lunes, 30 de junio de 2014

Harry Potter y la Piedra Filosofal Cap. 13-15

13

Nicolás Flamel

Dumbledore había convencido a Harry de que no buscara otra vez el espejo de Oesed, y
durante el resto de las vacaciones de Navidad la capa invisible permaneció doblada en el
fondo de su baúl. Harry deseaba poder olvidar lo que había visto en el espejo, pero no
pudo. Comenzó a tener pesadillas. Una y otra vez, soñaba que sus padres desaparecían
en un rayo de luz verde, mientras una voz aguda se reía.
—¿Te das cuenta? Dumbledore tenía razón. Ese espejo te puede  volver loco —dijo
Ron, cuando Harry le contó sus sueños.
Hermione, que volvió el día anterior al comienzo de las clases, consideró las cosas
de otra manera. Estaba dividida entre el horror de la idea de Harry vagando por el
colegio tres noches seguidas («¡Si Filch te hubiera atrapado!») y desilusionada porque
finalmente no hubieran descubierto quién era Nicolás Flamel.
Ya casi habían abandonado la esperanza de descubrir a Flamel en un libro de la
biblioteca, aunque Harry estaba seguro de haber leído el nombre en algún lado. Cuando
empezaron las clases, volvieron a buscar en los libros durante diez minutos durante los
recreos. Harry tenía menos tiempo que ellos, porque los entrenamientos de  quidditch
habían comenzado también.
Wood los hacia trabajar más duramente que nunca. Ni siquiera la lluvia constante
que había reemplazado a la nieve podía doblegar su ánimo. Los Weasley se quejaban de
que Wood se había convertido en un fanático, pero Harry estaba de acuerdo con Wood.
Si ganaban el próximo partido contra Hufflepuff, podrían alcanzar a Slytherin en el
campeonato de las casas, por primera vez en siete años. Además de que deseaba ganar;
Harry descubrió que tenía menos pesadillas cuando estaba cansado por el ejercicio.
Entonces, durante un entrenamiento  en un día especialmente húmedo y lleno de
barro, Wood les dio una mala noticia. Se había enfadado mucho con los Weasley, que se
tiraban en picado y fingían caerse de las escobas.
—¡Dejad de hacer tonterías!  —gritó—. ¡Ésas son exactamente las cosas que nos
harán perder el partido! ¡Esta vez el árbitro será Snape, y buscará cualquier excusa para
quitar puntos a Gryffindor!
George Weasley, al oír esas palabras, casi se cayó de verdad de su escoba.
—¿Snape va a ser el árbitro?  —Escupió un puñado de barro—.  ¿Cuándo ha sido
árbitro en un partido de  quidditch? No será imparcial, si nosotros podemos sobrepasar a
Slytherin.
El resto del equipo se acercó a George para quejarse.
—No es culpa mía  —dijo Wood—. Lo que tenemos que hacer es estar seguros de
jugar limpio, así no le daremos excusa a Snape para marcarnos faltas.
Todo aquello estaba muy bien, pensó Harry; pero él tenía otra razón para no querer
estar cerca de Snape mientras jugaba a quidditch.
Los demás jugadores se quedaron, como siempre, para charlar entre ellos al
finalizar el entrenamiento, pero Harry se dirigió directamente a la sala común de
Gryffindor; donde encontró a Ron y Hermione jugando al ajedrez. El ajedrez era la
única cosa a la que Hermione había perdido, algo que Harry y Ron consideraban muy
beneficioso para ella.
—No me hables durante un momento —dijo Ron, cuando Harry se sentó al lado—.
Necesito concen... —vio el rostro de Harry—. ¿Qué te sucede? Tienes una cara terrible.
En tono bajo, para que nadie más los oyera, Harry les explicó el  súbito y siniestro
deseo de Snape de ser árbitro de quidditch.
—No juegues —dijo de inmediato Hermione.
—Diles que estás enfermo —añadió Ron.
—Finge que se te ha roto una pierna —sugirió Hermione.
—Rómpete una pierna de verdad —dijo Ron.
—No puedo —dijo Harry—. No hay un buscador suplente. Si no juego, Gryffindor
tampoco puede jugar.
En aquel momento Neville cayó en la sala común. Nadie se explicó cómo se las
había arreglado para pasar por el agujero del retrato, porque sus piernas estaban pegadas
juntas,  con lo que reconocieron de inmediato el Maleficio de las Piernas Unidas. Había
tenido que ir saltando todo el camino hasta la torre Gryffindor.
Todos empezaron a reírse, salvo Hermione, que se puso de pie e hizo el
contramaleficio. Las piernas de Neville sesepararon y pudo ponerse de pie, temblando.
—¿Qué ha sucedido?  —preguntó Hermione, ayudándolo a sentarse junto a Harry y
Ron.
—Malfoy  —respondió Neville temblando—. Lo encontré fuera de la biblioteca.
Dijo que estaba buscando a alguien para practicarlo.
—¡Ve a hablar con la profesora McGonagall! —lo instó Hermione—. ¡Acúsalo!
Neville negó con la cabeza.
—No quiero tener más problemas —murmuró.
—¡Tienes que hacerle frente, Neville!  —dijo Ron—. Está acostumbrado a llevarse
a todo el mundo por delante, pero  ésa no es una razón para echarse al suelo a su paso y
hacerle las cosas más fáciles.
—No es necesario que me digas que no soy lo bastante valiente para pertenecer a
Gryffindor; eso ya me lo dice Malfoy —dijo Neville, atragantándose.
Harry buscó en los bolsillos de su túnica y sacó una rana de chocolate, la última de
la caja que Hermione le había regalado para Navidad. Se la dio a Neville, que parecía
estar a punto de llorar.
—Tu vales por doce Malfoys  —dijo Harry—. ¿Acaso no te eligió para Gryffindor
el Sombrero Seleccionador? ¿Y dónde está Malfoy? En la apestosa Slytherin.
Neville dejó escapar una débil sonrisa, mientras desenvolvía el chocolate.
—Gracias, Harry.. Creo que me voy a la cama... ¿Quieres el cromo? Tú los
coleccionas, ¿no?
Mientras Neville se alejaba, Harry miró el cromo de los Magos Famosos.
—Dumbledore otra vez —dijo—Él fue el primero que...
Bufó. Miró fijamente la parte de atrás de la tarjeta. Luego levantó la vista hacia
Ron y Hermione.
—¡Lo encontré!  —susurró—. ¡Encontré a Flamel! Os  dije que había leído ese
nombre antes. Lo leí en el tren, viniendo hacia aquí. Escuchad lo que dice:  «El profesor
Dumbledore es particularmente famoso por derrotar al mago tenebroso Grindelwald,
en 1945, por el descubrimiento de las doce aplicaciones de  la sangre de dragón ¡y por
su trabajo en alquimia con su compañero Nicolás Flamel!».
Hermione dio un salto. No estaba tan excitada desde que le dieron la nota de su
primer trabajo.
—¡Esperad aquí!  —dijo, y se lanzó por la escalera hacia el dormitorio de las
chicas. Harry y Ron casi no tuvieron tiempo de intercambiar una mirada de asombro y
ya estaba allí de nuevo, con un enorme libro entre los brazos.
—¡Nunca pensé en buscar aquí!  —susurró excitada—. Lo saqué de la biblioteca
hace semanas, para tener algo ligero para leer.
—¿Ligero?  —dijo Ron, pero Hermione le dijo que esperara, que tenía que buscar
algo y comenzó a dar la vuelta a las páginas, enloquecida, murmurando para sí misma.
Al fin encontró lo que buscaba.
—¡Lo sabía! ¡Lo sabía!
—¿Podemos hablar ahora?  —dijo Ron con malhumor. Hermione hizo caso omiso
de él.
—Nicolás Flamel —susurró con tono teatral—es el único descubridor conocido de
la Piedra Filosofal.
Aquello no tuvo el efecto que ella esperaba.
—¿La qué? —dijeron Harry y Ron.
—¡Oh, no lo entiendo! ¿No sabéis leer? Mirad, leed aquí. Empujó el libro hacia
ellos, y Harry y Ron leyeron:
El antiguo estudio de la alquimia está relacionado con el descubrimiento de la
Piedra Filosofal, una sustancia legendaria que tiene poderes asombrosos. La
piedra  puede transformar cualquier metal en oro puro. También produce el
Elixir de la Vida, que hace inmortal al que lo bebe.
Se ha hablado mucho de la Piedra Filosofal a través de los siglos, pero la
única Piedra que existe actualmente pertenece al señor Nicolás Flamel, el
notable alquimista y amante de la ópera. El señor Flamel, que cumplió
seiscientos sesenta y cinco años el año pasado, lleva una vida tranquila en
Devon con su esposa Perenela (de seiscientos cincuenta y ocho años).
—¿Veis?  —dijo Hermione, cuando Harry y Ron terminaron—. El perro debe de
estar custodiando la Piedra Filosofal de Flamel. Seguro que le pidió a Dumbledore que
se la guardase, porque son amigos y porque debe de saber que alguien la busca. ¡Por eso
quiso que sacaran la Piedra de Gringotts!
—¡Una piedra que convierte en oro y hace que uno nunca muera!  —dijo Harry—.
¡No es raro que Snape la busque! Cualquiera la querría.
—Y no es raro que no pudiéramos encontrar a Flamel en ese  Estudio del reciente
desarrollo de la hechicería  —dijo Ron—. Él no es exactamente reciente si tiene
seiscientos sesenta y cinco años, ¿verdad?
A la mañana siguiente, en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, mientras
copiaban las diferentes formas de tratar las mordeduras de hombre lobo, Harry y Ron
seguían discutiendo qué harían con la Piedra Filosofal si tuvieran una. Hasta que Ron
dijo que él se compraría su propio equipo de quidditch y Harry recordó el partido en que
tendría a Snape de árbitro.
