4
El guardián de las llaves
BUM. Llamaron otra vez. Dudley se despertó bruscamente.—¿Dónde está el cañón? —preguntó estúpidamente.
Se oyó un crujido detrás de ellos y tío Vernon apareció en la habitación. Llevaba
un rifle en las manos: ya sabían lo que contenía el paquete alargado que había llevado.
—¿Quién está ahí? —gritó—. ¡Le advierto... estoy armado!
Hubo una pausa. Luego...
¡UN GOLPE VIOLENTO!
La puerta fue empujada con tal fuerza que se salió de los goznes y, con un golpe
sordo, cayó al suelo.
Un hombre gigantesco apareció en el umbral. Su rostro estaba prácticamente oculto
por una larga maraña de pelo y una barba desaliñada, pero podían verse sus ojos, que
brillaban como escarabajos negros bajo aquella pelambrera.
El gigante se abrió paso doblando la cabeza, que rozaba el techo. Se agachó, cogió
la puerta y, sin esfuerzo, la volvió a poner en su lugar. El ruido de la tormenta se apagó
un poco. Se volvió para mirarlos.
—Podríamos preparar té. No ha sido un viaje fácil... Se desparramó en el sofá
dondeDudley estaba petrificado de miedo.
—Levántate, bola de grasa —dijo el desconocido.
Dudley se escapó de allí y corrió a esconderse junto a su madre, que estaba
agazapada detrás de tío Vernon.
—¡Ah! ¡Aquí está Harry! —dijo el gigante.
Harry levantó la vista ante el rostro feroz y peludo, y vio que los ojos negros le
sonreían.
—La última vez que te vi eras sólo una criatura —dijo el gigante—. Te pareces
mucho a tu padre, pero tienes los ojos de tu madre.
Tío Vernon dejó escapar un curioso sonido.
—¡Le exijoque se vaya enseguida, señor! —dijo—. ¡Esto es allanamiento de
morada!
—Bah, cierra la boca, Dursley, grandísimo majadero —dijo el gigante. Se estiró,
arrebató el rifle a tío Vernon, lo retorció como si fuera de goma y lo arrojó a un rincón
de la habitación.
Tío Vernon hizo otro ruido extraño, como si hubieran aplastado a un ratón.
—De todos modos, Harry —dijo el gigante, dando la espalda a los Dursley—, te
deseo un muy feliz cumpleaños. Tengo algo aquí. Tal vez lo he aplastado un poco, pero
tiene buen sabor.
Del bolsillo interior de su abrigo negro sacó una caja algo aplastada. Harry la abrió
con dedos temblorosos. En el interior había un gran pastel de chocolate pegajoso, con
«Feliz Cumpleaños, Harry» escrito en verde.
Harry miró al gigante. Iba a darlelas gracias, pero las palabras se perdieron en su
garganta y, en lugar de eso, dijo:
—¿Quién es usted?
El gigante rió entre dientes.
—Es cierto, no me he presentado. Rubeus Hagrid, Guardián de las Llaves y
Terrenos de Hogwarts.
Extendió una mano gigantesca y sacudió todo el brazo de Harry
—¿Qué tal ese té, entonces? —dijo, frotándose las manos—. Pero no diría que no
si tienen algo más fuerte.
Sus ojos se clavaron en el hogar apagado, con las bolsas de patatas fritas arrugadas,
y dejó escapar una risa despectiva. Se inclinó ante la chimenea. Los demás no podían
ver qué estaba haciendo, pero cuando un momento después se dio la vuelta, había un
fuego encendido, que inundó de luz toda la húmeda cabaña. Harry sintió que el calor lo
cubría como si estuviera metido en un baño caliente.
El gigante volvió a sentarse en el sofá, que se hundió bajo su peso, y comenzó a
sacar toda clase de cosas de los bolsillos de su abrigo: una cazuela de cobre, un paquete
de salchichas, un atizador, una tetera, varias tazas agrietadas y una botella de un liquido
color ámbar, de la que tomó un trago antes de empezar a preparar el té. Muy pronto, la
cabaña estaba llena del aroma de las salchichas calientes. Nadie dijo una palabra
mientras el gigante trabajaba, pero cuando sacó las primeras seis salchichas jugosas y
calientes, Dudley comenzó a impacientarse. Tío Vernon dijo en tono cortante:
—No toques nada que él te dé, Dudley.
El gigante lanzó una risa sombría.
—Ese gordo pastel que es su hijo no necesita engordar más, Dursley, no se
preocupe.
Le sirvió las salchichas a Harry, el cual estaba tan hambriento que pensó que nunca
había probado algo tan maravilloso, pero todavía no podía quitarle los ojos de encima al
gigante. Por último, como nadie parecía dispuesto a explicar nada, dijo:
—Lo siento, pero todavía sigo sin saber quién es usted.
El gigante tomó un sorbo de té y se secó la boca con el dorso de la mano.
—Llámame Hagrid —contesto—. Todos lo hacen. Y como te dije, soy el guardián
de las llaves de Hogwarts. Ya lo sabrás todo sobre Hogwarts, por supuesto.
—Pues... yo no... —dijo Harry
Hagrid parecía impresionado.
—Lo lamento —dijo rápidamente Harry
—¿Lo lamento? —preguntó Hagrid, volviéndose a mirar a los Dursley, que
retrocedieron hasta quedar ocultos por las sombras—. ¡Ellos son los que tienen que
disculparse! Sabía que no estabas recibiendo las cartas, pero nunca pensé que no
supieras nada de Hogwarts. ¿Nunca te preguntaste dónde lo habían aprendido todo tus
padres?
—¿El qué? —preguntó Harry
—¿EL QUÉ? —bramó Hagrid—. ¡Espera un segundo!
Se puso de pie de un salto. En su furia parecía llenar toda la habitación. Los
Dursley estaban agazapados contra la pared.
—¿Me van a decir —rugió a los Dursley—que este muchacho, ¡este muchacho!,
no sabe nada... sobre NADA?
Harry pensó que aquello iba demasiado lejos. Después de todo, había ido al colegio
y sus notas no eran tan malas.
—Yo sé algunas cosas —dijo—. Puedo hacer cuentas y todo eso.
Pero Hagrid simplemente agito la mano.
—Me refiero a nuestro mundo Tu mundo. Mi mundo. El mundo de tus padres.
—¿Qué mundo?
Hagrid lo miró como si fuera a estallar.
—¡DURSLEY! —bramó.
Tío Vernon, que estaba muy pálido, susurró algo que sonaba como mimblewimble.
Hagrid, enfurecido, contempló a Harry.
—Pero tú tienes que saber algo sobre tu madre y tu padre —dijo—. Quiero decir,
ellos son famosos. Tú eres famoso.
—¿Cómo? ¿Mi madre y mi padre... eran famosos? ¿En serio?
—No sabías... no sabías... —Hagrid se pasó los dedos por el pelo, clavándole una
mirada de asombro—. ¿De verdad no sabes lo que ellos eran? —dijo por último.
De pronto, tío Vernon recuperó la voz
—¡Deténgase! —ordenó—. ¡Deténgase ahora mismo, señor! ¡Le prohíbo que le
diga nada al muchacho!
Un hombre más valiente que Vernon Dursley se habría acobardado ante la mirada
furiosa que le dirigió Hagrid. Cuando éste habló, temblaba de rabia.
—¿No se lo ha dicho? ¿No le ha hablado sobre el contenido de la carta que
Dumbledore le dejó? ¡Yo estaba allí! ¡Vi que Dumbledore la dejaba, Dursley! ¿Y se la
ha ocultado durante todos estos años?
—¿Qué es lo que me han ocultado? —dijo Harry en tono anhelante.
—¡DETÉNGASE! ¡SE LO PROHÍBO! —rugió tío Vernon aterrado.
Tía Petunia dejó escapar un gemido de horror.
—Voy a romperles la cabeza —dijo Hagrid—. Harry debes saber que eres un
mago.
Se produjo un silencio en la cabaña. Sólo podía oírse el mar y el silbido del viento.
—¿Que soy qué? —dijo Harry con voz entrecortada.
—Un mago —respondió Hagrid, sentándose otra vez en el sofá, que crujió y se
hundió—. Y muy bueno, debo añadir, en cuanto te hayas entrenado un poco. Con unos
padres como los tuyos ¿qué otra cosa podías ser? Y creo que ya es hora de que leas la
carta.
Harry extendió la mano para coger, finalmente, el sobre amarillento, dirigido, con
tinta verde esmeralda al «Señor H. Potter, El Suelo de la Cabaña en la Roca, El Mar».
Sacó la carta y leyó:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
Director: Albus Dumbledore
(Orden de Merlín, Primera Clase,
Gran Hechicero, Jefe de Magos,
Jefe Supremo, Confederación
Internacional de Magos).
Querido señor Potter:
Tenemos elplacer de informarle de que dispone de una plaza en el
Colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros
necesarios.
Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del
31 de julio.
Muy cordialmente, Minerva McGonagall
Directora adjunta
Las preguntas estallaban en la cabeza de Harry como fuegos artificiales, y no sabía
cuál era la primera. Después de unos minutos, tartamudeó:
—¿Qué quiere decir eso de que esperan mi lechuza?
—Gorgonas galopantes, ahora me acuerdo —dijo Hagrid, golpeándose la frente
con tanta fuerza como para derribar un caballo. De otro bolsillo sacó una lechuza (una
lechuza de verdad, viva y con las plumas algo erizadas), una gran pluma y un rollo de
pergamino. Con la lengua entre los dientes, escribió una nota que Harry pudo leer al
revés.
Querido señor Dumbledore:
Entregué a Harry su carta. Lo llevo mañana a comprar sus cosas.
El tiempo es horrible. Espero que usted esté bien.
Hagrid
Hagrid enrolló la nota y se la dio a la lechuza, que la cogió con el pico. Después
fue hasta la puerta y lanzó a la lechuza en la tormenta. Entonces volvió y se sentó, como
si aquello fuera tan normal como hablar por teléfono.
Harry se dio cuenta de que tenía la boca abierta y la cerró rápidamente.
—¿Por dónde iba? —dijo Hagrid. Pero en aquel momento tío Vernon, todavía con
el rostro color ceniza, pero muy enfadado, se acercó a la chimenea.
—Él no irá —dijo.
Hagrid gruñó.
—Me gustaría ver a un gran mugglecomo usted deteniéndolo a él —dijo.
—¿Un qué? —preguntó interesado Harry
—Un muggle —respondió Hagrid—. Es como llamamos a la gente «no-mágica»
como ellos. Y tuviste la mala suerte de crecer en una familia de los más grandes
mugglesque haya visto.
—Cuando lo adoptamos, juramos que íbamos a detenertoda esa porquería —dijo
tío Vernon—. ¡Juramos que la íbamos a sacar de él! ¡Un mago, ni más ni menos!
—¿Vosotros lo sabíais? —preguntó Harry—. ¿Vosotros sabíais que yo era... un
mago?
—¡Saber! —chilló de pronto tía Petunia—. ¡Saber! ¡Por supuesto que losabíamos!
¿Cómo no ibas a serlo, siendo lo que era mi condenada hermana? Oh, ella recibió una
carta como ésta de ese... ese colegio, y desapareció, y volvía a casa para las vacaciones
con los bolsillos llenos de ranas, y convertía las tazas de té en ratas. Yo era la única que
la veía tal como era: ¡una monstruosidad! Pero para mi madre y mi padre, oh no, para
ellos era «Lily hizo esto» y «Lily hizo esto otro». ¡Estaban orgullosos de tener una bruja
en la familia!
