuando todos andaban corriendo
por ahí para buscarte, Snape, que ya sospechaba de mí, fue directamente al tercer piso
para ganarme de mano, y no sólo hizo que mi monstruo no pudiera matarte, sino que ese
perro de tres cabezas no mordió la piernade Snape de la manera en que debería haberlo
hecho...
Hizo una pausa:
—Ahora, espera tranquilo, Potter. Necesito examinar este interesante espejo.
De pronto, Harry vio lo que estaba detrás de Quirrell. Era el espejo de Oesed.
—Este espejo es la llave parapoder encontrar la Piedra —murmuró Quirrell, dando
golpecitos alrededor del marco—. Era de esperar que Dumbledore hiciera algo así...
pero él está en Londres... Cuando pueda volver, yo ya estaré muy lejos.
Lo único que se le ocurrió a Harry fue tratar deque Quirrell siguiera hablando y
dejara de concentrarse en el espejo.
—Lo vi a usted y a Snape en el bosque... —dijo de golpe.
—Sí  —dijo Quirrell, sin darle importancia, paseando alrededor del espejo para ver
la parte posterior—. Me estaba siguiendo, tratando de averiguar hasta dónde había
llegado. Siempre había sospechado de mí. Trató de asustarme... Como si pudiera,
cuando yo tengo a lord Voldemort de mi lado...
Quirrell salió de detrás del espejo y se miró en él con enfado.
—Veo la Piedra... se la presento a mi maestro... pero ¿dónde está?
Harry luchó con las sogas qué lo ataban, pero no se aflojaron. Tenía que evitar que
Quirrell centrara toda su atención en el espejo.
—Pero Snape siempre pareció odiarme mucho.
—Oh, sí—dijo Quirrell, con aire casual—claro que sí. Estaba en Hogwarts con tu
padre, ¿no lo sabías? Se detestaban. Pero nunca quiso que estuvieras muerto.
—Pero hace unos días yo lo oí a usted, llorando... Pensé que Snape lo estaba
amenazando...
Por primera vez, un espasmo de miedo cruzó elrostro de Quirrell.
—Algunas veces  —dijo—me resulta difícil seguir las instrucciones de mi
maestro... Él es un gran mago y yo soy débil...
—¿Quiere decir que él estaba en el aula con usted? —preguntó Harry
—Él está conmigo dondequiera que vaya  —dijo concalma Quirrell—. Lo conocí
cuando viajaba por el mundo. Yo era un joven tonto, lleno de ridículas ideas sobre el
mal y el bien. Lord Voldemort me demostró lo equivocado que estaba. No hay ni mal ni
bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo... Desde entonces le he
servido fielmente, aunque muchas veces le he fallado. Tuvo que ser muy severo
conmigo.  —Quirrell se estremeció súbitamente—. No perdona fácilmente los errores.
Cuando fracasé en robar esa Piedra de Gringotts, se disgustó  mucho. Me castigó...
decidió que tenía que vigilarme muy de cerca...
La voz de Quirrell se apagó. Harry recordó su viaje al callejón Diagon... ¿Cómo
había podido ser tan estúpido? Había visto a Quirrell aquel mismo día y se habían
estrechado las manos en el Caldero Chorreante.
Quirrell maldijo entre dientes.
—No comprendo... ¿La Piedra está dentro del espejo? ¿Tengo que romperlo?
La mente de Harry funcionaba a toda máquina.
«Lo que más deseo en el mundo en este momento —pensó—es encontrar la Piedra
antesde que lo haga Quirrell. Entonces, si miro en el espejo, podría verme
encontrándola... ¡Lo que quiere decir que veré dónde está escondida! Pero ¿cómo puedo
mirar sin que Quirrell se dé cuenta de lo que quiero hacer?
Trató de torcerse hacia la izquierda,  para ponerse frente al espejo sin que Quirrell
lo notara, pero las sogas que tenía alrededor de los tobillos estaban tan tensas que lo
hicieron caer. Quirrell no le prestó atención. Seguía hablando para sí mismo.
—¿Qué hace este espejo? ¿Cómo funciona? ¡Ayúdame, Maestro!
Y para el horror de Harry, una voz le respondió, una voz que parecía salir del
mismo Quirrell.
—Utiliza al muchacho... Utiliza al muchacho...
Quirrell se volvió hacia Harry.
—Sí... Potter... ven aquí.
Hizo sonar las manos una vez y las sogascayeron. Harry se puso lentamente de pie.