—Jugaré  —informó a Ron y Hermione—. Si no lo hago, todos los Slytherins
pensarán que tengo miedo de enfrentarme con Snape. Les voy a demostrar... les voy a
borrar la sonrisa de la cara si ganamos.
—Siempre y cuando no te borren a ti del terreno de juego —dijo Hermione.
Sin embargo, a medida que se acercaba el día del partido, Harry se ponía más nervioso,
pese a todo lo que le había dicho a sus amigos. El resto del equipo tampoco estaba
demasiado tranquilo. La idea de alcanzar a Slytherin en el torneo de la casa era
maravillosa, nadie lo había conseguido  en siete años, pero ¿podrían hacerlo con aquel
árbitro tan parcial?
Harry no sabía si se lo imaginaba o no, pero veía a Snape por todas partes. Por
momentos, hasta se preguntaba si Snape no lo estaría siguiendo para atraparlo. Las
clases de Pociones se convirtieron en torturas semanales para Harry, por la forma en que
lo trataba Snape. ¿Era posible que Snape supiera que ellos habían averiguado lo de la
Piedra Filosofal? Harry no se imaginaba cómo podía saberlo... aunque algunas veces
tenía la horrible sensación de que Snape podía leer los pensamientos.
Harry supo, cuando le desearon suerte en la puerta de los vestuarios, la tarde siguiente,
que Ron y Hermione se preguntaban si volverían a verlo con vida. Aquello no era lo que
uno llamaría reconfortante. Harry casi no oyó las palabras de Wood, mientras se ponía
la túnica de quidditch y cogía su Nimbus 2.000.
Ron y Hermione, entre tanto, encontraron un sitio en las gradas, cerca de Neville,
que no podía entender por qué estaban tan preocupados, ni por qué llevaban sus varitas
al partido. Lo que Harry no sabía era que Ron y Hermione habían estado practicando en
secreto el Maleficio de las Piernas Unidas. Se les ocurrió la idea cuando Malfoy lo
utilizó con Neville, y estaban listos para utilizarlo con Snape, si daba alguna señal de
querer hacer daño a Harry
—No te olvides, es  locomotor mortis  —murmuró Hermione, mientras Ron
deslizaba su varita en la manga de la túnica.
—Ya lo sé —respondió enfadado—. No me des la lata.
Mientras tanto, en el vestuario, Wood había llevado aparte a Harry
—No quiero presionarte, Potter; pero si alguna vez necesitamos que se capture en
seguida la  snitch, es ahora. Necesitamos terminar el partido antes de que Snape pueda
favorecer demasiado a Hufflepuff.
—¡Todo el colegio está allí fuera!  —dijo Fred Weasley, espiando a través de la
puerta—. Hasta... ¡Vaya, Dumbledore ha venido al partido!
El corazón de Harry dio un brinco.
—¿Dumbledore?  —dijo, corriendo hasta la puerta para asegurarse. Fred tenía
razón. Aquella barba plateadaera inconfundible.
Harry tenía ganas de reírse a carcajadas, del alivio que sentía. Estaba a salvo. No
había forma de que Snape se animara a hacerle algo si Dumbledore estaba mirando.
Tal vez por eso Snape parecía tan enfadado mientras los equipos desfilaban por el
terreno de juego, algo que Ron también notó.
—Nunca vi a Snape con esa cara de malo  —dijo a Hermione—. Mira, ya salen.
¡Eh!
Alguien había golpeado a Ron en la parte de atrás de la cabeza. Era Malfoy.
—Oh, perdón, Weasley, no te había visto.
Malfoy sonrió burlonamente a Crabbe y Goyle.
—Me pregunto cuánto tiempo durará Potter en su escoba esta vez. ¿Alguien quiere
apostar? ¿Qué me dices, Weasley?
Ron no le respondió: Snape acababa de pitar un penalti a favor de Hufflepuff,
porque George Weasley le había tirado una  bludger. Hermione, que tenía los dedos
cruzados sobre la falda, observaba sin cesar a Harry, que circulaba sobre el juego como
un halcón, buscando la snitch.
—¿Sabéis por qué creo que eligen a la gente para la casa de Gryffindor?  —dijo
Malfoy en voz alta unos minutos más tarde, mientras Snape daba otro penalti a
Hufflepuff, sin ningún motivo—. Es gente a la que le tienen lástima. Por ejemplo, está
Potter; que no tiene padres, luego los Weasley, que no tienen dinero... Y tú,
Longbottom,que no tienes cerebro.
Neville se puso rojo y se volvió en su asiento para encararse con Malfoy
—Yo valgo por doce como tú, Malfoy —tartamudeó.
Malfoy, Crabbe y Goyle estallaron en carcajadas, pero Ron, sin quitar los ojos del
partido, intervino.
—Así sehabla, Neville.
—Longbottom, si tu cerebro fuera de oro serías más pobre que Weasley, y con eso
te digo todo.
La preocupación por Harry estaba a punto de acabar con los nervios de Ron.
—Te prevengo, Malfoy... Una palabra más...
—¡Ron! —dijo de pronto Hermione—. ¡Harry...!
—¿Qué? ¿Dónde?
Harry había salido en un espectacular vuelo, que arrancó gritos de asombro y vivas
entre los espectadores. Hermione se puso de pie, con los dedos cruzados en la boca,
mientras Harry se lanzaba velozmente hacia el campo, como una bala.
—Tenéis suerte, Weasley, es evidente que Potter ha visto alguna moneda en el
campo —dijo Malfoy
Ron estalló. Antes de que Malfoy supiera lo que estaba pasando, Ron estaba
encima de él, tirándolo al suelo. Neville vaciló, pero luego se encaramó al respaldo de
su silla para ayudar.
—¡Vamos, Harry!  —gritaba Hermione, subiéndose al asiento para ver bien a
Harry, sin darse cuenta de que Malfoy y Ron rodaban bajo su asiento y sin oír los gritos
y golpes de Neville, Crabbe y Goyle.
En el aire, Snape puso en marcha su escoba justo a tiempo para ver algo escarlata
que pasaba a su lado, y que no chocó con él por sólo unos centímetros. Al momento
siguiente Harry subía con el brazo levantado en gesto de triunfo y la mano apretando la
snitch.
Las tribunas bullían. Aquello era un récord, nadie recordaba que se hubiera
atrapado tan rápido la snitch.
—¡Ron! ¡Ron! ¿Dónde estás? ¡El partido ha terminado! ¡Hemos ganado!
¡Gryffindor es el primero!  —Hermione bailaba en su asiento y se abrazaba con Parvati
Patil, de la fila de delante.
Harry saltó de su escoba, a centímetros del suelo. No podía creerlo. Lo había
conseguido... El partido había terminado y apenas había durado cinco minutos. Mientras
los de Gryffindor se acercaban al terreno de juego, vio que Snape aterrizaba cerca, con
el rostro blanco y los labios tirantes. Entonces Harry sintió una mano en su hombro y, al
darse la vuelta, se encontró con el rostro sonriente de Dumbledore.
—Bien hecho  —dijo Dumbledore en voz baja, para que sólo Harry lo oyera—.
Muy bueno que no buscaras ese espejo... que te mantuvieras ocupado... excelente...
Snape escupió con amargura en el suelo.
Un rato después, Harry salió del vestuario para dejar su Nimbus 2.000 en la escobera.
No recordaba haberse sentido tan contento.  Había hecho algo de lo que podía sentirse
orgulloso. Ya nadie podría decir que era sólo un nombre célebre. El aire del anochecer
nunca había sido tan dulce. Anduvo por la hierba húmeda, reviviendo la última hora en
su mente, en una feliz nebulosa: los Gryffindors corriendo para llevarlo en andas, Ron y
Hermione en la distancia, saltando como locos, Ron vitoreando en medio de una gran
hemorragia nasal...
Harry llegó a la cabaña. Se apoyó contra la puerta de madera y miró hacia
Hogwarts, cuyas ventanas despedían un brillo rojizo en la puesta del sol. Gryffindor a la
cabeza. Él lo había hecho, le había demostrado a Snape...
Y hablando de Snape.
Una figura encapuchada bajó sigilosamente los escalones delanteros del castillo.
Era evidente que no quería ser visto dirigiéndose a toda prisa hacia el bosque prohibido.
La victoria se apagó en la mente de Harry mientras observaba. Reconoció a la figura
que se alejaba. Era Snape, escabulléndose en el bosque, mientras todos estaban en la
cena... ¿Qué sucedía?
Harry saltó sobre su Nimbus 2.000 y se elevó. Deslizándose silenciosamente sobre
el castillo, vio a Snape entrando en el bosque. Lo siguió.
Los árboles eran tan espesos que no podía ver adónde había ido Snape. Voló en
círculos, cada vez más bajos, rozando las copas de los árboles, hasta que oyó voces. Se
deslizó hacia allí y se detuvo sin ruido, sobre un haya.
Con cuidado se detuvo en una rama, sujetando su escoba y tratando de ver a través
de las hojas.
Abajo, en un espacio despejado y sombrío, vio a Snape. Perono estaba solo.
Quirrell también estaba allí. Harry no podía verle la cara, pero tartamudeaba como
nunca. Harry se esforzó por oír lo que decían.
—...  n-no sé  p-por qué querías ver-verme  j-justo  a-aquí, de entre  t-todos los  llugares, Severus...
—Oh, pensé que íbamos a mantener esto en privado  —dijo Snape con voz
gélida—. Después de todo, los alumnos no deben saber nada sobre la Piedra Filosofal.
Harry se inclinó hacia delante. Quirrell tartamudeaba algo y Snape lo interrumpió.
—¿Ya has averiguado cómo burlar a esa bestia de Hagrid?
—P-p-pero Severus, y-yo...
—Tú no querrás que yo sea tu enemigo, Quirrell  —dijo Snape, dando un paso
hacia él.