Se detuvo para respirar profundamente y luego continuó. Parecía que hacía años
que deseaba decir todo aquello.
—Luego conoció a ese Potter en el colegio y se fueron y se casaron y te tuvieron a
ti, y por supuesto que yo sabía que ibas a ser igual, igual de raro, un... un anormal. ¡Y
luego, como si no fuera poco, hubo esa explosión y nosotros tuvimos que quedarnos
contigo!
Harry se había puesto muy pálido. Tan pronto como recuperó la voz, preguntó:
—¿Explosión? ¡Me dijisteis que habían muerto en un accidente de coche!
—¿ACCIDENTE DE COCHE? —rugió Hagrid dando un salto, tan enfadado que
los Dursley volvieron al rincón—. ¿Cómo iban a poder morir Lily y James Potter en un
accidente de coche? ¡Eso es un ultraje! ¡Un escándalo! ¡Que Harry Potter no conozca su
propia historia, cuando cada chico de nuestro mundo conoce su nombre!
—Pero ¿por qué? ¿Qué sucedió? —preguntó Harry con tono de apremio.
La furia se desvaneció del rostro de Hagrid. De pronto parecía nervioso.
—Nunca habría esperado algo así —dijo en voz baja y con aire preocupado—. No
tenía ni idea. Cuando Dumbledore me dijo que podía tener problemas para llegar a ti, no
sabía que sería hasta este punto. Ah, Harry, no sé si soy la persona apropiada para
decírtelo, pero alguien debe hacerlo. No puedes ir a Hogwarts sin saberlo.
Lanzó una mirada despectiva a los Dursley.
—Bueno, es mejor que sepas todo lo que yo puedo decirte... porque no puedo
decírtelo todo. Es un gran misterio, al menos una parte...
Se sentó, miró fijamente al fuego durante unos instantes, y luego continuó.
—Comienza, supongo,con... con una persona llamada... pero es increíble que no
sepas su nombre, todos en nuestro mundo lo saben...
—¿Quién?
—Bueno... no me gusta decir el nombre si puedo evitarlo. Nadie lo dice.
—¿Por qué no?
—Gárgolas galopantes, Harry, la gente todavía tiene miedo. Vaya, esto es difícil.
Mira, estaba ese mago que se volvió... malo. Tan malo como te puedas imaginar. Peor.
Peor que peor. Su nombre era...
Hagrid tragó, pero no le salía la voz.
—¿Quiere escribirlo? —sugirió Harry.
—No... no sé cómo se escribe.Está bien... Voldemort. —Hagrid se estremeció—.
No me lo hagas repetir. De todos modos, este... este mago, hace unos veinte años,
comenzó a buscar seguidores. Y los consiguió. Algunos porque le tenían miedo, otros
sólo querían un poco de su poder, porque él iba consiguiendo poder. Eran días negros,
Harry. No se sabía en quién confiar, uno no se animaba a hacerse amigo de magos o
brujas desconocidos... Sucedían cosas terribles. Él se estaba apoderando de todo. Por
supuesto, algunos se le opusieron y él los mató. Horrible. Uno de los pocos lugares
seguros era Hogwarts. Hay que considerar que Dumbledore era el único al que Quientú-sabes temía. No se atrevía a apoderarse del colegio, no entonces, al menos.
»Ahora bien, tu madre y tú padre eran la mejor bruja y el mejor mago que yo he
conocido nunca. ¡En su época de Hogwarts eran los primeros! Supongo que el misterio
es por qué Quien-tú-sabes nunca había tratado de ponerlos de su parte... Probablemente
sabía que estaban demasiado cerca de Dumbledore para querer tener algo que ver con el
Lado Oscuro.
»Tal vez pensó que podía persuadirlos... O quizá simplemente quería quitarlos de
en medio. Lo que todos saben es que él apareció en el pueblo donde vosotros vivíais, el
día de Halloween, hace diez años. Tú teníasun año. Él fue a vuestra casa y... y...
De pronto, Hagrid sacó un pañuelo muy sucio y se sonó la nariz con un sonido
como el de una corneta.
—Lo siento —dijo—. Pero es tan triste... pensar que tu madre y tu padre, la mejor
gente del mundo que podrías encontrar...
»Quien-tú-sabes los mató. Y entonces... y ése es el verdadero misterio del asunto...
también trató de matarte a ti. Supongo que quería hacer un trabajo limpio, o tal vez, para
entonces, disfrutaba matando. Pero no pudo hacerlo. ¿Nunca te preguntaste cómo te
hiciste esa marca en la frente? No es un corte común. Sucedió cuando una poderosa
maldición diabólica te tocó. Fue la que terminó con tu madre, tu padre y la casa, pero no
funcionó contigo, y por eso eres famoso, Harry. Nadie a quien él hubiera decidido matar
sobrevivió, nadie excepto tú, y eso que acabó con algunas de las mejores brujas y de los
mejores magos de la época (los McKinnons, los Bones, los Prewetts...) y tú eras muy
pequeño. Pero sobreviviste.
Algo muy doloroso estaba sucediendo en la mente de Harry. Mientras Hagrid iba
terminando la historia, vio otra vez la cegadora luz verde con más claridad de lo que la
había recordado antes y, por primera vez en su vida, se acordó de algo más, de una risa
cruel, aguda y fría.
Hagrid lo miraba con tristeza.
—Yo mismo te saqué de la casa en ruinas, por orden de Dumbledore. Y te llevé
con esta gente...
—Tonterías —dijo tío Vernon.
Harry dio un respingo. Casi había olvidado que los Dursley estaban allí. Tío
Vernon parecía haber recuperado su valor. Miraba con rabia a Hagrid y tenía los puños
cerrados.
—Ahora escucha esto, chico —gruñó—: acepto que haya algo extraño acerca de ti,
probablemente nada que unos buenos golpes no curen. Y todo eso sobre tus padres...
Bien, eran raros, no lo niego y, en mi opinión, el mundo está mejor sin ellos...
Recibieron lo que buscaban, al mezclarse con esos brujos... Es lo que yo esperaba:
siempre supe que iban a terminar mal...
Pero en aquel momento Hagrid se levantó del sofá y sacó de su abrigo un paraguas
rosado. Apuntando a tío Vernon, como con una espada, dijo:
—Le prevengo, Dursley, le estoy avisando, una palabra más y...
Ante el peligro de ser alanceado por la punta de un paraguas empuñado por un
gigante barbudo, el valor de tío Vernon desapareció otra vez. Se aplastó contra la pared
y permaneció en silencio.
—Así está mejor —dijo Hagrid, respirando con dificultad y sentándose otra vez en
el sofá, que aquella vez se aplastó hasta el suelo.
Harry, entre tanto, todavía tenía preguntas que hacer, cientosde ellas.
—Pero ¿qué sucedió con Vol... perdón, quiero decir con Quién-usted-sabe?
—Buena pregunta, Harry Desapareció. Se desvaneció. La misma noche que trató
de matarte. Eso te hizo aún más famoso. Ése es el mayor misterio, sabes... Se estaba
volviendo más y más poderoso... ¿Por qué se fue?
»Algunos dicen que murió. No creo que le quede lo suficiente de humano para
morir. Otros dicen que todavía está por ahí, esperando el momento, pero no lo creo. La
gente que estaba de su lado volvió con nosotros. Algunos salieron como de un trance.
No creen que pudieran volver a hacerlo si él regresara.
»La mayor parte de nosotros cree que todavía está en alguna parte, pero que perdió
sus poderes. Que está demasiado débil para seguir adelante. Porque algo relacionado
contigo, Harry, acabó con él. Algo sucedió aquella noche que él no contaba con que
sucedería, no sé qué fue, nadie lo sabe... Pero algo relacionado contigo lo confundió.
Hagrid miró a Harry con afecto y respeto, pero Harry, en lugar de sentirse
complacido y orgulloso, estaba casi seguro de que había una terrible equivocación. ¿Un
mago? ¿Él? ¿Cómo era posible? Había estado toda la vida bajo los golpes de Dudley y
el miedo que le inspiraban tía Petunia y tío Vernon. Si realmente era un mago, ¿por qué
no loshabía convertido en sapos llenos de verrugas cada vez que lo encerraban en la
alacena? Si alguna vez derrotó al más grande brujo del mundo, ¿cómo es que Dudley
siempre podía pegarle patadas como si fuera una pelota?
—Hagrid —dijo con calma—, creo que e stá equivocado. No creo que yo pueda ser
un mago.
Para su sorpresa, Hagrid se rió entre dientes.
—No eres un mago, ¿eh? ¿Nunca haces que sucedan cosas cuando estás asustado o
enfadado?
Harry contempló el fuego. Si pensaba en ello... todas las cosas raras que habían
hecho que sus tíos se enfadaran con él, habían sucedido cuando él, Harry, estaba
molesto o enfadado: perseguido por la banda de Dudley, de golpe se había encontrado
fuera de su alcance; temeroso de ir al colegio con aquel ridículo corte de pelo, éste le
había crecido de nuevo y, la última vez que Dudley le pegó, ¿no se vengó de él, aunque
sin darse cuenta de que lo estaba haciendo? ¿No le había soltado encima la boa
constrictor?
Harry miró de nuevo a Hagrid, sonriendo, y vio que el gigante lo miraba radiante.
—¿Te das cuenta? —dijo Hagrid—. Conque Harry Potter no es un mago... Ya
verás, serás muy famoso en Hogwarts.
Pero tío Vernon no iba a rendirse sin luchar.
—¿No le hemos dicho que no irá? —dijo con desagrado—. Irá a la escuela
secundaria Stonewall y nos dará las gracias por ello. Ya he leído esas cartas y necesitará
toda clase de porquerías: libros de hechizos, varitas y...
—Si él quiere ir, un gran mugglecomo usted no lo detendrá —gruñó Hagrid—.
¡Detener al hijo de Lily y James Potter para que no vaya a Hogwarts! Está loco. Su
nombre está apuntado casi desde que nació. Irá al mejor colegio de magia del mundo.
Siete años allí y no se conocerá a sí mismo. Estará con jóvenes de su misma clase, lo
que será un cambio. Y estará con el más grande director que Hogwarts haya tenido:
Albus Dumbled...
—¡NO VOY A PAGAR PARA QUE ALGÚN CHIFLADO VIEJO TONTO LE
ENSEÑE TRUCOS DE MAGIA! —gritó tío Vernon.
Pero aquella vez había ido demasiado lejos. Hagrid empuñó su paraguas y lo agitó
sobre su cabeza.
—¡NUNCA... —bramó—INSULTE-A-ALBUS-DUMBLEDORE-EN-MIPRESENCIA!
Agitó el paraguas en el aire para apuntar a Dudley. Se produjo un relámpago de luz
violeta, un sonido como de un petardo, un agudo chillido y, al momento siguiente,
Dudley saltaba, con las manos sobre su gordo trasero, mientras gemía de dolor. Cuando
les dio la espalda, Harry vio una rizada cola de cerdo que salía a través de un agujero en
los pantalones.
Tío Vernon rugió. Empujó a tía Petunia y a Dudley a la otra habitación, lanzó una
última mirada aterrorizada a Hagrid y cerró con fuerza la puerta detrás de ellos.
Hagrid miró su paraguas y se tiró de la barba.
—No debería enfadarme —dijo con pesar—, pero a lo mejor no ha funcionado.