—Ven aquí —repitió Quirrell—. Mira en el espejo y dime lo que ves.
Harry se aproximó.
«Tengo que mentir  —pensó, desesperado—, tengo que mirar y mentir sobre lo que
veo, eso es todo.»
Quirrell se le acercó por detrás. Harry respiró el extraño olor que parecía salir del
turbante de Quirrell. Cerró los ojos, se detuvo frente al espejo y los volvió a abrir.
Se vio reflejado, muy pálido y con cara de asustado. Pero un momento más tarde,
su reflejo le sonrió. Puso la mano en el bolsillo y sacó una piedra de color sangre. Le
guiñó un ojo y volvió a guardar la Piedra en el bolsillo y, cuando lo hacía, Harry sintió
que algo pesado caía en su bolsillo real. De alguna manera (era algo increíble) había
conseguido la Piedra.
—¿Bien? —dijo Quirrell con impaciencia—. ¿Qué es lo que ves?
Harry, haciendo de tripas corazón, contestó:
—Me veo con Dumbledore, estrechándonos las manos  —inventó—. Yo... he
ganado la copa de la casa para Gryffindor. Quirrell maldijo otra vez.
—Quítate de ahí  —dijo. Cuando Harry se hizo a un lado, sintió la Piedra Filosofal
contra su pierna. ¿Se atrevería a escapar?
Pero no había dado cinco pasos cuando una voz aguda habló, aunque Quirrell no
movía los labios.
—Él miente... él miente...
—¡Potter, vuelve aquí!  —gritó Quirrell—. ¡Dime la verdad! ¿Qué es lo que has
visto?
La voz aguda se oyó otra vez.
—Déjame hablar con él... cara a cara...
—¡Maestro, no está lo bastante fuerte todavía!
—Tengo fuerza suficiente... para esto.
Harry sintió como si el Lazo del Diablo lo hubiera clavado en el suelo. No podía
mover ni un músculo. Petrificado, observó a Quirrell, que empezaba a desenvolver su
turbante. ¿Qué iba a suceder? El turbante cayó. La cabeza de Quirrell parecía
extrañamente pequeña sin él. Entonces, Quirrellse dio la vuelta lentamente.
Harry hubiera querido gritar, pero no podía dejar salir ningún sonido. Donde
tendría que haber estado la nuca de Quirrell, había un rostro, la cara más terrible que
Harry hubiera visto en su vida. Era de color blanco tiza, conbrillantes ojos rojos y
ranuras en vez de fosas nasales, como las serpientes.
—Harry Potter... —susurró.
Harry trató de retroceder, pero sus piernas no le respondían.
—¿Ves en lo que me he convertido?  —dijo la cara—. No más que en sombra y
quimera...  Tengo forma sólo cuando puedo compartir el cuerpo de otro... Pero siempre
ha habido seres deseosos de dejarme entrar en sus corazones y en sus mentes... La
sangre de unicornio me ha dado fuerza en estas semanas pasadas... tú viste al leal
Quirrell bebiéndola para mí en el bosque... y una vez que tenga el Elixir de la Vida seré
capaz de crear un cuerpo para mí... Ahora... ¿por qué no me entregas la Piedra que
tienes en el bolsillo?
Entonces él lo sabía. La idea hizo que de pronto las piernas de Harry se
tambalearan.
—No seas tonto —se burló el rostro—. Mejor que salves tu propia vida y te unas a
mí... o tendrás el mismo final que tus padres... Murieron pidiéndome misericordia...
—¡MENTIRA! —gritó de pronto Harry.
Quirrell andaba hacia atrás, para que Voldemort pudiera mirarlo. La cara maligna
sonreía.
—Qué conmovedor  —dijo—. Siempre consideré la valentía... Sí, muchacho, tus
padres eran valientes... Maté primero a tu padre y luchó con valor... Pero tu madre no
tenía que morir... ella trataba de protegerte... Ahora, dame esa Piedra, a menos que
quieras que tu madre haya muerto en vano.
—¡NUNCA!
Harry se movió hacia la puerta en llamas, pero Voldemort gritó: ¡ATRÁPALO! y,
al momento siguiente, Harry sintió la mano de Quirrell sujetando su muñeca. De
inmediato, un dolor agudo atravesó su cicatriz y sintió como si la cabeza fuera a
partírsele en dos. Gritó, luchando con todas sus fuerzas y, para su sorpresa, Quirrell lo
soltó. El dolor en la cabeza amainó...