—Y-yo no s-sé qué...
—Tú sabes perfectamente bien lo que quiero decir.
Una lechuza dejó escapar un grito y Harry casi se cae del árbol. Se enderezó a
tiempo para oír a Snape decir:
—... tu pequeña parte del abracadabra. Estoy esperando.
—P-pero y-yo no...
—Muy bien  —lo interrumpió Snape—. Vamos a tener otra pequeña charla muy
pronto, cuando hayas tenido tiempo de pensar y decidir dónde están tus lealtades.
Se echó la capa sobre la cabeza y se alejó del claro. Ya estaba casi oscuro, pero
Harry pudo ver a Quirrell inmóvil, como si estuviera petrificado.
—¿Harry, dónde estabas? —preguntó Hermione con voz aguda.
—¡Ganamos! ¡Ganamos! ¡Ganamos! —gritaba Ron al tiempo que daba palmadas a
Harry en la espalda—. ¡Y yo le puse un ojo negro a Malfoy y Neville trató de vencer a
Crabbe y Goyle él solo! Todavía está inconsciente, pero la señora Pomfrey dice que se
pondrá bien. Todos te están esperando en la sala común, vamos a celebrar una fiesta,
Fred y George robaron unos pasteles y otras cosas de la cocina...
—Ahora eso no importa —dijo Harry sin aliento—. Vamos a buscar una habitación
vacía, ya veréis cuando oigáis esto...
Se  aseguró de que Peeves no estuviera dentro antes de cerrar la puerta, y entonces
les contó lo que había visto y oído.
—Así que teníamos razón, es la Piedra Filosofal y Snape trata de obligar a Quirrell
a que lo ayude a conseguirla. Le preguntó si sabía cómo  pasar ante  Fluffy  y dijo algo
sobre el «abracadabra» de Quirrell... Eso significa que hay otras cosas custodiando la
Piedra, además de Fluffy, probablemente cantidades de hechizos, y Quirrell puede haber
hecho algunos encantamientos anti-Artes Oscuras que Snape necesita romper...
—¿Quieres decir que la Piedra estará segura mientras Quirrell se oponga a Snape?
—preguntó alarmada Hermione.
—En ese caso no durará mucho —dijo Ron.

14

Norberto, el ridgeback noruego

Sin embargo, Quirrell debía de ser más  valiente de lo que habían pensado. En las
semanas que siguieron se fue poniendo cada vez más delgado y pálido, pero no parecía
que su voluntad hubiera cedido.
Cada vez que pasaban por el pasillo del tercer piso, Harry, Ron y Hermione
apoyaban las orejas  contra la puerta, para ver si  Fluffy  estaba gruñendo, allí dentro.
Snape seguía con su habitual mal carácter, lo que seguramente significaba que la Piedra
estaba a salvo. Cada vez que Harry se cruzaba con Quirrell, le dirigía una sonrisa para
darle ánimo,y Ron les decía a todos que no se rieran del tartamudeo del profesor.
Hermione, sin embargo, tenía en su mente otras cosas, además de la Piedra
Filosofal. Había comenzado a hacer horarios para repasar y a subrayar con diferentes
colores sus apuntes. A Harry y Ron eso no les habría importado, pero los fastidiaba todo
el tiempo para que hicieran lo mismo.
—Hermione, faltan siglos para los exámenes.
—Diez semanas  —replicó Hermione—. Eso no son siglos, es un segundo para
Nicolás Flamel.
—Pero nosotros no tenemos seiscientos años —le recordó Ron—. De todos modos,
¿para qué repasas si ya te lo sabes todo?
—¿Que para qué estoy repasando? ¿Estás loco? ¿Te has dado cuenta de que
tenemos que pasar estos exámenes para entrar en segundo año? Son muy importantes,
tendría que haber empezado a estudiar hace un mes, no sé lo que me pasó...
Pero desgraciadamente, los profesores parecían pensar lo mismo que Hermione.
Les dieron tantos deberes que las vacaciones de Pascua no resultaron tan divertidas
como las de Navidad. Era difícil relajarse con Hermione al lado, recitando los doce usos
de la sangre de dragón o practicando movimientos con la varita. Quejándose y
bostezando, Harry y Ron pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la biblioteca con
ella, tratando de hacertodo el trabajo suplementario.
—Nunca podré acordarme de esto  —estalló Ron una tarde, arrojando la pluma y
mirando por la ventana de la biblioteca con nostalgia. Era realmente el primer día bueno
desde hacía meses. El cielo era claro, y las nomeolvides  azules y el aire anunciaban el
verano.
Harry, que estaba buscando «díctamo» en Mil hierbas mágicas y hongos no levantó
la cabeza hasta que oyó que Ron decía:
—¡Hagrid! ¿Qué estás haciendo en la biblioteca?
Hagrid apareció con aire desmañado, escondiendo algo detrás de la espalda.
Parecía muy fuera de lugar; con su abrigo de piel de topo.
—Estaba mirando  —dijo con una voz evasiva que les llamó la atención—. ¿Y
vosotros qué hacéis?  —De pronto pareció sospechar algo—. No estaréis buscando
todavía a Nicolás Flamel, ¿no?
—Oh, lo encontramos hace siglos  —dijo Ron con aire grandilocuente—. Y
también sabemos lo que custodia el perro, es la Piedra Fi...
—¡¡Shhh!!  —Hagrid miró alrededor para ver si alguien los escuchaba—. No
podéis ir por ahí diciéndolo a gritos. ¿Qué os pasa?
—En realidad, hay unas pocas cosas que queremos preguntarte  —dijo Harry—
sobre qué cosas más custodian la Piedra, además de Fluffy...
—¡SHHHH!  —dijo Hagrid otra vez—. Mirad, venid a verme más tarde, no os
prometo que os vaya a decir algo,  pero no andéis por ahí hablando, los alumnos no
deben saber nada. Van a pensar que yo os lo he contado...
—Te vemos más tarde, entonces —dijo Harry
Hagrid se escabulló.
—¿Qué escondía detrás de la espalda? —dijo Hermione con aire pensativo.
—¿Creéis que tiene que ver con la Piedra?
—Voy a ver en qué sección estaba —dijo Ron, cansado de sus trabajos. Regresó un
minuto más tarde, con muchos libros en los brazos. Los desparramó sobre la mesa.
—¡Dragones!  —susurró—. ¡Hagrid estaba buscando cosas sobre dragones! Mirad
estos dos:  Especies de dragones en Gran Bretaña e Irlanda  y  Del huevo al infierno,
guía para guardianes de dragones...
—Hagrid siempre quiso tener un dragón, me lo dijo el día que lo conocí  —dijo
Harry
—Pero va contra nuestras leyes  —dijo Ron—. Criar dragones fue prohibido por la
Convención de Magos de 1709, todos lo saben. Era difícil que los  muggles  no nos
detectaran si teníamos dragones en nuestros jardines. De todos modos, no se puede
domesticar un dragón, es peligroso. Tendríais que ver las  quemaduras que Charlie se
hizo con esos dragones salvajes de Rumania.
—Pero no hay dragones salvajes en Inglaterra, ¿verdad? —preguntó Harry
—Por supuesto que hay  —respondió Ron—. Verdes en Gales y negros en Escocia.
Al ministro de Magia le ha costado trabajo silenciar ese asunto, te lo aseguro. Los
nuestros tienen que hacerles encantamientos a los  muggles  que los han visto para que
los olviden.
—Entonces ¿en qué está metido Hagrid? —dijo Hermione.
Cuando llamaron a la puerta de la cabaña del guardabosques, una hora más tarde, les
sorprendió ver todas las cortinas cerradas. Hagrid preguntó «¿quién es?» antes de
dejarlos entrar, y luego cerró rápidamente la puerta tras ellos.
En el interior; el calor era sofocante. Pese a que era un día cálido, en la chimenea
ardía un buen fuego. Hagrid les preparó el té y les ofreció bocadillos de comadreja, que
ellos no aceptaron.
—Entonces ¿queríais preguntarme algo?
—Sí  —dijo Harry No tenía sentido dar más vueltas—. Nos preguntábamos si
podías decirnos si hay algo más que custodie a la Piedra Filosofal, además de Fluffy.
Hagrid lo miró con aire adusto.
—Por supuesto que no puedo  —dijo—. En primer lugar; no lo sé. En segundo
lugar, vosotros ya sabéis demasiado, así que tampoco os lo diría si lo supiera. Esa
Piedra está  aquí por un buen motivo. Casi la roban de Gringotts... Aunque eso ya lo
sabíais, ¿no? Me gustaría saber cómo averiguasteis lo de Fluffy.
—Oh, vamos, Hagrid, puedes no querer contarnos, pero debes saberlo, tú sabes
todo lo que sucede por aquí —dijo Hermione,con voz afectuosa y lisonjera. La barba de
Hagrid se agitó y vieron que sonreía. Hermione continuó—: Nos preguntábamos en
quién más podía confiar Dumbledore lo suficiente para pedirle ayuda, además de ti.
Con esas últimas palabras, el pecho de Hagrid seensanchó. Harry y Ron miraron a
Hermione con orgullo.
—Bueno, supongo que no tiene nada de malo deciros esto... Dejadme ver... Yo le
presté a  Fluffy... luego algunos de los profesores hicieron encantamientos... el profesor
Sprout, el profesor Flitwick,  la profesora McGonagall  —contó con los dedos—, el
profesor Quirrell y el mismo Dumbledore, por supuesto. Esperad, me he olvidado de
alguien. Oh, claro, el profesor Snape.
—¿Snape?
—Ajá... No seguiréis con eso todavía, ¿no? Mirad, Snape ayudó a proteger la
Piedra, no quiere robarla.