Quise convertirlo en un cerdo, pero supongo que ya se parece mucho a un cerdo y no
había mucho por hacer.
Miró de reojo a Harry, bajo sus cejas pobladas.
—Te agradecería que no le mencionaras esto a nadie de Hogwarts —dijo—. Yo...
bien, no me está permitido hacer magia, hablando estrictamente. Conseguí permiso para
hacer un poquito, para que te llegaran las cartas y todo eso... Era una de las razones por
las que quería este trabajo...
—¿Por qué no le está permitido hacer magia? —preguntó Harry.
—Bueno... yo fui también a Hogwarts y, si he de ser franco, me expulsaron. En el
tercer año. Me rompieron la varita en dos. Pero Dumbledore dejó que me quedara como
guardabosques. Es un gran hombre.
—¿Por qué lo expulsaron?
—Se está haciendo tarde y tenemos muchas cosas que hacer mañana —dijo Hagrid
en voz alta—. Tenemos queir a la ciudad y conseguirte los libros y todo lo demás.
Se quitó su grueso abrigo negro y se lo entregó a Harry
—Puedes taparte con esto —dijo—. No te preocupes si algo se agita. Creo que
todavía tengo lirones en un bolsillo.
5
El callejón Diagon
Harry se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, manteníalos ojos muy cerrados.
«Ha sido un sueño —se dijo con firmeza—. Soñé que un gigante llamado Hagrid
vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos. Cuando abra los ojos estaré en casa,
en mi alacena.»
Se produjo un súbito golpeteo.
«Y ésa es tía Petunia llamando a la puerta», pensó Harry con el corazón abrumado.
Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito...
Toc. Toc. Toc.
—Está bien —rezongó Harry—. Yame levanto.
Se incorporó y se le cayó el pesado abrigo negro de Hagrid. La cabaña estaba
iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hagrid estaba dormido en el sofá y había
una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.
Harry se puso de pie, tan feliz como si un gran globo se expandiera en su interior.
Fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico
sobre Hagrid, que no se despertó. Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a
atacar el abrigo de Hagrid.
—No hagas eso.
Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico amenazadoramente y
continuó atacando el abrigo.
—¡Hagrid! —dijo Harry en voz alta—. Aquí hay una lechuza...
—Págala —gruñó Hagrid desde el sofá.
—¿Qué?
—Quiere que le pagues por traer el periódico. Busca en los bolsillos.
El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con contenidos de todo tipo:
manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de menta, saquitos de té...
Finalmente Harry sacó unpuñado de monedas de aspecto extraño.
—Dale cinco knuts —dijo soñoliento Hagrid.
—¿Knuts?
—Esas pequeñas de bronce.
Harry contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Harry
pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando
por la ventana abierta.
Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.
—Es mejor que nos demos prisa, Harry. Tenemos muchas cosas que hacer hoy.
Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio.
Harry estaba dando lavuelta a las monedas mágicas y observándolas. Acababa de
pensar en algo que le hizo sentir que el globo de felicidad en su interior acababa de
pincharse.
—Mm... ¿Hagrid?
—¿Sí? —dijo Hagrid, que se estaba calzando sus colosales botas.
—Yo no tengo dinero y ya oíste a tío Vernon anoche, no va a pagar para que vaya a
aprender magia.
—No te preocupes por eso —dijo Hagrid, poniéndose de pie y golpeándose la
cabeza—. ¿No creerás que tus padres no te dejaron nada?
—Pero si su casa fue destruida...
—¡Ellos no guardaban el oro en la casa, muchacho! No, la primera parada para
nosotros es Gringotts. El banco de los magos. Come una salchicha, frías no están mal, y
no me negaré a un pedacito de tu pastel de cumpleaños.
—¿Los magos tienen bancos?
—Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los gnomos.
Harry dejó caer el pedazo de salchicha que le quedaba.
—¿Gnomos?
—Ajá... Así uno tendría que estar loco para intentar robarlos, puedo decírtelo.
Nunca te metas con los gnomos,
Harry. Gringotts es el lugar más seguro del mundo para loque quieras guardar,
excepto tal vez Hogwarts. Por otra parte, tenía que visitar Gringotts de todos modos. Por
Dumbledore. Asuntos de Hogwarts. —Hagrid se irguió con orgullo—. En general, me
utiliza para asuntos importantes. Buscarte a ti... sacar cosasde Gringotts... él sabe que
puede confiar en mí. ¿Lo tienes todo? Pues vamos.
Harry siguió a Hagrid fuera de la cabaña. El cielo estaba ya claro y el mar brillaba a
la luz del sol. El bote que tío Vernon había alquilado todavía estaba allí, con el fondo
lleno de agua después de la tormenta.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Harry; mirando alrededor, buscando otro bote.
—Volando —dijo Hagrid.
—¿Volando?
—Sí... pero vamos a regresar en esto. No debo utilizar la magia, ahora que ya te
encontré.
Subieron al bote. Harry todavía miraba a Hagrid, tratando de imaginárselo volando.
—Sin embargo, me parece una lástima tener que remar —dijo Hagrid, dirigiendo a
Harry una mirada de soslayo—. Si yo... apresuro las cosas un poquito, ¿te importaría no
mencionarlo en Hogwarts?
—Por supuesto que no —respondió Harry, deseoso de ver más magia. Hagrid sacó
otra vez el paraguas rosado, dio dos golpes en el borde del bote y salieron a toda
velocidad hacia la orilla.
—¿Por qué tendría que estar uno loco para intentar robar en Gringotts? —preguntó
Harry.
—Hechizos... encantamientos —dijo Hagrid, desdoblando su periódico mientras
hablaba—... Dicen que hay dragones custodiando las cámaras de máxima seguridad. Y
además, hay que saber encontrar el camino. Gringotts está a cientos dekilómetros por
debajo de Londres, ¿sabes? Muy por debajo del metro. Te morirías de hambre tratando
de salir, aunque hubieras podido robar algo.
Harry permaneció sentado pensando en aquello, mientras Hagrid leía su periódico,
El Profeta. Harry había aprendido de su tío Vernon que a las personas les gustaba que
las dejaran tranquilas cuando hacían eso, pero era muy difícil, porque nunca había
tenido tantas preguntas que hacer en su vida.
—El Ministerio de Magia está confundiendo las cosas, como de costumbre
—murmuró Hagrid, dando la vuelta a la hoja.
—¿Hay un Ministerio de Magia? —preguntó Harry, sin poder contenerse.
—Por supuesto —respondió Hagrid—. Querían que Dumbledore fuera el ministro,
claro, pero él nunca dejará Hogwarts, así que el viejo Cornelius Fudge consiguió el
trabajo. Nunca ha existido nadie tan chapucero. Así que envía lechuzas a Dumbledore
cada mañana, pidiendo consejos.
—Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?
—Bueno, su trabajo principal es impedir que los mugglessepan que todavía hay
brujas y magos por todo el país.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Vaya, Harry, todos querrían soluciones mágicas para sus problemas.
No, mejor que nos dejen tranquilos.
En aquel momento, el bote dio un leve golpe contra la pared del muelle. Hagrid
dobló su periódico y subieron los escalones de piedra hacia la calle.
Los transeúntes miraban mucho a Hagrid, mientras recorrían el pueblecito camino
de la estación, y Harry no se lo podía reprochar: Hagrid no sólo era el doble de alto que
cualquiera, sino que señalaba cosas totalmente corrientes, como los parquímetros,
diciendo en voz alta:
—¿Ves eso, Harry? Las cosas que esos mugglesinventan, ¿verdad?
—Hagrid —dijo Harry, jadeando un poco mientras correteaba para seguirlo—, ¿no
dijiste que había dragones en Gringotts?
—Bueno, eso dicen —respondió Hagrid—. Me gustaría tener un dragón.
—¿Te gustaría tener uno?
—Quiero uno desde que era niño... Ya estamos.
Habían llegado a la estación. Salía un tren para Londres cinco minutos más tarde.
Hagrid, que no entendía «el dinero muggle», como lo llamaba, dio las monedas a Harry
para que comprara los billetes.
La gente los miraba más que nunca en el tren. Hagrid ocupó dos asientos y
comenzó a tejer lo que parecía una carpa de circo color amarillo canario.
—¿Todavía tienes la carta, Harry? —preguntó, mientras contaba los puntos.
Harry sacó del bolsillo el sobre de pergamino.
—Bien —dijo Hagrid—. Hay una lista con todo lo que necesitas.
Harry desdobló otra hoja, que no había visto la noche anterior, y leyó:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
UNIFORME
Los alumnos de primer año necesitarán:
— Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).
— Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.
— Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).
— Una capa de invierno (negra, con broches plateados).
(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)
LIBROS
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
— El libro reglamentario de hechizos (clase 1),Miranda Goshawk.
— Una historia de la magia,Bathilda Bagshot.
— Teoría mágica,Adalbert Waffling.
— Guía de transformación para principiantes,Emeric Switch.
— Mil hierbas mágicas y hongos,Phyllida Spore.
— Filtros y pociones mágicas,Arsenius Jigger.
— Animales fantásticos y dónde encontrarlos,Newt Scamander.
— Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección,Quentin
Trimble.
RESTO DEL EQUIPO
1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.
Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE ALOS DE PRIMER AÑO NO SE
LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.
—¿Podemos comprar todo esto en Londres? —se preguntó Harry en voz alta.
—Sí, si sabes dónde ir —respondió Hagrid.
Harry no había estado antes en Londres. Aunque Hagrid parecía saber adónde iban, era
evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo de la forma ordinaria. Se quedó atascado
en el torniquete de entrada al metro y se quejó en voz alta porque los asientos eran muy
pequeños y los trenes muy lentos.
—No sé cómo los mugglesse las arreglan sin magia —comentó, mientras subían
por una escalera mecánica estropeada que los condujo a una calle llena de tiendas.
Hagrid era tan corpulento que separaba fácilmente a la muchedumbre. Lo único
que Harry tenía que hacer era mantenerse detrás de él. Pasaron ante librerías y tiendas
de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran
varitas mágicas. Era una calle normal, llena de gente normal. ¿De verdad habría
cantidades de oro de magos enterradas debajo de ellos? ¿Había allí realmente tiendas
que vendían libros de hechizos y escobas? ¿No sería una broma pesada preparada por
los Dursley? Si Harry no hubiera sabido que los Dursley carecían de sentido del humor,
podría haberlo pensado. Sin embargo, aunque todo lo que le había dicho Hagrid era
increíble, Harry no podía dejar de confiar en él.
—Es aquí —dijo Hagrid deteniéndose—. El Caldero Chorreante. Es un lugar
famoso.
Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si Hagrid no lo hubiera señalado,
Harry no lo habría visto. La gente, que pasaba apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de
la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el
Caldero Chorreante. En realidad, Harry tuvo la extraña sensación de que sólo él y
Hagrid lo veían. Antes de que pudiera decirlo, Hagrid lo hizo entrar.
Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban
sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba unalarga pipa. Un
hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que
era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas
se detuvo cuando ellos entraron. Todos parecían conocer a Hagrid. Lo saludaban con la
mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:
—¿Lo de siempre, Hagrid?
—No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió Hagrid,
poniendo la mano en el hombro de Harry y obligándole a doblar las rodillas.
—Buen Dios —dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry—. ¿Es éste... puede
ser...?
El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.
—Válgame Dios —susurró el cantinero—. Harry Potter... todo un honor.
Salió rápidamente del mostrador, corrióhacia Harry y le estrechó la mano, con los
ojos llenos de lágrimas.