Miró alrededor para ver dónde estaba Quirrell y lo vio doblado de dolor, mirándose
los dedos, que se ampollaban ante sus ojos.
—¡ATRÁPALO! ¡Atrápalo!  —rugía otra vez Voldemort, y Quirrell arremetió
contra Harry, haciéndolo caer al suelo y apretándole el cuello con las dos manos... La
cicatriz de Harry casi lo enceguecía de dolor y, sin embargo, pudo ver a Quirrell
chillando desesperado.
—Maestro, no puedo sujetarlo... ¡Mis manos... mis manos! Y Quirrell, aunque
mantenía sujeto a Harry aplastándolo con las rodillas, le soltó el cuello y contempló,
aterrorizado, sus manos. Harry vio que estaban quemadas, en carne viva, con ampollas
rojas y brillantes.
—¡Entonces mátalo, idiota, y termina de una vez! —exclamó Voldemort.
Quirrell levantó la mano para lanzar un maleficio mortal, pero Harry,
instintivamente,se incorporó y se aferró a la cara de Quirrell.
—¡AAAAAAH!
Quirrell se apartó, con el rostro también quemado, y entonces Harry se dio cuenta:
Quirrell no podía tocar su piel sin sufrir un dolor terrible. Su única oportunidad era
sujetar a Quirrell, que sintiera tanto dolor como para impedir que hiciera el maleficio...
Harry se puso de pie de un salto, cogió a Quirrell de un brazo y lo apretó con
fuerza. Quirrell gritó y trató de empujar a Harry. El dolor de cabeza de éste aumentaba y
el muchacho no podía ver, solamente podía oír los terribles gemidos de Quirrell y los
aullidos de Voldemort: ¡MÁTALO! ¡MÁTALO!, y otras voces, tal vez sólo en su
cabeza, gritando: «¡Harry! ¡Harry!».
Sintió que el brazo de Quirrell se iba soltando, supo que estaba perdido,  sintió que
todo se oscurecía y que caía... caía... caía...
Algo dorado brillaba justo encima de él. ¡La  snitch! Trató de atraparla, pero sus brazos
eran muy pesados.
Pestañeé. No era la snitch. Eran un par de gafas. Qué raro.
Pestañeó otra vez. El rostrosonriente de Albus Dumbledore se agitaba ante él.
—Buenas tardes, Harry —dijo Dumbledore.
Harry lo miró asombrado. Entonces recordó.
—¡Señor! ¡La Piedra! ¡Era Quirrell! ¡Él tiene la Piedra! Señor, rápido...
—Cálmate, qúerido muchacho, estás un poco atrasado  —dijo Dumbledore—.
Quirrell no tiene la Piedra.
—¿Entonces quién la tiene? Señor, yo...
—Harry, por favor, cálmate, o la señora Pomfrey me echará de aquí.
Harry tragó y miró alrededor. Se dio cuenta de que debía de estar en la enfermería.
Estaba acostado en una cama, con sábanas blancas de hilo, y cerca había una mesa, con
una enorme cantidad de paquetes, que parecían la mitad de la tienda de golosinas
—Regalos de tus amigos y admiradores  —dijo Dumbledore, radiante—. Lo que
sucedió en las mazmorras entre tú y el profesor Quirrell es completamente secreto, así
que, naturalmente, todo el colegio lo sabe. Creo que tus amigos, los señores Fred y
George Weasley, son responsables de tratar de enviarte un inodoro. No dudo que
pensaron que eso te divertiría.  Sin embargo, la señora Pomfrey consideró que no era
muy higiénico y lo confiscó.
—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?
—Tres días. El señor Ronald Weasley y la señorita Granger estarán muy aliviados
al saber que has recuperado el conocimiento. Han estado sumamente preocupados.
—Pero señor, la Piedra...
—Veo que no quieres que te distraiga. Muy bien, la Piedra. El profesor Quirrell no
te la pudo quitar. Yo llegué a tiempo para evitarlo, aunque debo decir que lo estabas
haciendo muy bien.
—¿Usted llegó? ¿Recibió la lechuza que envió Hermione?
—Nos debimos cruzar en el aire. En cuanto llegué a Londres, me di cuenta de que
el lugar en donde debía estar era el que había dejado. Llegué justo a tiempo para quitarte
a Quirrell de encima...
—Fue usted.
—Tuve miedo de haber llegado demasiado tarde.