Harry sabía que Ron y Hermione estaban pensando lo mismo que él. Si Snape
había formado parte de la protección de la Piedra, le resultaría fácil descubrir cómo la
protegían los otros profesores. Es probable que supiera todos  los  encantamientos, salvo
el de Quirrell, y cómo pasar ante Fluffy.
—Tu eres el único que sabe cómo pasar ante  Fluffy, ¿no, Hagrid?  —preguntó
Harry con ansiedad—. Y no se lo dirás a nadie, ¿no es cierto? ¿Ni siquiera a un
profesor?
—Ni un alma lo sabe, salvo Dumbledore y yo —dijo Hagrid con orgullo.
—Bueno, eso es algo  —murmuró Harry a los demás—. Hagrid, ¿podríamos abrir
una ventana? Me estoy asando.
—No puedo, Harry, lo siento  —respondió Hagrid. Harry notó que miraba de reojo
hacia el fuego. Harry tambiénmiró.
—Hagrid... ¿Qué es eso?
Pero ya sabía lo que era. En el centro de la chimenea, debajo de la cazuela, había
un enorme huevo negro.
—Ah —dijo Hagrid, tirándose con nerviosismo de la barba—. Eso... eh...
—¿Dónde lo has conseguido, Hagrid?  —preguntó  Ron, agachándose ante la
chimenea para ver de cerca el huevo—Debe de haberte costado una fortuna.
—Lo gané  —explicó Hagrid—. La otra noche. Estaba en la aldea, tomando unas
copas y me puse a jugar a las cartas con un desconocido. Creo que se alegró mucho  de
librarse de él, si he de ser sincero.
—Pero ¿qué vas a hacer cuando salga del cascarón? —preguntó Hermione.
—Bueno, estuve leyendo un poco  —dijo Hagrid, sacando un gran libro de debajo
de su almohada—. Lo conseguí en la biblioteca:  Crianza de dragones  para placer y
provecho. Está un poco anticuado, por supuesto, pero sale todo. Mantener el huevo en el
fuego, porque las madres respiran fuego sobre ellos y, cuando salen del cascarón,
alimentarlos con brandy mezclado con sangre de pollo, cada media hora. Y  mirad, dice
cómo reconocer los diferentes huevos. El que tengo es un  ridgeback  noruego. Y son
muy raros.
Parecía muy satisfecho de sí mismo, pero Hermione no.
—Hagrid, tú vives en una casa de madera —dijo.
Pero Hagrid no la escuchaba. Canturreaba alegremente mientras alimentaba el
fuego.
Así que ya tenían algo más de qué preocuparse: lo que podía sucederle a Hagrid si
alguien descubría que ocultaba un dragón ilegal en su cabaña.
—Me pregunto cómo será tener una vida tranquila  —suspiró Ron, mientras noche
tras noche luchaban con todo el trabajo extra que les daban los profesores. Hermione
había comenzado ya a hacer horarios de repaso para Harry y Ron. Los estaba volviendo
locos.
Entonces, durante un desayuno,  Hedwig  entregó a Harry otra nota de Hagrid.  Sólo
decía: «Está a punto de salir».
Ron quería faltar a la clase de Herbología e ir directamente a la cabaña. Hermione
no quería ni oír hablar de eso.
—Hermione, ¿cuántas veces en nuestra vida veremos a un dragón saliendo de su
huevo?
—Tenemos clases, nosvamos a meter en líos y no vamos a poder hacer nada
cuando alguien descubra lo que Hagrid está haciendo...
—¡Cállate! —susurró Harry
Malfoy estaba cerca de ellos y se había quedado inmóvil para escucharlos. ¿Cuánto
había oído? A Harry no le gustó la expresión de su cara.
Ron y Hermione discutieron durante todo el camino hacia la clase de Herbología y,
al final, Hermione aceptó ir a la cabaña de Hagrid con ellos durante el recreo de la
mañana. Cuando al final de las clases sonó la campana del castillo, lostres dejaron sus
trasplantadores y corrieron por el parque hasta el borde del bosque. Hagrid los recibió,
excitado y radiante.
—Ya casi está fuera —dijo cuando entraron.
El huevo estaba sobre la mesa. Tenía grietas en la cáscara. Algo se movía en el
interior y un curioso ruido salía de allí.
Todos acercaron las sillas a la mesa y esperaron, respirando con agitación.
De pronto se oyó un ruido y el huevo se abrió. La cría de dragón aleteó en la mesa.
No era exactamente bonito. Harry pensó que parecía un  paraguas negro arrugado. Sus
alas puntiagudas eran enormes, comparadas con su cuerpo flacucho. Tenía un hocico
largo con anchas fosas nasales, las puntas de los cuernos ya le salían y tenía los ojos
anaranjados y saltones.
Estornudó. Volaron unas chispas.
—¿No es precioso?  —murmuró Hagrid. Alargó una mano para acariciar la cabeza
del dragón. Este le dio un mordisco en los dedos, enseñando unos colmillos
puntiagudos.
—¡Bendito sea! Mirad, conoce a su mamá —dijo Hagrid.
—Hagrid —dijo Hermione—. ¿Cuánto tardan en crecer los ridgebacks noruegos?
Hagrid iba a contestarle, cuando de golpe su rostro palideció. Se puso de pie de un
salto y corrió hacia la ventana.
—¿Qué sucede?
—Alguien estaba mirando por una rendija de la cortina... Era un chico... Va
corriendo hacia el colegio.
Harry fue hasta la puerta y miró. Incluso a distancia, era inconfundible:
Malfoy había visto el dragón.
·  ·  ·
Algo en la sonrisa burlona de Malfoy durante la semana siguiente ponía nerviosos a
Harry, Ron y Hermione. Pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la oscura cabaña
de Hagrid, tratando de hacerlo entrar en razón.
—Déjalo ir —lo instaba Harry—. Déjalo en libertad.
—No puedo —decía Hagrid—. Es demasiado pequeño. Se morirá.
Miraron el dragón. Había triplicado su tamaño en  sólo una semana. Ya le salía
humo de las narices. Hagrid no cumplía con sus deberes de guardabosques porque el
dragón ocupaba todo su tiempo. Había botellas vacías de brandy y plumas de pollo por
todo el suelo.
—He decidido llamarlo  Norberto  —dijo Hagrid, mirando al dragón con ojos
húmedos—. Ya me reconoce, mirad. ¡Norberto! ¡Norberto! ¿Dónde está mamá?
—Ha perdido el juicio —murmuró Ron a Harry.
—Hagrid —dijo Harry en voz muy alta—, espera dos semanas y  Norberto será tan
grande como tu casa. Malfoy se lo contará a Dumbledore en cualquier momento.
Hagrid se mordió el labio.
—Yo... yo sé que no puedo quedarme con él para siempre, pero no puedo echarlo,
no puedo.
Harry se volvió hacia Ron súbitamente.
—Charlie —dijo.
—Tu también estás mal de la cabeza —dijo Ron—. Yo soy Ron, ¿recuerdas?
—No... Charlie, tu hermano. En Rumania. Estudiando dragones. Podemos enviarle
a Norberto. ¡Charlie lo cuidará y luego lo dejará vivir en libertad!
—¡Genial! —dijo Ron—. ¿Qué piensas de eso, Hagrid?
Y al final, Hagrid aceptó que enviaran una lechuza para pedirle ayuda a Charlie.
La semana siguiente pareció alargarse. La noche del miércoles encontró a Harry y
Hermione sentados solos en la sala común, mucho después de que todos se fueran a
acostar. El reloj de la pared acababa de dar doce campanadas cuando el agujero de la
pared se abrió de golpe. Ron surgió de la nada, al quitarse la capa invisible de Harry
Había estado en la cabaña de Hagrid, ayudándolo a alimentar a  Norberto, que ya comía
ratas muertas.
—¡Me ha mordido!  —dijo, enseñándoles la mano envuelta en un pañuelo
ensangrentado—. No podré escribir en una semana. Os aseguro que los dragones son los
animales más horribles que conozco, pero para Hagrid es como si fuera un osito de
peluche. Cuando me mordió, me hizo salir porque, según él, yo lo había asustado. Y
cuando me fui le estaba cantando una canción de cuna.
Se oyó un golpe en la ventana oscura.
—¡Es  Hedwig!  —dijo Harry, corriendo para dejarla entrar—. ¡Debe de traer la
respuesta de Charlie!
Los tres juntaron las cabezas para leer la carta.
Querido Ron:
¿Cómo estás? Gracias por tu carta. Estaré encantado de quedarme con
el  ridgeback  noruego, pero no será fácil traerlo aquí. Creo que lo mejor será
hacerlo con unos amigos que vienen a visitarme la semana que viene. El
problema es que no deben verlos llevando un dragón ilegal. ¿Podríais llevar
al  ridgeback  noruego a la torre más alta, la medianoche del sábado? Ellos se
encontrarán contigo allí y se lo llevarán mientras dure la oscuridad.
Envíame la respuesta lo antes posible.
Besos,
Charlie
Se miraron.
——Tenemos la capa invisible  —dijo Harry—. No será tan difícil... creo que la
capa es suficientemente grande para cubrir a Norberto y a dos de nosotros.
La prueba de lo mala que había sido aquella semana para ellosfue que aceptaron de
inmediato. Cualquier cosa para liberarse de Norberto... y de Malfoy.
Se encontraron con un obstáculo. A la mañana siguiente, la mano mordida de Ron
se había inflamado y tenía dos veces su tamaño normal. No sabía si convenía ir a ver  a
la señora Pomfrey ¿Reconocería una mordedura de dragón? Sin embargo, por la tarde
no tuvo elección. La herida se había convertido en una horrible cosa verde. Parecía que
los colmillos de Norberto tenían veneno.
Al finalizar el día, Harry y Hermione fueron corriendo hasta el ala de la enfermería
para visitar a Ron y lo encontraron en un estado terrible.
