16
La Cámara de los Secretos
—Con la cantidad de veces que hemos estado cerca de ella en los aseos —dijo Ron conamargura durante el desayuno del día siguiente—, y no se nos ocurrió preguntarle, y
ahora ya ves...
La aventura de seguir a las arañas había sido muy dura. Pero ahora, burlar a los
profesores para poder meterse en un lavabo de chicas, pero no uno cualquiera, sino el
que estaba junto al lugar en que había ocurrido el primer ataque, les parecía
prácticamente imposible.
En la primera clase que tuvieron, Transformaciones, sin embargo, sucedió algo que
por primera vez en varias semanas les hizo olvidar la Cámara de los Secretos. A los diez
minutos de empezada la clase, la profesora McGonagall les dijo que los exámenes
comenzarían el 1 de junio, y sólo faltaba una semana.
—¿Exámenes? —aulló Seamus Finnigan—. ¿Vamos a tener exámenes a pesar de
todo?
Sonó un fuerte golpe detrás de Harry. A Neville Longbottom se le había caído la
varita mágica, haciendo desaparecer una de las patas del pupitre. La profesora
McGonagall volvió a hacerla aparecer con un movimiento de su varita y se volvió hacia
Seamus con el entrecejo fruncido.
—El único propósito de mantener el colegio en funcionamiento en estas
circunstancias es el de daros una educación —dijo con severidad—. Los exámenes, por
lo tanto, tendrán lugar como de costumbre, y confío en que estéis todos estudiando duro.
¡Estudiando duro! Nunca se le ocurrió a Harry que pudiera haber exámenes con el
castillo en aquel estado. Se oyeron murmullos de disconformidad en toda el aula, lo que
provocó que la profesora McGonagall frunciera el entrecejo aún más.
—Las instrucciones del profesor Dumbledore fueron que el colegio prosiguiera su
marcha con toda la normalidad posible —dijo ella—. Y eso, no necesito explicarlo,
incluye comprobar cuánto habéis aprendido este curso.
Harry contempló el par de conejos blancos que tenía que convertir en zapatillas.
¿Qué había aprendido durante aquel curso? No le venía a la cabeza ni una sola cosa que
pudiera resultar útil en un examen.
En cuanto a Ron, parecía como si le acabaran de decir que tenía que irse a vivir al
bosque prohibido.
—¿Te parece que puedo hacer los exámenes con esto? —preguntó a Harry,
levantando su varita, que se había puesto a pitar.
Tres días antes del primer examen, durante el desayuno, la profesora McGonagall hizo
otro anuncio a la clase.
—Tengo buenas noticias —dijo, y el Gran Comedor, en lugar de quedar en
silencio, estalló en alborozo.
—¡Vuelve Dumbledore! —dijeron varios, entusiasmados.
—¡Han atrapado al heredero de Slytherin! —gritó una chica desde la mesa de
Ravenclaw.
—¡Vuelven los partidos de quidditch! —rugió Wood emocionado.
Cuando se calmó el alboroto, dijo la profesora McGonagall:
—La profesora Sprout me ha informado de que las mandrágoras ya están listas para
ser cortadas. Esta noche podremos revivir a las personas petrificadas. Creo que no hace
falta recordaros que alguno de ellos quizá pueda decirnos quién, o qué, los atacó. Tengo
la esperanza de que este horroroso curso acabe con la captura del culpable.
Hubo una explosión de alegría. Harry miró a la mesa de Slytherin y no le
sorprendió ver que Draco Malfoy no participaba de ella. Ron, sin embargo, parecía más
feliz que en ningún otro momento de los últimos días.
—¡Siendo así, no tendremos que preguntarle a Myrtle! —dijo a Harry—.
¡Hermione tendrá la respuesta cuando la despierten! Aunque se volverá loca cuando se
entere de que sólo quedan tres días para el comienzo de los exámenes. No ha podido
estudiar. Sería más amable por nuestra parte dejarla como está hasta que hubieran
terminado.
En aquel mismo instante, Ginny Weasley se acercó y se sentó junto a Ron. Parecía
tensa y nerviosa, y Harry vio que se retorcía las manos en el regazo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Ron, sirviéndose más gachas de avena.
Ginny no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un lado a otro con una
expresión asustada que a Harry le recordaba a alguien, aunque no sabía a quién.
—Suéltalo ya —le dijo Ron, mirándola.
Harry comprendió entonces a quién le recordaba Ginny Se balanceaba ligeramente
hacia atrás y hacia delante en la silla, exactamente igualque lo hacía Dobby cuando
estaba a punto de revelar información prohibida.
—Tengo algo que deciros —masculló Ginny, evitando mirar directamente a Harry.
—¿Qué es? —preguntó Harry
Parecía como si Ginny no pudiera encontrar las palabras adecuadas.
—¿Qué? —apremió Ron.
Ginny abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido. Harry se inclinó hacia
delante y habló en voz baja, para que sólo le pudieran oír Ron y Ginny.
—¿Tiene que ver con la Cámara de los Secretos? ¿Has visto algo o a alguien
haciendo cosas sospechosas?
Ginny cogió aire, y en aquel preciso momento apareció Percy Weasley, pálido y
fatigado.
—Si has acabado de comer, me sentaré en tu sitio, Ginny. Estoy muerto de hambre.
Acabo de terminar la ronda.
Ginny saltó de la silla como si le hubiera dado la corriente, echó a Percy una
mirada breve y aterrorizada, y salió corriendo. Percy se sentó y cogió una jarra del
centro de la mesa.
—¡Percy! —dijo Ron enfadado—. ¡Estaba a punto de contarnos algo importante!
Percy se atragantó en medio de un sorbo de té.
—¿Qué era eso tan importante? —preguntó, tosiendo.
—Yo le acababa de preguntar si había visto algo raro, y ella se disponía a decir...
—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los Secretos —dijo Percy
—¿Cómo lo sabes? —dijo Ron, arqueando las cejas.
—Bueno, si es imprescindible que te lo diga... Ginny, esto..., me encontró el otro
día cuando yo estaba... Bueno, no importa, el caso es que... ella me vio hacer algo y yo,
hum, le pedí que no se lo dijera a nadie. Yo creía que mantendría su palabra. No es
nada, de verdad, pero preferiría...
Harry nunca había visto a Percy pasando semejante apuro.
—¿Qué hacías, Percy? —preguntó Ron, sonriendo—. Vamos, dínoslo, no nos
reiremos.
Percy no devolvió la sonrisa.
—Pásame esos bollos, Harry me muero de hambre.
Harry sabía que todo el misterio podría resolverse al día siguiente sin la ayuda de
Myrtle, pero, si se presentaba, no dejaría escapar la oportunidad de hablar con ella. Y
afortunadamente se presentó, a media mañana, cuando Gilderoy Lockhart les conducía
al aula de Historia de la Magia.
Lockhart, que tan a menudo les había asegurado que todo el peligro ya había
pasado, sólo para que se demostrara enseguida que estaba equivocado, estaba ahora
plenamente convencido de que no valía la pena acompañar a los alumnos por los
pasillos. No llevaba el pelo tan acicalado como de costumbre, y parecía como si hubiera
estado levantado casi toda la noche, haciendo guardia en el cuarto piso.
—Recordad mis palabras —dijo, doblando con ellos una esquina—: lo primero que
dirán las bocas de esos pobres petrificados será: «Fue Hagrid.» Francamente, me
asombra que la profesora McGonagall juzgue necesarias todas estas medidas de
seguridad.
—Estoy de acuerdo, señor —dijo Harry, y a Ron se le cayeron los libros, de la
sorpresa.
—Gracias, Harry —dijo Lockhart cortésmente, mientras esperaban que acabara de
pasar una larga hilera de alumnos de Hufflepuff—. Nosotros los profesores tenemos
cosas mucho más importantes que hacer que acompañar a los alumnos por los pasillos y
quedarnos de guardia toda la noche...
—Es verdad —dijo Ron, comprensivo—. ¿Por qué no nos deja aquí, señor? Sólo
nos queda este pasillo.
—¿Sabes, Weasley? Creo que tienes razón —respondió Lockhart—. La verdad es
que debería ir a preparar mi próxima clase.
Ysalió apresuradamente.
—A preparar su próxima clase —dijo Ron con sorna—. A ondularse el cabello,
más bien.
Dejaron que el resto de la clase pasara delante y luego enfilaron por un pasillo
lateral y corrieron hacia los aseos de Myrtle la Llorona. Pero cuando ya se felicitaban
uno al otro por su brillante idea...
—¡Potter! ¡Weasley! ¿Qué estáis haciendo?
Era la profesora McGonagall, y tenía los labios más apretados que nunca.
—Estábamos... estábamos... —balbució Ron—. Íbamos a ver...
—A Hermione —dijo Harry. Tanto Ron como la profesora McGonagall lo
miraron—. Hace mucho que no la vemos, profesora —continuó Harry, hablando deprisa
y pisando a Ron en el pie—, y pretendíamos colarnos en la enfermería, ya sabe, y
decirle que las mandrágoras ya están casi listasy, bueno, que no se preocupara.
La profesora McGonagall seguía mirándolo, y por un momento, Harry pensó que
iba a estallar de furia, pero cuando habló lo hizo con una voz ronca, poco habitual en
ella.
—Naturalmente —dijo, y Harry vio, sorprendido, que brillaba una lágrima en uno
de sus ojos, redondos y vivos—. Naturalmente, comprendo que todo esto ha sido más
duro para los amigos de los que están... Lo comprendo perfectamente. Sí, Potter, claro
que podéis ver a la señorita Granger. Informaré al profesor Binns de dónde habéis ido.
Decidle a la señora Pomfrey que os he dado permiso.
Harry y Ron se alejaron, sin atreverse a creer que se hubieran librado del castigo.
Al doblar la esquina, oyeron claramente a la profesora McGonagall sonarse la nariz.
—Ésa —dijo Ron emocionado—ha sido la mejor historia que has inventado
nunca.
No tenían otra opción que ir a la enfermería y decir a la señora Pomfrey que la
profesora McGonagall les había dado permiso para visitar a Hermione.
La señora Pomfrey los dejó entrar, pero a regañadientes.
—No sirve de nada hablar a alguien petrificado —les dijo, y ellos, al sentarse al
lado de Hermione, tuvieron que admitir que tenía razón. Era evidente que Hermione no
tenía la más remota idea de que tenía visitas, y que lo mismo daría que lo de que no se
preocupara se lo dijeran a la mesilla de noche.
—¿Vería al atacante? —preguntó Ron, mirando con tristeza el rostro rígido de
Hermione—. Porque si se apareció sigilosamente, quizá no viera a nadie...
Pero Harry no miraba el rostro deHermione, porque se había fijado en que su
mano derecha, apretada encima de las mantas, aferraba en el puño un trozo de papel
estrujado.
Asegurándose de que la señora Pomfrey no estaba cerca, se lo señaló a Ron.
—Intenta sacárselo —susurró Ron, corriendosu silla para ocultar a Harry de la
vista de la señora Pomfrey.
No fue una tarea fácil. La mano de Hermione apretaba con tal fuerza el papel que
Harry creía que al tirar se rompería. Mientras Ron lo cubría, él tiraba y forcejeaba, y, al
fin, después de varios minutos de tensión, el papel salió.
Era una página arrancada de un libro muy viejo. Harry la alisó con emoción y Ron
se inclinó para leerla también.
De las muchas bestias pavorosas y monstruos terribles que vagan por nuestra
tierra, no hay ninguna más sorprendente ni más letal que el basilisco,
conocido como el rey de las serpientes. Esta serpiente, que puede alcanzar un
tamaño gigantesco y cuya vida dura varios siglos, nace de un huevo de gallina
empollado por un sapo. Sus métodos de matar son de lo más extraordinario,
pues además de sus colmillos mortalmente venenosos, el basilisco mata con la
mirada, y todos cuantos fijaren su vista en el brillo de sus ojos han de sufrir
instantánea muerte. Las arañas huyen del basilisco, pues es éste su mortal
enemigo, y el basilisco huye sólo del canto del gallo, que para él es mortal.
Y debajo de esto, había escrita una sola palabra, con una letra que Harry reconoció
como la de Hermione: «Cañerías.»
Fue como si alguien hubiera encendido la luz de repente en sucerebro.
—Ron —musitó—. ¡Esto es! Aquí está la respuesta. El monstruo de la cámara es
un basilisco, ¡una serpiente gigante! Por eso he oído a veces esa voz por todo el colegio,
y nadie más la ha oído: porque yo comprendo la lengua pársel...