—Casi fue así, no habría podido aguantar mucho más sin que me quitara la
Piedra...
—No por la Piedra, muchacho, por ti... El esfuerzo casi te mata. Durante un terrible
momento tuve miedo de que fuera así. En lo que se refiere a la Piedra, fue destruida.
—¿Destruida? —dijo Harry sin entender—. Pero su amigo... Nicolás Flamel...
—¡Oh, sabes lo de Nicolás!  —dijo contento Dumbledore—. Hiciste bien los
deberes, ¿no es cierto? Bien, Nicolás y yo tuvimos una pequeña charla y  estuvimos de
acuerdo en que era lo mejor.
—Pero eso significa que él y su mujer van a morir, ¿no?
—Tienen suficiente Elixir guardado para poner sus asuntos en orden y luego, sí,
van a morir.
Dumbledore sonrió ante la expresión de desconcierto que se veía  en el rostro de
Harry.
—Para alguien tan joven como tú, estoy seguro de que parecerá increíble, pero para
Nicolás y Perenela será realmente como irse a la cama, después de un día muy, muy
largo. Después de todo, para una mente bien organizada, la muerte  no es más que la
siguiente gran aventura. Sabes, la Piedra no era realmente algo tan maravilloso. ¡Todo el
dinero y la vida que uno pueda desear! Las dos cosas que la mayor parte de los seres
humanos elegirían... El problema es que los humanos tienen el don de elegir
precisamente las cosas que son peores para ellos.
Harry yacía allí, sin saber qué decir. Dumbledore canturreó durante un minuto y
después sonrió hacia el techo.
—¿Señor?  —dijo Harry—. Estuve pensando... Señor, aunque la Piedra ya no esté,
Vol... quiero decir Quién-usted-sabe...
—Llámalo Voldemort, Harry. Utiliza siempre el nombre correcto de las cosas. El
miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra.
—Sí, señor. Bien, Voldemort intentará volver de nuevo, ¿no? Quiero decir... No  se
ha ido, ¿verdad?
—No, Harry, no se ha ido. Está por ahí, en algún lugar, tal vez buscando otro
cuerpo para compartir... Como no está realmente vivo, no se le puede matar. Él dejó
morir a Quirrell, muestra tan poca misericordia con sus seguidores como  con sus
enemigos. De todos modos, Harry, tú tal vez has retrasado su regreso al poder. La
próxima vez hará falta algún otro preparado para luchar y, si lo detienen otra vez y otra
vez, bueno, puede ser que nunca vuelva al poder.
Harry asintió, pero se detuvo rápidamente, porque eso hacía que le doliera más la
cabeza. Luego dijo:
—Señor, hay algunas cosas más que me gustaría saber, si me las puede decir...
cosas sobre las que quiero saber la verdad...
—La verdad  —Dumbledore suspiró—. Es una cosa terrible y  hermosa, y por lo
tanto debe ser tratada con gran cuidado. Sin embargo, contestaré tus preguntas a menos
que tenga una muy buena razón para no hacerlo. Y en ese caso te pido que me perdones.
Por supuesto, no voy a mentirte.
—Bien... Voldemort dijo que sólo mató a mi madre porque ella trató de evitar que
me matara. Pero ¿por qué iba a querer matarme a mí en primer lugar?
Aquella vez, Dumbledore suspiró profundamente.
—Vaya, la primera cosa que me preguntas y no puedo contestarte. No hoy. No
ahora. Lo sabrás, un día... Quítatelo de la cabeza por ahora, Harry. Cuando seas mayor...
ya sé que eso es odioso... bueno, cuando estés listo, lo sabrás.
Y Harry supo que no sería bueno discutir.
—¿Y por qué Quirrell no podía tocarme?
—Tu madre murió para salvarte. Si  hay algo que Voldemort no puede entender es
el amor. No se dio cuenta de que un amor tan poderoso como el de tu madre hacia ti
deja marcas poderosas. No una cicatriz, no un signo visible... Haber sido amado tan
profundamente, aunque esa persona que nos  amó no esté, nos deja para siempre una
protección. Eso está en tu piel. Quirrell, lleno de odio, codicia y ambición,
compartiendo su alma con Voldemort, no podía tocarte por esa razón. Era una agonía el
tocar a una persona marcada por algo tan bueno.
Entonces Dumbledore se mostró muy interesado en un pájaro que estaba cerca de
la cortina, lo que le dio tiempo a Harry para secarse los ojos con la sábana. Cuando
pudo hablar de nuevo, Harry dijo:
—¿Y la capa invisible... sabe quién me la mandó?