—No es sólo mi mano  —susurró—aunque parece que se me vaya a caer a trozos.
Malfoy le dijo a la señora Pomfrey que quería pedirme prestado un libro, y vino y se
estuvo riendo de mí. Me amenazó con decirle a ella quién me había mordido (yo le
había dicho que era un perro, pero creo que no me creyó). No debí pegarle en el partido
de quidditch. Por eso se está portando así.
Harry y Hermione trataron de calmarlo.
—Todo habrá terminado el sábado a medianoche  —dijo Hermione, pero eso no lo
tranquilizó. Al contrario, se sentó en la cama y comenzó a temblar.
—¡La medianoche del sábado!  —dijo con voz ronca—. Oh, no, oh, no... acabo de
acordarme... la carta de Charlie estaba en el libro que se llevó Malfoy, se enterará de la
forma en que nos libraremos de Norberto.
Harry y Hermione no tuvieron tiempo de contestarle. Apareció la señora Pomfrey y
los hizo salir; diciendo que Ron necesitaba dormir.
—Es muy tarde paracambiar los planes  —dijo Harry a Hermione—. No tenemos
tiempo de enviar a Charlie otra lechuza y ésta puede ser nuestra única oportunidad de
librarnos de  Norberto. Tendremos que arriesgarnos. Y tenemos la capa invisible y
Malfoy no lo sabe.
Encontraron  a  Fang,  el perro cazador de jabalíes, sentado afuera, con la cola
vendada, cuando fueron a avisar a Hagrid. Éste les habló a través de la ventana.
—No os hago entrar —jadeó—porque  Norberto está un poco molesto. No es nada
importante, ya me ocuparé de él.
Cuando le contaron lo que decía Charlie, se le llenaron los ojos de lágrimas,
aunque tal vez fuera porque Norberto acababa de morderle la pierna.
—¡Aaay! Está bien, sólo me ha cogido la bota... está jugando... después de todo es
sólo un cachorro.
El cachorro golpeó la pared con su cola, haciendo temblar las ventanas. Harry y
Hermione regresaron al castillo con la sensación de que el sábado no llegaría lo bastante
rápido.
Tendrían que haber sentido pena por Hagrid, cuando llegó el momento de la despedida,
si no hubieran estado tan preocupados por lo que tenían que hacer. Era una noche oscura
y llena de nubes y llegaron un poquito tarde a la cabaña de Hagrid, porque tuvieron que
esperar a que Peeves saliera del vestíbulo, donde jugaba a tenis contra las paredes.
Hagrid tenía a Norberto listo y encerrado en una gran jaula.
—Tiene muchas ratas y algo de brandy para el viaje  —dijo Hagrid con voz
amable—. Y le puse su osito de peluche por si se siente solo.
Del interior de la jaula les llegaron unos sonidos,  que hicieron pensar a Harry que
Norberto le estaba arrancando la cabeza al osito.
—¡Adiós,  Norberto!  —sollozó Hagrid, mientras Harry y Hermione cubrían la jaula
con la capa invisible y se metían dentro ellos también—. ¡Mamá nunca te olvidará!
Cómo se las  arreglaron para llevar la jaula hasta la torre del castillo fue algo que
nunca supieron. Era casi medianoche cuando trasladaron la jaula de  Norberto  por las
escaleras de mármol del castillo y siguieron por pasillos oscuros. Subieron una escalera,
luego otra... Ni siquiera uno de los atajos de Harry hizo el trabajo más fácil.
—¡Ya casi llegamos!  —resopló Harry, mientras alcanzaban el pasillo que había
bajo la torre más alta.
Entonces, un súbito movimiento por encima de ellos casi les hizo soltar la jaula.
Olvidando que eran invisibles, se encogieron en las sombras, contemplando las siluetas
oscuras de dos personas que discutían a unos tres metros de ellos. Una lámpara brilló.
La profesora McGonagall, con una bata de tejido escocés y una redecilla en el pelo,
tenía sujeto a Malfoy por la oreja.
—¡Castigo!  —gritaba—. ¡Y veinte puntos menos para Slytherin! Vagando en
medio de la noche... ¿Cómo te atreves...?
—Usted no lo entiende, profesora, Harry Potter vendrá. ¡Y con un dragón!
—¡Qué absurda tontería! ¿Cómo te atreves a decir esas mentiras? Vamos, hablaré
de ti con el profesor Snape... ¡Vamos, Malfoy!
Después de aquello, la escalera de caracol hacia la torre más alta les pareció lo más
fácil del mundo. Cuando salieron al frío aire de la noche, donde se quitaron la capa,
felices de poder respirar bien, Hermione dio una especie de salto.
—¡Malfoy está castigado! ¡Podría ponerme a cantar!
—No lo hagas —la previno Harry.
Riéndose de Malfoy, esperaron, con  Norberto  moviéndose en su jaula. Diez
minutos más tarde, cuatro escobas aterrizaron en la oscuridad.
Los amigos de Charlie eran muy simpáticos. Enseñaron a Harry y Hermione los
arneses que habían preparado para poder suspender a  Norberto  entre ellos. Todos
ayudaron a colocar a  Norberto  para que estuviera muy seguro, y luego Harry y
Hermione estrecharon las manos de los amigos y les dieron las gracias.
Por fin. Norberto se iba... se iba... se había ido.
Bajaron rápidamente por la escalera de caracol, con los corazones tan libres como
sus manos, que ya no llevaban la jaula con  Norberto. Sin el dragón, y con Malfoy
castigado, ¿qué podía estropear su felicidad?
La respuesta los esperaba al pie de la escalera. Cuando llegaron al pasillo, el rostro
de Filch apareció súbitamente en la oscuridad.
—Bien, bien, bien —susurró Harry—. Tenemos problemas.
Habían dejado la capa invisible en la torre.

15
El bosque prohibido

Las cosas no podían haber salido peor.
Filch los llevó al despacho de la profesora McGonagall, en el primer piso, donde se
sentaron a esperar; sin  decir una palabra. Hermione temblaba. Excusas, disculpas y
locas historias cruzaban la mente de Harry, cada una más débil que la otra. No podía
imaginar cómo se iban a librar del problema aquella vez. Estaban atrapados. ¿Cómo
podían haber sido tan estúpidos para olvidar la capa? No había razón en el mundo para
que la profesora McGonagall aceptara que habían estado vagando durante la noche, para
no mencionar la torre más alta de Astronomía, que estaba prohibida, salvo para las
clases. Si añadía a todo eso  Norberto y la capa invisible, ya podían empezar a hacer las
maletas.
¿Harry pensaba que las cosas no podían estar peor? Estaba equivocado. Cuando la
profesora McGonagall apareció, llevaba a Neville.
—¡Harry!  —estalló Neville en cuanto los vio—. Estaba tratando de encontrarte
para prevenirte, oí que Malfoy decía que iba a atraparte, dijo que tenías un drag...
Harry negó violentamente con la cabeza, para que Neville no hablara más, pero la
profesora McGonagall lo vio. Lo miró como si echara fuego igual que  Norberto  y se
irguió, amenazadora, sobre los tres.
—Nunca lo habría creído de ninguno de vosotros. El señor Filch dice que estabais
en la torre de Astronomía. Es la una de la mañana. Quiero una explicación.
Ésa fue la primera vez que Hermione no pudo contestar a una pregunta de un
profesor. Miraba fijamente sus zapatillas, tan rígida como una estatua.
—Creo que tengo idea de lo que sucedió  —dijo la profesora McGonagall—. No
hace falta ser un genio para descubrirlo. Te inventaste una historia sobre un dragón para
que Draco Malfoy saliera de la cama y se metiera en líos. Te he atrapado. Supongo que
te habrá parecido divertido que Longbottom oyera la historia y también la creyera, ¿no?
Harry captó la mirada de Neville y trató de decirle, sin palabras, que aquello no era
verdad, porque Neville parecía asombrado y herido. Pobre mete-patas Neville, Harry
sabía lo que debía de haberle costado buscarlos en la oscuridad, para prevenirlos.
—Estoy disgustada  —dijo la profesora McGonagall—. Cuatro alumnos fuera de  la
cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tu, Hermione Granger, pensé que
tenías más sentido común. Y tú, Harry Potter... Creía que Gryffindor significaba más
para ti. Los tres sufriréis castigos... Sí, tú también, Longbottom, nada te da derecho  a
dar vueltas por el colegio durante la noche, en especial en estos días: es muy peligroso y
se os descontarán cincuenta puntos de Gryffindor.
—¿Cincuenta?  —resopló Harry. Iban a perder el primer puesto, lo que había
ganado en el último partido de quidditch.
—Cincuenta puntos cada uno  —dijo la profesora McGonagall, resoplando a través
de su nariz puntiaguda.
—Profesora... por favor...
—Usted, usted no...
—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; Harry Potter. Ahora, volved a la
cama, todos. Nunca me he sentido tan avergonzada de alumnos de Gryffindor.
Ciento cincuenta puntos perdidos. Eso situaba a Gryffindor en el último lugar. En
una noche, habían acabado con cualquier posibilidad de que Gryffindor ganara la copa
de la casa. Harry sentía como si le retorcieran el estómago. ¿Cómo podrían arreglarlo?
Harry no durmió aquella noche. Podía oír el llanto de Neville, que duró horas. No
se le ocurría nada que decir para consolarlo. Sabía que Neville, como él mismo, tenía
miedo de que amaneciera. ¿Qué sucederíacuando el resto de los de Gryffindor
descubrieran lo que ellos habían hecho?
Al principio, los Gryffindors que pasaban por el gigantesco reloj de arena, que
informaba de la puntuación de la casa, pensaron que había un error. ¿Cómo iban a tener;
súbitamente, ciento cincuenta puntos menos que el día anterior? Y luego, se propagó la
historia. Harry Potter; el famoso Harry Potter, el héroe de dos partidos de  quidditch, les
había hecho perder todos esos puntos, él y otros dos estúpidos de primer año.