—Bienvenido, Harry, bienvenido.
Harry no sabía qué decir. Todos lo miraban. La anciana de la pipa seguía
chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Hagrid estaba radiante.
Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Harry se
encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.
—Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te haya conocido.
—Estoy orgullosa, Harry, muy orgullosa.
—Siempre quise estrechar tu mano... estoy muy complacido.
—Encantado, Harry, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus
Diggle.
—¡Yo lo he visto antes! —dijo Harry, mientras Dedalus Diggle dejaba caer su
sombrero a causa de la emoción—. Ustedme saludó una vez en una tienda.
—¡Me recuerda! —gritó Dedalus Diggle, mirando a todos—. ¿Habéis oído eso?
¡Se acuerda de mí!
Harry estrechó manos una y otra vez. Doris Crockford volvió a repetir el saludo.
Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo.
—¡Profesor Quirrell! —dijo Hagrid—. Harry, el profesor Quirrell te dará clases en
Hogwarts.
—P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de Harry—. Nno pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de co-conocerte.
—¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?
—D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró el profesor Quirrell, como si
no quisiera pensar en ello—. N -no es al-algo que t-tú n-necesites, ¿verdad, P-Potter?
—Soltó una risa nerviosa—. Estás reuniendo el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que bbuscar otro l-libro de va-vampiros. —Pareció aterrorizado ante la simple mención.
Pero los demás, no permitieron que el profesor Quirrell acaparara a Harry. Éste
tardó más de diez minutos en despedirse de ellos. Al fin, Hagrid se hizo oír.
—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, Harry.
Doris Crockford estrechó la mano de Harry una última vez y Hagrid se lo llevó a
través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de
basura y hierbajos.
Hagrid miró sonriente a Harry
—Te lo dije, ¿verdad? Te dije que eras famoso. Hasta el profesor Quirrell temblaba
al conocerte, aunque te diré que habitualmente tiembla.
—¿Está siempre tan nervioso?
—Oh, sí. Pobre hombre. Una mente brillante. Estaba bien mientras estudiaba esos
libros de vampiros, pero entonces cogió un año de vacaciones, para tener experiencias
directas... Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo un desagradable
problema con una hechicera... Y desde entonces no esel mismo. Se asusta de los
alumnos, tiene miedo de su propia asignatura... Ahora ¿adónde vamos, paraguas?
¿Vampiros? ¿Hechiceras? La cabeza de Harry era un torbellino. Hagrid, mientras
tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.
—Tresarriba... dos horizontales... —murmuraba—. Correcto. Un paso atrás, Harry
Dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas.
El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un
pequeño agujero, que se hizo cada vez másancho. Un segundo más tarde estaban
contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que
llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.
—Bienvenido —dijo Hagrid—al callejón Diagon.
Sonrióante el asombro de Harry Entraron en el pasaje. Harry miró rápidamente por
encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse.
El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más
cercana. «Calderos -Todos los Tamaños -Latón, Cobre, Peltre, Plata -Automáticos -Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.
—Sí, vas a necesitar uno —dijo Hagrid—pero mejor que vayamos primero a
conseguir el dinero.
Harry deseó tener ocho ojos más. Movía la cabeza en todas direcciones mientras
iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que
estaban fuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba con la cabeza
en la puerta de una droguería cuando ellos pasaron, diciendo: «Hígado de dragón a
diecisiete sicklesla onza, están locos...».
Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que decía: «El
emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño, gris y blanco». Varios chicos de la edad
de Harry pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas. «Mirad —oyó Harry
que decía uno—, la nueva Nimbus 2.000, la más veloz.» Algunas tiendas vendían ropa;
otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Harry nunca había visto.
Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes
montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con
pociones, globos con mapas de la luna...
—Gringotts —dijo Hagrid.
Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las
pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y
dorado, había...
—Sí, eso es un gnomo —dijo Hagrid en voz baja, mientras subían por los
escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más bajo que Harry. Tenía un
rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Harry pudo notarlo, dedos y pies
muy largos. Cuando entraron los saludó. Entonces encontraron otras puertas dobles, esta
vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.
Entra, desconocido, pero ten cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia,
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,
Deberán pagar en cambio mucho más,
Así que si buscas por debajo de nuestro suelo
Un tesoro que nunca fue tuyo,
Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado
De encontrar aquí algo más que un tesoro.
—Como te dije, hay que estar loco para intentar robar aquí —dijo Hagrid.
Dos gnomos los hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un
amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos
taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas,
pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes. Las
puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros gnomos guiaban
a la gente para entrar y salir. Hagrid y Harry se acercaron al mostrador.
—Buenos días —dijo Hagrid a un gnomo desocupado—. Hemos venido a sacar
algún dinero de la caja de seguridad del señor Harry Potter.
—¿Tiene su llave,señor?
—La tengo por aquí —dijo Hagrid, y comenzó a vaciar sus bolsillos sobre el
mostrador, desparramando un puñado de galletas de perro sobre el libro de cuentas del
gnomo. Éste frunció la nariz. Harry observó al gnomo que tenía a la derecha, que pesaba
unos rubíes tan grandes como carbones brillantes.
—Aquí está —dijo finalmente Hagrid, enseñando una pequeña llave dorada.
El gnomo la examinó de cerca.
—Parece estar todo en orden.
—Y también tengo una carta del profesor Dumbledore —dijo Hagrid, dándose
importancia—. Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece.
El gnomo leyó la carta cuidadosamente.
—Muy bien —dijo, devolviéndosela a Hagrid—. Voy a hacer que alguien los
acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!
Griphook era otro gnomo. Cuando Hagrid guardó todas las galletas de perro en sus
bolsillos, él y Harry siguieron a Griphook hacia una de las puertas de salida del
vestíbulo.
—¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos trece? —preguntó Harry.
—No te lo puedo decir —dijomisteriosamente Hagrid—. Es algo muy secreto. Un
asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.
Griphook les abrió la puerta. Harry, que había esperado más mármoles, se
sorprendió. Estaban en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con antorchas. Se
inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook silbó y un pequeño carro
llegó rápidamente por los raíles. Subieron (Hagrid con cierta dificultad) y se pusieron en
marcha.
Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto de retorcidos pasillos.
Harry trató de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una bifurcación,
derecha, izquierda, pero era imposible. El veloz carro parecía conocer su camino,
porque Griphook no lo dirigía.
A Harry le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuvo muy
abiertos. En una ocasión, le pareció ver un estallido de fuego al final del pasillo y se dio
la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde. Iban cada vez más abajo,
pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas
saliendo del techo y del suelo.
—Nunca lo he sabido —gritó Harry a Hagrid, para hacerse oír sobre el estruendo
del carro—. ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita y una estalagmita?
—Las estalagmitas tienen una eme —dijo Hagrid—. Y no me hagas preguntas
ahora, creo que voy a marearme.
Su cara se había puesto verde y, cuando el carro por fin se detuvo, ante la pequeña
puerta de la pared del pasillo, Hagrid se bajó y tuvo que apoyarse contra la pared, para
que dejaran de temblarle las rodillas.
Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una oleada de humo verde los envolvió.
Cuando se aclaró, Harry estaba jadeando. Dentro había montículos de monedas de oro.
Montones de monedas de plata. Montañas de pequeños knuts de bronce.
—Todo tuyo —dijo Hagrid sonriendo.
Todo de Harry, era increíble. Los Dursley no debían saberlo, o se abrían apoderado
de todo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántas veces se habían quejado de lo que les
costaba mantener a Harry? Y durante todoaquel tiempo, una pequeña fortuna enterrada
debajo de Londres le pertenecía.
Hagrid ayudó a Harry a poner una cantidad en una bolsa.
—Las de oro son galeones —explicó—. Diecisiete sicklesde plata hacen un galeón
y veintinueve knutsequivalen a un sickle,es muy fácil. Bueno, esto será suficiente para
un curso o dos, dejaremos el resto guardado para ti. —Se volvió hacia Griphook—.
Ahora, por favor, la cámara setecientos trece. ¿Y podemos ir un poco más despacio?
—Una sola velocidad —contestó Griphook.
Fueron más abajo y a mayor velocidad. El aire se volvió cada vez más frío,
mientras doblaban por estrechos recodos. Llegaron entre sacudidas al otro lado de una
hondonada subterránea, y Harry se inclinó hacia un lado para ver qué había en el fondo
oscuro, pero Hagrid gruñó y lo enderezó, cogiéndolo del cuello.
La cámara setecientos trece no tenía cerradura.
—Un paso atrás —dijo Griphook, dándose importancia. Tocó la puerta con uno de
sus largos dedos y ésta desapareció—. Si alguien que no sea un gnomo de Gringotts lo
intenta, será succionado por la puerta y quedará atrapado —añadió.
—¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya quedado nadie dentro? —quiso
saber Harry.
—Más o menos cada diez años —dijo Griphook, con una sonrisa maligna.
Algo realmente extraordinario tenía que haber en aquella cámara de máxima
seguridad, Harry estaba seguro, y se inclinó anhelante, esperando ver por lo menos
joyas fabulosas, pero la primera impresión era que estaba vacía. Entonces vio el sucio
paquetito, envuelto en papel marrón, que estaba en el suelo. Hagrid lo cogió y lo guardó
en las profundidades de su abrigo. A Harry le hubiera gustado conocer su contenido,
pero sabía que era mejor no preguntar.
—Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables durante el camino;será
mejor que mantengas la boca cerrada —dijo Hagrid.
Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de
Gringotts. Harry no sabía adónde ir primero con su bolsa llena de dinero. No necesitaba
saber cuántos galeones había en una libra, para darse cuenta de que tenía más dinero que
nunca, más dinero incluso que el que Dudley tendría jamás.
—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Hagrid, señalando hacia «Madame
Malkin, túnicas para todas las ocasiones»—. Oye, Harry; ¿te importa que me dé una
vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de Gringotts. —Todavía parecía
mareado, así que Harry entró solo en la tienda de Madame Malkin, sintiéndose algo
nervioso.
Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.
—¿Hogwarts, guapo? —dijo, cuando Harry empezó a hablar—. Tengo muchos
aquí... En realidad, otro muchacho se está probando ahora.
En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo estaba de pie sobre
un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame
Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le deslizó por la cabeza una larga
túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.
—Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?
—Sí —respondió Harry.
—Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre ha ido
calle arriba para mirar las varitas —dijo el chico. Tenía voz de aburrido y arrastraba las
palabras—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé porqué los de
primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que
me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.
Harry recordaba a Dudley
—¿Tú tienes escoba propia? —continuó el muchacho.
—No —dijo Harry.
—¿Juegas al menos al quidditch?
—No —dijo de nuevo Harry, preguntándose qué diablos sería el quidditch.
—Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa,
y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya sabes en qué casa vas a estar?
—No —dijo Harry, sintiéndose cada vez más tonto.
—Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo sé que seré de
Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo
que me iría, ¿no te parece?
—Mmm —contestó Harry, deseando poder decir algo más interesante.
—¡Oye, mira a ese hombre! —dijo súbitamente el chico, señalando hacia la
vidriera de delante. Hagrid estaba allí, sonriendo a Harry y señalando dos grandes
helados, para que viera por qué no entraba.
—Ése es Hagrid —dijo Harry, contento de saber algo que el otro no sabía—.
Trabaja en Hogwarts.
—Oh —dijo el muchacho—, he oído hablar de él. Es una especie de sirviente, ¿no?
—Es el guardabosques —dijo Harry. Cada vez le gustaba menos aquel chico.