—Ah... Resultaque tu padre me la había dejado y pensé que te gustaría tenerla.
—Los ojos de Dumbledore brillaron—. Cosas útiles... Tu padre la utilizaba sobre todo
para robar comida en la cocina, cuando estaba aquí.
—Y hay algo más...
—Dispara.
—Quirrell dijo que Snape...
—El profesor Snape, Harry
—Sí, él... Quirrell dijo que me odia, porque odiaba a mi padre. ¿Es verdad?
—Bueno, ellos se detestaban uno al otro. Como tú y el señor Malfoy. Y entonces,
tu padre hizo algo que Snape nunca pudo perdonarle.
—¿Qué?
—Le salvó la vida.
—¿Qué?
—Sí...  —dijo Dumbledore, con aire soñador—. Es curiosa la forma en que
funciona la mente de la gente, ¿no es cierto? El profesor Snape no podía soportar estar
en deuda con tu padre... Creo que se esforzó tanto para protegerte este añoporque sentía
que así estaría en paz con él. Así podría seguir odiando la memoria de tu padre, en paz...
Harry trató de entenderlo, pero le hacía doler la cabeza, así que lo dejó.
—Y señor, hay una cosa más...
—¿Sólo una?
—¿Cómo pude hacer que la Piedra saliera del espejo?
—Ah, bueno, me alegro de que me preguntes eso. Fue una de mis más brillantes
ideas y, entre tú y yo, eso es decir mucho. Sabes, sólo alguien que quisiera encontrar la
Piedra, encontrarla, pero no utilizarla, sería capaz de conseguirla.  De otra forma, se
verían haciendo oro o bebiendo el Elixir de la Vida. Mi mente me sorprende hasta a mí
mismo... Bueno, suficientes preguntas. Te sugiero que comiences a comer esas
golosinas. Ah, las grageas de todos los sabores. En mi juventud tuve la mala suerte de
encontrar una con gusto a vómito y, desde entonces, me temo que dejaron de gustarme.
Pero creo que no tendré problema con esta bonita gragea, ¿no te parece?
Sonrió y se metió en la boca una gragea de color dorado. Luego se atragantó y dijo:
—¡Ay de mí! ¡Cera del oído!
La señora Pomfrey era una mujer buena, pero muy estricta.
—Sólo cinco minutos —suplicó Harry
—Ni hablar.
—Usted dejó entrar al profesor Dumbledore...
—Bueno, por supuesto, es el director, es muy diferente. Necesitas descansar.
—Estoy descansando, mire, acostado y todo lo demás. Oh, vamos, señora
Pomfrey..
—Oh, está bien —dijo—. Pero sólo cinco minutos.
Y dejó entrar a Ron y Hermione.
—¡Harry!
Hermione parecía lista para lanzarse en sus brazos, pero Harry se alegró de que se
contuviera, porque le dolía la cabeza.
—Oh, Harry; estábamos seguros de que te... Dumbledore estaba tan preocupado...
—Todo el colegio habla de ello —dijo Ron—. ¿Qué es lo que realmente pasó?
Fue una de esas raras ocasiones en que la verdadera historia era aúnmás extraña y
apasionante que los más extraños rumores. Harry les contó todo: Quirrell, el espejo, la
Piedra y Voldemort. Ron y Hermione eran muy buen público, jadeaban en los
momentos apropiados y, cuando Harry les dijo lo que había debajo del turbante  de
Quirrell, Hermione gritó muy fuerte.
—¿Entonces la Piedra no existe? —dijo por ultimo Ron—. ¿Flamel morirá?
—Eso es lo que yo dije, pero Dumbledore piensa que... ¿cómo era? Ah, sí: «Para
las mentes bien organizadas, la muerte es la siguiente gran aventura».
—Siempre dije que era un chiflado  —dijo Ron, muy impresionado por lo loco que
estaba su héroe.
—¿Y qué os pasó a vosotros dos? —preguntó Harry.
—Bueno, yo volví  —dijo Hermione—, desperté a Ron (tardé un rato largo) y,
cuando íbamos a la lechucería para comunicarnos con Dumbledore, lo encontramos en
el vestíbulo de entrada, y él ya lo sabía, porque nos dijo: «Harry se fue a buscarlo,
¿no?», y subió al tercer piso.