Harry miró las camas que había a su alrededor.
—El basilisco mata a la gente con la mirada. Pero no ha muerto nadie. Porque
ninguno de ellos lo miró directo a los ojos. Colin lo vio a través de su cámara de fotos.
El basilisco quemó toda la película que había dentro, pero a Colin sólo lo petrificó.
Justin... ¡Justin debe de haber visto al basilisco a través de Nick Casi Decapitado! Nick
lo vería perfectamente, pero no podía morir otra vez... Y a Hermione y la prefecta de
Ravenclaw las hallaron con aquel espejo al lado. Hermione acababa de enterarse de que
el monstruo era un basilisco. ¡Me apostaría algo a que ella le advirtió a la primera
persona a la que encontró que mirara por un espejo antes de doblar las esquinas! Y
entonces sacó el espejo y...
Ron se había quedado con la boca abierta.
—¿Y la Señora Norris? —susurró con interés.
Harry hizo un gran esfuerzo para concentrarse, recordando la imagen de la noche
de Halloween.
—El agua..., la inundación que venía de los aseos de Myrtle la Llorona. Seguro que
la Señora Norris sólo vio el reflejo...
Con impaciencia, examinó la hoja que tenía en la mano. Cuanto más la miraba más
sentido le hallaba.
—¡El canto del gallo para él es mortal! —leyó en voz alta—. ¡Mató a los gallos de
Hagrid! El heredero de Slytherin no quería que hubiera ninguno cuando se abriera la
Cámara de los Secretos. ¡Las arañas huyen de él! ¡Todo encaja!
—Pero ¿cómo se mueve el basilisco por el castillo? —dijo Ron—. Una serpiente
asquerosa... alguien tendría que verla...
Harry, sin embargo, le señaló la palabra que Hermione había garabateado al pie de
la página.
—Cañerías —leyó—. Cañerías... Ha estado usando las cañerías, Ron. Y yo he oído
esa voz dentro de las paredes...
De pronto, Ron cogió a Harry del brazo.
—¡La entrada de la Cámara de los Secretos! —dijo con la voz quebrada—. ¿Y si es
uno de los aseos? ¿Y si estuviera en...?
—... los aseos de Myrtle la Llorona —terminó Harry
Durante un rato se quedaron inmóviles, embargados por la emoción, sin poder
creérselo apenas.
—Esto quiere decir —añadió Harry—que no debo de ser el único que habla pársel
en el colegio. El heredero de Slytherin también lo hace. De esa forma domina al
basilisco.
—¿Qué hacemos? ¿Vamos directamente a hablar con McGonagall?
—Vamos a la sala de profesores —dijo Harry, levantándosede un salto—. Irá allí
dentro de diez minutos, ya es casi el recreo.
Bajaron las escaleras corriendo. Como no querían que los volvieran a encontrar
merodeando por otro pasillo, fueron directamente a la sala de profesores, que estaba
desierta. Era una sala amplia con una gran mesa y muchas sillas alrededor. Harry y Ron
caminaron por ella, pero estaban demasiado nerviosos para sentarse.
Pero la campana que señalaba el comienzo del recreo no sonó. En su lugar se oyó
la voz de la profesora McGonagall, amplificada por medios mágicos.
—Todos los alumnos volverán inmediatamente a los dormitorios de sus respectivas
casas. Los profesores deben dirigirse a la sala de profesores. Les ruego que se den prisa.
Harry se dio la vuelta hacia Ron.
—¿Habrá habido otro ataque? ¿Precisamente ahora?
—¿Qué hacemos? —dijo Ron, aterrorizado—. ¿Regresamos al dormitorio?
—No —dijo Harry, mirando alrededor. Había una especie de ropero a su izquierda,
lleno de capas de profesores—. Si nos escondemos aquí, podremos enterarnos de quéha
pasado. Luego les diremos lo que hemos averiguado.
Se ocultaron dentro del ropero. Oían el ruido de cientos de personas que pasaban
por el corredor. La puerta de la sala de profesores se abrió de golpe. Por entre los
pliegues de las capas, que olían ahumedad, vieron a los profesores que iban entrando en
la sala. Algunos parecían desconcertados, otros claramente preocupados. Al final llegó
la profesora McGonagall.
—Ha sucedido —dijo a la sala, que la escuchaba en silencio—. Una alumna ha
sido raptada por el monstruo. Se la ha llevado a la cámara.
El profesor Flitwick dejó escapar un grito. La profesora Sprout se tapó la boca con
las manos. Snape se cogió con fuerza al respaldo de una silla y preguntó:
—¿Está usted segura?
—El heredero de Slytherin —dijo la profesora McGonagall, que estaba pálida—ha
dejado un nuevo mensaje, debajo del primero: «Sus huesos reposarán en la cámara por
siempre.»
El profesor Flitwick derramó unas cuantas lágrimas.
—¿Quién ha sido? —preguntó la señora Hooch, que se había sentado en una silla
porque las rodillas no la sostenían—. ¿Qué alumna?
—Ginny Weasley —dijo la profesora McGonagall.
Harry notó que Ron se dejaba caer en silencio y se quedaba agachado sobre el
suelo del ropero.
—Tendremos que enviar a todos los estudiantes a casa mañana —dijo la profesora
McGonagall—. Éste es el fin de Hogwarts. Dumbledore siempre dijo...
La puerta de la sala de profesores se abrió bruscamente. Por un momento, Harry
estuvo convencido de que era Dumbledore. Pero era Lockhart, y llegabasonriendo.
—Lo lamento..., me quedé dormido... ¿Me he perdido algo importante?
No parecía darse cuenta de que los demás profesores lo miraban con una expresión
bastante cercana al odio. Snape dio un paso hacia delante.
—He aquí el hombre —dijo—. El hombreadecuado. El monstruo ha raptado a una
chica, Lockhart. Se la ha llevado a la Cámara de los Secretos. Por fin ha llegado tu
oportunidad.
Lockhart palideció.
—Así es, Gilderoy —intervino la profesora Sprout—. ¿No decías anoche que
sabías dónde estaba la entrada a la Cámara de los Secretos?
—Yo..., bueno, yo... —resopló Lockhart.
—Sí, ¿y no me dijiste que sabías con seguridad qué era lo que había dentro?
—añadió el profesor Flitwick.
—¿Yo...? No recuerdo...
—Ciertamente, yo sí recuerdo que lamentabas no haber tenido una oportunidad de
enfrentarte al monstruo antes de que arrestaran a Hagrid —dijo Snape—. ¿No decías
que el asunto se había llevado mal, y que deberíamos haberlo dejado todo en tus manos
desde el principio?
Lockhart miró los rostros pétreos de sus colegas.
—Yo..., yo nunca realmente... Debéis de haberme interpretado mal...
—Lo dejaremos todo en tus manos, Gilderoy —dijo la profesora McGonagall—.
Esta noche será una ocasión excelente para llevarlo a cabo. Nos aseguraremos de que
nadie te moleste. Podrás enfrentarte al monstruo tú mismo. Por fin está en tus manos.
Lockhart miró en torno, desesperado, pero nadie acudió en su auxilio. Ya no
resultaba tan atractivo. Le temblaba el labio, y en ausencia de su sonrisa radiante,
parecía flojo y debilucho.
—Mu-muy bien —dijo—. Estaré en mi despacho, pre-preparándome.
Y salió de la sala.
—Bien —dijo la profesora McGonagall, resoplando—, eso nos lo quitará de
delante. Los Jefes de las Casas deberían ir ahora a informar a los alumnos de lo
ocurrido. Decidles que el expreso de Hogwarts los conducirá a sus hogares mañana a
primera hora de la mañana. A los demás os ruego que os encarguéis de aseguraros de
que no haya ningún alumno fuera de los dormitorios.
Los profesores se levantaron y fueron saliendo de uno en uno.
Aquél fue, seguramente, el peor día de la vida de Harry. Él, Ron, Fred y George se
sentaron juntos en un rincón de la sala común de Gryffindor, incapaces de pronunciar
palabra. Percy no estaba con ellos. Había enviado una lechuza a sus padres y luego se
había encerrado en su dormitorio.
Ninguna tarde había sido tan larga como aquélla, y nunca la torre de Gryffindor
había estado tan llena de gente y tan silenciosa a la vez. Cuando faltaba poco para la
puesta de sol, Fred y George se fueron ala cama, incapaces de permanecer allí sentados
más tiempo.
—Ella sabía algo, Harry —dijo Ron, hablando por primera vez desde que entraran
en el ropero de la sala de profesores—. Por eso la han raptado. No se trataba de ninguna
estupidez sobre Percy; había averiguado algo sobre la Cámara de los Secretos. Debe de
ser por eso, porque ella era... —Ron se frotó los ojos frenético—. Quiero decir, que es
de sangre limpia. No puede haber otra razón.
Harry veía el sol, rojo como la sangre, hundirse en el horizonte. Nunca se había
sentido tan mal. Si pudiera hacer algo..., cualquier cosa...
—Harry —dijo Ron—, ¿crees que existe alguna posibilidad de que ella no esté...?
Ya sabes a lo que me refiero.
—Harry no supo qué contestar. No creía que pudiera seguir viva—. ¿Sabes qué?
—añadió Ron—. Deberíamos ir a ver a Lockhart para decirle lo que sabemos. Va a
intentar entrar en la cámara. Podemos decirle dónde sospechamos que está la entrada y
explicarle que lo que hay dentro es un basilisco.
Harry se mostró de acuerdo, porque no se le ocurría nada mejor y quería hacer
algo. Los demás alumnos de Gryffindor estaban tan tristes, y sentían tanta pena de los
Weasley, que nadie trató de detenerlos cuando se levantaron, cruzaron la sala y salieron
por el agujero del retrato.
Oscurecía mientras se acercaban al despacho de Lockhart. Les dio la impresión de
que dentro había gran actividad: podían oír sonido de roces, golpes y pasos apresurados.
Harry llamó. Dentro se hizo un repentino silencio. Luego la puerta se entreabrió y
Lockhart asomó un ojo por la rendija.
—¡Ah...! Señor Potter, señor Weasley... —dijo, abriendo la puerta un poco más—.
En este momento estaba muy ocupado. Si os dais prisa...
—Profesor, tenemos información para usted —dijo Harry—. Creemos que le será
útil.
—Ah..., bueno..., no es muy.. —Lockhart parecía encontrarse muy incómodo, a
juzgar por el trozo de cara que veían—. Quiero decir, bueno, bien.
Abrió la puerta y entraron.
El despacho estaba casi completamente vacío. En el suelo había dos grandes baúles
abiertos. Uno contenía túnicas de color verde jade, lila y azul medianoche, dobladas con
precipitación; el otro, libros mezclados desordenadamente.
Las fotografías que habían cubierto las paredes estaban ahora guardadas en cajas
encima de la mesa.
—¿Se vaa algún lado? —preguntó Harry.
—Esto..., bueno, sí... —admitió Lockhart, arrancando un póster de sí mismo de
tamaño natural y comenzando a enrollarlo—. Una llamada urgente..., insoslayable...,
tengo que marchar...
—¿Y mi hermana? —preguntó Ron con voz entrecortada.
—Bueno, en cuanto a eso... es ciertamente lamentable —dijo Lockhart, evitando
mirarlo a los ojos mientras sacaba un cajón y empezaba a vaciar el contenido en una
bolsa—. Nadie lo lamenta más. que yo...
—¡Usted es el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras! —dijo Harry—. ¡No
puede irse ahora! ¡Con todas las cosas oscuras que están pasando!
—Bueno, he de decir que... cuando acepté el empleo... —murmuró Lockhart,
amontonando calcetines sobre las túnicas—no constaba nada en el contrato... Yono
esperaba...
—¿Quiere decir que va a salir corriendo? —dijo Harry sin poder creérselo—.
¿Después de todo lo que cuenta en sus libros?
—Los libros pueden ser mal interpretados —repuso Lockhart con sutileza.
—¡Usted los ha escrito! —gritó Harry.
—Muchacho —dijo Lockhart, irguiéndose y mirando a Harry con el entrecejo
fruncido—, usa el sentido común. No habría vendido mis libros ni la mitad de bien si la
gente no se hubiera creído que yo hice todas esas cosas. A nadie le interesa la historia de
un mago armenio feo y viejo, aunque librara de los hombres lobo a un pueblo. Habría
quedado horrible en la portada. No tenía ningún gusto vistiendo. Y la bruja que echó a
la banshee que presagiaba la muerte tenía un labio leporino. Quiero decir..., vamos,
que...