De ser  una de las personas más populares y admiradas del colegio, Harry
súbitamente era el más detestado. Hasta los de Ravenclaw y Hufflepuff le giraban la
cara, porque todos habían deseado ver a Slytherin perdiendo la copa. Por dondequiera
que Harry pasara, lo  señalaban con el dedo y no se molestaban en bajar la voz para
insultarlo. Los de Slytherin, por su parte, lo aplaudían y lo vitoreaban, diciendo:
«¡Gracias, Potter; te debemos una!».
Sólo Ron lo apoyaba.
—Se olvidarán en unas semanas. Fred y George han perdido puntos muchas veces
desde que están aquí y la gente los sigue apreciando.
—Pero nunca perdieron ciento cincuenta puntos de una vez, ¿verdad? —dijo Harry
tristemente.
—Bueno... no —admitió Ron.
Era un poco tarde para reparar los daños, pero Harry se juró que, de ahí en
adelante, no se metería en cosas que no eran asunto suyo. Todo había sido por andar
averiguando y espiando. Se sentía tan avergonzado que fue a ver a Wood y le ofreció su
renuncia.
—¿Renunciar?  —exclamó Wood—. ¿Qué ganaríamos con eso? ¿Cómo vamos a
recuperar puntos si no podemos jugar al quidditch?
Pero hasta el quidditch había perdido su atractivo. El resto del equipo no le hablaba
durante el entrenamiento, y si tenían que hablar de él lo llamaban «el buscador».
Hermione y Neville tambiénsufrían. No pasaban tantos malos ratos como Harry
porque no eran tan conocidos, pero nadie les hablaba. Hermione había dejado de llamar
la atención en clase, y se quedaba con la cabeza baja, trabajando en silencio.
Harry casi estaba contento de que se aproximaran los exámenes. Las lecciones que
tenía que repasar alejaban sus desgracias de su mente. Él, Ron y Hermione se quedaban
juntos, trabajando hasta altas horas de la noche, tratando de recordar los ingredientes de
complicadas pociones, aprendiendo de memoria hechizos y encantamientos y repitiendo
las fechas de descubrimientos mágicos y rebeliones de los gnomos.
Y entonces, una semana antes de que empezaran los exámenes, las nuevas
resoluciones de Harry de no interferir en nada que no le concerniera  sufrieron una
prueba inesperada. Una tarde que salía solo de la biblioteca oyó que alguien gemía en
un aula que estaba delante de él. Mientras se acercaba, oyó la voz de Quirrell.
—No... no... otra vez no, por favor...
Parecía que alguien lo estaba amenazando. Harry se acerco.
—Muy bien... muy bien. —Oyó que Quirrell sollozaba.
Al segundo siguiente, Quirrell salió apresuradamente del aula, enderezándose el
turbante. Estaba pálido y parecía a punto de llorar. Desapareció de su vista y Harry
pensó que ni siquiera lo había visto. Esperó hasta que dejaron de oírse los pasos de
Quirrell y entonces inspeccionó el aula. Parecía vacía, pero la puerta del otro extremo
estaba entreabierta. Harry estaba a mitad de camino, cuando recordó que se había
prometido no meterse en lo que no le correspondía.
Al mismo tiempo, habría apostado doce Piedras Filosofales a que Snape acababa de
salir del aula y, por lo que Harry había escuchado, Snape debería estar de mejor
humor... Quirrell parecía haberse rendido finalmente.
Harry regresó a la biblioteca, en donde Hermione estaba repasándole Astronomía a
Ron. Harry les contó lo que había oído.
—¡Entonces Snape lo hizo!  —dijo Ron—. Si Quirrell le dijo cómo romper su
encantamiento anti-Fuerzas Oscuras...
—Pero todavía queda Fluffy —dijo Hermione.
—Tal vez Snape descubrió cómo pasar ante él sin preguntarle a Hagrid —dijo Ron,
mirando a los miles de libros que los rodeaban—. Seguro que por aquí hay un libro que
dice cómo burlar a un perro gigante de tres cabezas. ¿Qué vamos a hacer, Harry?
La luz de la aventura brillaba otra vez en los ojos de Ron, pero Hermione respondió
antes de que Harry lo hiciera.
—Ir a ver a Dumbledore. Eso es lo que debimos hacer hace tiempo. Si se nos
ocurre algo a nosotros solos, con seguridad vamos a perder.
—¡Pero no tenemos pruebas!  —exclamó Harry—. Quirrell está demasiado
atemorizado para respaldarnos. Snape sólo tiene que decir que no sabía cómo entró el
trol en Halloween y que él no estaba cerca del tercer piso en ese momento. ¿A quién
pensáis que vana creer, a él o a nosotros? No es exactamente un secreto que lo
detestamos. Dumbledore creerá que nos lo hemos inventado para hacer que lo echen.
Filch no nos ayudaría aunque su vida dependiera de ello, es demasiado amigo de Snape
y, mientras más alumnospueda echar, mejor para él. Y no olvidéis que se supone que
no sabemos nada sobre la Piedra o Fluffy. Serían muchas explicaciones.
Hermione pareció convencida, pero Ron no.
—Si investigamos sólo un poco...
—No —dijo Harry en tono terminante—: ya hemos investigado demasiado.
Acercó un mapa de Júpiter a su mesa y comenzó a aprender los nombres de sus
lunas.
A la mañana siguiente, llegaron notas para Harry, Hermione y Neville, en la mesa del
desayuno. Eran todas iguales.
Vuestro castigo tendrá lugar a las once de la noche.
El señor Filch os espera en el vestíbulo de entrada.
Prof M. McGonagall
En medio del furor que sentía por los puntos perdidos, Harry había olvidado que
todavía les quedaban los castigos. De alguna manera esperaba que Hermione se quejara
por tener que perder una noche de estudio, pero la muchacha no dijo una palabra. Como
Harry, sentía que se merecían lo que les tocara.
A las once de aquella noche, se despidieron de Ron en la sala común y bajaron al
vestíbulo de entrada con Neville.  Filch ya estaba allí y también Malfoy. Harry también
había olvidado que a Malfoy lo habían condenado a un castigo.
—Seguidme  —dijo Filch, encendiendo un farol y conduciéndolos hacia fuera—.
Seguro que os lo pensaréis dos veces antes de faltar a otra reglade la escuela, ¿verdad?
—dijo, mirándolos con aire burlón—. Oh, sí... trabajo duro y dolor son los mejores
maestros, si queréis mi opinión... es una lástima que hayan abandonado los viejos
castigos... colgaros de las muñecas, del techo, unos pocos días.  Yo todavía tengo las
cadenas en mi oficina, las mantengo engrasadas por si alguna vez se necesitan... Bien,
allá vamos, y no penséis en escapar, porque será peor para vosotros si lo hacéis.
Marcharon cruzando el oscuro parque. Neville comenzó a respirar con dificultad.
Harry se preguntó cuál sería el castigo que les esperaba. Debía de ser algo
verdaderamente horrible, o Filch no estaría tan contento.
La luna brillaba, pero las nubes la tapaban, dejándolos en la oscuridad. Delante,
Harry pudo ver las ventanas iluminadas de la cabaña de Hagrid. Entonces oyeron un
grito lejano.
—¿Eres tú, Filch? Date prisa, quiero empezar de una vez.
El corazón de Harry se animó: si iban a estar con Hagrid, no podía ser tan malo. Su
alivio debió aparecer en su cara, porque Filch dijo:
—Supongo que crees que vas a divertirte con ese papanatas, ¿no? Bueno, piénsalo
mejor, muchacho... es al bosque adonde iréis y mucho me habré equivocado si volvéis
todos enteros.
Al oír aquello, Neville dejó escapar un gemido y Malfoy se detuvode golpe.
—¿El bosque?  —repitió, y no parecía tan indiferente como de costumbre—. Hay
toda clase de cosas allí... dicen que hay hombres lobo.
Neville se aferró de la manga de la túnica de Harry y dejó escapar un ruido
ahogado.
—Eso es problema vuestro, ¿no?  —dijo Filch, con voz radiante—. Tendríais que
haber pensado en los hombres lobo antes de meteros en líos.
Hagrid se acercó hacia ellos, con  Fang  pegado a los talones. Llevaba una gran
ballesta y un carcaj con flechas en la espalda.
—Menos mal  —dijo—.  Estoy esperando hace media hora. ¿Todo bien, Harry,
Hermione?
—Yo no sería tan amistoso con ellos, Hagrid  —dijo con frialdad Filch—. Después
de todo, están aquí por un castigo.
—Por eso llegáis tarde, ¿no?  —dijo Hagrid, mirando con rostro ceñudo a Filch—.
¿Has estado dándoles sermones? Eso no es lo que tienes que hacer. A partir de ahora,
me hago cargo yo.
—Volveré al amanecer —dijo Filch—para recoger lo que quede de ellos  —añadió
con malignidad. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el castillo, agitando  el farol en la
oscuridad.
Entonces Malfoy se volvió hacia Hagrid.
—No iré a ese bosque —dijo, y Harry tuvo el gusto de notar miedo en su voz.
—Lo harás, si quieres quedarte en Hogwarts  —dijo Hagrid con severidad—.
Hicisteis algo mal y ahora lo vais a pagar.
—Pero eso es para los empleados, no para los alumnos. Yo pensé que nos harían
escribir unas líneas, o algo así. Si mi padre supiera que hago esto, él...
—Te dirá que es así como se hace en Hogwarts  —gruñó Hagrid—. ¡Escribir unas
líneas! ¿Y a quién le serviría eso? Haréis algo que sea útil, o si no os iréis. Si crees que
tu padre prefiere que te expulsen, entonces vuelve al castillo y coge tus cosas. ¡Vete!