—¿Crees que él quería que lo hicieras?  —dijo Ron—. ¿Enviándote la capa de tu
padre y todo eso?
—Bueno  —estalló Hermione—. Si lo hizo... eso es terrible... te podían haber
matado.
—No, no fue así  —dijo Harry con aire pensativo—. Dumbledore es un hombre
muy especial. Yo creo que quería darme una oportunidad. Creo que él sabe, más o
menos, todo lo que sucede aquí. Acepto que debía de saber lo que íbamos a intentar y,
en lugar de detenernos, nos enseñó lo suficiente para ayudarnos. No creo que fuera por
accidente que me dejó encontrar el espejo y ver cómo funcionaba. Es casi como si él
pensara que yo tenía derecho a enfrentarme a Voldemort, si podía...
—Bueno, sí, está bien  —dijo Ron—. Escucha, debes estar levantado para mañana,
es la fiesta de fin de curso. Ya están todos los puntos y Slytherin ganó, por supuesto. Te
perdiste el último partido de quidditch. Sin ti, nos ganó Ravenclaw, pero la comida será
buena.
En aquel momento, entró la señora Pomfrey
—Ya habéis estado quince minutos, ahora FUERA—dijo con severidad.
Después de una buena noche de sueño, Harry se sintió casi bien.
—Quiero ira la fiesta  —dijo a la señora Pomfrey, mientras ella le ordenaba todas
las cajas de golosinas—. Podré ir, ¿verdad?
—El profesor Dumbledore dice que tienes permiso para ir —dijo con desdén, como
si considerara que el profesor Dumbledore no se daba cuenta  de lo peligrosas que eran
las fiestas—. Y tienes otra visita.
—Oh, bien —dijo Harry—. ¿Quién es?
Mientras hablaba, entró Hagrid. Como siempre que estaba dentro de un lugar,
Hagrid parecía demasiado grande. Se sentó cerca de Harry, lo miró y se puso a llorar.
—¡Todo... fue... por mi maldita culpa!  —gimió, con la cara entre las manos—. Yo
le dije al malvado cómo pasar ante  Fluffy. ¡Se lo dije! ¡Podías haber muerto! ¡Todo por
un huevo de dragón! ¡Nunca volveré a beber! ¡Deberían echarme y obligarme a vivir
como un muggle!
—¡Hagrid!  —dijo Harry, impresionado al ver la pena y el remordimiento de
Hagrid, y las lágrimas que mojaban su barba—. Hagrid, lo habría descubierto igual,
estamos hablando de Voldemort, lo habría sabido igual aunque no le dijeras nada.
—¡Podrías haber muerto! —sollozó Hagrid—. ¡Y no digas ese nombre!
—¡VOLDEMORT!  —gritó Harry, y Hagrid se impresionó tanto que dejó de
llorar—. Me encontré con él y lo llamo por su nombre. Por favor, alégrate, Hagrid,
salvamos la Piedra, ya no está, no la podrá usar. Toma una rana de chocolate, tengo
muchísimas...
Hagrid se secó la nariz con el dorso de la mano y dijo:
—Eso me hace recordar... Te he traído un regalo.
—No será un bocadillo de comadreja, ¿verdad?  —dijo preocupado Harry, y
finalmente Hagrid se rió.
—No. Dumbledore me dio libre el día de ayer para hacerlo. Por supuesto tendría
que haberme echado... Bueno, aquí tienes...
Parecía un libro con una hermosa cubierta de cuero. Harry lo abrió con curiosidad...
Estaba lleno de fotos mágicas. Sonriéndole  y saludándolo desde cada página, estaban su
madre y su padre...
—Envié lechuzas a todos los compañeros de colegio de tus padres, pidiéndoles
fotos... Sabía que tú no tenías... ¿Te gusta?
Harry no podía hablar, pero Hagrid entendió.
•  •  •
Harry bajó  solo a la fiesta de fin de curso de aquella noche. Lo había ayudado a
levantarse la señora Pomfrey, insistiendo en examinarlo una vez más, así que, cuando
llegó, el Gran Comedor ya estaba lleno. Estaba decorado con los colores de Slytherin,
verde y plata, para celebrar el triunfo de aquella casa al ganar la copa durante siete años
seguidos. Un gran estandarte, que cubría la pared detrás de la Mesa Alta, mostraba la
serpiente de Slytherin.