—¿Así que usted se ha estado llevando la gloria de lo que ha hecho otra gente?
—dijo Harry, que no daba crédito a lo que oía.
—Harry, Harry —dijo Lockhart, negando con la cabeza—, no es tan simple. Tuve
que hacer un gran trabajo. Tuve que encontrar a esaspersonas, preguntarles cómo lo
habían hecho exactamente y encantarlos con el embrujo desmemorizante para que no
pudieran recordar nada. Si hay algo que me llena de orgullo son mis embrujos
desmemorizantes. Ah..., me ha llevado mucho esfuerzo, Harry. No todo consiste en
firmar libros y fotos publicitarias. Si quieres ser famoso, tienes que estar dispuesto a
trabajar duro.
Cerró las tapas de los baúles y les echó la llave.
—Veamos —dijo—. Creo que eso es todo. Sí. Sólo queda un detalle.
Sacó su varita mágicay se volvió hacia ellos.
—Lo lamento profundamente, muchachos, pero ahora os tengo que echar uno de
mis embrujos desmemorizantes. No puedo permitir que reveléis a todo el mundo mis
secretos. No volvería a vender ni un solo libro...
Harry sacó su varita justo a tiempo. Lockhart apenas había alzado la suya cuando
Harry gritó:
—¡Expelliarmus!
Lockhart salió despedido hacia atrás y cayó sobre uno de los baúles. La varita voló
por el aire. Ron la cogió y la tiró por la ventana.
—No debería haber permitido que el profesor Snape nos enseñara esto —dijo
Harry furioso, apartando el baúl a un lado de una patada. Lockhart lo miraba, otra vez
con aspecto desvalido. Harry lo apuntaba con la varita.
—¿Qué queréis que haga yo? —dijo Lockhart con voz débil—. No sé dónde está la
Cámara de los Secretos. No puedo hacer nada.
—Tiene suerte —dijo Harry, obligándole a levantarse a punta de varita—. Creo
que nosotros sí sabemos dónde está. Y qué es lo que hay dentro. Vamos.
Hicieron salir a Lockhart de su despacho, descendieronpor las escaleras más
cercanas y fueron por el largo corredor de los mensajes en la pared, hasta la puerta de
los aseos de Myrtle la Llorona.
Hicieron pasar a Lockhart delante. A Harry le hizo gracia que temblara.
Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del último retrete.
—¡Ah, eres tú! —dijo ella, al ver a Harry—. ¿Qué quieres esta vez?
—Preguntarte cómo moriste —dijo Harry.
El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una
pregunta que la halagara tanto.
—¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—. Sucedió aquí mismo. Morí en este
mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive Hornby se
reía de mis gafas. La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba
alguien. Decían algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua extraña.
De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un chico el que
hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus aseos, pero
entonces... —Myrtle estaba henchida de orgullo, el rostro iluminado—me morí.
—¿Cómo? —preguntó Harry.
—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo haber visto unos
grandes ojos amarillos. Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui
flotando... —dirigió a Harry una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba decidida
a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida de haberse reído
de mis gafas.
—¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó Harry
—Por ahí —contestó Myrtle, señalandovagamente hacia el lavabo que había
enfrente de su retrete.
Harry y Ron se acercaron a toda prisa. Lockhart se quedó atrás, con una mirada de
profundo terror en el rostro.
Parecía un lavabo normal. Examinaron cada centímetro de su superficie, por dentro
y por fuera, incluyendo las cañerías de debajo. Y entonces Harry lo vio: había una
diminuta serpiente grabada en un lado de uno de los grifos de cobre.
—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría, cuando intentaron
accionarlo.
—Harry —dijo Ron—, di algo. Algo en lengua pársel.
—Pero... —Harry hizo un esfuerzo. Las únicas ocasiones en que había logrado
hablar en lengua pársel estaba delante de una verdadera serpiente. Se concentró en la
diminuta figura, intentando imaginar que era una serpiente de verdad.
—Ábrete —dijo.
Miró a Ron, que negaba con la cabeza.
—Lo has dicho en nuestra lengua —explicó.
Harry volvió a mirar a la serpiente, intentando imaginarse que estaba viva. Al
mover la cabeza, la luz de la vela producía la sensación de que la serpiente se movía.
—Ábrete —repitió.
Pero ya no había pronunciado palabras, sino que había salido de él un extraño
silbido, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y comenzó a girar. Al cabo de un
segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió, desapareció,
dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para meter un hombre dentro.
Harry oyó que Ron exhalaba un grito ahogado y levantó la vista. Estaba planeando
qué era lo que había que hacer.
—Bajaré por él —dijo.
No podía echarse atrás, ahora que habían encontrado la entrada de la cámara. No
podía desistir si existía la más ligera, la más remota posibilidad de que Ginny estuviera
viva.
—Yo también —dijo Ron.
Hubo una pausa.
—Bien, creo que no os hago falta —dijo Lockhart, con una reminiscencia de su
antigua sonrisa—. Así que me...
Puso la mano en el pomo de la puerta, pero tanto Ron como Harry lo apuntaron con
sus varitas.
—Usted bajará delante —gruñó Ron.
Con la cara completamente blanca y desprovisto de varita, Lockhart se acercó a la
abertura.
—Muchachos —dijo con voz débil—, muchachos, ¿de qué va a servir?
Harry le pegó en la espalda con su varita. Lockhart metió las piernas en la tubería.
—No creo realmente... —empezó a decir, pero Ron le dio un empujón, y sehundió
tubería abajo. Harry se apresuró a seguirlo. Se metió en la tubería y se dejó caer.
Era como tirarse por un tobogán interminable, viscoso y oscuro. Podía ver otras
tuberías que surgían como ramas en todas las direcciones, pero ninguna era tan larga
como aquella por la que iban, que se curvaba y retorcía, descendiendo súbitamente.
Calculaba que ya estaban por debajo incluso de las mazmorras del castillo. Detrás de él
podía oír a Ron, que hacía un ruido sordo al doblar las curvas.
Y entonces, cuando se empezaba a preguntar qué sucedería cuando llegara al final,
la tubería tomó una dirección horizontal, y él cayó del extremo del tubo al húmedo suelo
de un oscuro túnel de piedra, lo bastante alto para poder estar de pie. Lockhart se estaba
incorporandoun poco más allá, cubierto de barro y blanco como un fantasma. Harry se
hizo a un lado y Ron salió también del tubo como una bala.
—Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia del colegio —dijo Harry, y su
voz resonaba en el negro túnel.
—Y debajo del lago, quizá —dijo Ron, afinando la vista para vislumbrar los muros
negruzcos y llenos de barro.
Los tres intentaron ver en la oscuridad lo que había delante.
—¡Lumos! —ordenó Harry a su varita, y la lucecita se encendió de nuevo—.
Vamos —dijo a Ron y a Lockhart, y comenzaron a andar. Sus pasos retumbaban en el
húmedo suelo.
El túnel estaba tan oscuro que sólo podían ver a corta distancia. Sus sombras,
proyectadas en las húmedas paredes por la luz de la varita, parecían figuras
monstruosas.
—Recordad —dijo Harry en voz baja, mientras caminaban con cautela—: al menor
signo de movimiento, hay que cerrar los ojos inmediatamente.
Pero el túnel estaba tranquilo como una tumba, y el primer sonido inesperado que
oyeron fue cuando Ron pisó el cráneo de una rata. Harry bajó la varita para alumbrar el
suelo y vio que estaba repleto de huesos de pequeños animales. Haciendo un esfuerzo
para no imaginarse el aspecto que podría presentar Ginny si la encontraban, Harry fue
marcándoles el camino. Doblaron una oscura curva.
—Harry, ahí hay algo... —dijo Ron con la voz ronca, cogiendo a Harry por el
hombro.
Se quedaron quietos, mirando. Harry podía ver tan sólo la silueta de una cosa
grande y encorvada que yacía de un lado a otro del túnel. No se movía.
—Quizás esté dormido —musitó, volviéndose a mirar a los otros dos. Lockhart se
tapaba los ojos con las manos. Harry volvió a mirar aquello; el corazón le palpitaba con
tanta rapidez que le dolía.
Muy despacio, abriendo los ojos sólo lo justo para ver, Harry avanzó con la varita
en alto.
La luz iluminó la piel de una serpiente gigantesca, una piel de un verde intenso,
ponzoñoso, que yacía atravesada en el suelo del túnel, retorcida y vacía. El animal que
había dejado allí su muda debía de medir al menos siete metros.
—¡Caray ! —exclamó Ron con voz débil.
Algo se movió de pronto detrás de ellos. Gilderoy Lockhart se había caído de
rodillas.
—Levántese —le dijo Ron con brusquedad, apuntando a Lockhart con su varita.
Lockhart se puso de pie, pero se abalanzó sobre Ron y lo derribó al suelo de un
golpe.
Harry saltó hacia delante, pero ya era demasiado tarde. Lockhart se incorporaba,
jadeando, con la varita de Ron en la mano y su sonrisa esplendorosa de nuevo en la
cara.
—¡Aquí termina la aventura, muchachos! —dijo—. Cogeré un trozo de esta piel y
volveré al colegio, diré que era demasiado tarde para salvar a la niña y que vosotros dos
perdisteis el conocimiento al ver su cuerpo destrozado. ¡Despedíos de vuestras
memorias!
Levantó en el aire la varita mágica de Ron, recompuesta con celo, y gritó:
—¡Obliviate!
La varita estalló con la fuerza de una pequeña bomba. Harry se cubrió la cabeza
con las manos y echó a correr hacia la piel de serpiente, escapando de los grandes trozos
de techo que se desplomaban contra el suelo. Enseguida vio que se había quedado
aislado y tenía ante si una sólida pared formada por las piedras desprendidas.
—¡Ron! —grito—, ¿estás bien? ¡Ron!
—¡Estoy aquí! —La voz de Ron llegaba apagada, desde el otro lado de las piedras
caídas—. Estoy bien. Pero este idiotano. La varita se volvió contra él.
Escuchó un ruido sordo y un fuerte «¡ay!», como si Ron le acabara de dar una
patada en la espinilla a Lockhart.
—¿Y ahora qué? —dijo la voz de Ron, con desespero—. No podemos pasar. Nos
llevaría una eternidad...
Harry miró al techo del túnel. Habían aparecido en él unas grietas considerables.
Nunca había intentado mover por medio de la magia algo tan pesado como todo aquel
montón de piedras, y no parecía aquél un buen momento para intentarlo. ¿Y si se
derrumbaba todo el túnel?
Hubo otro ruido sordo y otro ¡ay! provenientes del otro lado de la pared. Estaban
malgastando el tiempo. Ginny ya llevaba horas en la Cámara de los Secretos. Harry
sabía que sólo se podía hacer una cosa.
—Aguarda aquí —indicó a Ron—. Aguarda con Lockhart. Iré yo. Si dentro de una
hora no he vuelto...
Hubo una pausa muy elocuente.
—Intentaré quitar algunas piedras —dijo Ron, que parecía hacer esfuerzos para que
su voz sonara segura—. Para que puedas... para que puedas cruzar al volver. Y..
—¡Hasta dentro de un rato! —dijo Harry, tratando de dar a su voz temblorosa un
tono de confianza.
Y partió él solo cruzando la piel de la serpiente gigante. Enseguida dejó de oír el
distante jadeo de Ron al esforzarse para quitar las piedras. El túnel serpenteaba
continuamente. Harry sentía la incomodidad de cada uno de sus músculos en tensión.
Quería llegar al final del túnel y al mismo tiempo le aterrorizaba lo que pudiera
encontrar en él. Y entonces, al fin, al doblar sigilosamente otra curva, vio delante de él
una gruesa pared en la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con
grandes y brillantes esmeraldas en los ojos.
Harry se acercó a la pared. Tenía la garganta muy seca. No tuvo que hacer un gran
esfuerzo para imaginarse que aquellas serpientes eran de verdad, porque sus ojos
parecían extrañamente vivos.
Tenía que intuir lo que debía hacer. Se aclaró la garganta, y le pareció que los ojos
de las serpientes parpadeaban.
—¡Ábrete! —dijo Harry, con un silbido bajo, desmayado.