—Sí, claro. He oído decir que es una especie de salvaje, que vive en una cabaña en
los terrenos del colegio y que de vez en cuando se emborracha. Trata de hacer magia y
termina prendiendo fuego a su cama.
—Yo creo que es estupendo —dijo Harry con frialdad.
—¿Eso crees? —preguntó el chico en tono burlón—. ¿Por qué está aquí contigo?
¿Dónde están tus padres?
—Están muertos —respondió en pocas palabras. No tenía ganas de hablar de ese
tema con él.
—Oh, lo siento —dijo el otro, aunque no pareció que le importara—. Peroeran de
nuestra clase, ¿no?
—Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te refieres
—Realmente creo que no deberían dejar entrar a los otros ¿no te parece? No son
como nosotros, no los educaron para conocer nuestras costumbres. Algunos nunca
habían oídohablar de Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya te imaginarás. Yo creo
que debería quedar todo en las familias de antiguos magos. Y a propósito, ¿cuál es tu
apellido?
Pero antes de que Harry pudiera contestar, Madame Malkin dijo:
—Ya está listo lo tuyo, guapo.
Y Harry, sin lamentar tener que dejar de hablar con el chico, bajó del escabel.
—Bien, te veré en Hogwarts, supongo —dijo el muchacho.
Harry estaba muy silencioso, mientras comía el helado que Hagrid le había
comprado (chocolate y frambuesa con trozos de nueces).
—¿Qué sucede? —preguntó Hagrid.
—Nada —mintió Harry. Se detuvieron a comprar pergamino y plumas. Harry se
animó un poco cuando encontró un frasco de tinta que cambiaba de color al escribir.
Cuando salieron de la tienda, preguntó:
—Hagrid, ¿qué es el quidditch?
—Vaya, Harry; sigo olvidando lo poco que sabes... ¡No saber qué es el quidditch!
—No me hagas sentir peor —dijo Harry. Le contó a Hagrid lo del chico pálido de
la tienda de Madame Malkin.
—... y dijo que la gente de familia de mugglesno deberían poder ir...
—Tú no eres de una familia muggle. Si hubiera sabido quién eres... Él ha crecido
conociendo tu nombre, si sus padres son magos. Ya lo has visto en el Caldero
Chorreante. De todos modos, qué sabe él, algunos de los mejores que he conocido eran
los únicos con magia en una larga línea de muggles. ¡Mira tu madre! ¡Y mira la
hermana que tuvo!
—Entonces ¿qué es el quidditch?
—Es nuestro deporte. Deporte de magos. Es... como el fútbol en el mundo muggle,
todos lo siguen. Se juega en el aire, con escobas, y hay cuatro pelotas... Es difícil
explicarte las reglas.
—¿Y qué son Slytherin y Hufflepuff?
—Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en Hufflepuff son todos inútiles,
pero...
—Seguro que yo estaré en Hufflepuff —dijo Harrydesanimado.
—Es mejor Hufflepuff que Slytherin —dijo Hagrid con tono lúgubre—. Las brujas
y los magos que se volvieron malos habían estado todos en Slytherin. Quien-tú-sabes
fue uno.
—¿Vol... perdón... Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?
—Hace muchos años —respondió Hagrid.
Compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde
los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos grandiosos forrados en
piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenosde símbolos raros y
unos pocos sin nada impreso en sus páginas. Hasta Dudley, que nunca leía nada, habría
deseado tener alguno de aquellos libros. Hagrid casi tuvo que arrastrar a Harry para que
dejara Hechizos y contrahechizos (encante a sus amigos y confunda a sus enemigos con
las más recientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de Mantequilla, Lengua
Atada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.
—Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Dudley
—No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no puedes utilizar la magia en
el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especiales —dijo Hagrid—. Y de
todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía, necesitarás mucho más estudio
antes de llegar a ese nivel.
Hagrid tampoco dejó que Harry comprara un sólido caldero de oro (en la lista decía
de peltre) pero consiguieron una bonita balanza para pesar los ingredientes de las
pociones y un telescopio plegable de cobre. Luego visitaron la droguería, tan fascinante
como para hacer olvidar el horrible hedor, una mezcla de huevos pasados y repollo
podrido. En el suelo había barriles llenos de una sustancia viscosa y botes con hierbas.
Raíces secas y polvos brillantes llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras de
colmillos y garras colgaban del techo. Mientras Hagrid preguntaba al hombre que estaba
detrás del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para pociones, Harry
examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada uno, y minúsculos
ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knutsla cucharada).
Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de Harry
—Sólo falta la varita... Ah, sí, y todavía no te he buscado un regalo de cumpleaños.
Harry sintió que se ruborizaba.
—No tienes que...
—Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te compraré un animal. No un
sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán... y no me gustan los gatos, me
hacen estornudar. Te voy a regalar una lechuza. Todos los chicos quieren tener una
lechuza. Son muy útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás.
Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era oscuro y
lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. Harry llevaba una gran jaula con una
hermosa lechuza blanca, medio dormida, con la cabeza debajo de un ala.
Y no dejó de agradecer el regalo, tartamudeando como el profesor Quirrell.
—Ni lo menciones —dijo Hagrid con aspereza—. No creo que los Dursley te
hagan muchos regalos. Ahora nos queda solamente Ollivander, el único lugardonde
venden varitas, y tendrás la mejor.
Una varita mágica... Eso era lo que Harry realmente había estado esperando.
La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas,
se leía: «Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C.». En el
polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura, se veía una única
varita.
Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar
pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha dondeHagrid se sentó a esperar. Harry
se sentía algo extraño, como si hubieran entrado en una biblioteca muy estricta. Se tragó
una cantidad de preguntas que se le acababan de ocurrir, y en lugar de eso, miró las
miles de estrechas cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo. Por alguna razón,
sintió una comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían hacer que le picara por
alguna magia secreta.
—Buenas tardes —dijo una voz amable.
Harry dio un salto. Hagrid también debió de sobresaltarse porque s e oyó un crujido
y se levantó rápidamente de la silla.
Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en
la penumbra del local.
—Hola —dijo Harry con torpeza.
—Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Harry Potter.
—No era una pregunta—. Tienes los ojos de tu madre. Parece que fue ayer el día en que
ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de
sauce. Una preciosa varita para encantamientos.
El señor Ollivander se acercó a Harry. El muchacho deseó que el hombre
parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.
—Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y
medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones. Bueno,
he dicho que tu padre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.
El señor Ollivander estaba tan cerca que él y Harry casi estaban nariz contra nariz.
Harry podía ver su reflejo en aquellos ojos velados.
—Yaquí es donde...
El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, con un largo
dedo blanco.
—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso —dijo amablemente—.
Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las
manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el
mundo...
Negó con la cabeza y entonces, para alivio de Harry, fijó su atención en Hagrid.
—¡Rubeus! ¡Rubeus Hagrid! Me alegro de verlo otra vez... Roble, cuarenta
centímetros y medio, flexible... ¿Era así?
—Así era, sí, señor —dijo Hagrid.
—Buena varita. Pero supongo que la partieron en dos cuando lo expulsaron —dijo
el señor Ollivander, súbitamente severo.
—Eh..., sí, eso hicieron, sí —respondió Hagrid, arrastrando los pies—. Sin
embargo, todavía tengo los pedazos —añadió con vivacidad.
—Pero no los utiliza, ¿verdad? —preguntó en tono severo.
—Oh, no, señor —dijo Hagrid rápidamente. Harry se dio cuenta de que sujetaba
con fuerza su paraguas rosado.
—Mmm —dijo el señor Ollivander, lanzando una mirada inquisidora a Hagrid—.
Bueno, ahora, Harry.. Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas
plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?
—Eh... bien, soy diestro —respondió Harry.
—Extiende tu brazo. Eso es. —Midió a Harry del hombro al dedo, luego de la
muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza.
Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa
sustancia mágica, Harry. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y
nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos
unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos
resultados con la varita de otro mago.
De pronto, Harry se dio cuenta de que la cinta métrica, que en aquel momento le
medía entre las fosas nasales, lo hacía sola. El señor Ollivander estaba revoloteando
entre los estantes, sacando cajas.
—Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo—. Bien, Harry
Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros.
Bonita y flexible. Cógela y agítala.
Harry cogió la varita y (sintiéndose tonto) la agitó a su alrededor, pero el señor
Ollivander se la quitó casi de inmediato.
—Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba...
Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo el señor Ollivander se la quitó.
—No, no... Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetrosy medio.
Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.
Harry lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el señor Ollivander.
Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero
cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.
—Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta
por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual,
acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.
Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su
cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas
estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban
en las paredes. Hagrid lo vitoreó y aplaudió y el señor Ollivander dijo:
—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente
qué curioso...
Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar, todavía
murmurando: «Curioso... muy curioso».
—Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?
El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.
—Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y
resulta que la cola de fénixde donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma,
sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando
fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.
Harry tragó, sin poder hablar.
—Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La
varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti,
Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas...
Terribles, sí, pero grandiosas.
Harryse estremeció. No estaba seguro de que el señor Ollivander le gustara mucho.
Pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivander los acompañó hasta la
puerta de su tienda.
Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Harry y Hagrid emprendieron su camino
otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el Caldero
Chorreante, ya vacío. Harry no habló mientras salían a la calle y ni siquiera notó la
cantidad de gente que se quedaba con la boca abierta al verlos en el metro, cargados con
una serie de paquetes de formas raras y con la lechuza dormida en el regazo de Harry.
Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de Paddington. Harry
acababa de darse cuenta de dónde estaban cuando Hagrid le golpeó el hombro.
—Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren —dijo.
Le compró una hamburguesa a Harry y se sentaron a comer en unas sillas de
plástico. Harry miró a su alrededor. De alguna manera, todo le parecía muy extraño.
—¿Estás bien, Harry? Te veo muy silencioso —dijo Hagrid. Harry no estaba
seguro de poder explicarlo. Había tenido el mejor cumpleaños de su vida y, sin
embargo, masticó su hamburguesa, intentando encontrar las palabras.
—Todos creen que soy especial —dijo finalmente—. Toda esagente del Caldero
Chorreante, el profesor Quirrell, el señor Ollivander... Pero yo no sé nada sobre magia.
¿Cómo pueden esperar grandes cosas? Soy famoso y ni siquiera puedo recordar por qué
soy famoso. No sé qué sucedió cuando Vol... Perdón, quiero decir, la noche en que mis
padres murieron.
Hagrid se inclinó sobre la mesa. Detrás de la barba enmarañada y las espesas cejas
había una sonrisa muy bondadosa.
—No te preocupes, Harry. Aprenderás muy rápido. Todos son principiantes cuando
empiezan en Hogwarts. Vas a estar muy bien. Sencillamente sé tú mismo. Sé que es
difícil. Has estado lejos y eso siempre es duro. Pero vas a pasarlo muy bien en
Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad, todavía lo paso.
Hagrid ayudó a Harry a subir al tren que lo llevaría hastala casa de los Dursley y
luego le entregó un sobre.
—Tu billete para Hogwarts —dijo—. El uno de septiembre, en Kings Cross. Está
todo en el billete. Cualquier problema con los Dursley y me envías una carta con tu
lechuza, ella sabrá encontrarme... Te veré pronto, Harry.
El tren arrancó de la estación. Harry deseaba ver a Hagrid hasta que se perdiera de
vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz contra la ventanilla, pero parpadeó y
Hagrid ya no estaba.