Cuando Harry entró se produjo un súbito murmullo y todos comenzaron a hablar al
mismo tiempo. Se deslizó en una silla, entre Ron y Hermione, en la mesa de Gryffindor,
y trató de hacer caso omiso del hecho de que todos se ponían de pie para mirarlo.
Por suerte, Dumbledore llegó unos momentos después. Las conversaciones
cesaron.
—¡Otro año se va!  —dijo alegremente Dumbledore—. Y voy a fastidiaros con la
charla de un viejo, antes de que podáis empezar con los deliciosos manjares. ¡Qué año
hemos tenido! Esperamos que vuestras cabezas estén un poquito más llenas que cuando
llegasteis... Ahora tenéis todo el verano para dejarlas bonitas y vacías antes de que
comience el próximo año... Bien, tengo entendido que hay que entregar la copa de la
casa y los puntos ganados son: en cuarto lugar, Gryffindor, con trescientos doce puntos;
en tercer lugar, Hufflepuff, con trescientos cincuenta y dos; Ravenclaw tiene
cuatrocientos veintiséis, y Slytherin, cuatrocientos setenta y dos.
Una tormenta de vivas y aplausos estalló en la mesa de Slytherin. Harry pudo ver a
Draco Malfoy golpeando lamesa con su copa. Era una visión repugnante.
—Sí, sí, bien hecho, Slytherin  —dijo Dumbledore—. Sin embargo, los
acontecimientos recientes deben ser tenidos en cuenta.
Todos se quedaron inmóviles. Las sonrisas de los Slytherin se apagaron un poco.
—Así que —dijo Dumbledore—tengo algunos puntos de última hora para agregar.
Dejadme ver. Sí... Primero, para el señor Ronald Weasley...
Ron se puso tan colorado que parecía un rábano con insolación.
—... por ser el mejor jugador de ajedrez que Hogwarts haya visto en muchos años,
premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.
Las hurras de Gryffindor llegaron hasta el techo encantado, y las estrellas
parecieron estremecerse. Se oyó que Percy le decía a los otros prefectos: «Es mi
hermano, ¿sabéis? ¡Mi hermanomenor! ¡Consiguió pasar en el juego de ajedrez gigante
de McGonagall!».
Por fin se hizo el silencio otra vez.
—Segundo... a la señorita Hermione Granger... por el uso de la fría lógica al
enfrentarse con el fuego, premio a la casa Gryffindor con cincuentapuntos.
Hermione enterró la cara entre los brazos. Harry tuvo la casi seguridad de que
estaba llorando. Los cambios en la tabla de puntuaciones pasaban ante ellos: Gryffindor
estaba cien puntos más arriba.
—Tercero... al señor Harry Potter...  —continuó  Dumbledore. La sala estaba
mortalmente silenciosa—... por todo su temple y sobresaliente valor, premio a la casa
Gryffindor con sesenta puntos.
El estrépito fue total. Los que pudieron sumar, además de gritar y aplaudir, se
dieron cuenta de que Gryffindor  tenía los mismos puntos que Slytherin, cuatrocientos
setenta y dos. Si Dumbledore le hubiera dado un punto más a Harry... Pero así no
llegaban a ganar.
Dumbledore levantó el brazo. La sala fue recuperando la calma.
—Hay muchos tipos de valentía —dijo sonriendo Dumbledore—. Hay que tener un
gran coraje para oponerse a nuestros enemigos, pero hace falta el mismo valor para
hacerlo con los amigos. Por lo tanto, premio con diez puntos al señor Neville
Longbottom.
Alguien que hubiera estado en la puerta del Gran Comedor habría creído que se
había producido una explosión, tan fuertes eran los gritos que salieron de la mesa de
Gryffindor. Harry, Ron y Hermione se pusieron de pie y vitorearon a Neville, que,
blanco de la impresión, desapareció bajo la gente que  lo abrazaba. Nunca había ganado
más de un punto para Gryffindor. Harry, sin dejar de vitorear, dio un codazo a Ron y
señaló a Malfoy, que no podía haber estado más atónito y horrorizado si le hubieran
echado el maleficio de la Inmovilidad Total.
—Lo que  significa  —gritó Dumbledore sobre la salva de aplausos, porque
Ravenclaw y Hufflepuff estaban celebrando la derrota de Slytherin—, que hay que
hacer un cambio en la decoración.
Dio una palmada. En un instante, los adornos verdes se volvieron escarlata; losde
plata, dorados, y la gran serpiente se desvaneció para dar paso al león de Gryffindor.