Las serpientesse separaron al abrirse el muro. Las dos mitades de éste se
deslizaron a los lados hasta quedar ocultas, y Harry, temblando de la cabeza a los pies,
entró.
17
El heredero de Slytherin
Se hallaba en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se
perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra
verdosa que reinaba en la estancia.
Con el corazón latiéndole muy rápido, Harry escuchó aquel silencio de ultratumba.
¿Estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna? ¿Y
dónde estaría Ginny?
Sacó su varita y avanzó por entre las columnas decoradas con serpientes. Sus pasos
resonaban enlos muros sombríos. Iba con los ojos entornados, dispuesto a cerrarlos
completamente al menor indicio de movimiento. Le parecía que las serpientes de piedra
lo vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Más de una vez, el corazón le dio un
vuelco al creer que alguna se movía.
Al llegar al último par de columnas, vio una estatua, tan alta como la misma
cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.
Harry tuvo que echar atrás la cabeza para poder ver el rostro gigantesco que la
coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba
casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se
asentaban sobre el liso suelo. Y entre los pies, boca abajo, vio una pequeña figura con
túnica negra y el cabello de un rojo encendido.
—¡Ginny! —susurró Harry, corriendo hacia ella e hincándose de rodillas—.
¡Ginny! ¡No estés muerta! ¡Por favor, no estés muerta! —Dejó la varita a un lado, cogió
a Ginny por los hombros y le dio la vuelta. Tenía la cara tan blanca y fría como el
mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces
tenía que estar...—. Ginny, por favor, despierta —susurró Harry sin esperanza,
agitándola. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.
—No despertará —dijo una voz suave.
Harry se enderezó de un salto.
Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana,
mirándole. Tenía los contornos borrosos, como Harry si lo estuviera mirando a través de
un cristal empañado. Pero no había dudas sobre quién era.
—Tom... ¿Tom Ryddle?
Ryddle asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Harry.
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? —dijo Harry desesperado—. ¿Ella
no está... no está...?
—Todavíaestá viva —contestó Ryddle—, pero por muy poco tiempo.
Harry lo miró detenidamente. Tom Ryddle había estudiado en Hogwarts hacía
cincuenta años, y sin embargo allí, bajo aquella luz rara, neblinosa y brillante,
aparentaba tener dieciséis años, ni un díamás.
—¿Eres un fantasma? —preguntó Harry dubitativo.
—Soy un recuerdo —respondió Ryddle tranquilamente—guardado en un diario
durante cincuenta años.
Ryddle señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se
encontraba, abierto, el pequeño diario negro que Harry había hallado en los aseos de
Myrtle la Llorona. Durante un segundo, Harry se preguntó cómo habría llegado hasta
allí. Pero tenía asuntos más importantes en los que pensar.
—Tienes que ayudarme, Tom —dijo Harry, volviendo a levantar la cabeza de
Ginny—. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco... No sé dónde está, pero
podría llegar en cualquier momento. Por favor, ayúdame...
Ryddle no se movió. Harry, sudando, logró levantar a medias a Ginny del suelo, y
se inclinó a recoger su varita.
Pero la varita ya no estaba.
—¿Has visto...?
Levantó los ojos. Ryddle seguía mirándolo... y jugueteaba con la varita de Harry
entre los dedos.
—Gracias —dijo Harry, tendiendo la mano para que el muchacho se la devolviera.
Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Ryddle. Siguió mirando a Harry,
jugando indolente con la varita.
—Escucha —dijo Harry con impaciencia. Las rodillas se le doblaban bajo el peso
muerto de Ginny—. ¡Tenemos que huir! Si aparece el basilisco...
—No vendrá si no es llamado —dijo Ryddle con toda tranquilidad.
Harry volvió a posar a Ginny en el suelo, incapaz de sostenerla.
—¿Qué quieres decir? —preguntó—. Mira, dame la varita, podría necesitarla.
La sonrisa de Ryddle se hizo más evidente.
—No la necesitarás —repuso.
Harry lo miró.
—¿A qué te refieres, yo no...?
—He esperado este momento durante mucho tiempo, Harry Potter —dijo Ryddle—
. Quería verte. Y hablarte.
—Mira —dijo Harry, perdiendo la paciencia—, me parece que no lo has entendido:
estamos en la Cámara de losSecretos. Ya tendremos tiempo de hablar luego.
—Vamos a hablar ahora —dijo Ryddle, sin dejar de sonreír, y se guardó en el
bolsillo la varita de Harry.
Harry lo miró. Allí sucedía algo muy raro.
—¿Cómo ha llegado Ginny a este estado? —preguntó, hablandodespacio.
—Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Ryddle, con agrado—. Es una
larga historia. Supongo que el verdadero motivo por el que Ginny está así es que le
abrió el corazón y le reveló todos sus secretos a un extraño invisible.
—¿De qué hablas? —dijo Harry.
—Del diario —respondió Ryddle—. De mi diario. La pequeña Ginny ha estado
escribiendo en él durante muchos meses, contándome todas sus penas y congojas: que
sus hermanos se burlaban de ella, que tenía que venir al colegio con túnica y libros de
segunda mano, que... —A Ryddle le brillaron los ojos—... pensaba que el famoso, el
bueno, el gran Harry Potter no llegaría nunca a quererla...
Mientras hablaba, Ryddle mantenía los ojos fijos en Harry. Había en ellos una
mirada casi ávida.
—Es una lata tener que oír las tonterías de una niña de once años —siguió—. Pero
me armé de paciencia. Le contesté por escrito. Fui comprensivo, fui bondadoso. Ginny,
simplemente, me adoraba: Nadie me ha comprendido nunca como tú, Tom... Estoy tan
contenta de poder confiar en este diario... Es como tener un amigo que se puede llevar
en el bolsillo...
Ryddle se rió con una risa potente y fría que parecía ajena. A Harry se le erizaron
los pelos de la nuca.
—Si es necesario que yo lo diga, Harry, la verdad es que siempre he fascinado a la
gente que me ha convenido. Así que Ginny me abrió su alma, y era precisamente su
alma lo que yo quería. Me hice cada vez más fuerte alimentándome de sus temores y de
sus profundos secretos. Me hice más poderoso, mucho más que la pequeña señorita
Weasley. Lo bastante poderoso para empezar a alimentar a la señorita Weasley con
algunos de mis propios secretos, para empezar a darle un poco de mi alma...
—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry, con la boca completamente seca.
—¿Todavía no lo adivinas, Harry Potter? —dijo sin inmutarse Ryddle—. Ginny
Weasley abrió la Cámara de los Secretos. Ella retorció el pescuezo a los gallos del
colegio y pintarrajeó pavorosos mensajes en las paredes. Ella echó la serpiente de
Slytherin contra los cuatro sangre sucia y el gato del squib.
—No —susurró Harry.
—Sí —dijo Ryddle con calma—. Por supuesto, al principio ella no sabía lo que
hacia. Fue muy divertido. Me gustaría que hubieras podido ver las anotaciones que
escribía en el diario... Se volvieron mucho más interesantes... Querido Tom —recitó,
contemplando la horrorizada cara de Harry—, creo que estoy perdiendo la memoria. He
encontrado plumas de gallo en mi túnica y no sé por qué están ahí. Querido Tom, no
recuerdo lo que hice la noche de Halloween, pero han atacado a un gato y yo tengo
manchas de pintura en la túnica. Querido Tom, Percy me sigue diciendo que estoy
pálida y que no parezco yo. Creo que sospecha de mí... Hoy ha habido otro ataque y no
sé dónde me encontraba en aquel momento. ¿Qué voy a hacer, Tom? Creo que me estoy
volviendo loca. ¡Me parece que soy yo la que ataca a todo el mundo, Tom!
Harry tenía los puños apretados y se clavaba las uñas en las palmas.
—Le llevó mucho tiempo a esa tonta de Ginny dejar de confiar en su diario
—explicó Ryddle—. Pero al final sospechó e intentó deshacerse de él. Y entonces
apareciste tú, Harry. Tú lo encontraste, y nada podría haberme hecho tan feliz. De todos
los que podrían haberlo cogido, fuiste tú, la persona a la que yo tenía más ganas de
conocer...
—¿Y por qué querías conocerme? —preguntó Harry La ira lo embargaba y tenía
que hacer un gran esfuerzo para mantener firme la voz.
—Bueno, verás, Ginny me lo contó todo sobre ti, Harry —dijo Ryddle—. Toda tu
fascinante historia. —Sus ojos vagaron por la cicatriz en forma de rayo que Harry tenía
en la frente, y su expresión se volvió más ávida—. Quería averiguar más sobre ti, hablar
contigo, conocerte si era posible, así que decidí mostrarte mi famosa captura de ese
zopenco, Hagrid, para ganarme tu confianza.
—Hagrid es mi amigo —dijo Harry, con voz temblorosa—. Y tú lo acusaste, ¿no?
Creí que habías cometido un error, pero...
Ryddle volvió a reírse con su risa sonora.
—Era mi palabra contra la de Hagrid. Bueno, ya te puedes imaginar lo que pensaría
el viejo Armando Dippet. Por un lado, Tom Ryddle, pobre pero muy inteligente, sin
padres pero muy valeroso, prefecto del colegio, estudiante modelo; por el otro lado, el
grandón e idiota de Hagrid, que tenía problemas cada dos por tres, que intentaba criar
cachorros de hombre lobo debajo de la cama, que se escapaba al bosque prohibido para
luchar con los trols. Pero admito que incluso yo me sorprendí de lo bien que funcionó
mi plan. Creía que alguien al fin comprendería que Hagrid no podía ser el heredero de
Slytherin. Me había llevado cinco años averiguarlo todo sobre la Cámara de los
Secretos y descubrir la entrada oculta... ¡como si Hagrid tuviera la inteligencia o el
poder necesarios!
»Sólo el profesor de Transformaciones, Dumbledore, creía enla inocencia de
Hagrid. Convenció a Dippet para que retuviera a Hagrid y le enseñara el oficio de
guarda. Sí, creo que Dumbledore podría haberlo adivinado. A Dumbledore nunca le
gusté tanto como a los otros profesores...
—Me apuesto algo a que Dumbledoredescubrió tus intenciones —dijo Harry,
rechinando los dientes.
—Bueno, es verdad que él me vigiló mucho más después de la expulsión de
Hagrid, me fastidió bastante —dijo Ryddle sin darle importancia—. Me di cuenta de
que no sería prudente volver a abrirla cámara mientras siguiera estudiando en el
colegio. Pero no iba a desperdiciar todos los años que había pasado buscándola. Decidí
dejar un diario, conservándome en sus páginas con mis dieciséis años de entonces, para
que algún día, con un poco de suerte, sirviese de guía para que otro siguiera mis pasos y
completara la noble tarea de Salazar Slytherin.
—Bueno, pues no la has completado —dijo Harry en tono triunfante—. Nadie ha
muerto esta vez, ni siquiera el gato. Dentro de unas pocas horas la pócima de
mandrágora estará lista y todos los petrificados volverán a la normalidad.
—¿No te he dicho todavía —dijo Ryddle con suavidad—que ya no me preocupa
matar a los sangre sucia? Desde hace meses mi nuevo objetivo has sido... tú. —Harry lo
miró—. Imagina midisgusto cuando alguien volvió a abrir mi diario, y ya no eras tú
quien me escribía, sino Ginny. Ella te vio con el diario y se puso muy nerviosa. ¿Y si
averiguabas cómo funcionaba, y el diario te contaba todos sus secretos? ¿Y si, lo que
aún era peor, te decía quién había retorcido el pescuezo a los pollos? Así que esa
mocosa esperó a que tu dormitorio quedara vacío y te lo robó. Pero yo ya sabía lo que
tenía que hacer. Era evidente que tú ibas detrás del heredero de Slytherin. Por todo lo
que Ginny me había dicho sobre ti, yo sabía que irías al fin del mundo para resolver el
misterio... y más si atacaban a uno de tus mejores amigos. Y Ginny me había dicho que
todo el colegio era un hervidero de rumores porque te habían oído hablar pársel...
»Así que hice que Ginny escribiera en la pared su propia despedida y bajara a
esperarte. Luchó y gritó y se puso muy pesada. Pero ya casi no le quedaba vida: había
puesto demasiado en el diario, en mí. Lo suficiente para que yo pudiera salir al fin de las
páginas. He estado esperándote desde que llegamos. Sabía que vendrías. Tengo muchas
preguntas que hacerte, Harry Potter.