6
El viaje desde el andén nueve y tres cuartos
El último mes de Harry con los Dursley no fue divertido. Es cierto que Dudley le teníamiedo y no se quedaba con él en la misma habitación, y que tía Petunia y tío Vernon no
lo encerraban en la alacena ni lo obligaban a hacer nada ni le gritaban. En realidad, ni
siquiera le dirigían la palabra. Mitad aterrorizados, mitad furiosos, se comportaban
como si la silla que Harry ocupaba estuviera vacía. Aunque aquello significaba una
mejora en muchos aspectos, después de un tiempo resultaba un poco deprimente.
Harry se quedaba en su habitación, con su nueva lechuza por compañía. Decidió
llamarla Hedwig, un nombre que encontró en Una historia de la magia. Los libros del
colegio eran muy interesantes. Por la noche leía en la cama hasta tarde, mientras
Hedwigentraba y salía a su antojo por la ventana abierta. Era una suerte que tía Petunia
ya no entrara en la habitación, porque Hedwigllevaba ratones muertos. Cada noche,
antes de dormir, Harry marcaba otro día en la hoja de papel que tenía en la pared, hasta
el uno de septiembre.
El último día de agosto pensó que era mejor hablar con sus tíos para poder ir a la
estación de King Cross, al día siguiente. Así que bajó al salón, donde estaban viendo la
televisión. Se aclaró la garganta, para que supieran que estaba allí, y Dudley gritó y
salió corriendo.
—Hum... ¿Tío Vernon?
Tío Vernon gruñó, para demostrar que lo escuchaba.
—Hum... necesito estar mañana en King Cross para... para ir a Hogwarts.
Tío Vernon gruñó otra vez.
—¿Podría ser que me lleves hasta allí?
Otro gruñido. Harry interpretó que quería decir sí.
—Muchas gracias.
Estaba a punto de volver a subir la escalera, cuando tío Vernon finalmente habló.
—Qué forma curiosa de ir a una escuela de magos, en tren. ¿Las alfombras
mágicas estarán todas pinchadas?
Harry no contestó nada.
—¿Y dónde queda ese colegio, de todos modos?
—No lo sé —dijo Harry; dándose cuenta de eso por primera vez. Sacó del bolsillo
el billete que Hagrid le había dado—. Tengo que coger el tren que sale del andén nueve
y tres cuartos, a las once de la mañana —leyó.
Sus tíos lo miraron asombrados.
—¿Andén qué?
—Nueve y tres cuartos.
—No digas estupideces —dijo tío Vernon—. No hay ningún andén nueve y tres
cuartos.
—Eso dice mi billete.
—Equivocados —dijo tío Vernon—. Totalmente locos, todos ellos. Ya lo verás. Tú
espera. Muy bien, te llevaremos a King Cross. De todos modos, tenemos que ir a
Londres mañana. Si no, no me molestaría.
—¿Por qué vais a Londres? —preguntó Harry tratando de mantener el tono
amistoso.
—Llevamos a Dudley al hospital —gruñó tío Vernon—. Para que le quiten esa
maldita cola antes de que vaya a Smeltings.
A la mañana siguiente, Harry se despertó a las cinco, tan emocionado e ilusionado que
no pudo volver a dormir. Se levantó y se puso los tejanos: no quería andar por la
estación con su túnica de mago, ya se cambiaría en el tren. Miró otra vez su lista de
Hogwarts para estar seguro de que tenía todo lo necesario, se ocupó de meter a Hedwig
en su jaula y luego se paseó por la habitación, esperando que los Dursley se levantaran.
Dos horas más tarde, el pesado baúl de Harry estaba cargado en el coche de los Dursley
y tía Petunia había hecho que Dudley se sentara con Harry, para poder marcharse.
Llegaron a King Cross a las diez y media. Tío Vernon cargó el baúl de Harry en un
carrito y lo llevó por la estación. Harry pensó que era una rara amabilidad, hasta que tío
Vernon se detuvo, mirando los andenes con una sonrisa perversa.
—Bueno, aquí estás, muchacho. Andén nueve, andén diez... Tú andén debería estar
en el medio, pero parece que aún no lo han construido, ¿no?
Tenía razón, por supuesto. Había un gran número nueve, de plástico, sobre un
andén, un número diez sobre el otro y, en el medio, nada.
—Que tengas un buen curso —dijo tío Vernon con una sonrisa aún más torva. Se
marchó sin decir una palabra más. Harry se volvió y vio que los Dursley se alejaban.
Los tres se reían. Harry sintió la boca seca. ¿Qué haría? Estaba llamando la atención, a
causa de Hedwig. Tendría que preguntarle a alguien.
Detuvo a un guarda que pasaba, pero no se atrevió a mencionar el andén nueve y
tres cuartos. El guarda nunca había oído hablar de Hogwarts, y cuando Harry no pudo
decirle en qué parte del país quedaba, comenzó a molestarse, como si pensara que Harry
se hacía el tonto a propósito. Sin saber qué hacer, Harry le preguntó por el tren que salía
a las once, pero el guarda le dijo que no había ninguno. Al final, el guarda se alejó,
murmurando algo sobre la gente que hacía perder el tiempo. Según el gran reloj que
había sobre la tabla de horarios de llegada, tenía diez minutos para coger el tren a
Hogwarts y no tenía idea de qué podía hacer. Estaba en medio de la estación con un
baúl que casi no podía transportar, un bolsillo lleno de monedas de mago y una jaula
con una lechuza.
Hagrid debió de olvidar decirle algo que tenía que hacer, como dar un golpe al
tercer ladrillo de la izquierda para entrar en el callejón Diagon. Se preguntó si debería
sacar su varita y comenzar a golpear la taquilla, entre los andenes nueve y diez.
En aquel momento, un grupo de gente pasó por su lado y captó unas pocas
palabras.
—... lleno de muggles, por supuesto...
Harry se volvió para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía
a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo. Cada uno empujaba un
baúl, como Harry, y llevaban una lechuza.
Con el corazón palpitante, Harry empujó el carrito detrás de ellos. Se detuvieron y
los imitó, parándose lo bastante cerca para escuchar lo que decían.
—Y ahora, ¿cuál es el número del andén? —dijo la madre.
—¡Nueve y tres cuartos! —dijo la voz aguda de una niña, también pelirroja, que
iba de la mano de la madre—. Mamá, ¿no puedo ir...?
—No tienes edad suficiente, Ginny Ahora estáte quieta. Muy bien, Percy, tú
primero.
El que parecía el mayor de los chicos se dirigió hacia los andenes nueve y diez.
Harry observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. Pero justo cuando el
muchacho llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana de turistas pasó
frente a él y, cuando se alejaron, el muchacho había desaparecido.
—Fred, eres el siguiente —dijo la mujer regordeta.
—No soy Fred, soy George —dijo el muchacho—. ¿De veras, mujer, puedes
llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?
—Lo siento, George, cariño.
—Estaba bromeando, soy Fred —dijo el muchacho, y se alejó. Debió pasar, porque
un segundo más tarde ya no estaba. Pero ¿cómo lo había hecho? Su hermano gemelo fue
tras él: el tercer hermano iba rápidamente hacia la taquilla (estaba casi allí) y luego,
súbitamente, no estaba en ninguna parte.
No había nadie más.
—Discúlpeme —dijo Harry a la mujer regordeta.
—Hola, querido —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo.
Señaló al último y menor de sus hijos varones. Era alto, flacucho y pecoso, con
manos y pies grandes y una larga nariz.
—Sí —dijo Harry—. Lo que pasa es que... es que no se cómo...
—¿Como entrar en el andén? —preguntó bondadosamente, y Harry asintió con la
cabeza.
—No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la
barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso
es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Ve ahora, ve antes que
Ron.
—Hum... De acuerdo —dijo Harry.
Empujó su carrito y se dirigió hacia labarrera. Parecía muy sólida.
Comenzó a andar. La gente que andaba a su alrededor iba al andén nueve o al diez.
Fue más rápido. Iba a chocar contra la taquilla y tendría problemas. Se inclinó sobre el
carrito y comenzó a correr (la barrera se acercaba cada vez más). Ya no podía detenerse
(el carrito estaba fuera de control), ya estaba allí... Cerró los ojos, preparado para el
choque...
Pero no llegó. Siguió rodando. Abrió los ojos.
Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente.
Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h». Harry miró hacia atrás y vio una arcada
de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén Nueve y Tres Cuartos».
Lo había logrado.
El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud,
mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las
lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de
las charlas y el movimiento de los pesados baúles.
Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las
ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban
a ocupar. Harry empujó su carrito por el andén, buscando un asiento vacío. Pasó al lado
de un chico de cara redonda que decía:
—Abuelita, he vuelto a perder mi sapo.
—Oh, Neville —oyó que suspiraba la anciana.
Un muchacho de pelos tiesos estaba rodeado por un grupo.
—Déjanos mirar, Lee, vamos.
El muchacho levantó la tapa de la caja que llevaba en los brazos, y los que lo
rodeaban gritaron cuando del interior salió una larga cola peluda.
Harry se abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío, cerca del final del
tren. Primero puso a Hedwigy luego comenzó a empujar el baúl hacia la puerta del
vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudo levantar un poco antes de
que se cayera golpeándole un pie.
—¿Quieres que te eche una mano? —Era uno de los gemelos pelirrojos, a los que
había seguido a través de la barrera de los andenes.
—Sí, por favor —jadeó Harry.
—¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar!
Con la ayuda de los gemelos, el baúl de Harry finalmente quedó en un rincón del
compartimiento.
—Gracias —dijo Harry, quitándose de los ojos el pelo húmedo.
—¿Qué es eso? —dijo de pronto uno de los gemelos, señalando la brillante cicatriz
de Harry
—Vaya—dijo el otro gemelo—. ¿Eres tú...?
—Es él —dijo el primero—. Eres tú, ¿no? —se dirigió a Harry.
—¿Quién? —preguntó Harry.
—Harry Potter —respondieron a coro.
—Oh, él —dijo Harry—. Quiero decir,sí, soy yo.
Los dos muchachos lo miraron boquiabiertos y Harry sintió que se ruborizaba.
Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta abierta del compartimiento.
—¿Fred? ¿George? ¿Estáis ahí?
—Ya vamos, mamá.
Con una última mirada a Harry, los gemelos saltaron del vagón.
Harry se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculto, podía observar a la
familia de pelirrojos en el andén y oír lo que decían. La madre acababa de sacar un
pañuelo.
—Ron, tienes algo en la nariz.
El menor delos varones trató de esquivarla, pero la madre lo sujetó y comenzó a
frotarle la punta de la nariz.
—Mamá, déjame —exclamó apartándose.
—¿Ah, el pequeñito Ronnie tiene algo en su naricita? —dijo uno de los gemelos.
—Cállate —dijo Ron.
—¿Dónde está Percy? —preguntó la madre.
—Ahí viene.
El mayor de los muchachos se acercaba a ellos. Ya se había puesto la ondulante
túnica negra de Hogwarts, y Harry notó que tenía una insignia plateada en el pecho, con
la letra P
—No me puedo quedar mucho, mamá —dijo—. Estoy delante, los prefectos
tenemos dos compartimientos...
—Oh, ¿tú eres un prefecto, Percy? —dijo uno de los gemelos, con aire de gran
sorpresa—. Tendrías que habérnoslo dicho, no teníamos idea.
—Espera, creo que recuerdo que nos dijo algo —dijo el otro gemelo—. Una vez...
—O dos...
—Un minuto...