Snape estrechaba la mano de la profesora McGonagall, con una horrible sonrisa forzada
en su cara. Captó la mirada de Harry y el muchacho supo de inmediato que los
sentimientos de Snape hacia él no habían cambiado en absoluto. Aquello no lo
preocupaba. Parecía que la vida iba a volver a la normalidad en el año próximo, o a la
normalidad típica de Hogwarts.
Aquélla fue la mejor noche de la vida de Harry, mejor que ganar un partido de
quidditch, o que la Navidad, o que hacer que se desmayara el monstruo gigante...
Nunca, jamás, olvidaría aquella noche.
Harry casi no recordaba ya que tenían que recibir los resultados de los exámenes, pero
éstos llegaron. Para su gransorpresa, tanto él como Ron pasaron con buenas notas.
Hermione, por supuesto, fue la mejor del año. Hasta Neville pasó a duras penas, pues
sus buenas notas en Herbología compensaron los desastres en Pociones. Ellos confiaban
en que suspendieran a Goyle, que era casi tan estúpido como malo, pero él también
aprobó. Era una lástima, pero como dijo Ron, no se puede tener todo en la vida.
Y de pronto, sus armarios se vaciaron, sus equipajes estuvieron listos, el sapo de
Neville apareció en un rincón del cuarto de baño... Todos los alumnos recibieron notas
en las que los prevenían para que no utilizaran la magia durante las vacaciones
(«Siempre espero que se olviden de darnos esas notas», dijo con tristeza Fred Weasley).
Hagrid estaba allí para llevarlos en  los botes que cruzaban el lago. Subieron al expreso
de Hogwarts, charlando y riendo, mientras el paisaje campestre se volvía más verde y
menos agreste. Comieron las grageas de todos los sabores, pasaron a toda velocidad por
las ciudades de los  muggles,  se quitaron la ropa de magos y se pusieron camisas y
abrigos... Y bajaron en el andén nueve y tres cuartos de la estación King Cross.
Tardaron un poco en salir del andén. Un viejo y enjuto guarda estaba al otro lado
de la taquilla, dejándolos pasar de dosen dos o de tres en tres, para que no llamaran la
atención saliendo de golpe de una pared sólida, pues alarmarían a los muggles.
—Tenéis que venir y pasar el verano conmigo  —dijo Ron—, los dos. Os enviaré
una lechuza.
—Gracias —dijo Harry—. Voy a necesitar alguna perspectiva agradable.
La gente los empujaba mientras se movían hacia la estación, volviendo al mundo
muggle. Algunos le decían.
—¡Adiós, Harry!
—¡Nos vemos, Potter!
—Sigues siendo famoso —dijo Ron, con sonrisa burlona.
—No allí adonde voy, eso te lo aseguro —respondió Harry.
Él, Ron y Hermione pasaron juntos a la estación.
—¡Allí está él, mamá, allí está, míralo!
Era Ginny Weasley, la hermanita de Ron, pero no señalaba a su hermano.
—¡Harry Potter! —chilló—. ¡Mira, mamá! Puedo ver...
—Tranquila, Ginny. Es de mala educación señalar con el dedo.
La señora Weasley les sonrió.
—¿Un año movido? —les preguntó.
—Mucho —dijo Harry—. Muchas gracias por el jersey y el pastel, señora Weasley
—Oh, no fue nada.
—¿Ya estás listo?
Era tío Vernon, todavía con  el rostro púrpura, todavía con bigotes y todavía con
aire furioso ante la audacia de Harry, llevando una lechuza en una jaula, en una estación
llena de gente común. Detrás, estaban tía Petunia y Dudley, con aire aterrorizado ante la
sola presencia de Harry
—¡Usted debe de ser de la familia de Harry! —dijo la señora Weasley
—Por decirlo así  —dijo tío Vernon—. Date prisa, muchacho, no tenemos todo el
día. —Dio la vuelta para ir hacia la puerta.
Harry esperó para despedirse de Ron y Hermione.
—Nos veremos durante el verano, entonces.
—Espero que... que tengas unas buenas vacaciones  —dijo Hermione, mirando
insegura a tío Vernon, impresionada de que alguien pudiera ser tan desagradable.
—Oh, lo serán  —dijo Harry, y sus amigos vieron, con sorpresa, la sonrisa  burlona
que se extendía por su cara—. Ellos no saben que no nos permiten utilizar magia en
casa. Voy a divertirme mucho este verano con Dudley..

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