—¿Como cuál? —soltó Harry, con los puños aún apretados.
—Bueno —dijo Ryddle, sonriendo—, ¿cómo es que un bebé sin un talento mágico
extraordinario derrota al mago más grande de todos los tiempos? ¿Cómo escapaste sin
más daño que una cicatriz, mientras que lord Voldemort perdió sus poderes?
En aquel momento apareció un extraño brillo rojo en su mirada.
—¿Por qué te preocupa cómo me libré? —dijo Harry despacio—. Voldemort fue
posterior a ti.
—Voldemort —dijo Ryddle imperturbable—es mi pasado, mi presente y mi
futuro, Harry Potter...
Sacó del bolsillo la varita de Harry y escribió en el aire con ella tres
resplandecientes palabras:
TOM SORVOLO RYDDLE
Luego volvió a agitar la varita, y las letras cambiaron de lugar:
SOY LORD VOLDEMORT
—¿Ves? —susurró—. Es un nombre que yo ya usaba en Hogwarts, aunque sólo
entre mis amigos más íntimos, claro. ¿Crees que iba a usar siempre mi sucio nombre
muggle?¿Yo, que soy descendiente del mismísimo Salazar Slytherin, por parte de
madre? ¿Conservar yo el nombre de un vulgar muggle que me abandonó antes de que
yo naciera, sólo porque se enteró de que su mujer era bruja? No, Harry. Me di un nuevo
nombre, un nombre que sabía que un día temerían pronunciar todos los magos, ¡cuando
yo llegara a ser el hechicero más grande del mundo!
A Harry pareció bloqueársele el cerebro. Miraba como atontado a Ryddle, al
huérfano que se convirtió en el asesino de sus padres, y de otra mucha gente... Al final
hizo un esfuerzo por hablar.
—No lo eres —dijo. Su voz aparentemente calmada estaba llena de odio.
—¿No soy qué? —preguntó Ryddle bruscamente.
—No eres el hechicero más grande del mundo —dijo Harry, con la respiración
agitada—. Lamento decepcionarte pero el mejor mago del mundo es Albus
Dumbledore. Todos lo dicen. Ni siquiera cuando eras fuerte te atreviste a apoderarte de
Hogwarts. Dumbledore te descubrió cuando estabas en el colegio y todavía le tienes
miedo, te escondas donde te escondas.
De la cara de Ryddle había desaparecido la sonrisa, y había ocupado su lugar una
mirada de desprecio absoluto.
—¡A Dumbledore lo han echado del castillo gracias a mi simple recuerdo! —dijo
Ryddle, irritado.
—No está tan lejos como crees —replicó Harry. Hablaba casi sin pensar, con la
intención de asustar a Ryddle y deseando, más que creyendo, que lo que afirmaba fuese
verdad.
Ryddle abrió la boca, pero no dijo nada.
Llegaba música de algún lugar. Ryddle se volvió para comprobar que en la cámara
no había nadie más. Pero aquella música sonaba cada vez más y más fuerte. Era
inquietante, estremecedora, sobrenatural. A Harry le puso los pelos de punta y le pareció
que el corazón iba a salírsele del pecho. Luego, cuando la música alcanzó talfuerza que
Harry la sentía vibrar en su interior, surgieron llamas de la columna más cercana a él.
Apareció de repente un pájaro carmesí del tamaño de un cisne, que entonaba hacia
el techo abovedado su rara música. Tenía una cola dorada y brillante, tan larga como la
de un pavo real, y brillantes garras doradas, con las que sujetaba un fardo de harapos.
El pájaro se encaminó derecho a Harry, dejó caer el fardo a sus pies y se le posó en
el hombro. Cuando plegó las grandes alas, Harry levantó la mirada yvio que tenía un
pico dorado afilado y los ojos redondos y brillantes.
El pájaro dejó de cantar y acercó su cuerpo cálido a la mejilla de Harry, sin dejar de
mirar fijamente a Ryddle.
—Es un fénix —dijo Ryddle, devolviéndole una mirada perspicaz.
—¿Fawkes? —musitó Harry, sintiendo la suave presión de las garras doradas.
—Y eso —dijo Ryddle, mirando el fardo que Fawkes había dejado caer—, eso no
es más que el viejo Sombrero Seleccionador del colegio.
Así era. Remendado, deshilachado y sucio, el sombrero yacía inmóvil a los pies de
Harry.
Ryddle volvió a reír. Rió tan fuerte que su risa se multiplicó en la oscura cámara,
como si estuvieran riendo diez Ryddles al mismo tiempo.
—¡Eso es lo que Dumbledore envía a su defensor: un pájaro cantor y un sombrero
viejo! ¿Te sientes más seguro, Harry Potter? ¿Te sientes a salvo?
Harry no respondió. No veía la utilidad de Fawkes ni del viejo sombrero, pero ya
no se sentía solo, y aguardó con creciente valor a que Ryddle dejara de reír.
—A lo que íbamos, Harry —dijo Ryddle, sonriendo todavía con ganas—. En dos
ocasiones, en tu pasado, en mi futuro, nos hemos encontrado. Han sido dos ocasiones en
que no he logrado matarte. ¿Cómo sobreviviste? Cuéntamelo todo. Cuanto más hables
—añadió con voz suave—, más tardarás en morir.
Harry pensó deprisa, sopesando sus posibilidades. Ryddle tenía la varita; él tenía a
Fawkes y el Sombrero Seleccionador, que no resultarían de gran utilidad en un duelo.
No prometían mucho, la verdad. Pero cuanto más tiempo permaneciera Ryddle allí,
menos vida le quedaría a Ginny... Harry percibió algo de pronto: en el tiempo que
llevaban en la cámara, los contornos de la imagen de Ryddle se habían vuelto más
claros, más corpóreos. Si Ryddle y él tenían que luchar, mejor que fuera pronto.
—Nadie sabe por qué perdiste tus poderes al atacarme —dijo bruscamente
Harry—. Yo tampoco. Pero sé por qué no pudiste matarme: porque mi madre murió
para salvarme. Mi vulgar madre de origen muggle —añadió, temblando de rabia—; ella
evitó que me mataras. Y yo te he visto de verdad, te vi el año pasado. Eres una ruina.
Apenas estás vivo. A esto te ha llevado todo tu poder. Te ocultas. ¡Eres horrible,
inmundo!
Ryddle tenía el rostro contorsionado. Forzó una horrible sonrisa.
—O sea que tu madre murió para salvarte. Sí, ése es un potente contrahechizo.
Tenía curiosidad, ¿sabes? Porque existe una extraña afinidad entre nosotros, Harry
Potter. Incluso tú lo habrás notado. Los dos somos de sangre mezclada, los dos
huérfanos, los dos criados por muggles. Tal vez somos losdos únicos hablantes de
pársel que ha habido en Hogwarts después de Slytherin. Incluso nos parecemos
físicamente... Pero, después de todo, sólo fue suerte lo que te salvó de mí. Eso es lo que
quería saber.
Harry permaneció quieto, tenso, aguardando que Ryddle levantara su varita. Pero
Ryddle se limitaba a exagerar más su sonrisa contrahecha.
—Ahora, Harry, voy a darte una pequeña lección. Enfrentemos los poderes de lord
Voldemort, heredero de Salazar Slytherin, contra el famoso Harry Potter, que tiene de
su parte las mejores armas de Dumbledore.
Ryddle dirigió una mirada socarrona a Fawkes y al Sombrero Seleccionador, y
luego anduvo unos pasos en dirección opuesta. Harry, notando que el miedo se le
extendía por las entumecidas piernas, vio que Ryddle se detenía entre las altas columnas
y dirigía la mirada al rostro de Slytherin, que se elevaba sobre él en la oscuridad. Ryddle
abrió la boca y silbó... pero Harry comprendió lo que decía.
—Háblame, Slytherin, el más grande de los Cuatro de Hogwarts.
Harry se volvió hacia la estatua. Fawkes se balanceaba sobre su hombro.
El gigantesco rostro de piedra de la estatua de Slytherin se movió y Harry vio,
horrorizado, que abría la boca, más y más, hasta convertirla en un gran agujero.
Algo se movía dentro de la boca de la estatua. Algo que salía de su interior.
Harry retrocedió hasta dar de espaldas contra la pared de la cámara y cerró
fuertemente los ojos. Sintió que el ala de Fawkes le rozaba el rostro al emprender el
vuelo. Harry quiso gritar: «¡No me dejes!» Pero ¿de qué le podía valer un fénix contra
el rey de las serpientes?
Una gran mole golpeó contra el suelo de piedra de la cámara, y Harry notó que toda
la estancia temblaba. Sabía lo que estaba ocurriendo, podía sentirlo, podía ver sin abrir
los ojos la gran serpiente desenroscándose de la boca de Slytherin. Entonces oyó una
voz silbante.
—Mátalo.
El basilisco se movía hacia Harry, éste podía oír su pesado cuerpo deslizándose
lentamente por el polvoriento suelo. Con los ojos cerrados, Harry comenzó a moverse a
ciegas hacia un lado, palpando con las manos el camino. Ryddle reía...
Harry tropezó. Cayó contra la piedra y notó el sabor de la sangre. La serpiente se
encontraba a un metro escaso de él, y Harry la oía acercarse.
De repente oyó un ruido fuerte, como un estallido, justo encima de él, y algo
pesado lo golpeó con tanta fuerza que lo tiró contra el muro. Esperando que la serpiente
le hincara los colmillos, oyó más silbidos enloquecidos y algo que azotaba las
columnas.
No pudo evitarlo. Abrió los ojos lo suficiente para vislumbrar qué sucedía.
La serpiente, de un verde brillante y gruesa como el tronco de un roble, se había
alzado en el aire y su gran cabeza roma zigzagueaba como borracha entre las columnas.
Temblando, Harry se preparó a cerrar los ojos en cuanto el monstruo hiciera ademán de
volverse, y entonces vio qué era lo que había enloquecido a la serpiente.
Fawkes planeaba alrededor de su cabeza, y el basilisco le lanzaba furiosos
mordiscos con sus colmillos largos y afilados como sables.
Entonces Fawkes descendió. Su largo pico de oro se hundió en la carne del
monstruo y un chorro de sangre negruzca salpicó el suelo. La cola de la serpiente
golpeaba muy cerca de Harry, y antes de que pudiera cerrar los párpados, el basilisco se
volvió. Harrymiró de frente a su cabeza y se dio cuenta de que el fénix lo había picado
en los ojos, aquellos grandes y prominentes ojos amarillos. La sangre resbalaba hasta el
suelo y la serpiente escupía agonizando.
—¡No! —oyó Harry gritar a Ryddle—. ¡Deja al pájaro! ¡Deja al pájaro! ¡El chico
está detrás de ti! ¡Puedes olerlo! ¡Mátalo!
La serpiente ciega se balanceaba desorientada, herida de muerte. Fawkes describía
círculos alrededor de su cabeza, silbando su inquietante canción, picando aquí y allá en
el morro lleno de escamas del basilisco, mientras brotaba la sangre de sus ojos heridos.
—¡Ayuda, ayuda! —pedía Harry enloquecido—. ¡Que alguien me ayude!
La cola de la serpiente volvió a golpear contra el suelo. Harry se agachó. Un objeto
blando le golpeó en la cara.
El basilisco había lanzado en su furia el Sombrero Seleccionador sobre Harry, y
éste lo cogió. Era cuanto le quedaba, su última oportunidad. Se lo caló en la cabeza y se
echó al suelo antes de que la serpiente sacudiera la cola de nuevo.
—Ayúdame..., ayúdame... —pensó Harry, apretando los ojos bajo el sombrero—,
¡ayúdame, por favor!
No hubo una voz que le respondiera. En su lugar, el sombrero encogió, como si una
mano invisible lo estrujara.
Algo muy duro y pesado golpeó a Harry en lo alto de la cabeza, dejándolo casi sin
sentido. Viendo todavía parpadear estrellas en los ojos, cogió el sombrero para
quitárselo y notó que debajo había algo largo y duro.
Se trataba de una espada plateada y brillante, con la empuñadura llena de
fulgurantes rubíes del tamaño de huevos.
—¡Mata al chico! ¡Deja al pájaro! ¡El chico está detrás de ti! Olfatea... ¡Huélelo!
Harry empuñó la espada, dispuesto a defenderse. El basilisco bajó la cabeza,
retorció el cuerpo, golpeando contra las columnas, y se volvió para enfrentarsea Harry.