—Todo el verano...
—Oh, callaos —dijo Percy, el prefecto.
—Y de todos modos, ¿por qué Percy tiene túnica nueva? —dijo uno de los
gemelos.
—Porque él es un prefecto—dijo afectuosamente la madre—. Muy bien, cariño,
que tengas un buen año. Envíame una lechuza cuando llegues allá.
Besó a Percy en la mejilla y el muchacho se fue. Luego se volvió hacia los
gemelos.
—Ahora, vosotros dos... Este año os tenéis que portar bien. Si recibo una lechuza
más diciéndome que habéishecho... estallar un inodoro o...
—¿Hacer estallar un inodoro? Nosotros nunca hemos hecho nada de eso.
—Pero es una gran idea, mamá. Gracias.
—No tiene gracia. Y cuidad de Ron.
—No te preocupes, el pequeño Ronnie estará seguro con nosotros.
—Cállate —dijo otra vez Ron. Era casi tan alto como los gemelos y su nariz
todavía estaba rosada, en donde su madre la había frotado.
—Eh, mamá, ¿adivinas a quién acabamos de ver en el tren?
Harry se agachó rápidamente para que no lo descubrieran.
—¿Os acordáis de ese muchacho de pelo negro que estaba cerca de nosotros, en la
estación? ¿Sabéis quién es?
—¿Quién?
—¡Harry Potter!
Harry oyó la voz de la niña.
—Mamá, ¿puedo subir al tren para verlo? ¡Oh, mamá, por favor...!
—Ya lo has visto, Ginny y, además, el pobre chico no es algo para que lo mires
como en el zoológico. ¿Es él realmente, Fred? ¿Cómo lo sabes?
—Se lo pregunté. Vi su cicatriz. Está realmente allí... como iluminada.
—Pobrecillo... No es raro que esté solo. Fue tan amable cuando me preguntó cómo
llegar al andén...
—Eso no importa. ¿Crees que él recuerda cómo era Quien-tú-sabes?
La madre, súbitamente, se puso muy seria.
—Te prohíbo que le preguntes, Fred. No, no te atrevas. Como si necesitara que le
recuerden algo así en su primer día de colegio.
—Está bien,quédate tranquila.
Se oyó un silbido.
—Daos prisa —dijo la madre, y los tres chicos subieron al tren. Se asomaron por la
ventanilla para que los besara y la hermanita menor comenzó a llorar.
—No llores, Ginny, vamos a enviarte muchas lechuzas.
—Y un inodoro de Hogwarts.
—¡George!
—Era una broma, mamá.
El tren comenzó a moverse. Harry vio a la madre de los muchachos agitando la
mano y a la hermanita, mitad llorando, mitad riendo, corriendo para seguir al tren, hasta
que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando.
Harry observó a la madre y la hija hasta que desaparecieron, cuando el tren giró.
Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Harry sintió una ola de excitación.
No sabía lo que iba a pasar... pero sería mejor que lo que dejaba atrás.
La puerta del compartimiento se abrió y entró el menor de los pelirrojos.
—¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a Harry—.
Todos los demás vagones están llenos.
Harry negó con la cabeza y el muchacho se sentó. Lanzó una mirada a Harry y
luego desvió la vista rápidamente hacia la ventanilla, como si no lo hubiera estado
observando. Harry notó que todavía tenía una mancha negra en la nariz.
—Eh, Ron.
Los gemelos habían vuelto.
—Mira, nosotros nos vamos a la mitad del tren, porque Lee Jordan tiene una
tarántula gigante y vamos a verla.
—De acuerdo —murmuró Ron.
—Harry —dijo el otro gemelo—, ¿te hemos dicho quiénes somos? Fred y George
Weasley. Y él es Ron, nuestro hermano. Nos veremos después, entonces.
—Hasta luego —dijeron Harry y Ron. Los gemelos salieron y cerraron la puerta.
—¿Eres realmente Harry Potter? —dejó escapar Ron.
Harry asintió.
—Oh... bien, pensé que podía ser una de las bromas de Fred y George —dijo
Ron—. ¿Y realmente te hiciste eso... ya sabes...?
Señalóla frente de Harry.
Harry se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz. Ron la miró con
atención.
—¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes...?
—Sí —dijo Harry—, pero no puedo recordarlo.
—¿Nada? —dijo Ron en tono anhelante.
—Bueno... recuerdouna luz verde muy intensa, pero nada más.
—Vaya —dijo Ron. Contempló a Harry durante unos instantes y luego, como si se
diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar por la ventanilla.
—¿Sois una familia de magos? —preguntó Harry, ya que encontraba a Ron tan
interesante como Ron lo encontraba a él.
—Oh, sí, eso creo —respondió Ron—. Me parece que mamá tiene un primo
segundo que es contable, pero nunca hablamos de él.
—Entonces ya debes de saber mucho sobre magia.
Era evidente que los Weasley eran una de esas antiguas familias de magos de las
que había hablado el pálido muchacho del callejón Diagon.
—Oí que te habías ido a vivir con muggles —dijo Ron—. ¿Cómo son?
—Horribles... Bueno, no todos ellos. Mi tía, mi tío y mi primo sí lo son. Me
hubiera gustado tener tres hermanos magos.
—Cinco —corrigió Ron. Por alguna razón parecía deprimido—. Soy el sexto en
nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Podrías decir que tengo el listón muy alto.
Bill y Charlie ya han terminado. Bill era delegado de clase y Charlie era capitán de
quidditch. Ahora Percy es prefecto. Fred y George son muy revoltosos, pero a pesar de
eso sacan muy buenas notas y todos los consideran muy divertidos. Todos esperan que
me vaya tan bien como a los otros, pero si lo hago tampoco será gran cosa, porque ellos
ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco hermanos. Me
dieron la túnica vieja de Bill, la varita vieja de Charles y la vieja rata de Percy
Ron buscó en su chaqueta y sacó una gorda rata gris, que estaba dormida.
—Se llama Scabbersy no sirve para nada, casi nunca se despierta. A Percy, papá le
regaló una lechuza, porque lo hicieron prefecto, pero no podían comp... Quiero decir,
por eso me dieron a Scabbers.
Las orejas de Ron enrojecieron.Parecía pensar que había hablado demasiado,
porque otra vez miró por la ventanilla.
Harry no creía que hubiera nada malo en no poder comprar una lechuza. Después
de todo, él nunca había tenido dinero en toda su vida, hasta un mes atrás, así que le
contóa Ron que había tenido que llevar la ropa vieja de Dudley y que nunca le hacían
regalos de cumpleaños. Eso pareció animar a Ron.
—... y hasta que Hagrid me lo contó, yo no tenía idea de que era mago, ni sabía
nada de mis padres o Voldemort...
Ron bufó.
—¿Qué? —dijo Harry.
—Has pronunciado el nombre de Quien-tú-sabes —dijo Ron, tan conmocionado
como impresionado—. Yo creí que tú, entre todas las personas...
—No estoy tratando de hacerme el valiente, ni nada por el estilo, al decir el nombre
—dijo Harry—. Es que no sabía que no debía decirlo. ¿Ves lo que te decía? Tengo
muchísimas cosas que aprender... Seguro —añadió, diciendo por primera vez en voz
alta algo que últimamente lo preocupaba mucho—, seguro que seré el peor de la clase.
—No será así. Hay mucha gente que viene de familias mugglesy aprende muy
deprisa.
Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se
quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje.
A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara
sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo:
—¿Queréis algo del carrito, guapos?
Harry, que no había desayunado, se levantó de un salto, pero las orejas de Ron se
pusieron otra vez coloradas y murmuró que había llevado bocadillos. Harry salió al
pasillo.
Cuando vivía con los Dursley nunca había tenido dinero para comprarse golosinas
y, puesto que tenía los bolsillos repletos de monedas de oro, plata y bronce, estaba listo
para comprarse todas las barras de chocolate que pudiera llevar. Pero la mujer no tenía
Mars. En cambio, tenía Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores, chicle, ranas de
chocolate, empanada de calabaza, pasteles de caldero, varitas de regaliz y otra cantidad
de cosas extrañas que Harry no había visto en su vida. Como no deseaba perderse nada,
compró un poco de todo y pagó a la mujer once sicklesde plata y siete knutsde bronce.
Ron lo miraba asombrado, mientras Harry depositaba sus compras sobre un asiento
vacío.
—Tenías hambre, ¿verdad?
—Muchísima —dijo Harry, dando un mordisco a una empanada de calabaza.
Ron había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos. Separó uno y dijo:
—Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.
—Te la cambio por uno de éstos —dijo Harry, alcanzándole unpastel—. Sírvete...
—No te va a gustar, está seca —dijo Ron—. Ella no tiene mucho tiempo —añadió
rápidamente—... Ya sabes, con nosotros cinco.
—Vamos, sírvete un pastel —dijo Harry, que nunca había tenido nada que
compartir o, en realidad, nadie con quien compartir nada. Era una agradable sensación,
estar sentado allí con Ron, comiendo pasteles y dulces (los bocadillos habían quedado
olvidados).
—¿Qué son éstos? —preguntó Harry a Ron, cogiendo un envase de ranas de
chocolate—. No son ranas de verdad, ¿no?—Comenzaba a sentir que nada podía
sorprenderlo.
—No —dijo Ron—. Pero mira qué cromo tiene. A mí me falta Agripa.
—¿Qué?
—Oh, por supuesto, no debes saber... Las ranas de chocolate llevan cromos, ya
sabes, para coleccionar, de brujas y magos famosos. Yo tengo como quinientos, pero no
consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.
Harry desenvolvió su rana de chocolate y sacó el cromo. En él estaba impreso el
rostro de un hombre. Llevaba gafas de media luna, tenía una nariz larga y encorvada,
cabello plateado suelto, barba y bigotes. Debajo de la foto estaba el nombre: Albus
Dumbledore.
—¡Así que éste es Dumbledore! —dijo Harry.
—¡No me digas que nunca has oído hablar de Dumbledore! —dijo Ron—. ¿Puedo
servirme una rana? Podría encontrar a Agripa... Gracias...
Harry dio la vuelta a la tarjeta y leyó:
Albus Dumbledore, actualmente director de Hogwarts. Considerado por casi todo
el mundo Como el más grande mago del tiempo presente, Dumbledore es
particularmente famoso por derrotar al mago tenebroso Grindelwald en 1945,por
el descubrimiento de las doce aplicaciones de la sangre de dragón, y por su
trabajo en alquimia con su compañero Nicolás Flamel. El profesor Dumbledore es
aficionado a la música de cámara y a los bolos.
Harry dio la vuelta otra vez al cromo y vio, para su asombro, que el rostro de
Dumbledore había desaparecido.
—¡Ya no está!
—Bueno, no iba a estar ahí todo el día —dijo Ron—. Ya volverá. Vaya, me ha
salido otra vez Morgana y ya la tengo seis veces repetida... ¿No la quieres? Puedes
empezar a coleccionarlos.
Los ojos de Ron se perdieron en las ranas de chocolate, que esperaban que las
desenvolvieran.
—Sírvete —dijo Harry—. Pero oye, en el mundo de los mugglesla gente se queda
en las fotos.
—¿Eso hacen? Cómo, ¿no se mueven? —Ron estaba atónito—. ¡Qué raro!