Malfoy no se movió. Miró con ira a Hagrid, pero luego bajó la mirada.
—Bien, entonces  —dijo Hagrid—. Escuchad con cuidado, porque lo que vamos a
hacer esta noche es peligroso y no quiero que ninguno se arriesgue. Seguidme por aquí,
un momento.
Los condujo hasta el límite del bosque. Levantando su farol, señaló hacia un
estrecho sendero de tierra, que  desaparecía entre los espesos árboles negros. Una suave
brisa les levantó el cabello, mientras miraban en dirección al bosque.
—Mirad allí  —dijo Hagrid—. ¿Veis eso que brilla en la tierra? ¿Eso plateado? Es
sangre de unicornio. Hay por aquí un unicornio  que ha sido malherido por alguien. Es la
segunda vez en una semana. Encontré uno muerto el último miércoles. Vamos a tratar
de encontrar a ese pobrecito herido. Tal vez tengamos que evitar que siga sufriendo.
—¿Y qué sucede si el que hirió al unicornio  nos encuentra a nosotros primero?  —
dijo Malfoy, incapaz de ocultar el miedo de su voz.
—No hay ningún ser en el bosque que os pueda herir si estáis conmigo o con Fang
—dijo Hagrid—. Y seguid el sendero. Ahora vamos a dividirnos en dos equipos y
seguiremosla huella en distintas direcciones. Hay sangre por todo el lugar, debieron
herirlo ayer por la noche, por lo menos.
—Yo quiero ir con  Fang —dijo rápidamente Malfoy, mirando los largos colmillos
del perro.
—Muy bien, pero te informo de que es un cobarde  —dijo Hagrid—. Entonces yo,
Harry y Hermione iremos por un lado y Draco, Neville y  Fang, por el otro. Si alguno
encuentra al unicornio, debe enviar chispas verdes, ¿de acuerdo? Sacad vuestras varitas
y practicad ahora... está bien... Y si alguno tiene problemas, las chispas serán rojas y nos
reuniremos todos... así que tened cuidado... en marcha.
El bosque estaba oscuro y silencioso. Después de andar un poco, vieron que el
sendero se bifurcaba. Harry, Hermione y Hagrid fueron hacia la izquierda y Malfoy,
Neville y Fang se dirigieron a la derecha.
Anduvieron en silencio, con la vista clavada en el suelo. De vez en cuando, un rayo
de luna a través de las ramas iluminaba una mancha de sangre azul plateada entre las
hojas caídas.
Harry vio que Hagrid parecía muy preocupado.
—¿Podría ser un hombre lobo el que mata los unicornios? —preguntó Harry
—No son bastante rápidos —dijo Hagrid—. No es tan fácil cazar un unicornio, son
criaturas poderosamente mágicas. Nunca había oído que hubieran hecho daño a
ninguno.
Pasaron por un tocón con musgo. Harry podía oír el agua que corría: debía de haber
un arroyo cerca. Todavía había manchas de sangre de unicornio en el serpenteante
sendero.
—¿Estás bien, Hermione?  —susurró Hagrid—. No te preocupes, no puede estar
muy lejos  si está tan malherido, y entonces podremos... ¡PONEOS DETRÁS DE ESE
ÁRBOL!
Hagrid cogió a Harry y Hermione y los arrastró fuera del sendero, detrás de un
grueso roble. Sacó una flecha, la puso en su ballesta y la levantó, lista para disparar. Los
tres escucharon. Alguien se deslizaba sobre las hojas secas. Parecía como una capa que
se arrastrara por el suelo. Hagrid miraba hacia el sendero oscuro pero, después de unos
pocos segundos, el sonido se alejó.
—Lo sabía —murmuró—. Aquí hay alguien que no debería estar.
—¿Un hombre lobo? —sugirió Harry.
—Eso no era un hombre lobo, ni tampoco un unicornio  —dijo Hagrid con gesto
sombrío—. Bien, seguidme, pero tened cuidado.
Anduvieron más lentamente, atentos a cualquier ruido. De pronto, en un claro un
poco más adelante, algo se movió visiblemente.
—¿Quién está ahí? —gritó Hagrid—. ¡Déjese ver... estoy armado!
Y apareció en el claro... ¿era un hombre o un caballo? De la cintura para arriba, un
hombre, con pelo y barba rojizos, pero por debajo, el cuerpo de pelaje  zaino de un
caballo, con una cola larga y rojiza. Harry y Hermione se quedaron boquiabiertos.
—Oh, eres tú, Ronan —dijo aliviado Hagrid—. ¿Cómo estás?
Se acercó y estrechó la mano del centauro.
—Que tengas buenas noches, Hagrid  —dijo Ronan. Tenía una voz  profunda y
acongojada—. ¿Ibas a dispararme?
—Nunca se es demasiado cuidadoso  —dijo Hagrid, tocando su ballesta—. Hay
alguien muy malvado, perdido en este bosque. Ah, éste es Harry Potter y ella es
Hermione Granger. Ambos son alumnos del colegio. Y él es Ronan. Es un centauro.
—Nos hemos dado cuenta —dijo débilmente Hermione.
—Buenas noches —los saludó Ronan—. ¿Estudiantes, no? ¿Y aprendéis mucho en
el colegio?
—Eh...
—Un poquito —dijo con timidez Hermione.
—Un poquito. Bueno, eso es algo.  —Ronan suspiró. Torció la cabeza y miró hacia
el cielo—. Esta noche, Marte está brillante.
—Ajá  —dijo Hagrid, lanzándole una mirada—. Escucha, me alegro de haberte
encontrado, Ronan, porque hay un unicornio herido. ¿Has visto algo?
Ronan no respondió de inmediato. Se quedó con la mirada clavada en el cielo, sin
pestañear, y suspiró otra vez.
—Siempre los inocentes son las primeras víctimas  —dijo—. Ha sido así durante
los siglos pasados y lo es ahora.
—Sí —dijo Hagrid—. Pero ¿has visto algo, Ronan? ¿Algo desacostumbrado?
—Marte brilla mucho esta noche  —repitió Ronan, mientras Hagrid lo miraba con
impaciencia—. Está inusualmente brillante.
—Sí, claro, pero yo me refería a algo inusual que esté un poco más cerca de
nosotros —dijo Hagrid—. Entonces ¿no has visto nada extraño?
Otra vez, Ronan se tomó su tiempo para contestar. Hasta que, finalmente, dijo:
—El bosque esconde muchos secretos.
Un movimiento en los árboles detrás de Ronan hizo que Hagrid levantara de nuevo
su ballesta, pero era sólo un segundo centauro, de cabello y cuerpo negro y con aspecto
más salvaje que Ronan.
—Hola, Bane —saludó Hagrid—. ¿Qué tal?
—Buenas noches, Hagrid, espero que estés bien.
—Sí, gracias. Mira, le estaba preguntando a Ronan si había visto algo extraño
últimamente. Han herido a un unicornio. ¿Sabes algo sobre eso?
Bane se acercó a Ronan. Miró hacia el cielo.
—Esta noche Marte brilla mucho —dijo simplemente.
—Eso dicen  —dijo Hagrid de malhumor—. Bueno, si alguno ve algo, me avisáis,
¿de acuerdo? Bueno, nosotros nos vamos.
Harry y Hermione  lo siguieron, saliendo del claro y mirando por encima del
hombro a Ronan y Bane, hasta que los árboles los taparon.
—Nunca  —dijo irritado Hagrid—tratéis de obtener una respuesta directa de un
centauro. Son unos malditos astrólogos. No se interesan por nada más cercano que la
luna.
—¿Y hay muchos de ellos aquí? —preguntó Hermione.
—Oh, unos pocos más... Se mantienen apartados la mayor parte del tiempo, pero
siempre aparecen si quiero hablar con ellos. Los centauros tienen una mente profunda...
saben cosas... pero no dicen mucho.
—¿Crees que era un centauro el que oímos antes? —dijo Harry.
—¿Te pareció que era ruido de cascos? No, en mi opinión, eso era lo que está
matando a los unicornios... Nunca he oído algo así.
Pasaron a través de los árboles oscuros ytupidos. Harry seguía mirando por encima
de su hombro, con nerviosismo. Tenía la desagradable sensación de que los vigilaban.
Estaba muy contento de que Hagrid y su ballesta fueran con ellos. Acababan de pasar
una curva en el sendero cuando Hermione se aferró al brazo de Hagrid.
—¡Hagrid! ¡Mira! ¡Chispas rojas, los otros tienen problemas!
—¡Vosotros esperad aquí!  —gritó Hagrid—. ¡Quedaos en el sendero, volveré a
buscaros!
Lo oyeron alejarse y se miraron uno al otro, muy asustados, hasta que ya no oyeron
más que las hojas que se movían alrededor.
—¿Crees que les habrá pasado algo? —susurró Hermione.
—No me importará si le ha pasado algo a Malfoy, pero si le sucede algo a
Neville... está aquí por nuestra culpa.
Los minutos pasaban lentamente. Les parecía  que sus oídos eran más agudos que
nunca. Harry detectaba cada ráfaga de viento, cada ramita que se rompía. ¿Qué estaba
sucediendo? ¿Dónde estaban los otros?
Por fin, un ruido de pisadas crujientes les anunció el regreso de Hagrid. Malfoy,
Neville y  Fang estaban con él. Hagrid estaba furioso. Malfoy se había escondido detrás
de Neville y, en broma, lo había cogido. Neville se aterró y envió las chispas.
—Vamos a necesitar mucha suerte para encontrar algo, después del alboroto que
habéis hecho. Bueno, ahoravoy a cambiar los grupos... Neville, tú te quedas conmigo y
Hermione. Harry, tú vas con  Fang  y este idiota. Lo siento  —añadió en un susurro
dirigiéndose a Harry—pero a él le va a costar mucho asustarte y tenemos que terminar
con esto.