Pudo verle las cuencas de los ojos llenas de sangre, y la boca que se abría. Una boca lo
bastante grande para tragarlo entero, bordeada de colmillos tan largos como su espada,
delgados, brillantes, venenosos...
La bestia arremetió a ciegas. Harry, al esquivarla, dio contra la pared de la cámara.
El monstruo arremetió de nuevo, y su lengua bífida azotó un costado de Harry.
Entonces levantó la espada con ambas manos.
El basilisco atacó de nuevo, pero esta vez fue directo a Harry, que hincó la espada
con todas sus fuerzas, hundiéndola hasta la empuñadura en el velo del paladar de la
serpiente.
Pero mientras la cálida sangre le empapaba los brazos, sintió un agudo dolor
encima del codo. Un colmillo largo y venenoso se le estaba hundiendo más y más en el
brazo, y se partió cuando el monstruo volvió la cabeza a un lado y con un
estremecimiento se desplomó en el suelo.
Harry; apoyado en la pared, se dejó resbalar hasta quedar sentado en el suelo.
Agarró el colmillo envenenado y se lo arrancó. Pero sabía que ya era demasiado tarde.
El veneno había penetrado. La herida le producía un dolor candente que se le extendía
lenta pero regularmente por todo el cuerpo. Al extraer el colmillo y ver su propia sangre
que le empapaba la túnica, se le nubló la vista. La cámara se disolvió en un remolino de
colores apagados.
Una mancha roja pasó a su lado y Harry oyó un ruido de garras.
—Fawkes —dijo con dificultad—. Eres estupendo, Fawkes... —Sintió que el pájaro
posaba su hermosa cabeza en el brazo, donde la serpiente lo había herido.
Oyó unos pasos que resonaban en la cámara, y luego vio una negra sombra delante
de él.
—Estás muerto, Harry Potter —dijo sobre él la voz de Ryddle—. Muerto. Hasta el
pájaro de Dumbledore lo sabe. ¿Ves lo que hace, Potter? Está llorando.
Harry parpadeó. Sólo un instante vio con claridad la cabeza de Fawkes. Por las
brillantes plumas le corrían unas lágrimas gruesas como perlas.
—Me voy a sentar aquí a esperar que mueras, Harry Potter. Tómate todo el tiempo
que quieras. No tengo prisa.
Harry cayó en un profundo sopor. Todo le daba vueltas.
—Éste es el fin del famoso Harry Potter —dijo la voz distante de Ryddle—. Solo
en la Cámara de los Secretos, abandonado por sus amigos, derrotado al fin por el Señor
Tenebroso al que él tan imprudentemente se enfrentó. Volverás con tu querida madre
sangre sucia, Harry... Ella compró con su vida doce años de tiempo para ti... pero al
final te ha vencido lord Voldemort. Sabías que sucedería.
Si aquello era morirse, pensó Harry, no era tan desagradable. Incluso el dolor se
iba...
Pero ¿de verdad era aquello la muerte? En lugar de oscurecerse, la cámara se volvía
más clara. Harry movió un poco la cabeza, y allí estaba Fawkes, apoyándole todavía la
suya en el brazo. Un charquito de lágrimas brillaba en torno a la herida... Sólo que ya no
había herida.
—Márchate, pájaro —dijo de pronto la voz de Ryddle—. Sepárate de él. ¡He dicho
que te vayas!
Harry levantó la cabeza. Ryddle apuntaba a Fawkes con la varita de Harry Sonó
como un disparo y Fawkes emprendió el vuelo en un remolino de rojo y oro.
—Lágrimas de fénix... —dijo Ryddle en voz baja, contemplando el brazo de
Harry—. Naturalmente... Poderes curativos..., me había olvidado.... —miró a Harry a la
cara—. Pero igual da. De hecho, lo prefiero así. Solos tú y yo, Harry Potter..., tú y yo...
Levantó la varita.
Entonces, con un batir de alas, Fawkes pasó de nuevo por encima de sus cabezas y
dejó caer algo en el regazo de Harry: el diario.
Lo miraron los dos durante una fracción de segundo, Ryddle con la varita
levantada. Luego, sin pensar, sin meditar, como si todo aquel tiempo hubiera esperado
para hacerlo, Harry cogió el colmillo de basilisco del suelo y lo clavó en el cuaderno.
Se oyó un grito largo, horrible, desgarrado. La tinta salió a chorros del diario,
vertiéndose sobre las manos de Harry e inundando el suelo. Ryddle se retorcía, gritando,
y entonces...
Desapareció. Se oyó caer al suelo la varita de Harry y luego se hizo el silencio, sólo
roto por el goteo de la tinta que aún manaba del diario. El veneno del basilisco había
abierto un agujero incandescente en el cuaderno.
Harry se levantó temblando. La cabeza le daba vueltas, como si hubiera recorrido
kilómetros con los polvos flu. Recogió la varita y el sombrero y, de un fuerte tirón,
extrajo la brillante espada del paladar del basilisco.
Le llegó un débil gemido del fondo de la cámara. Ginny se movía. Mientras Harry
corría hacia ella, la muchacha se sentó, y sus ojos desconcertados pasaron del inmenso
cuerpo del basilisco a Harry, con la túnica empapada de sangre, y luego al cuaderno que
éste llevaba en la mano. Profirió un grito estremecido y se echó a llorar.
—Harry..., ah, Harry, intenté decíroslo en el desayuno, pero delante de Percy no fui
capaz. Era yo, Harry, pero te juro que no quería... Ryddle me obligaba a hacerlo, se
apoderó de mí y... ¿cómo lo has matado? ¿Dónde está Ryddle? Lo último que recuerdo
es que salió del diario.
—Ha terminado todo bien —dijo Harry, cogiendo el diario para enseñarle a Ginny
el agujero hecho por el colmillo—. Ryddle ya no existe. ¡Mira! Ni él ni el basilisco.
Vamos, Ginny, salgamos...
—¡Me van a expulsar! —se lamentó Ginny, incorporándose torpemente con la
ayuda de Harry—. Siempre quise estudiar en Hogwarts, desde que vino Bill, y ahora
tendré que irme y.. ¿qué pensarán mis padres?
Fawkes los estaba esperando, revoloteando en la entrada de la cámara. Harry
apremió a Ginny. Dejaron atrás el cuerpo retorcido e inanimado del basilisco, y a través
de la penumbra resonante regresaron al túnel. Harry oyó cerrarse las puertas tras ellos
con un suave silbido.
Tras unos minutos de andar por el oscuro túnel, a los oídos de Harry llegó un
distante ruido de piedras.
—¡Ron! —gritó Harry, apresurándose—. ¡Ginny está bien! ¡La traigo conmigo!
Oyó que Ron daba un grito ahogado de alegría, y al doblar la última curva vieron
su cara angustiada que asomaba por el agujero que había logrado abrir en el montón de
piedras.
—¡Ginny! —Ron sacó un brazo por el agujero para ayudarla a pasar—. ¡Estás
viva! ¡No me lo puedo creer! ¿Qué ocurrió?
Intentó abrazarla, pero Ginny se apartó, sollozando.
—Pero estás bien, Ginny —dijo Ron, sonriéndole—. Todo ha pasado. ¿De dónde
ha salido ese pájaro?
Fawkes había pasado por el agujero después de Ginny.
—Es de Dumbledore —dijo Harry, encogiéndose para pasar.
—¿Y cómo has conseguido esa espada? —dijo Ron, mirando con la boca abierta el
arma que brillaba en la mano de Harry.
—Te lo explicaré cuando salgamos —dijo Harry, mirando a Ginny de soslayo.
—Pero...
—Más tarde —insistió Harry. No creía que fuera buena idea decirle en aquel
momento quién había abierto la cámara, y menos delante de Ginny—. ¿Dónde está
Lockhart?
—Volvió atrás —dijo Ron, sonriendo y señalando con la cabeza hacia el principio
del túnel—. No está bien. Ya veréis.
Guiados por Fawkes, cuyas alas rojas emitían en la oscuridad reflejos dorados,
desanduvieron el camino hasta la tubería. Gilderoy Lockhart estaba allí sentado,
tarareando plácidamente.
—Ha perdido la memoria —dijo Ron—. El embrujo desmemorizante le salió por la
culata. Le dio aél. No tiene ni idea de quién es, ni de dónde está, ni de quiénes somos.
Le dije que se quedara aquí y nos esperara. Es un peligro para sí mismo.
Lockhart los miró a todos afablemente.
—Hola —dijo—. Qué sitio tan curioso, ¿verdad? ¿Vivís aquí?
—No —respondió Ron, mirando a Harry y arqueando las cejas.
Harry se inclinó y miró la larga y oscura tubería.
—¿Has pensado cómo vamos a subir? —preguntó a Ron.
Ron negó con la cabeza, pero Fawkes ya había pasado delante de Harry y se
hallaba revoloteando delante de él. Los ojos redondos del ave brillaban en la oscuridad
mientras agitaba sus alas doradas. Harry lo miró, dubitativo.
—Parece como si quisiera que te cogieras a él... —dijo Ron, perplejo—. Pero pesas
demasiado para que un pájaro te suba.
—Fawkes —aclaró Harry—no es un pájaro normal.
—Se volvió inmediatamente a los otros—. Vamos a darnos la mano. Ginny, coge
la de Ron. Profesor Lockhart...
—Se refiere a usted —aclaró Ron a Lockhart.
—Coja la otra mano de Ginny.
Harry se metió la espada y el Sombrero Seleccionador en el cinto. Ron se agarró a
los bajos de la túnica de Harry, y Harry, a las plumas de la cola de Fawkes, que
resultaban curiosamente cálidas al tacto.
Una extraordinaria luminosidad pareció extenderse por todo el cuerpo del ave, y en
un segundo se encontraron subiendo por la tubería a toda velocidad. Harry podía oír a
Lockhart que decía:
—¡Asombroso, asombroso! ¡Parece cosa de magia!
El aire helado azotaba el pelo de Harry, y cuando empezaba a disfrutar del paseo, el
viaje por la tubería terminó. Los cuatro fueron saltando al suelo mojado junto a Myrtle
la Llorona, y mientras Lockhart se arreglaba el sombrero, el lavabo que ocultaba la
tubería volvió a su lugar cerrando la abertura.
Myrtle los miraba con ojos desorbitados.
—Estás vivo —dijo a Harry sin comprender.
—Pareces muy decepcionada —respondió serio, limpiándose las motas de sangre y
de barro que tenía en las gafas.
—No, es que... había estado pensando. Si hubieras muerto, aquí serías bienvenido.
Te dejaría compartir mi retrete —le dijo Myrtle, ruborizándose de color plata.
—¡Uf! —dijo Ron, cuando salieron de los aseos al corredor oscuro y desierto—.
¡Harry, creo que le gustas a Myrtle! ¡Ginny, tienes una rival!
Pero por el rostro de Ginny seguían resbalando unas lágrimas silenciosas.
—¿Adónde vamos? —preguntó Ron, mirando a Ginny con impaciencia. Harry
señaló hacia delante.
Fawkes iluminaba el camino por el corredor, con su destello de oro. Lo siguieron a
grandes zancadas, y en un instante se hallaron ante el despacho de la profesora
McGonagall.
Harry llamó y abrió la puerta.
18
La recompensa de Dobby
Hubo un momento de silencio cuando Harry, Ron, Ginny y Lockhart aparecieron en lapuerta, llenos de barro, suciedad y, en el caso de Harry, sangre. Luego alguien gritó:
—¡Ginny!
Erala señora Weasley, que estaba llorando delante de la chimenea. Se puso en pie
de un salto, seguida por su marido, y se abalanzaron sobre su hija.
Harry, sin embargo, miraba detrás de ellos. El profesor Dumbledore estaba ante la
repisa de la chimenea, sonriendo, junto a la profesora McGonagall, que respiraba con
dificultad y se llevaba una mano al pecho. Fawkes pasó zumbando cerca de Harry para
posarse en el hombro de Dumbledore. Sin apenas darse cuenta, Harry y Ron se
encontraron atrapados en el abrazo de la señora Weasley
—¡La habéis salvado! ¡La habéis salvado! ¿Cómo lo hicisteis?
—Creo que a todos nos encantaría enterarnos —dijo con un hilo de voz la
profesora McGonagall.
La señora Weasley soltó a Harry, que dudó un instante, luego se acercó a la mesa y
depositó encima el Sombrero Seleccionador, la espada con rubíes incrustados y lo que
quedaba del diario de Ryddle.