Harry miró asombrado, mientras Dumbledore regresaba al cromo y le dedicaba una
sonrisita. Ron estaba más interesado en comer las ranas de chocolate que en buscar
magos y brujas famosos, pero Harry no podía apartar la vista de ellos. Muy pronto tuvo
no sólo a Dumbledore y Morgana, sino también a Ramón Llull, al rey Salomón, Circe,
Paracelso y Merlín. Hasta que finalmente apartó la vista de la druida Cliodna, que se
rascaba la nariz, para abrir una bolsa de grageas de todos los sabores.
—Tienes quetener cuidado con ésas —lo previno Ron—. Cuando dice «todos los
sabores», es eso lo que quiere decir. Ya sabes, tienes todos los comunes, como
chocolate, menta y naranja, pero también puedes encontrar espinacas, hígado y callos.
George dice que una vez encontró una con sabor a duende.
Ron eligió una verde, la observó con cuidado y mordió un pedacito.
—Puaj... ¿Ves? Coles.
Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores. Harry encontró
tostadas, coco, judías cocidas, fresa, curry, hierbas, café, sardinas y fue lo bastante
valiente para morder la punta de una gris, que Ron no quiso tocar y resultó ser pimienta.
En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste.
Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y
colinas de color verde oscuro.
Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el muchacho de cara
redonda que Harry había visto al pasar por el andén nueve y tres cuartos. Parecía muy
afligido.
—Perdón —dijo—. ¿Porcasualidad no habréis visto un sapo?
Cuando los dos negaron con la cabeza, gimió.
—¡La he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo!
—Ya aparecerá —dijo Harry.
—Sí —dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si la veis...
Se fue.
—No sé por qué está tan triste —comentó Ron—. Si yo hubiera traído un sapo lo
habría perdido lo más rápidamente posible. Aunque en realidad he traído a Scabbers, así
que no puedo hablar.
La rata seguía durmiendo en las rodillas de Ron.
—Podría estar muerta y no notarías la diferencia —dijo Ron con disgusto—. Ayer
traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el hechizo no funcionó. Te
lo voy a enseñar, mira...
Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas partes estaba
astillada y, en la punta, brillaba algo blanco.
—Los pelos de unicornio casi se salen. De todos modos... Acababa de coger la
varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había regresado el chico
del sapo, pero llevaba a una niña con él. La muchacha ya llevaba la túnica de Hogwarts.
—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona,
mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.
—Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba
mirando la varita que tenía enla mano.
—Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.
Se sentó. Ron pareció desconcertado.
—Eh... de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. «Rayo de sol, margaritas, volved
amarilla a esta tonta ratita.»
Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabberssiguió durmiendo, tan gris como
siempre.
—¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? —preguntó la niña—. Bueno, no
es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron.
Nadie en mi familia es mago, fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero
también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia,
por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que
eso sea suficiente... Yo soy Hermione Granger. ¿Yvosotros quiénes sois?
Dijo todo aquello muy rápidamente.
Harry miró a Ron y se calmó al ver en su rostro aturdido que él tampoco se había
aprendido todos los libros de memoria.
—Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron.
—Harry Potter —dijo Harry.
—¿Eres tú realmente? —dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ti, por supuesto,
conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la
magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo
XX.
—¿Estoy yo? —dijo Harry, sintiéndose mareado.
—Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera —dijo
Hermione—. ¿Sabéis a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en
Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que
Ravenclaw no será tan mala... De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo
de Neville. Y vosotros dos deberíais cambiaros ya, vamos a llegar pronto.
Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.
—Cualquiera que sea la casa que metoque, espero que ella no esté —dijo Ron.
Arrojó su varita al baúl—. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo George. Seguro que
era falso.
—¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry
—Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—. Mamá y papá también
estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan
mala, pero imagina si me ponen en Slytherin.
—¿Esa es la casa en la que Vol... quiero decir Quien-tú-sabes... estaba?
—Ajá —dijo Ron. Se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto abrumado.
—¿Sabes? Me parece que las puntas de los bigotes de Scabbersestán un poco más
claras —dijo Harry, tratando de apartar la mente de Ron del tema de las casas—. Y, a
propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?
Harry se preguntaba qué hacía un mago, una vez que terminaba el colegio.
—Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en África, ocupándose
de asuntos para Gringotts —explicó Ron—. ¿Te enteraste de lo que pasó en Gringotts?
Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggleslo reciban: trataron de
robar en una cámara de alta seguridad.
Harry se sorprendió.
—¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido?
—Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado. Mi padre dice
que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en Gringotts, pero lo que es
raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se asustan cuando
sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-tú-sabes esté detrás de ello.
Harry repasó las noticias en su cabeza. Había comenzado a sentir una punzada de
miedo cada vez que mencionaban a Quien-tú-sabes. Suponía que aquello era una parte
de entrar en el mundo mágico, pero era mucho más agradable poder decir «Voldemort»
sin preocuparse.
—¿Cuál es tu equipode quidditch? —preguntó Ron.
—Eh... no conozco ninguno —confesó Harry.
—¿Cómo? —Ron pareció atónito—. Oh, ya verás, es el mejor juego del mundo...
—Y se dedicó a explicarle todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete
jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanos y la escoba
que le gustaría comprar si tuviera el dinero. Le estaba explicando los mejores puntos del
juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero esta vez no era
Neville, el chico sin sapo, ni Hermione Granger.
Entraron tres muchachos, y Harry reconoció de inmediato al del medio: era el chico
pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con mucho más
interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.
—¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter está
en este compartimento. Así que eres tú, ¿no?
—Sí —respondió Harry. Observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos
y parecían muy vulgares. Situados a ambos lados del chico pálido, parecían
guardaespaldas.
—Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo el muchacho pálido con
despreocupación, al darse cuenta de que Harry los miraba—. Y mi nombre es Malfoy,
Draco Malfoy
Ron dejó escapar una débil tos, que podía estar ocultando una risita. Draco
(dragón) Malfoy lo miró.
—Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte quién eres.
Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los
que pueden mantener.
Se volvió hacia Harry.
—Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que
otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte
en eso.
Extendió la mano, para estrechar la de Harry; pero Harry no la aceptó.
—Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los indebidos, gracias —dijo
con frialdad.
Draco Malfoy no se ruborizó, pero un tono rosado apareció en sus pálidas mejillas.
—Yo tendría cuidado, si fuera tú, Potter —dijo con calma—. A menos que seas un
poco más amable, vas a ir por el mismo camino que tus padres. Ellos tampoco sabían lo
que era bueno para ellos. Tú sigue con gentuza como los Weasley y ese Hagrid y
terminarás como ellos.
Harry y Ron se levantaron al mismo tiempo. El rostro de Ron estaba tan rojo como
su pelo.
—Repite eso —dijo.
—Oh, vais a pelear con nosotros, ¿eh? —se burló Malfoy.
—Si no os vais ahora mismo... —dijo Harry, con más valor que el que sentía,
porque Crabbe y Goyle eran mucho más fuertes que él y Ron.
—Pero nosotros no tenemos ganas de irnos, ¿no es cierto, muchachos? Nos hemos
comido todo lo que llevábamos y vosotros parece que todavía tenéis algo.
Goyle se inclinó para coger una rana de chocolate del lado de Ron. El pelirrojo
saltó hacia él, pero antes de que pudiera tocar a Goyle, el muchacho dejó escapar un
aullido terrible.
Scabbers, la rata, colgaba del dedo de Goyle, con los agudos dientes clavados
profundamente en sus nudillos. Crabbe y Malfoy retrocedieron mientras Goyle agitaba
la mano para desprenderse de la rata, gritando de dolor, h asta que, finalmente, Scabbers
salió volando, chocó contra la ventanilla y los tres muchachos desaparecieron. Tal vez
pensaron que había más ratas entre las golosinas, o quizás oyeron los pasos porque, un
segundo más tarde, Hermione Granger volvió a entrar.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, mirando las golosinas tiradas por el suelo y a Ron
que cogía a Scabberspor la cola.
—Creo que se ha desmayado —dijo Ron a Harry. Miró más de cerca a la rata—.
No, no puedo creerlo, ya se ha vuelto a dormir.
Y era así.
—¿Conocías ya a Malfoy?
Harry le explicó el encuentro en el callejón Diagon.
—Oí hablar sobre su familia —dijo Ron en tono lúgubre—. Son algunos de los
primeros que volvieron a nuestro lado después de que Quien-tú-sabes desapareció.
Dijeron que los habían hechizado. Mi padre no se lo cree. Dice que el padre de Malfoy
no necesita una excusa para pasarse al Lado Oscuro. —Se volvió hacia Hermione—.
¿Podemos ayudarte en algo?
—Mejor que os apresuréis y os cambiéis de ropa. Acabo de ir a la locomotora, le
pregunté al conductor y me dijo que ya casi estamos llegando. No os estaríais peleando,
¿verdad? ¡Os vals a meter en líos antes de que lleguemos!
—Scabbersse estuvo peleando, no nosotros —dijo Ron, mirándola con rostro
severo—. ¿Te importaría salir para que nos cambiemos?
—Muy bien... Vine aquí porque fuera están haciendo chiquilladas y corriendo por
los pasillos —dijo Hermione en tono despectivo—. A propósito, ¿te has dado cuenta de
que tienes sucia la nariz?
Ron le lanzó una mirada de furia mientras ella salía. Harry miró por la ventanilla.
Estaba oscureciendo. Podía ver montañas y bosques, bajo un cielo de un profundo color
púrpura. El tren parecía aminorar la marcha.
Él y Ron se quitaron las camisas y se pusieron las largas túnicas negras. La de Ron
era un poco corta para él, y se le podían ver los pantalones de gimnasia.
Una voz retumbó en el tren.
—Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en
el tren, se lo llevarán por separado al colegio.
El estómago de Harry se retorcíade nervios y Ron, podía verlo, estaba pálido
debajo de sus pecas. Llenaron sus bolsillos con lo que quedaba de las golosinas y se
reunieron con el resto del grupo que llenaba los pasillos.
El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todosse empujaban
para salir al pequeño y oscuro andén. Harry se estremeció bajo el frío aire de la noche.
Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los alumnos, y Harry
oyó una voz conocida:
—¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! ¿Todo bien por ahí, Harry?
La gran cara peluda de Hagrid rebosaba alegría sobre el mar de cabezas.
—Venid, seguidme... ¿Hay más de primer año? Mirad bien dónde pisáis. ¡Los de
primer año, seguidme!
Resbalando y a tientas, siguieron a Hagrid por lo que parecía un estrecho sendero.
Estaba tan oscuro que Harry pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos
lados. Nadie hablaba mucho. Neville, el chico que había perdido su sapo, lloriqueaba de
vez en cuando.
—En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts —exclamó Hagrid por
encima del hombro—, justo al doblar esta curva.
Se produjo un fuerte ¡ooooooh!
El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la
punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo
estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas.
—¡No más de cuatro por bote! —gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos
alineados en el agua, al lado de la orilla. Harry y Ron subieron a uno, seguidos por
Neville y Hermione.
—¿Todos habéis subido? —continuó Hagrid, que tenía un bote para él solo—.
¡Venga! ¡ADELANTE!
Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago,
que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo
que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se
erigía.
—¡Bajad las cabezas! —exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban
el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos losllevaron a través de una
cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco.
Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta
que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y
los guijarros.
—¡Eh, tú, el de allí! ¿Es éste tu sapo? —dijo Hagrid, mientras vigilaba los botes y
la gente que bajaba de ellos.
—¡Trevor! —gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos. Luego subieron
por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un
césped suave y húmedo, a la sombra del castillo.
Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.
—¿Estáis todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tu sapo?
Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo.
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