Así que Harry se internó en el corazón del bosque, con Malfoy y Fang. Anduvieron
cerca de media hora, internándose cada vez más profundamente, hasta que el sendero se
volvió casi imposible de seguir, porque los árboles eran muy gruesos. Harry pensó que
la sangre también parecía más espesa.
Había manchas en las raíces de los árboles, como si la pobre criatura se hubiera
arrastrado en su dolor. Harry pudo ver un claro, más adelante, a través de las
enmarañadas ramas de un viejo roble.
—Mira... —murmuró, levantando un brazo para detener a Malfoy
Algo de un blanco brillante relucía en la tierra. Se acercaron más.
Sí, era el unicornio y estaba muerto. Harry nunca había visto nada tan hermoso y
tan triste. Sus largas patas delgadas estaban dobladas en ángulos extraños por su caída y
su melena color blanco perla se desparramaba sobre las hojas oscuras.
Harry había dado un paso hacia el unicornio, cuando un sonido de algo que se
deslizaba lo hizo congelarse en donde estaba. Un arbusto que estaba en el borde del
claro se agitó...  Entonces, de entre las sombras, una figura encapuchada se acercó
gateando, como una bestia al acecho. Harry, Malfoy y  Fang permanecieron paralizados.
La figura encapuchada llegó hasta el unicornio, bajó la cabeza sobre la herida del
animal y comenzó a bebersu sangre.
—¡AAAAAAAAAAAAAH!
Malfoy dejó escapar un terrible grito y huyó... lo mismo que  Fang. La figura
encapuchada levantó la cabeza y miró directamente a Harry. La sangre del unicornio le
chorreaba por el pecho. Se puso de pie y se acercó rápidamente  hacia él... Harry estaba
paralizado de miedo.
Entonces, un dolor le perforó la cabeza, algo que nunca había sentido, como si la
cicatriz estuviera incendiándose. Casi sin poder ver, retrocedió. Oyó cascos galopando a
sus espaldas, y algo saltó limpiamentey atacó a la figura.
El dolor de cabeza era tan fuerte que Harry cayó de rodillas. Pasaron unos minutos
antes de que se calmara. Cuando levantó la vista, la figura se había ido. Un centauro
estaba ante él. No era ni Ronan ni Bane: éste parecía más joven,tenía cabello rubio muy
claro, cuerpo pardo y cola blanca.
—¿Estás bien? —dijo el centauro, ayudándolo a ponerse de pie.
—Sí... gracias... ¿qué ha sido eso?
El centauro no contestó. Tenía ojos asombrosamente azules, como pálidos zafiros.
Observó a Harry  con cuidado, fijando la mirada en la cicatriz que se veía amoratada en
la frente de Harry.
—Tú eres el chico Potter  —dijo—. Es mejor que regreses con Hagrid. El bosque
no es seguro en esta época en especial para ti. ¿Puedes cabalgar? Así será más rápido...
Mi nombre es Firenze  —añadió, mientras bajaba sus patas delanteras, para que Harry
pudiera montar en su lomo.
Del otro lado del claro llegó un súbito ruido de cascos al galope. Ronan y Bane
aparecieron velozmente entre los árboles, resoplando y con los flancos sudados.
—¡Firenze!  —rugió Bane—. ¿Qué estás haciendo? Tienes un humano sobre el
lomo! ¿No te da vergüenza? ¿Es que eres una mula ordinaria?
—¿Te das cuenta de quién es?  —dijo Firenze—. Es el chico Potter. Mientras más
rápido se vaya del bosque, mejor.
—¿Qué le has estado diciendo?  —gruñó Bane—. Recuerda, Firenze, juramos no
oponernos a los cielos. ¿No has leído en el movimiento de los planetas lo que sucederá?
Ronan dio una patada en el suelo con nerviosismo.
—Estoy seguro de que Firenze pensóque estaba obrando lo mejor posible  —dijo,
con voz sombría.
También Bane dio una patada, enfadado.
—¡Lo mejor posible! ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¡Los centauros
debemos ocuparnos de lo que está vaticinado! ¡No es asunto nuestro el andar como
burros buscando humanos extraviados en nuestro bosque!
De pronto, Firenze levantó las patas con furia y Harry tuvo que aferrarse para no
caer.
—¿No has visto ese unicornio? —preguntó Firenze a Bane—. ¿No comprendes por
qué lo mataron? ¿O los planetas no tehan dejado saber ese secreto? Yo me lanzaré
contra el que está al acecho en este bosque, con humanos sobre mi lomo si tengo que
hacerlo.
Y Firenze partió rápidamente, con Harry sujetándose lo mejor que podía, y dejó
atrás a Ronan y Bane, que se internaron entre los árboles.
Harry no entendía lo sucedido.
—¿Por qué Bane está tan enfadado?  —preguntó—. Y a propósito, ¿qué era esa
cosa de la que me salvaste?
Firenze redujo el paso y previno a Harry que tuviera la cabeza agachada, a causa de
las ramas, pero  no contestó. Siguieron andando entre los árboles y en silencio, durante
tanto tiempo que Harry creyó que Firenze no volvería a hablarle. Sin embargo, cuando
llegaron a un lugar particularmente tupido, Firenze se detuvo.
—Harry Potter, ¿sabes para qué se utiliza la sangre de unicornio?
—No —dijo Harry, asombrado por la extraña pregunta—. En la clase de Pociones
solamente utilizamos los cuernos y el pelo de la cola de unicornio.
—Eso es porque matar un unicornio es algo monstruoso  —dijo Firenze—. Sólo
alguien que no tenga nada que perder y todo para ganar puede cometer semejante
crimen. La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si estás al borde de la
muerte, pero a un precio terrible. Si uno mata algo puro e indefenso para salvarse a sí
mismo,conseguirá media vida, una vida maldita, desde el momento en que la sangre
toque sus labios.
Harry clavó la mirada en la nuca de Firenze, que parecía de plata a la luz de la luna.
—Pero ¿quién estaría tan desesperado?  —se preguntó en voz alta—. Si te van  a
maldecir para siempre, la muerte es mejor, ¿no?
—Es así  —dijo Firenze—a menos que lo único que necesites sea mantenerte vivo
el tiempo suficiente para beber algo más, algo que te devuelva toda tu fuerza y poder,
algo que haga que nunca mueras. ¿Harry  Potter, sabes qué está escondido en el colegio
en este preciso momento?
—¡La Piedra Filosofal! ¡Por supuesto... el Elixir de Vida! Pero no entiendo quién...
—¿No puedes pensar en nadie que haya esperado muchos años para regresar al
poder, que esté aferradoa la vida, esperando su oportunidad?
Fue como si un puño de hierro cayera súbitamente sobre la cabeza de Harry. Por
encima del ruido del follaje, le pareció oír una vez más lo que Hagrid le había dicho la
noche en que se conocieron: «Algunos dicen que murió. En mi opinión, son tonterías.
No creo que le quede lo suficiente de humano como para morir».
—¿Quieres decir —dijo con voz ronca Harry—que era Vol...?
—¡Harry! Harry, ¿estás bien?
Hermione corría hacia ellos por el sendero, con Hagrid resoplando detrás.
—Estoy bien  —dijo Harry, casi sin saber lo que contestaba—. El unicornio está
muerto, Hagrid, está en ese claro de atrás.
—Aquí es donde te dejo —murmuró Firenze, mientras Hagrid corría a examinar al
unicornio—. Ya estás a salvo.
Harry se deslizó de su lomo.
—Buena suerte, Harry Potter  —dijo Firenze—. Los planetas ya se han leído antes
equivocadamente, hasta por centauros. Espero que ésta sea una de esas veces.
Se volvió y se internó en lo más profundo del bosque, dejando a Harry temblando.
Ron  se había quedado dormido en la oscuridad de la sala común, esperando a que
volvieran. Cuando Harry lo sacudió para despertarlo, gritó algo sobre una falta en
quidditch. Sin embargo, en unos segundos estaba con los ojos muy abiertos, mientras
Harry les contaba, a él y a Hermione, lo que había sucedido en el bosque.
Harry no podía sentarse. Se paseaba de un lado al otro, ante la chimenea. Todavía
temblaba.
—Snape quiere la piedra para Voldemort... y Voldemort está esperando en el
bosque... ¡Y todo el tiempo pensábamos que Snape sólo quería ser rico!
—¡Deja de decir el nombre!  —dijo Ron, en un aterrorizado susurro, como si
pensara que Voldemort pudiera oírlos.
Harry no lo escuchó.
—Firenze me salvó, pero no debía haberlo hecho... Bane estaba furioso... Hablaba
de interferir en lo que los planetas dicen que sucederá... Deben decir que Voldemort ha
vuelto... Bane piensa que Firenze debió dejar que Voldemort me matara. Supongo que
eso también está escrito en las estrellas.
—¿Quieres dejar de repetir el nombre? —dijo Ron.
—Así que lo único que tengo que hacer es esperar que Snape robe la Piedra
—continuó febrilmente Harry—.. Entonces Voldemort podrá venir y terminar
conmigo... Bueno, supongo que Bane estará contento.
Hermione parecía muy asustada, pero tuvo una palabra de consuelo.
—Harry, todos dicen que Dumbledore es al único al que Quien-tú-sabes siempre ha
temido. Con Dumbledore por aquí, Quien-tú-sabes no te tocará. De todos modos, ¿quién
puede decir que los centauros tienen razón? A mí me parecen adivinos y la profesora
McGonagall dice que ésa es una rama de la magia muy inexacta.
El cielo ya estaba claro cuando terminaron de hablar. Se fueron a la cama agotados,
con las gargantas secas. Pero las sorpresas de aquella noche no habían terminado.
Cuando  Harry abrió la cama encontró su capa invisible, cuidadosamente doblada.
Tenía sujeta una nota:
Por las dudas.

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