Harry empezó a contarlo todo. Habló durante casi un cuarto de hora, mientras los
demás lo escuchaban absortos y en silencio. Contó lo de la voz que no salía de ningún
sitio; que Hermione había comprendido que lo que él oía era un basilisco que se movía
por las tuberías; que él y Ron siguieron a las arañas por el bosque; que Aragog les había
dicho dónde había matado a su víctima el basilisco; que había adivinado que Myrtle la
Llorona había sido la víctima, y que la entrada a la Cámara de los Secretos podía
encontrarse en los aseos...
—Muy bien —señaló la profesora McGonagall, cuando Harry hizo una pausa—,
así que averiguasteis dónde estaba la entrada, quebrantando un centenar de normas,
añadiría yo. Pero ¿cómo demonios conseguisteis salir con vida, Potter?
Así que Harry, con la voz ronca de tanto hablar, les relató la oportuna llegada de
Fawkes y del Sombrero Seleccionador, que le proporcionó la espada. Pero luego
titubeó. Había evitado hablar sobre la relación entre el diario de Ryddle y Ginny. Ella
apoyaba la cabeza en el hombro de su madre, y seguía derramando silenciosas lágrimas
por las mejillas. ¿Y si la expulsaban?, pensó Harry aterrorizado. El diario de Ryddle no
serviría ya como prueba, pues había quedado inservible... ¿cómo podrían demostrar que
era el causante de todo?
Instintivamente, Harry miró a Dumbledore, y éste esbozó una leve sonrisa. La
hoguera de la chimenea hacía brillar sus lentes de media luna.
—Lo que más me intriga —dijo Dumbledore amablemente—, es cómo se las
arregló lord Voldemort para embrujar a Ginny, cuando mis fuentes me indican que
actualmente se halla oculto en los bosques de Albania.
Harry se sintió maravillosamente aliviado.
—¿Qué... qué? —preguntó el señor Weasley con voz atónita—. ¿Sabe qui-quién?
¿Ginny embrujada? Pero Ginny no ha... Ginny no ha sido... ¿verdad?
—Fue el diario —dijo inmediatamente Harry, cogiéndolo y enseñándoselo a
Dumbledore—. Ry ddle lo escribió cuando tenía dieciséis años.
Dumbledore cogió el diario que sostenía Harry y examinó minuciosamente sus
páginas quemadas y mojadas.
—Soberbio —dijo con suavidad—. Por supuesto, él ha sido probablemente el
alumno más inteligente que ha tenido nunca Hogwarts. —Se volvió hacia los Weasley,
que lo miraban perplejos—. Muy pocos saben que lord Voldemort se llamó antes Tom
Ryddle. Yo mismo le di clase, hace cincuenta años, en Hogwarts. Desapareció tras
abandonar el colegio... Recorrió el mundo..., profundizó en las Artes Oscuras, tuvo trato
con los peores de entre los nuestros, acometió peligros, transformaciones mágicas, hasta
tal punto que cuando resurgió como lord Voldemort resultaba irreconocible.
Prácticamente nadie relacionó a lord Voldemort con el muchacho inteligente y
encantador que recibió aquí el Premio Anual.
—Pero Ginny —dijo la señora Weasley—. ¿Qué tiene que ver nuestra Ginny con
él?
—¡Su... su diario! —dijo Ginny entre sollozos—. He estado escribiendo en él, y me
ha estado contestando durante todo el curso...
—¡Ginny! —exclamó su padre, atónito—. ¿No te he enseñado una cosa? ¿Qué te
he dicho siempre? No confíes en cosas que tengan la capacidad de pensar pero de las
cuales no sepas dónde tienen el cerebro. ¿Por qué no me enseñaste el diario a mí o a tu
madre? Un objeto tan sospechoso como ése, ¡tenía que ser cosa de magia negra!
—No..., no lo sabía —sollozó Ginny—. Lo encontré dentro de uno de los libros
que me había comprado mamá. Pensé que alguien lo había dejado allí y se lehabía
olvidado...
—La señorita Weasley debería ir directamente a la enfermería —terció
Dumbledore con voz firme—. Para ella ha sido una experiencia terrible. No habrá
castigo. Lord Voldemort ha engañado a magos más viejos y más sabios. —Fue a abrir la
puerta—. Reposo en cama y tal vez un tazón de chocolate caliente. A mí siempre me
anima —añadió, guiñándole un ojo bondadosamente—. La señora Pomfrey estará
todavía despierta. Debe de estar dando zumo de mandrágora a las víctimas del basilisco.
Seguramente despertarán de un momento a otro.
—¡Así que Hermione está bien! —dijo Ron con alegría.
—No les han causado un daño irreversible —dijo Dumbledore.
La señora Weasley salió con Ginny, y el padre iba detrás, todavía muy
impresionado.
—¿Sabes, Minerva? —dijo pensativamente el profesor Dumbledore a la profesora
McGonagall—, creo que esto se merece un buen banquete. ¿Te puedo pedir que vayas a
avisar a los de la cocina?
—Bien —dijo resueltamente la profesora McGonagall, encaminándose también
hacia la puerta—, te dejaré para que ajustes cuentas con Potter y Weasley.
—Eso es —dijo Dumbledore.
Salió, y Harry y Ron miraron a Dumbledore dubitativos. ¿Qué había querido decir
exactamente la profesora McGonagall con aquello de «ajustar cuentas»? ¿Acaso los
iban a castigar?
—Creo recordar que os dije que tendría que expulsaros si volvíais a quebrantar
alguna norma del colegio —dijo Dumbledore.
Ron abrió la boca horrorizado.
—Lo cual demuestra que todos tenemos que tragarnos nuestras palabras alguna vez
—prosiguió Dumbledore, sonriendo—. Recibiréis ambos el Premio por Servicios
Especiales al Colegio y... veamos..., sí, creo que doscientos puntos para Gryffindor por
cada uno.
Ron se puso tan sonrosado como las flores de San Valentín de Lockhart, y volvió a
cerrar la boca.
—Pero hay alguien que parece que no dice nada sobre su participación en la
peligrosa aventura —añadió Dumbledore—. ¿Por qué esa modestia, Gilderoy?
Harry dio un respingo. Se había olvidado por completo de Lockhart. Se volvió y
vio que estaba en un rincón del despacho, con una vaga sonrisa en el rostro. Cuando
Dumbledore se dirigió a él, Lockhart miró con indiferencia para ver quién le hablaba.
—Profesor Dumbledore —dijo Ron enseguida—, hubo un accidente en la Cámara
de los Secretos. El profesor Lockhart..
—¿Soy profesor? —preguntó sorprendido—. ¡Dios mío! Supongo que seré un
inútil, ¿no?
—... intentó hacer un embrujo desmemorizante y el tiro le salió por la culata
—explicó Ron a Dumbledore tranquilamente.
—Hay que ver —dijo Dumbledore, moviendo la cabeza de forma que le temblaba
el largo bigote plateado—, ¡herido con su propia espada, Gilderoy!
—¿Espada? —dijo Lockhart con voz tenue—. No, no tengo espada. Pero este chico
sí tiene una. —señaló a Harry—. Él se la podrá prestar.
—¿Te importaría llevar también al profesor Lockhart a la enfermería? —dijo
Dumbledore a Ron—. Quisiera tener unas palabras con Harry.
Lockhart salió. Ron miró con curiosidad a Harry y Dumbledore mientras cerraba la
puerta.
Dumbledore fue hacia una de las sillas que había junto al fuego.
—Siéntate, Harry —dijo, y Harry tomó asiento, incomprensiblemente azorado—.
Antes que nada, Harry, quiero darte las gracias —dijo Dumbledore, parpadeando de
nuevo—. Debes de haber demostrado verdadera lealtad hacia mí en la cámara. Sóloeso
puede hacer que acuda Fawkes.
Acarició al fénix, que agitaba las alas posado sobre una de sus rodillas. Harry
sonrió con embarazo cuando Dumbledore lo miró directamente a los ojos.
—Así que has conocido a Tom Ryddle —dijo Dumbledore pensativo—. Imagino
que tendría mucho interés en verte.
De pronto, Harry mencionó algo que le reconcomía:
—Profesor Dumbledore... Ryddle dijo que yo soy como él. Una extraña afinidad,
dijo...
—¿De verdad? —preguntó Dumbledore, mirando a un Harry pensativo, por debajo
de sus espesas cejas plateadas—. ¿Y a ti qué te parece, Harry?
—¡Me parece que no soy como él! —contestó Harry, más alto de lo que
pretendía—. Quiero decir que yo..., yo soy de Gryffindor, yo soy...
Pero calló. Resurgía una duda que le acechaba.
—Profesor —añadió después de un instante—, el Sombrero Seleccionador me dijo
que yo... haría un buen papel en Slytherin. Todos creyeron un tiempo que yo era el
heredero de Slytherin, porque sé hablar pársel...
—Tú sabes hablar pársel, Harry —dijo tranquilamente Dumbledore—, porque lord
Voldemort, que es el último descendiente de Salazar Slytherin, habla pársel. Si no estoy
muy equivocado, él te transfirió algunos de sus poderes la noche en que te hizo esa
cicatriz. No era su intención, seguro...
—¿Voldemort puso algo de él en mí? —preguntó Harry, atónito.
—Eso parece.
—Así que yo debería estar en Slytherin —dijo Harry, mirando con desesperación a
Dumbledore—. El Sombrero Seleccionador distinguió en mí poderes de Slytherin y...
—Te puso en Gryffindor —dijo Dumbledore reposadamente—. Escúchame, Harry.
Resulta que tú tienes muchas de las cualidades que Slytherin apreciaba en sus alumnos,
que eran cuidadosamente escogidos: su propio y rarísimo don, la lengua pársel...,
inventiva..., determinación..., un cierto desdén porlas normas —añadió, mientras le
volvía a temblar el bigote—. Pero aun así, el sombrero te colocó en Gryf findor. Y tú
sabes por qué. Piensa.
—Me colocó en Gryffindor —dijo Harry con voz de derrota—solamente porque
yo le pedí no ir a Slytherin...
—Exacto —dijo Dumbledore, volviendo a sonreír—. Eso es lo que te diferencia de
Tom Ryddle. Son nuestras elecciones, Harry, las que muestran lo que somos, mucho
más que nuestras habilidades. —Harry estaba en su silla, atónito e inmóvil—. Si quieres
una prueba de que perteneces a Gryffindor, te sugiero que mires esto con más
detenimiento.
Dumbledore se acercó al escritorio de la profesora McGonagall, cogió la espada
ensangrentada y se la pasó a Harry. Sin mucho ánimo, Harry le dio la vuelta y vio brillar
los rubíes a la luz del fuego. Y luego vio el nombre grabado debajo de la empuñadura:
Godric Gryffindor:
—Sólo un verdadero miembro de Gryffindor podría haber sacado esto del
sombrero, Harry —dijo simplemente Dumbledore.
Durante un minuto, ninguno de los dos dijo nada. Luego Dumbledore abrió uno de
los cajones del escritorio de la profesora McGonagall y sacó de él una pluma y un
tintero.
—Lo que necesitas, Harry, es comer algo y dormir. Te sugiero que bajes al
banquete, mientras escribo a Azkaban: necesitamos que vuelva nuestro guarda. Y tengo
que redactar un anuncio para El Profeta, además —añadió pensativo—. Necesitamos un
nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Vaya, parece que no nos duran
nada, ¿verdad?
Harry se levantó y se dispuso a salir. Pero apenas tocó el pomo de la puerta, ésta se
abrió tan bruscamente que pego contra la pared y rebotó.
Lucius Malfoy estaba allí, con el semblante furioso; y también Dobby, encogido de
miedo y cubierto de vendas.
—Buenas noches, Lucius —dijo Dumbledore amablemente.
El señor Malfoy casi derriba a Harry al entrar en el despacho. Dobby lo seguía
detrás, pegado a su capa, con una expresión de terror.
—¡Vaya! —dijo Lucius Malfoy, fijos en Dumbledore sus fríos ojos—. Ha vuelto.
El consejo escolar lo ha suspendido de sus funciones, pero aun así, usted ha considerado
conveniente volver.
—Bueno, Lucius, verá —dijo Dumbledore, sonriendo serenamente—, he recibido
una petición de los otros once representantes. Aquello parecía un criadero de lechuzas,
para serle sincero. Cuando recibieron la noticia de que la hija de Arthur Weasley había
sido asesinada, me pidieron que volviera inmediatamente. Pensaron que, a pesar de
todo, yo era el hombre más adecuado para el cargo. Además, me contaron cosas muy
curiosas. Algunos incluso decían que usted les había amenazado con echar una
maldición sobre sus familias si no accedían a destituirme.
El señor Malfoy se puso aún más pálido de lo habitual, pero seguía con los ojos
cargados de furia.
—¿Así que... ha puesto fin a los ataques? —dijo con aire despectivo—. ¿Ha
encontrado al culpable?
—Lo hemos encontrado —contestó Dumbledore, con una sonrisa.
—¿Y bien? —preguntó bruscamente Malfoy—. ¿Quién es?
—El mismo que la última vez, Lucius —dijo Dumbledore—. Pero esta vez lord
Voldemort actuaba a través de otra persona, por medio de este diario.
Levantó el cuaderno negro agujereado en el centro, y miró a Malfoy atentamente.
Harry, por el contrario, no apartaba los ojos de Dobby.
El elfo hacia cosas muy raras. Miraba fijamente a Harry,señalando el diario, y
luego al señor Malfoy. A continuación se daba puñetazos en la cabeza.
—Ya veo... —dijo despacio Malfoy a Dumbledore.
—Un plan inteligente —dijo Dumbledore con voz desapasionada, sin dejar de
mirar a Malfoy directamente a los ojos—.Porque si Harry, aquí presente —el señor
Malfoy dirigió a Harry una incisiva mirada de soslayo—, y su amigo Ron no hubieran
descubierto este cuaderno..., Ginny Weasley habría aparecido como culpable. Nadie
habría podido demostrar que ella no había actuado libremente...
El señor Malfoy no dijo nada. Su cara se había vuelto de repente como de piedra.
—E imagine —prosiguió Dumbledore—lo que podría haber ocurrido entonces...
Los Weasley son una de las familias de sangre limpia más distinguidas. Imagine el
efecto que habría tenido sobre Arthur Weasley y su Ley de defensa de los muggles, si se
descubriera que su propia hija había atacado y asesinado a personas de origen muggle.
Afortunadamente apareció el diario, con los recuerdos de Ryddle borrados de él. Quién
sabe lo que podría haber pasado si no hubiera sido así.
El señor Malfoy hizo un esfuerzo por hablar.
—Ha sido una suerte —dijo fríamente.
Pero Dobby seguía, a su espalda, señalando primero al diario, después a Lucius
Malfoy, y luego pegándose en la cabeza.
Y Harry comprendió de pronto. Hizo un gesto a Dobby con la cabeza, y éste se
retiró a un rincón, retorciéndose las orejas para castigarse.
—¿Sabe cómo llegó ese diario a Ginny, señor Malfoy? —le preguntó Harry.
Lucius Malfoy se volvió hacia él.
—¿Por qué iba a saber yo de dónde lo cogió esa tonta? —preguntó.
—Porque usted se lo dio —respondió Harry—. En Flourish y Blotts. Usted le cogió
su libro de transformación y metió el diario dentro, ¿a que sí?
Vio que el señor Malfoy abría y cerraba las manos.
—Demuéstralo —dijo, furioso.
—Nadie puede demostrarlo —dijo Dumbledore, y sonrió a Harry—, puesto que ha
desaparecido del libro todo rastro de Ryddle. Por otro lado, le aconsejo, Lucius, que
deje de repartir viejos recuerdos escolares de lord Voldemort.Si algún otro cayera en
manos inocentes, Arthur Weasley se asegurará de que le sea devuelto a usted...
Lucius Malfoy se quedó un momento quieto, y Harry vio claramente que su mano
derecha se agitaba como si quisiera empuñar la varita. Pero en vez de hacerlo, se volvió
a su elfo doméstico.
—¡Nos vamos, Dobby!
Tiró de la puerta, y cuando el elfo se acercó corriendo, le dio una patada que lo
envió fuera. Oyeron a Dobby gritar de dolor por todo el pasillo. Harry reflexionó un
momento, y entonces tuvo una idea.
—Profesor Dumbledore —dijo deprisa—, ¿me permite que le devuelva el diario al
señor Malfoy?
—Claro, Harry —dijo Dumbledore con calma—. Pero date prisa. Recuerda el
banquete.
Harry cogió el diario y salió del despacho corriendo. Aún se oían alejándose los
gritos de dolor de Dobby, que ya había doblado la esquina del corredor. Rápidamente,
preguntándose si sería posible que su plan tuviera éxito, Harry se quitó un zapato, se
sacó el calcetín sucio y embarrado, y metió el diario dentro. Luego se puso a c orrer por
el oscuro corredor.
Los alcanzó al pie de las escaleras.
—Señor Malfoy —dijo jadeando y patinando al detenerse—, tengo algo para usted.
Y le puso a Lucius Malfoy en la mano el calcetín maloliente.
—¿Qué diablos...?
El señor Malfoy extrajo el diario del calcetín, tiró éste al suelo y luego pasó la
vista, furioso, del diario a Harry.
—Harry Potter, vas a terminar como tus padres uno de estos días —dijo bajando la
voz—. También ellos eran unos idiotas entrometidos. —Y se volvió para irse—. Ven,
Dobby. ¡He dicho que vengas!
Pero Dobby no se movió. Sostenía el calcetín sucio y embarrado de Harry,
contemplándolo como si fuera un tesoro de valor incalculable.
—Mi amo le ha dado a Dobby un calcetín —dijo el elfo asombrado—. Mi amo se
lo ha dado a Dobby.
—¿Qué? —escupió el señor Malfoy—. ¿Qué has dicho?
—Dobby tiene un calcetín —dijo Dobby aún sin poder creérselo—. Mi amo lo tiró,
y Dobby lo cogió, y ahora Dobby... Dobby es libre.
Lucius Malfoy se quedó de piedra, mirando al elfo. Luego embistió a Harry.
—¡Por tu culpa he perdido a mi criado, mocoso!
Pero Dobby gritó:
—¡Usted no hará daño a Harry Potter!
Se oyó un fuerte golpe, y el señor Malfoy cayó de espaldas. Bajó las escaleras de
tres en tres y aterrizó hecho una masa de arrugas. Se levantó, lívido,y sacó la varita,
pero Dobby le levantó un dedo amenazador.
—Usted se va a ir ahora —dijo con fiereza, señalando al señor Malfoy—. Usted no
tocará a Harry Potter. Váyase ahora mismo.
Lucius Malfoy no tuvo elección. Dirigiéndoles una última mirada de odio, se
cubrió por completo con la capa y salió apresuradamente.
—¡Harry Potter ha liberado a Dobby! —chilló el elfo, mirando a Harry. La luz de
la luna se reflejaba, a través de una ventana cercana, en sus ojos esféricos—. ¡Harry
Potter ha liberado a Dobby!
—Es lo menos que podía hacer, Dobby —dijo Harry, sonriendo—. Pero
prométame que no volverá a intentar salvarme la vida.
Una sonrisa amplia, con todos los dientes a la vista, cruzó la fea cara cetrina del
elfo.
—Sólo tengo una pregunta, Dobby —dijo Harry, mientras Dobby se ponía el
calcetín de Harry con manos temblorosas—. Usted me dijo que esto no tenía nada que
ver con El-que-no-debe-ser-nombrado, ¿recuerda? Bueno...
—Era una pista, señor —dijo Dobby, con los ojos muy abiertos, como si resultara
obvio—. Dobby le daba una pista. Antes de que cambiara de nombre, el Señor
Tenebroso podía ser nombrado tranquilamente, ¿se da cuenta?
—Bien —dijo Harry con voz débil—. Será mejor que me vaya. Hay un banquete, y
mi amiga Hermione ya estará recobrada...
Dobbyle echó los brazos a Harry en la cintura y lo abrazó con fuerza.
—¡Harry Potter es mucho más grande de lo que Dobby suponía! —sollozó—.
¡Adiós, Harry Potter!
Y dando un sonoro chasquido, Dobby desapareció.
Harry había estado presente en varios banquetes de Hogwarts, pero en ninguno como
aquél. Todos iban en pijama, y la celebración duró toda la noche. Harry no sabía si lo
mejor había sido cuando Hermione corrió hacia él gritando: «¡Lo has conseguido! ¡Lo
has conseguido!»; o cuando Justin se levantó dela mesa de Hufflepuff y se le acercó
veloz para estrecharle la mano y disculparse infinitamente por haber sospechado de él; o
cuando Hagrid llegó, a las tres y media, y dio a Harry y a Ron unas palmadas tan fuertes
en los hombros que los tiró contra el postre; o cuando dieron a Gryffindor los
cuatrocientos puntos ganados por él y Ron, con lo que se aseguraron la copa de las casas
por segundo año consecutivo; o cuando la profesora McGonagall se levantó para
anunciar que el colegio, como obsequio a los alumnos, había decidido prescindir de los
exámenes («¡Oh, no!», exclamó Hermione); o cuando Dumbledore anunció que, por
desgracia, el profesor Lockhart no podría volver el curso siguiente, debido a que tenía
que ingresar en un sanatorio para recuperar lamemoria. Algunos de los profesores se
unieron al grito de júbilo con el que los alumnos recibieron estas noticias.
—¡Qué pena! —dijo Ron, cogiendo una rosquilla rellena de mermelada—. Estaba
empezando a caerme bien.
El resto del último trimestre transcurrió bajo un sol radiante y abrasador. Hogwarts
había vuelto a la normalidad, con sólo unas pequeñas diferencias: las clases de Defensa
Contra las Artes Oscuras se habían suspendido («pero hemos hecho muchas prácticas»,
dijo Ron a una contrariada Hermione) y Lucius Malfoy había sido expulsado del
consejo escolar. Draco ya no se pavoneaba por el colegio como si fuera el dueño. Por el
contrario, parecía resentido y enfurruñado. Y Ginny Weasley volvía a ser
completamente feliz.
Muy pronto llegó el momentode volver a casa en el expreso de Hogwarts. Harry,
Ron, Hermione, Fred, George y Ginny tuvieron todo un compartimento para ellos.
Aprovecharon al máximo las últimas horas en que les estaba permitido hacer magia
antes de que comenzaran las vacaciones. Jugaron al snap explosivo, encendieron las
últimas bengalas del doctor Filibuster de George y Fred, y jugaron a desarmarse unos a
otros mediante la magia. Harry estaba adquiriendo en esto gran habilidad.
Estaban llegando a Kings Cross cuando Harry recordó algo.
—Ginny.., ¿qué es lo que le viste hacer a Percy, que no quería que se lo dijeras a
nadie?
—¡Ah, eso! —dijo Ginny con una risita—. Bueno, es que Percy tiene novia.
A Fred se le cayeron los libros que llevaba en el brazo.
—¿Qué?
—Es esa prefecta de Ravenclaw, Penélope Clearwater —dijo Ginny—. Es a ella a
quien estuvo escribiendo todo el verano pasado. Se han estado viendo en secreto por
todo el colegio. Un día los descubrí besándose en un aula vacía. Le afectó mucho
cuando ella fue..., ya sabéis..., atacada. No os reiréis de él, ¿verdad? —añadió.
—Ni se me pasaría por la cabeza —dijo Fred, que ponía una cara como si faltase
muy poco para su cumpleaños.
—Por supuesto que no —corroboró George con una risita.
El expreso de Hogwarts aminoró la marcha y al final se detuvo.
Harry sacó la pluma y un trozo de pergamino y se volvió a Ron y Hermione.
—Esto es lo que se llama un número de teléfono —dijo Harry, escribiéndolo dos
veces y partiendo el pergamino en dos para darles un número a cada uno—. Tu padre ya
sabe cómo se usa el teléfono, porque el verano pasado se lo expliqué. Llamadme a casa
de los Dursley, ¿vale? No podría aguantar otros dos meses sin hablar con nadie más que
con Dudley...
—Pero tus tíos estarán muy orgullosos de ti, ¿no? —dijo Hermione cuandosalían
del tren y se metían entre la multitud que iba en tropel hacia la barrera encantada—. ¿Y
cuando se enteren de lo que has hecho este curso?
—¿Orgullosos? —dijo Harry—. ¿Estás loca? ¿Con todas las oportunidades que
tuve de morir, y no lo logré? Estarán furiosos...
Y juntos atravesaron la verja hacia el mundo muggle.
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